lunes, 14 de agosto de 2017

Entrevista a Walter Lezcano: “En el ombligo de las personas no hay más que pelusa”


Nando Varela Pagliaro

Walter Lezcano no se considera periodista. Sin embargo, ha publicado entrevistas, perfiles y reseñas en casi todos los medios culturales del país: Radar (de Página/12), Ideas (de La Nación), Tiempo Argentino, Anfibia, La Agenda, Playboy, Crisis y Bacanal, entre otros. Muchos de esos textos, acaban de ser reunidos en Nací en una generación. Periodismo, monotributo y cultura (Milena Caserola). En tiempos en los que pareciera que el periodismo agoniza, hablamos de la trastienda del oficio y del trabajo que conlleva elaborar una buena entrevista.

- ¿Cómo es tu metodología de trabajo? ¿Vas con un cuestionario armado o te entregás a la conversación sin ningún lineamiento previo?

- Llego muy preparado a un diálogo. Pero sin guión prefijado de antemano porque a veces no sabés cuánto tiempo te van a dar para hablar. Entonces hay que tratar de producir cierto grado de intimidad y confianza en tiempos muy breves. Lo que no trato nunca es de sacar algún titular o declaración “polémica”. Mi intención durante el diálogo es ver qué hay detrás del lugar común que lleva alguien encima cuando dialoga con un periodista, correr el velo de la rutina, romper con el cotidiano y tratar de conseguir alguna verdad. 

- Hace poco me tocó entrevistar a Jorge Lanata y él dice que la mayoría de los periodistas toman a la entrevista como la ratificación de opiniones propias, que no les preocupa conocer al entrevistado sino tener razón sobre lo que piensan de él.  ¿Pensás que es así?

- No hay nada que me interese menos, cuando entrevisto a alguien, que ratificar mis propias convicciones, prejuicios, ideas. Si el diálogo es otra oportunidad desaprovechada para salir de vos y se utiliza como un terreno fértil para el narcicismo no lo veo atractivo y no tiene sentido encontrarse con nadie. La palabra muere ahí, no hay comunicación posible. En el ombligo de las personas no hay más que pelusa. No es un mundo, es pura mugre que se agota con un soplido. Una entrevista debería ir en contra de eso, y de la soledad que implica fortalecer el egocentrismo. 

- Decís que llegás preparado a un diálogo, ¿cuánto tiempo invertís en preparar una entrevista?

- Todo el tiempo que puedo. Pero a veces esa cantidad de tiempo se ve fagocitada por la necesidad del medio y del editor de tener el texto en su casilla de mail para publicarlo. Se trata de negociar también. Además, me parece que estar en tema, investigar y estar preparado es importante, pero que no llega a ser determinante para lograr un buen diálogo que deje material distinguido en el texto final. La información en sí misma, existiendo Wikipedia, no tiene mucho valor: es una pista de despegue. Hay que educar más, me parece, la mirada y estar atento a lo que propone el entrevistado y qué está dispuesto a entregar más allá de su tiempo frente a vos. Se trata de llegar a zonas inesperadas. Aunque no siempre sucede.

 - ¿Y el silencio qué lugar ocupa en una conversación entre dos personas? ¿Te incomoda?

- La dosificación de los silencios en el diálogo es determinante en la medida que signifique el proceso íntimo de pensamiento o determinado momento de revelación. Si lograste eso es como un pequeño milagro porque se gesta entre dos desconocidos en una situación artificial y forzada como es la de la entrevista. Creo que hay que tratar de lograr siempre eso en el otro. No siempre se tiene esa suerte. Y no, no me molesta en absoluto hacer silencio porque es generar también mi propio ritmo en el diálogo. En cierto sentido, el ritmo de esos silencios termina funcionando como la sintaxis de esa charla.

 - Hablás de generar tu propio ritmo en el diálogo, ¿creés que se aprende a preguntar?

