viernes, 29 de agosto de 2014

Entrevista a Pedro Mairal: La literatura son los libros prohibidos


Por Nando Varela Pagliaro

“Sin darte cuenta de a poco te vas convirtiendo en un autor que tiene una información de solapa. Sos ese que está ahí, tenés una cara, un sexo, un nombre, un mínimo historial, unos títulos que publicaste y a veces te empezás a creer que sos eso”, señala Pedro Mairal.
Esa información a la que hace referencia, dice que Pedro Mairal nació en Buenos Aires en 1970, que con apenas 28 años recibió el Premio Clarín de Novela por Una noche con Sabrina Love, que luego fue llevada al cine por Alejandro Agresti; que además publicó las novelas El año del desierto y Salvatierra; un volumen de cuentos, Hoy temprano; dos libros de poesía, Tigre como los pájaros y Consumidor final; que ha sido traducido y editado en Francia, Italia, España, Portugal, Polonia y Alemania; que en 2007 fue incluido, por el jurado de Bogotá39, entre los mejores escritores jóvenes latinoamericanos; que en 2011 condujo el programa de televisión sobre libros Impreso en Argentina y que en 2013 publicó El equilibrio, una recopilación de sus columnas en el diario Perfil y  una novela en sonetos, El gran surubí, por la cual es uno de los nueve finalistas para el IV Premio Las Américas de Novela 2014.

-Muchas veces contaste que empezaste a leer de una manera más seria a partir de los 19 años, cuando fingías ir al CBC de Medicina y en realidad te quedabas leyendo en el bar de la Facultad, pero me imagino que tu relación con los libros viene de antes.

-El primer libro que leí de chico me acuerdo que se llamaba Mancha y gato y contaba la historia de un tipo, que en 1925 se fue a caballo desde Buenos Aires hasta Nueva York. En una época en la que la gente batía records de cruzar El Atlántico en avión por primera vez y cosas así, el tipo se fue a caballo hasta Nueva York. Ese fue el primer libro largo que leí. Después leí cosas como Bomba, el niño de la selva y algunos más, pero no era un niño muy lector, muy literato. A los 15 ó 16 me interesó el folclore y el Martín Fierro y ahí recién podría decir que hice una lectura más seria, pero a leer como empieza a leer un escritor, fue recién en la Facultad, cuando empecé a largar Medicina.

-Y esos primeros libros que empezaste a leer ya de otra manera en el bar de la Facultad, ¿te acordás cuáles fueron?

-Yo estaba largando, pero no me animaba a decirlo en mi casa. Entonces, simulaba que iba al CBC por miedo a desilusionar a mis viejos. Y ahí, en el bar de la Facultad, empecé a leer los cuentos de Cortázar. Me acuerdo que los leía viendo dónde está el truco, tratando de entender cómo hace Cortázar para hacerte pasar del lado A al lado B sin que te des cuenta, cómo es el pase de magia. Yo lo leía buscando eso, un poco como los chicos cuando rompen un juguete para ver cómo está hecho. Después, creo que ahí también leí cuentos de Borges, los del tomo verde de la Obra Completa. Como siempre fui muy vago, me gustaban y me siguen gustando los textos cortos. Los cuentitos de Borges, esos de una página, de una página y media, me rompían la cabeza. No me acuerdo qué más leí ahí, pero igual con eso ya tenía para rato. La poesía creo que vino más tarde, pero era un formato que no me asustó porque yo ya estaba acostumbrado a las letras de las canciones. No sé por qué, pero a la gente la pone incómoda lo que está escrito en columnas.  Si no es prosa no saben cómo encararlo. En esa época leí mucho a Neruda, los poemas de Los versos del capitán, poemas eróticos. Claro que hoy en día son como para niños, pero había un erotismo en la palabra. Escribía sobre la mujer y a mí que estaba en un período muy hormonal, me ayudó a ponerle palabras a todo.

-Una vez que largaste Medicina, empezaste Letras en El Salvador. ¿Cuánto hubo de decisión propia y cuánto hubo de mandato paterno en el hecho de “tener que estudiar algo”?

-Y la transacción en mi casa, como en muchas, era “estudiás o trabajás”. Cuando empecé a ver los laburos que había dije “mejor estudio”. Pero a la vez, tenía muchas ganas de estudiar Letras. No sabía bien qué era la carrera e igual me metí de cabeza. La verdad que es una carrera muy extraña y lo que hace es convertirte en un muy buen lector. Eso, tal vez si decanta, te ayuda a ser escritor, pero no te enseñan a escribir. Se me ocurre que es como estar loco y estudiar Psicología. Una cosa es estar loco y otra cosa es estudiar Psicología. Acá es lo mismo, una cosa es ser escritor y otra cosa es estudiar Letras. La carrera lo que hace es convertirte en un lector al que no se le escapa nada.

-¿Te forma más como crítico que como escritor?

-Sí, claro. De todos modos, esa formación termina decantando sobre tu escritura, pero por lo que leés. Vi mucha gente con una vocación literaria no muy fuerte a la que la carrera le quemó la vocación, porque en un momento se daban cuenta de que no eran Shakespeare ni Dostoievski y no escribían más. Tenías que tener una vocación muy fuerte para seguir escribiendo después de estudiar Letras. Tenés que sentir que vos tenés algo para decir, más allá de que ya se escribió todo. Supongo que con la música debe pasar lo mismo; podés ser un melómano y tener todas las melodías del mundo en la cabeza, pero a la hora de hacer una canción tiene que salir una cosa tuya. 

-Alguna vez te escuché decir que cuando completás la tarjeta de embarque preferís poner que sos docente, porque poeta te suena medio raro y si ponés escritor, seguro te paran ¿Por qué pensás que cuesta tanto considerarse escritor?

-Para mí el ser escritor es una vocación no una profesión. En el momento en que te empezás a profesionalizar mucho, se empieza a enfriar todo. Empezás a hacer unos libros en serie y ahí hay algo que se empieza a morir, se seca. Lo ideal para mí es que tu relación con tu oficio -la palabra oficio me gusta más que profesión-  sea vocacional. Vocación viene de voz, de llamado. Eso quiere decir vocación: tu llamado. Entonces, me gusta más pensarme como escritor, como un llamado al que yo respondo. Con esto no quiero decir que no trabaje, que no esté como un carpintero trabajando mis textos, sino que lo que no quiero es que se convierta en una cuestión como de oficina profesional en la que tengo un contrato para obedecer. No me interesa hacer libros como chorizos, me gusta que las cosas vengan y no controlarlas demasiado. A veces salen bien los libros y a veces no, pero no tiene que ser algo tan frío y burocrático.

-Tu amigo Hernán Casciari dice que los talleres literarios sirven para levantar minas y no para mucho más. Vos que estuviste de ambos lados, que fuiste alumno y ahora tenés tu propio taller, ¿cuánto pensás que pueden incidir en la formación de un escritor? ¿Se aprende a escribir en un taller?

-Primero depende del taller. Lo ideal es que el taller sea un lugar que te ayude a desarrollar tu propia voz. Cuando en el taller todos terminan escribiendo como el tallerista, me parece que eso no sirve. Si vos conseguís ir a un taller en el que tu planta puede crecer para el lado que tiene que crecer, entonces vale la pena. Además, por el hecho de ir al taller te sentís obligado semana a semana a llevar un texto y eso, cuando todavía no tenés una formación demasiado fuerte, cuesta. Sentarte a trabajar, con todas las distracciones que hay, siempre cuesta. Otra cosa que sirve mucho es lo que te dicen los demás, es muy importante aprender a escuchar. No tanto ir y poner tu texto y cruzarte de brazos para ver qué te dicen, sino escuchar a los demás para ver qué y cómo leen, cómo escriben sobre la misma época en la que vos estás. Las experiencias pueden ser las mismas, pero cómo lo contás es totalmente distinto. La literatura es qué palabras elegís para contar lo mismo. A mí al menos me viene muy bien leer a la gente de mi generación porque todo el tiempo estoy tratando de quitarme de encima a la literatura en el peor sentido de la palabra; para tratar de percibir la época. Yo quiero escribir para los argentinos de ahora, pero tratando de que esto también se entienda dentro de unos años.

-Con respecto a los concursos, vos que muy tempranamente ganaste el Premio Clarín, ¿cómo los ves como motivación para sentarse a escribir?

-Lo más probable es que uno mande algo a un concurso y no pase nada. Quiero decir, mandan como 800 personas y gana sólo uno, pero qué pasa con los otros 799. El concurso les sirvió porque les hizo ponerle un punto final al libro, corregirlo, emprolijarlo, imprimirlo y anillarlo. Una cantidad de cosas que muchas veces no suceden porque te distraés o no sabés qué hacer con eso y queda en un archivo en la computadora  que se pierde. En ese sentido te ayudan a emprolijarte y te dan una esperanza. Cuando son honestos, permiten que un libro, no un autor, tenga la chance de ser publicado y de ser leído. Cuando el concurso es transparente no premian al escritor, sino que premian a una obra. Voy a usar una metáfora horrenda: pero los libros en estos concursos son como si fueran espermatozoides y tienen que competir todos en igualdad de condiciones para ver cuál llega a la meta y termina ganando el texto más fuerte.

-A partir del Premio Clarín, casi siempre que se habla de vos, también se habla de tu edad. Muchas veces habrás leído que cuando te nombran suelen etiquetarte como “la joven promesa de la literatura” ¿Te molesta eso? ¿Hasta qué edad un escritor es joven?

-No sé, yo espero que me dure. Con respecto a lo de la joven promesa, yo siento que no le prometí nada a nadie. Es una cuestión de los otros. Vos nacés, escribís, seguís escribiendo, después te morís y los demás arman unas cuadrículas de generaciones en las que entrás o no entrás, pero no depende mucho de uno. A mí lo que me pasó en el 98 es que con 28 años llegué con una novela  y los escritores que eran conocidos en esa época eran más grandes que yo. Tenían al menos treinta y pico y yo quedé un poco como a la cola de esa generación. Pasaron varios años y de golpe se armó una generación de los escritores que nacieron a partir de los 70, y yo justo nací en ese año. Es como que cayó una compuerta y justo me cayó en la nuca, quedé del lado de adentro, miré, había escritoras hermosas y me dije “yo me quedo acá”. Además, había escritores amigos, algunos más chicos que yo y se armó un buen grupo. Empezamos a juntarnos para jugar al fútbol en la época de los blogs y eso ayudó a que se armara algo como una generación. Había un entramado hormonal, literario, de amistad, de camaradería, que es una palabra que me gusta,  que idealmente se forma solo. Te puede interesar o no, te puede influenciar o no, pero yo creo que viene bien lo generacional. Como dice Fabián Casas, “seamos como los músicos brasileros”, que se mezclan e influencian entre sí. Casas dice que la literatura es una creación colectiva y a mí eso como idea, me gusta mucho. Somos muy poquitos como para tener rivalidades o despreciarnos entre nosotros. Si te ponés a pensar, a la mayoría de la gente no le interesan los libros. Si nos quedamos en una isla desierta, ¿nos vamos a pelear?

