lunes, 31 de agosto de 2015

Entrevista a Luis Ortega: “El crimen te da una identidad”


Nando Varela Pagliaro

Pasó su infancia y su adolescencia entre Buenos Aires, Miami y Tucumán, eso le sirvió para darse cuenta cuál es su lugar. En su casa, en el barrio de Almagro, me confiesa que no hay nadie que lo mueva de esta ciudad. Recuerda que apenas llegó de Tucumán fue Ana María Picchio la que se encargó de llevarlo a ver mucho cine y mucho teatro. Con ella vio desde las películas de Kurosawa hasta Gummo de Harmony Korine. Esa fascinación, cuando tenía dieciocho años, lo llevó a anotarse para a estudiar cine. En esa época, Luis estaba de novio con la actriz Dolores Fonzi y muy pronto en vez de seguir yendo a la universidad, prefirió dedicarse a escribir para ella y un amigo que conoció en las calles de San Telmo. Así hizo su primera película con apenas diecinueve años y encima le salió bastante bien. “Como la mayoría de la gente, nunca quise trabajar. El otro día leí que Warhol decía que el arte es cuando te salís con la tuya. Para los que tenemos suerte de que eso sea un trabajo, salirte con la tuya, sabés que si fueras libre harías lo mismo”.
-Creo que Confucio decía “elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida.”
Totalmente, pero hacer lo que a vos te gusta en un contexto de mucha responsabilidad, con un equipo de cincuenta personas y mucha plata en juego, es una mezcla de amor y libertad pero con un sistema como el de la colimba. Tenés que levantarte bien temprano y al otro día por más que te hayas acostado a las cuatro, a las cinco hay que estar arriba otra vez, para salir a rodar. Con Historia de un clan es la primera vez que trabajo así y la verdad es que me dio un resultado muy bueno.
-Cuando estrenaste Caja negra, Leonardo Favio te hizo llegar una carta con palabras muy elogiosas, ¿En algún momento eso lo viviste como un peso?
-Más que un peso fue una bendición. Lo que sí fue un peso fue haber empezado tan chico porque después hice dos películas que son malas. La verdad es difícil vivir habiendo hecho dos malas películas y lo peor es que todavía puedo hacer muchas malas más. Saber que uno hizo algo así, que está dando vueltas por Internet y no sabés cómo sacarlo, te puede quitar el sueño. Entre Caja negra y hoy, en el medio pasaron diez años en los que fallar tuvo un beneficio importante para mí. Todos esos pasos en falso, esos errores que sufrí mucho y todavía sigo sufriendo, de repente ahora se capitalizaron para saber muchas cuestiones del oficio como los lentes que me conviene usar o cómo hacer para llevar a un actor hasta un lugar que ni tiene nombre, pero que él igual lo pueda interpretar. Además de servirme para tener un conocimiento técnico, también me ayudó para llevar la música a la imagen. Cuando vos sentís que naciste para hacer algo y que si no lo hacés, te tenés que matar, no hay un plan B. Tenés solo un plan A; puede fallar, pero no tenés un plan B. Es esto, o matate si no te gusta.
-Hace poco editaste un disco de canciones propias, ¿la música no es un plan B?
-No, no ocupa ese lugar. De hecho nunca presenté el disco. Lo hice con mi novia y con amigos, pero nunca tuve la intención de salir a mostrarme como cantante. Aprendí a tocar la guitarra, cosa que pensé que nunca iba a poder hacer, y empecé a hablar sobre acordes. Me sanó mucho hacer música, pero sé que no soy ni músico ni cantante, ni pretendo serlo.
-¿Por qué nunca mostrarías el disco en vivo?
-Tocamos dos veces con María Eva Albistur, Fernando Samalea, Daniel Melingo, Willy Crook y Patán Vidal y armamos una banda que se llama Los Quietos.
-Y como Luis Ortega solo, ¿tocarías?
-Toqué solo una vez y por plata.
-¿Puede ocupar ese lugar la música, el de solventar el cine que te gustaría hacer?
-Puede pasar que milagrosamente algo que ni siquiera sabés hacer de repente te dé algún dinero. A mí un día me llamaron para tocar y fui. Yo sé que ni toco ni canto bien, pero puedo escribir una canción. Eso está bueno, pero no me voy a subir a un escenario a hacer algo que no se hace así nomás. Aparte no soy tan rockerito. Prefiero mirar el escenario. Igual, cuando tocamos, fue una sensación increíble: nunca sentí tanta adrenalina y tanta complicidad. La complicidad entre los músicos va más allá del amor. Ahora hice la cortina del programa y lo llamé a Pity Álvarez para que lo cante él. Lo armamos con Samalea, después vino Pity, le puso la voz y después lo llamé a Ezequiel Araujo, que es un productor maravilloso. Él lo terminó de mezclar y producir. Ahora siento que me metí un poco más en el mundo de la música y me encanta.
-Estás grabando un disco nuevo, ¿puede ser que se vaya a llamar María Cash?
-No, no se va a llamar María Cash, pero sí hay una canción que se llama así. El disco todavía lo estamos haciendo y lo está produciendo Daniel Melingo. Hace ya tres años que tengo las canciones, pero recién ahora lo estamos terminando.
-¿Sigue la misma línea que el anterior o es muy distinto?
