lunes, 11 de abril de 2016

Entrevista a Liniers:“El trabajo de los hijos en algún momento es asustar a sus padres”


Nando Varela Pagliaro

“Cuando me llegó la propuesta del Zorro Rojo yo estaba en un momento en el que tenía demasiado trabajo y me había propuesto decir a todo que no. Sin embargo, cuando empecé a leer el libro y vi que eran todos crímenes súper sangrientos, me di cuenta de que podía encontrar un lado B de lo que yo hago. Además, el hecho de trabajar sobre un texto que no era mío me permitía pensar solo en la propuesta estética, en la forma en que quiero dibujar”. Ese libro lleno de sangre es Crímenes ejemplares y el que habla desde su casa-estudio en Barrio Norte es Ricardo Liniers Siri, el mismo que desde hace más de trece años ilustra las contratapas de La Nación con su tira Macanudo.  

- “A veces se agacha para observar el mundo desde el mismo punto de vista que tenía cuando era niño”, escribiste en una de las recientes tiras de Macanudo. Cuando hacés ese ejercicio, ¿qué es lo que ves?

-Antes tenía que hacer memoria, pero ahora que tengo a mis hijas, tengo ayuda memoria. Es muy divertido espiarlas y ver cómo van descubriendo cosas nuevas. Por ejemplo, ahora Clemi acaba de descubrir a Michael Jackson y no puede creer que el tipo camine para atrás. Lo bueno es que para ellas todo es nuevo.

-¿Y vos te acordás cómo eras de chico?

-Uno nunca sabe bien cómo era. Tengo la sensación de que era bastante tímido. Era de los que miraban desde el costado, nunca fui el centro de atención. Mi hermana Juana sí era la que comandaba todo. Ella era más chica que yo, pero me acuerdo de que en la Navidad se ponía a cantar con mis tíos canciones de Sinatra y yo no podía creer que se animara a hacer algo así.

-Me hablabas de Clemi. Además de ella, tenés dos hijas más, Matilde y Emma. ¿En qué cosas de ellas te reconocés?

-Tal vez por una cuestión medio egocéntrica, lo primero que siempre vemos los padres son las cosas que tenemos parecidas con nuestros hijos. En mi caso comparto con ellas ciertos niveles de obsesión. Me acuerdo que cuando Matilde tenía cinco años se obsesionó con los dinosaurios. Siempre pensás que en algún momento tu hijo te va a decir algo que te va a dejar humillado en tu falta de conocimiento, pero uno cree que eso va a pasar cuando ya tenga quince o dieciséis años. Sin embargo, a mí me pasó cuando Matilde tenía solo cinco. Una tarde, como la veía entusiasmada, le dije: “Matilde, si estudiás mucho, un día vas a ser arqueóloga y vas a poder buscar dinosaurios”. Matilde me escuchó, esperó a que terminara y me dijo: “Ay papá, los paleontólogos buscan dinosaurios, no los arqueólogos”.

-Tu profesión tiene mucho que ver con la infancia, ¿cuándo sentís que traicionás al pibe que fuiste?

-Podría decirte que tuve muchos cambios sustantivos en mi personalidad. Si ese pibe tímido hoy me viera arriba del escenario con Kevin [Johansen] haciéndome el payaso, no podría manejarlo. De todos modos, a mí me gusta pensar al revés de lo que vos me decís. Porque muchas de mis tiras de Macanudo son mensajes a mí de chico. Me ilusiona pensar que a alguno le caerá justo una tira que a mí me hubiese servido. Esas son de las cosas más lindas que tiene este laburo.

-Supongo que en tu época, los líderes del grado eran los que mejor jugaban a pelota. Ser el que mejor dibujaba, ¿qué beneficios tenía?

-Tenía beneficios maravillosos para el que mejor dibujaba, que no era yo. Como mucho entraba en un elegante tercer puesto. Yo me juntaba con dos o tres a los que no se nos daba muy bien el deporte, nos gustaba dibujar historietas, leíamos los libros de Stephen King y veíamos las películas de Spielberg. Cuando jugaba a la pelota, como era muy malo, me gritaban mucho y la verdad es que no me gustaba. En cambio lo bueno de dibujar historietas era que no te retaba nadie. 

-Decís siempre que todo el mundo dibuja, pero llega una edad en la que algunos paran y otros siguen; los que siguen son los dibujantes en serio.

-Con la historieta hay un error conceptual porque la gente cree que hay que dibujar bien.  Cuando en verdad lo importante en el humor gráfico es dibujar gracioso, no dibujar bien.

-Y en tu caso, ¿cuándo te diste cuenta de que el dibujo era algo serio y que podías vivir de dibujar?

-Fue gradual. De chico nunca pensé en que iba a poder vivir de esto. Por eso me anoté en Derecho y en Publicidad, pensando en que tenía que vivir de algo que no fuera matemático o que no involucrara la sangre. Esos eran mis dos parámetros. Pero al tiempo de estudiar me di cuenta de que ninguna de las dos carreras me interesaba demasiado, así que empecé a hacer algo para mí. Ahí me anoté en un taller de historieta porque me acordé de que cuando era chico me gustaban las historietas. Ese fue el “momento Robocop” de mi vida. ¿Viste que Robocop apunta con la mira y cuando encuentra el objetivo suena una especie de alarma? Bueno, cuando me anoté en esos talleres sentí que con la mira encontraba lo que estaba buscando. 