-En tus textos muchas veces se remarca que hay cierto clasicismo que quizás no es común en escritores de tu generación, ¿eso lo tomás como una crítica o como un halago?

-Para mí es una descripción de cómo escribo. Por varias razones, tuve una formación muy clásica. A algunos escritores de mi generación lo que les pasó es que los que tendrían que haber sido sus padres literarios no estaban, quiero decir, los habían desaparecido o los habían silenciado. No estaban en las bibliotecas de las familias argentinas. Entonces, nos criamos literariamente con los que serían nuestros abuelos: Borges, Cortázar, Bioy. Eso hizo que me formara con una influencia contra la cual no tenía que pelear porque con los abuelos uno no tiene conflicto. Te iluminan con su inteligencia, pero no estás escribiendo en contra de ellos.  De ahí me viene un clasicismo con el que hay que tener un poco de cuidado porque es medio cómodo. Te empezás a recostar sobre la forma pensando que sólo con la forma alcanza. Ahí es donde yo sigo teniendo que pelear contra esa influencia con otras fuerzas. En mi caso, para eso me sirve leer a los de mi propia época. Todo escritor tiene primero la tradición y luego lo que quiere decir. Son dos fuerzas en tensión: la tradición literaria y tu propia época, tu forma de decir las cosas. Ambas funcionan como dos fuerzas. La resultante entre esas dos fuerzas es tu estilo, tu voz. Hay gente que se vuelca más hacia un costado más literario, con más peso hacia la tradición y hay gente que tiene un estilo que pareciera estar escribiendo por primera vez algo que nunca se hizo. Yo admito que tengo un costado clásico; a veces lo uso, pero otras me pesa. Por ejemplo, en los Pornosonetos uso una forma muy clásica del Siglo de Oro español, pero adentro detono algo que es actual, berreta y cotidiano. Ahí tenés bien claro lo de las dos fuerzas que hacen tensión y generan estos sonetos que son palabras sacándose chispas entre sí, que es lo que más me gusta de la literatura, cuando las palabras se frotan y generan textos vivos.

-Antes hablabas de los Blogs, ¿como pensás que influyen en tu literatura y en la literatura en general este tipo de plataformas que ahora ya no son tan nuevas?

-Esa es una pregunta que se va ir contestando sola, con el tiempo. Por ejemplo Casciari, que es como “el Papa y el papá de los blogs”, se dio cuenta muy bien cómo escribir para Internet. Si te fijás, él escribe con párrafos muy cortos y en el primero siempre tiene mucho enganche. Ahí él pone la opción “Leer más” o “Seguir leyendo”, como para que, si interesó, hagas click. Me parece que, en ese sentido, la escritura online lo que está empezando a hacer son textos cortos, de párrafos cortos e hiperlinkeados. Eso es muy extraño, un texto que te lleva a otro texto, sin que vos tengas que ir a buscarlo en la biblioteca. Me parece que también hay una ansiedad del lector y del autor que se traduce a la escritura online. Lo que se suele decir es que en Internet no se lee en profundidad, no se lee vertcialmente, sino de forma horizontal. La crítica dice que se va aplastando todo como un panqueque y eso también termina influyendo en las conversaciones. La gente no profundiza los temas. Si bien coincido con la crítica, no me parece tan malo. Son fuerzas que no se pueden evitar. Tenemos un déficit de atención cada vez más grande. Pasa en todos los ámbitos. En la música, por ejemplo, te bajás un tema, escuchás sólo el comienzo y enseguida pasás a otro. Lo que me inquieta es saber hasta dónde se pueda picar tan fino con este tipo de experiencias, porque al final todo va a terminar siendo un cotorreo de estímulos cada  vez más cortitos. Esos videos insoportables con muchos flash de imágenes,  hasta dónde pueden transformar tu día sin que te quede el cerebro hecho papilla. Nosotros, en un punto, somos una generación  bisagra, estamos rotando de lo analógico a lo digital; habría que ver cómo quedan los pobres chicos que ya nacieron con Internet. Por suerte, nosotros podemos desenchufar, bajar la ansiedad y volver al papel. Yo creo que hay que enseñarle a las nuevas generaciones a hacer eso, para que no sea un delirio. Yo veo que el cerebro me empieza a funcionar de una manera distinta cuando escribo online; estoy siempre chequeando datos en Google, en Wikipedia o miro un video. Mi cerebro está conectado con el gran cerebro de la Web.  Es muy distinto cuando escribo sin estar online con un cuadernito en un bar.

-Recién mencionaste a los Pornosonetos que firmás como Ramón Paz, ¿qué cosas te permiten hacer los seudónimos que tu propio nombre no?

-Los seudónimos me dan mucha libertad, me  permiten hacer lo que dice Whitman, “contengo multitudes”, puedo hacer cualquier cosa. Durante bastante tiempo, escribí como mujer sin decirle a nadie que era yo. Eso lo ponía en el blog El señor de abajo y firmaba como Adriana Battu.  La gente no sabía que era yo y tenía que mantener ese truco. En cierto modo era como estar travestido. Era gracioso porque tenía tipos que me escribían mails y me querían conocer y yo, como una histérica, no les contestaba. Mantener esa ilusión era un ejercicio literario muy bueno. En mi caso, los seudónimos y los blogs me permitieron explorar partes de mí que por ahí no hubieran aflorado. Después, cuando se pinchan los seudónimos y ya saben que sos vos, deja de tener sentido.

-En tu Blog, además de lo que escribís, también compartís muchas otras cosas que hacés como por ejemplo las esculturas en alambre, fotos y videos que editás. ¿Por qué a estas otras inquietudes  les atribuís la culpa de no dejarte escribir la novela que tendrías que estar escribiendo?

-Sí, hay un poco de eso. Tal vez tiene que ver con eso del superyó de la psicología. Mi superyó es escritor de novelas. Es verdad que a veces me siento culpable, pero qué voy a hacer, soy disperso, me voy para todos lados, soy expansivo y mi creatividad depende de eso. La vida es una sola y hay que reventarla. Lo que te permite la creatividad en muchas de las artes es vivir muchas vidas, incluso no sólo creando, sino leyendo. Cuando leés algo bien escrito, sentís que estás viviendo una vida paralela que alguien inventó.  La literatura y el cine te permiten sentir cómo es ser otro. Hay que patear el superyó para un costado y hacer lo que tenés ganas de hacer.

-Acabás de hablar del cine, hace poco escribiste el guión de La Ventana, la película de Sorín, ¿cuál es la diferencia a la hora de sentarte escribir para cine?

-En el cine tiene que ser todo visual. Tenés que pensar la historia casi como si fuera una película muda. Si la podés contar sólo con imágenes, mejor. No podés poner “el personaje está triste”, tenés que mostrar que está triste. No podés decir “era un tipo violento”, tenés que decir “entró dando un portazo y nos insultó a todos”.  No es que alguien se acuerda de la infancia, sino que por ahí encuentra un soldadito tirado, lo mira y se le viene la infancia encima.

-En alguna entrevista dijiste que la poesía era un fiesta nudista, mientras que la narrativa era una fiesta de disfraces, ¿por qué pensás que en la narrativa no te podés desnudar de la misma manera que en la poesía?

-Porque la poesía siempre se toma como si fuera mucho más autobiográfica y la exposición es más grande. En cambio, en la narrativa son más fáciles las máscaras. Por lo menos, a mí en la poesía se me ve todo, se me ve el alma.

-La última es una pregunta que suelo hacerle a muchos escritores, músicos, periodistas y sobre todo a muchos lectores. Si tuvieras que tratar de convencer a un chico para que empiece a leer, ¿qué le dirías?


- Le diría: “vos podés leer cualquier libro de esta biblioteca, pero estos que te pongo acá, no se leen” y ahí le pondría los buenos. Estoy seguro de que va a ir a hojearlos. Yo creo que el gesto de la literatura, el gesto de agarrar un libro y ponerlo delante de tus ojos es un gesto muy revolucionario porque implica cortar con todo. Vos estás con un libro y el resto no importa. La relación de un chico con un libro tiene que ser totalmente visceral. Los mandatos en la literatura no sirven para nada, sirve ir a buscar lo que no se puede leer, lo que te avergüenza que te interese. La literatura son los libros prohibidos. 

Publicada en Revista Quid, agosto 2014.

jueves, 28 de agosto de 2014

Tres de Tres

“Tres de Tres” va a ser el primero de una serie de tres EP´s con tres canciones cada uno, que pensamos editar entre lo que queda del año y el que viene. Este 16 de septiembre entramos a grabar el primer volumen en los míticos estudios ION. Allí, además de las canciones, haremos un registro en video con un equipo humano de lujo, del que ya les hablaremos. En los otros dos EP´s la modalidad de edición va a ser la misma, así al finalizar el proyecto tendremos tres Ep´s con tres canciones cada uno, grabados en audio y video. Como adelanto les dejamos el demo de “Como un ritual”, una de las canciones que formará parte del primer volumen. 



miércoles, 27 de agosto de 2014

Despidiendo Otros mundos


Hoy hace poco más de dos años que editamos “Otros mundos”. En todo este tiempo pasaron muchas más cosas de las que imaginábamos, cuando empezamos con esta idea de escribir canciones inspirándonos en textos de escritores argentinos. Por un lado, lo primero que nos movilizó fue la posibilidad de conjugar nuestras dos pasiones en un mismo trabajo y por otro, siempre tuvimos la secreta ambición de que todo el proyecto en su conjunto (las canciones, los cuentos, las lecturas y las entrevistas con los escritores, el blog y los “Motivos para leer”) sirviera como señuelo para acercarse más a la literatura. En el texto a modo de prólogo que está al comienzo del librito con las letras, lo decíamos bien claro: “Tenemos el deseo de que este material se convierta en un nuevo aporte a la tarea de fomentar la lectura. Como sostiene Mempo Giardinelli, “que una persona no lea es una estupidez, un crimen que pagará el resto de su vida. Pero cuando es un país el que no lee, ese crimen lo pagará con su historia.”

