miércoles, 29 de noviembre de 2017

Entrevista a Pablo Marchetti: “No hay nada más genuino que la risa”


Nando Varela Pagliaro

“Soy un anarquista ideológico y un peronista sentimental. Soy peronista cultural, sentimental y hasta religioso, te diría. Por eso me alucina Capusotto, porque es peronismo puro. Cuando el peronismo se cruza con alguna manifestación de vanguardia, me parece que da las cosas artísticas más sublimes. Lo digo por Lamborghini, por Favio, por Santoro, por Capusotto y por Agustín Guerrero, un pianista y compositor fuera de serie”.  El que habla, desde su PH en el barrio de San Telmo es Pablo Marchetti. El mismo que fue uno de los ideólogos de la revista Barcelona, el que está al frente del Conjunto Falopa, del programa de radio Hoy lloré canción (AM Once Diez) y el que acaba de publicar Puto el que lee. Diccionario argentino de insultos, injurias e improperios (Planeta, 2017).

- ¿Cómo surge la idea del libro?

-Va a sonar muy cheto lo que digo, pero se me ocurrió porque una vuelta, en un puesto de libros usados a orillas del Sena, conseguí un ejemplar de un diccionario de injurias en francés. Después investigué más y vi que había algunos en español, pero ninguno de la Argentina y que tuviera ejemplos no sólo literarios, sino también del habla callejera. Además, me parece que los insultos, las malas palabras son una de las zonas más ricas y dinámicas del idioma. Existe un dispositivo de creatividad puesto en función del insulto que es increíble. El insulto es una especie de cloaca del idioma y las cloacas son absolutamente necesarias. No podemos vivir sin ellas, sin embargo, las ocultamos todo lo que podemos. También me interesaba mostrar el hecho de que hay muchos insultos que son más fuertes que lo que llamamos malas palabras. Imbécil, por ejemplo, es mucho más fuerte que boludo. Sin embargo, imbécil no está considerada una mala palabra. Boludo es la palabra insignia de la Argentina y fíjate que puede ser un insulto, pero también un vocativo neutro. En esto es muy importante la dicción y la potencia con que se dice una letra. Si pensáramos en boludo y pelotudo, no hay diferencia en cuanto al significado, serían casi sinónimos. Sin embargo, pelotudo es más fuerte. Yo creo que claramente es por la P.

-Fontanarrosa hablabla de esto en su famosa ponencia en el Congreso de la Lengua.

- Exactamente. El título del libro lo tomé de Palabras iniciales, un magnífico cuento suyo. “Puto el que lee esto.” Nunca encontré una frase mejor para comenzar un relato. Nunca, lo juro por mi madre que se caiga muerta. Y no la escribió Joyce, ni Faulkner, ni Jean-Paul Sartre, ni Tennessee Williams, ni el pelotudo de Góngora.

 -Tanto en el diccionario como en casi todo lo que hacés siempre hay mucho humor. ¿Pensás que el humor es visto como un arte menor?

-Sí, claro. Yo me niego a decir que lo que hago es humor. Una cosa es que tenga humor y usar el humor como un recurso y otra es decir que hago humor. El humor en sí, no me interesa. Me interesa el humor solo como una forma de comunicar. Lo que más me interesa es la comunicación y el humor comunica. Tenemos muchos ejemplos de cosas que contienen lo humorístico y no son necesariamente humorísticas. El hallazgo de Página /12, cuando surgió, fue poner en un diario de noticias serio, títulos que muchas veces tenían un gancho humorístico. Eso lo que generaba era mayor empatía, mayor deseo de leer. No hay nada más genuino que la risa porque no se puede caretear.

-Hablás de los títulares de Página y es inevitable no asociarlo con la revista Barcelona. Me acuerdo de que cuando murió Kirchner, el título de la revista fue “La fuerza del tomuer”, un título bastante polémico que no fue tan bien recibido. ¿Pensás que hay límites para el humor?

- Si somos honestos, el límite está en nuestras convicciones.

-¿Y cuál es tu límite?

 -A mí no me causa gracia reírme del débil, me causa gracia reírme del poderoso. Lo que me gusta es poner en evidencia las construcciones de poder desde el lenguaje, lo que vemos como natural desde la comunicación y no es natural. Desnudar esas construcciones de poder es todo lo que puedo hacer. Me encantaría destruirlos o que mi intento por desnudarlos sirva para destruirlos. Muchas veces me pregunto por qué hablamos de inseguridad para determinados casos y no para otros. Los casos de gatillo fácil no son de inseguridad y un asalto en el centro sí lo es. Habría que replantearse algunas cosas, ¿no? En Barcelona, para un 24 de marzo hicimos una contratapa que decía 24 de marzo Día nacional de la inseguridad. 

- Hace poco lo entrevisté a Lanata y él me decía que cuando se fue de Página para él, el diario dejó de salir. Ahora, ¿cómo es tu relación con Barcelona?

-No vi más la revista desde que me fui. Bueno, vi alguna que otra cosa que me mostraron, pero muy poco. Barcelona salió en un momento donde éramos una trinchera. Éramos cinco los que hablábamos en contra de Clarín y teníamos una lectura crítica del periodismo. Claudia Acuña alguna vez dijo que Barcelona era el que se vayan todos, pero del periodismo. Ahora, después del debate que se dio con la ley de medios y con 6,7,8 hablando todos los días contra Magnetto, cambió todo. Hablar contra Clarín no era lo mismo en el 2003 que en el 2012. Entre eso y que yo sentía que tenía otras cosas que me interesaban hacer y no tenían cabida en Barcelona, sentí que la revista ya no me contenía más. Mas allá de que es cierto que tuvimos algunas diferencias políticas, la idea de satirizar un medio ya no me interesaba. Porque satirizar a un medio implica una atención muy grande de aquello que querés satirizar, porque necesitás conocerlo en profundidad. Para hacer la revista, nosotros leíamos Clarín minuciosamente, hoy ya no quiero ni leer. No me interesa nada, ni Lanata ni Navarro. Los programas políticos me aburren muchísimo. Intratables lo veo alguna vez, si va Vicky. De hecho, me invitaron y no quise ir porque me siento afuera de esa lógica. Lo único que periodísticamente me sigue representando es la cooperativa MU.

-¿Y no extrañás nada del día a día en la redacción, de estar un poco más acompañado?

-La verdad que no. Ahora estoy muy dedicado a la música. Estoy grabando un disco con mi banda que es Conjunto Falopa y estoy tocando muchísimo con Rafa Varela. Además, me gusta mucho escribir en soledad.   

-En tu web está muy organizado todo lo hiciste y lo que hacés. Si bajara un marciano y tuvieras que presentarte mostrándole una sola cosa de todas las que hacés, ¿qué le mostrarías?

-Esa web.

-Es buena la respuesta, pero imagino que de todas las cosas que hacés algunas te deben generar más orgullo que otras.

-Lo que más orgullo me da es no tener que laburar. Eso hace que tenga que trabajar muchísimo, pero en todas cosas que me alucinan. Digo muchísimo porque todo el tiempo tengo que inventarme el laburo, pero nada de lo hago significa un trabajo en serio para mí.

-Muchos se meten en periodismo porque creen que es una manera de cambiar el mundo. Vos decís que empezaste porque fue la manera que encontraste de trabajar escribiendo, ¿cuál creés que es realmente el poder del periodismo, si es que tiene algún poder?

-Me quedé con lo de cambiar el mundo porque me parece muy importante hacernos cargo de que queremos cambiar el mundo. Si vos te plantás frente a un micrófono, si escribís o hacés alguna cosa que tiene que ver con la comunicación, tenés que ser consciente de que lo que hacés es la nada, no estás construyendo un puente, ni operando a corazón abierto, sino que hacés algo que no le importa a nadie, que no es vital. Si querés llegar a determinada gente y querés comunicar algo, ese comunicar algo implica dar una versión de los hechos e incorporar una mirada que en quien lo vea, lo lea, cause un determinado efecto. La fantasía siempre es llegar a una mayor cantidad de gente. Algunos solo quieren llegar a un gran público, esa es su búsqueda. A mí me gustaría llegar a más gente, pero no voy a cambiar nada de lo que soy, pero porque sé que de alguna manera quiero cambiar el mundo. Ahora, si pienso que realmente lo voy a cambiar, soy un pelotudo. No puedo ser tan soberbio de creer que puedo hacerlo, pero tengo que hacerme cargo de que lo quiero hacer.

-En alguna nota dijiste que el hecho de haberte casado con Victoria Donda hizo que te alejaras de la agenda política, ¿por qué fue así?

- Por ver la política desde otro lugar, perdí interés y me di cuenta de que hay dos cuestiones muy distintas, una tiene que ver con las convicciones y como uno lleva adelante esas convicciones y en eso tengo una coincidencia plena con Vicky. Yo estoy muy orgulloso de su laburo parlamentario y cada vez que sale a la calle, estoy en el mismo lugar que ella. Coincidimos en la agenda de las cuestiones políticas a resolver. Eso es una cosa y una muy distinta y con la que yo no tengo nada que ver, son las alianzas electorales y las fotos.

-¿Te joden esas alianzas porque pensás que están en la vereda opuesta de lo que ella piensa?

-Me jodió en un momento, hasta que pude acomodarme y ver cómo eran las cosas. La política es un lugar tan extraño, donde las alianzas van y vienen. Hay diez mil factores que no tienen nada que ver con las convicciones políticas.

-Escribiste un poema que llamaste El chongo de la diputada. En un punto, ¿te molesta algo de la mirada de los otros?

-La verdad que me río de eso. Si alguno cambió la forma de ver lo que yo hacía, es un problema del otro. Aparte, si quiere tener esa mirada sobre mí, nunca va a tener una atención sobre lo que hago. No vivo pendiente de la mirada de los otros.

-En una nota que te hizo Eugenia Zicavo dijiste que en una época tu vida se dividía en momentos en los que tenías plata para comprar libros y otros en los que tenías tiempo para leerlos. En alguien como vos, ¿qué lugar ocupa lo material?

-Habría que definir qué es lo material, a mí lo que me importa es vivir tranquilo. ¿Qué lujos me gusta darme? Me gusta viajar y tal vez me gustaría poder hacerlo un poco más. Pero por suerte, varias veces nos invitan, así que no es demasiado gasto. Después, cada tanto nos vamos a Santa Fe a casa de unos amigos, pero ir o no es más una cuestión de tiempo que de guita. Y después, como podés ver, me gustan los discos y los libros, no tengo mayores ambiciones económicas.


