lunes, 18 de febrero de 2019

Algo más de 50 entrevistas a escritores y escritoras



Como en unos días se cumplen cinco años desde que empecé a trabajar en periodismo cultural, creí que era un buen momento para recopilar algunas de las entrevistas que hice en todos estos años. Entre escritores, músicos, actores, directores, etc., entrevisté a más de cien personas, a algunas incluso las entrevisté dos o tres veces. De ese puñado, elegí las conversaciones que tuve con cincuenta escritores y escritoras y las agrupé en este post. Aquellos que tengan ganas, pasen, lean y compartan.

Las entrevistas:





























































Entrevista a María Gainza: Como caminar en la niebla



Nando Varela Pagliaro

A partir de la publicación de El nervio óptico, el nombre de María Gainza se asocia con la idea de literatura de alta calidad narrativa. Ese volumen inclasificable- publicado primero por Mansalva y luego reeditado por Anagrama- reúne una singular historia del arte en once capítulos, mientras que a la par conocemos los avatares de la narradora -una mujer de clase alta que elige salir de su zona de confort. Luego de esa primera incursión narrativa, que fue recibida con mucho entusiasmo por parte del periodismo cultural y los lectores, Gainza acaba de publicar La luz negra, una novela atrapante en la que también utiliza el mundo del arte como telón de fondo. En palabras de Hinde Pomeraniec, con esta segunda novela, “es como si, sin habérselo propuesto, María Gainza hubiera conseguido un tipo de narración perfecta y apropiada para el lector de hoy, un lector absorbido por las redes sociales y atrapado en la agobiante biblioteca de Babilonia que es Internet. Su delicado trabajo de recreación de personajes e historias reales, engarzados con creaciones propias y con episodios autobiográficos actúa como un reflejo estimulante en el lector, ya que provoca el interés por seguir testeando lo real y buscando la verdad y lo auténtico, como si la lectura fuera un sinuoso camino de hipervínculos”.
La entrevista que sigue se realizó vía correo electrónico.

-¿Cómo fue el proceso de escritura de La luz negra?

-Fue largo. Hubo una parte de investigación y otra de divagación. Mi sensación al escribir es como caminar en la niebla. Durante buena parte del proceso no veo mucho ni entiendo lo que estoy haciendo hasta que de golpe se abre un túnel en esa niebla y debo apurarme a terminar antes de que el túnel vuelva a cerrarse.

-Durante ese proceso, ¿qué libros de otros autores estaban sobre tu mesa de trabajo?

-No leo durante el proceso de escritura libros que me inspiren porque no creo que la inspiración sea lineal. Leo o bien lo que necesito para recabar información o leo lo que me llame al placer. A veces el impacto de un libro se siente muchos años después. Es probable que los efectos para La luz negra provengan de lecturas de mi adolescencia pero si abro mi agenda y miro los libros que leí durante los años 2015-1017 aparece un listado variopinto: Mario Levrero, Luciano Lamberti, Osvaldo Baigorria, J.R. Ackerley, Sergio Bizzio, Lytton Stratchey, Huysmans, Dawn Powell, Stendhal, Juan José Morosoli, Christopher Isherwood, Arthur Schnitzler, un abanico amplio, medio al tun tun. Podría seguir transcribiendo la lista y seguiría luciendo igual de dispersa. Tiendo a leer azarosamente, sin programa, como la mayoría de la gente supongo.

-Hay muchos hípervínculos a hechos y personajes reales, ¿cuánto trabajo de investigación hubo detrás para construir el libro?

-¿En términos de qué se mide una investigación? ¿en meses dedicados? ¿en material obtenido? En este caso la investigación se obstinaba por escapar de los cauces previsibles, el material que recababa me resultaba esquivo, tendía al hermetismo o se me deshacía entre los dedos. Pero para dar una medida más o menos concreta, me dediqué durante dos años al tema, discontinuamente por supuesto, porque la vida suele imponer sus propios tiempos.

-Cuando publicaste El nervio óptico no sabías que iba a pasar con el libro, supongo que no imaginabas que iba a tener la recepción que tuvo. A la hora de escribir La luz negra, ¿eso te condicionó? ¿Trabajaste teniendo algún tipo de lector en la cabeza?

-El nervio óptico tuvo una recepción inesperada. Nunca en mi vida fantaseé con esa posibilidad. Pero si bien tuvo una buena repercusión, no estamos hablando de un fenómeno. Es apenas un éxito moderado. Y gracias a que fue moderado y no descomunal, me condicionó de forma positiva. Básicamente me empujó a escribir otro. Escribo solo cuando tengo ganas y no tengo ganas muy seguido. Necesito un buen tema y eso no aparece a cada vuelta de esquina. En cuanto a la conciencia sobre el público, suena a cliché y tal vez como todo cliché esté bien arraigado en la experiencia, pero mi único público lector soy yo y como lectora quiero que las oraciones suenen bien, que en ellas viaje cierta elegancia, que la historia contenga honestidad (aunque no tenga muy en claro que es la honestidad) y que entretenga, no desprecio el factor entretenimiento, de hecho, me parece crucial.

- En varias notas leí que dijiste que tenías la intención de escribir La Biografía del humo, ¿ese fue uno de los títulos posibles o de entrada el libro se llamó La luz negra?

-Pensé en La biografía del humo como subtítulo en algún momento pero después me pareció demasiada información. Preferí un título menos pesado. El libro de entrada se llamó La luz negra aunque era un título tentativo, abierto al cambio si aparecía algo mejor en el camino, cosa que no sucedió. Lo mismo me pasó con El nervio óptico. Era título tentativo. Suelo trabajar con títulos improvisados porque necesito guardar el archivo de Word de alguna manera y porque tener un título me da un norte. Si no tengo título no puedo avanzar mucho, aunque después el título cambie.

- Tanto El nervio óptico como La luz negra tienen como telón de fondo el mundo del arte, ¿imaginás tu próximo libro dentro de ese marco o todavía no estás pensando en un tercer libro?

-A veces, cuando me aburro de mí misma, fantaseo con saltar a otro mundo pero siempre vuelvo a lo que conozco.

- La mayoría de las entrevistas que te hicieron fueron hechas vía correo electrónico y con la misma foto de prensa, ¿por qué? ¿qué es lo que no te gusta de estas cosas que rodean al mercado editorial?

