martes, 28 de junio de 2016

Entrevista a Mario Escobar: “Aun los peores criminales tenían algunos segundos de humanidad”


Nando Varela Pagliaro

Mario Escobar es un novelista e historiador español. En estos días, Del Nuevo Extremo acaba de publicar Canción de cuna de Auschwitz, una novela sobre la vida de una enfermera alemana casada con un hombre gitano, deportada en la primavera de 1943 al campo gitano de Birkenau Auschwitz.

A partir de un personaje real y acontecimientos verdaderos, Escobar describe el genocidio de los gitanos a manos de los nazis entre 1939 y 1945, un hecho trágico sobre el que no abunda el material bibliográfico.  

Helene Hanneman, la protagonista de la novela, decide acompañar a su marido y sus cinco hijos al campo de exterminio en el que más de veinte mil miembros de la etnia gitana perdieron la vida. Por ser de origen alemán, Hanneman tuvo algunos pocos privilegios durante los dieciséis meses que duró su cautiverio. El siniestro Josef Menguele la eligió para estar al frente de una guardería que funcionaba dentro del campamento y había sido creada con el fin de proveer individuos para los inhumanos experimentos del ángel de la muerte.


-¿Cómo llegó esta historia a sus manos?

-Estaba en una reunión administrativa en un consejo en el que yo me encargaba de la parte cultural. Justo el último día que iba a ir llegó un consejero de etnia gitana y cuando se presenta dice que se llama Miguel Palacios y es presidente de la Asociación Gitana para el Genocidio. Apenas acabó la reunión, me fui corriendo a hablar con él y le dije que estaba muy interesado en el tema. La primera respuesta de él fue: “es tan grande el silencio que ha habido sobre el genocidio gitano que cualquier breve susurro es como un grito”. Un par de semanas después volvimos a juntarnos. Le dije que me trajera muchas historias porque estaba interesado en escribir algo. Todavía no sabía si iba a hacer un ensayo o una novela, pero algo iba a escribir. En ese segundo encuentro, me trajo varias historias, pero cuando me cuenta la de Helene Hanneman me quedé totalmente paralizado. Casi ahí mismo decidí que no iba a hacer un ensayo, ni una novela coral. Lo que tenía que escribir era la vida de esta mujer.

-Una vez que dio con la historia, ¿cómo fue el proceso de escritura?

-Lo primero que hice fue hablar con mi editor en Estados Unidos. Le dije que iba a hacer un viaje a Auschwitz con mi esposa para investigar más profundamente lo que me había contado Miguel. Estuvimos en Cracovia, que está a una hora de viaje de los campos. Una vez allí fuimos a Auschwitz I y II. Allá contratamos a un historiador polaco que hablaba en perfecto español. Recorrimos ambos campos y pude corroborar en los archivos que realmente existió la guardería y muchos otros datos que figuran en el libro.

    
-Hay muchísimo escrito sobre el genocidio judío. Sin embargo, no es tanto lo que se sabe de lo que pasó con los gitanos en Auschwitz. ¿Por qué cree que hay tanto silencio?

-Por un lado, la magnitud del genocidio judío en cierto modo eclipsó todo lo demás. Por otro, el pueblo judío llegó a tener un Estado lo que le permitió contar con más recursos para perseguir a esos salvajes criminales y luego contarlo. En cambio, el pueblo gitano es un pueblo pobre y humilde. Hasta no mucho tiempo atrás ni siquiera contaba con la gente preparada para hacer el trabajo de rescatar sus memorias. Aparte, ellos siguieron siendo marginados. Los pocos que sobrevivieron, cuando volvieron a sus pueblos, la policía los volvió a fichar como si fueran delincuentes, hasta  usaban los números que traían tatuados de los campos como registro personal. Lo peor es que tampoco los reconocieron como víctimas, sino hasta el año ‘82. Y hasta el 2013 tampoco se los invitaba como asociaciones  a los actos que se hacen en memoria del Holocausto.