En alguna entrevista también dijimos que ojalá estas canciones sean un puente hacia esos mundos que no siempre existen, pero que nos abren los ojos para entender mejor el nuestro; que si nosotros, como grupo de rock, al menos podemos ayudar a generar un lector, nuestra misión ya está más que cumplida. Como idea parecía un tanto ambiciosa, pero hoy con certeza podemos decir que el objetivo se cumplió y con creces. En estos últimos meses distintos profesores de colegios de Córdoba, Rosario y Capital Federal nos escribieron diciendo que estaban usando nuestro material en sus clases de literatura: la antología de los textos que seleccionamos y por supuesto, nuestras canciones para analizar la intertextualidad. Si con el apoyo del público, que por suerte va creciendo show a show, ya estábamos contentos; si nos parecía increíble el interés que “Otros mundos” despertó a nivel mediático, que encima pase esto, es muchísimo más de lo que soñamos. Por eso, a modo despedida de este trabajo que nos dio tanto, elegimos hacer un show en la escuela Nuestra Señora de Guadalupe, a la que fuimos invitados por el profesor Héctor Saldaña. Por último, les contamos que ya estamos trabajando en un proyecto nuevo. Mañana vamos a adelantar algo de lo que se viene.  Esta vez no habrá escritores, pero sí mucha música. Al fin de cuentas, de eso se trata: la música, siempre la música. Como escribió Kurt Vonnegut, “la única prueba de la existencia de Dios”.

lunes, 25 de agosto de 2014

Entrevista a Miguel Mateos: El ídolo extraviado



Por Nando Varela Pagliaro
“El éxito es seguir siendo un artista en perpetuo movimiento”, dice Miguel Mateos, el hombre de los hits inoxidables de los años 80. Su carrera empezó a lo grande: teloneando a Queen en Vélez. La primavera alfonsinista lo encontró en la cima de la cima con Rockas vivas, el disco en vivo más vendido en la historia del rock nacional. En los 90 algo se rompió entre él y su público y terminó armando las valijas para instalarse en Estados Unidos.
Muchas veces fue cuestionado por la intelligentzia rockera, pero al ex líder de Zas nunca le importó. Con más de treinta años de escenario, piensa que ya no tiene que rendir cuentas ante nadie y que puede darse el lujo de hacer lo que quiera. Ahora retomó una idea que había abandonado para editar La alegría ha vuelto a la ciudad. Se trata de un proyecto que va a llamar La maravillosa historia del Rocanrol . “Es un tríptico, tres discos, uno pop, el otro acústico, y el tercero puro Rocanrol. Son mis tres vertientes, mi formación Beatle, Almendra, mi costado folk con Taylor, Crosby Stills & Young, Arcoiris, y por el otro lado un mix de Zeppelin, Deep Purple y La pesada del Rock and Roll, que fueron mis comienzos adolescentes como integrante de mi primer grupo en la escuela secundaria”. Para este tríptico, a lo largo de estos dos últimos años, compuso unas cuarenta canciones que transitan los tres géneros. “Yo me paso más de doce horas diarias en el estudio. Me levanto a las ocho y arranco. Es como un ejercicio”.
-En ese ejercicio, ¿necesitás siempre encontrar un nuevo hit o la búsqueda puede ser otra?
Nunca me propuse hacer un hit. Las canciones se transforman en hits por diversas y a veces inexplicables circunstancias. A esta altura de la vida y de mi carrera sigo con la misma tesitura. Tengo mucho repertorio, suelo decir que soy mi obra, puedo acudir a ella en cualquier momento y encontrarme allí, relajado y tranquilo, ese reflejo convalida mi trabajo.
El periodista Enrique Symns dice que “hasta en los 90 para los rockeros el mundo era la calle y todo lo que no pasara ahí, no existía. En cambio hoy los rockeros están encerrados en sus mansiones yoicas y las calles están vacías”. ¿Pensás que el hecho de haber cambiado un poco, de haberte alejado de la realidad de la calle, hace que sea más difícil componer una canción que llegue al corazón de la gente?
Respeto mucho a Enrique Symns pero no comparto la idea, una canción es una buena canción prescindiendo del origen y de su entorno. Lo debe decir con respecto a McCartney, Sting o Elton John, pero aun así, esos tipos siguen haciendo estupendas canciones. Nuestra realidad es distinta. Parafraseando a Leonard Cohen en la única torre que me encierro es en la torre de la canción, pero después de recorrer las calles de Buenos Aires, hacer una compra en el mercadito chino, zafar que me manoteen la billetera en la esquina y tantas otras peripecias de esta parte del mundo.
El hecho de haberte ido en los 90, ¿te jugó en contra de tu relación con el público? De algún modo, ¿creés que acá no se le dio la real dimensión a todo lo que hiciste en el exterior como abanderado de ese movimiento que se llamó “Rock en tu idioma”?
“Rock en tu idioma” fue una movida cultural muy grande en todo el continente. Poniendo el acento en Latinoamérica, trascendió el concepto “Rock”. En un momento, hasta los yankees le dieron una mirada con mucho interés. Pero terminaron transmutando ciertos principios que derivaron en artistas a mi juicio más convencionales para el consumo de su propio mercado, como Shakira o Ricky Martin. No obstante, la huella que dejó es indeleble y mi experiencia ha sido totalmente enriquecedora.
Después de tantos discos y de tener un público en casi toda América, ¿qué más puede ambicionar un músico? Hoy para vos, ¿qué es el éxito?
Sigo teniendo a pesar de mi formación musical, académicamente hablando, un acercamiento artesanal y pasional por lo que hago. Disfruto de hacer música en grupo y en vivo. Me gusta salir de gira. Al seguir pensando en término de álbumes, tal vez soy medio vintage, pero no veo razón para cambiar. Entrar en un estudio de grabación sigue siendo algo excitante e inspirador. Escribo música de cámara, tengo esbozos orquestales de una ópera, soundtracks imaginarios de películas, he recorrido toda América varias veces, desde Ushuaia hasta Chicago. Creo que eso es el éxito, seguir siendo un artista en perpetuo movimiento.
En alguna entrevista dijiste que te sentías un “marginal del rock”, ¿pensás que cierta crítica especializada no te trató como merecías?
Eso salió a partir de un intercambio de opiniones, de música por supuesto, que tuve con un importante editor, de una importante publicación. Por eso y sin otra razón aparente, estuve diez años proscripto en esa revista. Hasta que una encuesta masiva premió a Rockas Vivascomo el mejor álbum en vivo de la historia del Rock Latinoamericano. Ahí no tuvieron más remedio que hacerme una nota miserable y totalmente dibujada. Es lamentable porque reconozco que en esa revista hay dos o tres periodistas que me merecen un gran respeto profesional. De todos modos, a esta altura estoy liberado de ese Gulag en el que me instalaron. Logré fugarme una noche sin que se dieran cuenta y creo que tengo derecho a no prestarles más atención a medios corporativamente autoritarios. Sigo mi camino.
Los 80 fueron un vértigo que se detuvo de golpe y en los 90 tuviste que irte porque acá no podías trabajar más. ¿Cómo ves hoy al país? ¿Acá ahora “sí se puede ser feliz”?
Estamos creciendo, falta un poco mas de tolerancia, de forma tal de reforzar a mi juicio el más elevado concepto de la democracia que es la alternancia en el poder.
Publicada en Revista Paco, agosto 2014.

Entrevista a Juan Forn: Escenas frente al mar

Forn

Por Nando Varela Pagliaro

“Yo creo que hay un libro que nos está esperando a todos. Lo bueno que tiene la literatura es que ese libro en realidad son un millón de libros. Alcanza con que encuentres uno sólo que te guste y vas a entender de qué se trata todo”, dice Juan Forn. Lo dice desde Villa Gesell, su tierra elegida, el lugar que encontró para refugiarse. Se fue allí hace más de diez años, por dos motivos: a los cuarenta años tuvo una hija y a los cuarenta y uno, una pancreatitis que lo mandó al hospital. Por esas dos razones vive cerca del mar. Ahí lee como sólo a los veinte era capaz de leer y escribe siempre que tiene algo que decir. 

-¿Recordás si hubo un momento a partir del cual te consideraste escritor?


-Me acuerdo claramente de cómo montaba el numerito del poeta rebelde y transgresor para levantar minas, para creérmela yo mismo. Como cuenta Kundera: “El joven poeta se mira en el espejo para ver si puede construir el personaje que quiere ser”. Además de agradecer el Premio Nobel mientras se ducha y esa clase de cosas. Yo me acuerdo de que la primera vez que sentí que había escrito algo que estaba bien fue con la escena de la llegada del hombre a la Luna que puse después en mi primera novela. La segunda comprobación fuerte fue cuando publiqué Nadar de noche y la gente me empezó a agradecer por la calle, porque a ellos se les había muerto el padre y ese cuento les sirvió, tal como me sirvió a mí. 

-Muchas veces te referiste a la literatura como una religión politeísta. Tener esa mirada, ¿en algún momento te paralizó a la hora de sentarte a escribir?


-No, todo lo contrario. La gente cree que una religión politeísta significa tener muchos dioses como el Dios católico, que es un Dios atronador, que todo lo ve, que todo te juzga. Lo que tiene la literatura es que a vos te pueden gustar con locura tipos que son completamente opuestos y que se odian entre sí. Sin embargo, los dos te nutren mucho y vos, si sentís que ellos son tus maestros, creés que sos coherente con los dos. 

De editoriales y redacciones


Juan Forn no fue a ninguna Facultad, aprendió el oficio leyendo en una editorial, que era adonde había libros y escritores. Creía que ese era el lugar más cercano para convertirse en escritor. Para él ir a la editorial era lo mismo que ir a un taller mecánico si lo que te gustan son los fierros.

-Durante mucho tiempo trabajaste como editor, después estuviste al frente del suplemento Radar. Haber estado del otro lado, ¿te hace ser más crítico con tus propios textos? 


- Es muy bizarro haber estado sentado de los dos lados del mostrador. Yo corregí libros que se iban a publicar, cuando todavía no tenía ni una novela publicada. Hay que tener cierta inconsciencia para atreverse a hacerlo. Yo creo que eso marcó un montón mi manera de escribir. A mí me gusta corregir tanto o más que escribir. Una vez que la idea empieza a asomar, lo que más me gusta es acercarla, hacerla coincidir, hacerla fluida, hacer que el que la lea crea que surgió de una manera completamente natural. 


- Cuando estabas en Radar, de algún modo ocupabas un lugar importante a nivel cultural, ¿hay algo que extrañes de esa época en las redacciones?


-Hay una vieja teoría que dice que en cada generación nace un pibe que es algo así como el portavoz, que muchas veces tiene un discurso propio o sólo es el tipo que aglutina. Yo no creía tener discurso para pontificar a toda mi generación, pero sí entendía por dónde venía la mano. Tengo intereses muy diversos y me gusta entrecruzarlos, entonces era una combinación ideal tanto para dirigir una editorial como una revista cultural. Además, siempre creí en la mística de los grupos de laburo. Eso sí fue espectacular. Pero con el tiempo empezás a tomar conciencia de la energía y la verdad que no está bueno. Yo prefiero trabajar con otra clase de energía que la del poder. A los treinta años me llenaba de adrenalina y me creía el guacho pistola, ahora la verdad la paso mucho mejor estando tranquilo en Gesell. Me gusta mucho más escribir la contratapa delicadamente que tener el poder.