-No tiene nada que ver con el anterior. Son todas historias, crónicas delincuenciales y de asesinos.
- ¿Tiene más que ver con la serie que estás haciendo?
-A veces me es más fácil contar una historia en una canción que en una película.
-Antes decías que estabas conforme con poder trabajar con más recursos. ¿Si tuvieras más recursos para tus películas, harías otro cine o preferirías seguir filmando como lo hiciste hasta ahora?
-No quiero filmar más así. O hago Caja negra y Dromómanos, que soy yo con una Mini DV en la mano o hago Historia de un clan. En el medio no hago más nada porque es una mentira, una especie de estafa. Ese cine se sigue produciendo porque los productores cobran guita de los subsidios y le producen películas a cualquiera. Hasta a un boludo como yo, que no tenía claro lo que iba a hacer en ese momento y eso es evidente por el resultado de las películas. Entonces, o no me das nada o dame todo.
-Ahora las matás a esas películas, pero en el momento del estreno, ¿qué pensabas?
-Siempre supe que eran malas películas.
-Pero las tenías que defender de todos modos.
-No, nunca las defendí. Tal vez en el estreno no salía a decir que eran una poronga y quizá en algún momento sentí que no estaban tan mal. Pero tenía más que ver con alejarme de algo, que con lo que yo quería. Cuando no sabés lo que querés, a veces terminás en lugares en los que no querés estar. De todos modos, fueron pruebas y errores, lástima que se hayan editado.
-Este cambio de postura, ¿tiene que ver con querer hacer un cine más masivo del que venías haciendo?
-No lo pienso en esos términos. Lo que estoy haciendo ahora tiene la locura que tiene Dromómanos, pero tengo quince actores a mí disposición que tienen gran confianza en mí. Yo los puedo exponer a una situación extrema y ellos van en la dirección que les digo aunque corran el riesgo de quedar en ridículo. Cuando trabajás con otras personas, tiene que haber mucho amor para que el otro se entregue. Tiene que saber que si estallamos, estallamos los dos y en definitiva la culpa siempre es del director. En Historia de un clanestamos haciendo escenas muy extremas sin siquiera estar escritas. Ahí tiene que haber un ida y vuelta muy grande.
-¿Te interesa qué va a pasar con el programa una vez que salga al aire o no te importa cuánta gente lo vea?
-Siempre quiero que vaya bien. Yo no vivo para la plata, pero mientras más tenga mejor, porque puedo hacer la próxima película. Y si al programa le va bien, va a ser más fácil para mí poder conseguir plata. No estoy tan apegado a esas cosas, pero me gusta todo lo material. Además, si el otro ve que vos tenés, te lo va a volver a dar. A cualquiera que niegue el éxito, la verdad es que no le creo. Yo no soy ni actor ni músico, así que no me sigue nadie y nadie me reconoce. No voy a renegar porque le vaya bien a algo que hago.
-¿Cuánto tuvo que ver Rodolfo Palacios en Historia del un clan?
-Todo esto empieza cuando yo lo conozco a él. Mi hermana Julieta me dijo que leyera un libro de él sobre Robledo Puch y lo leí en una noche. Ella me dijo que lo llamara a Rodolfo porque él lo conoció a Arquímedes Puccio. Lo llamé y fue amor a primera vista. En ese encuentro me trajo el libro del robo al Banco Río. Ese material era el que yo necesitaba para encarar el proyecto del clan porque ahí conocí a los miembros de la banda y entendí algo fundamental que es que la posibilidad de cometer un crimen, te puede decir quién sos. En un mundo donde nadie sabe quién es, el crimen te da una identidad. Aunque seas un raterito, sos algo. En un mundo de fantasmas es muy importante tener un rol porque solo la minoría lo tiene. También me di cuenta de que el que comete un crimen, para seguir viviendo, tiene que seguir haciéndolo.
-No es fácil salir de ese lugar.
-No puede salir porque es como ir a la guerra. ¿Viste esa película del tipo que desarma bombas y vive con una adrenalina tremenda? Después cuando vuelve de la guerra a su casa y está en una góndola de un supermercado viendo cuál de todos los cereales elige, ya no se siente vivo. Necesita ese nivel de peligro para seguir comunicado con lo esencial. En los Puccio pasa lo mismo. Meten a un tipo en la casa, cobran el rescate, lo matan y usan la guita, pero después se dan cuenta de que lo que ellos quieren es tener al fantasma en la casa. Entonces, mejor no cobrar tan rápido, que el tipo esté porque aunque nadie lo vea, hace que la familia funcione mejor. Cuando hablé con Vitette, el ladrón uruguayo que cayó preso por haber robado unas joyas en una casa, unos meses después del robo al Banco Río, le pregunté qué hacía robando joyas, después de haberse llevado veinte palos. Vitette me dijo: “A mí veinte palos no me dan lo que me da entrar en una casa, llevarme una estatua, bajar trepando desde el piso dieciocho, que se me caiga y verla como revienta en la vereda y yo sentir que me podría haber caído yo. Eso no me lo dan veinte palos. Puedo parar cuando el cuerpo no me deje trepar más una pared”. Eso que es Roberto Arlt puro, me lo trajo Palacios. Me sirvió un banquete alucinante, me llevó a las cárceles y me hizo un recorrido muy a fondo de ese mundo, que no es el de los Puccio, pero terminó siéndolo. Como dice Palacios, todos se conocen: ladrones, asesinos y estafadores. Los violadores son los únicos que no entran en la aristocracia del crimen, pero un ladrón de banco adentro de una cárcel, no es alguien cualquiera. Arquímedes, cuando entró a la cárcel, me contó “la Garza” Sosa, que estuvo detenido con él, que le dijo a los guardas “cuando yo agarre la manija los voy a vestir a todos de rosa”.