-No creo que haya una regla: hay libros buenos con escritores que no dan notas y hay libros buenos con escritores que no paran de aparecer en los medios. No tengo un juicio de valor sobre lo que hacen los otros con su trabajo, porque en definitiva esto es un trabajo como cualquier otro. A mí me gusta la privacidad y aunque me encanta que mis libros tengan prensa prefiero que sean reseñas y no entrevistas. No creo tener nada muy interesante para decir y me aburre escucharme decir siempre lo mismo. Creo que los libros se arruinan cuando el escritor habla, pero hablar es el juego hoy en día. Yo lo padezco, aunque haga el esfuerzo como ahora. A la vez tampoco quiero hacerme la Greta Garbo y menos aún boicotear el trabajo de los editores, hay mucha gente involucrada en la publicación de un libro. En fin, es todo un lío en mi cabeza que no logro resolver, pero que, en definitiva, por suerte, no es tan importante para nadie.

-  Fogwill decía que para que un escritor existiera entre sus pares, era importante estar instalado en los circuitos de sociabilidad. En tu caso, se te ve bastante afuera de todo. ¿Cuán necesario es formar parte de la red de conflictos, amistades y vanidades para que una obra circule?

-“Circuitos de sociablidad”, qué expresión rara. No es necesario formar parte de nada. El nervio óptico circuló bien y no me conocía más que un puñado de gente y ni siquiera era gente del mundo de la literatura. El 90% de mis amigos pertenece al mundo del arte porque trabajé en ese mundo durante 15 años y me resulta un grupo inteligente, sensible y con una cuota de divina frivolidad que le da gracia a la vida.

- Pedro Mairal dice que a la hora de completar una ficha de embarque prefiere poner docente antes que escritor o poeta. En tu caso, ¿qué pondrías? ¿Por qué cuesta tanto asumirse como escritor?

-Me cuesta asumirme como escritora porque empecé grande, porque no soy una lectora voraz y porque cada vez que empiezo un nuevo libro siento que no tengo la menor idea cómo hacerlo. Me considero siempre en modo amateur. Además, hay algo que me suena pomposo cuando digo “soy escritora”. No me pasa lo mismo cuando otro dice que es escritor. Al otro lo respeto más se ve.

- Durante mucho tiempo trabajaste de crítica en varios medios periodísticos, ¿cómo te llevás con la mirada de los otros? ¿Te pesa?

-No leo mucho las críticas. A veces las leo a campo traviesa pero jamás en detalle porque, sean buenas o malas, me dan miedo. Creo que podrían afectarme: o volverme una creída o volverme una insegura. Trato de elegir la vía media de Kipling y hacer “la mía” sin prestar demasiada atención a los ruidos de la calle. Nada muy propio puede salir si una está pendiente de los gustos ajenos.

- Alejandro Zambra dice que “la clase media es un problema si se quiere escribir literatura latinoamericana”. En tu caso, que venís de una clase social más alta ¿Qué importancia tiene a la hora de querer ser escritora?

-No estoy segura de lo que quiere decir Zambra. Debería leer el texto completo para agarrar bien la idea porque creo hay muchos escritores de clase media que son alucinantes. Zambra debe estar apuntando a algo más que no alcanzo a entender en esa cita suelta. Y la verdad es que tampoco sé tanto sobre literatura para aventurar esos juicios, esas sentencias que pueden describir un paisaje en dos pinceladas me asombran, es como hacer un Turner del paisaje literario, soy completamente incapaz por falta de conocimiento. En mi caso la clase “más alta” (no diría “alta”) me ha dado un lugar desde dónde mirar el mundo y una conciencia feroz de la suerte que tienen unos pocos sobre una gran mayoría. Pero no creo que una clase te empuje a escribir y otra no.

Publicada originalmente en Revista Quid.


Entrevista a Guillermo Martínez: “No veo ninguna novedad en la literatura del yo”



Nando Varela Pagliaro

“Hay algo de la literatura que tiene que ver con la voz del escritor, con su lenguaje y con su mundo que para mí va más allá de la cuestión de los géneros”, dice Guillermo Martínez, sentado en el mismo escritorio en el que trabaja todas las mañanas, en su departamento del barrio de Belgrano. El escritor y matemático acaba de ganar el prestigioso Premio Nadal en su 75 edición con su novela "Los crímenes de Alicia", una suerte de secuela de su anterior Crímenes imperceptible, que fue llevada al cine por el director español Álex de la Iglesia como Los crímenes de Oxford. Si en la primera, el eje narrativo tenía que ver con la lógica matemática, en esta ocasión el motor son los símbolos que se encuentran detrás del universo del clásico de Lewis Carroll Alicia en el país de las maravillas. En esta entrevista con Quid, el autor nacido en Bahía Blanca habló de su flamante novela, pero también de la literatura del yo, del lugar de las redes sociales y la coyuntura política de nuestro país.

 -¿Cómo surgió la idea del libro?

-La primera idea que tuve para esta nueva novela tuvo que ver con un prólogo que me encargaron para un libro sobre Lewis Carroll que se llama Lógica sin pena. Realmente, hasta ese momento, no sabía nada sobre su vida y empecé a leer algunas biografías, otros artículos, uno de los prólogos de un libro con su obra completa. Dentro de los materiales que leí para ese prólogo había un texto en el que se comentaba que él había escrito sus diarios íntimos, que los familiares habían arrancado varias páginas y había una en particular, que correspondía al año 1863, que tenía que ver con una pelea que él había tenido con la madre de Alice Liddell, que es la niña que inspira Alicia en el país de las maravillas y a partir de esa pelea le habían impedido seguir viendo a Alice y a su hermana. Entonces, empecé a investigar qué había pasado exactamente, qué más se sabía y me encontré con una historia fascinante. Porque en el año 94, que es el año en el que sitúo mi novela, y que corresponde al año siguiente de mi novela anterior, Crímenes imperceptibles, en ese año, una joven dramaturga descubre en la casa museo de Carroll un pedazo de papel que tenía las anotaciones que habían hecho los familiares que habían arrancado las páginas. En esas anotaciones pusieron lo esencial que decía cada una de las páginas que arrancaron. Este descubrimiento pensé que podía dar lugar a una novela en la que se buscara qué era lo que estaba escrito en esa página arrancada.

-En tus novelas, mayormente hay mucho de ficción, pero imagino que esta vez también tuviste que sentarte a investigar mucho, ¿es así?