-¿Y ahora cómo es tu relación con los suplementos culturales? 


-Con respecto a esto me pasó una cosa muy nítida. Creía que todavía vivíamos en mi época y yo entendía mi época, pero te diría que a partir de que me vine a vivir a Gesell, Buenos Aires dejó de ser mi Buenos Aires. Todo cambió y yo ahora voy a Buenos Aires y la veo desde afuera. La movida es de otros y se rige por otros códigos. Nosotros por ahí teníamos un montón de tabúes con el tema de la seriedad. Teníamos que ser serios y para aflojar con la seriedad tuvimos que hacer de bufones. Hablo de nosotros porque todos los de mi generación fuimos bufones en algún momento. Yo salí como tres veces en una foto de doble página en la revista Gente. Una vez me dijeron: “Hacemos lo que vos quieras”. Y yo les dije: “Consíganme un traje blanco y quiero estar adentro de una cámara de tractor flotando en una pileta y de noche”, y me lo produjeron. El tema es si ahora lo seguís haciendo, como el pelotudo de Alan Pauls, que se sienta en el sofá para presentar la película de ISat. Yo no, esas cosas ya no las hago más. 
-Hablabas de tus contratapas en Página. ¿Creés que trabajar en periodismo puede ser contraproducente para alguien que se quiere dedicar a la literatura?


-Depende de los lugares, porque hoy el periodismo cambió. En una época lo más interesante que tenía el periodismo era que en las redacciones había escritores. Lo lindo era quedarte a la noche, cuando terminabas la nota y el tipo te corregía. Pero tu verdadera literatura no pasaba por lo que escribías para el diario, pasaba por lo que hablabas con esos tipos. Hubo un momento en que la prosa periodística era tan atractiva que tenía un nivel de potencia casi literario, y los que la escribían le ponían tanta libido, además de firmarla, que es una cosa que antes en los diarios no te dejaban. Eso te daba una sensación muy parecida a la literatura, pero con la inmediatez que tiene el periodismo. Vos te sentabas en un bar a partir de las ocho de la mañana y podías relojear a la gente leyendo una nota tuya. 

Cambiar de piel 

El día que explotó y le agarró la pancreatitis fue uno de esos cierres épicos de Radar que terminaban a las dos de la mañana. De ahí se fue a tomar algo con sus compañeros y, al menos en su recuerdo, él nunca era el que tomaba más ni el que se drogaba más, ni el que más nada, pero sin embargo, explotó igual. Hecho un ovillo, en el baño de su casa, le gritaba a su mujer para que llamara a una ambulancia porque sentía que se estaba muriendo. “Sé que a cualquiera que sea más o menos curioso, en algún momento de su vida le interesa aunque sea estar por un ratito en el carril rápido, en el borde peligroso de las cosas”, dice ahora que la pancreatitis quedó atrás.



-En la época de Nadar de noche había en tu literatura una cierta adrenalina que también tenía que ver con tu forma de vida, ¿te costó mucho cambiar de hábitos?

 
-Me reconozco a mí mismo más como un superviviente nato que como un tipo autodestructivo. Hay gente que vive siempre atormentada y le gusta el bardo para probar el peligro y cada día prueba un poquito más. Yo, en cambio, pruebo un poquito y con eso ya tengo para escribir, que es lo que busco. No me interesa quedarme ahí y tener una dosis más grande, prefiero vivir y quedarme más tranquilo. Además, vi a unos cuantos estrolarse muy feo. Tengo amigos que se suicidaron, que murieron de SIDA, de sobredosis, otros que se murieron en accidentes. De eso es inevitable no aprender.

- Ese aprendizaje fue el que te llevó a radicarte en Villa Gesell. En un lugar así, ¿se pueden encontrar tantas historias como en una gran ciudad?


Acá hay otro registro. En la ciudad vos te movés con un grupo en el que casi todos están en el mismo palo. La mayor parte de la gente que vive en Gesell vino de otro lugar a probar otra cosa. Entonces, cuando te hacés amigo de alguien lo primero que te cuenta es cómo llegó y de qué escapaba. Acá tengo una pandilla de amigos que si estuviera en Buenos Aires no podría tener ese nivel de diversidad. La mayoría de mis amigos estaría más en el palo artístico e intelectual y a mí la variedad me resulta súper atractiva para escribir.

Leer y escribir


Forn siempre dice que es un plan de alfabetización de una sola persona. Todos los viernes desde sus contratapas recomienda los libros que se deberían leer. Convencido de ser un buen lector afirma que, si todos leyeran lo que él dice, disfrutarían y aprenderían mucho más.  

-En alguna de tus contratapas confesaste que había escritores que te apasionaban más por lo que leían que por lo que escribían, ¿te molestaría que alguien dijera lo mismo de vos? 


-Creo que lo dije refiriéndome a Javier Marías. A mí cuando él escribe sobre lo que lee, me encanta, pero cuando escribe sobre lo que piensa, me gusta menos. Yo sé que corro el riesgo de que lo digan de mí porque hablo todo el tiempo de libros. Pero por otro lado, una de mis pequeñas satisfacciones es que muchas veces gente que va a esos libros de los que hablo, después me dicen que les gustó más mi nota que el libro. 

-Entre tanta lectura, ¿cómo hacés para dosificar tu tiempo y sentarte a escribir? 


-Yo leo todo el tiempo, y los días que no lo hago tengo como un síndrome de abstinencia. Cuando no tengo buena lectura flotando a mi alrededor me preocupo. Ahora cambió un poco, pero de los diez años que llevo en Gesell, en los primeros siete la relación era seis horas de lectura y como mucho escribía una o dos.

-¿Y no te sentías culpable por escribir tan poco?


-En un punto sí. Una de las razones por las que se derrumbó mi matrimonio fue esa. “Estás leyendo todo el día, estás en otro mundo”, me decía mi mujer. Yo le contestaba: “Sí, pero hago las cosas igual”. Y ella me respondía: “Las hacés, pero las hacés distraído”. Antes puede que me sintiera culpable, porque todavía estaba inseguro. Sentía que si no escribía no era escritor. Pero después de María Domecq me agarró mucha más seguridad. Ahora ya no tengo culpas. Sé que soy escritor, conseguí salir del laberinto por arriba.


Publicada en Revista Bacanal, agosto 2014.

domingo, 17 de agosto de 2014

Mis Discos: Pampa Yakuza



Por Nando Varela Pagliaro

A veces las fronteras entre el under y el mainstream son muy difusas. Hay muchas bandas que tienen un gran poder de convocatoria, pero quizás su nombre y sus canciones aún no suenan tanto en las radios; otras que sí son difundidas, sin embargo en sus shows en vivo, cortan muy pocas entradas ¿Cuál es el lugar que ocupa cada banda dentro de la escena del rock? En ese espacio un tanto confuso se encuentra Pampa Yakuza. Con más de diez años de trayectoria, cuatro discos de estudio y otro en vivo (que incluye un DVD), el grupo de Liniers viene creciendo en número de público show tras show. "Nuestro público es rockero, pero de gustos variados. Encontrás remeras de grupos, como La Vela Puerca y No Te Va Gustar, y también hay gente que no va a otros recitales. Hay una comunión entre el público y no hay nada elitista ni en la propuesta de la banda ni en lo que genera la gente. Muchos se hicieron amigos, compraron un bondi y nos siguen a todos lados. Y tiene que ver con lo que decimos nosotros, porque nuestras canciones no están vacías de contenido, tratamos de contar algo, y la gente toma eso y lo internaliza." dijo Hernán Saravia, voz de la banda, a La Nación. En los comienzos del grupo que completan Yaku Quiroga, Luciano Katz, Galle Brunetto, Ricardo "Ruso" Jahni, Gustavo Vitale, Ariel Viale, Salvador Pandolfili y Darío Varela, el reggae era su principal bandera, pero muy pronto empezaron a fusionar una diversidad de estilos que van del rock al carnavalito y de la chacarera al candombe. "Nuestra propuesta es un combo de muchas cosas y no es nada nuevo porque hay bandas, como Karamelo Santo, que lo vienen haciendo desde hace mucho. También tenemos algo de Arbolito, que va más hacia el folklore.", confiesa Saravia en La Nación.

Con respecto a dar el gran salto, hace  un año, Mariano Vespa entrevistó a Hernán Saravia para Ni a Palos y le preguntó si le gustaría que Pampa fuera una banda más masiva, “Tener masividad no es algo que nos quite el sueño. Hay que contar con mucha espalda para hacer estadios. Creo que salvo las grandes de afuera, las locales hacen el Luna o inventan lugares, como El Indio o La Renga antes de hacer un estadio. Nosotros deseamos más el establecernos como una banda valorada por su gente en base a las virtudes musicales o un mensaje coherente que tener un tsunami de exposición. Entendemos que vamos siempre en el buen camino. Todo es cuestión de perseverar y sentirnos bien con lo que estemos haciendo”, respondió el cantante.

Mientras se encuentran grabando lo que será su sexto trabajo, bajo la producción de Germán Wiedemer y Martín Pomares, hablamos con Hernán Saravia, voz de la banda, para la entrega número catorce de “Mis discos”.

¿Cuál fue el primer disco que compraste?

 Si mal no recuerdo, Greatest Hits de Queen.

¿Cuál fue el último?

El último, Cerca de las nubes de Las Pelotas.

¿Qué disco jamás prestarías?

Presto cualquiera, así los pierdo de vista cada tanto y me reencuentro luego.

¿Cuál fue el disco que más veces prestaste o regalaste?

Regalar seguro  que fue alguno de Pampa. Prestar la verdad que ni idea.

¿Hay algunos discos en tu discoteca de los que tengas vergüenza?

Verguenza no, uno a lo largo de su vida pudo ir mutando un tanto sus gustos musicales, pero tampoco tengo demasiados discos. Varias veces me han afanado unos cuantos de la guantera, así que me sobran cajas por lo general. Sospecho que algún compilado de verano de los 90 sería lo más "ocultable" por así decir.

¿Qué disco que antes escuchabas, ahora ya no escucharías?

Hay muchos que hace rato no escucho: Steve Vai, The Cult, Faith no more, pero no quiere decir que no les pueda poner play nuevamente en cualquier momento.

¿En qué lugar ponés los discos que vos grabaste?

Atrás de todo. Es muy difícil que se me dé por escucharlos una vez grabados. Por lo general están encelofanados juntando tierra en el armario.

¿Cuál fue el primer disco que bajaste?

De Napster para acá pasó mucho tiempo ya. Honestamente no recuerdo, pero menos el de Metállica que era imposible bajaba de todo en una época.

¿Cuál fue el último?

No hago bajadas, ahora los escucho directamente desde Grooveshark u otro similar. Creo que la última orejeada se la eché al Ghost Stories de Coldplay.

¿Cuál fue el disco que más veces recomendaste o linkeaste?