- El tema es que primero hay que aprender a escuchar y a producir ese combustible valioso llamado empatía. Sin eso, sin esa suerte de entrega, es difícil que se produzca el interés por el otro, por lo que dice y descubrir eso que esconde en sus palabras rutinarias. No sé si es posible generar la curiosidad y la inquietud. Y eso se nota en los textos después. De lo que estoy seguro es que si tu único y mayor interés pasa por verte a vos mismo en determinadas situaciones, nunca vas a poder ver qué ocurre realmente en el mundo o en determinados mundos dentro de éste.  

 - Dicen que hacer preguntas es un modo de ejercer poder, ¿qué es preguntar para vos?

- Hacer preguntas me parece un modo, quizás violento, de meterte y buscar el corazón de la experiencia ajena. Y que de alguna manera te involucra. En el momento en el que te cuentan algo valioso sos partícipe de una realidad distinta a la tuya. Y hay que estar a la altura de las circunstancias de la gente que elige confiar en vos.  
 
- Y en tu caso, ¿dónde ponés la mira al entrevistar?

- Entrevistar es una situación artificial y forzada en la que dos personas eligen hablar como si algo los uniera. Cuando hago una entrevista trato de romper ese artificio y lograr que esto sea lo más natural posible, construir puentes de diálogos que destruyan la puesta en escena que significa acordar un encuentro y responder preguntas. Que dos desconocidos puedan vencer la desconfianza que implica ser grabado y expuesto en un medio. Y también mi lucha es contra la miseria que comprende traicionar el sentido que el entrevistado le quiso dar a sus palabras. Para mí es importante no ingresar al mercado de la resonancia y la repercusión a partir del engaño de la confianza de alguien. 

- Siguiendo con lo metodológico, ¿cómo pensás los finales de cada nota?

- Con el tiempo, uno tiene la ilusión de que puede redondear, de que tiene la capacidad necesaria como para darle el punto final a un texto sin caer en obviedades. La intuición parece ser a veces un fantasma en el que debemos creer. También puede ser un salto de fe que nos dice que un escrito debe terminar de un determinado modo. Creo que hay que fortalecer esas ilusiones y aspirar al mayor grado de calidad posible.

- Dentro del periodismo cultural, ¿sentís que la entrevista es un género un poco menospreciado?

- Considero que la entrevista es un género notable y que siempre fue muy productivo para poder llegar a ciertos tipos de conocimientos de gran valor. Es cierto que para que esto se produzca depende de muchos factores que no siempre se pueden controlar: estado de ánimo del entrevistado, condiciones de la entrevista, escenario dónde se lleva a cabo, y demás. Pero esto le da cierto riesgo, tensión y vértigo atractivo a cualquier encuentro. La lucidez, la inteligencia y la chispa pueden derrumbarse en cualquier momento. Por otra parte, grandes libros sustentan su potencia creativa en la entrevista y el diálogo: Crítica y ficción de Piglia y el recién salido Extravíos de vanguardia de Roberto Jacoby y José Fernández Vega, por ejemplo y por citar dos casos de muchos. Si hay alguien que menosprecie esta clase de obras, sinceramente, no lo conozco ni tampoco me genera el interés de pagarle una birra para conocer sus otras “ideas”.

- En el comienzo del libro incluís una cita de Oscar Wilde que dice: “Hay mucho que decir en favor del periodismo moderno. Al darnos las opiniones de los ignorantes, nos mantiene en contacto con la ignorancia de la comunidad”. ¿Estás de acuerdo con eso? ¿Cuán cerca está el periodismo de la comunidad? ¿Realmente hay tanta ignorancia en el medio?

- Siempre me gustó esa frase de Oscar Wilde y me pareció muy graciosa. Tiene el espíritu corrosivo muy habitual en Wilde. La incluí porque considero que el tipo de periodismo que me interesa es el que trata de luchar contra la ignorancia que nos rodea, e incluso de la propia. No me siento afuera de nada ni por encima de nadie. Me interesa salir del oscurantismo cotidiano del mundo. Muchas veces, la mayoría diría, me toca meterme con temas que no conozco a fondo, aunque siempre hay un vínculo y anzuelo inicial, y una vez que termino de escribir el texto y lo mando al medio percibo que mi mundo pudo amplificarse un poco. Y me gustaría pensar que al lector, si es que existe, le pasó algo similar.  

