sábado, 31 de diciembre de 2016

Mis 16 del 2016


De los libros que leí para la revista yel diario, estos fueron los 16 que más disfruté. Al lado de cada título dejo el link a la nota correspondiente. Algunas (Heker, Garcés) salen en el número de febrero. 
La Uruguaya, de Pedro Mairal [Leer nota]
Salvapantallas, de Luis Chaves [Leer nota]
Hasta que puedas quererte solo, de Pablo Ramos [Leer nota]
Política pop, de Adriana Amado [Leer nota]
Cambiamos, de Hernán Iglesias Illa [Leer nota]
Cómo ser malos, de Gonzalo Garcés [Pronto la nota]
La maestra rural, de Luciano Lamberti [Leer nota]
Cuentos reunidos, de Liliana Heker [Pronto la nota]
No bombardeen Barrio Norte, de Martín Zariello [Leer nota]
Diarios de la edad del pavo, de Fabián Casas [Leer nota]
One hit wonder, de Joselo Rangel [Leer nota]
Tacos altos, de Federico Jeanmaire [leer nota]
Mi mundial, mi verdad, de Daniel Arcucci [Leer nota]
Díganme Ringo, de Ezequiel Fernández Moores [Leer nota]
El Partido, de Andrés Burgo [Leer nota]
Gaudio, de Danny Miche [Leer nota]

Entrevista a Danny Miche: “Todo famoso teme ser olvidado"


Nando Varela Pagliaro

Danny Miche es sinónimo de tenis. En los últimos treinta años ha presenciado más de cincuenta torneos de Grand Slam y sesenta series de Copa Davis. Como autor, lleva escritos tres libros, Maldita Davis, El enigma del Potro y en estos días acaba de publicar una biografía de Gastón Gaudio. En un bar, al lado de la radio en la que trabaja, cuenta que su intención fue mostrar al tenista a corazón abierto, no quiso hacer un libro sobre lo grande que fue Gaudio. Su objetivo era reunir las voces de todos los que conocen al tenista desde siempre para relatar su vida, sus parejas, sus locuras, sus victorias, pero también sus fracasos.

-En el libro contás que tuviste varios encontronazos con Gaudio, ¿por qué creés que de todos modos accedió a colaborar con tu  libro?

-Supongo que habrá aceptado porque en algún punto debemos ser bastante parecidos, él como jugador y yo como periodista. Los dos somos muy frontales. En el fondo eso le genera empatía y a la vez un poco de bronca.  Muchos encontronazos que tuvimos surgieron porque él decía: “¿quién es este tarado para criticar si nunca agarró una raqueta en su vida?”. Esa es la típica respuesta del deportista profesional hacia el periodista. Yo jugué al tenis, muy mal, pero jugué. Además, con ese criterio, el mejor periodista de tenis del mundo tendría que ser Federer y no es así. Él ha llegado a decir en Basta de Todo, el programa en el que trabajo, que su madre sabe más que yo de tenis. Pero a pesar de que mucha gente cree que es con mala onda, siempre tuvimos una relación de respeto. De hecho, cuando escribí mi libro sobre Del Potro, lo vio y me dijo “¿cómo podés escribir un libro de Del Potro?”. Le contesté si me estaba haciendo una escena de celos y que me encantaría escribir su libro, pero no como había hecho el de Del Potro, sino un libro en el que pudiera charlar con él y con su entorno. Estuvimos que sí, que no, por un tiempo, hasta que un día le avisé que había arreglado con Ediciones B y que lo iba a hacer con o sin él. Ahí me dijo, “vamos a desayunar y charlamos”. Fui a la casa y me dijo “yo no puedo impedir que hagas un libro, así que entre que escribas cualquier pavada y mientas, prefiero que escribas la verdad. No va a ser una biografía autorizada, pero por lo menos quiero que no escribas boludeces”. A partir de eso me abrió todas las puertas de su entorno más íntimo.

-Hablemos de Gaudio como jugador. En él, ¿cuánto hay de esfuerzo y cuánto de talento?

-Hubo mucho más esfuerzo de lo que la gente cree. La gente cree, que Gaudio era un revés delicioso y el famoso crack pajero. Pero lejos de eso, es un tipo que se sacrificó muchísimo, que si bien nació en cuna de oro, de la noche a la mañana por un tema de salud del padre, perdió todo lo que tenía y paso de vacaciones a Disney, colegio bilingüe, casa de tres plantas en Temperley con cancha de fútbol y gimnasio cubierto, a tener que ponerse la mochila al hombro para salir a bancar a su familia.

-Si no le hubiera pasado esa tragedia al padre, ¿hubiera llegado igual o fue necesario tener un poco de hambre de gloria?

