jueves, 10 de octubre de 2019

5 preguntas sobre "nuevos clásicos"



Cinco preguntas a cinco personalidades de la cultura sobre el tema de tapa de revista Quid: nuevos clásicos.

Por  Nando Varela Pagliaro


Josefina Licitra (periodista, escritora)

- ¿Qué elementos hacen que una obra sea considerada un clásico?

-Una obra es un clásico, a mi entender, cuando la línea superficial del relato -la que está atravesada por elementos de trama y marcas de época- está sostenida por una segunda línea mucho más poderosa y menos visible, que va emergiendo de a poco y que pone en juego temas universales sobre los que siempre nos haremos preguntas: el amor, el odio, la juventud, la venganza, la vejez, el miedo a la muerte, el sexo. Cuando esos temas, que no envejecen, ganan terreno sobre la trama sin volverse sentenciosos, quizás -suponiendo que esta ecuación funciona- se pueda pensar en esa obra como un clásico.

- ¿En qué se diferencian los clásicos antiguos de los más contemporáneos?

-En las formas. En el ropaje. En la trama superficial. La segunda trama, en cambio, es siempre la misma.

- ¿Cuáles son sus nuevos clásicos preferidos?

-"Nuevo clásico" por momentos me parece un oxímoron. El único testeo imbatible para saber si un libro es un clásico es el paso del tiempo: ahí está el filtro que permite ver cuánto permanece y cuánto se pierde de una obra. Así y todo, creo que El guardián en el Centeno, de Salinger, buena parte de la obra de Carver (en especial el cuento Diles a las mujeres que nos vamos), Desgracia, de Coetzee, Los Detectives Salvajes, de Bolaño, algunos cuentos de Alice Munro (como Muebles de familia) y otros cuentos de Abelardo Castillo (como La madre de Ernesto) ya están, para mí, en el terreno de lo clásico. De todos modos, las listas son odiosas. Cada vez que nombro, inevitablemente, omito.

- ¿Con qué autor (vivo o muerto) de alguna obra que sea considerada un nuevo clásico le gustaría compartir una cena? ¿Por qué?

-Con Bolaño, porque dicen que hablaba mucho y eso me tranquiliza. No soportaría una cena con baches.

- ¿Qué obra actual cree que en el futuro va a ser considerada un clásico?

-Ya cometí una injusticia en la tercera pregunta. ¡No me hagan cometer otra en esta!


Tomas Abraham (filósofo, escritor)


- ¿Qué elementos hacen que una obra sea considerada un clásico?

-Me referiré a la literatura en general (que incluye a la filosofía y al ensayo). Una obra clásica es la que no deja de tener lectores. Siempre vuelve. Es objeto de infinitos comentarios que intentan restituir su significado original. Pertenece a un tiempo diferente, a un futuro anterior o un pasado por venir.

- ¿En qué se diferencian los clásicos antiguos de los más contemporáneos?

-Un clásico por definición es hijo del tiempo, hijo y no hermano o padre. Un contemporáneo es clásico por una promesa de fidelidad de lectores futuros. Una apuesta.


- ¿Cuáles son sus nuevos clásicos preferidos?

-Clásicos son Platón y Shakespeare, a los que me dediqué por personificar en la filosofía y la literatura, las dos cimas del género.

- ¿Con qué autor (vivo o muerto) de alguna obra que sea considerada un nuevo clásico le gustaría compartir una cena? ¿Por qué?

-Con Hannah Arendt y Lou Andreas Salomé. Porque son bellas e inteligentes.

- ¿Qué obra actual cree que en el futuro va a ser considerada un clásico?

-La de Michel Foucault en la filosofía, Primo Levi e Imre Kértesz en la ética, la de Paul Veyne y Tulio Halperín Donghi en la historia, la de Pessoa y Gombrowicz en la literatura, y la de Bob Dylan en el arte en general.


Manuel Moretti (Compositor, cantante de Estelares)

- ¿Qué elementos hacen que una obra sea considerada un clásico?

-Quizás un clásico sea un ejercicio de uno o varios artistas que encuadra perfectamente con una época, como un registro de esa época, con la emocionalidad, con el lenguaje que los artistas usaron para armar ese objeto que después se transformó en un clásico. A veces lleva tiempo decodificar estas lecturas, pero tiene una característica que es que gusta mucho y atraviesa la cultura popular. Todo clásico debe estar muy cercano a lo popular.

- ¿En qué se diferencian los clásicos antiguos de los más contemporáneos?

-Se me ocurre que la primera diferencia sería el lenguaje. Conforme pasa el tiempo, el lenguaje va cambiando y también cambia la interrelación de los artistas con el público, con su material. También pienso que esta época es mucho más rápida que la anterior. La vorágine actual hace que todo caiga más pronto. Por otro lado, con muchas obras suele ocurrir que no son entendidas en su época y luego se convierten en clásicos.

- ¿Cuáles son sus nuevos clásicos preferidos?

-Hay muchos clásicos actuales, dentro del mundo del cine pienso en Tarantino y Almodóvar. Hay algo en su manera de narrar que atraviesa todas las capas conceptuales y que los hace inconfundibles
.
- ¿Con qué autor (vivo o muerto) de alguna obra que sea considerada un nuevo clásico le gustaría compartir una cena? ¿Por qué?

-Justo ahora que estoy en España, si estuviese vivo, me gustaría estar bebiendo y escuchándolo contar anécdotas y diseccionando universos a ese crack que fue Roberto Bolaño. Sin dudas, uno de los mejores escritores de los últimos años. 2666 es un ejercicio maravilloso de literatura moderna.