-En la novela cuenta que hubo una rebelión gitana en uno de los campos de Auschwitz. ¿Eso fue real?

-Eso es verídico. Fue el único grupo que se rebeló y logró parar su propia ejecución. En el campo checo hay otro grupo que también se rebela ante los comandos que los llevaban a las cámaras de gas. Pero en el campo gitano la rebelión fue más grande. El 15 de mayo de 1944, se filtra por uno de los guardias que iban a ser exterminados. Entonces, cuando los gitanos se enteran, los esperan subidos a los tejados con palos y fierros y resisten a los nazis. Al ver así a los gitanos, los alemanes prefieren retroceder para evitar poner en alarma a todo el campo y que se extendiera aún más la revuelta. Lo que deciden a partir de entonces es debilitarlos: pasarles menos comida y hacerles vivir en peores condiciones de las que ya vivían.      

-Al comienzo del libro, confiesa que ésta fue la novela que más le costó escribir ¿Por qué le costó tanto?

-Me costó mucho porque yo no podía controlar el destino de mis personajes y eso es muy duro. Más sabiendo que se trata de hechos reales. Además, como quería escribir desde el corazón, me impliqué mucho en la historia. Leí muchísimo sobre Auschwitz y sobre el genocidio, pero escribir sobre el tema era aún más movilizador. Por otra parte, quería que la novela fuese un homenaje a Helene para que el mundo conociera a esta heroína. Le tenía tanto respeto a la historia que eso hacía que avanzara con más temor.


-Otro aspecto llamativo de la historia es la relación entre Helene y Josef Menguele. ¿Eso también lo pudo constatar?

-Sí, claro. Me llamó mucho la atención porque casi nunca se resalta que Menguele estaba en el campo gitano. Él llega en mayo del ‘43, casi al mismo tiempo que Helene, y le dan el campo gitano porque para los nazis era un campo secundario. Ahí instala su primer laboratorio. Se sabe que Menguele era una persona muy ambigua, trataba a la gente muy bien y sobre todo, era gentil con los niños. De hecho, muchos de ellos le llamaban “tío Josef”. Pero al mismo tiempo, era uno de los hombres más despiadados de todos. A mí lo que me parece increíble es que en el mismo espacio se encuentren dos personajes tan distintos como Helene y Menguele y que los dos sean alemanes. Esa es otra cosa que me gustó: ni todos los alemanes eran nazis, ni todas las víctimas eran judías. De todos modos, los dos podrían haber estado allí y no tener ningún contacto. Sin embargo, en los archivos consta que es Menguele el que le propone a Helene abrir la guardería.

-Supongo  que no encontró un registro con los enfrentamientos entre ambos. Eso sí es ficción, ¿no?

-Bueno, eso sí. Yo lo que sé es que hubo una negociación cuando en el campamento hubo una epidemia de tifus. Él quería destruir más barracones y no sé si fue ella, pero alguien intervino para que eso no suceda. Ahí novelo el hecho y sí se lo atribuyo a Helene.


-Menguele es tal vez uno de los personajes más siniestros de la historia. Sin embargo, en el libro uno puede rescatar ciertos rasgos de humanismo. ¿Cuáles son los mayores riesgos que se corren a la hora de estetizar semejante tragedia?

-Yo he tratado de ser lo más sincero posible. De hecho, las primeras cien páginas son mucho más frías que el resto del libro. Porque hasta ahí la historia se trata de una persona que está llegando a un lugar, se está acomodando, quiere sobrevivir y no sabe cómo luchar. Además, no quería escribir que tanto los guardianes como las víctimas eran todos iguales entre sí porque no era así. Había gente que se aprovechaba una de otra y otras que se ayudaban. Ni todas la víctimas se comportaban del mismo modo, ni todos los verdugos. Aun los peores criminales tenían algunos segundos de humanidad.  A veces queremos pensar que Menguele es un monstruo,  pero no. Él era un ser humano ambicioso, egoísta, de lo peor que hubo en la tierra, pero era una persona. Eso es más terrible, porque si fuera un monstruo nos sentiríamos más seguros.


