domingo, 28 de septiembre de 2014

Entrevista a Martín Zariello: “Muchos blogueros se fueron a Twitter o se consiguieron una vida”


Nando Varela Pagliaro

Con la publicación de En realidad quería hablar de otra cosa, Martín Zariello, el hombre detrás del memorable blog Il Corvino,  es la segunda vez que trasciende  de la pantalla al papel. En su primer libro, Sobre el rock, una antología con todos sus posts musicales, Fabián Casas terminaba su prólogo con una petición: “queda mucho de lo escrito por Martín Zariello fuera del mundo del rock. Ojalá se publique pronto”. A ese pedido responde la editorial Puente Aéreo con este nuevo volumen. Esta vez la selección vuelve a incluir algunos sus textos rockeros, pero también hay lugar para otros ensayos sobre literatura, cine, fútbol y política. De su libro, pero también de la crítica literaria y musical, de la muerte de los blogs y del compromiso político en la figura de los escritores actuales, hablamos en esta entrevista con el autor marplatense.

-¿Cómo es vivir y escribir desde una ciudad como Mar del Plata?

-Supongo que es como vivir y escribir en cualquier otro lugar de Argentina que no es Capital Federal. A mí me parece que no estar en el centro es bueno porque tenés libertad para escribir sin pensar en quién te va a leer, porque generalmente no te lee nadie.

- ¿Influye en tu mirada escribir desde ahí?

-A Mar del Plata la apodan La Feliz pero durante gran parte del año es un lugar absolutamente deprimente; esa distancia simbólica entre lo que se supone y lo que en realidad es genera un espacio vacío muy interesante que debe incidir en los que escribimos acá. Por otro lado, estamos colonizados por el imaginario que tienen los turistas sobre nosotros: los lobos marinos, los alfajores, los pulóveres baratos. Y Mar del Plata es otra cosa, no sé bien qué, pero otra cosa es. En el libro hay una Vindicación de Mar del Plata donde hablo un poco de eso.

-En cuanto a la escena literaria, ¿Existe una narrativa marplatense?

-No sé si existe la narrativa o la poesía marplatense, si existe algo distintivo que nos diferencie de los narradores de Olavarría o Tres Arroyos. Lo que sí existe son muchas personas que escriben y se la juegan para organizar eventos, publicar libros, etc. Y en los últimos años hay un gran movimiento que tiene que ver con ciertas editoriales locales que están haciendo cosas muy copadas (Puente Aéreo, Luz Mala, La Bola Editora).

-En el libro hablás de los blogs de un modo peyorativo. Entre otras cosas decís que son anacrónicos, que están en el último escalafón de la literatura, debajo de los libros de autoayuda y de los libros de Lanata y Aguinis sobre la argentinidad. Sin embargo, desde hace casi diez años que no dejás postear en Il Corvino ¿Qué es lo que te lleva a seguir escribiendo ahí, a pesar de tener ese pensamiento?

-A mí los blogs me siguen pareciendo un invento muy bueno. Digo que son anacrónicos por dos cuestiones: desde el punto de vista estético, comparado con Tumblr, el blog es algo espantoso, es como el DOS para los que nos criamos con Windows; y desde el punto de vista de los contenidos porque lo que está en auge ahora es Twitter y escribir algo que obligue al lector a pasar más de dos pantallas, con párrafos, es condenar el texto al ostracismo. Sigo escribiendo en el blog porque soy contradictorio y porque me divierte. Tampoco es que tengo otro lugar para escribir.

-El hecho de que casi no quede gente sin un link propio para mostrar sus veleidades artísticas, ¿hace que el mundo que habitamos sea más justo, más igualitario o más feo e intolerable?

-Probablemente la idea de un mundo igualitario vaya de la mano de la idea de un mundo intolerable.  

- En el prólogo de Sobre el rock, tu libro anterior, Fabián Casas decía que “la aparición de estos posts virtuales en un libro muestra que seguimos necesitando tocar las cosas, marcarlas, olerlas, para darle un lugar definitivo en nuestras vidas. Muchas veces se habló sobre la muerte de los blogs y otras tantas sobre la de los libros en formato físico ¿Cuál es tu opinión al respecto?

-El otro día justo le estaba diciendo a mi novia que antes que armar 30 cajas (de 50 kilos cada una) para trasladar los libros que tenemos prefería no mudarme nunca. O sea que en cierto punto quienes valoramos al libro como algo afectivo, también tenemos en cuenta que sería mejor mandar todo a un e-book. No creo que alguien que lee Lolita en un libro virtual sienta algo muy diferente al que lo lee, como yo, en una edición usada en un puesto de libros en la Plaza Rocha: Nabokov, como los grandes escritores, resiste cualquier formato. De todas formas tiene su encanto seguir siendo un romántico en la era de los cínicos. Lo que pasa es que el romanticismo no te sirve para emprender una mudanza o actividades de ese tipo. En cuanto a los blogs: yo no sé si murieron, evidentemente es un soporte virtual en desuso, muchos blogueros se fueron a Twitter o finalmente consiguieron una vida. A mí lo que me atrae es todo ese cementerio de blogs abandonados, de tipos que de un día para otro dejaron de postear y detuvieron el blog en abril de 2010 o noviembre del 2011, son imágenes casi ballardianas.

- A lo largo de En realidad quería hablar de otra cosa, los ensayos atraviesan distintas temáticas: el fútbol, el cine, la música, la literatura y la política. ¿Sobre qué temas te sentís más cómodo escribiendo? 

-No me siento cómodo con ningún tema. Tampoco me siento cómodo leyéndome, no me agrada tener esa necesidad imperiosa por opinar sobre cualquier cosa. Aspiro a convertirme gradualmente en el lector puro que fui en mi adolescencia, ese tipo de persona admirable que no necesita comentar todo lo que lee y lo que pseudo-piensa, que se conforma con leer porque sabe que ahí está la posta.  

-En Black Sabato, el primero de los ensayos, decís que la figura del autor de Santos Lugares (compromiso ético, solemnidad) queda en off-side ¿Pensás que en el paradigma actual del escritor importa cada vez menos su compromiso o postura política?

-Creo que importa, pero la manera en que lo hacía Sabato hoy resulta casi paródica. Sin embargo yo no me fijo mucho en la postura política de mis escritores favoritos, si escriben bien, dejo pasar muchas cosas: pedofilia, fascismo.

-¿Tiene que ver con ese cambio en el paradigma, la “Vindicación de Jorge Asís”? otro autor muy cuestionado por sus opiniones políticas, pero cuya obra es enorme.

-Lo del paradigma tal vez me exceda un poco, tiene que ver con que hay novelas de Asís que están muy buenas y generaciones anteriores se las perdieron por razones extra literarias. Además de leer Respiración artificial o Boquitas Pintadas, todos deberíamos leer Cuaderno del acostado. En este libro hay textos sobre escritores cool y súper prestigiosos como Carson McCullers o Salinger, pero también hay un texto sobre Isidoro Blaisten, que está medio desterrado del mapa, pero tiene un libro único, Voces en la noche, que me parece una de las novelas más divertidas y entrañables que leí.
  
-Entre todos los ensayos llama la atención la ausencia de textos sobre escritores actuales, ¿leés a algunos de tus contemporáneos?