- ¿Qué obra actual cree que en el futuro va a ser considerada un clásico?

-El espectáculo del tiempo de Juan José Becerra es una novela impresionante. Ojalá merezca algún día ser un clásico por la exquisitez y la profundidad en cómo está narrado. En la música, pensaba también que Wos, Louta, Ca7riel y Paco Amoroso son pibes que tienen algo que no suena en la media, y tal vez con un desarrollo determinado puedan llegar a convertirse en clásico.


Eugenia Zicavo (periodista, socióloga)

- ¿Qué elementos hacen que una obra sea considerada un clásico?

- Los “clásicos” son libros que pasan la prueba del tiempo y siguen siendo leídos por distintas generaciones de lectores. En lo personal, rescato lo que dice Ítalo Calvino en "Por qué leer los clásicos": “Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a vos mismo en relación y quizás en contraste con él”.

- ¿En qué se diferencian los clásicos antiguos de los más contemporáneos?

- Los "clásicos antiguos" son los que consolidaron su fama a lo largo de distintas épocas y diferentes culturas. Los que siguen cosechando reediciones y nuevos lectores en todo el mundo. Generan un respeto especial que, por un lado, fomenta su lectura y por el otro les juega en contra: muchos los asocian erróneamente con un consumo erudito o incluso aburrido que provoca la pereza de "hacer el esfuerzo" (y también la vergüenza por no haberlos leído, y la consecuente mentira de que sí los leyeron). Los clásicos contemporáneos son en algún sentido "menos clásicos" y aún guardan una mayor cercanía de época con sus lectores, que en el imaginario social se vuelven más accesibles.

- ¿Cuáles son sus nuevos clásicos preferidos?

- Entre mis "nuevos clásicos" preferidos del siglo XX: "Lolita" de Nabokov, "A sangre fría" de Capote, "1984" de Orwell, "Matadero 5" de Vonnegut y "El segundo sexo" de De Beauvoir.

- ¿Con qué autor (vivo o muerto) de alguna obra que sea considerada un nuevo clásico le gustaría compartir una cena? ¿Por qué?

- Me encantaría compartir una cena con Kurt Vonnegut, un hombre de muchas vidas, con un talento descomunal y un sentido del humor exquisito. Creo que sería un excelente compañero de copas.

- ¿Qué obra actual cree que en el futuro va a ser considerada un clásico?

- Ojalá toda la obra de Alessandro Baricco y de Philip Roth.


Antonio Birabent (músico, actor)

¿Qué elementos hacen que una obra sea considerada un clásico?

-En gran medida la promoción que esa obra tenga. Y también algo inexplicable, misterioso.

-¿En qué se diferencian los clásicos antiguos de los más contemporáneos?

-Simplemente en el efecto que produce el paso del tiempo.

-¿Cuáles son sus nuevos clásicos preferidos?

-Disfruto de la música sin pensarla tanto. Entiendo que la condición de clásico es muy personal y cambiante al mismo tiempo.

-¿Con qué autor (vivo o muerto) de alguna obra que sea considerada un nuevo clásico le gustaría compartir una cena? ¿Por qué?

-Aníbal Troilo. Su obra es una identidad de esta ciudad y anhelo esa época que describe.

¿Qué obra actual cree que en el futuro va a ser considerada un clásico?

-Prefiero no saberlo.

Publicada originalmente en Revista Quid.


Entrevista a Félix Bruzzone: Narrar la ausencia



Nando Varela Pagliaro

“Me parece que, en lo que respecta al tema de padres desaparecidos, siempre trabajé más con la ausencia que con los hechos. Un poco ir sobre la zona de Campo de Mayo, sobre ese espacio sombrío, casi vedado, es algo nuevo para la literatura”. El que habla es Félix Bruzzone. Con él nos juntamos una tarde fría de agosto, en el departamento que usa para dictar sus talleres en el barrio de Palermo. El motivo del encuentro fue la reciente publicación de Campo de Mayo, una novela que se construye alrededor de Fleje, un hombre que corre descalzo, que no se detiene, que atraviesa la guarnición militar más grande del país y va en busca de identidad, de su madre, que al igual que la del escritor, fue desaparecida por la dictadura.

-¿Cómo surgió la idea del libro?

-Empieza a haber una idea de libro cuando en mi vida pasa algo muy parecido a lo que le pasa a Fleje, que es esto de mudarse a vivir cerca de Campo de Mayo y a enterarme que ahí estuvo detenida mi vieja. Esto era y una suposición que existía, dadas las características de su militancia, la zona en que militaba, lo que se sabe de cómo fue la persecución durante esa época, pero no estaba confirmado. Se confirmó recién al poco tiempo de mudarme. A partir de ahí empieza a formarse algo que tiene que ver con una idea de cómo uno se acerca o se aleja de sus propios tópicos. En mi caso, sería el problema de dónde vengo, mi identidad. Por otra parte, empiezo a registrar que todos mis parientes que se fueron mudando a provincia, se mudaron alrededor de Campo de Mayo.

-¿Vos cómo llegaste a vivir cerca de ahí, fue una casualidad?

-En esa época yo limpiaba piletas por esa zona y se me hacía engorroso tener que ir y venir de capital todos los días para resolver cualquier problema. No llegué tan de casualidad, mi mujer, que es prima segunda mía, hasta que se casó conmigo vivía en Don Torcuato, que es más o menos la misma zona.

-Durante el proceso de escritura, ¿qué libros estaban en tu mesa de trabajo?