-Además de Helene, se sabe de otras personas que hayan decidido entrar al campo voluntariamente?

-Sólo conozco otro caso, pero de marido alemán y mujer judía. Luego, hay otro caso de un sacerdote católico que luchó para que  el Vaticano denunciara lo que estaba pasando. Este sacerdote se solidariza tanto que cuando están cargando a un grupo de judíos en el tren, él decide subir con ellos.


-Y en el proceso de investigación, ¿pudo contactar a algún familiar de Helene?

- Hay un archivo muy bueno que tiene el Estado alemán en el que figuran todas las víctimas y supervivientes del Holocausto, pero no he sido capaz de encontrar a ningún familiar de ella.

-¿Intentó hacerle llegar el libro a algún sobreviviente de Auschwitz?

-Quedan muy pocos, pero aún quedan. Cuando se traduzca, sí quisiera hacérselos llegar. De todos modos, lo bueno de los libros es que hacen que las historias no se olviden. Las personas, por desgracia, fallecen.

-Antes decía que en algún momento dudó entre escribir un ensayo o una novela. ¿Qué siente que ganó la historia al haber optado por la novela?

-Los ensayos nos cambian la mente, pero las novelas nos llenan el corazón. Porque sentimos empatía con los personajes y nos ponemos en su lugar. La mayoría de la gente sabe que hubo un Holocausto, pero piensa que eso es algo que les pasa a los demás en otros países y otras épocas. En cambio, cuando lees una novela, como te identificas con el personaje, lo vives de otra manera. Con esta novela pasa algo muy especial: los que la leen se sienten comprometidos a convertirse en embajadores de Helene y regalan el libro para que muchos otros también conozcan la historia. 

-¿Cuáles son las expectativas para un historia tan potente?

-Las expectativas son altísimas y eso es algo que me abruma. El libro salió en todo el continente, incluido Estados Unidos y por supuesto en España. Allá lo han recibido muy bien y como con todo libro, espero que se lea muchísimo. No hay muchas historias como la de Helene.

-Por último, en alguna nota dijo que “todos los tiempos son malos para los escritores”, ¿por qué piensa eso?

-Eso es verdad. Normalmente los escritores somos el eslabón más débil del mundo editorial. Somos los que generamos todo, pero al mismo tiempo los que menos recibimos. 

Publicada originalmente en la revista Quid, junio 2016.

lunes, 20 de junio de 2016

Diálogos: del atril a Facebook, comunicar el poder


Nando Varela Pagliaro

Después de la intensidad comunicativa y mediática del kirchnerismo, el gobierno de Macri intentó en estos seis meses marcar diferencias. Sin embargo, la "comunicación horizontal" que privilegia las redes sociales para llegar a los ciudadanos -una de sus estrategias- también recibió críticas, mientras la capacidad del Gobierno para difundir políticas, decisiones y problemas se ha convertido en tema de agenda pública. En este diálogo, Adriana Amado -doctora en Ciencias Sociales por Flacso, autora del reciente Política pop (Ariel), en el que analiza la influencia de los medios en los líderes latinoamericanos en la última década- alerta sobre la desatención de la comunicación de base más allá de las redes y sobre la subestimación de las audiencias. Y Hernán Iglesias Illa -periodista y escritor, a cargo de la subsecretaría de Comunicación Estratégica en la Jefatura de Gabinete- insiste en la necesidad de entender la política de difusión gubernamental como una "conversación" lo más horizontal posible. Pero admite: "La comunicación no hace milagros".

LN- Muchos están convencidos de que Cambiemos ganó las elecciones, en buena medida, por su eficaz estrategia de comunicación. Sin embargo, a poco tiempo de asumir recibieron muchas críticas por su forma de comunicar. ¿Por qué creen que pasó eso?