Gentileza de Quid.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Entrevista a Felipe Pigna: “La construcción de un pensamiento muchas veces tiene más que ver con la cultura que con la política”


Nando Varela Pagliaro

Acaba de publicar La vida por la Patria, un libro en el que recorre la vida y obra de Mariano Moreno para desentrañar los mitos y los debates en torno a su figura. En esta entrevista con el historiador más popular de nuestro país, hablamos del minucioso trabajo de investigación que hay detrás de la biografía del secretario de la Junta, del lugar que ocupa la historia de acuerdo con la ideología política y de cómo cambió la metodología de enseñanza a partir de sus libros.

-Antes de ir al libro, quisiera hablar de tus inicios. Es muy común escuchar que un chico quiera ser futbolista o artista, pero no es tan habitual que alguien quiera ser historiador, ¿cómo surge tu vocación?

-De chico yo tampoco quería ser historiador, quería ser veterinario porque estaba muy influido por una serie que se llamaba Daktari. Después, ya en la secundaria, tuve dos profesoras muy determinantes. Una muy reaccionaria, cuando cursaba segundo año, y la otra en quinto.  Era justo el año ‘76 y a mí me pareció increíble que ella pueda hacernos pensar, a la vez de cuidarse y cuidarnos en ese contexto tan tremendo.

-Cuando empezaste a estudiar Historia, supongo que pensabas en un futuro como docente, ¿Imaginabas algo de todo lo que te terminó pasando?

-Era imposible imaginarlo. De todos modos, la docencia tiene mucho que ver con el lugar al que yo llegué. Porque la obsesión con que te entiendan va derivando en querer producir material. En mi caso, primero fueron los manuales y los documentales que hicimos para el Carlos Pellegrini. Esos documentales, me permitieron tomar contacto con los medios por primera vez. A partir de ahí, me empezaron a llamar para dar entrevistas y de a poco fui haciéndome un lugar, hasta que finalmente arranqué en Radio Mitre en un programa que se llamaba Historia Confidencial. Después vino Canal Siete y al poco tiempo ya quise publicar mi propio libro. Eso me costó mucho porque me rebotaban en todas las editoriales. Hasta que Norma sacó mi primer libro y fue un boom. Después, vino Algo habrán hecho, que fue muy importante en lo que refiere a la popularidad.  El primer capítulo salió un lunes y el martes ya era popular; igual, es una fama linda que me sigue acompañando, que no es invasiva. Al contrario, siempre se acercan con mucho respeto, incluso con ciertos tintes surrealistas. Me pasa que a veces salgo un domingo a caminar por el barrio y me para alguno para preguntarme quién mató a Dorrego.

- Me hablás del éxito y pienso en tus padres, ¿ellos llegaron a vivirlo? 
 
- Lamentablemente, mi papá no, porque falleció muy joven. Le hubiera encantado verme. A mi vieja la perdí este año, así que, por suerte, sí pudo verme. Siempre estaba en la primera fila de la Feria del Libro. Los dos fueron muy importantes en mi vida. Ellos fueron los responsables de que a mí me gusten los libros y la música. Mi casa era muy musical, siempre estaba llena de artistas, músicos y pintores. Eso influyó muchísimo en mi vida.

-¿Tus padres trabajaban en el ámbito cultural?

-Sí, mi viejo fue gerente de SADAIC en dos ciudades de Buenos Aires y una de Córdoba. De esos años, la época más interesante que recuerdo es la que vivimos en Azul. Ahí a la vez de ser gerente de SADAIC, fue nombrado secretario de Cultura. En Azul hizo un gran trabajo cultural y llevó a gente de primer nivel. Lo bueno de eso es que después de los conciertos, los músicos venían a comer a mi casa. Así conocí a Atahualpa Yupanqui, a Mercedes Sosa, a Falú, a Cafrune, a todo el mundo. Me acuerdo de quedarme escuchando anécdotas hasta la madrugada. A decir verdad, ese fue mi primer contacto con la historia y con los grandes narradores. Antes la gente narraba más, era una narrativa sin apuros y sin celulares, lo que hacía que se escuchara con mucha más atención.

-Vayamos a La vida por la patria. En el prólogo decís que, a 200 años de su muerte, la figura de Mariano Moreno todavía sigue incomodando. ¿Por qué creés que incomoda?

-En la primera frase que pongo de él, ya te das cuenta qué es lo que incomoda. Por ejemplo, cuando dice que un gobierno no puede defraudar a los ciudadanos, no puede robar ni mentir, y tiene que estar al servicio. Que es bueno que la gente piense que un gobierno debe obrar bien, pero es más importante que sepa que nunca debe obrar mal. Todo esto puede sonar ingenuo, pero cuando el tipo lo dice, está fundando una patria, habla con un cuaderno en blanco. La incomodidad también tiene que ver con sus escritos de 1810 en La Gaceta, que tienen una vigencia tremenda. Por ejemplo, cuando habla de la justicia, de la corrupción, de la doble cara de un funcionario público y de todas esas cosas que pasaron y siguen pasando. No es casual que Moreno no tenga ninguna fecha en el calendario oficial. Ni su nacimiento, el 23 de septiembre ni su muerte el 4 de marzo son feriados, ni siquiera se lo recuerda.

-De algún modo se lo recuerda el día del periodista.

-El día de periodista se habla un poco de Walsh y algo de Moreno, pero muy poco. Te dicen que fue el secretario de la Junta, pero no que fue el fundador de la jurisprudencia en Argentina, porque fue el primer abogado que empieza a plantear la necesidad de un nuevo derecho, que cambie el Derecho Colonial.

- Los argentinos tenemos un gran afán reduccionista que nos lleva a encasillar a nuestros próceres con algunos hechos puntuales. Por ejemplo, salimos de la escuela repitiendo como loros que Sarmiento es el padre del aula, que Belgrano creó la bandera y que San Martín cruzó los Andes. Con Moreno en cambio, ni siquiera podemos hacer este reduccionismo berreta. ¿Por qué pensás que pasa eso con su figura?

-Como mucho se dice que es el padre del periodismo. Pero sí, estoy de acuerdo con lo que decís. Creo que eso pasa porque él no es un militar y su capital está en el intelecto. Ya lo sabemos, el intelecto nunca tuvo buena prensa, sino que más bien genera desconfianza. Ahí tal vez está la clave de por qué no se le asigna ninguna paternidad. Además, esta pesificación que vos decís es reduccionista a tal punto, que reduce al personaje solo a ese rol. Ese razonamiento viene por pensar en que la historia está destinada a los niños y a los adolescentes y como algunos adultos suponen que los chicos son seres inferiores, que no están en condiciones de comprender el conflicto o los procesos, mejor se les cuenta una cosa a la vez. No digamos que Rivadavia y San Martín eran enemigos o que Mitre y Sarmiento se peleaban porque no lo van a entender, cuando un pibe de hoy que ve 690 personajes japoneses entiende el conflicto, las diferencias y las antinomias perfectamente.
 
-Me acuerdo de la canción de los Cadillacs que dice que en la escuela solo nos enseñan a memorizar fechas de batallas. ¿No creés que a partir de tus libros cambió la metodología?

-Está cambiando y es cierto que hay una demanda distinta. También hay más padres que se interesan por lo que les enseñan a los hijos. Ya es imposible que en una escuela les enseñen que Colón descubrió América en esos términos. Es de una falsedad que no hace falta ni aclarar nada. Hemos avanzado y eso me da mucha alegría. En los colegios se trabaja mucho con mis historietas. Hace poco estuve en Independiente y había un montón de pibes, cuando llegué me empezaron a gritar: “Felipe, Felipe” y yo no lo podía creer. Me emocioné tanto que no podía ni hablar. Todo esto tiene mucho que ver con las maestras y con el hartazgo de una forma de enseñar la historia que es mentirosa y aburrida. Como bien cantan Los Cadillacs a quién le importa la fecha de una batalla si esa batalla no significa nada. Si vos me decís San Lorenzo y no sabés qué pasó, de poco te sirve saber una fecha. Sí es importante que un chico reconozca un proceso histórico, que tenga algunos datos memorizados, una mínima ubicación histórico temporal siempre es necesaria.

-Volvamos a la figura de Moreno, ¿pensás que el progresismo y la izquierda de algún modo están en deuda con él?

-La izquierda siempre lo reivindicó parcialmente. Quizás algún sector de la izquierda peronista no lo ha leído bien. Otros sectores, más bien de la derecha peronista, lo tenían como a un agente inglés, como el autor de La representación de los hacendados, que la leen muy parcialmente, como un alegato por el libre comercio, cuando en realidad es un alegato por la libre exportación de nuestros productos.

-Y el famoso Plan de operaciones que tantas polémicas suscitó, ¿resulta que era apócrifo?

- En el libro dejo en claro que el Plan de operaciones es falso. A partir de un libro que se llama El cementerio de la magdalena, se comprueba que hay hojas enteras que están tomadas de ahí y que justamente son las peores partes, en las que se habla de cortar cabezas y verter ríos de sangre. Eso claramente no lo escribió Moreno, sino que es un engendro del año ‘14, que hace Álvarez de Toledo, un espía español al servicio de Portugal. El objetivo era que ese documento les sirviera para justificar que en América gobernaban los salvajes. Para algunos es una decepción que Moreno no lo haya escrito y para otros es la confirmación de una sospecha que tuvo muy tempranamente Ricardo Levene.

-Tu libro se llama La vida por la patria, ¿hoy existen políticos que estén dispuestos a dejarlo todo?

-No creo que queden muchos. Estamos asistiendo a un momento de mucha pobreza y de mucho ego. Lo que uno menos ve, en los llamados debates políticos, son propuestas. Lo único que hay son puros carpetazos, una recurrencia obsesiva al pasado, pero no al buen pasado, sino a los prontuarios del adversario.

- Pienso en Moreno y en su plan de lectura para formarse. El compromiso intelectual, ¿también se perdió?

-Yo creo que sí. Lo que quiero remarcar en el libro es la importancia del pensamiento que precede a la acción: cómo se sentía un político que tenía que prepararse para actuar. Esto se repite en Belgrano y en San Martín, que antes de hacer nada, leyeron y se prepararon muchísimo. Hoy la pobreza de los debates es terrible. Nunca vas a escuchar a un político argentino hacer citas. La última que recuerdo y muy desafortunada es la de Menem, cuando dijo que había leído todas las obras completas de Sócrates. Como ciudadanos deberíamos exigir que el político se forme. A veces se les hace preguntas muy básicas y no son capaces de responder. El otro día hablaba con un colega de Estados Unidos y él me decía que estaba muy asombrado porque el argentino medio supera ampliamente al político medio; que las conversaciones del argentino medio estaban muy por encima de las conversaciones de la clase política. Eso habla muy mal de nosotros, los votantes.