- Hay uno que fue central durante el proceso de escritura que fue Morirás lejos de José Emilio Pacheco. En su caso, toma algo que es muy extenso, toda la historia y las persecuciones que el pueblo judío fue teniendo a lo largo de los años y lo condensa en una situación que narra una y otra vez en una escena que se da en una plaza del DF. Después, es muy interesante cómo incorpora un montón de materiales distintos para armar toda la novela. Además, es una novela muy corta, hecha de fragmentos. Campo de Mayo tenía ese horizonte, después se transformó en otra cosa. Aunque se bien no deja de ser una novela fragmentaria e incorpora materiales al tun tun, también es muy lineal. Es muy raro que yo no escriba algo linealmente.

-En esa narración lineal que mencionás, ¿ya tenías el final antes de sentarte a escribir o fuiste encontrando la estructura del libro a medida que avanzabas con la escritura?

-Tenía una imagen del final, pero no lo tenía del todo claro. De hecho, el libro fue cambiando mucho en todo el proceso. Fleje no se llamaba así, sino que su nombre era El corredor. Lo que quedó en el libro es uno de los posibles finales. Quería que algo sucediera con la madre, pero no sabía bien qué. En algún punto, también quería que la novela fuera algo experimental.

-¿Tenías otro finales posibles?

-Sí tenía, pero me los olvidé. Había muchas opciones porque es una novela en la que podía pasar casi cualquier cosa.

-¿Por qué se te ocurrió que el personaje debía ser un corredor?

-Porque en la época en la que empecé trabajar sobre lo que pasaba con los vecinos de Campo de Mayo, a la par también empecé a correr. Leí el libro que lee Fleje que es Nacidos para correr y me motivó mucho a incursionar en ser un ultramaratonista.

¿Te hubiera gustado ser ultramaratonista?

-Tenía esa idea en ese momento, esa fantasía. La realidad es que esa fantasía me llevó más a escribir la novela que a correr. Finalmente, empecé a correr, pero al poco tiempo me lastimé un menisco y preferí no arreglármelo porque tampoco es que me molestaba tanto, pero sí tuve que dejar de correr. Tal vez, el personaje de Fleje viene a suplir esa imposibilidad física mía.

-Antes hablábamos del final, que es realmente muy polémico. ¿Te preocupa la lectura que puedan hacer de este libro otros hijos de desaparecidos?

-En este momento me preocupa todo mucho, pero eso no va a impedir que escriba lo que tenga ganas de escribir. La verdad es que yo tampoco tengo tan claro qué sentido arma todo finalmente. Tal vez arme más de un sentido, así que cada uno lea lo que quiera. Puede que alguien se enoje, pero creo que eso es normal. Lo peor que le puede pasar a cualquier obra que uno hace es que a todos les parezca bien. Tampoco me preocupa tanto porque lo que yo siempre hago es trabajar sobre las zonas inconscientes de todos estos problemas que aparecen en mis novelas. Me parece que el hecho de poner el foco en un lugar como Campo de Mayo habla bastante de algo que no ha aparecido tanto. Me parece que, en mi caso, en lo que respecta al tema de padres desaparecidos, siempre trabajé más con la ausencia que con los hechos. Un poco ir sobre la zona de Campo de Mayo, sobre ese espacio sombrío, como vedado, es algo nuevo para la literatura.

-Hace un tiempo lo entrevisté a Mempo Giardinelli y él me decía que en nuestra literatura  hay muchas novelas que abordan el tema de la dictadura, sin embargo, no hay lugar en la ficción para personajes como Videla o Astiz, ¿por qué creés que pasa esto?

-No tengo registro de si hay o no, la verdad no sabría decirte por qué es así.

-Mempo decía algo así como “ni si quiera les vamos a dar ese privilegio”.

-Esa es una actitud muy militante. A mí me parece que si alguien tuviera el deseo de hacerlo, que lo haga. Yo no tengo ganas de hacerlo y por eso no lo hago.

-En tu novela hay un personaje que quiere juntar tierra de Campo de Mayo y venderla dentro de tubos de ensayo como una especie souvenir de un lugar emblemático de la dictadura. Algo similar a lo que se hace en Berlín con el Muro. ¿Por qué creés que acá no se hacen este tipo de cosas?

- Acá hay un gran respeto por todo eso. Hace poco estaba intentando chequear si existía algún trabajo donde se tome el Nunca Más como material de estudio literario y no pude encontrar nada. Creo que hay una novela de Charlie Feiling que toma algunos fragmentos, pero no mucho más. Tal vez si acá la gente harta hubiera roto a pedazos la ESMA como hicieron los alemanes con el muro, podría haberse dado esa situación.

-Para terminar, ya hace más de diez años que publicaste tu primer libro, ¿qué sentís que aprendiste en todos estos años como escritor?

-Aprendí a escribir y sigo aprendiendo, aprendí bastante de mí, aprendí todo lo que fue cayendo dentro de mi escritura, desde la información de datos duros a cosas más intangibles relativas a los personajes. También aprendí a enseñar a escribir. A diferencia de muchos escritores que valoran mucho más la lectura que la escritura, porque ese sería el lugar del aprendizaje, yo en cambio necesito de la escritura para terminar de entender lo que leo. Por eso leo poco y escribo más de lo que leo.

-¿Te proponés leer una cantidad de libros al año?

-Siempre que me lo propuse, fracasé.

- ¿Y en términos de escritura?

-También fracasé.