AA- La comunicación siempre es la variable más débil sobre la que recae la crítica. De hecho, los ministros de la administración anterior todo el tiempo estaban diciendo que el problema era que no comunicaban bien. La pregunta que devuelvo es: ¿se puede comunicar cuando todavía no se tiene un panorama de la gestión? ¿Se puede comunicar algo que no hay? En esta década comprobamos que el relato no es capaz de compensar lo que no existe. Poner expectativas en el mensaje por sobre el fondo de la cuestión tiene más que ver con el síndrome de abstinencia que tenemos de estar todo el tiempo discutiendo mensajes y no hechos que con cuestiones que sean propias de la comunicación.


HI- Estoy bastante de acuerdo. Una de las decisiones que tomó este gobierno fue bajarle el volumen a la voz presidencial. Con esto les permitió al Congreso, a los medios y a los gobernadores compartir la luz pública de la política con el presidente. Veníamos de un modelo en el que la voz presidencial era la protagonista casi única de la discusión política; ahora hay otros protagonistas y voces más moderadas.

LN- Antes teníamos cadenas casi a diario; ahora muchas cosas se comunican sólo por redes sociales. ¿No se deja así afuera a mucha gente que no interactúa con las redes o que ni siquiera tiene acceso a ellas?

HI- Siempre se deja de lado a alguien, pero las redes sociales dejan menos gente afuera que los medios tradicionales. Es más invisible lo que se hace por redes, porque muchas veces sólo se comunica a usuarios específicos. Por eso, incluso aliados políticos nos piden que pongamos un aviso en los diarios nacionales explicando, por ejemplo, los pagos en los juicios por jubilaciones. Hacer eso hoy en un diario tiene un impacto mucho más limitado que hacerlo en las redes sociales. Además, tiene menos credibilidad. Los avisos de los diarios tienen su público y todavía son útiles para algunas cosas, pero no tanto para otras.

AA- ¿Y si pensamos en la otra comunicación pública que no tiene que ver con lo mediatizado, sino con la experiencia cotidiana? Nosotros seguimos pensando si es importante o no que algo salga en el diario o en las redes sociales, pero no qué información tiene un ciudadano cuando va a hacer un trámite. Ahí es donde deberías tener todo lo que necesitás. Si se considera que la comunicación pública son sólo los mensajes, estamos listos. Vivimos en sociedades donde la mayor parte de la ciudadanía no lee los diarios, sino que escucha los noticieros, pero sabemos que los noticieros no tienen espacio para darles profundidad a estas cuestiones. Por eso, en el caso de los jubilados que mencionaba Hernán, sería importante saber dónde circula esa información. Tal vez sea en el club del barrio o en la plaza. Esa comunicación de base es la que tenemos más desatendida. Porque la comunicación mediática no sólo tiene más visibilidad, sino que también es la que genera ingresos para los medios que son luego los que defienden o critican el modelo de comunicación.

HI- Ese aspecto lo tenemos clarísimo. De hecho, una de las tres subsecretarías de la Secretaría de Comunicación Pública se llama "Vínculo Ciudadano". Esta secretaría se ocupa de las redes sociales, pero también de ver cómo es la relación del Estado con los ciudadanos en cada punto de contacto. La gente entra en una oficina pública y recibe un montón de mensajes voluntarios e involuntarios que muchas veces son más fuertes que los que puede recibir de un noticiero. Para otros, tal vez su principal contacto con el Estado es la página web de la AFIP. Hoy todo el mundo sabe que no la hicimos nosotros, pero si dentro de unos años la página sigue siendo lo indescifrable que es ahora, empieza a ser un problema para el propio gobierno.

LN- ¿Macri habla el lenguaje de las redes o sigue cometiendo errores de la vieja política, en ese aspecto?

AA- Cuando hice el análisis de la comunicación política de América Latina, Cambiemos era el partido que tenía más claro el 2.0. De todos modos, el 2.0 funciona muy bien en época de campaña; ahora el desafío es cómo cambiás ese registro. ¿Está bueno mostrar la informalidad del Snapchat del presidente cuando hay mucha gente molesta por un montón de cuestiones? Eso me genera dudas.