-Hace poco Campanella, que con Entre caníbales hizo una apuesta diferente en cuanto a los formatos televisivos habituales, dijo que “la audiencia está muy acostumbrada a algo que se pueda ver sin mirar”, ¿estás de acuerdo con eso?
-Sí, estoy de acuerdo. Por eso tanta gente vio El secreto de sus ojos, solo que cuando algo te sale mal encontrás una excusa.
-¿Pensás que el cine que hace Campanella o películas como Relatos Salvajes van detrás de una fórmula en vez de una búsqueda artística genuina?
-De Relatos Salvajes vi solo veinte minutos. Lo que pienso es que no hay por qué tachar o quitarle el valor a las cosas que a uno no le gustan. Yo aguanto veinte minutos, si todavía no me la puso, me voy. No soy de los que se quedan hasta el final porque pagué una entrada. A mí me gusta volar.
- ¿Y qué pensás de que se estén empezando a hacer remakes, como en el caso de La Patota?
-A mí, pensando como alguien que hace cine, me parece un disparate hacer una remake. Ahora, como una empresa, entiendo que lo encaren de esa manera. Igual, la película todavía no la vi, así que mucho no puedo hablar. Pero claramente es un emprendimiento empresarial y siempre se encuentran directores para eso.
-En tu caso, cuando aceptás trabajos para televisión, ¿sentís que te traicionás como director?
-En realidad, además de Historia de un clan, solo hice una cosa en tele que esLa noche de los bastones largos, que iban a ser tres capítulos hechos por Caetano y tres por mí, pero la verdad es que no me sentí capacitado para hacerlos, salvo una historia que veía que podía tener más libertad para contarla. Esa historia se llamaba La ley primera. Después lo que sí hice en televisión fueron changas, como ir a poner la cámara para un piloto. Pero la verdad en todo lo que hice hasta ahora no siento que me haya traicionado. De algún lado tengo que agarrar un billete. Cuando voy a poner una cámara, es mi cuerpo, no soy yo, no tiene mi firma.
-¿Alguna vez te arrepentís de haber elegido este camino que es evidente que tiene muchas dificultades?
-Es que para mí no fue una elección. Hay gente que tiene muchos planes. La elección por ahí es tener un enano en la cabeza que te dice: “No seas careta, no te dejes mentir”. Ese enano que te vigila, lo ponés vos en tu cabeza, pero de repente se retoba y te mete caño para que hagas las cosas mal. Lo que uno instala es el chip de qué pastilla se va a tomar: la roja o la azul. Pensar que te tomaste la equivocada es parte de lo que tiene que pasar. No creo que yo haya podido hacer otra cosa, ni que Campanella haya podido hacer otra cosa. Por eso no podés ir a atacar a nadie y decirle “sos un mentiroso, lo estás haciendo por la plata” porque cada uno hace lo que puede. Pasa que en este mundo somos todos muy celosos y a ningún director le gusta que otro tenga mucho éxito. Salvo que realmente te encante lo que hace. Que a Campanella, Szifrón o Mitre les vaya bien, no me quita nada porque su mundo no es el mío. Ellos no cuentan lo que yo quiero contar, cuentan algo que ni sé qué es, ni lo entiendo ni lo voy a entender.
- Me llamó la atención que tus películas no están para ver online
-Las que estaban, las pude sacar. Las que me interesaría que estén son Caja negra, Dromómanos y Lulú. No están porque todavía no tuve plata para editarlas en DVD. Una vez que las edite, las voy a subir.
-Lulú se pasó en último Bafici, ¿se va a estrenar en otras salas también?
-Lulú se estrenó el año pasado en Toronto y quiero que se estrene acá en otras salas, pero ahora estamos trabajando mucho en Historia de un clan y no tuve tiempo de nada. Tal vez, la salida del programa le dé un poco de color al estreno de Lulú. Como todas mis películas, fue hecha con mucho esfuerzo, tuvo un apoyo del Instituto, que todavía estamos esperando cobrar, así que le debo guita a todo el mundo. Agarré este laburo para pagar esas deudas y al final este laburo terminó siendo mucho más inspirador y creativo que el proyecto para el cual estoy trabajando para pagar las deudas.
-Estás afuera de todas las redes sociales, ¿no te interesan para nada?
-No estoy porque me parece que estar ahí es una forma de actualizar la desilusión todos los días. Es peor que leer el diario, te tira para atrás.
-¿Tampoco leés los diarios?
-El diario lo leo pero como una ficción para ver qué está pasando en el mundo. Ahora la sección de los policiales es la que más me atrapa.
Publicada originalmente en Quid, la revista de las librerías Yenny y El Ateneo, agosto 2015.