-¿Pero tenés una rutina aramada o un objetivo diario de escritura?

-Alguna vez me lo propuse, pero nunca lo logré y las veces que lo logré el resultado no fue bueno.

-¿Seguís limpiando piletas?

- Sí, los viernes.

-¿Qué aprendiste limpiando piletas más allá de lo obvio?

-Aprendí un oficio que por momentos me parece fascinante y también aprendí a pensar mucho. El espacio de la pileta, la repetición, me habilitó un montón de cosas del orden de la reflexión. Limpiando piletas fui encontrando algunas respuestas que me han servido bastante.

-¿Como cuáles respuestas?

-Por ejemplo, cuando estoy frente al agua, por un lado, odio estar ahí por el sol, porque a veces estoy cansado, porque no me pagan bien, pero, por otro, sigo haciéndolo hace muchos años. ¿Por qué sigo? Porque más allá del dinero hay algo que me atrapa. Entonces, me pregunto ¿qué es el agua para mí? Me parece que hay algo de las fantasías que uno tiene y no realiza, que están como en el agua, en ese lugar que siempre se va, que se escapa de las manos. Alguna vez también pensé ¿y si el agua fuera mi vieja? Yo estoy yendo todos los días ocho veces a ver a mi vieja. Después, un chabón que estaba haciendo una especie de documental, cuando le cuento esto me dice: “claro, y fijate que la manguera azul que usás para conectar a la bomba es como un cordón umbilical”. Eso no lo había pensado. Y el ruidito de la bomba, qué es ese ruido. No sé es muy raro, porque uno piensa que es un trabajo alienante, pero tal vez es al revés.

Publicada originalmente en Revista Quid.

miércoles, 26 de junio de 2019

5 Preguntas sobre la verdad



Cinco preguntas a cinco personalidades de la cultura sobre el tema de tapa de revista Quid: la verdad.

Por  Nando Varela Pagliaro



Iván Noble

-Stephen King dice que “sólo los enemigos dicen la verdad. Los amigos y los amantes siempre mienten en algún punto”. ¿Está de acuerdo?

-Los enemigos dicen la verdad sólo si son nobles, lo cual no es demasiado habitual: la enemistad no tiene buenos modales. A los amigos los quiero absolutamente condicionales; que se alejen de mí, previo aviso, cuando me convierta en un estúpido. Los amantes mienten por piedad; en mi caso solo pido que lo hagan poco y cada vez mejor.

-Si tuviera que elegir entre vivir en una mentira o morir por una verdad, ¿qué elegiría?

- Vivir en una mentira aireacondicionada. No quiero morirme. Aunque la muerte sea la única verdad con mayúsculas de nuestra vida.

-Así como hay distintos tipos de mentiras, ¿existen distintos tipos de verdades?

-En la Góndola de la existencia hay de todo: verdades con fecha de vencimiento, verdades en oferta, verdades 2 x 1. Menos irrompibles, hay de todo tipo.

-Se suele decir que nada es verdad y nada es mentira, que todo depende del cristal con el que se mira. ¿Es así?

- Es una frase demasiado hospitalaria para con los canallas. Sospecho que la inventó algún sátrapa con fines exculpatorios.

-¿Cómo sería un mundo en el que todos dijesen la verdad?

 - Más que mundo sería un matadero.


 Beatriz Sarlo

-Stephen King dice que “sólo los enemigos dicen la verdad. Los amigos y los amantes siempre mienten en algún punto”. ¿Está de acuerdo?

-Desconfío de las afirmaciones que parecen máximas y aspiran a ser generales. Los enemigos pueden ofender o atacar con una verdad, pero también puede ofender con una mentira. Sobre los amantes y los amigos, no hay modo de saberlo, salvo que uno se ponga como representante de alguna de esas categorías. Si se me ocurriera considerarme una representante (algo que no se me ocurre, pero ocupemos ese lugar, ya que la pregunta lo abre), diría que la mentira es tan inevitable como la verdad y que todo depende de su combinación.

-Si tuviera que elegir entre vivir en una mentira o morir por una verdad, ¿qué elegiría?

-Ignoro si realmente estoy viviendo en una mentira. Sería adjudicarme una capacidad de juicio que no tengo. Creo, en cambio, que me tienta la idea de morir por algo.

-Así como hay distintos tipos de mentiras, ¿existen distintos tipos de verdades?

-Por supuesto. Excepto para un pensamiento totalitario. Y quizá para alguna ciencia exactísima.

-Se suele decir que nada es verdad y nada es mentira, que todo depende del cristal con el que se mira. ¿Es así?

-Hace por lo menos tres siglos que se sabe que la perspectiva sobre el mundo y los actos es fundamental para atribuirles verdad o falsedad y aceptarlos como verdaderos o discutirlos como falsos.

- ¿Cómo sería un mundo en el que todos dijesen la verdad?

No lo sé. No parece un mundo posible. ¿Un mundo acaso sin ficciones?



Gabriela Cabezón Cámara

-Stephen King dice que “sólo los enemigos dicen la verdad. Los amigos y los amantes siempre mienten en algún punto”. ¿Está de acuerdo?

-Supongo que estamos tomando una definición de verdad más o menos estrecha. Por ejemplo, la del cuento del rey desnudo en la carroza. Amigos y amantes, creo yo, dirían la verdad: “dale, vestite un poco, cariño” o, si ya estuvieras desnuda en la carroza, te pasarían un saquito. Los enemigos más bien te dejarían salir en bolas para reírse un rato o para desprestigiarte. Incluso podrían inventar que saliste desnuda cuando saliste vestida y hacer circular la noticia por los medios, por ejemplo. Para cuando se enteren de que no era cierto, vos ya sos la loca que anda en culo en una carroza en la cabeza de mucha gente.