-Difícil saberlo, pero yo creo que en algún punto lo ayudó. La presión lo llevó al límite y sacó lo mejor de él. Gaudio siempre dice “si se te alinean los planetas durante dos semanas de tu vida, en el tenis es suficiente”.  Dos semanas son los quince días que dura un Grand Slam.

-Hablando de Grand Slams, ¿ganar Roland Garros influyó tanto como su personalidad en la construcción del ídolo?

-Ahí el ídolo empezó a transformarse en personaje, y ese personaje termina comiéndose a la persona en el final de su carrera. Ese sistema de autoflagelación –“qué mal la estoy pasando”, “me deberían prohibir la entrada acá”-, es algo injusto hacia él mismo, que fue número cinco del mundo y campeón de un Grand Slam. Pudo haber sido más flexible, pero es un pibe muy exigente, quiere todo diez. El gran problema que tiene post-tenis es qué hace de su vida, porque él jugó casi a la perfección, y a pesar de eso se considera un tenista choto. Ahora se dedicó a la fotografía y le gusta el cine, pero en eso es uno más, y no sé si se banca ser uno más, esa es la pelea que tiene con él mismo.

-¿Gaudio tenía el espíritu competitivo como para ser un número uno?

-Para ser número uno tenés que tener otras cosas que él no tuvo y que tienen muy pocos. Gaudio estuvo lejos de ser número uno del mundo, pero tiene un título de Grand Slam y eso lo han conseguido solamente cuatro tenistas en la historia del tenis argentino.

-Ese Grand Slam, ¿hubiera ocupado otro lugar si la final no hubiera sido frente a Coria?

-Eso le dio un morbo especial, aparte la relación entre ellos ya era mala. Sobre todo a partir de la famosa pelea en Hamburgo, cuando Coria, en el medio del partido, fingió que estaba acalambrado y terminó ganando. Encima, después la final en Paris fue como una película de Hitchcock. Otra vez los calambres, más todo lo que hubo en el medio y ese quinto set vibrante, dinámico y emotivo, hicieron que ese partido se convierta en algo inolvidable.

-En la carrera de Coria, ¿lo estigmatizó perder esa final?

-Creo que fue el principio del fin para él. Coria nació y vivió para levantar esa copa. En cambio, Gaudio no tenía ese mandato. En esa época, Coria era el mejor en polvo de ladrillo, hasta que apareció Nadal. Me acuerdo que después de la final se decía: “mejor que ganó Gaudio, porque Coria se va a cansar de ganarlo”.

-Volvamos a Gaudio, ¿creés que tiene miedo al olvido en cuanto a su carrera o es algo que ni le preocupa?

-No digo la fama, pero estar en el candelero le debe interesar, porque ahora de hecho labura en los medios. Si vos querés ser perfil bajo y ya tuviste mucha exposición, te vas a criar vacas al campo. Sin embargo, él va a una radio, se expone y cuenta muchas cosas de su vida privada. Creo que todo exitoso, todo famoso teme ser olvidado. De todos modos, es evidente que no va a llegar más al nivel de exposición del 2004 cuando fue campeón de Roland Garros. Él un poco en broma, un poco en serio, siempre dice que “lo mejor de la vida ya lo vivió”. Aunque lo mejor puede venir por otro lado, cuando tenga hijos o se case.

-El mundo del tenis es un mundo con demasiados egos, ¿cómo se hace para transitarlo siendo periodista?

-Yo elijo hacerlo de una manera difícil. No soy ni fui amigo de los jugadores. Cuando terminan de jugar, y vuelven al llano y son uno más que pagan la boleta de luz y de gas, como nosotros,  ahí puedo tener una relación un poco más normal. En el momento en que están en el candelero y vos estás del otro lado, es muy difícil. Pero bueno, yo elegí tener dignidad conmigo mismo y decir lo que pienso, aunque les joda. Me ha costado de repente que no me quieran hablar, pero no me importa. De hecho, hoy no hablo con Del Potro, ni voy a sus conferencias porque siento que a los periodistas que vivimos del tenis nos faltó el respeto. Durante tres años, se operó tres veces de la muñeca, renunció a la Copa Davis, se peleó con la Asociación Argentina de Tenis y nunca hizo una conferencia de prensa. Ahora que volvió, Peugeot lo contrata para una conferencia de prensa, y me invitan para que vaya, pero la verdad, ya no me interesa. Fui a la Copa Davis de Italia y en los medios en los que trabajo no estuvo la palabra de Del Potro, esa es mi condición. Por suerte, nadie me obliga ni me condiciona.
Estas diferencias que tuve con Del Potro, también las tuve con Mónaco y con Gaudio, otras mil veces. Pero con Gaudio era distinto. Mónaco y Del Potro en el fondo, son pendejos cagones. No te encaran, no te dicen las cosas en la cara; entre ellos mismos son muy fallutos, se llevan mal entre ellos y después le dicen al mundo que es un invento de la prensa. El deportista argentino es de manual: les gustan las putas y la joda, y cuando los enganchan, dicen: “se meten en mi vida privada” y cuando tienen problemas entre ellos, en realidad los problemas no son de ellos sino que fueron inventados por la prensa: nunca se hacen cargo. Hay excepciones, pero en general, nunca se hacen cargo. Gaudio lo que tenía es que no era cagón, iba de frente, por ahí decía cualquier pelotudez, pero iba de frente.