-Creo que leer a contemporáneos está relacionado con formar parte de un grupo de escritores, con los que uno se pasa textos, se corrige, se critica, etc. Yo conozco y tengo buena onda con muchos escritores de Mar del Plata pero no formo parte de ningún grupo. Tampoco escribo reseñas en revistas ni estoy en un círculo donde se muevan libros nuevos, soy más bien un lector de libros usados y bastante conservador en la elección de mis compras. Igual cada tanto leo libros o blogs de contemporáneos, generalmente de marplatenses: Nicolás Pedretti, Matías Moscardi, Gonzalo Viñao, Flavia Garione, Esteban Quirós, Joaquín Correa y tantos otros.

-Cuando Il Corvino cumplió cinco años, dijiste que los blogs políticos tenían que reinventarse si querían subsistir. ¿Qué fue lo que te llevó a incluir los textos sobre política en el libro?

-Eso fue en el 2010, cuando empezó la semiología pocket y todos analizábamos Clarín como si en el copete de una nota sobre Papel Prensa fuéramos a encontrar la clave de la Argentina. Fue el momento en que me harté del kirchnerismo y retomé el camino del nihilismo, tan improductivo como honesto. Incluí textos sobre política porque me parecía que si la idea era compilar las distintas facetas del blog (más los textos que escribí especialmente para el libro), eso no tenía que faltar. Intenté elegir aquellos posts que no estuvieran muy atados a la coyuntura y que representaran lo que pienso ahora.

-Entrando en el rock es interesante lo que escribís sobre el reconocimiento tardío a Gustavo Cerati. ¿A qué atribuís ese delay en la devoción generalizada por su figura?

-Creo que cuando estaba vivo era demasiado perfecto para reconocerle en la cara que no sólo se creía un genio, sino que lo era. Cerati era la clase de tipos que nos podía robar a nuestras novias. Era pop pero tocaba mejor la guitarra eléctrica que muchos rockeros. Además ponía a prueba la consistencia de nuestra represión homosexual. Yo creo que los que le deseaban la muerte en realidad se lo querían garchar y preferían verlo muerto a aceptar esa parte de ellos mismos que los incomodaba. Cuando me refiero a “perfecto” digo que en Cerati todo tiene cierto nivel de excelencia y regularidad. A mí algunas cosas de su carrera solista no me gustan tanto, pero no podría decir que son malas. 
    
-“Una cosa que sucede con los críticos de rock es que se hacen amigos de los músicos y no pueden ser verdaderamente honestos”, escribís en uno de tus ensayos sobre rock. ¿Qué otras falencias encontrás en la crítica musical y también en la literaria? ¿A qué críticos leés o respetás?

-Creo que eso debe ocurrir en todos los campos, supongo que es mejor no hacerse amigo de nadie. No me creo tanto como para marcar falencias. De chico leía muchas revistas de rock y disfruté y aprendí leyendo textos de la Rolling Stone, Inrockuptibles, La Mano y La García. No leo mucha crítica literaria (es decir no soy un lector frecuente de Sarlo, Ludmer o Noé Jitrik), me gustan los escritores que hacen cosas a mitad de camino entre el ensayo, el post, la crónica, la reseña, que hablan de todo y de nada al mismo tiempo: Fabián Casas, Juan José Becerra, Gonzalo Garcés, Martín Rodríguez, Esteban Schmidt, Lucas Carrasco. Tanto para leer sobre rock o literatura me gusta cuando los tipos salen del molde formal (el molde académico, el molde de la reseña de suplemento cultural) y divagan.

- Frank Zappa en una de sus frases célebres decía: “El periodismo de rock es gente que no puede escribir, entrevistando a gente que no puede hablar, con el fin de proveer artículos a gente que no puede leer”. ¿Creés que al rock realmente le faltó ilustrarse?

-Es muy difícil contradecir a Zappa. De todas formas los rockeros que se ilustran de más también son insoportables. En conclusión: rockeros, críticos, blogueros, oyentes, cualquier cosa que ande boyando alrededor del rock, es insoportable.

¿A qué le decís ni a palos?

Me digo ni a palos a mí, yo no me banco mucho. 

Publicada en Ni a Palos, suplemento joven del diario Tiempo Argentino, septiembre 2014.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Despedida de Otros Mundos

Hoy cerramos la etapa Otros Mundos en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe. Queremos agradecerles a los chicos y al profesor por todo el trabajo que hicieron sobre nuestras canciones y los textos de los escritores. Fue una linda despedida para un disco que nos dio tanto. Pronto se viene#3d3 .

miércoles, 17 de septiembre de 2014

En Estudio ION

Ayer terminamos la primera etapa de la grabación de "Tres de tres" en los Estudios ION. Les dejamos una foto con nuestros amigos de Herederos de Tito, responsables de la parte visual del proyecto.



domingo, 14 de septiembre de 2014

Entrevista a Eduardo Sacheri: El libro que escribo es el que quiero y el lector de ese libro soy yo


Foto y texto: Nando Varela Pagliaro

 “No me cuesta considerarme escritor porque la verdad es que mi familia come de ahí. En ese sentido, tengo una perspectiva muy de familia de inmigrantes: sos aquello de lo que comés, aquello de lo que trabajás y ganás un sustento”, dice Eduardo Sacheri, a metros de la Estación Castelar. Por esas calles, cercanas a las vías del Sarmiento, se crió jugando al fútbol con sus amigos del barrio y leyendo, siempre leyendo. En su casa se leía mucho y a él lo cautivaba ese rito en el que veía a todos con un libro en la mano.  Cuando tenía apenas cuatro años, la encargada de enseñarle a leer fue su hermana mayor. A partir de entonces, siempre va a todos lados con un libro debajo del brazo. La escritura, en cambio, tardó en llegar. Tenía veintiséis años, ya era profesor e iba camino a recibirse de Licenciado en Historia, cuando empezó a escribir cuentos. Lo hacía para ordenarse la cabeza y para entender mejor algunas cosas; jamás pensó que con lo que escribía podía ganarse la vida. Uno de los principales responsables de su éxito fue Alejandro Apo. Desde su programa en Radio Continental, empezó a leer los primeros cuentos de Sacheri que tenían que ver con el fútbol. Esta difusión radial le permitió transformarse en un autor publicado. Luego de algunos volúmenes con sus cuentos, vendría la novela La pregunta de sus ojos, que junto a Juan José Campanella transformó en  El secreto de sus ojos, la película por la cual ganaron el Oscar en 2010. Después aparecería Aráoz y la verdad, que fue adaptada al teatro; Papeles en el viento, que Juan Taratuto está transformando en película y la reciente Ser feliz era esto. En esta última novela, Sacheri se aleja del fútbol para contar la historia de Sofía, una chica de catorce años que sale en busca de Lucas, su padre, un escritor conflictuado que no sabía de la existencia de ella. Se trata de un relato sencillo, con pocos personajes y la suficiente destreza narrativa como para abordar temas de gran profundidad sin caer nunca en una postura solemne ni intelectualoide. Sobre el libro, pero también sobre el fútbol y la sociedad, la crítica y la falta de reconocimiento, hablamos en esta entrevista con uno de los narradores más populares de la actualidad.

Generalmente a todos los escritores les cuesta considerarse como tales. Lucas, uno de los personajes de Ser feliz era esto, tiene un gran dilema con respecto a ese tema. ¿A vos también te cuesta considerarte escritor?