- Si tuviera que elegir entre vivir en una mentira o morir por una verdad, ¿qué elegiría?

-Depende de qué mentira y qué verdad. La vida me parece muy hermosa en líneas generales, aun con sus muchos bajos. Y, si sigue, da la oportunidad de reparar y de luchar por la verdad que sea. Pero, insisto, depende de lo que implique la mentira.

- Así como hay distintos tipos de mentiras, ¿existen distintos tipos de verdades?

-Creo que sí. Están los hechos del tipo “se cayó el florero” y ves ahí las flores desparramadas entre los vidrios y el agua. Eso, en principio, no afecta los intereses de nadie. Ahora bien, si vos decís la Conquista de América fue un genocidio infame que, además, no terminó nunca porque aún hoy lo perpetran las gobiernos y los empresarios extractivistas de turno, habrá gente que dirá que no fue así, que fue una gesta humanitaria que nos trajo las catedrales y el castellano, que aparentemente ha sido un instrumento para la paz de hispanoamérica, una región sin conflictos ni masacres aberrantes desde que todos hablamos el mismo idioma, como todos sabemos y como nos contó Mario Vargas Llosa en el último Congreso de la Lengua: “Ni los historiadores, ni los lingüistas ni los sociólogos se han puesto de acuerdo sobre cuántas lenguas existían en América con la llegada de los españoles y portugueses, pero lo que se sabía es que los americanos no se entendían y por eso mismo se entremataban. América era una Torre de Babel cuando llegaron los europeos y estaba literalmente bañada en sangre”. Una Babel, como Europa, que ya se ve lo mal que está porque los italianos hablan italiano, los franceses francés, los rumanos rumano y así no sé cuántas decenas de lenguas. Y la tesis infantil y cínica de que las guerras existen porque la gente no se entiende.

- Se suele decir que nada es verdad y nada es mentira, que todo depende del cristal con el que se mira. ¿Es así?

-No. El florero se cayó. Matar millones de personas es un genocidio. Y los palos borrachos florecen en otoño con flores gigantes de hermosura carnosa. Que existan las interpretaciones y los marcos teóricos y los intereses particulares no niega que hay algo ahí que es un mundo y que está más allá de las máquinas simbólicas que nosotros los seres humanos necesitamos para vivir.

- ¿Cómo sería un mundo en el que todos dijesen la verdad?

-Muy diferente de este.



Angie Sammartino

-Stephen King dice que “sólo los enemigos dicen la verdad. Los amigos y los amantes siempre mienten en algún punto”. ¿Está de acuerdo?

-Totalmente de acuerdo. Hay ciertas verdades que no estamos preparados para conocer o enfrentar en determinados momentos, una persona que te quiere no dice siempre la verdad, pero sí sabe en qué momento la necesitás y en qué momento no.

-Si tuviera que elegir entre vivir en una mentira o morir por una verdad, ¿qué elegiría?

-Vivir en una mentira... siempre y cuando, nunca me entere.

- Así como hay distintos tipos de mentiras, ¿existen distintos tipos de verdades?

-Absolutamente. Creo que hay tantas verdades como personas, porque las miradas de los hechos siempre son subjetivas y creadas desde la historia de cada uno.

-Se suele decir que nada es verdad y nada es mentira, que todo depende del cristal con el que se mira. ¿Es así?

-Sí. Pero nunca vas a saber si mi respuesta es verdad o mentira.

- ¿Cómo sería un mundo en el que todos dijesen la verdad?

-Creo que sería un mundo muy cruel porque detrás de algunas mentiras o verdades no dichas se esconden buenas intenciones que son fruto de la empatía y el amor.




Gonzalo Heredia

-Stephen King dice que “sólo los enemigos dicen la verdad. Los amigos y los amantes siempre mienten en algún punto”. ¿Está de acuerdo?

-Estoy de acuerdo con que solo los enemigos dicen la verdad, pero creo que es porque existe un juego de espejos con respecto a cómo se usa la mentira y cómo se usa la verdad. A veces la verdad se usa para proyectar en el otro, zonas que no quiere verse. En cambio, la mentira siempre es con uno. Nosotros podemos ver la mentira mucho más explícita en el otro, más que en uno y creo que por eso el enemigo sí dice la verdad, y la dice porque quiere ganar una batalla o lo que sea.

-Si tuviera que elegir entre vivir en una mentira o morir por una verdad, ¿qué elegiría?

-Cotidianamente vivimos en una mentira, desde lo diario en una estructura familiar hasta el Estado proporcionándole leyes a una sociedad. Vivimos en una mentira y la gran zanahoria que tenemos por delante es morir por una verdad. Al final de nuestras vidas todos tenemos esta fantasía de encontrar una revelación en la que por fin descubramos el todo.

- Así como hay distintos tipos de mentiras, ¿existen distintos tipos de verdades?

-No sé si hay diferentes tipos de verdades, pero sí hay distintos recortes. La verdad se puede recortar.

-Se suele decir que nada es verdad y nada es mentira, que todo depende del cristal con el que se mira. ¿Es así?

-Esto lo asocio con el punto de vista del narrador, por eso la literatura es tan maravillosa. Creo que el gran mérito de cada uno es tener muchos de estos cristales, un centennial diría filtros y esos filtros te lo da la experiencia. Creo que cuantos más tenés, más varía tu punto de vista y podés conocer otras aristas. 