Cuando estaba en segundo año del secundario, un compañero trajo Ten de Pearl Jam de un viaje, cuando acá ni se los conocía. Ahí empecé a quemarle la cabeza a todo aquel que se me cruzaba con ese disco.

¿Escuchás tus discos en mp3?


Por lo general no los escucho y si me pinta nostalgia prefiero escucharlos en el CD original porque para algo uno los graba.

Publicada en Revista Paco, agosto 2014.

Mis discos: Acorazado Potemkin



Por Nando Varela Pagliaro

Acorazado Potemkin es una suerte de combo perfecto entre experiencia y vitalidad, que concentra en su ADN lo mejor del rock nacional de las últimas décadas. Está integrado por Juan Pablo Fernández (voz y guitarra, ex Pequeña Orquesta Reincidentes), Federico Gahzarossian (bajo, ex Don Cornelio y Los Visitantes, actual Me darás mil hijos) y Luciano Lulo Esaín (batería y voz, Valle de Muñecas). Llevan editados dos discos, Mugre (2011) y el reciente Remolino producido por Manza de Valle de Muñecas. “Yo siento que este disco es un poco más de jugo de cada uno. Es un poco más de lo mismo, pero en el buen sentido. Las baladas son más baladas y las cosas densas, más punks.  Tiene mucho laburo de síntesis, de sacar todo lo que ya está hecho. Tratamos de transmitir cada idea de la manera más concreta y más eficaz. En ese sentido, la síntesis funciona porque estás obligado a laburar para que cada parte sea precisa. Lo mismo pasa con la elección de los temas: nosotros trabajamos para que todos los temas queden por algo, que los once temas del disco sean imprescindibles”, dijo Fernández a Ni a palos. En la misma nota, al preguntarles qué esperan que pase con Remolino, el cantante respondió: “Las expectativas son siempre las mismas: salir a tocar y encontrarse con el público, con ideas nuevas, con otros músicos, las cosas lindas por las cuales estamos en el rock. A mí me parece que más allá de la amistad que construimos entre nosotros, todos los grupos se forman en relación a lo que da cada persona y acá hay algo lindo que aparece y es que sigue habiendo química entre los tres, como dice la canción. Cualquiera de nosotros en otro contexto, tal vez haría otra cosa, pero hay algo lindo en este fuego que se arma, en esta chispa. No digo que se ha armado un lenguaje, eso lo dirá el tiempo, pero lo que sí creo es que se ha consolidado una linda forma de trabajo. Después, obviamente que en cada disco, muchas veces dependés de factores externos y todo grupo independiente siempre es vulnerable al contexto, pero de alguna manera tenemos mucha gente alrededor y nosotros mismos tenemos una convicción para liderar la producción que hizo que muchos se acerquen y apoyen. Vamos todos en un entusiasmo compartido y eso hace que la fuerza se concentre”. Para la entrega número quince de “Mis discos” hablamos con Federico Gahzarossian, bajista de la banda.

¿Cuál fue el primer disco que compraste?

Mi primer disco lo compré a los doce o trece años y es el soundtrack
de Fiebre de sábado por la noche de Bee Gees y otros artistas.

¿Cuál fue el último?

 El ultimo es Ascensor para el cadalso de Miles Davis. También es un soundtrack de la película con el mismo nombre.

¿Qué disco jamás prestarías?

 He perdido muchos discos por prestar. Hoy  por suerte ya no es necesario hacerlo,  lo podés grabar o le pasás el título para que se lo baje y listo.

¿Qué disco que antes escuchabas, ahora ya no escucharías?

Por lo general, los discos que escuché mucho,  ya no los escucho más. Creo que de alguna manera me quedaron grabados en la mente.

¿En qué lugar ponés los discos que vos grabaste?

Están entre todos los discos y tengo otro juego cerrado aparte.

 ¿Cuál fue el primer disco que bajaste?

Creo que London Calling  de The Clash.

¿Cuál fue el último?

No me bajo mucha música, por lo general la escucho y listo.

¿Cuál fue el disco que más veces recomendaste o linkeaste?

Más que discos recomiendo temas en particular.  Lo último que recomendé fue un tema de Calexico  “Woven Birds”, “Joselito” de Pequeña Orquesta Reincidentes, unas versiones en vivo de Led Zeppelin de temas del tercer disco y del primero y algo de Charles Mingus.

¿Escuchás tus discos en MP3?
 
No, nunca escucho MP3.

Publicada en Revista Paco, agosto 2014.


Una lluvia que vuelve a caer medio siglo después


Por Nando Varela Pagliaro

Abelardo Castillo alguna vez escribió que desconfiaba de los escritores que no empezaron haciendo versos. En ese mismo texto, el autor de Crónica de un iniciado, luego añade: “todo escritor verdadero es esencialmente un poeta. Ser poeta no significa escribir en verso, ni el puro acto mecánico de versificar garantiza la poesía”.
Isidoro Blaisten, cuentista por excelencia, no escapa al pensamiento de Castillo. Su primer libro, Sucedió en la lluvia, publicado en marzo de 1965 por Editorial Stilcograf, fue un conjunto de poemas que había reunido y trabajado con sumo cuidado. Casi cincuenta años después, ese mismo libro, vuelve a ser publicado por la Editorial Punto de Encuentro en su colección Rescate Poético. Si bien hasta su muerte en 2004, Blaisten sólo publicaría cuentos, ensayos y una novela, la poesía nunca dejó de ser parte de su vida.

Si en su narrativa el humor y la ironía son dos de sus rasgos inconfundibles, en la poesía lo son la angustia y la melancolía. Sucedió en la lluvia es una antología de tristezas, una sucesión de recuerdos, de conversaciones interrumpidas, un viaje de ida y vuelta al pasado, al temor de olvidar lo que alguna vez fue. “¿Sabrán acaso de dónde he venido a buscarte, de qué país, con qué infancia, en que guitarra loca me sumergí esperando?”, escribe en Poema para ella.
Antes de dedicarse sólo a la literatura, Isidoro Blaisten fue fotógrafo, vendedor y librero. Su librería en San Juan y Boedo era el lugar de encuentro de muchos de los escritores de la generación de los 70 y los 80. Allí se le ocurrió colocar el ingenioso cartelito con la leyenda “Cerrado por melancolía”, luego así tituló uno de sus libros más emblemáticos, en el que despliega toda su maestría cuentística.

Sus innumerables oficios, sus obsesiones, lo culto y lo popular, Edith Piaf y Gatica todos se mezclan y se conjugan en su poética, en sus versos sencillos. Cuando titubea o está perdido, no teme en decirlo: “Se me fue con un chofer la buena amada. Gran dios de los poetas, no tengo de qué hablar. Estoy desorientado”. Leyéndolo, queda claro que Blaisten poeta es tan agudo y sutil como lo es el narrador. Su lenguaje alejado de lo solemne y su trabajo poético tienen la precisión mecánica de un relojero.
Como él mismo escribió en Anti-conferencias, “si existe una hora extraña en la que el poeta llega antes que nadie”, esa se hizo esperar casi cincuenta años, pero al fin llegó. Por eso, la reedición de Sucedió en la lluvia  es una oportunidad para volver o descubrir al poeta que había detrás de uno de los prosistas más lúcidos e interesantes de la literatura argentina.

Publicada en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, 17 agosto 2014.


“Nunca quise hacer una literatura política ni militante”



Por Nando Varela Pagliaro

Su voz retumbaba en una de las salas de la Feria del Libro de Buenos Aires. Camisa blanca y saco de corderoy, recién había terminado de dar una conferencia sobre Julio Cortázar.

-Sí pibe, te doy la entrevista, pero por lo menos antes leete un par de libros míos.

Mempo Giardinelli nació en el Chaco, en una casa humilde, en la que, como se suele decir, no sobraba nada. Sin embargo, en su casa todos eran muy lectores. Su padre, que apenas tenía tercer grado de Primaria, era un gran lector de diarios. Todas las noches, antes de irse a dormir, lo veía recostado en el sillón o sobre la mesa, con un diario entre sus manos. Como si el ejemplo de su familia no alcanzara, a la vuelta de esa casa humilde en Resistencia, se encontraba la Biblioteca Herrera. Desde muy chico, luego de la escuela, Mempo se pasaba sus tardes revolviendo en los estantes, buscando algún libro de Salgari o de Stevenson. “Ese se convirtió en un lugar muy querido para mí. Gran parte de mi infancia la he pasado allí. Me iba a boludear, a veces a leer, pero era el lugar en el que yo estaba”.

Cuando empezó a crecer, ya en el colegio secundario, era un fanático de la lectura. Los libros que supuestamente eran inconvenientes para su edad, los que hablaban de sexo o de amores prohibidos, se los robaba a su madre y a su hermana. “En esos años era un chico como cualquiera. Me gustaba la música. Me gustaba el fútbol. Las cosas que hacía cualquier pibe”. Después, ya de más grande, cuando empezó a ir a la milonga, muchas veces volvía a las tres o las cuatro de la mañana, pero antes de dormirse nunca dejaba de lado sus páginas favoritas. La literatura ya se había hecho parte de su vida por lo que fue una consecuencia inevitable intentar escribir. Como muchos escritores, empezó escribiendo poesía. Probó, sin mucho éxito, algún que otro poema para una compañerita que le quitaba el sueño. “Yo era un tipo fulero. No pertenecía a los lindos de ningún grupo. Era el típico gordito que iba al arco en el fútbol. Entonces, por ahí, mi manera de vincularme era a través de algún escrito”.

Los cuentos llegaron más tarde. La lectura de Cortázar y la gran cantidad de tiempo libre que tenía en el servicio militar fueron determinantes para que se animara a dar rienda suelta a esas primeras historias. “Después de toda la instrucción me mandaron a una oficina en un distrito militar y tenía una máquina de escribir. Una de esas maquinotas enormes. Ahí empecé a escribir. Escribí mi primera novela durante la colimba, una novela muy mala que nunca se publicó, pero no importa porque fue un comienzo”.
Comenzar nunca es fácil y elegir una carrera, eso que uno va a ser el resto de su vida, la vocación, el oficio, es aún más complejo. Su padre, que había muerto cuando Mempo era pibe, dejó una especie de mandato familiar. Por cumplir ese mandato, una vez fuera de la colimba, decidió inscribirse en abogacía. “Yo vengo de una familia muy humilde en la que nunca nadie había terminado la secundaria ni mucho menos habían llegado a la Universidad. Y yo de alguna manera me encontré con que tenía que ser el que representara todo ese ascenso social. Cuando entré en la universidad, la verdad dudaba mucho de qué estudiar, no tenía nada perfilado. Creo que elegí abogacía porque me parecía lo más fácil, lo más llevadero. Por ahí debo haber pensado que era bueno conocer de leyes. La verdad es que no me acuerdo muy bien por qué me metí ahí”. Por no fallarle a su padre, hizo toda la carrera y por no fallarse a sí mismo, jamás la ejerció.