En este momento no me cuesta. A lo mejor hace diez años yo era un profesor de historia que escribía y sus libros empezaban a publicarse. Ahora mis libros se venden lo suficiente y esos ingresos, junto con lo del cine y con las columnas que escribo, hoy son más importantes en mi salario mensual que las horas de clase que sigo dando.

-¿Qué es lo que te hace no abandonar la docencia?

¿Y por qué debería abandonarla? Yo soy profesor y estudié Historia porque me gustaba. Empecé a dar clases y me di cuenta de que es un laburo útil para los demás. Educar a alguien es algo muy especial  y ni se me pasa por la cabeza dejar de hacerlo. Sí lo hago menos, porque no me da el tiempo como para tener sesenta horas de clases, como tenía antes.

-Lucas en la novela es autor de un libro muy exitoso, en un punto en eso se parece a vos. ¿Alguna vez sentiste que El secreto de sus ojos te pasaba por encima?

No, porque mi crecimiento como autor fue más gradual de lo que la gente supone. Antes de El secreto de sus ojos ya había publicado tres libros de cuentos en los que había mucho de fútbol y se vendían bien. Ya tenía una carrera editorial en marcha. Es cierto que a El secreto de sus ojos le fue muy bien, pero no es que yo puedo vivir de los derechos del libro de acá hasta que me muera. Lo que sí me dio todo el fenómeno fue muchas oportunidades de laburo.

Ser feliz era esto está narrado por la voz de una chica de catorce años. Alcanzar ese registro fue el mayor desafío de la novela, ¿cómo trabajaste eso?

Volviéndome chino. Ese es casi uno de los motivos del libro. Me interesa ser capaz de cambiar, de hacer algo distinto libro a libro. Yo venía de  Papeles en el viento, que es una novela de cuatro cuarentones, que se criaron en Castelar y son hinchas de Independiente. Es decir, comparten mucho conmigo. Entonces quería hacer algo distinto y cruzarme a la cabeza de una mujer de catorce años, me pareció que era un desafío interesante. Yo tengo una hija de esa edad y tengo un montón de alumnos adolescentes, así que ese registro es una música que tengo cerca de mi oído.

-Otro aspecto importante que remarca la novela es el cambio en el modo de asumir la paternidad y la maternidad. Antes la crianza de los hijos era una cuestión netamente femenina y ahora ya no. ¿Pensás que ese es un cambio muy notorio en la sociedad?

Yo creo que sí, que está cambiando muy rápido. Se está volviendo todo muy múltiple. Sin duda, quedan padres y madres a la antigua, pero junto a esas formas se han multiplicado otro montón de modos de ser. A mí me parece muy buena la multiplicidad porque te da mucha más libertad. En mi caso como padre, me siento mucho más feliz teniendo una paternidad mucho más participativa, mucho más maternal, por usar el estereotipo de asociar a lo maternal con el cuidado, la atención, el detalle de lo cotidiano. Probablemente si hubiera sido padre hace cincuenta años me hubiera sido mucho más difícil.

-Lucas dice algo muy sencillo y muy cierto: “un escritor es alguien que necesita escribir”. Para vos escribir, ¿cuánto tiene de necesidad, cuánto de placer y cuánto de sufrimiento?

Necesidad hay mucha, placer y sufrimiento te diría que se alternan porque cuando la necesidad se topa contra una pared, lo que hay es sufrimiento, frustración porque las cosas no salen,  porque sentís que el libro se te escapa y los personajes te huyen. Cuando sentís que entraste en sintonía es la etapa más placentera del asunto. Sentís que el libro fluye, que los personajes se sostienen y de algún modo viven. A lo mejor cuando terminaste con un libro, vuelve la parte de sufrimiento que tiene que ver por un lado con abandonarlo, con el duelo  de que esos personajes te vayan dejando y por el otro lado, esta cosa tediosa y necesaria al mismo tiempo que es corregir, un laburo muy importante para que el libro quede bien pero que es aburridísimo. Llega un punto en el que estás harto de leerte. Todo es previsible, todo es evidente, todo está impostado y sentís que le ves las costuras por todos lados y no ves la hora de que se publique porque ya no querés volver a verlo.

- “A veces uno vive una vida idiota, pero mientras no haya un testigo puede seguir”, dice Lucas en un pasaje del libro. ¿Cuánto pesa la mirada de los otros en un escritor como vos?

En un primer momento no pesa porque siempre el libro que escribo es el que quiero escribir y el lector de ese libro soy yo. No lo digo en un sentido ampuloso, como si yo fuera mi mejor crítico, sino en el sentido de que escribo para contestarme preguntas. Entonces el libro es un intento de respuestas a esas preguntas. En esa etapa, la mirada de los otros no es importante, pero apenas termina esa etapa, empieza a ser cada vez más importante. Si yo me siento conforme con el libro y siento que dije cosas que a mí me importaron, me encanta pensar que a alguien le pueda pasar algo con ese libro. A veces hablo con colegas que me dicen que les importa tres carajos si les gusta o no a los lectores. Yo lo respeto, pero no lo comparto. La verdad es que a mí me encanta que un libro mío guste. No me da lo mismo.

-En una entrevista reciente dijiste que hay autores que hacen de la incomprensión un culto, en cambio a vos te gusta que se entienda lo que escribís. ¿Por qué este tipo de literatura más cotidiana, no es tan valorado por los círculos académicos?

Creo que como en todo ámbito intelectual hay tendencias y modas, no lo digo en un sentido peyorativo. Hay momentos y esto uno lo ve con los grandes autores, que a veces son ensalzados y después vienen épocas de críticas, entonces mucho más para un autor cualquiera como puedo ser yo. A veces me da la sensación que en los círculos académicos falta un poco de complejidad en la mirada. Si a vos te gusta una literatura más hermética, está muy bien, pero si sólo miramos cierta literatura, nos quedan afuera otros ámbitos posibles. Me parece que la complejidad y la variedad es lo que más te enriquece.

-¿Realmente te importa ese reconocimiento, no te alcanza con ser tan leído?

Si tengo que elegir, prefiero que haya lectores a los que les guste lo que escribo. No es mi idea hacerme el combativo, ni el resentido, no me interesan ninguna de las dos posturas, pero ¿sabés en qué jode cuando la crítica va toda para un lado? En que la gente que está empezando a escribir se siente compelida a escribir sólo como lo hacen dos o tres popes de los reconocidos en Puán.

-Hoy que un escritor sea popular es muy extraño, ¿pensás que la popularidad tiene que ver más con los temas sobre los cuales se escriba o con el modo de hacerlo?

No tengo ni idea, pero tampoco me lo pregunto porque a veces siento que hay un riesgo grande. Si hay algo que sentís que te sale bien a mí me parece que está bueno no preguntárselo demasiado. Yo sé que tengo un cierto horizonte de temas y de mundos que me interesan y un cierto modo de narrarlos y me gusta así, pero  no porque se vendan los libros. Si se venden los libros, mejor. Sospecho que siempre voy a seguir escribiendo dentro de cierto ámbito, que es el mío, que es mi modo de hacer las cosas. Más allá de que yo me esfuerce de libro en libro en modificar cosas, habrá ciertas huellas que me van a perseguir siempre como escritor. Si los lectores siguen encontrándolo agradable, a mí me va a hacer feliz y si en algún momento los lectores se cansan y dejan de sentirlo agradable, será una pena, dejaré de vender libros, me conseguiré más horas de historia y seguiré la vida, no pasa nada, pero seguiré escribiendo del modo y de los temas que a mí me gusta escribir.