- Bueno, en Crímenes imperceptibles podría decirse que el trabajo de investigación fueron los veinticinco años que estudié lógica matemática, pero esta es la primera vez que para escribir una novela específicamente hago un trabajo de investigación. Leí los nueve volúmenes de los diarios de Carroll, varias biografías, artículos y todo lo que tiene que ver con Carroll como pionero de la fotografía. Todo eso aparece de alguna manera en la novela, pero lo que se refiere a la Hermandad Lewis Carroll no tiene nada que ver con la verdadera sociedad Lewis Carroll que está en Inglaterra y que fue la que publicó los volúmenes. Los biógrafos que yo imagino en la novela no tienen nada que ver con los biógrafos reales pero sí algunas cuestiones que se discuten alrededor de la figura de Carroll. Hay una especie de juicio desde la época contemporánea hacia la forma en que Carroll amaba a esas niñas. Todas esas opiniones las fui leyendo de distintas biografías. Es decir, todo lo que es trama ficcional es puramente imaginario, los personajes son todos imaginarios, pero el contenido de las discusiones tiene que ver con biografías documentadas, con hechos reales que existieron.

-Recién nombrabas Crímenes imperceptibles, en Los crímenes de Alicia aparecen los mismos protagonistas en el mismo escenario. Sin embargo, son historias totalmente independientes. Pensaba que para disfrutar mejor el libro, quizás nos sea necesario leer Crímenes imperceptibles antes, pero sí tener bien leído Alicia en el país de las maravillas, ¿Estás de acuerdo?

-En esta novela reaparecen los dos personajes principales de Crímenes imperceptibles, pero son historias independientes. En cuanto a Alicia en el país de las maravillas, ese es un libro que logra un milagro raro que pocos autores han logrado, pienso en Drácula o Frankestein, que es que sus creaciones están más allá de los libros; están en la cultura popular, en imágenes que todo el mundo ha visto. Por otra parte, del libro de Alicia en el país de las maravillas utilizo algunos acertijos y algunas frases, pero todo está debidamente citado. No creo que sea necesario leer el libro antes, pero por supuesto el que recuerde bien la novela podrá imaginar con más elementos qué otras muertes acechan.

-Me acuerdo que en una entrevista que te hice hace algunos años hablábamos de la imagen del escritor y lo preocupado que están determinados autores en construir una imagen que ayude a que sus libros sean más leídos. Esta novela, de algún modo tiene que ver con lo que hay detrás de la obra de Carroll. A vos, ¿cuánto te importa eso a la hora de abordar un escritor?

-En el principio de la novela, el personaje que narra la historia dice que él siempre prefirió dedicarse más a la criatura de ficción que al creador de carne y hueso. En general, ese siempre ha sido mi modo de pensar los escritores. He leído muy pocas biografías de escritores en mi vida, creo que las podría contar con los dedos de la mano. Antes de leer sobre sus vidas, prefiero creer en la maquinaria y en el acto de ilusionismo que es cada novela o cada cuento. En este caso si me interesé por la vida de Carroll, fue a partir de este hecho, que era para mí el hecho central del enigma que había alrededor de su vida y entonces leí para escribir esta novela.

-¿Los diarios de escritores tampoco te interesan como género en sí?

-No he leído muchos diarios de escritores. Leí los cuadernos de notas de Henry James, el diario de anotaciones de Bioy sobre Borges, que es extraordinario, pero no recuerdo muchos más.

-¿Vos llevás o llevarías un diario tuyo?

-No lo llevo, me encantaría hacerlo pero me cuesta tanto escribir que si además llevara un diario, sería demasiado. Escribo de una manera muy lenta y prefiero dedicarme a las historias de ficción.

-Se viene hablando cada vez más de la literatura del yo, de la autoficción. En este contexto, vos elegís escribir una novela clásica de enigama, ¿cómo te llevás con esa otra literatura?

-Yo no veo ninguna novedad en la literatura del yo. Es algo que corresponde a una literatura en primera persona que se viene haciendo desde Robinson Crusoe. Es decir, es un género totalmente clásico como cualquier otro. Si vos te fijás, todas mis novelas se pueden leer como pertenecientes a la literatura del yo porque están todas escritas en primera persona y con algunas referencias que se podrían asociar a una biografía si no fuera porque en general serían citas falsas. A mí me parece que la literatura del yo puede ser interesante en la medida que el mundo de ese yo lo sea.

-¿Qué es lo que te interesa de la novela de enigma?

- La analogía que a mí más me interesa tiene que ver con el acto de ilusionismo y eso está muy presente en la novela policial de enigma. La solución final, ese reordenamiento, esa nueva lógica con que se iluminan los hechos ya leídos, tiene algo del acto de ilusionismo. Además, es un género que siempre me ha dado mucha felicidad como lector y por ser un género que ha quedado desacreditado o anticuado respecto a la supuestamente más moderna novela negra, justamente me interesa hacer un rescate del género. Me parece que se pueden abordar una cantidad de cuestiones interesantes desde la novela de enigma. Lo que yo intento en Los crímenes de Alicia es una recreación de la idea de Borges alrededor Pierre Menard. Hay una relectura contemporánea de los mismos hechos que a Carroll le habían dado fama como fotógrafo y que serían delitos infames si los vemos con la óptica de hoy.

-¿Como lector hay algo que te interese de la literatura del yo?

-No leo por géneros, leo cuando me llegan noticias o voy a una librería y veo algo que me interesa. Últimamente, leí La familia de Gustavo Ferreyra y me pareció una novela extraordinaria, fuera de catálogos, imprevista, una gran novela de ideas con una enorme ambición literaria. Es una novela que seguramente alguien podría incluirla dentro de la literatura del yo, pero es muchísimo más que eso. También leí la Una muchacha muy bella de Julián López, que estaría más cerca de este género y me gustó mucho. Leí La hija del criptógrafo, la última novela de Pablo De Santis, que es un paso más allá en su obra porque logra incorporar la historia política argentina reciente de una manera absolutamente original.

-En tus novelas, los personajes siempre tienen un nivel intelectual bastante alto, ¿imaginás a tus lectores de ese mismo modo?