-¿En tu casa cómo lo tomaron?

-El trabajo de los hijos en algún momento siempre es asustar a sus padres. Seguramente, mi viejo que es abogado, cuando yo estudiaba Derecho se imaginaría que yo iba a seguir sus pasos, pero de repente tuvo que cambiar de idea. Me lo imagino hablando con sus amigos: “Che, ¿en qué anda Ricardito? No ahora está dibujando duendes”. Dejando el chiste  a un lado, tuve mucha suerte de que si bien era un poco extraterrestre el planteo que les hice a mis viejos, ellos enseguida me apoyaron. Además, con el tiempo me fui dando cuenta de que no fue culpa mía, sino de ellos. Porque fueron ellos los que a los diez años me hacían ver películas de Woody Allen, los que me mostraban a los Monty Python y me decían “leé este libro de Kafka que te va a encantar”. Estoy seguro de que si le das de leer Kafka a un chico de diez años, no hay muchas chances de que generes un abogado.

-Alguna vez contaste que hiciste un dibujo de Mazinger, que para vos era increíble y se lo llevaste a tu mamá para que lo viera. Ella lo vio y te dijo que estaba bárbaro. Después le llevaste un mamarracho y te dijo lo mismo. En lo que hacés, ¿cuánto te influye la mirada de los otros?

-Cuando decidí dedicarme a la historieta, de algún modo anulé la mirada de los otros. A partir de esa decisión siempre hice lo que necesité hacer, no lo que debería hacer. En un momento me daban miedo las comparaciones porque ponía mi chiste pésimo y al lado ponía todo Mafalda. Obviamente no voy a llegar a hacer algo como Mafalda, pero descubrí que lo importante es poner un ladrillo por día, que hacer una historieta es algo gradual.  

-En esto de hacer un trabajo diario, decís que una vez que hiciste cinco mil chistes es mucho más fácil pensar uno que copiarlo. ¿Tenés miedo a la hoja en blanco, a que ya no se te ocurra nada más?

-No, al contrario, la hoja en blanco es lo que te divierte. La gente cree que siempre las ideas se le ocurren a uno solo, pero pasa mucho ahora en el mundo de Twitter y Google que uno descubre que la misma idea por ahí en el mundo se le ocurrió a cien tipos diferentes. Lo importante en ese sentido es ser honesto con lo que uno tiene para decir.

-Con respecto al hecho de encontrar una idea, veo que en este estudio hay libros desde el techo hasta el piso. ¿Eso te ayuda o en algún momento tanta información también puede agobiarte?

-Estamos rodeados de libros porque tanto mi mujer como yo somos muy lectores. Yo puedo no acordarme del libro, pero necesito verle los lomos en la biblioteca y eso de alguna forma me trae una sensación de lo que me pasó cuando lo leí. A la larga todo termina formando parte de lo que hago; desde  los libros que leí hasta las películas que vi o la música que escuché. En cualquier disciplina artística uno siempre se para en los hombros de los gigantes. El único que inventó algo fue el que pintó las Cuevas de Altamira.

-“Los chicos dibujan bien porque dibujan sin miedo”, dijiste en alguna entrevista. ¿Se puede percibir el miedo en un dibujo?

-  Lo percibís cuando el que dibuja está tratando de ser otro dibujante, cuando de una u otra forma tiene miedo de ser él mismo. Igual, en un principio esa es la manera de aprender. Lo importante en toda disciplina artística es que las cosas parezcan naturales. Cuando uno lo ve bailar a Julio Bocca parece que ni hace fuerza en cada salto. La única manera de que ese salto parezca natural es hacerlo un millón de veces. Maradona gambeteó a un millón de tipos hasta que le salió el gol a los ingleses. Lo hacen parecer fácil, pero no es fácil.

-Desde hace unos años, venís compartiendo escenarios y giras con Kevin Johansen. Muchas veces lo propio de un plan es que falle. Entre ustedes ¿por qué el plan no falló?

-Yo creo que el plan falló y en las fallas descubrimos la diversión.  La idea de que hagamos algo juntos en realidad no fue ni de Kevin ni mía, sino de alguien que trabaja con él. Empezamos muy de a poco, yo dibujaba desde la consola, pero después Kevin quiso que estuviera con él en el escenario. Pero la verdad es que no fue algo que pensamos demasiado. Todo se dio de manera muy intuitiva.

-Antes decías que los dibujantes son los que siguen dibujando aún de grandes. Los periodistas, tal vez seamos los que toda la vida nos sigamos preguntando el porqué de las cosas. En tu caso, ¿por qué dibujás?


-La respuesta fue cambiando. En un principio tal vez porque quería ser o formar parte de ese grupo de pibes que también dibujaban y que yo admiraba. Después me di cuenta que para ser uno de ellos tenía que sentarme y decir algo. Ahora debemos estar en el momento en el que más gente está hablando al mismo tiempo, pero gente que realmente diga algo no hay tanta. Macanudo lo empecé para tratar de decir algo optimista. Si estamos todos yéndonos para abajo, lo que quiero es tirar un salvavidas, no un yunque. 

Publicada originalmente en la revista Quid, marzo 2016.