-En el libro decís que el tenis para Gaudio fue risas, llanto, caídas, gloria, ¿qué es para vos el tenis?

-Hoy para mí es un laburo, ni más ni menos, como cualquier otro. Es irte muchas semanas al año de tu casa; claro que si lo comparás con un tipo que tiene que laburar con luz de tubo de 8 a 6 de la tarde en una oficina, es preferible esto. Pero la realidad tampoco es como muchos la imaginan, yo me voy casi catorce semanas por año de mi casa y no me voy al Hilton. Laburo de remo, de conseguir gente que me banque, que me ayude y que confié en mí. Muchas veces alquilamos una casa entre cuatro, con un baño entre cuatro tipos grandes, no es el paraíso. De hecho, siempre que viajo estoy más incómodo que en mi casa. Además, cada mango que te ahorrás es un mango más que ganás. Encima, hace veintiséis años que hago esto; pensá la economía argentina en esos veintiséis años. Hubo momentos en que iba a Londres y un vaso de agua era medio sueldo. Afuera pasé devaluaciones, el corralito, el corralón, el cepo, el quince más la tarjeta, el veinte más la tarjeta, todas estas cuestiones también son parte del laburo.

-¿No queda pasión, es solamente un laburo?

-Sí, queda pasión por el laburo, pero no por el tenis. A mí el tenis no me genera pasión. Sentarme a ver un partido de tenis ya es laburar. Obviamente si juega Djokovic-Federer por la final de Wimbledon, ahí me siento y lo disfruto. Pero ir a ver primera ronda del US Open un partido entre Swartzmann y Robin Haase en la cancha diecisiete, no es pasión, es laburo.

-Con respecto al libro, ¿qué devolución tuviste de Gaudio?

-Se lo regalé y sé que lo leyó. En realidad se lo fui dando antes, en capítulos. Le gustó, no le gustó, me hizo muchas “gaudianas”: “me aburro”, “está bueno”, “hijo de puta, lo que ponés”, como es él. Llegó un momento en que no le pregunté más, y el tema del libro ya se terminó. En todo caso, supongo que haberlo leído habrá sido impactante porque se lo desnuda. Debe ser raro, leerse abiertamente, que tenés depresiones, bajones, que ganó Roland Garros es un uno por ciento del libro, el resto va un poco más allá.

-¿Estás pensando en otro libro?

-No tengo nada en mente. Me sorprende que haya escrito tres libros en menos de cuatro años, casi un libro por año, es un montón para mí que no soy un escritor. Además, son libros de nicho y se vendieron muy bien. Maldita Davis todavía se vende. Creo que el día de mañana voy a hacer un Maldita Davis 2. De repente, si tuviera que escribir algo de algún otro legionario no me cabe duda que la persona elegida sería Nalbandián. De los que quedan es el único que tiene material como para que valga la pena escribir un libro.

Publicada originalmente en revista Quid, diciembre 2016.



martes, 27 de diciembre de 2016

Entrevista a Martín Zariello:“Escribí sobre Charly como si estuviera escribiendo sobre Salinger o Dios”


Nando Varela Pagliaro.

Martín Zariello lo hizo de nuevo. El hombre detrás del memorable blog il Corvino, acaba de publicar su tercer libro de ensayos. Esta vez no se trata de una compilación de sus “post” musicales, literarios o futboleros, como en Sobre el rock o En realidad quería hablar de otra cosa, sino de un ensayo que se centra en Yendo de la cama al living, el disco con el que Charly García inauguró su carrera solista. A través de nueve textos - uno por cada canción del disco más el bonus track de Pubis angelical- Zariello analiza la obra de Charly, pero fiel a su estilo, además siempre termina hablando de otra cosa: cine, literatura, pintura y claro, mucha música. Esas digresiones hacen de No bombardeen Barrio Norte  un libro imprescindible para entender al genio que compuso gran parte de la banda de sonido de nuestras vidas.

-En el libro decís que sos de los fanáticos de Charly que le hicieron el aguante durante la era Say No More. Sin embargo,  a la hora de elegir un disco sobre el cual escribir, elegiste Yendo de la cama al living, ¿con qué tuvo que ver la elección?