- En mis novelas me interesa que los personajes sean más inteligentes de lo que podría ser yo. Me parece que también es un desafío interesante para los lectores sentirse que están rodeados de gente inteligente, con ambiciones intelectuales. Me gusta esa clase de mundo. Para decirlo en el sentido opuesto: no me gustan las novelas que caricaturizan a la marginalidad, esa especie de estereotipo en la que se simula cómo hablaría un pibito chorro. Yo veo ahí cierto paternalismo o ciertos estereotipos que se filtran. Por eso prefiero que mis personajes pertenezcan a mundos más cercanos al conocimiento, al estudio, a la literatura o al arte.

-Por segunda vez volvés al mismo escenario y retomás personajes de Crímenes imperceptibles, ¿Se puede pensar en una tercera novela o es muy pronto?

-Me encantaría encontrar una buena idea pero sería para un futurísimo. Yo sentía que la idea que tenía para esta novela era tan buena que no podía dejar de escribirla. Además, como naturalmente el hallazgo transcurre en el año 94, era casi imposible no hacerla con estos mismo personajes.

-Me acuerdo que en esa nota anterior que te hice mencionaste que tenías una carpeta con todos los libros que tenés pendientes de escribir. ¿Ya estás trabajando en algo de esa carpeta?

-Estoy trabajando en una novela que empecé hace poco más de una semana. Apenas tengo la primera página. Es una novela que tiene que ver con mi libro La mujer del maestro, es una especie de recreación de un tema de Henry James, de su novela La próxima vez y la mía se va a llamar La última vez. Ahí vuelvo al mundo de los escritores, no quiero contar mucho más porque recién estoy empezando, si bien la tengo toda pensada soy muy lento para escribir.

-Hace tiempo fui entrevistar a Antonio Dal Masetto y él arriba de su escritoria tenía una frase que decía “Justificá tu día”. Desde entonces, tengo la costumbre de preguntarle a los escritores cuándo sienten que tuvieron un día productivo. En tu caso, ¿cuándo te sentís asÍ? ¿Qué tiene que pasar para que estés conforme con lo que hiciste durante el día?

-Hay una frase en latín que alguna vez me dijeron que es que no pase un día sin que escribas una línea, parece que es un lema famoso en latín para los escritores. En mi caso, siento que justifiqué mi día cuando escribí una página de la que estoy conforme.

-¿Solo con escribir alcanza para que tu día esté justificado no son importantes otras cosas? ¿Jugar al tenis por ejemplo?

-Por supuesto que es importante para mí jugar al tenis, pero como escritor te digo lo otro. Como persona me pasan cosas fantásticas en muchísimos otros aspectos. Seguramente si le hago un game a mi entrenador, también justico el día.

-¿Te da más felicidad hacerle un game o una página bien escrita?

-No, una buena página es mucha felicidad. Terminar una novela es una felicidad infinita.

-En esta relación con la productividad y el tiempo, ¿qué lugares ocupan las redes sociales?

-Desde hace un par de años tengo una cuenta de Twitter que se llama Leo y subrayo y la tomo como una especie de libreta de subrayado de los libros que estoy leyendo. Me resulta agradable saber que yo anoto alguna frase y hay unas quinientas o mil personas que leen la frase y por ahí después se interesan por el libro. Yo siempre creo que en todos los libros hay literatura, pero no todo el tiempo. Cada tanto aparece la literatura en una analogía feliz, en una buena frase, en un epigrama, esos momentos muchas veces se pueden capturar en un tweet. Mayormente uso mi cuenta para eso, por supuesto también aviso si hay una presentación de mis libros, una nota o ese tipo de cosas que tienen que ver con mis actividades, pero lo esencial de la cuenta son subrayados de otros autores.

-¿Y estar en las redes no te quita tiempo valioso de lectura?

-No porque no estoy mucho ahí, es algo muy esporádico. De todos modos, también me sirve para enterarme de cosas que tal vez no salen en los diarios.

-¿Los diarios sí los seguís leyendo todos los días?

-Las noticias sí trato de seguirlas todos los días. Es algo que me interesa mucho, que me angustia. Siempre hay una angustia con las noticias del país, vivimos en un estado de angustia. Desde la dictadura, la posdictadura fue tremenda también porque había una situación de zozobra, lo que fue el menemismo, el fracaso de la Alianza, los primeros años del kirchnerismo con todo el tema del no pago a la deuda, el terrorismo que había alrededor de que se dejara de pagar la deuda. Siempre hubo momentos angustiantes. Dentro de todo, para mí los años que fueron más normales fueron los años del kirchnerismos, que ahora los demonizaron, pero si uno mira a la distancia la historia argentina es una historia de angustia y sobresaltos permanentes.

-¿Te ves incluyendo la coyuntura política de nuestro país en un próximo libro?

-La verdad es que no. He militado mucho en mi vida, he participado en política, he tenido muchas discusiones y desencantos porque acá siempre se gira a la derecha, nunca nadie mira a la izquierda. Entonces llega un momento en el que decís “y bueno, les gustará esto”. De todos modos, escribí un par de piezas que tienen que ver con la política argentina. Pienso en Infierno grande y en un cuento que se llama Retrato de un piscicultor, pero no me imagino escribiendo muchas otras cosas. Para mí la ficción tiene que tener algo de mundo autónomo, obviamente siempre habrá un pie en la realidad, pero me gusta mucho la idea de la imaginación en la literatura. Me siento mejor inventando que tratando de hacer un retrato donde los personajes de algún modo reflejen situaciones contemporáneas.

-Por último, ¿caíste en la adicción a las series?

- La verdad que no, al contrario, lamento mucho que ya no se hagan tantas películas. Pareciera que ahora que el consumo obligatorio tiene que ser en formato serie, como si te quisieran vender un Big Mac de cinco pisos y uno por ahí solo quiere comer una hamburguesa sola. De todos modos, algunas vi. Mad men por ejemplo, después de verla por comparación todas las demás me parecían muy malas. Y por supuesto, mi serie favorita de todos los tiempos siempre fue Seinfeld.

Publicada originalmente en Revista Quid.

Entrevista a Germán Garmendia: “Fui escritor antes que youtuber”



Nando Varela Pagliaro

Germán Garmendia nació en Chile en 1990. Cuando tenía apenas veinte años, empezó a subir videos a Youtube y su vida cambió de un modo abrupto. Actualmente es el segundo youtuber con más suscriptores del mundo y el primero hispano.
Aunque su talento incuestionable son las redes, Germán tiene una fuerte pasión por la música y su sueño, como el de tantos, es llegar a Hollywood. Ahora volvió a probar suerte en el mundo editorial con Di hola, su segundo libro y primera novela.