- En estos años colaboraste en la mayor parte de los medios culturales del país, ¿cómo ves el ambiente cultural?

- Para un freelancer como yo no existe eso conocido como “ambiente”. No circulo en guetos ni me muevo en territorios donde todos tienen la misma profesión. No disfruto la endogamia ni trato de hacer un paneo para controlar qué hacen mis compañeros. Me manejo más en soledad, en casa, y me muevo por curiosidades que se van acumulando y trato de prestarle atención: con eso armo los sumarios y las notas. Soy de leer muchos medios online de acá y de afuera. Y en general, no lo hago con afán sociológico, sino como un lector más que intenta informarse. Por eso hay que leer tanto y variado y luego salir a la calle para ver algo de verdad. A lo que voy: no me interesan los ambientes, sino los modos en los cuales puedo generar un vínculo más intenso y certero con la palabra, con las frases, con los párrafos y con los textos.

- Muchos dicen que el periodismo es una de las formas más divertidas de ser pobres, ¿qué es para vos el periodismo?

- Yo lo vivo como un modo de ganarme la vida y como una de las formas más interesantes que encontré para meterme e involucrarme en la realidad de mi época.

- Una de las preguntas que se desprende del libro es: ¿Cuánta pobreza se banca una vocación? En tu caso, ¿cuál sería la respuesta?

- Son elecciones acerca de cómo vivir tu vida. Yo decidí apostar mi tiempo a la escritura, la docencia y el periodismo. Encontré mi vocación en ese sentido y sé que lo voy a llevar adelante durante mucho tiempo más. Si en el camino hay pobreza, se le hace frente porque hay algo más grande detrás que uno quiere concretar. Los destinos se eligen, se sostienen. 

- Llevás publicados varios libros de narrativa y poesía. El hecho de trabajar en periodismo, ¿cómo afecta a tu escritura?

- Se potencian mutuamente. Trato de que el periodismo no se convierta en un oficio que construye a cada texto en un desperdicio con destino de olvido. Y a la vez, el tiempo que no tengo dentro del periodismo para darle mil vueltas a una nota, lo utilizo con lo literario donde me tomo todo el tiempo que un texto y una voz y una prosa requieren. Nadie espera nada de nosotros: por eso hay que hacer lo mejor y entregarlo todo. Si es posible: ser inolvidable en la página.

- ¿Y cómo sentís que te trata el sistema literario?

- La sensación que tengo es que vivir y escribir son actividades full time. Y cargan con un nivel de obsesión muy grande de mi parte. Pienso en eso todo el tiempo. Pongo toda mi energía a tratar de tener una vida que valga la pena ser vivida y en escribir algo que tengan cierto interés para alguien, así sea una sola persona. Eso es lo que está a mi alcance y de lo que me ocupo y preocupo. Todo lo demás está por afuera de mi radar de acción e interés.

- Por último, desde hace más de diez años trabajás como docente de literatura, ¿cómo ves la relación de los adolescentes con la literatura? ¿El contexto es tan difícil como uno lo imagina?


- No hay nadie más apasionado que un adolescente frente a un texto que lo interpela, que le gusta, que lo disfruta. Es maravilloso ese momento. En ese sentido, es un trabajo arduo encontrar esos libros. Pero están, y es un paraíso cuando se encuentran. Y cuando uno los lleva al aula la vida cobra otro espesor: para el docente y para el grupo que tenés adelante. La imaginación que hay alrededor de los adolescentes adentro de la escuela, no tiene nada que ver con la cotidianeidad que se vive porque son más los momentos productivos e interesantes que los otros.