LN- Retomando lo que dice Adriana, durante la campaña se apeló mucho a un estilo de comunicación más enfocado en lo emocional y en las historias personales. ¿Funciona la misma lógica ahora que son gobierno?

HI- Se puede mantener una personalidad, que además es la personalidad del presidente y de la gente que integra el Gabinete. Pero uno está a cargo del Poder Ejecutivo Nacional y tiene la responsabilidad de comunicar de acuerdo con esa responsabilidad. Nosotros miramos la comunicación casi como una conversación. Una conversación con los gobernadores, con los bloques parlamentarios y también con los cuarenta millones de argentinos de una manera más abstracta y un poco más asimétrica. Pero siempre tratamos de hacerlo del modo más horizontal posible.

AA- A mí lo que me genera dudas es cuánto de esa conversación no está siendo entorpecida por la comunicación con el otro grupo que se erige como portavoz de la ciudadanía y no lo es. A veces veo que terminan transando con esa demanda, que tiene que ver con la lógica política o con la lógica periodística.

HI- La lección más importante que aprendimos el día de la triple fuga fue que nos dejamos llevar por el ritmo de la televisión por cable y por las redes sociales. Ustedes recordarán que en un momento el Gobierno dijo que estaban los tres prófugos capturados y al final era sólo uno. Ese día nos ganó cierta impaciencia y dijimos algo que no se tendría que haber dicho. Ahora aprendimos que somos el gobierno y tenemos el derecho a establecer el ritmo con el que damos la información.

LN- En ese sentido, ¿no sería conveniente que alguien cercano al presidente todas las mañanas marque la agenda informativa? ¿No se corre el riesgo de que la agenda quede en manos de la oposición o de otros actores?

AA- Después de hablar con cinco o seis medios, no sólo te quedás sin energía, sino que además ya no sabés qué le dijiste a cada uno. Lo que me parece más interesante es recuperar una herramienta como las conferencias de prensa. No sé si todos los días, porque no todos los días hay algo importante para decir.

HI- Cuando uno da cuatro o cinco entrevistas, tampoco puede controlar el título que van a poner los portales de noticias. Es una gran lotería y es demasiada energía gastada sin mucho sentido. Por otro lado, eso no refleja bien lo que somos nosotros. Una cosa que siempre cuenta el actual jefe de Gabinete es la cantidad de televisores que había en su oficina: eran diez en total. La sensación es que antes la Jefatura de Gabinete actuaba casi como un productor general de la actualidad. El jefe de Gabinete miraba esos diez televisores y, si le gustaba lo que veía, creía que todo estaba bajo control. Y en realidad había un país entero atrás de esos televisores, con una realidad propia y tal vez completamente distinta. Ahora el jefe de Gabinete trata de dedicarse más a la política y a la gestión. Lo primero que decimos siempre es que el gobierno tiene que bajar la inflación. ¿Cómo se comunica eso? No se comunica, se baja la inflación.

AA- Venimos de una época en donde se creía que, al intervenir el índice, la inflación dejaba de existir. Es curioso porque las teorías de la comunicación que hablan de los efectos de los medios tienen como ejemplo la inflación para decir que eso no se puede agendar de ninguna manera. No podés agendar nada de lo cual la sociedad tenga experiencia personal. Hay que desarmar esta locura que tuvimos en América Latina de suponer que el Estado tenía que ser el principal grupo de medios; el presidente, el principal presentador de las noticias, y que además se tenía que gastar más en publicidad oficial que en educación. Ninguno de estos gobiernos que vivieron la locura de la comunicación perduraron ni ganaron prestigio. Estamos viendo el fin del ciclo del gobierno del "Estado comunicador"; la pregunta es cómo lo reemplazamos. Porque también es cierto que los medios fueron los principales beneficiarios de esa maquinaria. ¿Qué nos dejó tanta inversión publicitaria? Nada, ni siquiera nos dejó instalados aquellos medios que vivieron de la pauta oficial. Hoy hay muchos periodistas sin trabajo justamente porque ese Estado generó una burbuja que no le sirvió ni al líder político ni al sistema de medios.