-Empecemos hablando del libro, ¿cómo surgió la idea de la novela?

-Lo complicado fue pensar en la historia de Natalie y Oscar, pero no solo en su historia, sino también en el tipo de personajes y en su esencia. Para eso lo que hice fue mirar mucho hacia atrás y traté de pensar por qué estas dos personas son así, por qué se encontraron y por qué tienen sentido. Con Oscar se me complicó bastante porque muchas veces es una persona difícil de querer porque es bastante egocéntrico y muy enfocado en sus miserias. A pesar de que tiene mucho éxito, siempre se las ingenia para hacerse la víctima.

-Me hablás de Oscar y Natalie, ¿con cuál te identificás más de los dos? ¿Hay cosas de ambos en vos?

-Creo que ellos dos tienen un poquito de todos porque todos en algún momento somos bastante pesimistas, estamos centrados en nosotros mismos, pero también somos personas que de vez en cuando, tratamos de ver el lado positivo de los problemas e intentamos levantarnos con el mejor ánimo posible. Quizás no siempre, pero estamos todo el tiempo pingponeando entre Natalie y Oscar.

-         Venís de las redes sociales, donde el feedback es casi inmediato; en la literatura eso es muy distinto. ¿Cómo estás haciendo para manejar la ansiedad?

-Es bastante raro porque yo estoy acostumbrado a que subo un video y al segundo ya veo si gustó o no. Aprendes y sigues avanzando. En cambio, con el libro el proceso ha sido más largo. Hasta el día de hoy, en las firmas, la mayoría llega con el libro a medio leer. Son muy pocos los que lo han terminado porque el tiempo ha sido muy poco desde que lo lancé, pero por suerte hasta ahora he recibido un buen feedback. Además, mis nervios son mayores porque el libro no tiene nada que ver conmigo, simplemente es una historia que yo creé. Todo es tan nuevo que no sé si va a funcionar, si las personas que lo van a leer van a tener la sensación de que leyeron algo que les ayudó o que los transportó a alguna historia.

-¿Te da miedo la repercusión que pueda tener porque es la primera vez que no ponés tu cuerpo en un proyecto?

-Es complicado porque siempre estoy contando historias, pero siempre estoy delante de cámara y mis seguidores siempre están involucrados con eso. Además, como hago videos todos los días, si alguno no es bueno me lo perdonan porque sigo siendo yo, pero ahora es totalmente diferente. Aunque también debo decir que lo pensé así: quería lanzar algo que no tuviera nada que ver conmigo, quería que si alguien llegara a pasar por una librería y viera el libro, lo juzgue por el contenido y no por quién lo escribió.

-Y a la hora de sentarte a escribir, ¿cuánto pensaste en tus seguidores?

- El primer libro lo escribí pensando el cien por ciento en ellos, en este en cambio hice todo lo contrario porque el objetivo era contar una historia que me gustaría leer a mí en determinado tiempo de mi vida. Lo único que quise fue entregar el contenido de mayor calidad que puedo hacer.

-Muchos imaginan que estás todo el día con el celular grabando videos. ¿Qué momentos te diste para la escritura?

-Le dediqué todas mis tardes, porque por las mañanas para mí Youtube es todo. Después de comer siempre tengo tiempo para trabajar en cualquier otro proyecto. Igual, reconozco que fue muy complicado porque para mí es difícil estar sentado y pensar en una sola cosa. Siempre estoy con varias cosas a la vez, pero para el libro tuve que poner toda mi concentración, no puedo estar pensando un video si estoy escribiendo el libro. Fue un proceso de mucha disciplina porque si no iba a terminar la novela con muchos tonos diferentes.

-En ese proceso, ¿te ayudaron mucho tus editores?

-Los editores me ayudaron muchísimo para darme feedback cuando ya estaba todo listo; me ayudaron a estructurar la historia y a administrar los detalles. Por lo tanto, fueron muy importantes para el resultado final.

-Tu relación con la escritura de un modo más profesional, por decirlo de alguna forma, ¿comienza con este libro o en tus videos hay mucho más guionado y no tanta improvisación como uno supondría?

-Cuando empecé en Youtube, en Hola soy Germán, mis videos estaban completamente guionados. Por eso creo que fui escritor antes que youtuber. Luego, cuando creé mi otro canal, Juega Germán, eso sí ya es más espontáneo: soy yo frente a la cámara, mucho más relajado. Eso me dio la oportunidad de poder crear otras cosas. De repente ahí tengo la oportunidad de hablar de temas más serios. De este modo, le enseño otra parte de mí a mis seguidores. Eso me ha ayudado a hacer música y este tipo de libros, por ejemplo. Gracias a ese canal mi audiencia ya sabe que hay un montón de Germanes.

-La escritura casi siempre suele ir de la mano de la lectura. En tu caso, entre tantos viajes y tanto Youtube, ¿cómo hacés para encontrar tiempo para sentarte a leer?

-En el avión siempre hay tiempo. La verdad es que siempre trato de encontrar un tiempo para leer, pero se me complica bastante. Para este libro he tratado de leer lo más posible con la intención de aprender de lo bueno y de lo malo de los libros que leía. No quería que nadie que viera el libro dijera que es una novela amateur. Si bien es mi primera novela, no quería que se viese así.

-¿Querés mencionar algunos de esos libros que te ayudaron mientras escribías Di hola?

- Cuando te lanzas al mundo de los libros es un mar muy grande y nunca sabes por dónde empezar. John Green fue como el primer paso, porque al ser ambos youtubers sentía que teníamos algo en común.  

-Mencionás a John Green, ¿pensás que tiene fecha de vencimiento el hecho de ser youtuber?

-Creo que la palabra youtuber tiene mucho que ver con la persona, con el creador. Como en la televisión hay programas que duran décadas y otros que están solo un verano, en Youtube es igual. Es muy importante cómo abordas tu contenido, cómo te reinventas. La palabra youtuber en general es muy vista desde afuera y todos piensan que somos todos iguales, pero luego si te metes adentro ves que no es así. Es como decir que la música es toda igual. Hay géneros, hay canciones más agresivas, más relajadas; hay canciones que duran para toda la vida y otras que suenan solo un añito en la radio y luego desaparecen, como el hit del verano. Youtube es lo mismo, hay muchos youtubers, muchos contenidos distintos, pero la duración depende solo del youtuber en particular.