-Un poco con una decisión conjunta con el editor Horacio Roque Di Pietro y otro poco porque Yendo de la cama al living me servía, a través de las versiones en vivo de sus temas, para analizar el devenir de la carrera de Charly. Además, como es un disco de transición, en el que se nota el Charly pasado de las bandas y el Charly futuro solista, me sirvió para recorrer toda la obra de Charly. Mi intención no fue escribir sólo sobre Yendo sino también sobre Charly en general (siempre con el deseo de puntualizar en su música, en sus canciones y en las partes de su vida que sirven para entender su obra).

-¿Sabés si le llegó el libro le llegó a Charly? ¿Te interesaría tener una devolución de él?

-El editor se lo alcanzó a un allegado de él y otros fans de Charly me escribieron para preguntarme si se lo podían hacer llegar. No es que no me interese una devolución de Charly, es que me parecería un poco pretencioso de mi parte, yo escribí sobre Charly como si estuviera escribiendo sobre Salinger o Dios, si hubiese pensado que lo podía leer no habría podido escribir ni medio renglón. Creo que son proyecciones que te bloquean.

-En este país en el que nos especializamos en generar rivalidades, pensar en Charly, de alguna manera, también es pensar en Spinetta.  A la hora de valorar la obra de ambos, ¿de qué modo creés que influye su imagen?

-Yo creo que la rivalidad entre Charly y Spinetta, en ciertos términos, es productiva para pensar el rock argentino. No cuando se cree que una estética anula a la otra, pero sinceramente pienso que eso lo instaló el sector más ortodoxo de los spinetteanos. Recordemos que los spinetteanos silbaron a Charly cuando a mediados de los 80 Spinetta lo invitó a la presentación en uno de sus discos. En cambio, cuando Charly presentó a Spinetta fue ovacionado. Esto todavía se puede ver en comentarios de YouTube donde fans de Spinetta bardean a Charly. El fan de Charly, en cambio,respeta a Spinetta incluso sin conocer en profundidad su obra. Igual, eso también me parece interesante. 

-Y en el caso de Nebbia, ¿cómo incide su bajo perfil?

-Nebbia tiene un perfil bajo a nivel mediático, pero a nivel musical, que es lo único que a él le interesa, tiene un perfil altísimo: graba discos todo el tiempo, produce, tiene su sello y lo mejor, como si fuera un músico brasilero o uruguayo, se junta con otros colegas (Calamaro, Leo García, Pez; antes Rubén Rada, Facundo Cabral, los Fattoruso) para seguir generando canciones. Nebbia es un gigante, no sólo debemos apreciarlo por sus discos geniales sino también por su ética y su nobleza.

-Cuando se habla de los grandes poetas del rock nacional, casi siempre se menciona a Spinetta, Miguel Abuelo o al Indio Solari, ¿Por qué pensás que hay cierto ninguneo con el charly letrista?

-Porque Charly no es un poeta y creo que nunca pretendió serlo, simplemente es un excelente letrista de rock. Spinetta, Abuelo o el Indio, en cambio, tienen una pretensión ligada a lo verbal, a la sonoridad, a incluir en sus letras palabras que están por fuera del lenguaje coloquial. Charly es todo lo contrario: empatía, identificación, visceralidad, ternura. Yo ya no sé si estoy muy de acuerdo con la idea de que un letrista de rock es bueno sólo si es “poético”, creo que las letras de rock deberían justificarse por su propio peso específico.

-"Si grita pidiendo verdad en lugar de auxilio, si se compromete con un coraje que no está seguro de poseer, si se pone de pie para señalar algo que está mal pero no pide sangre para remediarlo, entonces es rock and roll", esa cita de Pete Townshend , líder de The Who fue incluida por Charly en Yendo de la cama al living. ¿Hoy quedan rockeros a la altura de esos postulados?
-Escribiendo el libro me topé con una nota de la Expreso Imaginario donde Rosso introducía ese texto por primera vez en el medio del rock argentino y ya aclaraba que si se tomaba la frase al pie de la letra muy pocos músicos estaban a la altura. Creo lo mismo. Me parece una versión idealizada del rock, pero no por eso menos conmovedora. Funciona en términos simbólicos.

-Martín Rodríguez  en Orden y progresismo plantea que el kirchnerismo “en su lucha contra las corporaciones, adujo una suerte de contracultura oficial en la que atrapó el capital simbólico de los artistas” y de alguna manera terminó matando al rock. En este nuevo contexto, ¿pensás que el rock va a volver a levantar la bandera de la contracultura o los rockeros ya están demasiado cómodos para salir de su torre de marfil?

-Estoy de acuerdo con Martín Rodríguez, pero creo que si no lo hacía el kirchnerismo, lo iba a hacer otro espacio político. Incluso el encuentro de Charly con Menem o los recitales Buenos Aires Vivo organizados por “Lo-pérfido” en la época de la Alianza pueden ser entendidos como precursores de esa otra alianza, acaso inesperada, entre rock y política. Me parece que sería pedirle mucho al rock que levante las banderas de la contracultura cuando ya nadie sabe dónde está la contracultura. Yo me conformo con que los pibes hagan buenas canciones, como las que hacen Juan Irio, los chicos de Peces Raros, Valentín y los volcanes, Telescopios, La Perla Irregular y tantas otras bandas que actualmente la rompen y son invisibles para los grandes medios. 