LN- Adriana se pregunta cómo reemplazamos al Estado comunicador. ¿No necesita el Gobierno, que en su discurso prioriza otras cuestiones por sobre la ideología, un relato propio? ¿No se está construyendo un relato macrista de todos modos, aunque se diga que no?

HI- Creo que se va construyendo con actitudes y ejemplos más que con un gran arco narrativo y conceptual como podía tener el kirchnerismo en sus años de apogeo. De todos modos, el kirchnerismo en un principio tampoco tenía su relato tan claro, sino que lo fue construyendo y haciendo cada vez más restrictivo. En nuestro caso, quizás el relato se vaya construyendo solo. El relato es mucho más fuerte cuando lo construye la sociedad que cuando lo construye el gobierno. En general, el relato sobre los años 90 no lo hizo el gobierno. El relato sobre el kirchnerismo, que va a quedar más nítido dentro de algunos años, se hará entre mucha gente. Es así como se hacen los relatos: participa el gobierno, los medios, los sindicatos, la iglesia y los ciudadanos en las conversaciones que tienen en los asados de los domingos. Los relatos son una construcción muy colectiva, en los que algunos tienen más influencias que otros, pero nadie tiene tanta como cree.

AA- El único monopolio que no estamos todavía dispuestos a combatir es el monopolio del relato gubernamental. Yo no quisiera que se volviera a construir esa hegemonía discursiva en la cual todos discutíamos alrededor de un montón de temas que muchas veces tenían poco que ver con el día a día.

HI- Por otra parte, tener un relato muy detallado te pone en un callejón a la hora de realizar políticas públicas. A medida que se iba haciendo más fijo el relato kirchnerista, más encorsetado estaba sobre las cosas que creía que podía hacer.

LN- ¿Es más fácil o más difícil comunicar con una ideología detrás?

AA- Hace dos décadas que venimos hablando del fin de las ideologías. Si hay una mayor porción de ciudadanía que no tiene problemas en votar a Cristina en una elección y a la siguiente votar a Macri, ¿vivimos en una sociedad ideologizada? Lo que sí es un factor que no se está atendiendo es que nosotros somos una sociedad posautoritaria. Ese resabio existe y muchas veces tiene que ver con la demanda de órdenes. Por eso existieron los líderes mesiánicos que tuvimos: la sociedad necesitó a alguien que le diera certezas, aunque después no las pudiera concretar.

HI- Hoy la autoridad es algo que la gente saca y pone mucho más flexiblemente que antes. Antes era más leal a un partido político o un medio de comunicación, ahora ya no. Uno tiene que hacer las cosas bien todos los días para ganarse la confianza. Nosotros le hablamos a una sociedad que está llena de otros estímulos y competimos contra esos otros estímulos. Queremos llegar a una persona que está jugando con su nieto y obviamente prefiere estar con su nieto a escuchar una conferencia de prensa. Además, ya no necesita estar estimulada con el gobierno para sentirse cómoda con su lugar en el mundo. Tiene varias fuentes para generar su identidad. El gobierno es una de ellas y si logra meter diez segundos por día en la mente de una persona, es un éxito.

LN- En este contexto en el que hay tantos estímulos, ¿creen que la comunicación está subestimada o sobreestimada?

HI- Está sobreestimada su capacidad de influencia. Uno no puede hacer A y comunicar F, ni ser A y comunicar F. Lo que uno es y hace se nota. La mejor manera de tener éxito con un candidato es mostrarlo en su mejor versión. Una versión buena, pero que sea él. La comunicación no hace milagros.