-Y ahora tu camino, ¿lo ves más por el lado de los libros y la música o hay Youtube por mucho más tiempo?

-Se puede hacer todo. Obviamente la música y los libros llevan aquí muchos años más, es un tema más sólido. En cambio, Youtube todavía se está redescubriendo. Sin embargo, hay youtubers que llevan diez años y siguen siendo relevantes en todo sentido. Ahora para saber si el tema de los youtubers seguirá dentro de veinte años más, depende de los mismos creadores. De cualquier forma, yo creo que aún falta muchísimo para creer que esto puede acabarse. Youtube es un lugar donde cualquier persona puede crear y eso no se puede matar porque hay un montón de personas que constantemente están compartiendo su contenido y quieren estar en este medio.

-¿Pensás que para la gente de otras generaciones hay cierto prejuicio con el mundo Youtube?

-Me da igual porque creo que eso siempre va a pasar. Ocurrió lo mismo cuando estaba la radio y luego vino la tele.

-¿Te da miedo que los que vienen más del mundo de los libros puedan pensar en cómo un youtuber se va a atrever a escribir una novela?

-No creo que eso pase mucho. Para mí depende de respetar el lugar en el que te mueves. Yo soy youtuber y respeto a mi comunidad y a las personas que estaban antes que yo. Creo que cuando te metes en la literatura o en la música debes hacer lo mismo, siempre hay que respetar el medio. Si llegas con demasiado ego, siempre te va a ir mal.

- Desde los chats hasta los videos, en la novela hay mucha tecnología que interfiere entre las relaciones. En tu caso, ¿cómo hacés para tener vida más allá del celular y las redes? ¿Te ponés ciertos límites?

-Es complicado porque es un tema que genera problemas que no existen. Es un teléfono pero constantemente tu cerebro está pendiente de eso. Yo trato de hacer cosas puntuales: por ejemplo antes de dormir mi teléfono no está en la habitación. Lo dejo bastante lejos y en silencio para no pensar en eso. De esta forma trato de desconectarme. Cuando estoy con mi novia, el teléfono lo pongo en mi bolsillo o mirando hacia abajo porque si no nunca paras, nunca estás en el lugar donde estás físicamente. La tecnología nos ayuda a conectarnos, pero al mismo tiempo nos desconecta. De cualquier forma, no creo que sea algo que empezó a partir de los smartphones, sino que viene pasando hace mucho tiempo. De hecho, hace poco vi un video sobre tres personas de más de cien años que daban consejos sobre su vida. Uno de ellos contaba que cuando tenía doce años se la pasaba con la radio hasta las cinco de la mañana. Eso de algún modo es muy similar al niño que ahora se pasa toda la noche jugando Fortnite y se olvida que tiene que dormir. Eso me ayuda a entender que estamos lidiando con los mismos problemas. Si hemos sobrevivido a eso, posiblemente sobrevivamos a esto también.

-A partir de las redes sociales, ¿pensás que es inevitable que las relaciones sean cada vez más efímeras?

-Creo que los millennials nos tuvimos que acostumbrar a lo nuevo, pero la generación Z ya nació con eso. Como cuando apareció Facebook y nos conectó con todo el mundo, pero más allá de que te conecte, también te empiezas a obsesionar con ciertas cosas.

Por último, ¿cuándo sentís que tuviste un día productivo?

-Si no trabaje en Youtube siento que no hice nada. Luego necesito tener un par de reuniones y ahí una vez que las termino ya me siento bien, siento que terminé el día. Lo demás ya es extra.

-¿No necesitás hacer nada que tenga que ver con lo físico o con lo espiritual?

-El tiempo extra trato de salir a caminar o a trotar con mi novia; trato de pasar tiempo de calidad con las personas que están alrededor mío, pero eso no lo veo como algo productivo sino como algo que me genera alegría.

-Las pequeñas cosas que te dan felicidad.

-Siempre pienso en estas cosas. Al trabajar en mi casa, siempre puedo tomarme breaks para hacer este tipo de cosas sencillas que me hacen bien, desde estar con mi novia o hacerle cariños al gato.

Publicada originalmente en Revista Quid.


lunes, 11 de febrero de 2019

Entrevista a Samanta Schweblin: "Soy una cuentista nata y eso es algo que no tiene solución"


Por Nando Varela Pagliaro

Samanta Schweblin nació en Buenos Aires en 1978. Sus libros de cuentos El núcleo del disturbio, Pájaros en la boca y Siete casas vacías obtuvieron, entre otros, los premios internacionales Casa de las Américas, Juan Rulfo y Narrativa Breve Rivera del Duero. Su primera novela, Distancia de rescate, fue nominada en 2017 al Man Booker Prize. En 2018 ganó el premio Shirley Jackson y fue elegida por el Tournament of Books como el mejor libro publicado en Estados Unidos. Recientemente, acaba de publicar Kentukis, una novela sobre las conexiones y desconexiones humanas, el lenguaje y todos los desentendimientos de la comunicación. Actualmente vive en Berlín, Alemania, y en su última visita a la Argentina, dialogó con nosotros.

¿Cómo surgió la idea del libro?

Supongo que deben haber habido muchas cosas que se cruzaron. Por un lado, hace seis años que estoy viviendo afuera y para mí todo lo que son los dispositivos de comunicación, las apps, se volvieron mis fuentes de comunicación con los otros. Otra cosa que me pasó es que estuve viajando mucho y tenía esta idea de ir ciudad tras ciudad y que se me empiecen a confundir las ciudades. Por eso Kentukis sucede en veintipico de ciudades distintas y casi todas las conozco. También, el momento en el que apareció la idea fue acá en Buenos Aires, en un viaje que hice hace dos o tres años atrás en el que había un boom de imágenes de la ciudad tomadas desde drones. Era divino porque había un redescubrimiento muy fuerte de la ciudad.

¿ Cómo explicarías qué es un kentuki?

Un kentuki es un dispositivo que permite el acceso remoto de un ciudadano a la vida privada de otro. Lo que te da el Kentuki es movilidad en el espacio del otro. Entonces vos podés ser un ciudadano de la india y estar paseando por el departamento de un italiano al que fuiste asignado.

A mí los kentukis me hicieron acordar a una especie de Tamagotchis tamizados con Black mirror.