-Te escucho hablar y pienso que son muchos los historiadores -Mitre, Sarmiento- que se involucraron en la política, ¿te ves como político?

-La verdad que no es una opción. Mi forma de hacer política no es partidaria, sino que hago política desde la historia. Política en el sentido de abrirle la cabeza a la gente. Tengo muchos años de docencia y el momento de mayor felicidad para un docente es cuando ves que el otro elabora conceptos propios. Yo detesto la bajada de línea y el ego halagado de creer que el otro dice y piensa lo mismo que uno. La felicidad del docente de alma, como es mi caso, está en ver que el otro piensa.

-Decís que hacés política desde la historia. Según la ideología, ¿cambia el lugar en el que se coloca a la historia?

-Por supuesto porque la historia es una ciencia completamente subjetiva. Eso no está mal en la medida que el lector sepa que los historiadores subjetivamos. Subjetivar no quiere decir ninguna operación maléfica, sino que lógicamente la aprensión de un documento tiende a una interpretación que es personal y única de cada historiador. Yo creo que la desconfianza no tiene que estar en los que decimos que tenemos abiertamente una mirada determinada de la historia, sino en aquellos soberbios que se proclaman imparciales. Esa soberbia no le corresponde ni siquiera a los jueces, porque está demostrado particularmente en la Argentina, que los jueces de imparciales no tienen nada. Lo que sí hay que exigir a los historiadores y a todo el mundo es honestidad: no andar escondiendo bajo la alfombra lo que no conviene. El ejemplo que siempre doy es mi libro sobre el peronismo; el que lo lea, se va a dar cuenta de que está puesto todo lo que tiene que ver con el peronismo; lo malo y lo bueno. Poner solo lo que me conviene sería defraudarme a mí mismo y hacer una muy mala praxis histórica.

-Con respecto al lugar en el que se coloca a la historia; ¿creés que cambió en algo del gobierno anterior al actual?

-No tiene que ver solamente con el gobierno, que quizás propició un cierto relato de la historia que suponía que le era funcional y no le sirvió de mucho en términos electorales. No armó una didáctica para hacerle entender a la gente que lo que tenía era porque se habían creado políticas favorables. La respuesta está en que la gente terminó pensando que lo que obtuvo en esos años fue por mérito propio. Ahí hubo un error de comunicación de pasado y presente. Esto también tiene que ver con momentos del mundo en el que la historia también maduró muchísimo. La historia no puede contarse sin el contexto, como tampoco puede contarse sin el cine, sin la música, sin el teatro y la literatura. La historia fáctica murió. El libro que cuenta una asociación de hechos sin conceptualizar, sin los imaginarios sociales de cada momento, ya no existe. La construcción de un pensamiento muchas veces tiene más que ver con la cultura que con la política.

-Cuando escuchás a algunos periodistas decir que están hartos de la dictadura, hartos de revisar el pasado; ¿qué te pasa?

-A mí no me pasa nada, porque creo que son pataleos. ¿Qué quiere decir estar harto de la dictadura? La sociedad argentina demuestra y demostró cuando fue lo del 2x1 que no quiere saber nada con terminar con el pasado y decretar la impunidad. Aún en un panorama político muy adverso, en un gobierno que no propicia para nada ni la justicia con los represores ni la memoria histórica, la gente igual salió a la calle. Y seguramente muchos de los que estaban en esa plaza, votaron a Macri, pero le dijeron que no al 2x1. Más allá de los pataleos interesados e histéricos, por una cuestión publicitaria de cierto negacionismo snob, para la sociedad argentina, el tema de los derechos humanos siempre va a estar en agenda.


Gentileza de Quid. 

Entrevista a Iván Noble: “No necesito el aura de misticismo "


Nando Varela Pagliaro

“Los casi 50 son un punto en el que parás la pelota, levantás la cabeza y empezás a mirar si no se la estás dando siempre al mismo”, dice Iván Noble. Las metáforas futboleras a esta altura ya son casi su marca registrada a la hora de escribir. A tres meses del multitudinario show que dio junto a Caballeros de la Quema en el Estadio Único de La Plata, hablamos con el cantante sobre las impresiones que dejó una vuelta tan esperada.

-Cuando te preguntaban por la vuelta de Caballeros, siempre decías que las canciones que te gustaban las podías tocar y no necesitabas nada de la mística y el folclore que rodeaba a la banda. Ahora bien, cuando viste a las 26 mil personas que fueron a verlos al Único de La Plata, ¿qué te pasó?

- Nobleza obliga, me sacudió los cimientos emocionales que estaban un poco anestesiados. Pensá que irme de Caballeros en la época en que me fui, significó una situación bastante hostil de parte de lo que era el público nuestro e incluso de la inteligentzia del rock. Eso hizo que me tuviera que defender como podía. En principio, desde lo musical y después, tratando de poner todo el tiempo una barrera. No es fácil salir a cantar tus canciones nuevas y que la gente te pida sólo temas de Caballeros; así que yo estaba, no enojado, pero sí fastidiado con ese fantasma. Después el tiempo pasó, las cosas se acomodaron, empezó a cambiar el público y empecé a hacer, como solista, las canciones de Caballeros que me quedan mejor. Y la verdad es que no necesitaba ni necesito el aura de misticismo y de épica que rodea un grupo de rock. De hecho, no volvería a tener día a día una banda, no volvería a pensar en Caballeros como un proyecto oficial, pero tengo que reconocer que lo que pasó el día del Único sobrepasó todo tipo de expectativas, fue muy emocionante y me sacudió. Y en lo personal, me reconcilió bastante con una parte de esa historia que tenía medio obturada.

- Muchas veces fuiste muy crítico con todo lo que tiene que ver con la cultura rock, la cultura del aguante. ¿Tenías miedo de que tal vez el público más fiel de Caballeros te diera la espalda?

-Sigo siendo muy crítico con la cultura del rock, pero la verdad no tenía ese miedo. Además, en ese sentido, las bandas -y Caballeros no es la excepción- amortiguan ciertas antipatías que pueda haber con alguno de los miembros.  A lo mejor, a alguna de la gente que fue al show durante todos esos años, yo les caí antipático, pero para ellos está primero la banda. Otra cosa que pasó y fue muy conmovedora fue la incorporación de otra gente que nunca nos había visto. Fue muy emocionante ver la cantidad de padres con hijos que fueron al show.

-Más allá de lo que se vio arriba del escenario, ¿cómo fue el encuentro entre ustedes?

-También superó las expectativas, porque creo que fuimos muy inteligentes desde el minuto cero. Una vez que nos pusimos de acuerdo, que no fue fácil porque pasaron unos cuantos años, coincidimos en que la única manera de hacerlo era yendo al grano en lo musical, o sea encerrarnos dos meses a ensayar mucho, y no hacer ningún tipo de revisión de cuentas que ya prescribieron. Cuando las bandas se separan siempre quedan rencores, resentimientos, deudas pendientes, asuntos por aclarar. Pero como habían pasado quince años e incluso la sensación era que los tipos a los que les había pasado eso no éramos los mismos de ahora, dijimos: “muchachos, si nos vamos a sentar a discutir sobre lo que pasó esa vez en Catamarca, o si estuvo mal tal cosa o tal otra, no tiene ningún sentido”.

-Decís que no eran los mismos. Muchas de las canciones que cantaste tienen más de veinte años. ¿Te creíste cantando esas letras o algunas te costaron más que otras?

-El ochenta por ciento de las canciones me fue absolutamente fácil, y hubo una pequeña porción, te diría tres o cuatro que a primera vista dije, no me gustan tanto.

- ¿Se puede saber cuáles eran?

-Por lo general eran las más viejas: “Carlito” es una y “Primavera Negra”, otra.

-Paradójicamente son las que más festeja gran parte del público. ¿Qué es lo que no te cerraba?

-Escuchaba la letra y me parecía oscura, retorcida, medio críptica. Yo nunca más volví a escribir así ni lo haría, pero entendía que en ese momento estaba bien.

-Muchas veces dijiste que ya no te imaginabas como frontman de una banda de rock, ¿tenías miedo de no encajar con el público?

-Tenía miedo de no creérmela yo, no en cuanto a lo que me pasaría con el público. Pero los ensayos fueron como un banco de prueba, porque para funcionar arriba del escenario, tenés que funcionar en la sala. Te tenés que creer las canciones: son remeras que te ponés y tenés que salir a la calle como si tuvieras puesta la más linda del mundo. Eso pasó, y además la emoción de esa noche le pasó por encima a cualquier tipo de duda.

- ¿La vuelta sirvió para que se acerquen como amigos?

-Elegimos una forma de vincularnos que fue -desde el minuto cero hasta hoy que estamos terminando de armar el DVD- estrictamente profesional, pero en el mejor de los términos, no fría. Intentar otra cosa sería revivir una época que ya pasó; ir a buscar a tipos que ya no están. Antes nos quedábamos hasta las cinco de la mañana después de los ensayos tomando cerveza y tocando la guitarra; hoy eso ya no va a pasar, cada uno tiene que volver a su casa.

-Además del DVD, ¿proyectan algo más o eso sí es lo último?

-El DVD va a quedar buenísimo y la verdad me parecería raro que no hagamos algo más, al menos para presentarlo, pero por ahora no hay nada cerrado. Si me preguntás a mí, a lo mejor me entusiasmaría tocar de vez en cuando en un ámbito parecido a donde lo hicimos.

-¿Y la idea de componer canciones nuevas?

-Hoy no está ni ahí, pero a lo mejor en tres o cuatro meses me llaman Guerra o Méndez y me dicen, “tengo una música, ¿le querés poner letra?”, y por ahí lo hago. Pero la verdad no me imagino haciendo un disco nuevo con Caballeros, no está esa ambición.

- Salgamos de Caballeros. ¿Cómo fue el contraste entre el show del Único y volver a Al fin solos, esta gira que venís haciendo por todo el país vos solo con tu guitarra?

 -Lo necesitaba. La intimidad a la enésima potencia es una situación que me gusta cada vez más. Me siento muy cómodo en un escenario, solo con la guitarra y con las canciones desguarnecidas. Es un tipo de show que me obliga a conectarme con los temas de otra manera. Descubrí con el tiempo que cuando uno recrea las canciones, casi constantemente hay mucho de piloto automático. La gente le agrega emoción; a veces más, a veces menos, pero podés de un modo u otro, poner el piloto automático. En cambio, en este tipo de show no podés porque la canción es otra. Solo están tus dedos, la garganta y nada más.