-El fútbol y Eduardo Sacheri parecen ser dos cosas indisolubles. ¿Estás cansado de que en cada entrevista que das muchas veces se termine hablando más de fútbol que de literatura?

Depende del contexto. Si me llaman a hablar de fútbol en un programa de fútbol, me considero un futbolero privilegiado  porque de algún modo me sacan de la tribuna y me ponen a hablar de fútbol en el programa. A mí lo que me suelen molestar son las simplificaciones. Si te gustan mis cuentos de fútbol porque sólo ves fútbol en ellos, yo me lo tengo que bancar porque cada lector hace lo que quiere, pero yo siento que fallamos vos lector y yo autor. Porque mi idea es usar el fútbol para hablar de otras cosas que están atrás del fútbol. Del mismo modo que me encanta cuando alguien viene y me dice “a mí no me gusta nada el fútbol pero tu cuento me encantó”. Ahí siento que superamos la complicidad fácil de que nos guste a los dos el fútbol, para ir a algo más allá.

-Cuando tenías diez años falleció tu papá y en alguna nota dijiste que lo que te salvó fue el fútbol y tus amigos del barrio. Cómo está hoy la sociedad, ¿esas cosas siguen siendo posibles, todavía existen esos amigos del barrio y ese fútbol en la calle?

No, no existe. Tal vez jugar en una canchita de fútbol cinco, en una escuelita en un club,  serían alternativas. No me quiero cerrar a que todo empeoró. Sin duda, esa sociabilidad que yo disfruté hoy por lo menos en el Gran Buenos Aires, no existe más. Creo que esa es una gran derrota que tenemos como sociedad. Independientemente de que los pibes de hoy busquen alternativas, es una pena que tengan que buscar una alternativa a eso porque me parece que esa era una sociedad mucho más sana, que abría las puertas de las casas y que se conectaba a través de la calle. Hoy yo lo veo en mi barrio: la calle está desierta. Cada uno está metido en su casa y la vereda es un lugar peligroso del cual huís apenas podés, mirando por encima del hombro para ver que no te siga nadie que te vaya a afanar. Todo el mundo vive así y creo que es una derrota muy grande.

- Hay una frase que dice que uno juega como vive, ¿adherís a eso?

No lo comparto desde lo estético, sino desde lo ético. Cuando jugamos podemos ser unos pataduras y sin embargo ser muy buenos en otras cosas. Ahora, ciertas decisiones éticas del modo de jugar, creo que sí tienen que ver con tu modo de ser. Si sos morfón, mala leche, bocón o violento jugando al fútbol, a lo mejor lo sos más jugando al fútbol que afuera de la cancha, pero eso que mostrás adentro de la cancha, estás haciendo eso: mostrándolo, no inventándolo. Tenés la suerte de que si jugás al fútbol lo sacás afuera ¿Viste esa frase hecha, “este jugando al fútbol se transforma”?. Minga se transforma, afuera de la cancha no lo muestra, adentro de la cancha lo muestra. Yo creo que fuera de mi familia y mis amigos, a los tipos que más conozco son a los que juegan al fútbol conmigo. Por el simple hecho de que los veo jugando al fútbol. Eso me sirve para decir “con este afuera me voy a Afganistán y con este no voy ni a la esquina”. Por más que termine el partido y se convierta en un monaguillo.

- ¿Cómo creés que van a recibir esta novela tus lectores más futboleros? 


Espero que les guste a pesar de ello. Por lo que voy notando, se lo compra gente que me lee de otros libros y no se sienten defraudados porque no haya fútbol. Hay algo que es cierto, hay gente que lee cuentos de fútbol y no lee nada más. La buena noticia es que leen algo, la mala es que lean sólo cosas de fútbol. Cuando a mí me dicen “yo no leo nada, pero a vos te leo”, yo les digo “ya que empezaste, ahora ponete a leer autores de los buenos”. 

Nota de tapa del Suplemento de Cultura del diario Tiempo Argentino, septiembre 2014.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Entrevista a Guillermo Arriaga


Por Nando Varela Pagliaro

Guillermo Arriaga está por estrenar Hablar con dioses, una película que forma parte del proyecto colectivo "El pulso del mundo". Son cuatro largometrajes sobre religión, sexo, política y vicios. En esta primera entrega explora la mirada que tiene de la religión junto a un grupo de directores que se completa con Emir Kusturica, Héctor Babenco, Warwick Thorntonel, Bahman Ghobadi, Mira Nair, Hideo Nakata, Amos Gitai y Álex de la Iglesia. Como si faltaran nombres, la música la hizo Peter Gabriel y el orden de los cortos lo curó Mario Vargas Llosa.

La muerte, los accidentes  y la cacería son tres de las obsesiones de Guillermo Arriaga y las tres tienen un porqué.  La madrugada del 26 de diciembre de 1985, tuvo un accidente en la ruta. “Íbamos por una zona montañosa de México y el hombre que venía conduciendo mi camioneta se distrajo picándole las costillas al que venía acostado en el piso de la parte trasera. Yo venía completamente dormido y acostado en el asiento trasero. Perdió el control del automóvil y caímos en un precipicio. Una caída libre de 10 metros. Comencé a despertarme a mitad de la caída y terminé de hacerlo cuando mi nariz se estrelló contra una roca.  Me obsesionó tanto el accidente que luego empecé a escribir películas sobre ello, sobre cómo milésimas de segundos pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte”. Termina de hablar del accidente, me mira a los ojos y señalándose su cabeza calva, me pregunta, ¿sabes qué es esto?
Es la lengua de la muerte que me lamió para recordarme que me voy a morir.
Su relación con la muerte y sobre todo con matar es extraña. Ocho veces al año se refugia en el desierto de Coahuila para cazar. Ama la caza, la vida frente a la muerte, la belleza frente al horror. “A veces dices: “acabo de matar a un animal hermoso y te entra una profunda tristeza”.  Pero no lo puedo dejar de hacer.  Todo lo que he aprendido de la vida, lo he aprendido de la cacería. De la cacería, del amor y también del deporte, pero la cacería ha sido fundamental porque la cacería no solamente es un acto, es una actitud. Yo vivo con la actitud del cazador. Todo el tiempo estoy cazando, todo el tiempo pienso como cazador. Eso es lo que ha permeado mi forma de ser”. La cacería, para Arriaga, es uno de los grandes últimos ritos, una forma de entender al pasado y a la naturaleza. “Ahora, estar en contacto con la naturaleza es ir a pasear un labrador. La gente tiene más perros que hijos, y los han humanizado. Hay una generación que no entiende qué crueldad animal es vestir a un perro con chalequitos. Eso es faltarle al respeto a su condición de perro”.
Antes de escribir los guiones de Amores perros, 21 gramos y Babel, Guillermo Arriaga vivía en México, en un barrio de clase media, muy violento. En esas calles, a los trece años, perdió el sentido del olfato por las golpizas. En la adolescencia, incluso empezó a preparase para ser boxeador profesional, pero a los veinticuatro años tuvo una infección en el pericardio, la membrana que envuelve al corazón. Nada serio si uno toma medidas. Pero él no lo hizo. Descuidó el dolor en el pecho y se siguió entrenando. “Se complicó y tuve que ir dos meses a la cama. Ahí decidí que sería escritor: no quería morirme sin antes dejar una obra que le diera sentido a mi vida”. Se suele decir que la literatura tiene dos fuentes: la literatura misma y la vida. La vida para Arriaga era la calle.
“El tener calle no significa que vivía en una villa. Era una colonia de clase media y mis papás siempre trabajaron y se esforzaron para pagarnos la mejor educación posible. De hecho, de donde vivíamos éramos casi los únicos que íbamos a escuelas privadas. Mis padres siempre hicieron un énfasis muy fuerte en lo importante que es estudiar. Además, los sábados mi papá los dedicaba a una actividad cultural: nos llevaban a algún museo, a alguna exposición y los domingos a alguna actividad de campo: montañismo, pesca o un picnic. Por otro lado, mi padre siempre estaba rodeado de libros. A la fecha, mi madre y mi padre tienen noventa años y es común oírles hablar de Kant, de Schopenhauer. Son personas muy cultas”.