domingo, 16 de agosto de 2015

Entrevista a Andrés Calamaro: “El crítico digital no sabe atarse los cordones pero opina de todo”


Nando Varela Pagliaro

Acaba de publicar Paracaídas y vueltas. Diarios íntimos, su debut literario, en el que reúne más de 200 textos con reflexiones personales sobre sus héroes musicales, sobre la tauromaquia y sobre los amigos que se fueron primero; versos y microversos extraídos en su mayoría de distintas canciones; prólogos de libros, notas publicadas en diferentes medios, algunas ficciones, anécdotas de giras y un intercambio de mails con Enrique Symns. Si un primer libro es como un primer disco en el que el artista vuelca todo lo que trae, Paracaídas & vueltas resulta el debut  prometedor de un escritor que cuenta con la ventaja de haber puesto en nuestros walkmans muchas de las canciones que forman parte de la banda de sonido de nuestras vidas.

- En la elección del subtítulo Diarios íntimos, ¿Cuánto hay de intimidad y cuánto de estrategia?

-Un poco y un poco. Es un título tramposo pero una lectura analítica podría concluir en cualquiera de las dos respuestas; el subtítulo Diarios íntimos tiene algo de estratégico pero tampoco es un engaño consumado, hay mucha intimidad en estos textos.

-Con respecto a los consumidores habituales de literatura, dijiste que te gustaría que encuentren detalles valiosos en el libro, ¿qué lugar ocupa la mirada de los otros en un artista como vos?

-Una mirada profunda, optimista y positiva, siempre es bienvenida. Ahora mismo vivimos un momento extraño en cuanto a la proyección de “miradas” y la convivencia de las opiniones, porque cualquiera puede pulsar dos botones y cuestionarte en internet, es muy desagradable. Ya era bastante tolerar ciertas críticas, algunas han perjudicado bastante algunos perfiles de mi carrera. El público es soberano y la crítica profesional debe respetarse, pero también es posible mandarlos a todos al infierno. Ahora mismo el público se permite cacarear sin poner huevos, como gallinero es un caos esta suerte de “infancia” tecnológica. La crítica está acorralada en las redes sociales contando lo que ve por televisión. Es un momento peculiar pero nada hace suponer que vaya a cambiar. 