-¿Por qué pensás que es tan difícil que un solista genere la mística que genera una banda de rock?

-Porque me imagino que, por un lado, las bandas tienen esa cosa más de equipo de fútbol y por otro, los orígenes suelen ser míticos, siempre hay un mito fundacional: el barrio, los pibes que se juntan, el garaje, etc. Eso colabora en alimentar un mito y los mitos siempre provocan más empatía.

-Antes hablábamos del público. A los escritores siempre se les pregunta si a la hora de escribir tienen algún lector en mente. En tu caso, cuando componés una canción, ¿sabés para quién cantás?

-Cada vez me cuesta más imaginarlo. Hasta hace unos años, pensaba que más o menos sabía qué tipo de canciones le podían gustar a cierto tipo de gente o qué cosas se escuchaban en la radio. Hoy en día, los cambios tan abruptos en la forma de consumo musical hacen que sea muy difícil que puedas plantearte un target específico. Por otra parte, a la hora de escribir, eso nunca sirve para nada. Cuanto más grande te ponés y más distancia empieza a haber entre tu público y vos, también sigue siendo mucho más difícil. Para mí lo mejor sigue siendo escribir canciones que te gusten, que en algún momento de la hechura te provoque esa sensación de querer mostrársela al mundo. Ese es el filtro básico para los tipos que hacemos canciones y tenemos la convicción de que ojalá duren mucho.

-Enrique Symns dice que en los años ´70 y hasta en los ´90, para los rockeros el mundo era la calle. En cambio, hoy están encerrados en sus mansiones yoicas y las calles están vacías. ¿Pensás que el hecho de haberse alejado de la realidad hace que sea más difícil componer una canción que arañe el corazón de la gente?

-Yo creo que las bandas nuevas están en la calle igual que estábamos nosotros hace treinta años. Yo no estoy en la calle o estoy muy poco. Desde hace un tiempo, las canciones que escribo son lo que llamo “de piel para adentro”. Son más introspectivas que callejeras, porque hoy en día escribir sobre una madrugada en un andén de Morón, me es imposible. Sólo usando la memoria emotiva o poniendo en tercera persona a un personaje; pero esa pretensión sería sobreactuada de mi parte. Si alguna vez Los Caballeros, Los Piojos o La Renga, fuimos algo así como cronistas de la época, yo creo que hoy no estamos en condiciones de serlo, o al menos yo. Hoy confío más en las canciones como autopsias personales que en las de un tipo que sale a sacar Polaroids, como decía Fito, y con eso hace una canción. Me es más fácil escribir sobre miedos, fobias, mañas, temores, de piel para adentro.

-Alguna vez hablando de los letristas de tango, hablaste de ellos como tipos con más bagaje cultural, con más recursos literarios. De algún modo, ¿pensás que al rock le faltó ilustrarse?

-Al principio no, en los ’70 eran tipos muy ilustrados, pienso en tipos como Javier Martínez, Moris o Spinetta. A partir de los ’90, consciente o inconscientemente, se subvaloró esa formación cultural clásica a la hora de escribir canciones y fue más notorio el compromiso con la experiencia en carne viva. Eso está bien porque sin eso las canciones tampoco funcionan, pero salvo excepciones en los ’90, no sé cuántos tipos que escriben canciones, leen. A mí me parece que una minoría, y eso para mí se termina notando. No quiere decir que por el hecho de ser lector, tengas un cheque en blanco a la hora de escribir, pero sí es una herramienta más.

-Hablás de escribir canciones. En una nota muy vieja que Symns le hizo a Julieta Ortega, cuando todavía vivían juntos, ella decía que vos tenías cierto miedo de que esto de vivir de tus canciones un día se acabe, ¿seguís teniendo ese miedo o ya no?

-Ya no tengo tanto ese miedo, pero la verdad es que tampoco me imagino tanto tiempo más haciendo esto. Siempre dije que hacerlo diez años más estaría bien, pero después sólo cantaría cuando se me dé la gana. Me imagino más -si uno pudiera ser hacedor de su propio destino, lo cual es discutible- escribiendo a secas, que estando arriba de un escenario, tal vez por una cuestión de pereza personal.

- La música es un trabajo bastante atípico y supongo que eso hace que se genere una relación distinta con lo material. En tu caso, ¿sentís algo de culpa por la forma en que te ganás la vida?

-Mucho tiempo me sentí con culpa, ahora ya no tanto, o al menos no está a flor de piel. Pero me pasó con respecto a mis viejos, y a otros amigos míos que son mucho más laburantes. Pero después entendí que no le estaba robando la plata a nadie y que además uno tampoco es millonario. Pero cuando empezás a prosperar está esa especie de culpa pequeño burguesa, incluso inducida por el público. En los ’90 pasaba mucho eso de dejar el coche a tres cuadras del lugar en el que se tocaba.

-A finales de los ´90 fue tu etapa de mayor exposición. En esos años, ¿tuviste tus momentos más “pomelescos”?

-Sí, fui un imbécil un rato, sobre todo cuando empecé a salir con chicas conocidas y a aparecer en lugares donde no sabía cómo se nadaba en esas aguas, y claro, metí la gamba más de una vez.

- ¿Te arrepentís de algo?

- No, porque la verdad salí bastante rápido y no quedé detenido en esa situación. Salí rápido porque una vez que se acaba la primera fascinación, te acomodás. Además, tengo amigos inteligentes, con los pies muy sobre la tierra, y ni siquiera hizo falta que me cachetearan mucho.

-Ese perfil alto, sobre todo en la época del romance con Natalia Oreiro, ¿pensás que te jugó en contra a la hora de valorar lo que hacías con la banda?

-Si, puede ser. Es probable que eso haya erosionado cierta credibilidad, pero la verdad es que me chupa un huevo. Hoy, un pibe que sale con una modelo o una actriz no provoca estupor en la gente, pero en esa época sí.

- En alguna nota dijiste que no te interesa tener un yate, ni salir en la tapa de la Rolling Stone ni que tus canciones se vendan en España. ¿Tan en segundo plano está tu carrera?

-No soy un tipo demasiado ambicioso. En cualquier oficio detecto gente napoleónica, gente con una mirada de estrategia global a mediano y largo plazo. Después creo que hay gente, entre la que me ubico, que es más lagunera, más perezosa, y que nos conformamos con el statu quo que uno tiene. Además, lo agradezco y me va mejor de lo que nunca imaginé. Ya tengo casi cincuenta años, la verdad no me imagino yéndome a hacerme de abajo a España. Eso tendría que haber ocurrido hace veinte años atrás y no ocurrió. Cuando la banda estuvo a punto de regionalizarse, nos separamos. Después, como solista remé desde muy abajo, y nunca ocurrió eso. Soy un tipo que viaja muchísimo por el país, soy casi de cabotaje y a mucha honra; hago cincuenta o sesenta shows por año, casi todos en Argentina, alguno que otro en Uruguay y Paraguay, pero casi todos acá, y estoy muy cómodo así. No necesito el aplauso internacional, que por otro lado tampoco sé si lo tendría.

- Decís que sos bastante perezoso, ¿no tenés el dilema que tienen muchos autores entre tiempo y obra publicada?

-Por ahora no tengo una angustia al respecto y esto puede sonar un poco naive, pero casi todo lo que me pasó como tipo que hace canciones fue inesperado para mí. Yo no era un tipo que hacía canciones a los diez años ni tocaba un instrumento desde los siete ni nada de eso. Era un tipo que hasta los veinticuatro años iba a ser sociólogo y de repente la música, que era una especie de hobbie, se transformó en un oficio. No solo eso, sino que además terminé siendo cantante, que era algo que imaginaba mucho menos. Entonces, todo lo que vino fue parte de un sueño no soñado, así que, si dentro de un año no pudiese escribir más canciones, no está tan mal lo que ya hice. No me imagino ad eternum haciendo esto; me interesa la literatura, y de a poco voy teniendo ese antojo. Tuve una primer y muy breve experiencia en un libro de poemas con Cucurto y ahora estoy terminando otro de relatos cortos.

- ¿En qué etapa del proceso de escritura está?

- Está en proceso de corrección. Son relatos cortos en los que uso mi relación con el oficio como excusa para hablar de las cosas que le pasan a un tipo de cuarenta y pico.

- ¿Creés que por ser Iván Noble vas a tener que mostrar más credenciales?

-Puede ser que se me mire de reojo, como suele ocurrir cuando un forastero ingresa a una disciplina que no es la suya. Igual, si ya me tiene sin cuidado la crítica musical, imagínate la literaria que ni siquiera pertenezco ahí.


Gentileza de Quid.

Entrevista a Sebastián De Caro:“Me indigna que haya trascendido el disfraz y no la forma”


Nando Varela Pagliaro

En los noventa se hizo conocido por el programa Montaña Rusa. Desde entonces, su carrera lo ha llevado por la televisión, la radio, el cine y la literatura. Como director, debutó a los 23 años con Rockabilly, luego vendrían Vacaciones en la tierra, De noche van a tu cuarto, Recortadas y 20.000 besos.  En tele, además de la tira adolescente y de su recordado paso como panelista de Gran Hermano, participó junto a Gastón Pauls de la serie Todos contra Juan. Si bien la literaria es tal vez su faceta menos conocida, ya lleva publicados cuatro libros: Doméstico (2007), Mi método. 12 estrategias para seducir (2010), Las nuevas aventuras de un biólogo recién recibido (2013) y el reciente, La flor más falsa del mundo (2017). Actualmente conduce Una casa con diez chinos en las mañanas de FM Vorterix y prepara el rodaje de dos nuevas películas.

- Empecemos hablando del libro, ¿cómo fue el proceso de escritura?

-El libro sucedió a una novela que había hecho para la misma editorial. Cuando entregué ese libro, seguí en contacto con el editor, en aquel entonces Marcelo Panozzo, que me dijo que quería que hiciera otra novela, un poco más larga. Le conté una idea que tenía, una idea muy básica que tenía que ver con los detectives aficionados, pero en un contexto de redes sociales, de la paranoia que genera el mundo virtual. La idea gustó y así fue como empecé a trabajar en La flor más falsa del mundo. El proceso de escritura me llevó casi dos años. Por las noches, en el mismo lugar, en jornadas de entre dos y tres horas. Fue bastante angustiante escribirla porque una de las situaciones que ocurre, me ha tocado de cerca. Por eso, me costaba entrar en ese mundo, no era para nada luminoso.

-Decías que las redes sociales generan cada vez más paranoia. En el libro ocupan un lugar central, ¿vos cómo te llevás con las redes?