-¿Puede ser escritor alguien que sólo tiene vida o calle, pero no tiene ninguna formación intelectual?

-En algún punto siempre necesitas una cierta formación intelectual porque el lenguaje es una herramienta intelectual. Necesitas cierta profundidad del lenguaje, cierto conocimiento de técnicas narrativas. La calle sí te ayuda para hacer la materia de lo que vas a contar, pero para saber cómo contarlo, necesitas herramientas culturales. Necesitas no sólo leer libros y ver películas, sino también ver cuadros, conocer de arquitectura y de historia, entre otras cosas.

-Entonces, ¿en un taller de escritura sí se puede aprender a escribir?

-Yo creo que en un taller se pueden dar herramientas para que quien quiera escribir, pueda hacerlo. Lo que aprendes como maestro es que lo que hay que dar son herramientas. No les puedes dar un mundo interior, no les puedes dar historias, pero sí les puedes dar herramientas a aquel que tiene un mundo interior y tiene historias que contar. Ahora, yo siempre les dije a mis alumnos, nunca jamás traten de ser profundos, ni lo intenten. Ustedes escriban una historia sencilla. Si ustedes son profundos, la historia va a ser profunda. Si ustedes son superficiales, la historia va a ser superficial. No hay forma de tratar de ser profundo per se. No se puede.
Para Arriaga, escribir es un placer y no entiende cómo otros dicen sufrir mientras lo hacen.  Cuando está trabajando en un guión, escribe todos los días menos los festivos, desde las diez de la noche hasta las cuatro o cinco de la mañana.  Durante años no ha parado ni un solo día aún estando  de viaje. Por la tarde, a veces le vienen ideas que luego aprovecha, pero nunca toma notas. Sólo le hace caso a lo que permanece en su memoria. Si no lo recuerda, quiere decir que no es bueno. “Hay momentos muy áridos en la escritura, pero la recompensa supera por mucho las horas y horas interminables que estás sentando frente a un texto. A mí me gusta porque me parece que es como estar resolviendo ecuaciones matemáticas o como estar jugando a un videojuego y poder llegar a la meta”. Varias veces ha dicho que para él los escritores vienen sólo con un galón de tinta y cuando se acaba, se acaba. Vive aterrado porque esto le suceda pronto. “Lo he discutido con actores y directores porque un pensamiento que me acompaña es saber en qué momento se van a dar cuenta que soy un fraude.  Y esto también lo dicen desde Faulkner a García Márquez. Uno siempre teme eso ¿y si yo no era tan bueno como pensaba?”.
Además de los guiones de Los tres entierros de Melquíades Estrada que dirigió Tommy Lee Jones, de la trilogía – Amores perros, 21 gramos y Babel- que dirigió Alejandro González Iñárritu y de Lejos de la tierra quemada, que dirigió él mismo, Guillermo Arriaga escribió un libro de relatos -Retorno 201-, y tres novelas – Escuadrón guillotina, Un dulce olor a muerte y El búfalo de la noche. Hace tiempo recibió una carta desde una cárcel donde le decían que El búfalo de la noche era el favorito de los presos y que para ellos leer era liberarse, que sus libros les estaban dando la libertad que no tenían.

-¿Cuando te suceden cosas como ésta sentís que cobra sentido tu literatura?

-Absolutamente. Yo siempre he dicho que uno escribe para los de su propia especie. De qué tamaño es tu tribu o tu especie, no lo sabes. Puede ser de cincuenta millones o sólo de diez personas, pero uno escribe pensando que alguien siempre te va a entender. Cuando este alguien vive en los márgenes de la vida, como puede ser una cárcel, y te dice que tu libro le es importante, obviamente te conmueve. Es muy emocionante saber que gente que está al margen aprecia lo que estás escribiendo.

-Alguna vez dijiste que en un mundo capitalista es difícil elaborar una interioridad para poder crear ¿Por qué pensás que el capitalismo es malo para el surgimiento de un escritor? ¿No puede ser al revés?

-Yo no dije en un mundo capitalista sino en el mundo contemporáneo.

-Bueno, pero en el mundo contemporáneo impera el capitalismo

-Sí, pero también en sociedades donde ha imperado el socialismo y se convirtió en burocracia también era igual de alienante. Yo creo que es un problema de la sociedad  contemporánea. Es un problema del poder. Las estructuras de poder arrebatan mucho la posibilidad de tener vida interior. El poder se construye sobre seres dóciles y siempre quiere tener el control. Siempre quiere tener el poder sobre sus ciudadanos, ya sean capitalistas, socialistas, tiranía o dictadura.  Siempre hay un deseo del poder de controlar y vaciar las vidas de los seres humanos para controlarlos mejor.

-Al menos en nuestro país, es mucho más conocido tu trabajo en cine que tu obra literaria. ¿Te molesta que las películas, en cierto modo, opaquen tu trabajo como escritor de libros?

-Yo soy un contador de historias. Las cuento en libros o las cuento en cine. Es muy difícil que un escritor llegue a ser conocido por sus libros, pero en mi caso estoy traducido a veintiún idiomas. Hay países, como Brasil, en donde mi literatura es obligatoria en las escuelas. Además, fueron los libros los que me llevaron al cine.
A Arriaga no le gusta la palabra guionista porque los guionistas son los que escriben una guía y supeditan su imaginación a la de otros. Él, en cambio, es un escritor y lo que hace es entregar su propio mundo interior para una obra de cine. Lo que ha procurado es, precisamente, llevar estructuras literarias al cine. “Yo considero que la misma preocupación del lenguaje que tiene una novela es la que voy a tener para escribir un guión”. Sabe que si bien es el guionista el que pone su mundo interior, la mayor parte de las veces su trabajo suele pasar a un segundo plano y en las películas sólo se termina hablando de actores y directores. Sin embargo, dice que el paso para comenzar  a dirigir lo dio por el placer de colaborar. “No hay nada más divertido que tener un grupo de gente con la que estás yendo en una misma dirección. No es por control ni por reconocimiento, sino porque me gusta mucho la colaboración. Yo siempre quise ser director de cine.  Lo que me ayudó a dirigir es que una vez caminando por Cancún vi una camiseta con una frase de Einstein que decía: “La imaginación es más importante que el conocimiento”. Conocimiento no tengo, pero imaginación sí”.