- ¿Cómo sería un mundo en el que todos dijesen la verdad?

-Sería un mundo bastante aburrido porque no existirían las historias.

Publicada originalmente en Revista Quid.

martes, 25 de junio de 2019

Entrevista a Leila Guerriero: “La peor pesadilla de una persona es no tener vocación”




Nando Varela Pagliaro
El Libertador es un bar que está en la esquina de Corrientes y Dorrego, a unas cuadras del cementerio de Chacarita. Hasta ahí llega caminando Leila Guerriero. Se sienta, apoya sobre la mesa el libro que trae en las manos y se dispone a hablar. Ha hecho esto muchas veces y con las figuras más importantes de nuestra cultura, pero esta vez es no es ella la que enciende su grabador. Quizás, ese detalle vuelva aún más interesantes a los protagonistas de las historias que relata. Pide un agua con gas y enseguida se entrega a la conversación.
Acaba de publicar Opus Gelber. Retrato de un pianista (Anagrama). A lo largo de un año, Leila visitó a Gelber en su departamento del barrio de Once, lo observó, lo acompañó en distintas situaciones de su cotidianeidad, entrevistó a su familia y amigos y rastreó casi toda la vida de este pianista único, compañero de generación de Martha Argerich y Daniel Barenboim. El resultado, en palabras del escritor español Juan José Millás, “suele despertar la vieja polémica sobre las fronteras entre el periodismo y la literatura. Pero como en el resto de sus libros, esa frontera está borrada. Lo leemos como una larga crónica (quizá, como una biografía) porque así es como nos lo venden, pero lo leeríamos como una novela si hubiera aparecido bajo esa etiqueta.”
 - Cada vez que empezás un nuevo perfil, decís que detrás de la persona que elegís hay una pregunta que no encontrás respondida en ninguna de las entrevistas previas que se le han hecho. En el caso de Bruno Gelber, ¿cuál era esa pregunta?

-El libro está recorrido por dos preguntas de fondo: una es por qué Bruno Gelber está viviendo acá, por qué volvió y la otra es cómo es él cuando está solo. Ahora, las preguntas que yo me hacía antes de conocerlo tenían que ver con la curiosidad enorme que me provocaba ver cómo era la vida de este sujeto. Él decía cosas muy interesantes en los reportajes, pero nunca le preguntaban por la minucia, nunca había un detalle.

-Decías que una de las preguntas que te planteaste fue cómo es Bruno Gelber cuando está solo, ¿pensás que lograste responderla en el libro?

-No, en absoluto. Yo creo que el libro es una confesión de humildad, no de fracaso. Bruno, en el fondo, es una persona muy críptica, muy abierto, muy entregado, pero que también tiene zonas a las que no te permite pasar. Yo le pedí que me dejara verlo estudiar, me dijo que sí durante mucho tiempo, hasta que un día, la anteúltima vez que lo vi me dijo: “eso no va a suceder nunca”. Yo le pregunté por qué y el me respondió: “ver estudiar a una persona es aburrido”. No quería que viera esa parte, porque sería el equivalente a verlo desprolijo. Hay mucha parte de su vida que permanece detrás de un muro. No es que oculte cosas extrañas, pero no es una persona a la que uno pueda imaginar en una continuidad entre lo que es su vida en relación y su vida en soledad.

- ¿Por qué creés que no se atrevió a abrir esas puertas?

-No es que no se atrevió, no hay manera de saber cómo es una persona cuando está sola, es imposible. Siempre tengo la sensación de que algo de la vida en soledad, luego se cuela en la forma en cómo uno se comporta cuando está acompañado. En cambio, para mí con Bruno esto no pasa. Tiene un sentido muy pudoroso de lo que se expone y lo que no, es una persona muy educada en la rigidez del protocolo.

- ¿De entrada sabías que tus encuentros con él se iban a transformar en un libro o primero lo pensaste como un perfil más breve?

-Después de que terminé de escribir el libro me di cuenta de que en mis dos libros anteriores: Una historia sencilla y Los suicidas del fin del mundo y en este también, todos los empecé con la idea de hacer un artículo. De hecho, cuando lo fui a ver le propuse eso, pero a partir de la segunda entrevista, ya empecé a tener claro que tenía un libro.

- En cuanto a la metodología, ¿ibas a cada encuentro con un cuestionario previo o te dejabas llevar por la conversación?

-Le hice muchas entrevistas, pero como viajo mucho, esas entrevistas a veces quedaban separadas por una o dos semanas. Entonces, cuando terminaba una entrevista, tomaba nota de cosas que quería repasar en la siguiente, pero la verdad es que es casi imposible darle una dirección a una conversación con Bruno.

- ¿Sabés si ya leyó el libro?

-Debe haberlo leído, pero no lo volví a ver, pero porque le di el libro hace tres semanas y después me fui de viaje. Mi plan es llamarlo esta semana y ver qué le pareció.

- ¿Te preocupa la devolución que pueda hacerte?

-Sí, claro, es una relación de dos años, uno de entrevistas y luego siguió y pasaron cosas espléndidas. No quise incluir nada de eso en el libro porque me interesaba que el libro terminara donde termina.

- ¿Creés que puede enojarse por alguna de las cosas que contás?

-No lo sé, Bruno es completamente impredecible.

-En tus otros libros, tu figura estaba más bien al margen, en este ocupás un lugar mucho más central. En gran parte, porque Bruno todo el tiempo quería que vos también fueras su entrevistada. ¿Accedías a responder todas sus preguntas?