- Cómo consumidor, las redes son el lugar en el que me entero lo último que hicieron artistas que admiro; es un lugar muy valioso. Pero yendo a lo personal o a lo micro, debería decir que por culpa de las redes sociales perdí muchos amigos. Si uno quiere ser justo con uno y con los que depositan afecto y confianza en uno, me fue inevitable tener que cortar algunos lazos que eran totalmente artificiales y que estaban viciados de conectividad.

-La pérdida de estos amigos, ¿tuvo que ver con lo ideológico?

-Ojalá te pudiera hablar de algo más profundo o más serio como lo es un pensamiento político, esto tiene que ver con otra cosa. Hay una ilusión que generan las redes sociales, sobre todo Twitter, que es una ilusión de conectividad total; le puedo escribir algo a Savater y a mi vecino. No estoy haciendo un juicio de valor, sino hablo de la distancia que tengo con Savater y no con mi vecino. Me parece que eso es un peligro enorme y empezó a crear unas micro-sociedades que replicaban lo peor de los medios, que es la exclusión y la cuestión piramidal. Era angustiante ver cómo esa droga virtual que es el capital simbólico, se volvía una especie de paco online.

-¿Estas relaciones que perdiste eran previas a las redes o las conociste ahí?

-Ahí empieza la gran ilusión de ese escenario virtual, los vínculos sobre exagerados, la pornografía emocional. Todo eso que me parece siniestro. Es un camino sin retorno hacia la deshumanización. “¿Vos sos amigo de tal? Decile que lo odio”. Y odian con una furia como si el otro le hubiera robado a la novia. Es algo muy enfermo de virtualidad. No es que es por falta de educación en términos institucionales, no es exclusión del sistema y resentimiento financiero, es gente que tiene un trabajo, que tiene obra social, pero se pasa gran parte del día odiando, atomizando, atacando, bullyando, persiguiendo, ridiculizando y después, cuando te encaran, te dicen que estaban jodiendo.

-¿Creés que esto pasa en todas las redes o el odio se ve mucho más en Twitter?

- La cosa es así, son tres pasos; twittero, twittero que a través de agresiones consigue diez mil followers y a partir de eso, chau, se echó a perder. Sabe que la carne que le pide la máquina es insulto o ambigüedad, porque hay que darle de comer al bicho para que crezca. Entonces, pasa al estadio tres; de algún lugar, un medio, una revista, un festival, lo llaman a trabajar y ahí empieza a tirar rebajes. Entonces, de repente ese tipo que era el rey de la ironía, el campeón del cinismo, un maestro con una foto de un burro y una bio que dice “fernetero burro, aguante Belgrano de Córdoba”, se convierte en otra cosa y dice “no, era una joda”. Ya vi a un montón así, son todos parte de la intelligentzia, están a un grado mío, son conocidos de ex amigos, los vi, les conozco la cara. Con toda esa angustia que a mí me provoca la deshumanización, Dick y Borges se harían un festín porque es la realidad suplantada por el simulacro en un nivel que jamás vi.

- Y tu relación con el tiempo y las redes, ¿cómo es?

- A mí las redes me dan más de lo que me sacan, porque sigo a gente que brinda contenido, gente que admiro mucho. Me entero de discos que van a salir y me interesan, o qué películas se van a estrenar; para mí es totalmente útil.

- Pero en tiempos de redes sociales, ¿se podrían haber escrito obras como En busca del tiempo perdido?

-En ese sentido confío un poco más en el genio. Cuando digo el genio, no digo alguien genial, sino que me refiero al genio que tenemos todos. Los escritores escriben todos los días de su vida y viven como escritores; los directores de cine viven como directores, un médico vive como médico, aunque esté todo el día en Facebook.

-Y en tu caso, ¿cómo te definirías, vivís como director de cine o como escritor?

-Yo me considero un narrador. Trabajo en la radio, trabajo dando clases; pero naturalmente tengo la necesidad de inventar historias y narrarlas. ¿En qué soporte? Idealmente en cine. Igual descubrí algo con La flor más falsa del mundo que no me había pasado con los anteriores libros, que es que siento que hay cosas mías como nunca, ahí está la velocidad de tu pensamiento. De algún modo, es el medio ideal, incluso es mucho mejor que cuando hablo en la radio, porque está pensado y organizado.

- En el libro nombrás a Londa, esta red social ficticia, y decís que es la red que viene a destronar a Facebook. ¿Creés que es posible destronar a Facebook?

-La novela en ese sentido juega con un concepto ucrónico establecido entre Facebook y Twitter. Por eso no hay referencias a los tiempos y algún lector detectivesco me comentó que no se entendía en qué año estaba sucediendo; la falta de información temporal está trabajada. Si la novela tuviera un género, creo que sería ciencia ficción. La idea era que haya una red social que más que destronar a Facebook propusiera algo así como que ya no vas a tener que pensar tanto en qué o a quién conocer, porque te va a ir sugiriendo un algoritmo de sociabilización, de lugares de consumo cultural.

- En el libro este algoritmo está basado en la tríada de referentes propuestos por el usuario. ¿Cuál sería tu tríada?

-No me lo pregunté porque de hecho cuando pensaba los perfiles Londa de los personajes y qué hubiera elegido cada uno, decidí que era mejor no mencionarlo porque quiero que el lector se imagine cuáles son. Yo hoy pondría a Chuck Jones -creador del universo Warner-, Joe Strummer -líder de los Clash- y a Fontanarrosa.

-Cuándo empezaste a escribir el libro, ¿tenías en mente a un lector?

-Siempre pienso en un lector ideal que encuentra el libro y siente que todo lo que quería decir, alguien lo dijo o lo hizo sentir acompañado. No pienso en un prototipo, sino que pienso en alguien al que le va a llegar.

-Casciari dice que prefiere que lo lea el lector común al crítico de La Nación. Si tuvieras que elegir, ¿quién preferís que te lea?

- No soy clasista para ninguno de los dos lados. Me gustaría que me lea un profesor de filosofía, un crítico literario consumado y exigente, un escritor o una enfermera. No tengo una fantasía del lector, la única fantasía que tengo es el punto emocional en donde lo afecte.

-En un tipo como vos que tiene cierta popularidad, ¿cuáles son los pros y los contras de querer llevar adelante una carrera literaria?

- Los pros son que evidentemente conduzco un programa de radio, tengo cierta llegada y he llenado algunos teatros. Es decir, hace veinte años que laburo solo de esto y tengo un público potencial; eso es lo bueno que puede ver la editorial. Lo malo tiene que ver con los prejuicios; ¿cuánta seriedad tendrá el libro?, ¿será un choreo? Pero gracias a la editorial, que me da una contención enorme al ponerme en el lugar en el que estoy, eso ya vence alguna barrera de prejuicios. Además, como el libro está hecho de modo muy honesto, los prejuicios se derrumban un poco. Puede que algunos piensen este es el tipo que actuó en Todos contra Juan y ahora escribe un libro.

- Alguna vez dijiste que, si pudieras, trabajarías solo en cine, sin embargo, se te ve cómodo haciendo varias cosas a la vez, ¿es así?

-Si pudiera vivir de escribir, no me ven nunca más.

- ¿En serio? ¿Y qué lugar ocupa la radio?

-La radio me encanta y la propuesta de Mario (Pergolini) me pareció espectacular, una oportunidad increíble, caída del cielo literalmente. Pero si pudiera elegir, me encantaría hacer novelas, cada dos años, poder viajar mucho más y no estar atado al día al día, con un horario. Lo otro me parece directamente el paraíso y sueño con poder hacerlo en algún momento.

- Ocupar la franja de Pergolini en su radio, ¿te siginificó algún peso?

- Si, claro. Imaginate que él está en el horario anterior de la mañana y que tengo en la misma silla, literalmente, al personaje que inventó este género, que es la FM argentina de público juvenil, de rock y música.

- Hablás de público juvenil y Pergolini se la pasa diciendo que esa franja ya no escucha radio. Se ha escrito mucho sobre el final de los diarios, incluso de los libros. ¿Pensás que se puede llegar a hablar del final de la radio?

- Si, Mario lo dice todo el tiempo. El final del cine también, porque está en un momento de crisis muy grande como lenguaje. Lo dijo Philip Roth en una nota; no solamente van a desaparecer los libros, sino que también los lectores, y los espectadores de cine también van a desaparecer. Pero porque el lenguaje se está invisibilizando. Lo que se está haciendo presente son las tramas, y estas no son el lenguaje. La literatura tiene algo muy lindo y es que se hace muy cargo de lo formal, los escritores son el estilo, no sus tramas; la diferencia entre un escritor y otro que te guste es el estilo. Por eso mismo la relación con un lector, de alguien que viene con tu libro en la mano, es muy noble porque ese tipo te dedicó tiempo, a ese tipo no le caíste en un programa de tele contando una anécdota, sino que ese tipo se sentó y estuvo con vos y tu cabeza un rato. El lector es un tipo que ha trabajado.

- Antes mencionaste a “Todos contra Juan”. ¿Pensás que en la tele de hoy es posible un programa como ese?

-Yo creo que en la tele de hoy no es posible nada, aunque suene apocalíptico. En el cine tampoco. ¿Cómo volver a refundar la magia y el espacio mítico que tiene que ocupar la poesía, la figura poética a nivel aristotélico, los mitos que nos hacen crecer? Es muy difícil si está tan bastardeado, y creo que el cine industria está haciendo mucho para alejar a la gente del cine lenguaje.

- ¿Y qué puede hacer alguien que está en un lugar como el tuyo para tratar de que eso no pase?

- Amargarse y transmitir la amargura, lo que no es muy útil. Yo amo el cine, tengo a tatuado a Hitchcock en el brazo; me preparé, estudié, y mi sueño es tener una filmografía humilde, pero me doy cuenta de que está en crisis y no puedo negarlo. No puedo ser tan ególatra de decir que yo igual puedo hacer una película. Hay que entender el contexto y el marco en el que estamos. Por eso fue un alivio encarar esta novela.

-Dijiste en una nota que no podrías contar una historia de Lugano I y II. Guillermo Martínez dice que en los escritores argentinos siempre hay cierta necesidad de contar lo marginal, que las clases medias no convocan. ¿Pensás que eso tiene que ver con cierto caretaje?