AA- Yo creo que está sobreestimada porque subestimamos al destinatario. Todo el tiempo suponemos que el ciudadano es un tonto, que si se le muestra una publicidad seductora del gobierno, automáticamente va a adherir. Cuando se les pregunta a los ciudadanos latinoamericanos cómo se informan de los asuntos políticos, lo que creció un 70% en los últimos quince años son los amigos y los conocidos. Ya no importa el medio, importa la conversación. Por eso, la competencia ya no es entre medios, sino que se compite por la atención. El desafío para el gobierno y también para los medios es cómo generar algo de suficiente valor para que sea más importante que el resto de las noticias que uno ya selecciona porque le llegan a través de un mensaje de WhatsApp de un hijo o de un amigo.

Publicada originalmente es el suplemento Ideas de La Nación, junio 2016.

jueves, 9 de junio de 2016

Entrevista a Joaquín Sánchez Mariño: “Todos dicen que son lectores que escriben, pero son todos escritores que leen”


Nando Varela Pagliaro

Joaquín Sánchez Mariño es Licenciado en comunicación Social. Escribe en el suplemento Ideas de La Nación y en la revista dominical del mismo diario. Es autor de La novela de algún otro y compilador de Apología, una recopilación de poetas inéditos publicada por Letras del Sur. Mediante la misma editorial, también publicó Mi tonto ansioso equivocado yo, su segunda novela.
“Fue un proceso en dos partes: empecé en el año 2012 en un taller que hice con Romina Paula, en el cual escribí una serie de cartas que, tentativamente, iban a conformar una novela epistolar. Después me fui de viaje mucho tiempo y, al volver, volví a leer todo lo que tenía, que por suerte era poco. Entonces me di cuenta de que esas páginas solamente servían en la medida en que me hicieran creer que la novela ya había arrancado, pero la verdad es que había que empezar de cero. Esa mentira personal sin embargo, la de creer que tenía algo en camino, no solo me sirvió para darme ánimos sino que se convirtió, después, en un elemento fundacional de lo que resultó ser el personaje: un pibe que sabe, o presiente, que todas sus ideas de la vida se basan en una mentira fabulosa”.

-En la contratapa, Gonzalo Garcés dice que tu novela es una historia de dos postraciones, también se podría decir que es otro libro que aborda la relación padre-hijo. ¿Tuviste en cuenta otros libros similares a la hora de escribir el tuyo?

Dos libros son de algún modo protagonistas de la novela. Uno es El miedo, de Gonzalo Garcés, donde cuenta la historia de su divorcio. Fue protagonista no solo porque yo también tomo el tema del divorcio (el de mis padres), sino porque después de leer ese libro empecé a hacer taller con Gonzalo, y ahí comenzó la génesis de lo que finalmente es la novela. El otro libro es La llama doble, de Octavio Paz, que es algo así como la bibliografía, el basamento filosófico en el que se basan todos los conceptos sobre el amor que tiene o intenta tener el personaje. Para desarrollar la relación padre-hijo en cambio diría que no tuve influencias directas. Traté de abordar el tema de la manera más instintiva posible, lo cual presentó el problema de enfrentarme a mi propia sensiblería, pero la bondad de obligarme a la honestidad. Antes creo haber leído varios libros sobre el tema, sí, pero al parecer tuve la prudencia de olvidarlos.

- Uno puede intuir que muchas de las historias que contás son autorreferenciales, ¿qué devolución tuviste de tu entorno una vez que vieron el libro publicado?

Muchos se dieron cuenta finalmente del verdadero tamaño de mi vanidad, otros entendieron que uno no puede hablar sino de lo que es. Yo tengo serios problemas con lo que soy, me cuesta amigarme con el hecho de que todos somos, en algún punto, acotados.
Lo que es la vida real, yo creo que en general todos piensan como pensaba Dalí: lo importante no es que hablen bien o mal de vos, sino que hablen.

-El protagonista de tu novela, “el chico”, se refiere a Facebook como el Muro porque le da pudor la palabra Facebook. En tu caso, ¿cuál es tu relación con las redes sociales? ¿Cuánto te acercan o te alejan de las cosas importantes?