-Trataba de ser elusiva cuando las preguntas eran demasiado íntimas o incómodas porque sabía que todo lo que me preguntaba lo hacía para volver a referirse a él. Yo soy muy reservada, no me gusta hablar de cosas íntimas, salvo con un círculo muy cerrado y mi analista, pero también entiendo que en una relación de entrevistador y entrevistado hay cosas que son muy poco adecuadas. Sería una falta de educación no responder, más cuando el otro tiene la generosidad de contarte toda su vida. Después, en el libro no me pareció apropiado poner todas esas respuestas, porque en realidad lo que importaba era lo que pasaba con Bruno a partir de eso.

- ¿Y vos te expondrías a que hicieran un perfil tuyo?

-No, jamás.

- ¿Te lo propusieron?

-Sí, pero no con demasiado entusiasmo porque yo misma no soy muy entusiasta con esas propuestas. Creo que mi lugar es el de contar al otro, no el de que me cuenten a mí, creo que sería malo para mi trabajo. Los focos tienen que estar al otro lado, no sobre mí.

- ¿Por eso tampoco se sabe tanto acerca de lo que pensás políticamente, por ejemplo?

-Yo hablo solo de lo que me exige mi trabajo. Muchas veces me han invitado a hablar de cosas sobre las que no me siento cómoda y no acepto. No hay tantos temas de los que me interese hablar en público. En mi columna semanal en El País, escribo bastante sobre política, pero mi mirada política es más una mirada sobre lo social, sobre los efectos colaterales que tiene la política partidaria. No hay manera de que una persona lea lo que yo escribo y no sepa para dónde marchan mis ideas, quizá no partidariamente, pero me imagino que se darán cuenta de que no soy ni de derecha ni de centro derecha.

-Luego de tantos encuentros con Bruno, se podría decir que lo conocés bastante, ¿en qué te ves parecida a él?

-Sería muy pretenciosa si dijera que me veo parecida porque él es un genio.

- ¿Pero sí hay rasgos que compartís con él?

-Creo que sí hay una convicción y una entrega con lo que hago que se parece mucho a lo que hace Bruno. Él llega de una cena y se pone a estudiar cuatro horas de piano. Yo no hago eso, pero sí soy capaz de dejar de lado muchas actividades mundanas de las que podría disfrutar simplemente porque quiero escribir. También comparto la disciplina, la necesidad de llegar a un estado de concentración y de preservarlo como lo opuesto a la cultura del rendimiento y el multitasking que se instala como una virtud de estos tiempos, la no necesidad de estar opinando todo el tiempo de distintas cosas a través de redes.

- ¿No pensás que en tu trabajo te sumaría tener alguna red social?

-A mí las redes sociales me parece que tienen una gran capacidad de astillamiento de lo que yo necesito que es la concentración para escribir. Cuesta mucho lograr concentrarse en la escritura y en la edición. Uno tiene tendencia a la procrastinación, a la distracción y esto con las redes sociales se multiplica al infinito. Además, tengo una personalidad bastante adictiva. Por ejemplo, con el mail no soporto tener más de cuatro mails en mi bandeja de entrada sin contestar. A veces, cuando estoy escribiendo, en las etapas en la que todo es engorroso, me escapo todo el tiempo a la web, miro Facebook, Twitter, leo diarios y revistas. Si además tuviera mi propia cuenta, estaría pendiente todo el tiempo y lo querría hacer súper bien. Estaría dos horas por días pensando en mantener el Twitter y otras tres con Facebook.

-Bruno en el libro dice que para ser un gran pianista hay que dormir ocho horas, estudiar ocho horas y pasar otras ocho horas pensando en lo que se estudió. Si tuvieras que hacer una comparación con tu profesión, ¿cómo repartirías el tiempo?

-Te diría que paso veinticuatro horas pensando en lo que voy a escribir, ocho horas escribiendo y otras ocho pensando en lo que escribí. Con esto de las veinticuatro horas te quiero decir que uno está todo el tiempo pensando. Yo ahora tengo que escribir la columna para la semana que viene y ya estoy pensando sobre qué voy a escribir.

- ¿Te preocupa que no puedas encontrar el tema?

-Me pesa tener que encontrarlo, pero sé que lo voy a encontrar.

- ¿Y no quedar conforme con lo que encontraste?

-Las veces que menos conforme estoy con la columna que escribí, al otro día tengo un montón de mails de felicitaciones. Entonces, es muy raro. Lo que me pesa, dependiendo del momento del año, es tener que escribirla. Pero también tengo que decirte que disfruto mucho de escribir estas columnas. Es un desafío, es un espacio cortito, muy difícil de resolver, hago algunos experimentos que me divierten mucho, que desde el punto de vista formal para mí son muy interesantes.

-Bruno también decía que una de las enfermedades más lindas que existen es la vocación, ¿vos también vivís a tu vocación como una enfermedad?

- Para mí la peor pesadilla de una persona es no tener vocación, no tener un llamado. Eso es terrible y tener ese llamado y no poder realizarlo es casi tan terrible como no tenerlo. Yo creo que la vocación tiene efectos colaterales y no todo el mundo los lleva bien. La idea de que la vocación, cuando uno la puede realizar, solo produce disfrute, es una mirada engañosa y no digo esto por la razón obvia de que todos los trabajos tienen momentos que no son tan agradables, sino porque la escritura misma es un bicho muy egoísta, muy peligroso, que te exige mucho, que te llena de dudas, que te generan mucha angustia, mucha ansiedad. Igual, si me dan a elegir, cien veces prefiero esto que no tener vocación o que tenerla y no poder hacerla. Ser escritor o ser músico en tus ratos libres es muy difícil. Tiene que ver con esto de la entrega que dice Bruno, por eso él se enoja tanto con sus alumnos. Él toma discípulos y cuando elige a alguien y ve que no se entrega por completo, lo va alejando hasta que siente algo del orden de la desilusión.