Publicada originalmente en Revista Polvo, diciembre 2016. 


La ambición hecha pelota


Nando Varela Pagliaro

En el deporte, como en muchos otros ámbitos, la ambición también ocupa un lugar central no sólo en la mente de los deportistas, sino en la de los padres que muchas veces subliman sus frustraciones en el éxito de sus hijos. Los moldean para ganar, los convierten en máquinas capaces de realizar todo lo que ellos no pudieron; los condenan, antes de que siquiera puedan elegir, a ser los mejores. De esto, entre otras cosas, habla Andre Agassi en Open. En las casi 500 páginas de esta obra extraordinaria, el tenista estadounidense se desnuda completamente. Nos muestra sus huesos, sus dolores, sus miedos, sus miserias, sus victorias, pero sobre todo sus derrotas, sus ganas de entenderse, de saber quién es, qué quiere y por qué le dedicó su vida a un deporte que odia.  Ya desde las primeras páginas lo confiesa: “Odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión y sin embargo sigo jugando porque no tengo alternativa. Y ese abismo, esa contradicción entre lo hago y lo que quiero hacer y lo que de hecho hago, es la esencia de mi vida”. Esta confesión temprana nos hace inferir que no estamos ante la típica biografía de un deportista exitoso; todo lo contrario. Estamos ante un hombre que terminó cumpliendo un mandato paterno, un sueño ajeno. Mike Agassi, un iracundo inmigrante iraní, ex representante olímpico de box, determinó que uno de sus cuatro hijos sería número uno en el tenis y el elegido fue Andre. Durante su infancia lo martirizó con “el dragón”, una máquina lanzapelotas que construyó con sus propias manos. “Negro como la noche, montado sobre unas grandes ruedas de goma y con la palabra Prince pintada en letras de imprenta blancas sobre la base, el dragón, a primera vista, se parece a todas las máquinas lanzapelotas de todos los clubes, pero es, en realidad, un ser vivo que respira, recién salido de uno de mis cómics. El dragón tiene cerebro, voluntad propia, un corazón negro y una voz espantosa”.  El temido dragón escupía en la cara de Andre pelotas que alcanzaban los 180 kilómetros por hora. Su padre lo obligaba a pasar 2.500 pelotas por día, 17.500 por semana,  casi un millón por año. “Los números no engañan. Un niño que devuelva un millón de pelotas al año será invencible”, le decía Mike a Andre para incentivarlo.
En tiempos en que los padres solo quieren que sus hijos sean felices, la exigencia a la que Andre fue expuesto nos hace pensar qué tipo de educación es más apropiada para desarrollar el talento de un pequeño genio. ¿Vale la pena someter a un niño a un régimen tan estricto? ¿Cuál es el precio que se paga por no tener infancia? Lo cierto es que la tiranía paterna es la que acaba marcando el destino de muchos chicos talentosos. “Mi padre me convirtió en un boxeador con raqueta de tenis. Siento amor por él y además de complacerlo, no quiero disgustarlo. No me atrevo. Cuando mi padre se enfada ocurren cosas malas. Si él dice que voy a jugar al tenis, si dice que voy a ser el número uno, ése es mi destino, y yo no puedo hacer más que asentir y obedecer. Y le aconsejaría a Jimmy Connors o a cualquier otra persona que hiciera lo mismo que yo”, confiesa Andre.
Al comienzo de Open, Agassi incluye una cita de Vincent Van Gogh en la que el pintor se pregunta: ¿qué es lo que nos libera de la cautividad? Su respuesta es el amor, “eso es lo que abre las puertas de la cárcel gracias a un poder supremo, a una fuerza mágica”. Ahora, ¿qué lugar ocupa la ambición para que alguien que dice odiar un deporte nunca se atreva a dejarlo? ¿Es solo por amor hacia el padre que no se atreve? ¿Por temor a defraudarlo? ¿o es la propia ambición la que lo convierte en número uno del mundo? Difícil saberlo.
Lo que sí se puede decir es que además de la jugosa vida del tenista estadounidense, lo que termina de hacer que Open sea un libro hipnotizante es la calidad de la prosa con que está escrito. El responsable de llevar a cabo esa tarea fue el Pulitzer  J.R. Moehringer. El periodista trabajó junto a Agassi durante tres años y desgrabó más de 250 horas de conversaciones. Hay que agradecerle a él que en ningún momento coloque su pluma por encima del hombre que se desnuda. De hecho, muchos tramos del libro son transcripciones fidedignas y textuales. Se podría decir que en Open,  Agassi nos revela centenares de anécdotas íntimas y datos de color. Nos cuenta por ejemplo que durante su primera final de Roland Garros estaba más preocupado porque no se le volara el peluquín que por el partido o que  en 1997 consumió metanfetaminas y le mintió a la ATP para no ser sancionado. Pero lo que hace de  Open un libro imprescindible  es que a través de sus páginas nos invita a pensar y a entender qué hay en la cabeza de estos héroes contemporáneos que vemos a través de la pantalla.
  