-En varios textos te referís a las falencias de la crítica de rock, ¿por qué pensás que muchas veces se termina hablando de asuntos nimios más que del contenido de una obra?

-No estoy seguro. Quizás ocurra que, hoy en d ejerce ﷽﷽, hoy en dia, cualquieraomiso del canto segun lidad. Frente al compromiso de cantar, lo siento como un sacrificio mas ía, cualquiera ejerce de crítico “multidisciplinario”. El crítico digital no sabe atarse los cordones pero te opina de todo, puede leer la última página de un libro y ya sabe que no le gusta, por el mismo precio pide cárcel para todos los escritores, quemar bibliotecas y librerías. Parece demencial pero ocurre todo el tiempo en una comunidad de 500 millones de personas. Otros “especialistas” acaban de romper la cascara del “Blogspot” y están más verdes de lo que creen, se miran el ombligo y escriben la gran novela de la pelusa.

-“Voy a escribir… lo heroico sería sentarme a leer”, confesás en uno de tus textos, ¿Era más frecuente encontrarse con lectores entre los pioneros del rock? ¿Cómo influye esa ausencia de lectura para crear la propia obra?

-No me consta que mis lecturas, ni la falta de lecturas, sea una influencia para escribir letras de canciones o libros. No soy metódico para cuajar aquello que leo -o escucho- en la creación, no sé canalizar influencias. Ojalá pudiera secuestrar aquello que he leído, y la gran música que he escuchado y permitir que se note una influencia poderosa en mis grabaciones o textos. No tengo ese tipo de memoria. No sé si antes los músicos leían más que ahora, siempre hay alguien más entrenado para la lectura. No está demostrado que los pioneros hayan sido grandes lectores. En cuanto a estos tiempos, bueno, se habla más de fútbol. En el siglo pasado había un rechazo notable de parte del sector intelectual y artístico con lo que es balompédico.

 -“Oponerse a cualquier forma de gobierno es fácil, es marketing y garantía de aplausos virtuales” escribís en Nacional y marginal, ¿Cuánto de demagogia hay en los artistas a la hora de dar sus opiniones políticas?


-Creo que la demagogia y la transparencia están equilibradas, aunque esto tampoco es la gran cosa. Los artistas tienen su derecho a opinar sin temor a la condena del público virtual. Puede resultar patético pero es muy difícil que alguien te reclame en la calle, la agresión siempre llega desde la seguridad del tibio teclado. Es un mundo de cobardes. No me consta la demagogia de mis colegas, ahora mismo es más práctico oponerse a todo, impostar una opinión crítica es legítimo, pero es cómodo para un artista cuajando un status rebelde.

Publicado originalmente en el Suplemento de Cultura del diario Tiempo Argentino, agosto 2015.

Palabras más, palabras menos


Nando Varela Pagliaro

Fogwill decía que escribía para no ser escrito, para no ser narrado por el discurso social. Paracaídas y vueltas. Diarios íntimos (Planeta), el primer libro de Andrés Calamaro, parece haber sido escrito bajo la misma premisa que repetía una y otra vez el autor de Los Pichiciegos. Entre los más de 200 textos reunidos para su debut literario, Calamaro incluye reflexiones personales sobre sus héroes musicales, sobre la tauromaquia y sobre los amigos que se fueron primero; versos y microversos extraídos en su mayoría de distintas canciones; prólogos de libros, notas publicadas en diferentes medios, algunas ficciones, anécdotas de giras,  muchísimas crónicas pre y post  shows y un intercambio de mails con Enrique Symns. En uno de esos correos, el periodista le dice: “Tus mails son como cartas que te envías a ti mismo. Sos muy inteligente y eso convierte tus actitudes en estrategias, aunque la ternura subyacente en tus monólogos internéticos siempre consigue arañarme”. Si bien Symns se refiere solo a los mails, en casi todo el libro Calamaro pareciera hablarse a sí mismo y como dice el periodista, demuestra su inteligencia y muchas veces consigue arañarnos.  Es que en Paracaídas & vueltas descubrimos a un gran narrador que tiene  la capacidad de llevar sus ya conocidos  juegos de palabras y sus grandes metáforas del terreno de la poesía a la prosa. Sus textos, escritos en los últimos quince años y editados para leer como quiera cada uno -página por página o al azar- tienen la urgencia del que necesita desahogarse;  la desesperación del que quiere vaciarse. Con la misma pulsión desbordada con la que tuitea o comparte música desde su cuenta de Soundcloud, Calamaro escribe sus fragmentos literarios. Vemos ahí no solo al artista, al músico que recorre cientos de escenarios y convoca a multitudes en España y Latinoamérica, sino también al otro Calamaro, el que está detrás de la figura pública.