En esos años de incertidumbre, Mempo también pensó que podía ser actor de teatro o músico. “Hice música mucho tiempo. Tocaba la guitarra. Incluso, hace ya varias cuadras, canté en Cosquín. Amaba el folclore, pero la dictadura hizo que injustamente empezara a odiarlo porque esa también era la música que amaban los torturadores y los hijos de puta”.
De eso habla en su cuento “Kilómetro 11”. Allí, un grupo de amigos, todos ex -presos que estuvieron en la U-7 durante la dictadura, luego de algunos años se reúnen a festejar un cumpleaños con sus familias. Uno de ellos ganó en el Bingo y entonces el festejo es con orquesta. Bajo un emparrado, un cuarteto desgrana chamamés y polkas. En un momento, cuando uno de los amigos se fija en el bandoneonista de anteojos negros, están tocando “Kilómetro 11”. El bandoneonista, al que todos miran con el horror de otros tiempos, resulta ser un Cabo que siempre tocaba “Kilómetro 11” mientras a ellos los torturaban. Los milicos lo hacían tocar y cantar para que no se oyeran los gritos de los prisioneros. Cuando lo reconocen, en la fiesta, le piden que toque otra vez Km11, una vez por cada uno de ellos: catorce veces.
“Y cuando el tipo va por el octavo o noveno “Kilómetro 11”, es Miguel el que llora. Y el Colorado Aguirre le explica a su mujer, en voz baja, que fue Miguel el que inventó aquello de ir a comprarle un caramelo todos los días a Leiva Longhi. Cada uno iba y le compraba un caramelo mirándolo a los ojos. Y eso era todo. Y le pagaban, claro. El tipo no quería cobrarles. Decía: no, lleve nomás, pero ellos le pagaban el caramelo. Siempre un único caramelo. Ninguna otra cosa, ni puchos. Un caramelo. De cualquier gusto, pero uno solo y mirándolo a los ojos a Leiva Longhi. Fue un desfile de ex presos que todas las tardes se paró frente al kiosco, durante tres años y pico, del 83 al 87, sin faltar ni un solo día, ninguno de ellos, y sólo para decir: “Un caramelo, déme un caramelo”, Y así todas las tardes hasta que Leiva Longhi murió, de cáncer”.

La estación de Coghlan queda justo atrás del departamento donde vive Mempo cuando está en Buenos Aires. Coghlan, si uno lo busca en un mapa, es un cuadrilátero irregular de 1,3 kilómetros cuadrados. Limita con Belgrano, Villa Urquiza, Núñez y Saavedra. Es un barrio de casas bajas, muchos pájaros y muchas plantas. Aunque ya tiene más de 120 años, podría decirse que todavía es un barrio joven. No tiene una zona comercial claramente delimitada y sólo hay un pequeño rincón muy calmo cerca de la estación, en Pedro Rivera y Rómulo Naón, donde funciona el restaurante Vicente y la heladería Lucca. A pocos metros de allí, en uno de los bancos que están en la estación del Ferrocarril Mitre, lo esperé a Mempo Giardinelli una mañana de junio, casi ocho años después de aquel primer encuentro en la Feria del Libro.

-Parece que no, pero está fresco. ¿Igual querés que hablemos acá? , me dice apenas me ve.

-Yo no tengo problema. Cómo usted quiera.

-Bueno, entonces nos quedamos. Es tremendo ese bicho ¿no?, dice señalando mi grabador.

-Sí, graba todo. Hasta lo que uno no dice. Hablando de lo que uno sí dice, alguna vez con respecto a la universidad usted dijo que no está para dar salidas laborales sino para enseñar a pensar, ¿también está para enseñar a escribir? ¿Se aprende a escribir yendo a la universidad?

-Sí y no. No podría decir que no se aprende a escribir, pero yo creo que la formación de un escritor o de una escritora no depende de una academia, de una universidad, ni de un taller o una escuela. Depende de las lecturas de que ese escritor o escritora tengan. En realidad lo que forma a un escritor es la lectura. Todos los escritores primero somos animales de lectura, después te ponés a escribir. Si no sos un animal de lectura es muy difícil.

-Siguiendo con otras cosas que alguna vez dijo. Alguna vez ha escrito que no cree en la “periodistización” de la literatura ni en la “literaturización” del periodismo, ¿cree que es así? ¿No encuentra nada literario en muchos artículos periodísticos?

-Sí, claro que encuentro. Uno tampoco podría decir que no hay buena literatura en el periodismo ni que a la literatura no le resulte positiva o favorable la experiencia periodística. Lo que digo es que cuando uno trabaja en literatura, trabaja con todo el tiempo a favor. La literatura es tiempo, la literatura es morosidad, la literatura requiere lectura, requiere meditación, requiere corrección, requiere volver, requiere dejar el texto ahí, volver mañana, volver el mes que viene. Hay una relación con el texto que es puramente estética, que tiene que ver con una búsqueda de una perfección estética, una armonía de las palabras para que expresen lo que vos querés decir, lo que estás narrando. Y eso en el periodismo es imposible. En el periodismo tenés a un tipo que te está diciendo: “Dale pibe, tenés dos horas para hacerme el artículo que lo tenemos que subir a Internet”. Entonces, la velocidad es una de las grandes diferencias. Y la otra diferencia grande que hay entre periodismo y literatura es el tratamiento de lo que podríamos llamar la verdad. En periodismo buscamos la verdad, se supone que vamos hacia la verdad, se supone que das cuenta de los hechos de una sociedad con verdad y sinceridad, se supone que das un testimonio que sea verdadero, que hacés un relato que recupere una historia que tiene que ver con la verdad, con lo cotidiano. En la literatura es todo lo contrario, la literatura es la mentira, la literatura es la fantasía, es el permiso para delirarte con lo que vos quieras. A mí me parece que ninguna de estas dos disciplinas necesariamente ni chocan ni es mejor una que la otra. Las dos son válidas, las dos son grandes expresiones, pero cuando yo enseñaba en la universidad, un día me inventé esta frase que a mí me fue muy útil: “no periodistizar la literatura ni literaturizar el periodismo”. No en el sentido de que esté prohibido, como si no hubiera posible armonía, sino en el sentido de que cuando vos hacés literatura tenés que ser consciente de que estás en el terreno de la literatura, estás pisando la literatura, no estás pisando ni la verdad ni el apuro y cuando te apurás, ahí se jodió la literatura.

Los escritores de su generación crecieron y se formaron al influjo de las luchas políticas y sociales y a la sombra del boom latinoamericano. La figura de Julio Cortázar siempre daba vueltas por su cabeza. Su juventud estuvo dominada por el autor de Rayuela. Lo imitaba, lo contrariaba, lo reescribía, lo desdeñaba, se proponía superarlo y se rendía ante su maestría. En Página 12, en un artículo que títuló “El amigo Julio”, Mempo contó que se encontró con Cortázar en Chile, en algún mes de 1970 o 71, cuando Salvador Allende asumió la presidencia o cuando Fidel Castro visitó el país andino. Por aquel entonces, Cortázar ya era un escritor consagrado y Mempo era sólo un joven periodista que tuvo la suerte de ser enviado a cubrir el acontecimiento para la revista Siete Días. Allí, en el ascensor del hotel se topa con Julio Cortázar en persona.
“Cortázar impide que el fotógrafo disponga su equipo y pregunta de qué medio somos. Se lo digo y me responde que no, que lo siente pero no piensa hablar con ningún hebdomadario argentino porque todos son colaboracionistas con el gobierno militar. En eso se abren las puertas y él sale primero, sin saludar y dejándonos petrificados. Y yo sin saber qué quiso decirnos, lo cual dilucido un rato después, cuando pregunto a colegas veteranos y me explican que “hebdomadario” es una palabra francesa que significa revista semanal”.
Los días posteriores, ve con dolor como Cortázar lo elude y le concede entrevistas a colegas de otros medios. Antes de partir le escribe una carta que desliza bajo la puerta de su habitación. “Lo he admirado toda mi corta vida pero ahora me ha decepcionado por ese costado prejuicioso que mostró en el elevador. Soy sólo un joven escritor que se gana la vida como periodista y sin dudas seguiré siendo su devoto lector, pero no puedo dejar de advertirle que el medio que me ha enviado no es gubernamental ni responde a la dictadura argentina, y mucho menos los que allí trabajamos merecemos ser condenados ligeramente y en conjunto como “colaboracionistas”.
Un mes después le llega una carta de Cortázar desde París, en la que le pide disculpas por su actitud y le ruega que lo comprenda: no quería que palabra alguna por él pronunciada en Chile pudiese ser funcional al régimen militar argentino, y por eso su fuerte decisión, la cual, por supuesto, no debe tomar como algo personal. Se despide amistosamente y le propone que lo visite cuando pase por París. Esa entrevista, sin embargo, Mempo no pudo hacerla jamás.

Quizás fue necesario que nunca la hiciera para poder separarse de él, para hacer de alguna forma una especie de parricidio literario, para encontrar su propio estilo, sus propias palabras. Lo que no pudo evitar fue compartir con el autor de Bestiario, el mismo amor por el cuento.“Yo escribo una novela cada cinco años. Escribo montones de cuentos que me parecen superiores, y me siento más cuentista que novelista, pero ¿quién te publica cuentos? Es muy difícil publicar cuentos. Cuando hablás con un editor y le decís: “Che, tengo un nuevo libro de cuentos”, te dicen, “no, cuentos no, Mempo. Traeme tu novela”. Eso creo nos pasa a todos. Fijate además, que está lleno de premios de novelas, pero premios de cuento, ¿adónde hay? De alguna manera, lo mismo pasa con la poesía. No son géneros menores, son géneros aminorados por el mercado. Pero uno no escribe pensando en eso. Uno escribe porque tiene que escribir. Yo si no escribo me muero. Después lo otro es una discusión que podés tener con tu agente”.

Mempo Giardinelli sólo piensa en el texto. Soñario, uno de sus últimos libros, demuestra que las leyes del mercado no lo preocupan. Fue un libro que hizo muy lentamente. Su actividad onírica lo fue pariendo. A pesar de ser su libro menos vendido y el que ha recogido las críticas más desfavorables, es una de sus obras que más lo representa. Inclusive cree que es uno de sus mejores libros. “Es un libro de un género peculiar. No sé cómo llamarlo. Puede que sea de una influencia borgeana o puede que para alguna gente sea un libro psicoanalítico”. Final de novela en Patagonia también es otro ejemplo de su heterodoxia, pero ahí es más consciente el cruce de géneros: es una novela, es un libro de viaje, es un libro con cuentos, con poesía, hay mucha crónica periodística. “Para mí fue muy gozoso escribir esos dos libros. Este para mí es un concepto importante. No digo divertido, digo gozoso. Cuando yo gozo la literatura es porque está bien lo que estoy haciendo. En cambio, cuando me torturo, estoy jodido. Tardo mucho. Doy vueltas. Me ataca la inseguridad. Yo soy un tipo horrible. Me detesto cuando estoy en un período creativo con inseguridad, con morosidad. Es realmente horrible. Es como cuando estás enamorado. Cuando te dejó la mina, sos una piltrafa humana, sos una porquería que no sirve para nada y cuando estás enamorado, está todo bien. A mí me pasa eso con la literatura”.