-Cuando uno te lee o ve tus películas, tiene la sensación de que en tu escritura no hay límites, que todo puede y debe ser contado. ¿Es realmente así o hay algo sobre lo que jamás escribirías?

- Me tuve que refrenar un poco en una novela que escribí hace quince años. Hablaba del mundo del crimen, había mutilaciones y otras cosas tremendas. No la quise publicar porque mi mujer me dijo que le iba a dar ideas a la gente para que luego hicieran cosas atroces.  Igual, hoy eso ya sería un comic. La realidad ha superado a mi novela ampliamente.

-De alguna manera has formado parte de Hollywood y sus luces, con lo que eso implica. Muchas veces, en sus películas, los norteamericanos  son una máquina de generar estereotipos de nosotros los latinos. Para ellos los latinos son narcos, sicarios o delincuentes. En tus guiones, ¿quisiste revertir algo de esa imagen que ellos construyen de nosotros?

-Siempre que escribes hay una perspectiva. Con mis guiones hubo una gran molestia de ciertos sectores de la derecha americana, pero yo no creo que Hollywood sea una máquina de estereotipos. Yo te puedo decir, después de trabajar en Hollywood, que yo admiro cada vez más ese lugar y me han permitido trabajar ahí, me han pagado por trabajar ahí y me han respetado profundamente por trabajar ahí.  No todos son una bola de brutos y estereotipadores, también hay gente muy pero muy sofisticada.

-Esa gente sofisticada es la que piensa que hoy la literatura se encuentra más en las series de televisión como Sopranos, Mad men, Breaking bad o House of cards  que en los libros. ¿Estás de acuerdo con eso?


-Yo creo que eso sucede en Estados Unidos porque el cine entró en la tiranía de los quinceañeros. Todo se hace para un público de quince años, pero en el resto del mundo no se hacen series de televisión. En el resto del mundo se siguen haciendo películas. Lo que sí creo es que las series de televisión son una oportunidad más para contar historias y afortunadamente en Estados Unidos, en Inglaterra, se les dio cabida a aquellas voces que pretenden ser originales en la televisión. 

Publicada en Revista Quid, agosto 2014.

domingo, 7 de septiembre de 2014

Entrevista a Marcelo Cohen: Un futurismo sudaca



Por Nando Varela Pagliaro

“A la ciencia ficción el futuro se le vino cada vez más encima. Nadie se podía imaginar que de pronto hay miles de millones de usuarios de algo que se llama red social, en la cual la gente publicita todo”, dice Marcelo Cohen, uno de los principales referentes del género en nuestro país. El escritor y traductor acaba de editar sus Relatos reunidos, una selección en la que atraviesa su propia producción. El criterio de elección fue bastante caprichoso: dejó de lado cuentos de sus primeros libros, añadió inéditos y sumó otros de un volumen que está escribiendo sobre un fanático de cine. Los relatos siguen un orden no cronológico y están divididos en dos partes: Cuentos de este mundo y Cuentos del Delta Panorámico.

-Sus libros, en general, transcurren en territorios inventados, en urbes futuristas, ¿cuán importante es para un escritor encontrar un territorio?

Para mí fue fundamental. Cuando comencé a crear estos espacios que yo llamaba “espacios hipotéticos”, vivía en España. La sincronía de vivencias de distinta índole y de percepciones de diferentes lugares era tan intensa que ocupaba permanentemente mi mente. Las literaturas realistas para mí eran demasiado estrechas como para dar cuenta de lo que consideraba que era la experiencia. Eso me llevó a crear este tipo de espacios, que en principio eran cercanos a los lugares en donde yo había vivido o estaba viviendo. Con el tiempo, una vez que en esos territorios ponía objetos de otra procedencia y sucesos de épocas diversas, la sumatoria de los elementos extraños necesariamente creaban lo fantástico.

-Y el Delta Panorámico, puntualmente, ¿cómo nace?

Cuando volví a Argentina tenía mucho miedo de que la realidad me hostigara. Acá la realidad es muy promiscua, es un país terriblemente referencial, con muy poco interés por lo que pasa en el resto del mundo. Entonces pensé que tenía que encontrar un lugar que no fuera una nostalgia de los lugares que ya había inventado. Me gustaba la idea de un mundo de islas, me parecía que el río era mucho mejor para un futurismo sudaca y argentino, una especie de futurismo deteriorado que es lo que hago.

-Al hablar de su literatura se suele decir que es anticipatoria y siempre se la encasilla dentro de la ciencia ficción. Usted, en cambio, a la hora de ponerle un nombre, habla de “Sociología fantástica”, ¿cuáles son las diferencias entre la ciencia ficción tradicional y lo que usted hace?

-Quizás no haya muchas diferencias. Son artimañas que uno tiene para evitar la inclusión definitiva en un tipo de género. Es sociología fantástica porque lo que mueve mi imaginación es la búsqueda, la atención a ciertos elementos del funcionamiento social, en el cual podemos incluir la tecnología, los modos de comunicación, las costumbres, las modas y todo tipo de relaciones sociales, como las pueden definir distintos sociólogos. Lo que me interesa es estar atento a ese magma de la vida social, encontrar pequeños datos desatendidos que a mí me sobresaltan y trasladarlos a un momento en que pueden haber prosperado. De manera que, la traspolación de detalles a su máxima potencia, en un vago futuro crea argumento. Eso sería la sociología fantástica.

-Cuando editó El fin de lo mismo y todavía vivía en Barcelona, Fogwill dijo que para que usted existiera entre sus pares tenía que estar instalado en los circuitos de sociabilidad. ¿Es necesario formar parte de la red de conflictos, amistades y vanidades para que una obra circule?

-Yo nunca he tenido apuro y muy pronto dejaron de preocuparme los resultados visibles de resonancia de lo que estaba haciendo. A mí lo que más me interesa es escribir. Estar escribiendo es lo que me hace feliz. El encuentro con la lectura y con los lectores es muy satisfactorio y he aprendido que sucede. Peter Handke dice que la paciencia es la plusvalía de la literatura y esa es una frase que en mí encarna. Por otra parte, soy muy reacio al trabajo que es necesario hoy para una presencia interna. Hay que estar en muchos lugares para que la conversación sobre uno se multiplique, hay que dar la cara muy a menudo  y soy una persona no poco sociable, pero no me gusta hablar de mí. Me gusta más hablar de la literatura de otros. Además, pienso que los libros tienen destinos muy raros y lo que pase luego con ellos uno puede no enterarse. Héctor Libertella decía que era mejor influir en un núcleo pequeño de lectores que en treinta mil compradores. Los lectores son una cosa más particular que el público, son más fieles, más interesados y van a saber leer bien y difundir la obra en otros lectores. En cambio el público es vago, es voluble, porque depende de la publicidad y de la prensa. Los lectores son menos, pero si a uno le interesa otra cuestión que suele interesarles a los escritores, que a mí no me interesa mucho y que es la posteridad, es mejor confiar en los lectores.

-J.G. Ballard decía que la ciencia ficción no tiene que ocuparse del espacio exterior y el futuro lejano, sino del futuro cercano y el espacio interior. ¿Está de acuerdo con esa apreciación?