La ambición muchas veces es vivida por el sujeto como una fuerza que lo empuja hacia un destino al que nunca se arriba. Sin embargo, la ambición colectiva, es uno de los componentes fundamentales para lograr las metas que se impone un equipo. Es frecuente escuchar a jugadores de fútbol que declaren a la salida del vestuario que “los ilusiona ir primeros porque son un grupo muy ambicioso”. Si nos remitimos a las conquistas grupales, tal vez no exista en nuestra historia deportiva un hito mayor que el Mundial de México ´86. 
Conmemorando los treinta años de este acontecimiento que Maradona comandó en tierras aztecas, aparecieron dos libros muy especiales. El primero bajo el título Mi mundial, mi verdad, lleva la firma del propio Diego Maradona; el segundo, se ciñe sólo al mítico partido entre Inglaterra y Argentina, se titula precisamente El partido y su autor es el periodista Andrés Burgo.
Editado por Tusquets dentro de la colección Crónicas dirigida por Leila Guerriero, El Partido es una reconstrucción minuciosa del día en el que Diego Armando Maradona se transformó en un Dios incuestionable para gran parte del público futbolero.
Burgo toma como modelo Anatomía de un instante de Javier Cercas. Es decir, se vale de un episodio para relatar el mundo desde distintas perspectivas. Para hacerlo, investiga a fondo, va a las fuentes, derriba mitos, contrasta los testimonios de unos y otros y deja en el lector la posibilidad de construir su propia verdad. Hay tantas voces que la ausencia del testimonio de Maradona, ni se nota. Su pulso narrativo le da un dinamismo al relato que lo coloca en la línea del Nick Hornby de Fiebre en las gradas. Burgo reconstruye con exactitud el gol de la mano de Dios y el gol del siglo, el  de “la corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos”, el que convirtió a Maradona en leyenda y a Víctor Hugo en el relator oficial de la leyenda. Como escribió Nicolás Cassese, hay que reconocer que “las palabras de Víctor Hugo conforman, junto con Héroes y el segundo gol de Diego, la santa trilogía de todo lo que estuvo bien en México”. "No es un gol, es una alquimia de fútbol, y es -también- como si un relámpago de eternidad cayera sobre el Azteca. El tiempo se acelera y, a la vez, se detiene: se vuelve mármol, se sella en bronce, se graba en la memoria de millones de personas alrededor del mundo y en ese instante empieza a ser, ya para siempre un instante eterno", escribe Burgo sobre la obra cumbre que ungió a Maradona como ser mitológico.
La historia deja en claro que fue Diego el principal motor del equipo. Sin embargo fue la ambición de un grupo la que coronó de éxito a una selección en la que nadie confiaba. Porque la ambición, como dice Susan Sontag, “se alimenta de todo, hasta de otras ambiciones”. 
Publicada originalmente en la revista Quid, octubre 2016.


lunes, 19 de diciembre de 2016

Entrevista a Ildefonso Falcones:"Estamos en la época de lo políticamente correcto"



Nando Varela Pagliaro

Diez años atrás, Ildefonso Falcones era un abogado de profesión, casado y padre de cuatro hijos. Ni en sus sueños más extraordinarios era capaz de imaginar lo que iba a suceder con la publicación de su primer libro. La catedral del mar -así se llamó su primera incursión literaria- fue un éxito editorial descomunal. A la fecha, lleva más de seis millones de ejemplares vendidos y fue traducida a más de quince idiomas. Luego de otras dos novelas, La mano de Fátima (2009) y La reina descalza (2013),  el autor catalán retoma en Los Herederos de la tierra la historia del libro que cambió su vida.

-Su primer libro, La catedral del mar, es de 2006.  De algún modo, se podría decir que empezó a publicar relativamente tarde. Pero imagino que hasta que llegó esa primera publicación hubo un largo recorrido previo. ¿Cómo comienza su relación con la literatura?

-Yo he escrito siempre. Antes de La Catedral del mar tengo alguna novela que no me la quiso publicar nadie. Incluso, La Catedral del mar tampoco me la quiso publicar nadie durante tres años. Por lo tanto, escribo desde hace mucho, pero sí soy un escritor publicado tardíamente.

- ¿Tuvo contacto con los editores que no quisieron publicar La Catedral del mar una vez que el libro fue un éxito increíble de ventas?