Suele decirse que  la literatura nace de dos fuentes principales: los libros que vienen de los libros y los libros que vienen de la vida.  A pesar de ser un gran lector, el de Calamaro claramente es el libro de alguien que  vivió para contarlo; él es su propia materia prima. Alguien que tiene mucho para cantar y contar. Incluso para no contar. Ahí seguramente estén sus mejores historias.

Lejos de hacer un ejercicio de nostalgia con episodios familiares o recuerdos de infancia, Calamaro escribe sobre lo que se le da la gana. Su modelo de diario íntimo lo toma del poeta francés Charles Baudelaire, que no precisa contar la intimidad de la vida cotidiana para construir sus apuntes autobiográficos .


Si un primer libro es como un primer disco, en el que el artista vuelca todo lo que trae, Paracaídas & vueltas resulta el debut  prometedor de un escritor que cuenta con la ventaja de haber puesto en nuestros walkmans muchas de las canciones que forman parte de la banda de sonido de nuestras vidas.

Publicada originalmente en Ni a palos, suplemento joven del diario Tiempo Argentino, agosto 2015. 

lunes, 10 de agosto de 2015

Entrevista a Alejandro Dolina: “Es inevitable que uno crezca arrepintiéndose de lo que ha sido”




Nando Varela Pagliaro

Cuando uno se sienta frente a Alejandro Dolina tiene la sensación de que no hay nada que ya no le haya preguntado otro periodista; nada que él mismo no haya dicho en sus treinta años al frente de La venganza será terrible. Sin embargo, uno prefiere dejar esos pensamientos a un costado. Esta vez el motivo para conversar fue la reedición de Radiocine, un audiolibro con cuatro comedias musicales breves interpretadas por él mismo junto a un listado de artistas invitados que incluye a Alfredo Alcón, Víctor Hugo Morales, Héctor Larrea, Julia Zenko, Cecilia Milone y Guillermo Fernández.

-En el prólogo de esta nueva edición dice que el paso del tiempo hace a las obras más dignas pero también más tristes, ¿por qué piensa eso?

-Se vuelven más tristes porque el efecto que nos producía lo que habíamos escrito, ha cambiado; las personas que éramos cuando lo escribimos también y hay una conciencia de ese cambio. Además, todo lo que denote el paso del tiempo, desde la Navidad hasta la graduación de nuestro hijo, es triste.

- ¿Escribir también es una tarea triste y dolorosa?

 - Claro, porque escribir nos pone frente a frente con nuestros propios límites. Mientras que la tarea de leer nos hace sentir inmensos y hasta eternos, porque somos capaces de leer las cosas que escribió Homero hace casi tres mil años.

-Preparar su programa de radio, de algún modo lo obliga a leer todo el tiempo, ¿en ningún momento eso lo vive como una carga?

- Cuando uno se somete a intervalos regulares, todo se convierte en una rutina. Lo bueno del profesionalismo es que garantiza un piso y lo malo es que estas obligaciones uno no siempre puede cumplirlas, salvo que apele a recursos de repetición o simplemente al descenso de la exigencia de calidad. A mí me parece que nuestro programa, si tenemos mucha suerte, es la espera paciente de que en medio de lo anodino, cada tanto, aparezca una idea.

-En todos estos años, ¿alguna vez se planteó dejar la radio para dedicarse de lleno a la literatura?

-  No, porque en realidad no se trata de ocupar lugares. Yo si no me dedico de lleno a la literatura no es por falta de tiempo, sino por falta de ideas, por falta de perseverancia. Escribir es una tarea muy llena de angustia y yo trato más bien de evitarla. Lo que hago, cuando tengo mucha suerte, es sujetar esas ganas de dedicarme a otra cosa e imponerme trabajosamente unas tareas literarias, que a veces, después de un tiempo de preparación, empiezan a ser venturosas. Si dejara la radio, lo único que conseguiría es no tener la radio y a mí la radio me hace feliz. 

-Y en cuanto a sus libros, ¿imagina cómo hubieran sido recibidos si usted no tuviera el éxito que tiene en la radio?

- Creo que no hubieran sido recibidos o que hubieran sido recibidos con muchísimo más trabajo. Es cierto que tampoco los libros tocan los mismos timbres. Evidentemente, la puerta de los libros me la abrió la radio. Aunque bastante antes ya escribía en la revista Humor y había algunas personas que conocían eso y que podrían haberse interesado en los libros que vinieran después, pero la radio me conectó con mucha más gente.