Claro, este dispositivo, al estar instalado adentro de un peluche entran en juego un montón de cuestiones alrededor de las relaciones que tenemos con nuestras mascotas. El concepto de mascota es medio extraño porque finalmente uno es el amo y el bienestar de esa mascota depende de uno. El bienestar del usuario que está ahí adentro también empieza a depender del usuario que está afuera y lo custodia. Se tiene que ocupar de muchas cosas para que esa vida siga latente ahí adentro.

A diferencia de Distancia de rescate, que fue un cuento que terminó transformándose en una nouvelle, Kentukis pareciera que de entrada fue pensada como una novela, ¿no? ¿Cómo fue ese proceso de escritura?

Hubo un primer borrador en el que esbocé los primeros capítulos y ahí ya estaba todo. Era claro que era una historia que iba a contar con muchas voces diferentes; iba a suceder en distintos lugares del mundo e iba a estar estructurada por capítulos. Aunque la idea hable de algo novedoso, creo que a nivel estructural es una novela muchísimo más tradicional si la comparo con toda la experimentación que rodeaba a Distancia de rescate. Para mí no se trata de incursionar en un género o en otro o de ser experimental o no serlo, sino más bien es una cosa muy intuitiva de pensar en qué es lo que puede necesitar cada historia. Distancia de rescate necesitaba un espacio asfixiante, una manera nueva de contar esa muerte por la extrañeza, por la propia fiebre y locura en la que ella se mete con su accidente. En cambio, Kentukisera una historia que tenía que ver con las conexiones y con el lenguaje.

Acostumbrada a escribir cuentos, ¿te sentiste cómoda como novelista?

No me hace más feliz, soy una cuentista nata y eso es algo que no tiene solución. Pero, si bien no me hace más feliz, me deja más tranquila la vida del novelista. El cuento es muy agotador porque la instancia del ser escritor es muy breve. En mi caso, primero pienso mucho sobre qué voy a escribir, juego con las voces y hasta que no entiendo muy bien al menos a nivel emocional por dónde va el cuento, no me siento a escribir. Una vez que me siento, todo sucede muy rápido porque me importa mucho que en un cuento breve, la idea central de lo que va a pasar quede plasmada en una única sentada. En ese sentido, el ejercicio del novelista es mucho más relajado porque todas las mañanas te levantás y sabés en qué estás trabajando; se parece más a un trabajo de oficinista, con rutinas y horarios.

Muchas veces dijiste que tus libros son más inteligentes que vos. ¿Kentukis es tu libro más inteligente?

Habría que pensar en qué sentido es el más inteligente. A nivel emocional te diría que el más inteligente es Distancia de rescate. A nivel literario, con el libro que me siento más identificada es con Siete casas vacías. Creo que en Kentukis aprendí a no ser tan cerrada en el control que tengo del lector, pude relajarme un poco y a entregarme a la historia. Ahora si eso es un movimiento más inteligente, no lo sé.

Ahora que sabés que cada vez sos más leída, ¿cuánto modifica eso tu escritura a la hora de sentarte a escribir?

Que uno escriba no significa que luego vaya a publicar. Hay una cantidad de material descartado o latente detrás de cada libro que se publicó que ni siquiera tiene que ver con ese libro. Lo que sí es cierto es que cuando uno empieza a tener más lectores, tiene una responsabilidad más alta con el pacto con el tiempo.

De todos tus libros, Kentukis es el que menos se parece al resto de tu obra, ¿vos ves algún punto de contacto con los demás libros?

Cuando lo estaba escribiendo no, porque sentía que estaba trabajando fuera de mi zona de confort y pensaba si eso no era un poco peligroso. Es mi primera novela coral, mi primera novela formalmente tan larga, está narrada por un narrador en tercera, que es totalmente ajeno a mí, porque yo siempre me involucro con los personajes en la primera persona. Además, el tema de la tecnología me parecía insólito. Pero llegando a la segunda parte del libro me di cuenta de que en realidad seguía hablando siempre de lo mismo: los vínculos, la incomunicación con los otros, el problema del lenguaje y la soledad. Además, había algo que es lo que al final me da confianza en mis textos que es sentir el latido de la tensión. Esa tensión que hay de fondo que me interesa tanto y que cuando no está yo misma la suelto como lectora de mis propios textos.

Sos una escritora muy de ficción pura o absoluta por etiquetarla de algún modo. ¿Es posible que alguna vez escribas algo más emparentado con lo que ahora llamamos literatura del yo? ¿Tenés alguna historia autorreferencial que tengas ganas de contar?

Tengo una historia que estoy descubriendo que tiene que ver con el pasado de mi lado paterno. Es un pasado muy tremendo, muy oscuro, que todavía estoy tratando de digerir y recién ahora estoy empezando a encontrar las formas, ni siquiera de entenderlo, pero sí de enterarme. Es algo muy nuevo y me doy cuenta, por el peso que tiene la historia, que tarde o temprano la manera de digerir todo esto va a ser escribir un libro. De todos modos, por más que uno tiene toda esa carga emocional después tal vez hace otro libro de ficción absoluta, que es lo que a mí más me está interesando ahora, pero no reniego de lo que llaman la literatura del yo.

¿Cómo lectora sí te interesa el género?

No es lo que más leo, pero por supuesto que hay libros muy buenos. Claus y Lucas, por ejemplo, es un libro de ficción absoluta y uno puede leer todo el tiempo la historia de Agota Kristof detrás de ese libro. Esos libros híbridos entre las biografías y los mundos absolutamente imaginarios de un escritor son hermosos.

Muchas veces te leí hablando sobre tu vida en Berlín. Tu abuela te decía que si estás preparada para la tristeza, la vida te sorprende con algunas alegrías. ¿Qué te da tristeza y qué te da alegría de vivir ahí?

Me da alegría la libertad. Esa es la gran diferencia entre vivir acá y vivir allá. Libertad en todo sentido: libertad económica. Allá trabajo un tercio de lo que trabajaba acá para vivir y todo el resto del tiempo es escritura. Es tremenda la diferencia de lo que sale comprar el tiempo libre allá para poder producir. La libertad física también es muy importante. Yo viví toda mi vida en Buenos Aires y no sabía que una mujer podía salir con sus amigas y volver sola a las tres de la mañana en bicicleta. No sabía que eso era un derecho y es hermoso. Eso es algo que nunca se nos ocurriría como latinoamericanas. Después está la libertad que uno siente en una ciudad en la que todo está pasando al mismo tiempo y uno puede elegir dónde se mete y dónde no. En qué momento te encerrás en tu propia burbujita y la ciudad te desconoce porque al final sos una extranjera.