-No sólo la comparto sino que es una de las reflexiones sobre la literatura de anticipación que fue más decisiva. Me gusta porque leyendo a Ballard corroboré que lo que me interesaba de la ciencia ficción no era Marte, sino el Marte de Bradbury. No me interesaban las características genéricas marcadas de la ciencia ficción sino la posibilidad que daba de tratar problemas existenciales, filosóficos y culturales en un marco narrativo de aventura. En la ciencia ficción hay muchas cosas que uno sabe que son imposibles, pero mientras uno lee, si el narrador es capaz, la vivencia de un dilema se traslada a nuestra mente e ingresamos en otro mundo. Eso es el espacio interior, pero Ballard va más allá y dice que en la cultura contemporánea no hay distancia entre el paisaje que vemos y el paisaje de nuestra mente. El paisaje urbano que está colonizado por lo humano es el fruto de lo que la mente humana ha hecho con el paisaje. De manera que si nosotros vemos una catástrofe o un prodigio arquitectónico, entre ese paisaje y lo que nosotros tenemos como potencia en nuestra cabeza, no hay diferencia. Más vale que nos hagamos cargo de que si el paisaje tiene la pinta de una enfermedad, esa enfermedad está adentro nuestro, por eso a él le interesa el espacio interior.

-Suele referirse a la literatura como una forma de evasión, ¿es lo mismo la ciencia ficción que el realismo para evadirse?

-Es lo mismo porque el mundo del libro es otro mundo que el nuestro. El escritor, en el momento que escribe, no es la persona que trata cotidianamente con otros, ni siquiera es la persona que dialoga consigo mismo. Esa conversación con uno mismo, la mayor parte del día es trivial. En cambio cuando uno lee una obra de arte, la conciencia suspende su discurso automático y la voz interna se queda muda, producto de eso que se llama emoción estética. Eso es la evasión: “la cárcel del lenguaje”. Tenemos que pensar de otra manera, pero sólo lo podemos decir fuera de la cárcel del lenguaje. La literatura lo que hace es cambiar el lenguaje para que esos barrotes se disuelvan. Lo que es cierto es que esa persona que lleva esa conciencia adentro, en mí no es la que está escribiendo, cuando uno está escribiendo es otro. Sucede a veces que sólo en el momento en que está escribiendo, una persona manifiesta su mejor ser.

-¿Cómo ve a la ciencia ficción en nuestro país?

-Yo creo que hay escarceos. Me parece que al mismo tiempo que en la literatura argentina de los últimos veinte años hay un regreso muy saludable a recuperar ciertas formas del realismo, que habían quedado interrumpidas por la posmodernidad, también hay una manera de hacerse cargo de lo más escabroso de la realidad argentina que toma elementos de la ciencia ficción pero no puede salir de la parodia. En general la hipótesis fantástica no funciona como una indagación real sino como un modo de pesimismo burlesco.

-¿Puede ser que hoy los amantes del género hayan buscado refugio en las series?

-Los lectores de anticipación no es que se refugiaron, sino que en gran parte dejaron de existir porque a la ciencia ficción el futuro se le vino cada vez más encima. Nadie se podía imaginar que de pronto hay miles de millones de usuarios de algo que se llama red social, en la cual la gente publicita todo. La cultura encontró que el gran rendimiento estaba en el entretenimiento, en dar cosas que pasaran rápido y que la gente pudiera consumir en cantidad. Con un libro te tenés que quedar quieto y hay que pensar. La película sucede rápido, entra muy eficazmente por varios sentidos a la vez. Es mucho más fácil la absorción en el cine, porque uno está en un espacio cerrado, rodeado de un gran volumen de sonido. El cine captura, la literatura también captura, pero la participación que requiere es mayor. La gran masa de lo que en otra época era el público de ciencia ficción hoy es el adolescente pochoclero y un poco nerd.

-Desde hace muchísimos años se gana la vida traduciendo libros, ¿el oficio de traductor todavía no es reconocido como debería serlo?

-En Argentina, a pesar de lo mucho que se tradujo durante décadas, fuera del campo literario nunca existió conciencia de lo que era la traducción ¿Cómo es posible que hoy en día Página/12 y Ñ en las reseñas de libros no pongan el nombre del traductor? Es una cosa absolutamente incomprensible. La prensa cultural, como no le paga bien a los reseñadores, no consigue que duren. Los mejores se terminan yendo y en su mayoría recurren a gente todavía no terminada de formar, que no conoce suficientemente lenguas; por lo que le pagan, no tienen tiempo de pispear el original y por lo tanto, no hablan de la traducción, salvo cuando por alguna ocasión les impresiona o les molesta.

-En su caso, el hecho de estar tanto tiempo en contacto con la palabra ajena, ¿es contraproducente para luego crear su propia literatura?

-Lo único de la vida literaria que me creó inapetencia no sólo de escribir, sino incluso de leer fue la pertenencia a un comité de lectura de una editorial catalana, pero eso jamás me pasó con la traducción. Hace muchos años que tengo la suerte de que me den libros para traducir que me interesan. Entonces, en vez de generar inapetencia, son una fuente de pensamiento. El único problema es el cansancio físico y mental, pero todos los trabajos cansan. Lo bueno es que éste no me genera ningún ruido, sino que es un alimento, una inspiración, una ocasión de robos, uno afana muchísimas cosas. A veces sin darse cuenta y otras muy a propósito.

-“No hay libertad si no se consigue hablar de otra manera que la convencional”, dijo en alguna entrevista ¿La creación de neologismos, que ya son parte de su estilo, tienen que ver con una búsqueda de la libertad o con un cansancio del lenguaje?

-Es una búsqueda de independencia más que de libertad. La libertad se puede ejercer perfectamente en cualquier condición, como han dicho muchas veces algunos mártires o presos. Más que con la libertad, la creación de neologismos tiene que ver con la ampliación de los límites del mundo. Es más que nada una ilusión de mezclar lo inefable con lo visible. Hacer que algo que no existe se haga visible a través de una palabra. Todo esto empezó porque ciertos personajes de La ilusión monarca eran presos y tenían que hablar un lenguaje bajo, pero yo no quería responder al argot español ni al argentino. En principio porque no quería una pertenencia tan determinada y después porque comprendí que los argots son pasajeros. Es muy difícil inmortalizar una palabra que pierde tan rápido su uso. Empecé inventando un argot carcelario para esa cárcel que no es de este mundo y después se trasladó a otras historias y me di cuenta de que no sólo operaba musicalmente, también impulsaba la narración.

-Antes de sentarse a escribir dice que tiene que tener todas las piezas en la mano ¿Es necesario que siempre sea así?

-No necesariamente. En mi caso cuando una historia asoma en mi imaginación, cuando aparece la anécdota, nunca es un personaje al cual le pasa algo y después un escenario y una época, para mí todo aparece junto. Esa es la razón por la cual trato de trabajar en sincronía.

-El Indio Solari dice que ve televisión para ver cuál es el código imperante. En su caso, ¿qué lugar ocupa la televisión?

-Creo que puede ser muy productivo ver cuál es el código imperante, cuál es el estado de la mente del público, pero para una persona como yo que mira unas seis horas de televisión semanales eso más que motivar el análisis produce repugnancia. La televisión, como dice Aira, es un género que probablemente haya fracasado. Yo la miro con una gran desconfianza, con todas las sospechas del mundo y con un gran grado de incredulidad para entrar en la conversación de lo que está pasando. Sí miro muchas series, pero en la computadora.