Creo que el sentido correcto del crecimiento, si es que lo hay, es aprender a distinguir cuáles son verdaderamente las cosas importantes. Y después hacer que duren y dejarles espacio, diría Calvino. No me parece que haya llegado a ningún estadio de sabiduría todavía, pero por lo que presiento las redes sociales no parecieran entrar dentro de la lista de lo importante. Todavía, probablemente por mi falta de sabiduría, le doy cierta relevancia a las redes. Además, como cada cual vive en su tiempo, me parece medio snob renegar de lo que nos toca. Esta misma nota en la que digo esto probablemente vaya a ser compartida por mí en mi propio Facebook, lleno de alegría y entusiasmo. Es una contradicción constante expresar desprecio. En todo caso, querría que la necesidad de utilización pudiera convivir sin fricciones con la ausencia de relevancia.

-Durante seis años trabajaste como periodista en la revista Gente, ¿qué pensás que le aportó esa experiencia a tu escritura?

Gimnasia, primero. Si la teoría de las 10 mil horas es cierta, trabajar en una redacción te acerca mucho al objetivo. Después, maestros como Alfredo Serra y Eduardo Bejuk, periodistas que hacen del oficio una forma de la literatura. Y amigos de quienes aprender a trabajar por lo que uno quiere: Julián Zocchi, Ana Van Gelderen, mi propio hermano Juan Cruz, con quien compartí la redacción todo ese tiempo.
Por otro lado, me dio la posibilidad de someter todo texto escrito a la mirada de varios editores. Por un lado te aportan su mirada, su crítica, y por el otro te van haciendo crecer ese rencor, esa cantinela que te dicta que el día que escribas tu novela vas a poder hacer lo que quieras sin importar que no se entienda un corno. Aunque después te enterás que a tu novela también la va a trabajar un editor. Es un rencor muy productivo porque te impulsa a hacer, y porque es consciente de su propio absurdo. Trabajar en Gente me dio no solo oficio, práctica y felicidad; sino que me dio algo que muchos escritores solitarios no tienen: editores, es decir, lectores con los que dialogar de tu propia escritura. Además, claro, de muchas anécdotas faranduleras con las que entretener a mis amigos, que son quienes más desprecian lo que escribo.

- Una vez que te fuiste de Gente, empezaste a trabajar en periodismo cultural en La Nación. En Los diarios de Renzi, Ricardo Piglia dice que “cada generación lee del mismo modo una serie recortada de libros y eso es lo que la identifica y lo que se ve en lo que escribe”. Teniendo en cuenta esto, ¿cómo dirías que leen los escritores de tu generación?

Yo leo rápido, mal y acompañado de muchísima ansiedad, que es lo que genera los primeros dos adjetivos. Yo empeoré como lector, creo que muchos lo hicimos. Todos dicen que son lectores que escriben, pero son todos escritores que leen. Nuestra generación, por lo que leo, por lo que converso, por lo que percibo, está demasiado apurada por haber hecho su obra. De esa ansiedad, de entre todas, es de la que más intento escapar.

-Por último, sos uno de los fundadores del sitio el Mar de al lado, un proyecto audiovisual dedicado a la difusión de poesía. ¿Cuál es tu relación con la poesía? ¿Qué encontrás ahí que no te da la narrativa?

Yo hace tiempo me resigné a que soy un mal poeta, cursi, copión, sin ningún sentido del erotismo del lenguaje en verso. Esa renuncia me genera muchísimo placer: puedo escribir poesía sin juzgarme, leerla sin entenderla, compartirla, disfrutarla. No tengo ninguna necesidad de ser bueno. Eso solo genera alegría: ver, desde el palco de tu mediocridad gozosa, cómo los verdaderos poetas se quitan los ojos por sobrevivir.

En la narrativa en cambio tengo la pretensión de mejorar. Tal vez no llegue nunca a escribir algo que valga la pena ser leído, pero estoy condenado a intentarlo. La prosa, para mí, es una ruta que solo puede terminar en la autodestrucción o en la melancolía.

Publicada originalmente en Revista Polvo, junio 2016.