viernes, 22 de enero de 2010

Lecturas de verano III

"La culpa era sólo mía. Mi relación con el dinero siempre había sido imperfecta, enigmática, llena de impulsos contradictorios, y ahora pagaba el precio de negarme a adoptar una posición clara al respecto. Desde siempre, mi única ambición había sido escribir. Lo sabía desde los dieciséis o diecisiete años, y nunca me había hecho ilusiones de que podría ganarme la vida escribiendo. El escritor no “elige una profesión”, como el que se hace médico o policía. No se trata tanto de escoger como de ser escogido, y una vez que se acepta el hecho de que no se vale para otra cosa, hay que estar preparado para recorrer un largo y penoso camino durante el resto de la vida. A menos que se resulte ser un elegido de los dioses (y pobre de quien cuente con ello), con escribir no se gana uno la vida, y si se quiere tener un techo sobre la cabeza y no morirse de hambre, habrá que resignarse a hacer otra cosa para pagar los recibos. Yo comprendía todo eso, estaba preparado para ello, no me quejaba. En ese aspecto, tuve una suerte inmensa. No sentía un interés particular por los bienes materiales, y la perspectiva de ser pobre no me asustaba. Lo único que quería era una oportunidad de realizar la obra que sentía en mi interior.
(…) Mi problema era que no quería llevar una doble vida. No es que no quisiera trabajar, pero la idea de fichar en algún sitio de nueve a cinco me dejaba frío, totalmente desprovisto de entusiasmo. Con veintipocos años me sentía demasiado joven para sentar cabeza, demasiado lleno de proyectos para perder el tiempo ganando más dinero del que quería o necesitaba".
De "A salto de mata" de Paul Auster.

jueves, 21 de enero de 2010

Asomarse a los ladridos

Cuesta volver a leer los diarios, asomarse a los ladridos y seguir como si nada pasara. En Página/12 de hoy salieron dos notas que disfruté muchísimo. La primera es de Juan Gelman, sobre la tragedia que atreviesa el pueblo haitiano. La segunda es un fragmento del postfacio del libro " Si esto es un hombre" (1976) de Primo Levi. En estas valiosas reflexiones el escritor italiano de origen judío sefaradí, plantea por qué los hombres pueden “querer no saber”, por qué los que iban a la muerte no se rebelaban, por qué los que se sublevan son los que menos sufren y por qué, “aunque comprender es imposible, conocer es necesario”. La inclusión de este texto se debe a que el miércoles próximo se cumplen 65 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz.
Abajo les dejo un fragmento de cada una para que vayan leyendo




Viejos rencores

Por Juan Gelman

No hay palabras para abarcar la espantosa tragedia que vive el pueblo haitiano. Algunos predicadores evangelistas estadounidenses creen que sí. El muy radiotelevisivo Pat Robertson es uno de ellos. Atribuyó la catástrofe “a algo que sucedió en Haití hace mucho tiempo, de lo que la gente tal vez no quiere hablar”: “un pacto con el diablo”. Impertérrito, Paterson recordó que bajo la férula francesa “ya saben, Napoleón III y demás, los haitianos se reunieron y cerraron un pacto con el Diablo. Dijeron: ‘Te serviremos si nos liberas de los franceses’. Pasó de verdad. Y el Diablo dijo ‘OK, trato hecho’”. No es fácil pensar al Diablo diciendo OK y el predicador se equivocó de Napoleón. En fin, lo imaginativo no quita lo ignorante.

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Misterios de Auschwitz

Por Primo Levi

Esconder del pueblo alemán el enorme aparato de los campos de concentración no era posible, y además (desde el punto de vista de los nazis), no era deseable. Crear y mantener en el país una atmósfera de indefinido terror formaba parte de los fines del nazismo: era bueno que el pueblo supiese que oponerse a Hitler era extremadamente peligroso. Efectivamente, cientos de miles de alemanes fueron encerrados en los Lager desde los comienzos del nazismo: comunistas, socialdemócratas, liberales, judíos, protestantes, católicos, el país entero lo sabía, y sabía que en los Lager se sufría y se moría.
No obstante, es cierto que la gran masa de alemanes ignoró siempre los detalles más atroces de lo que más tarde ocurrió en los Lager: el exterminio metódico e industrializado en escala de millones, las cámaras de gas tóxico, los hornos crematorios, el abyecto uso de los cadáveres, todo esto no debía saberse y, de hecho, pocos lo supieron antes de terminada la guerra. Para mantener el secreto, entre otras medidas de precaución, en el lenguaje oficial sólo se usaban eufemismos cautos y cínicos: no se escribía “exterminación” sino “solución final”, no “deportación” sino “traslado”, no “matanza con gas” sino “tratamiento especial”, etcétera. No sin razón, Hitler temía que estas horrorosas noticias, una vez divulgadas, comprometieran la fe ciega que le tributaba el país, como así la moral de las tropas de combate; además, los aliados se habrían enterado y las habrían utilizado como instrumento de propaganda: cosa que, por otra parte, ocurrió, si bien a causa de la enormidad de los horrores de los Lager, descriptos repetidamente por la radio de los aliados, no ganaron el crédito de la gente.
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miércoles, 20 de enero de 2010

Lecturas de verano I

“Dar vueltas. No parar. No poder parar. No poder parar nunca. Me parece que escribir es eso, algo así como dar vueltas, no parar, no poder parar, nunca. Andar a ciegas entre las palabras, tanteando a oscuras. Buscarlas. Perseguirlas. Y rara vez alcanzarlas. Muy rara vez encontrarlas, muy de tanto en tanto. Me parece que escribir es eso, nada más que eso. Aunque tampoco menos. Dar vueltas alrededor de las mismas palabras y, a partir de esas palabras, alrededor de los mismos dos o tres asuntos. Siempre. Toda la vida. Siempre alrededor de los mismos dos o tres asuntos. Quizá los únicos que realmente nos importan de entre tantos otros asuntos que, cuando no estamos escribiendo, parecen también importarnos. Pasa eso con la escritura, que nos obliga a atender sólo a aquello que realmente nos importa, que llevamos incrustado en el cuerpo. No nos deja mentir, la escritura. Se las ingenia para sacar desde adentro de las palabras sólo aquello que verdaderamente nos importa”.
Del libro "La patria" de Federico Jeanmaire.