- Hay una corrección política que me molesta que es suponer siempre que hay que acompañar, cuidar y proteger la historia de lo marginal. De hecho, hay algún realizador que siempre baja una línea de “nosotros contamos nuestras historias y quieren que seamos invisibles”, y yo y mis amigos también nos sentimos invisibles para la sociedad. Yo también siento que estoy excluido, maltratado. No yo, Sebastián de Caro, sino mi grupo. También lo veo golpeado, al margen; también veo que no convoca, que la guita lleva a otra cosa. Y mis historias por ahí suceden en Palermo y Villa Crespo, y va a ser siempre así porque me parecería una falta de respeto especular con “voy a hacer una que pase en Mataderos”. Yo sería una especie de farsante si escribiera sobre el conurbano; mi pueblo es este pueblo, yo soy de Villa Crespo de toda la vida y viví en cinco barrios que están pegados. Mi mundo es muy pequeño, pero en él trato de que suceda todo y termina siendo un no lugar.

- Leí que dijiste que hoy los pibes de 18 años ya no sueñan con ser estrellas de rock, sino con presentar un Power Point con la idea de un jabón, ¿realmente creés que es así?

- Sueñan con vivir como una estrella de rock sin lo que implica serlo; se disfrazan de una estrella de rock. Los bares a veces están habitados por gente que comen empanadas en frascos, van a la feria Masticar y andan disfrazados como si fueran Dante Spinetta o Santiago Motorizado, que son artistas. Me indigna un poco que lo que haya trascendido sea el disfraz y no la forma. Tanto en el caso de Santiago como el de Dante, son gente muy comprometida, no son disfraces, son artistas. Cuando yo era chico, un publicista era gente de un banco, no era Pixar. Y ahora te venden que tienen reuniones, y para mí venden jabón en polvo y están disfrazados como si fueran Sid Vicious. A mí me parece un trabajo digno y lo he hecho, pero aflojemos la mano porque ahora todo es arte. El arte se degrada y lo único que queda en pie es el dinero. Lo único que no se puede aparentar es ser millonario, todo lo demás se puede aparentar. Y después te lo dan vuelta y te dicen “qué exigente” y yo planteo que nos sentemos los dos en una esquina a aparentar que somos millonarios y vamos a ver cómo la sociedad nos aclara rápidamente que no lo somos.

-Hablás de ser millonarios, ¿qué lugar le das a la plata?

- Es la posibilidad de comprarme todas las cosas que quiero. Un medio, nunca un fin. Para mí te salva pensar así porque tenés menos guita, pero no te agarran nunca, porque no le debés tanto a nadie. Hay una libertad muy grande en no ser millonario, porque el sistema quiere que queramos serlo; es el único norte de reconocimiento posible. Sacás un libro y lo primero que te preguntan es cuánto vendió o si vas a hacer la película. Nadie va a decir me gustó, es demasiado romántico, es medio triste.

- Por último, una pregunta que suelo hacer bastante, ¿cuándo sentís que tuviste un día productivo?

- El día que escucho una buena historia que me cuente cualquiera; una buena historia de amor, de vida, una buena historia mítica, de un dato. Odio las curiosidades, los comunicadores de curiosidades, odio la trivia, el lugar común, me parece reduccionista. Toda la gente tiene historias y son fascinantes, hay gente que tiene una manera atrapante de narrar su vida y esa es la gente que más admiro. Los buenos narradores de la vida, la gente sin formación que narra bien, mejora el mundo a cada segundo porque hace ver esa función poética de hacer apasionante todo; esa gente te reconcilia con vivir.


Gentileza de Quid.

martes, 24 de octubre de 2017

Entrevista a Daniel Molina: “Reivindico al snob porque es el que difunde la cultura”


Nando Varela Pagliaro

Después de toda una vida en el mundo del periodismo cultural, la gestión y la crítica, Daniel Molina publicó su primer libro. Se trata de Autoayuda para snobs. Diálogos en una cafetería moderna (Paidós), un compendio de ensayos breves en los que se desplaza entre la antigua Roma, la historia del arte, los grandes filósofos, la intolerancia en las redes sociales, la plaga de los medios de comunicación, la homosexualidad y su durísima experiencia de los diez años que pasó en la cárcel.

-En el prólogo decís que querías hacer algo que no fuera tan tradicional, pero que aun así estuviera contenido dentro del formato libro. ¿Pensás que el libro sigue teniendo el prestigio que tenía en el pasado?

- El libro tiene mucho prestigio en el formato papel, por eso se sigue vendiendo mucho más que el e-book. El papel es una gran tecnología y no hay con qué darle. Creo que durante bastante tiempo va a seguir funcionando, por eso los libros cada vez son más lindos y tienen más imágenes, porque el objeto tiene que cargarse de sentido. Por otra parte, es innegable que Internet cambió nuestra percepción de lo real y de la lectura. Durante cuarenta años de mi vida, leía casi un libro por día, en promedio veinticinco por mes. Hace siete u ocho años que me cuesta muchísimo leer un libro completo. Si eso me pasa a mí, que soy una persona formada en la cultura del libro, imagínate al resto. Esto pasa porque hemos bajado nuestro nivel de percepción. Ahora vas a un restaurant y todo el mundo está mirando su celular. El 80% del tiempo despierto, la gente de clase media está mirando una pantalla y el 20% restante es el tiempo en que se ducha y come.

-Con respecto a la escritura, decís que te gusta imaginar, pero te cuesta sentarte a escribir.

-Sí, por eso generalmente escribo en formas breves porque me lleva mucho tiempo imaginar lo que voy a escribir. Por ejemplo, me llaman para que confiese algo en cuanto a gustos culturales, decido escribir sobre James Cameron. Entonces, empiezo a pensar en Cameron, a leer sobre él y sueño con sus películas. Cuando me siento a escribir el artículo, son siete u ocho días que estuve padeciendo todo eso. Lo mismo me pasa con cada página del libro. El proceso de la escritura tiene más que ver con la magia que con cualquier otra cosa. Cuando un músico compone una canción, le pasa lo mismo. Let it be la compusieron en una hora, pero hay ocho años detrás de ser Beatle, de estar en el piano, de estar riéndose, de fumarse un porro juntos, hay mucho de eso en Let it be.

-En el libro, si bien hay algunos textos más extensos, la mayoría son ensayos cortos. ¿Cada vez cuesta más sentarse a leer grandes obras?

-Siempre que escribo, pienso mucho en el lector. El libro además de ser breve en casi todos los capítulos, tiene letra grande, con muchos blancos y un interlineado generoso. Estas cosas lo encarecieron un veinte por ciento, pero me parece que el lector tiene que enamorarse del objeto. Además, está pensado para poder leerlo empezando por cualquier lado, como el I-ching, como cuando uno entra en Internet, conectando cualquier cosa.  También quería que cada frase fuera muy corta y muy atractiva, como los capítulos de las series que terminan y querés ver otro. No sé si lo logré, pero es lo que intenté desde el comienzo.

-¿Cuánto hay de provocación en la elección de la palabra Autoayuda en el título? Porque para el “mundo intelectual” es una palabra un poco mal vista.

- La idea era que el libro fuera como un manual en donde siempre estaba presente la palabra autoayuda y conversaciones. Pensamos en ponerle Conversaciones en Starbucks, que nos gustaba porque incluía una marca de época, pero no lo hicimos por cuestiones legales. En un momento dije, “siento que es como una autoayuda para snobs” y nos gustó a todos. Era un chiste, pero a la vez sentía que esto era una autoayuda, pero no de la tradicional. Como todo intelectual, yo también despreciaba la autoayuda y pensaba que eran recetas para gente que no sabe qué hacer. Pero cuando empecé a trabajar en librerías y vi que la mitad de la gente que entraba iba a buscar un libro de autoayuda, me dieron ganas de leer los libros más famosos del género. Descubrí varios que algunos eran buenísimos y otros terribles, como el que te enseña a hacerte rico. Si aplicás lo que dice el libro, seguro que vas a ganar plata, pero vas a estar solo como un paria. El libro de autoayuda lo que brinda es una ayuda para superar conflictos, y vi que este libro algo podía tener, pero era más para snobs, para la gente culta. Yo reivindico al snob porque es el que difunde la cultura. Siempre me moví de manera muy provocadora. Cuando estaba en Clarín, me decían “mucha homosexualidad”, porque nadie hablaba del tema, y en realidad en el diario tenían un 99,99% de una super heterosexualidad, a veces falsa, porque había jueces que hablaban de su familia, de sus hijos, de lo machos que eran yendo a la cancha y yo me había acostado con ellos.

-En Muñequita negra, uno de los primeros textos del libro, hablás de lo difícil que era asumir la homosexualidad en tu época. Es claro que la sociedad cambió, sin embargo, todavía sigue habiendo prejuicios, ¿no?

-Estamos en una de las cinco o diez ciudades más tolerantes con los gays del mundo, de América Latina es lejos la más tolerante. En Río hay toda una onda con el carnaval, pero en la vida cotidiana es mucho más intolerante. En todos lados, aún en los lugares más terribles, la vida para el homosexual ha mejorado mucho. El matrimonio igualitario en 2010 ayudó a que en todo el país se empezara a visibilizar a los gays como seres humanos. Tengo 63 años; me sentí gay desde muy chiquitito y 45 años de mi vida la viví a cachetazos, los últimos 15 recién estuve más tranquilo. Todavía me pasa que en Twitter me dicen “viejo puto”, pero ya es más insulto viejo que puto, sobre todo cuando es de argentinos o porteños.

-¿Pensás que la sociedad está preparada para tener un presidente gay?

-No me extrañaría que la Ciudad de Buenos Aires tenga un jefe de gobierno gay, en 6 u 8 años. Para un presidente gay, me parece que falta más. Son muy pocos los países que tienen primer ministro gay. Por ejemplo, Luxemburgo, es un país muy racista, en el que la mayoría de la gente apoyó a Hitler masivamente, pero por otro lado es muy tolerante. Son cosas raras, por ejemplo, en Estados Unidos hay gente de extrema derecha, pero son tolerantes con los gays. Y al revés también pasa, hay gente peronista, que trabaja en las villas, con los curas sociales y ve un homosexual y quiere matarlo a trompadas.

-Al comienzo del libro citás a Whitman para definirte, “¿Que yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? Yo soy inmenso, contengo multitudes”. ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas de contener multitudes?