-Claro que los he visto, pero no creo que tenga nada que ver. Tal vez si la publicaban ellos, no se vendía tanto. Una novela triunfa según las circunstancias, tienen que coincidir muchas cosas y uno nunca sabe cuáles.

 -Antes decía que empezó a publicar tardíamente, pero que siempre escribió. ¿Era su sueño poder vivir de la literatura o era un abogado feliz que en sus ratos libres se dedicaba a escribir?

-Creo que toda aquella persona que escribe y que siente pasión por la literatura sueña con poder dedicarse por completo a su escritura. Ser escritor es una profesión maravillosa y no es comparable a otras profesiones por bonitas que sean. Yo llevo treinta y cinco años como abogado y estoy francamente hastiado del Derecho.

-A los escritores se les suele preguntar cuánto piensan en los lectores a la hora de escribir un libro. En su caso, tiene seis millones de lectores en los que pensar.  ¿Eso fue una carga a la hora de sentarse a escribir o no lo tuvo en cuenta?

- No, no hay que tenerlo en cuenta. ¿Cuánto pienso en el lector? Mucho. Principalmente porque intento ofrecerle lo que a mí me gusta como lector, y creo que en eso coincido con el gusto del común de la gente. Vuelvo a insistir: es aventura, es divertirme, es entretenimiento sin más aspiraciones. Por lo tanto, en el momento en que escribo voy pensando en lo que a mí me gustaría, que creo que es además lo que le va a gustar a esos lectores.

-Tanto La catedral del mar como este libro son novelas históricas. En este tipo de género, que lleva tanto trabajo detrás, ¿qué parte del proceso de escritura es la que más disfruta?

-En  el proceso de escritura se disfruta al apagar el ordenador, porque es un trabajo solitario como cualquier otro. Incluso, más solitario que otros, en el cual estás muchas horas trabajando y muchas otras corrigiendo. Quizás haya escritores a los que les salga todo con mayor facilidad o con mayor inspiración, pero a mí me cuesta. Tengo que trabajar mucho y corregir mucho más, porque me exijo demasiado. Por lo tanto, la satisfacción llega cuando apago el ordenador o cuando la obra ya está escrita y el lector dice que le ha gustado: yo creo que esa es la gran satisfacción. 

- En este estilo de novelas, ¿qué lugar ocupa la ficción? ¿A veces termina estando encorsetada por los acontecimientos históricos?

- La ficción tiene el noventa por ciento de la novela, sin que ese diez por ciento histórico deje de ser importante. Lo interesante de la novela histórica, por lo menos desde donde yo la planteo, es la ficción, la historia solo acompaña. Lo importante es mostrar cómo los personajes se entremezclan con los sucesos históricos, viven esos sucesos y les influyen en sus vidas personales.  En Los herederos de la tierra hay tres sucesos históricos que son importantísimos. Uno es el ataque a la judería de Barcelona, en donde empieza un momento realmente dramático para los judíos en España y que culminará con la expulsión de 1492. Otro es el compromiso de Caspe, que implicó la llegada de un rey castellano a Cataluña, y el tercero es el sisma de la iglesia de Occidente con un  Papa aragonés que en ese momento siguió siendo el anti Papa. Esos tres momentos históricos hacen que la trama ficticia se entrelace con la historia. Eso es lo más difícil de conseguir, porque yo no varío la historia, sino que me ciño a ella, pero ya se sabe, la imaginación es infinita. Siempre se pueden encontrar tramas suficientes como para enlazar esos momentos históricos que quieres definir.

- Para escribir una buena novela histórica, ¿qué ingredientes no pueden faltar?

- Yo creo que una buena novela histórica debe ser veraz y fiel a los hechos históricos.  Después, al menos en mi caso, no puede faltar mucha aventura, algo que capte al lector desde la primera hoja, que lo enganche a la novela como para no querer soltarla. Para todo eso, hay que darle tensiones dramáticas que son lo que hace que el lector se interese por la novela.

-Su escritura, al menos en los cuatro libros que lleva publicados, va por el lado de la novela histórica, ¿sus lecturas también tienen que ver con el mismo género?

-No, leo de todo. Histórica, thriller, novela negra, aventuras, romántica. La verdad, leo todo tipo de novelas.

- Y de nuestro país, ¿hay algún escritor que lo haya influenciado?

- No, influenciar no. Yo siempre he vivido la Argentina a través de Mafalda. Me parece el personaje más maravilloso que se ha podido crear, no solo en la Argentina, sino a nivel mundial.

- Volvamos a la novela: en Herederos de la tierra, Barcelona ocupa un lugar central, ¿qué queda de esa ciudad que narra en el libro en la Barcelona actual?

-Aparte de algunos edificios, quedaba  -porque creo que está desapareciendo- un sentido mercantilista, una forma de entender el comercio muy importante, que viene de esas épocas. Quedaba también, que no sé si se está destruyendo con estos tipos de políticas, una visión global, una universalización de la ciudad, una creatividad magnífica.