- ¿Imagino que no da clases por una cuestión monetaria?

-No, si supieras lo que cobra, no lo podés creer. En el libro no está porque llegamos a ese acuerdo. Hablar de dinero es una de las cosas más íntimas y difíciles de conversar. No te diría que es un regalo lo que cobra, pero sí que es más que asequible. Él cree que enseñar es una tarea muy noble y le encanta hacerlo. Pero cuando ve que la gente no se entrega ciento por ciento al piano, se desilusiona. Por eso, además de ser un genio, tenés que tener la capacidad de desarrollar esa genialidad.

- ¿Sentís que acá no tiene el reconocimiento que debería tener?

-Me parece que ha tenido una gran carrera. Tal vez su imagen más extravagante, su estilo más cercano a la gente, para el público en general tal vez hace que no tome real dimensión de su figura, pero para el público que sabe de música clásica, sabe muy bien lo que vale y lo respeta mucho.

- ¿Vos escuchabas música clásica antes de acercarte a él?

-Yo toco la guitarra clásica desde chica y toqué hasta los diecisiete. Estudié, sé leer música, pero no soy una melómana, mi mundo es más del rock. Ese era un temor porque no sabía si iba a poder entrar en este mundo.

- ¿Leíste mucho para hacer el libro?

-Leí mucho sobre él y sobre compositores del período romántico, que es el que interpreta Bruno, porque me interesaba poder llevar la conversación hacia ese lado.

- ¿Alguna vez fuiste a hacer una nota sin saber nada del personaje que vas a entrevistar? ¿Ves mal que alguien piense a una entrevista desde la candidez del no saber?

- No tengo una respuesta muy taxativa para eso porque hay una periodista que me encanta que se llama Susan Orlean, la autora de El ladrón de orquídeas, que hace eso que vos decís. Ella dice que va a que la eduquen y es una de las personas que más admiro. Yo no recuerdo haber ido sin saber nada a hacer una nota, primero porque me da mucha inseguridad, segundo porque me parece una falta de respeto y tercero porque tengo miedo de que me vendan lo que quieren. Además, es muy difícil que el otro te tome como un interlocutor válido si demostrás que no tenés la menor idea de quién tenés adelante. La ignorancia del entrevistador es muy difícil de remontar.

-Nombrabas El ladrón de orquídeas, ¿te gustaría trabajar en cine?

-Lo pensé y me lo han ofrecido, pero por ahora no encontré el momento. Además, es un laburo más de equipo y a mí me gusta más hacer las cosas sola.

-En eso de trabajar sola también te parecés a Bruno, ¿te llevás bien con la soledad?

-Siempre me gustó mucho estar sola. No soy nada fóbica, pero llega un momento que, como dicen los mejicanos, quedo engentada, llena de gente y necesito tiempo para mí, para estar sola, leyendo o mirando Netflix.

- ¿Con qué series te enganchaste?

- Mad Men y Breaking Bad, como clásicos. Después miré Better call Saul, Dark, Ozark, El método kominsky y Grace and Frankie, por nombrarte las que más tengo presentes. Después tengo placeres culposos como The Walking Dead. Puedo mirar ocho días seguidos, diez horas de The Walking Dead, las distopías apocalípticas me pueden.

- ¿Seguís saliendo a correr?

-Ahora estoy más yendo al gimnasio porque el invierno pasado fue horrible y a mí no gusta correr en condiciones espantosas.

- ¿Disfrutás de correr o de haber corrido?

-No, de correr. Escribo mucho cuando hago algún ejercicio físico. A veces siento que tengo como una especie de elevación. Correr te da una sensación de libertad absoluta. Cuando alcanzás una velocidad crucero pareciera que nadie puede pararte.

-Para terminar, te hago algunas preguntas del estilo de las que te hacía Bruno, ¿hay algo que querrías tener y no tenés?

-Me cuesta pensar en esos términos. Si vamos para el lado de lo material, mis ambiciones son muy modestas. Tal vez me gustaría poder manejar mejor los efectos colaterales de la escritura. Me gustaría tener más capacidad de ocio.

- ¿Vivís con culpa el tiempo de ocio?

-Lo hago poco, pero sí es culpa porque pienso que debería estar trabajando. Mi oficio me gusta tanto que casi todo lo que hago lo reciclo en escritura.

- ¿Cuándo sentís que tuviste un día productivo? ¿medís el día en esos términos?

-Lo mido, lo cual me parece horrendo. Por ahí el día que siento que no hice tanto, lo mido en términos productivos, el día que siento que fue un buen día, lo mido en términos de satisfacción. Para eso, tengo que haber escrito, haber corrido y haber cocinado. Esas tres cosas y en ese orden.

- Por último, si pudieras salvar un solo libro de los que tenés en tu casa, ¿cuál te llevarías?

-Sin duda, sacaría el diario de Cesare Pavese, que es de segunda mano y está toda subrayado por un sujeto que no sé quién es, pero a juzgar por lo que subrayaba, se debe haber suicidado. Ese libro es fundamental en mi vida.

Publicada originalmente en Revista Quid.