Y con el lenguaje, ¿cómo te llevás?

Cuando llegué no solo no hablaba una palabra de alemán, sino que mi inglés era terrible. Por eso lo primero que hice fue estudiar inglés. Recién ahora estoy empezando a estudiar alemán. Me encanta, es un idioma precioso y súper difícil.

Dicen que la vida es muy corta para aprender alemán.

Ese es uno de los dichos que está colgado arriba de la puerta del instituto donde estoy estudiando. Eso nos recuerda que siempre hay un plan mejor que estar ahí aprendiendo alemán. Lo que pasa también con el alemán es que no lo necesito nunca para nada en mi vida en Berlín. Todo sucede en inglés o en español. Hay una comunidad hispanohablante enorme.

¿Te da miedo que tu español suene un poco anacrónico, como le pasaba a Cortázar cuando estaba en París?

Me pasa algo parecido. Me pregunto también cuánto tendrá que ver esta novela con ese ruido que tengo ahora en el lenguaje. Igual, se vive muy diferente que en el momento en el que vivió Cortázar. Lo que te pasa cuando vivís afuera, sobre todo en un microclima latinoamericano, es que tu porteño se neutraliza porque sabés que si decís “salgo en musculosa”, el otro te mira sin entender nada.  Para dejar de hacer ruido, empezás a neutralizar y también empezás a tomar palabras de los otros españoles que son hermosas y no existen en tu lengua. Lo que me pasa a mí cuando escribo es que mi cabeza vuela inmediatamente a Argentina porque todo lo que pienso sucede ahí, pero mi porteño es un porteño de hace seis años atrás. Entonces me pregunto: ¿qué es más natural: que mis personajes hablen como yo o que hablen como argentinos, cuando en realidad esto sonaría forzado porque no es mío de manera natural?

Sigamos hablando del lenguaje. No sé si leíste la nota de Alan Pauls en la que se oponía al lenguaje inclusivo muy enfáticamente. En tu caso, ¿qué opinás al respecto?

Para mí es muy extraño lo del lenguaje inclusivo porque no le escuché nunca tet a tetporque no vivo acá. Lo veo en las redes sociales, pero son contadas con los dedos de las manos las veces que los tuve en una conversación frente a frente. De cualquier forma, creo que es hermoso, que no lo sienta de manera natural porque estoy muy lejos, no significa que no me parezca algo realmente precioso. Me parece que ver mi lengua cambiando como está cambiando en vivo, girando sobre un eje tan puntual, es algo alucinante. Qué cosa más preciosa puede pedir un escritor que ver esta transformación en este momento.

¿Te ves formando parte del cambio y hablando así?

Lo escuché a Hernán Casciari diciendo algo que me parece que es justo lo que va a pasar. Hernán decía que para él es muy extraño entrar en una fiesta y decir “vamos todes afuera” porque no es de nuestra generación, porque no lo entendemos todavía, porque no es un ejercicio que nos salga de manera natural, pero va a llegar un punto en el que si en una fiesta decimos “vamos todos afuera”, solo van a venir los varones. Entonces, vas a tener que decir “vamos todes afuera” y punto. Porque a veces vos cambiás el lenguaje y otras, el lenguaje te cambia a vos.

Nombraste a Casciari. Hace un tiempo lo entrevistamos y nos decía que el hecho de vivir afuera a él le dio cierto prestigio. En tu caso, ¿pensás que el hecho de escribir desde Berlín te coloca en un lugar distinto?

No creo que estar afuera sume respeto. Conozco mucha gente que está afuera y que no respeto, pero sí me parece que hay algo con la figura del escritor que, al no estar tan al alcance de la mano, los lectores se movilizan más cuando venimos al país. Estar afuera ayuda a moverse de una manera un poco más ágil y más cómoda en un contexto literario internacional: viajar a festivales o a determinadas lecturas que te puedan invitar en Europa. Desde Argentina es muy difícil que un editor se arriesgue a invitarte a Croacia. En cambio, desde Berlín es posible. Ahí sí ser extranjera termina acercándote a tus lectores extranjeros, pero no sé si te acerca a los lectores de tu propio país.

¿Te ves volviendo o eso todavía no está en tus planes?

Es una sensación muy extraña porque cuando pienso en un futuro lejano nunca me pienso viviendo en Europa. Para mí mi futuro lejano es Buenos Aires, pero no me veo volviendo ahora. No solo por la situación argentina, sino porque una vez que uno sale de su país siente una libertad tan bonita que es más tentador ir a la ciudad siguiente que volver. Pero, siempre les hago el mismo chiste a mis amigos y les digo que, cuando vuelva a Buenos Aires, yo voy a ver elegido vivir acá, ustedes no.

Este fue un año muy intenso y de muchos logros para las mujeres. En una nota te leí citar a Marguerite Yourcenar que decía que no quería participar de ningún espacio en el que por ser mujeres las pongan en un lugar aparte. ¿Pensás que la literatura y las mujeres escritoras tienen el deber de manifestar su postura?

Yo soy de las que creen que no hay que presentarse a esas mesas y te digo que este año he rechazado unas siete u ocho invitaciones a mesas de mujeres. Con respecto a si tenemos algún deber, creo que en todo caso el deber es como ciudadana, no sé si el deber está puesto en la literatura. La literatura es la que es y por ósmosis y transpiración dice lo que pienso y cómo veo el mundo. Para llevarlo a un lugar más personal y del día a día, la gran lucha este año fue el ejercicio continuo que estamos haciendo todas las mujeres en nuestros espacios íntimos de empezar a poner límites y barreras que antes no poníamos, simplemente porque antes no nos dábamos cuenta, pero ahora que te das cuenta es hasta cansador el ejercicio. Hay un ejercicio de revisionismo del mundo pequeño que está buenísimo, pero es muy cansador.

En el campo literario, ¿creés que sigue habiendo diferencias entre hombres y mujeres?

Sigue habiendo diferencias, pero no en la escritura. En la escritura no hay género, hablamos de diferencias en el mercado. Se nota muy bien la diferencia de cómo va creciendo el espacio de la mujer de generación en generación. Si mirás las generaciones más grandes, son todos hombres los que ocupan puestos de poder. En mi generación, eso ya es mucho más par y si ves las generaciones que vienen ya hay una mezcolanza preciosa.

Publicada originalmente en Revista Quid.