-Decíamos recién que todo lo que lleva escrito hasta ahora está basado en sucesos históricos del pasado, ¿la actualidad no lo atrapa como para utilizarla de materia prima en sus novelas?

 - Me atrapa muchísimo la actualidad, pero yo escribo novela histórica. Estoy cómodo con la novela histórica y  la editorial y el público me piden que escriba novela histórica. Ir a contracorriente es un poco absurdo porque me funciona muy bien. Por otra parte, la trama de esta novela la puedes trasladar al siglo XXI, con algunos retoques y se sostendría igual solo que con otro ambiente y otro entorno. Desde ese punto de vista, las pasiones son universales y atemporales. Cambiar de registro, creo que sería una apuesta que, si sale mal, sería un desastre.

- Ya que hablamos de actualidad, después de 314 días de limbo político, Mariano Rajoy fue reelegido por el Congreso como presidente del gobierno español. ¿Cómo ve la actualidad en su país?

- La estoy viendo con preocupación porque se ve una tensión social que no debería existir. Los políticos siempre pueden discutir, pero se está trasladando esa tensión a las calles a través de movimientos populistas y eso no creo que sea pertinente. No debe ser así. La democracia está para ejercerla, la gente puede manifestarse, pero no hay que crear alarma o tensión social, sino todo lo contrario; hay que crear el clima suficiente como para que la sociedad pueda avanzar. Eso lo veo con bastante preocupación, amén de todos los problemas con los que nos estamos encontrando como la inmigración y los refugiados. Por lo visto, hasta ahora parece que somos incapaces de controlarlos y solventarlos.

- Y viniendo de un lugar como Cataluña, ¿qué opinión tiene de los movimientos separatistas?

- No estoy a favor de la independencia, me parece un error tremendo. Además, creo que Cataluña a nivel identitario ya casi es independiente. Se puede profundizar más, pero en todas aquellas cosas que definen al pueblo catalán como ser sus costumbres, lengua, legislación civil y tradición ya somos independientes y tenemos las competencias absolutas. Ahora se está buscando una independencia a nivel económico, pero yo creo que en la época de la globalización, de la universalización, en la época de las grandes industrias, el cerrarse y  pretender separar y romper lazos en lugar de crear más lazos, me parece un error estratégico tremendo. A mí no sé si me afectaría o no, supongo que sí, pero lo que no quiero es que afecte a mis hijos, porque creo que sería la ruina para la juventud de Cataluña. Quizás dentro de treinta o cuarenta años se podría empezar a levantar la cabeza, pero estratégicamente y desde el punto de vista del sentido común es un error absoluto.

- Me decía que le preocupa la tensión social que ve en su país. En ese contexto, ¿qué lugar ocupan los intelectuales?

- Estamos en un momento en que está venciendo el populismo, que es una doctrina que no tiene exclusivamente un medio para alcanzar algo, en este caso el poder. Tanto puede ser de izquierda como de derecha, como ateo o católico; vas saltando de un sitio al otro. Estamos en la época del pragmatismo, en la época de lo políticamente correcto; incluso al lenguaje lo estamos autolimitando para no entrar en lo políticamente incorrecto. Todo eso afecta al intelectual, porque un intelectual ante todo debe ser una persona libre, que pueda decir lo que piensa en todo momento, sin sufrir el insulto que en estas fechas está sufriendo por dar su opinión. Hoy a  cualquiera que se manifieste fuera de lo políticamente correcto, lo primero que le dicen es que es un fascista. Hemos llegado al punto en que dicen que Felipe González es un fascista.

- Hablábamos del éxito que tuvo La catedral del mar, y esta nueva novela sale con cuatrocientos mil ejemplares en la primera edición, una cifra impensada para cualquier libro actual. Hace muy poco, entrevisté a Guillermo Martínez, uno de los escritores que más vende en nuestro país y él me decía que el éxito a nivel literario es vivido como un pecado para el mundillo literario, ¿en España pasa lo mismo?

- Para cierto mundo intelectualoide o pretendidamente intelectualoide -unas especies de dioses literarios- sí. Pero es un movimiento sectario; creo que a fin de cuentas es una autodefensa. Si se permite ese éxito y hay gente que no lo tiene, mucha gente se está poniendo en evidencia. Entonces es mejor criticar al éxito y tratar de revestir el fracaso con una pátina de hechizo o magia intelectual, algo incomprendido,  pero que en el fondo es magnífico, cuando probablemente no lo sea.

-Es casi imposible que en el mercado literario actual, se vuelvan a vender  seis millones de ejemplares, ¿qué le gustaría que pasara con este libro?


-Más allá de los números, lo que me importa es que satisfaga a la gente, que el lector quede contento y se divierta con ella.

Publicada originalmente en la revista Quid, diciembre 2016.