Los setenta fueron años trágicos para la Argentina, eso no es nada nuevo. Su generación fue la que intentó cambiar la historia a partir de sus convicciones y de la militancia. “Cualquier escritor que estuviera al margen de eso era como un marciano. Debían sentirse marcianos o que estaban en otro mundo. La participación ciudadana, política, social, militante, revolucionaria o no, según como uno lo piense, me parece que hace al orden de otro aspecto del ser humano. Tiene que ver con la ciudadanía, con la construcción de ciudadanía. La mía fue una generación que no tuvo educación ciudadana, educación democrática. Además estaba cerrada toda forma de participación. Hubo un tipo que se llamó Onganía que dijo “las urnas están guardadas, acá no se vota más y el que manda soy yo”. Es muy difícil frente a semejante manifestación autoritaria, que a la larga o a la corta no haya la participación militante que hubo. En mi opinión hubo acontecimientos pocos felices también del lado de la militancia. No soy de los que idealizan. No toda la militancia fue fantástica. Tuvimos a Firmenich que es un reverendo hijo de puta como Videla y con esto no hago la teoría de los dos demonios. Pero también estaba del lado de la militancia. Entonces, ese tipo de cosas marcaron mucho a la literatura. La cultura argentina está atravesada por todo esto. Lo importante es que hoy tenemos que ver que hemos emergido de una manera bastante buena, bastante digna. Hoy la Argentina vive en democracia.

Mempo mueve la cabeza –la barba blanca bien corta al ras de la cara– y con cierto brillo en la mirada me dice:

- “Loco, cuando vos naciste, esto era una carnicería. Hoy no es una carnicería, hoy tenemos muchos problemas pero no es una carnicería. Hace veinte años estábamos rifando el país. Hoy recuperamos YPF, podemos discutirlo, pero sabés qué, a mí me parece bien. Si se arrepintió Cristina, no me importa por qué lo hizo. Me importa que lo está haciendo. Prefiero eso y no las cagadas que se mandaron hace veinte años. Hace diez años en este país la gente decía: “este país de mierda la única salida que tiene es Ezeiza” y hoy están viniendo miles de bolivianos, españoles y rusos. Y a mí me parece bien. Me gusta porque me parece que es un país que está empezando a tener posibilidades. Por supuesto que hay cosas espantosas que todavía suceden. No hago ninguna idealización, pero este hoy es un país para vivir. Es un país donde mis hijos van a tener una perspectiva que yo no tuve y tienen una educación democrática que mi generación no tuvo. En mi generación de alguna manera era “matar o morir”, “revolución o muerte” y es muy jodido eso”.

Hacer literatura a partir de hechos recientes no es sencillo. “Nunca quise hacer una literatura política ni militante, más bien siempre traté de escapar de eso. Pero el imaginario personal siempre aflora. Durante un tiempo, supongo que escribí impregnado del dolor, de la bronca, de la frustración. El exilio fue eso. Yo estuve nueve años en México en el exilio y sí, todo lo que escribía entonces estaba cargado de esto. Era inevitable porque son los cruces que se van dando en la vida de uno”.

-¿No tiene miedo de que cuando aborda esos temas se estetice la tragedia? Guillermo Saccomanno habla de un “marketing del Holocausto”, ¿Puede que pase algo similar con nuestra dictadura a nivel literario?

-Conozco lo que dice Guille y lo respeto, pero no creo que pase porque la idea de marketing es una idea siempre positiva y que va a favor de lo que se marketinea y en este caso no es así. Yo tengo escrito un texto incluso en el que digo que muchos de nosotros, que hemos estado escribiendo, tenemos una visión muy crítica, muy dura de la dictadura, del genocidio, del robo de bebés, pero Videla no es personaje de la literatura argentina, Massera tampoco. Ni siquiera se merecen el papel del malo en esta película. “Ni el papel del malo. No existís, papito”. Y eso es algo que sale naturalmente. Nadie se puso de acuerdo.

Como muchos otros compatriotas, Mempo Giardinelli se exilió en México. Allí lo recibieron, le abrieron las puertas y nunca dejó de trabajar en periodismo. Fue, entre otras cosas, Director de la revista Forum y Expansión y colaborador permanente en la Revista de América y el diario Excelsior. En tierras aztecas, también publicó sus primeras novelas: La revolución en bicicleta (1980), El cielo con las manos (1981), Luna Caliente (1983) y Qué solos se quedan los muertos (1985). Ya a su regreso, con la democracia, se desempeñó como Subdirector de la edición argentina de la revista Playboy hasta que en 1986 funda Puro Cuento, una revista dedicada al cuento literario. Como explicó Mempo en un artículo que escribió en Página 12 a modo de homenaje por los veinticinco años de su aparición, en las páginas de Puro Cuento se publicaron “más de de 800 cuentos de la literatura universal, de todo el mundo y de todas las culturas. Y, dentro de ese total, 424 fueron autores argentinos, muchos de los cuales debutaron compartiendo páginas con algunos de los más reconocidos escritores/as de Latinoamérica. No pocos de ellos son hoy nombres mayores de nuestra narrativa. El 35 por ciento de los cuentos que publicamos, además, estaban escritos por mujeres, y eso en tiempos en que el machismo heredado de la dictadura y de nuestra historia era aún arrasador en la literatura argentina. Casi la mitad de los cuentos que se publicaron en las 36 ediciones de Puro Cuento, a lo largo de más de seis años, provenía de las mejores literaturas del mundo. De hecho publicamos cuentos de más de 70 países. De México fueron 57, y de sus mejores autores: Rulfo, Paz, Fuentes, Valadés y muchos/as más. De Estados Unidos, 43. De Brasil, España y Chile, casi 30 de cada país”.

La revista, como otro de sus grandes sueños, fue parida en el mismo departamento, atrás de la estación de Coghlan. Empezó con más entusiasmo que dinero y los primeros cuentos salieron de su biblioteca personal. Eran otros tiempos, no había fotocopiadoras y los textos tenían que ser copiados a mano. Todo lo que pudo pagar para publicitar la revista, fueron diez pasacalles. Con poco presupuesto, pero con muchas ilusiones, Mempo se asomó a los ladridos y festejó el lanzamiento con vino de damajuana en la Casa del Chaco, en Callao y Sarmiento. Entre los presentes, no faltaron sus amigos de siempre: Daniel Divinsky, Pedro Orgambide, Héctor Lastra, Noé Jitrik, Horacio Salas, Oscar Hermes Villordo, Silvia Plager, Norma Báez, Marta Nos, Orfilia Polemann, Marco Denevi, Graciela Falbo, Jacobo Timerman y claro, Osvaldo Soriano. Trabajaron a pulmón durante casi siete años, además de las 2700 páginas de cuentos, publicaron entrevistas con los grandes (María Elena Walsh, José Donoso, Carlos Fuentes, Silvina Ocampo, Edmundo Valadés, Bioy Casares, Tito Monterroso, Antonio Skármeta y tantos más), textos críticos y teóricos innovadores para la época y todo lo que podía servir a millares de cuentistas de toda la Argentina y de más de treinta países a los que llegaba la revista regularmente. La alegría duró hasta el año ´91. El gobierno de Menem, con Erman González y su corralito inicial primero, y luego Cavallo, los fundió como a miles de otras pymes. “A fines del ’92, la derrota fue total. Pagué todo y me quedé en la vía, aunque sin afrontar ni un solo juicio”.

-Lo escucho hablar de la revista y todavía se le nota la bronca y el dolor en su voz. Se me ocurre preguntarle si no pensó en reeditarPuro Cuento pero sólo en formato digital.

Se pone serio, me mira directamente a los ojos y me dice:

-Sí, lo tengo pensado y posiblemente lo haga. Lo que pasa que también es mucho laburo y no sé si tengo ganas de laburar tanto. Hoy cambiaron las condiciones de producción. Hace veinticinco años yo llamaba a fulano y le decía: “Che, comprá la revista que mañana sale un cuento tuyo”. Ahora tenés que pedir los derechos, que te firmen, que el agente, que si el editor te los da o no. Antes era mucho más fácil. Yo creo que pagué el derecho de autor unas diez veces en los siete años. ¿Quién te iba a decir que no? Si yo estaba promoviendo continuamente el cuento. Hoy está todo muy envilecido. El mundo está lleno de abogados y eso es una cagada. La desgracia de este mundo es que está lleno de abogados y no sólo en Argentina. En Estados Unidos no se puede vivir. Das un paso y hay un abogado que está denunciando algo. Le diste un beso muy fuerte a una mina contra un árbol y aparecés en Tribunales.

Mempo no se queda quieto. Juega con sus manos como quien dobla una servilleta imaginaria. Mira a cada una de las personas que pasan camino a la estación, pero sin embargo nada lo aparta de su discurso, de lo que quiere decir.

-¿Viste Carancho, la película de Trapero?, me pregunta invirtiendo los roles de esta conversación en la que él siempre está al mando.

-Sí, ¿por?

- Es una gran película. Da una dimensión de la vida que cuando yo estudiaba no existía. Más aún, me acuerdo que cuando estudiaba Derecho Penal, si alguien te decía que podías terminar haciendo eso, era una vergüenza. Era innoble pensar esa perspectiva profesional. Hasta había conceptos éticos que vos sabías que tenías que ir delimitando en tu propia vida, qué tipo de delincuencia podías defender o no. Y había cosas que por más que se pagara lo que fuera, no se hacían porque no se debía. Porque esos tipos no merecían más que una defensa formal. Todo eso cambió. Supongo que tiene que ver con que vivimos en un mundo más complejo, tecnológicamente mucho más rico. Hoy somos ya más de siete mil quinientos millones de habitantes en el mundo. Siete mil quinientos millones y todos pillan y cagan y se mandan macanas todos los días. Es muy difícil vivir así. En ese contexto, el derecho no es tan derecho.