- Hablando del poder de los medios, hace poco lo entrevisté a José Pablo Feinmann y él me decía citando a Heidegger que “vivimos en estado de interpretados, que no pensamos; somos pensados, que no hablamos; sino que somos hablados por los medios”. ¿Está de acuerdo con eso? ¿No cree que ha cambiado la manera de mirar y leer a los medios a partir de este gobierno?

-A mí me gustaría creer que un poco se haya cambiado, que se haya llamado la atención de alguien diciendo: “Mirá que lo único que hacemos es consultar los medios para ver qué tenemos que pensar”. Y entonces al recibir esa sacudida uno empieza a hacer fuerza para pensar por sí propio. Pero no sé si es así, yo creo que estoy de acuerdo con Feinmann, que en general los medios piensan por nosotros. Nos pasa cuando miramos la televisión y escuchamos un asunto del que nunca habíamos oído hablar y a los dos minutos estamos de acuerdo con el sujeto de enunciación. Si alguien nos explica por primera vez el keynesianismo, decimos: “Caramba, qué bueno esto que acabo de aprender. Desde ahora soy keynesianista”. Pasaron cuarenta segundos desde que te nombraron por primera vez a Maynard Keynes, pero se produce una adhesión y no necesitás otra visión.

-¿No cree que hoy se buscan más opiniones para contrastar lo que dicen los medios hegemónicos?

- Yo no creo que haya una colección tan grande de medios kirchneristas. El peso relativo de ambas vertientes, por decirlo así, es desparejo. Me parece que sigue prevaleciendo el otro bando y que el esfuerzo kirchnerista es casi una beligerancia en una guerra muy despareja. Es abrumador porque unos tienen de acuerdo a toda la prensa del mundo. Vos salís de la Argentina y vas a España y decís: ¿dónde están los que piensan como yo? ¿dónde está el Tiempo Argentino de Madrid? No está. A mí lo que sí me parece que el kirchnerismo ha hecho es difundir la costumbre de pensar políticamente, pero los medios siguen siendo ajenos.

-En esta difusión del pensamiento político que ha hecho el kirchnerismo, ¿no le parece extraño escuchar a Macri hablando de las estatizaciones de YPF y Aerolíneas Argentinas?

-Eso antes que nada a mí me parece un desatino. Hay gente que ni sabe lo que piensa, que tiene oscuras intuiciones acerca de cómo funciona el capitalismo y más bien se maneja porque es intuitivamente anti peronista, liberal y partidaria del mercado. Cuando palpita que eso no está produciendo emoción en el pueblo y cree que el mercado está necesitando otros estímulos, como por ejemplo la intervención del estado; cuando le parece que los sencillos objetos liberales no tienen mucha demanda, entonces los cambia; pero eso es un desatino. Es como si tuviéramos un comercio y ante la falta de venta de las medialunas, las cambiamos y ponemos bolas de fraile. Pero la política no debería ser así.

-Antes decía que a los libros el paso del tiempo los vuelve más dignos y más tristes, ¿cómo cree que influirá el paso del tiempo en el kirchnerismo? ¿Cómo será recordada esta década?

-Siempre depende del resultado final. Por ahora supongamos que en este momento se está cerrando un ciclo kirchnerista, que es el ciclo que lleva el apellido Kirchner, y se está cerrando de un modo casi inédito en la historia argentina. Estamos hablando de un presidente que va abandonar su cargo con un fuerte apoyo del pueblo y con una situación del país que no tiene mucho de apocalíptica, a pesar de que la situación internacional es difícil. Cristina no ha de irse ni en un helicóptero, ni depuesta por un golpe militar, ni aplastada en un acto electoral adverso, ni suplantada por líneas internas de su partido, sino que se va en plena creatividad, con incluso la sensación de que no le ha alcanzado el tiempo para seguir procediendo en el sentido en que lo está haciendo. Desde luego hay intereses contrapuestos y cuando uno tiene una acción tan intensa, fatalmente lesiona intereses, entonces empiezan oposiciones muy cerradas y hasta llenas de odio, como sucede ahora. Pero a pesar de que el odio produce la sobredimensión de los errores y de los pasos falsos, la sensación que se tiene es la de un gobierno que termina con mucha fuerza.

-De cara a las próximas elecciones, ¿cómo ve al país en materia política?