-Digo eso de mí, pero todos somos múltiples, tenemos muchas identidades que son contradictorias. Como decía Luca, “no sé lo que quiero, pero lo quiero ya”. Porque a veces queremos varias cosas a la vez que son antagónicas. Lo que creo es que uno debe admitir que eso es un estado positivo. Yo escribí un artículo muy comentado en el que decía que me gustaban los hombres. Conté que en los ’80, después de salir de la cárcel, como había un estallido de vida híper sexual, que había estado reprimida en los ’70 por la militancia y luego por la dictadura, uno no podía parar, y en tres o cuatro años cogí con mil hombres diferentes. Muchos decían que era un delirio, que no podía ser. A mí en general me gustan los hombres masculinos y viriles, por eso con la mayoría de los hombres que me acosté, eran casados o tenían parejas heterosexuales, pero veían eso como una cana al aire. Algunos tenían sus excusas y a otros ni les preguntaba ni me interesaba. Tenemos montones de cosas que la constricción social nos obliga a callar, a mentir, inclusive a borrar de la mente. A mí me interesa traer al frente todo aquello que tratamos de borrar, que escondemos debajo de la alfombra, muchas de esas cosas que escondemos porque nos dan vergüenza, pero también nos dan placer.

-Al pasar nombraste que estuviste preso. En una de las notas que escribiste para Clarín y que también está en el libro, contabas cómo fue esa experiencia, cómo fue vivir diez años encerrado. Me imagino que más allá de lo que sufriste te queda una relación con respecto al uso del tiempo que no debe ser sencilla de sobrellevar.

-Es lo que más me cuesta. Yo sé que al mirarme se ve a una persona de 60 años, pero hasta que no me veo en el espejo no me doy cuenta. Me siento de 28, o de 34 o de 41, pero nunca me siento de 60 y pico, y hay momentos que me siento de 89. Me siento de veinte años menos o de veinte años más; y paso muy rápidamente de una a otra edad. A veces escucho música en casa y me pongo a bailar solo y me siento como cuando iba a la discoteca, y de golpe me entero de que se acaba de morir un amigo que fue conmigo a la facultad y siento que pasó hace más de cincuenta o setenta años. Siento que soy un anciano y tengo un siglo encima. Me cuesta mucho tener el tiempo de vida que tengo y acomodarme a los sesenta.

-Y teniendo en cuenta lo difícil que es tu relación con el tiempo, ¿alguna vez te cuestionás el uso de Twitter?

-Yo amo a Twitter, pero cada vez me molesta un poco más. Nunca siento que estoy perdiendo el tiempo ahí, porque la vida es el momento en el que estamos. Yo quise ser cura de niño y me queda algo de evangelista, de difusor de ideas, y me parece que hay muchísimas formas de hacerlo.

-¿Imaginás tu vida sin Twitter?

- A mí la vida me gusta de manera interrelacionada y comunicacional. Anoche estuve podrido de la agresividad que hay en Twitter y lo di de baja por unas horas porque no quería escuchar nada, no quería que nadie hablara. Pero eso lo hago porque sé que puedo volver. Si no hubiera una alternativa de comunicación instantánea, permanente y horizontal entre todo el mundo, como es Twitter, creo que sería una gran pérdida para todos. Twitter nos permite comunicarnos con el planeta. Me da una enorme pena que la mayoría de la gente que dice algo en Twitter lo haga de manera agresiva. Si no te gusta, no digás nada, o decí que no te gusta, pero no sé por qué tenés que ser agresivo.

-En un pasaje del libro decís que “pensabas que Borges nos había curado de la tilinguería en el periodismo cultural pero sin embargo el periodismo cultural no tiene cura”. ¿Por qué pensás así?

-No tiene cura. Hay excepciones, yo he sido editor y respeto el trabajo de algunos editores y editoras en el mundo cultural, pero son minorías. Generalmente el tono de los medios culturales es “somos cultos”. Y ¿qué es ser culto? ¿saber más? ¿haber leído más libros? Por ahí si rascás un poco, nunca leyeron a Virgilio. Así como la gente que tiene el prestigio de la “universidad de la calle”, yo respeto todos los saberes; pero si no sabés analizar, no sabés leer, no accedés al saber complejo y sutil, te falta mucho. Y me parece que mezclar los dos, tener vida y tener lectura, y la lectura es vida también, es lo mejor. Me parece que a los suplementos culturales les falta el respeto por la vida práctica y creen en las palabras sagradas, un poco como cuando en las secciones de policiales decían “occiso”.

-En una nota que escribiste sobre la serie Mad Men, decías que el personaje de Don Draper nos interpela y nos hace pensar cuánto debemos pagar para parecernos a nuestro deseo. En tu caso, ¿cuánto te parecés al hombre que deseabas ser?

-Creo que me parezco bastante. Steve Jobs en su discurso dice “si te dijeran que esta noche te vas a morir y te quedan ocho horas, ¿harías todo lo que tenías agendado para hacer? Todos los días hay que pensar si lo que vamos a hacer vale la pena. Porque cada día es el último real. Yo siempre trato de que mi día tenga cosas que me gustan, por eso no haría nada del otro mundo, tal vez sí estaría más cerca de los afectos, que es lo que uno más valora.

Gentileza Revista Quid.


miércoles, 27 de septiembre de 2017

Entrevista a Juan José Becerra: “La literatura es la disciplina natural del perdedor”


Nando Varela Pagliaro

Juan José Becerra lo hizo otra vez. Luego de su monumental obra, El espectáculo del tiempo, el escritor de Junín acaba de publicar El artista más grande del mundo, otra novela genial en la que el arte y la literatura funcionan como telón de fondo para que Alejandro Del Valle nos cuente la historia de Esteban Krause, un extravagante escultor que tiene al público rendido a sus pies.

Alejandro Del Valle, el narrador de El artista más grande del mundo, dice que le dan pena los escritores que anotan en su bitácora el futuro de sus personajes. En tu caso, ¿cómo es el proceso de escritura?

Hace unos días encontré una especie de documento muy vergonzoso para mí, que es una bitácora de mi novela Atlántida. Esta bitácora es un texto de tres o cuatro páginas en el que se describía cada capítulo con un nivel de detalle aterrorizante. Después, comparando la bitácora con el libro que hice, me di cuenta de que no tenía nada ver entre sí. Algunas cosas, por supuesto sí; pero muchas otras, no. Ahí entendí que no me llevo bien con el control, a pesar de que mis primeros tres libros fueron muy controlados. La experiencia del cómo sigo, que puede generar angustia en muchos escritores, hoy ya no la siento porque lo que me interesa es cualquier cosa menos el resultado. Por lo tanto, prefiero que lo que vaya a hacer, mientras escribo, esté fuera de control. Además, el control no garantiza nada en la literatura, no garantiza el placer de escribir ni la eficacia del libro, si es que uno quisiera tener ese objetivo, que no es el mío.

Del Valle dice que “el control de calidad va a terminar matando a la literatura”. ¿Pensás que cada vez se pone más atención en el cómo y menos en el qué se dice?

En mi caso, después de tantos años de escribir, empiezo a tener algunas pistas muy volátiles sobre lo que hago. Me da la sensación de que el concepto de calidad en la literatura es un malentendido y, por otro lado, es un concepto con el que se llevan muy bien los patrones culturales de la industria del libro. La idea de escribir bien, de tener un umbral de calidad, de tener una obra que tenga buena terminación, para mí son asuntos que tienen más que ver con industrias no artísticas. Por ejemplo, un auto sí tiene que estar bien terminado. En cambio, la literatura es un fenómeno monstruoso. La idea de la forma, si va atada a una idea de forma geométrica, no me interesa. Me interesa la forma en el sentido más bien de circulación de flujos, de descontrol e imprevistos, con los que uno se tiene que enfrentar mientras escribe y que ponen al escritor en la situación de reprimir esos flujos -esas manifestaciones explosivas tan íntimas- o de dejarlos correr. Yo prefiero que la literatura se parezca a una especie de fluido y que tenga todas las ramificaciones posibles, que los ríos donde curse se desborden y aneguen zonas inmediatas. Me parece mejor eso para el afán de descubrimiento del escritor que hay en mí, que hacer por enésima vez la misma pirueta con la red tensa que ya sé que va a soportar mi caída.

A Del Valle se lo ve muy enojado con todo, sobre todo por su imposibilidad de escribir y por su decepción con respecto al mundo del arte y la literatura. Cuando escribiste la novela, ¿cuánto de ese enojo había en vos?

No, yo no estaba enojado. Me parece que la literatura es la disciplina natural del perdedor, que uno escribe en primer lugar porque hay una fuerza que te lleva a descartar el éxito como programa vital. Lo digo no en términos de éxito y fracaso comercial o monetario, sino en términos de éxito o fracaso formal, porque uno nunca encuentra la forma que quiere. Ahí, desde el punto de vista artístico, hay una impotencia que se empieza a manifestar a medida que vas escribiendo. Ese presentimiento cada vez se consolida más, cada vez sos más consciente de que no podés hacer lo que querés. Ese pensamiento de zozobra y de fracaso artístico puede generar algún tipo de rencor en un personaje mío, pero no en mí. Yo tengo muy claro lo que es la literatura; no le quiero sacar nada y no busco ningún tipo de reciprocidad. Si puedo tener algún tipo de compensación, tampoco soy un masoquista, la acepto. Pero me gusta más la idea de reconocer la actividad de escribir como una experiencia solitaria, que en primer y último lugar está hecha para mí. Por otra parte, el rencor que aparece en el personaje se puede justificar. No estaría mal que la literatura sea una disciplina, que en términos abstractos sienta rencor por otras disciplinas que la propia literatura considera menores. Del Valle, en algún momento del libro tiene la hipótesis de que la literatura es un arte superior y yo estoy de acuerdo con eso.

Del Valle también dice que es la menos snob de todas, ¿con eso también estás de acuerdo?  

Es la menos snob porque es la que tiene menos mercado, la que hace circular menos dinero, la que trabaja con sistemas de consagración más modestos. Si la literatura fuese una disciplina dominante, sería la más snob de todas, pero como es la hermana pobre de las disciplinas artísticas, su índice de snobismo es menor que el del arte contemporáneo, porque los triunfos en el arte contemporáneo son siderales.

¿Y pensás que la literatura puede dejar de ser la hermana pobre?

No, yo creo que este es el destino de la literatura y hay que bancársela. Además, me parece bien la posición de la literatura en la cultura. Es una especie de reflejo luminoso en un rincón oscuro y ahí está, manteniéndose, replegándose cada vez más, porque el libro presiona sobre la literatura, la empuja hacia afuera, pero la literatura sigue como en un borde, en una zona fronteriza, pero con una posición muy firme, que por otro lado es la posición en la que estuvo toda la vida. Tampoco vamos a pensar que la literatura alguna vez fue un discurso dominante en la sociedad. Es un discurso menor, manierista, retobado, resistente, como de guapo que se pelea solo en el barro contra todos. Esa posición teatral de la literatura, me parece que está bien, porque al mismo tiempo, nunca deja de haber personas interesadas en ella y ese interés que despierta, siempre es muy intenso, y no sé si te lo da otra disciplina. Por lo tanto, estamos bien en el ostracismo, pero sin llorar. En un rincón, sin molestar a nadie, pero mientras tanto, observo, soy una máquina de mirar. Ese es el temor que podría despertar en la cultura la literatura, que es un dispositivo colectivo que sabe extraer sentido.