Resistencia es la ciudad más poblada y la capital del Chaco. Su clima es semitropical y las temperaturas en verano suelen ser más altas de lo que un cuerpo puede soportar sin una cuota de considerable fastidio. Viven allí descendientes de inmigrantes europeos, criollos venidos de provincias vecinas y del Paraguay, y descendientes de pueblos originarios como tobas, matacos y mocovíes. Específicamente en lo que se llama El Gran Resistencia, el mayor conglomerado urbano de la provincia, Mempo decidió llevar a cabo su epopeya más ambiciosa: una Organización No Gubernamental sin fines de lucro que trabaja por el fomento de la lectura, la divulgación de la literatura nacional e internacional contemporánea y el desarrollo sustentable del Nordeste Argentino a partir de prácticas culturales y solidarias. Esta Fundación que lleva su nombre, toma su actual forma jurídica y fiscal en marzo de 1999, a partir de un primer fondo constituído por su fundador después de ser galardonado en Venezuela con el Premio Rómulo Gallegos y de la decisión de legar en vida su biblioteca personal y ponerla al servicio de la comunidad.

-Yo pensé que un día me iba a morir y dónde iban a quedar todos estos libros. También tuve un par de enfermedades en mi vida que me afectaron un poco. Las enfermedades siempre te acercan, te hacen pensar en la muerte. Entonces, ¿qué vas a hacer con eso? ¿dejárselos a quién? ¿a mis hijas? Puede ser, pero a ver si después se pelean. Que una quiere, que la otra quiere. Van a terminar dividiendo. Cada una va a querer llevar los libros del viejo a la casa. ¿Quién va a manejar eso, no? ¿Con qué mujer estaré el día en que me muera? ¿qué sé yo? Yo he tenido una vida bastante heterodoxa en términos afectivos.

Cruza las manos, hace un silencio y se queda inmóvil como quien quiere matar a una mosca. Vuelve de su viaje a ninguna parte y dice:

-No iba a dejar la biblioteca en la provincia de Chaco… Unos trece mil volúmenes, de los cuales unos tres mil están autografiados por sus autores, muchos de ellos reconocidos mundialmente.
Hace otro silencio, como si me dejara espacio para otra pregunta, pero enseguida continúa:

-Si la dejaba ahí, iba a a terminar en un galpón y se la iban a comer los ratones, se autoconvence. Podría ser en la Universidad del Noreste, que era la Universidad en la que estudié. Pero ¿qué Universidad acá se hace cargo de una biblioteca? Entonces todo esto me fue llevando a pensar que yo tenía que dejarla en un lugar en el que pudiera sobrevivir. Y ahí se me ocurrió la idea de hacer una Fundación. Entonces, preferí donar en vida mi biblioteca. Que de todos modos sigue siendo mi biblioteca. Cuando quiero voy y miro lo que se me ocurre. No es que la perdí. Además yo soy un hombre que ha hecho promoción de la lectura toda mi vida.
Más de una vez ha dicho que la lectura también es un desaparecido de la dictadura. Es el desaparecido treinta mil uno. “La hicieron bolsa a la lectura. Por el miedo, la censura, la quema de libros, el asesinato y la desaparición de intelectuales. El imaginario social lector de la Argentina, se achicó. Leías y te costaba la vida”.

Después, en la crisis de 2001, Mempo tuvo otra idea: se le ocurrió que las abuelas que tenían mucho tiempo libre podrían ir a leerles cuentos a los chicos que más lo necesitaban. “Hoy el programa “Abuelas Cuentacuentos” es lo que le ha dado más prestigio a la Fundación y se vinculó con que en la crisis de 2001, las abuelas venían y decían, “los chicos se quedan dormidos por hambre”. Bueno, entonces tenemos que hacer algo. Además de darle de leer, tenías que darles de comer. Ahí empezamos con la ayuda de algunos comedores. Empezamos a tocar timbres para que nos den unos mangos. Y vamos a comprar arroz, vamos a comprar fideos, leche y lo que haga falta. Son cosas que por ahí la vida te las va imponiendo. No estaba previsto. En mi idea original era solamente tener un espacio donde la biblioteca sobreviviera. Por suerte la biblioteca va a sobrevivir y con un montón de actividad”.

La Fundación, la literatura y el periodismo, no le parecían suficiente. Desde el 2008 además, decidió abrir su propio espacio en Internet. Lo llamó Cosario de Mempo. Allí bajo el nombre “El laberinto y el hilo” viene publicando unos textos a modo de memorias.
Alguna vez dijo que hay que tener un ego demasiado grande para hacer una autobiografía. Cuando se lo recuerdo, me mira sorpendido y me dice:
-¿Yo dije eso? Uno dice tantas cosas. Lo que estoy haciendo es limpiar papeles, juntando agendas viejas, libretitas y otras cosas que tengo. No publico todo pero sí algunas cosas que valen la pena. Hago un viaje y si estando en el viaje algo me produce un impacto, lo cuento. Tengo allí un pequeño grupo de seguidores. Muchos de ellos son amigos o amigas. Me fui convenciendo de que tengo una vida que ha sido y es muy rica. Cualquiera de nosotros tenemos una vida muy rica. Ojalá Abelardo (Castillo) hiciera lo mismo, ojalá Liliana (Heker): escribir lo que uno vivió. Hemos sido protagonistas de la cultura argentina de los últimos cuarenta años, ¿por qué llevarlo a la tumba? Yo empecé a ver que en todas las sociedades la memoria es un concepto que no está vinculado al ego. Está vinculado a la responsabilidad social.

Mempo es un periodista de oficio, como los de antes, cuando las redacciones eran lugares muy ruidosos y claramente masculinos. En estos cuarenta años el periodismo se convirtió en una carrera que se estudia. Hay profesores y analistas que todo lo saben. Hay periodistas que parecen ricos y famosos. Mempo, pertenece a otra camada y le cuesta mucho dejar su oficio de lado. Otra vez, es él el que pregunta.

-Se murió Alfonsín ¿no hubiera sido bueno que nos dejara dos o tres libros con sus memorias? Hubiera sido fantástico. Perón en cierto modo lo hizo. Te podrán gustar o no, podrás compartir o no, pero hay diez libros que firmó Perón. Frondizi se murió, Illia se murió. Todo el mundo sabe que Illia fue un gran presidente pero no hay un libro de él. Me parece que hay una historia y no sólo en la política, también en la literatura, en el arte. A mí, por ejemplo, me hubiera encantado o me encantaría leer las memorias de Julio Le Parc, de Berni o de Soldi , pero no tenés nada de eso. La Argentina, en ese sentido, es un país muy mezquino. Yo creo que es bueno hacer esa recuperación. Uno ni desde lejos las quiere para hacer bandera, pero es una forma de decir “yo estuve ahí y te cuento lo que fue ese momento para que puedas ver un retazo que tiene que ver con la historia cultural nuestra”. A lo mejor dentro de cien años un pibe la puede leer y le puede ser útil. Yo quisiera leer las memorias de Borges y Cortázar. Alguien me dirá que su memoria es lo que escribió, sí es cierto, pero no es todo. A Borges lo están reconstruyendo sus respectivos exégetas. Alguno podrá simpatizar más con alguna biografía o con otra, pero ¿vos sabés la riqueza que hubiera sido una autobiografía de Borges? Simplemente que escribiera sus memorias, hubiera sido una maravilla. Entonces creo que desde esa perspectiva, ahora que la tecnología nos lo permite, uno puede hacerlo ¿Qué puede hacer un escritor de mi generación? Yo que soy un tipo completamente entregado a las tecnologías nuevas. Llego tarde pero me fascinan. A los sesenta años hice cine.

Mempo ve y escucha con mucha atención. Detrás de sus lentes, sus ojos grandes y oscuros intimidan, reclaman la misma atención que él pone en cada breve detalle.

-Alguna vez refiriéndose a la televisión dijo que prefería no mirar televisión porque dos horas de televisión significarían ciento ochenta páginas que no lee, ¿sigue pensando así? ¿Un intelectual puede estar aislado de lo que pasa en la televisión?

-No, un intelectual no tiene que estar aislado de nada, pero hay niveles y niveles. Si a mí me dicen que esta noche va a estar Abelardo (Castillo) en la televisión, yo voy a estar prendido mirando porque me parece importante. Ahora estar haciendo zapping como un boludo eso es perder el tiempo y no me va para nada. La televisión para mí es un medio más, como cualquier otro, tiene que ver con la vida cotidiana. Por ahí puedo pispear lo que ven mis hijos, pero yo no voy a una reunión y me pongo hablar de la última telenovela o que el tema de conversación de una cena sea lo que pasó en un programa de televisión. Por Dios, me levanto y me voy. Y lo peor es que me pasa permanentemente. Reuniones con gente que yo aprecio, que tengo ganas de ver y después se termina hablando alrededor de una mesa de lo que se vio en la tele. Además, como yo no lo vi, quedo completamente afuera de eso. Y si les digo ¿che, leyeron la novela de tal? Te miran como si vos fueras una especie de pelotudo inoportuno y por ahí uno lo es.

- En una entrevista que le hicieron en México en el año 2000, dijo que acá en la Argentina los intelectuales eran vistos como marcianos, que la clase dirigente no sabía bien qué hacer con ellos, ¿piensa que hoy eso cambió?

-Cambió y muchísimo. Eso se lo debemos claramente al kirchnerismo. El kirchnerismo no lo sabe pero se lo debemos a ellos. Es un cambio muy importante. En estos últimos años el rol de los intelectuales ha cambiado en la sociedad argentina. Hoy cualquier intelectual más o menos serio es consultado, es escuchado, es considerado. Se puede estar de acuerdo o no. Nunca falta el pelotudo que quiere hacer la polémica o el debate entre los intelectuales, que es lo más pelotudo que hay, pero no importa. Esa es la parte frívola. Pero el pensamiento en la Argentina es mucho más respetado. Hoy cualquier dirigente sabe que le puede ser muy útil la asistencia de alguien que lo ayude a pensar. Sobre todo si esto se hace de manera gratuita y generosa. Porque en realidad cuando ayudamos a pensar a un dirigente, estamos ayudando a pensar al país. Ahora, cuando el intelectual se convierte en orgánico porque defiende un partido, porque defiende una ideología o porque está a sueldo de alguien, cagó el intelectual. A mí me encantaría ayudar a pensar. Si Cristina leyó el libro (se refiere a Cartas a Cristina) yo estoy seguro de que algo le va a quedar. Yo ni le debo nada ni quiero que me dé nada ni recibí un mango de nada. No me importa porque yo no estoy para eso.

La plaza de la estación de Coghlan, está tranquila, casi desierta. Inclinado sobre un banco de madera, Mempo mira todo: las vías, el puente, los árboles, el pasto, los pájaros y sin que le pregunte nada, dice:

-Yo soy un lector de la puta madre, de eso no tengo ninguna duda.

-¿Está más orgulloso de las páginas que ha leído o de las que ha escrito?

-Con lo que escribí me cuesta más. Es muy difícil que uno haga la autoevaluación. Ahora, si tuviera que quedar en la memoria de algunos compatriotas, sí quisiera quedar como un escritor que no desmereció su época. Pero eso no lo podés saber.

Publicada en Eterna Cadencia, agosto 2014.