- Para que este proyecto no se vea seriamente desmerecido en sus efectos, debería conservarse el poder. Porque no se trata de una elección en la que uno está decidiendo por un candidato que le parezca más simpático o más efectivo en la gestión o por otro que tenga una concepción ética de las cosas, acá se trata de a qué jugamos. Y el juego del kirchnerismo es clarísimo: es el único de los partidos que se sabe realmente qué va a hacer. Después puede haber diferencias de gestión; a usted le puede parecer que a lo mejor la gestión de Scioli puede ser más contemporizadora que la de Cristina o a otro le parecerá que soportará más riesgos. Yo eso no lo sé y tal vez no sea tan importante. Lo importante es saber qué juego vamos a jugar. Después si el tipo lo juega bien, fenómeno. Pero primero hay que saber a qué vamos a jugar. O jugamos a esto o jugamos al liberalismo o lo peor: no sabemos a qué jugar.

-Hablando de jugar, pero cambiando de tema, ¿cómo influye en su escritura el hecho de hacer deporte, de jugar al fútbol? Hace un tiempo Fabián Casas me dijo que él necesitaba hacer Karate para domesticar la melancolía. En su caso, ¿el fútbol ocupa ese lugar?

- No, más bien el fútbol es una nueva fuente de melancolía. Será porque cada vez que juego mal o durante el juego no soy entendido por mis compañeros o no alcanzo a dar la talla, me produce una gran frustración. Si se trata de no ser melancólico, el fútbol no me sirve; si se trata de estar más tranquilo o de llevarme mejor con mis amigos, evidentemente tampoco me sirve porque es el lugar donde tengo más discusiones. Pero a pesar de todo eso, me gusta mucho.

- Y el lugar que el fútbol ocupa en la sociedad, ¿le gusta?

-Hoy se ha futbolizado el universo. No hay otras metáforas que no sean futbolísticas. Eso, para mí gusto, me parece un poco desagradable.

- Para terminar, trate de ponerse en la cabeza del Dolina que a los veinte y pocos boyaba de carrera en carrera. Si ese joven se encontrara con este hombre que es hoy usted, ¿cómo lo vería?

 -Yo no hago más que arrepentirme y a lo mejor es inevitable que uno crezca arrepintiéndose de lo que ha sido. Como una forma de dar beligerancia a su propio ser. Pero poniéndome un poco en la cabeza de aquel tipo, siendo que yo no he llegado a esta edad teniendo muchos bienes, supongo que él igual se burlaría de mi bienestar de hoy.

-¿Y de qué estaría orgulloso?

-De mis hijos, los encontraría muy parecidos a él. Se haría amigo y aliado de ellos en contra de mí, posiblemente.

-¿Ese no es el camino lógico?


-Sí, es el camino lógico, pero la verdad es que no es cierto esto que le estoy diciendo. Es más una construcción ingeniosa que otra cosa, porque yo no me he convertido con los años en un tipo más burgués y más viejo, sino por el contrario en un tipo más manso y más tolerante. Se me dirá que esas también son virtudes de la vejez y algunos amigos al oír que me califico como tolerante y manso, soltarán una carcajada o recordarán lo que pasó el martes pasado en el fútbol. Dirán si este es el tolerante, cómo será el intolerante. 

Publicada originalmente en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, agosto 2015.

domingo, 2 de agosto de 2015

El disco recordado – Wembley ´86 – Queen


Nando Varela Pagliaro


Lo escuchaba mi mamá en cassette durante muchos domingos de mi infancia. Se levantaba a la mañana y mientras mi hermano y yo dormíamos, ella hacía las tareas del hogar al ritmo de “Radio Ga Ga”. Ya en la adolescencia, una tarde acompañamos a nuestros padres al supermercado y por primera vez lo vimos en formato CD. Era hermoso. En la tapa se veía el Estadio con un marco azul intenso, a Mercury de pantalones blancos y campera amarilla y a May, Taylor y Deacon dibujados como en A kind of magic. La emoción fue tal que no tuvimos mejor idea que robarlo. No fuimos muy diestros porque antes de salir dos guardas nos llevaron a un cuartito para que confesáramos. Luego, por el altoparlante, llamaron a nuestros padres para que nos vinieran a buscar y pagaran por nuestra “travesura”. Hoy, ese mismo disco lo escucha mi sobrino en YouTube. Lautaro tiene apenas dos años, habla muy poco, pero ya es fanático de Queen igual que su abuela, su padre y su tío.

Publicado originalmente en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, agosto 2015.