Está claro que en vos no existe el resentimiento que tiene Del Valle, pero en el mundo de la literatura, ¿sí lo ves?

A mí no me gusta ver la desesperación del escritor porque el reconocimiento que espera para sí no llega. Esa situación me parece tristísima. No entiendo por qué, si la onda era obtener el reconocimiento a toda costa, esa persona se metió con la literatura, que es el camino menos regio para llegar a ese tipo de resultados.

En tu caso, ¿sentís que hubo un cambio a partir de que publicaste El espectáculo del tiempo?

Es muy posible.

¿Y en qué notás ese cambio?

En las lecturas y las relaciones personales. Me cruzo con muchas más personas que han leído ese libro que otras que leyeron mis libros anteriores. No sé si significa algo, porque no sé cómo opera en la cabeza de los lectores. De cualquier manera, como creo que la literatura es una aristocracia basada en la paciencia, no recibo golpes de efecto del exterior sobre mí. Primero, porque mi escala es muy pequeña; después, porque mi primera foto en un suplemento cultural habrá salido cuando ya tenía cuarenta años y el primer libro que desde la industria del libro funcionó, lo publiqué casi a los cincuenta. Por lo tanto, son hitos que van sucediendo en espacios de tiempo muy amplios.

Dijiste que la literatura es una aristocracia basada en la paciencia. Beatriz Sarlo, en el coloquio sobre Saer, dijo que el autor de Cicatrices fue un hijo de inmigrantes que supo esperar.

Sí, eso que dijo Beatriz fue buenísimo. Lo que ella contó ese día es cómo le costaba publicar, cómo le rebotaban las novelas. Cuando lo publicaban y le hacían reseñas, nadie entendía muy bien qué es lo que estaba haciendo, pero él seguía imperturbable. Los escritores imperturbables son los que más me gustan.

¿Creés que se aprende a esperar?

Lo que pasa es que todo lo que se pueda esperar de la literatura propia es algo que se espera del exterior. Promover una estructura de dependencia, con algún tipo de resultado externo, es demencial, te puede arrastrar a la depresión. Aparte lo único que uno hace es escribir y escribir es una operación que se puede hacer de manera totalmente autónoma, sin necesitar siquiera un editor o un lector. Lo que pasa es que, en la cadena de valor de la literatura, la secuencia, desde el punto de vista mítico, llega muy lejos, hasta el Premio Nobel y el enriquecimiento, pero en realidad el núcleo de todo ese fenómeno es una situación muy barata: un hombre escribiendo solo en su casa. Eso es un escritor, esa es su figura dramática; las otras figuras, que son secundarias y posteriores, incluso el libro, la posición que el escritor pueda ocupar en su universo, la agitación de su código bancario único por las regalías que pueda cobrar, para mí es todo un mundo que no tiene nada que ver con la literatura.

En la novela hay muchos elementos de la realidad que se funden con lo ficcional. ¿Por qué quisiste que los límites entre ficción y realidad fueran tan muy difusos?

Cuando uno escribe una novela y toma como referencia algún nombre o algún objeto existente de lo que llamamos realidad, no tiene sentido hacerlo para entregarse a un trabajo testimonial. A mí lo que me interesa es atacar la referencia para que el poder de la ficción destruya lo que la referencia le da a la literatura. De hecho, los personajes y lugares están puestos en la novela para ser sometidos a la degradación. En mis libros, lo que veo es la posición de la ficción y la veo como una posición intersticial. Es decir, la ficción literaria es imposible que reproduzca la realidad, es mucho más factible que la construya. A mí me gusta hablar de lo existente desconocido: espacios y personas que quizás existan, pero con las que yo tengo una relación de desconocimiento total.

La máquina a la cual le dicta Del Valle, ¿pensás que sería el sueño de todo escritor o hay algo del proceso físico que igual se extrañaría a la hora de escribir?

En realidad creo que escribir es una tarea proletaria. Hay que luchar contra el prestigio del libro, que es un prestigio que habría que revisar. Porque si uno saca la cuenta de la masa crítica de libros que circulan habitualmente en las librerías, todo eso es un poco vergonzante. El fondo editorial de las librerías hoy tiene poca literatura. Sin embargo, sigue persistiendo el prestigio del libro, con lo cual también sigue persistiendo el prestigio de la escritura. La mayoría de los libros industriales de personajes públicos son conversaciones grabadas y editadas para emprolijar el ruido que pueda haber en una conversación entre dos personas. No entiendo por qué hablar tiene menos prestigio que escribir. A mí no me disgusta el vértigo de una literatura que no tenga derecho a la enmienda, en donde el error quede como incrustado en el texto, como el habla, sin posibilidad de repliegue. El hecho de corregir tiene que ver con la experiencia de esconder. A uno no le gusta cuando corrige un libro que se vean las hilachas, que se hagan públicas las infracciones, que los errores que se multiplican en la mirada del lector no puedan ser erradicados. Esas trampas que uno resuelve en el nivel de la corrección, en el control de calidad, tiene que ver un poco con la vergüenza de uno que queda adentro del libro.

Se habla siempre del futuro de los medios, del periodismo; pero del futuro de la literatura no se habla tanto, ¿cómo imaginás el futuro de la literatura?

Yo creo que es una de las manifestaciones artísticas más estables. Nunca fue dominante y tampoco nunca cedió a la presión de los discursos dominantes; la veo como una especie de centro de gravedad invisible para muchas personas que dependen de que la literatura exista. No hay que preocuparse por el futuro de la literatura, creo que tenemos que preocuparnos más por el futuro del planeta. La literatura tiene la resistencia de los insectos postnucleares, no hay posibilidad de destruirla porque se adapta a cualquier lugar, a cualquier escala de protagonismo, incluso a la escala nula, no está en ningún lado de la esfera pública. Es una presencia amenazante, casi clandestina, pero que todos los lectores de literatura saben localizar.

“Ya estamos grandes para creer en la ficción”, dice Del Valle en un pasaje del libro. ¿Pensás que el camino lógico que termina haciendo todo lector es alejarse de la ficción?

A mí me gusta mucho Henri Bergson cuando habla de la relación con los objetos y dice que uno de los objetos ve lo que quiere o lo que le interesa. Y lo que ve en realidad es una ilusión, que no tiene remedio, excepto por el lado de la intuición. Es decir, que uno intuya que esa relación que uno tiene con los objetos es una relación ilusoria. Uno se relaciona con las cosas de manera más o menos fanática o sentimental. Yo hago un recorte sobre cualquier objeto, creo una ilusión acerca de ese objeto, lo único que puede detenerme es la intuición de que algo está fallando en mi percepción. Pero nadie se pone a pensar en las fallas de la percepción, uno da las percepciones propias como objetivas, como testimonio de que el mundo funciona como lo sentimos. La literatura en la ficción funciona un poco así, no es ajena a ese régimen. Por eso, cuando uno lee literatura cree que lo que está leyendo es un fenómeno que bien podría estar sucediendo en la realidad, porque hay una fe depositada ahí, y hay una ilusión que se agita delante nuestro, en la cual nosotros creemos. Pero sería bueno tener también la experiencia contraria, de decir ser consciente del artificio al que uno se entrega, pero eso creo que para un lector es prácticamente imposible. La facultad de encantamiento que tiene la ficción genera un triunfo seguro de la literatura sobre los lectores.

¿No creés que esa la capacidad de triunfo que tenía el libro de ficción hoy lo tienen más las series y el libro de ensayo?

No estoy muy de acuerdo con eso. Yo creo que la serie tiene su lugar. Lo que puede ocurrir es que un lector que lea o haya leído durante muchos años libros ocupe ahora el tiempo en ver series. Pero es un cambio de rubro, porque podría dedicarse a otra cosa, son empleos diferentes del tiempo, no son sustitutos de géneros. No creo que la serie sustituya a la literatura o que el crossfit sustituya a la serie. Uno con el tiempo hace lo que puede o lo que el impulso del deseo ordene. Lo que da la literatura no es lo mismo que lo que da una serie. La literatura como ciencia oculta y antigua sigue dando lo que daba hace siglos y va a seguir dándolo. Hay algo que da que no te lo da nada, pero no es una oferta artística total y plena; da lo suyo, nada más. Lo da otorgando el milagro de la intensidad de la relación, como puede pasar con una persona o con una serie, pero la literatura se especializa en intensidades, entonces no digo que la serie sea un arte menor respecto a la literatura, pero para mí son cosas muy diferentes.

En el libro te burlás un poco del arte contemporáneo. ¿Hay puntos de contacto con el mundo de la literatura?

Yo creo que para Del Valle, Krause es un genio, un artista contemporáneo. Pero como todo genio, es medio pelotudo, porque al entregarse a su don hay funciones que se le anulan. La moneda del genio tiene el reverso de la imbecilidad; no sé si hay genios inteligentes. El genio, al mismo tiempo, es como una catástrofe para el que padece la genialidad.

¿Es más importante cómo mostrar la obra que la obra en sí?  ¿Pensás que en la construcción de la imagen del escritor también está eso? ¿Para hacer circular la obra termina pesando más la imagen del escritor que la propia obra?

No sé, yo creo que en muchos escritores hay deseo de imagen y de una administración publicitaria de esa imagen. Hay algunos con más pudor y otros con menos, pero es una especie de actividad sucedánea; cuando uno escribe un libro tenés que conversar, explicar lo que hacés. A mí esa parte me tiene sin cuidado, pero me preocupa más la parte formal: el cómo es el qué, no es el qué contra el cómo. Es todo cómo. El qué de un libro es un accidente, que puede ser sustituido por otro. El cómo es el aspecto serio del arte literario, sino todo sería una sucesión de qués, y uno se volvería una especie de monografista.

¿Y si tenés un único qué?

Entonces te convertirías en un escritor de una sola flor, como dice Daniel Guebel. El cómo es lo único, y la figura es algo que uno puede hacer mucho por sustraerse o mucho por lo contrario. Eso me parece que va en gustos y tiene mucho que ver con el estado de la fobia de cada escritor. También hay que sostener un drama de figura de escritor, lo que termina teniendo un costo. Para el escritor siempre es mejor estar encerrado en su casa.

Gentileza Revista Quid