-¿Qué series mira?

-Me interesan las series porque los que creíamos firmemente en la literatura, pensábamos que la cultura de masas ya no podía producir grandes obras. Sin embargo, han empezado a aparecer. Es como si hubiera renacido la posibilidad de un gran arte popular dentro de la cultura de masas. En las series hay algunas que me parecen obras maestras equiparables a los folletines del siglo XIX. Si el folletín permitió que confluyeran Dickens o Dostoievski, uno piensa que en la televisión puede suceder lo mismo. De esas series, para mí las mejores, las que tienen desarrollo novelístico, son Los Sopranos, The Wire y Breaking Bad. Esta última me parece un logro muy extraño; me pregunto mucho por las razones del gran éxito de público. Es muy atractiva formalmente, pero es una serie muy destructiva del espectador, es muy dolorosa y al mismo tiempo estéticamente es prodigiosa. Es una mezcla de Beckett, Tarantino y Osvaldo Lamborghini. No soy amante de Lost, con lo fantástico todavía no la han pegado.

-A nivel social, ¿cuál cree que es el lugar del escritor? ¿Nota algún cambio a partir de este Gobierno?


-Creo que no es lo mismo, pero no es producto de una acción del gobierno. Simplemente estamos en un momento de la cultura occidental en que el establishment se ha dado cuenta de que en el continuo del espectáculo, los artistas, los escritores, no son solamente un valor de uso, una mercancía rentable, sino personajes más o menos indispensables, son un adorno indispensable. A mí este gobierno, como a mucha gente que conozco, me devolvió un interés, una expectativa por la política, como no había tenido en décadas. Eso lo agradezco y también el hecho de que haya cambiado aspectos muy importantes del paisaje de la vida social, pero discrepo del gusto artístico dominante dentro de las esferas del gobierno que más participan en la gestión estatal. Han hecho algunas cosas que están bien como Radio Clásica o ciertos programas de Canal Encuentro. En el plano artístico, no necesariamente. Pasa con la difusión de la cultura en general, no en cuanto a la elección y no tengo ningún resentimiento porque me parece irrisorio que algunos colegas se quejen porque no los invitan a las ferias. Todos los gobiernos hacen eso, todos los gobiernos eligen, todos tienen su lista negra. A mí en montones de cosas en las cuales por ahí tendría que haber estado, no me invitaron y sin embargo, me invitaron a otras. En ese sentido, no tengo ningún resentimiento.  

Publicada en Revista Quid, agosto 2014.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Mis discos: Gonzalo Aloras


Por Nando Varela Pagliaro

“Más que una gran promesa es una realidad, pero sé que va a ser todavía más grosso porque es un talento impresionante”, dijo Luis Alberto Spinetta refiriéndose a Gonzalo Aloras en la que fue, tal vez una de sus últimas apariciones televisivas en Volver Rock, el programa que conducía su hija Catalina junto a Tom Lupo. “Es uno de los músicos más completos de las nuevas generaciones. Merodea por la música popular sin restricción de géneros ni nacionalidades. Investiga la cuestión de modulaciones armónicas y también la riqueza de la acordística. Toca bien la guitarra, improvisa, canta y se maneja bien con el piano”, fue lo que dijo Litto Nebbia cuando le preguntaron por Aloras en el diario La Nación. Ya desde su primer disco solista, Gonzalo Aloras contó con el respaldo de la plana mayor de nuestro rock nacional.
Su biografía dice que nació en Rosario en el año 74, en medio de una familia ligada al arte y que desde muy chico sus inclinaciones fueron siempre artísticas. Primero empezó con el dibujo de historietas y la escritura en revistas escolares. Luego, incentivado por el auge del rock argentino en la década de 80, comenzó a estudiar música. Una vez que terminó el secundario, cursó estudios de realizador audiovisual en la Escuela de Cine de Rosario, en la que más tarde se desempeñó como docente.  Aloras siempre tuvo múltiples intereses y así lo manifiesta en sus declaraciones: "Hay una generación de músicos de rock distinta, que escriben, producen, actúan. ¿Qué es un músico de rock? Alguien que puede cambiar. Y yo me siento parte de ese cambio. Me interesa la música, el sexo, el rock and roll, las drogas, pero también la filosofía, el medio ambiente, el cine, la política, la literatura. El nuevo rockero tiene que buscar por ahí, como Chico Buarque o Frank Zappa: eso es rock. Utilizar una plataforma para expresarse (la música, los libros, el cine), pero interesarnos por un todo, por la vida", dijo en una entrevista a La Nación.
Volviendo a su historia personal, en los ‘90 estuvo al frente del mítico trío Mortadela Rancia, y editó el disco Ciudad Paranoia (1994). Años después ese trabajo llega a manos de Fito Páez y lo invita a formar parte de su banda. Trabaja con él entre el ‘99 y el 2006, no sólo como músico y arreglador, sino también como actor porque Páez lo eligió como protagonista para su película De quién es el portaligas.
Como solista lleva grabados tres discos: Algo vuela (2004), en el que participan Fito Páez, Charly García, Claudio Cardone y Guillermo Vadalá como invitados; Superhéroes (2008), un trabajo con versiones en guitarra acústica y piano de canciones de sus tres grandes maestros -Luis Alberto Spinetta , Litto Nebbia y Charly García- y por último, 12 (2012), en el que contó con la presencia de Nebbia, Spinetta, Páez, Juanse, Samalea, Javier Malosetti y Francisco Fattoruso, entre otros. Actualmente se encuentra produciendo a bandas nuevas y preparando su próximo trabajo solista. Con una fuerte base electrónica y pegadizos riffs de guitarras, “Nada para ver” es el primer adelanto de su futuro disco. “Nada para ver habla de nuestra época: la sensación de que no hay nada para ver cuando justamente todo está más visible que nunca”, dice Gonzalo Aloras.

¿Cuál fue el primer disco que compraste?

El primero de Ratones Paranoicos (cassette).

¿Cuál fue el último?

La obra completa de Mahler por Pierre Boulez.

¿Qué disco jamás prestarías?

Una copia de unas mezclas de un disco de Bob Dylan que me grabó Phil Ramone.

 ¿Cuál fue el disco que más veces prestaste o regalaste?

12 (mi tercer disco solista).

¿Hay algunos discos en tu discoteca de los que tengas vergüenza?

Muchos discos que me regalan músicos no están bien terminados ni tienen buenas ideas, aún así los conservo un tiempo para darme otra chance.

¿Qué disco que antes escuchabas, ahora ya no escucharías?

Los compilados con hits que salían en la década del 80.

¿En qué lugar ponés los discos que vos grabaste?

Entre los demás discos que tengo.

¿Cuál fue el primer disco que bajaste?

No recuerdo, alguna rareza, algún inédito.

¿Cuál fue el último?

Compré online el último disco de Knower.

¿Cuál fue el disco que más veces recomendaste o linkeaste?

Seguro algo de Bill Evans.

¿Escuchás tus discos en mp3?

No. Estoy esperando que salga en unos meses el nuevo “ipod” diseñado por Neil Young (pono) en el que se podrá volver a escuchar la música con mucha calidad.

Publicada en Revista Paco, agosto 2014.