jueves, 21 de julio de 2016

Entrevista a Daniel Arcucci: “Las contradicciones en la vida de Maradona son justamente su coherencia"


 Nando Varela Pagliaro

 “Les habla Diego Armando Maradona, el hombre que le metió dos goles a Inglaterra y uno de los pocos argentinos que saben cuánto pesa la Copa del Mundo”. Así empieza Mi Mundial, mi verdad (Sudamericana), el libro en el que Maradona revisa el momento más brillante de su carrera.
Con una primera tirada de 52 mil ejemplares, ediciones en 18 países y en seis idiomas distintos, el trabajo que lleva la firma del Diez, contó con la realización del periodista Daniel Arcucci. Con él hablamos del proceso de escritura, pero también de las polémicas que despierta este libro en el que Diego recuerda, con su mirada actual, lo que pasó en tierras aztecas.
 -Más de una vez dijiste que no sos el periodista que más conoce a Maradona ni tampoco el más amigo. Sin embargo, tanto en Yo soy el Diegocomo en este libro, te elige para contar su historia. ¿Por qué creés que lo hace?
 -Creo que es una cuestión de confianza y respeto mutuo. Yo digo que no soy el que más lo conoce, pero a esta altura sí puedo decir que soy el periodista que más tiempo ha permanecido al lado de Maradona, como una especie de cronista suyo. Los dos aprendimos a darnos los tiempos que cada uno necesita. En mi caso, tal vez mi mayor virtud ha sido la paciencia. Saber esperar a Diego y tener bien claro qué es lo público y lo privado.
 -Mantener cualquier relación durante 30 años no es nada fácil y más si la otra persona es tan intensa como Maradona, ¿alguna vez tuviste diferencias con él?
 -Una sola vez,  en el año´97. Diego había vuelto a Boca, justo antes de retirarse. En esa época, yo trabajaba en la revista El Gráfico y lo iba a ver todos los domingos a la casa para hacerle una nota después del partido. En una de esas notas, él me cuenta que se estaba por ir a una clínica de rehabilitación. Me autoriza a decir que se iba de viaje, pero me dice que no cuente nada de la clínica. Cuando vuelvo a la revista, cuento lo que me dijo y les aclaro que sólo iba a escribir lo que me había permitido Diego. Al día siguiente, en el programa de Víctor Hugo, Aldo Proietto que era el director de El Gráfico, promociona la revista diciendo: “Y mañana en El Gráfico toda la verdad sobre el viaje de Maradona”. Diego escuchó eso justo antes de irse y se enojó muchísimo. En octubre de ese mismo año, lo llamé para su cumpleaños. Cuando alguien le pasa el teléfono, escucho que él pregunta: ¿quién es? Le dicen mi nombre y Diego desde el otro lado responde: “decile que le devuelva la cara al perro”. No lo volví a llamar hasta que nos encontramos en el Mundial de Francia, el día que Holanda eliminó a Argentina. Ese día nos cruzamos y Diego me saludó como si no hubiera pasado nada.    
 -Lo primero que llama la atención, de este revisionismo histórico futbolero que hace Diego en el libro, son las críticas a Bilardo. Rescata al plantel y no al planteo táctico. Detrás de esas críticas, ¿cuánto hay de resentimiento?
 -Yo no usaría la palabra resentimiento, aunque es una palabra que en la vida de Maradona existe. Sí hablaría de revisionismo. Él ve el Mundial treinta años después. En estos treinta años y sobre todo en los últimos, pasaron muchas cosas. Obviamente ese prisma modifica su mirada sobre Bilardo. Pero después cuando vas a la esencia, tiene fundamentos. El fundamento principal de su enojo es que él hace treinta años lo pudo haber traicionado a Bilardo. Cuando desde el gobierno lo llamaron para decirle que lo querían echar y Diego dijo: “si se va Bilardo, me voy yo también”. Veintiséis años después, en el mundial 2010, le pasó lo mismo a Diego y Bilardo actuó de otra manera: se quedó. Eso para Diego fue una traición. Si bien este dolor en Diego existe, luego analiza cosas que de verdad pasaron. De todos modos, Diego reconoce que fue Bilardo el que lo fue a buscar, cuando nadie lo hacía.
 -¿Es irreconciliable el vínculo entre ellos?  
 -Nada es definitivo en la vida de Maradona. Lo que muchas veces le llaman contradicciones en la vida de Diego es justamente su coherencia. Maradona se maneja mucho por lo que le sale de la boca del estómago, por decirlo de alguna manera. Por eso no me animaría a decir que es definitivo, sí diría que en este momento, justo cuando se cumplen treinta años, están muy distanciados.
 -El otro destinatario de los misiles de Maradona es Passarella, ¿Hablaste con él para saber su mirada del Mundial?
 -No para el libro, pero sí he hablado antes. Passarella tiene una mirada opuesta. Él se siente traicionado por todo lo que pasó. Lo bueno de esta revisión de Diego es que revive la dimensión que tenía Passarella. En este tema no hay ninguna contradicción: se enfrentó en aquel momento y sigue enfrentado treinta años después. No nos olvidemos que Passarella era “El gran capitán” y veníamos de Menotti y el mundial ´82 y la discusión menottismo y bilardismo estaba muy presente. Cuando Diego me empieza a hablar tanto del menottismo y el bilardismo, a mí en principio me pasó lo que le puede pasar al lector, que es pensar que Diego está contando esto por resentimiento. Pero cuando empiezo a hablar con otros compañeros y veo otras cosas que se han hecho en estos días, me doy cuenta que ese era el eje del tema: quién representaba a cada uno de los lados. Él dice que era menottista, pero se dio cuenta que en ese momento no había que ser ni menottista ni bilardista. Lo único que importaba era que la selección fuera campeona del mundo. Entonces, levantó la bandera del bilardismo porque sintió que era lo que le convenía a la selección. Con esa decisión instaló una filosofía que tiene que ver con poner al equipo por encima de todo.
 -¿Esa dicotomía Bilardo y Menotti sigue hasta hoy o ha quedado atrás?
 -Yo creo que lo peor de Menotti y Bilardo fueron y son los menottistas y los bilardistas. Ellos encarnan dos maneras de vivir el fútbol que le permitieron a la selección ser campeona del mundo. Esto es lo que Diego marca respecto de Passarella. Dice que Passarella no es que quería ser campeón del mundo solamente, él quería ser campeón del mundo pero con Menotti. Eso es lo que pasó después con menottistas y bilardistas. A ellos no les importa el objetivo hacia el que vas, sino quién lo lleva a cabo. Esto tal vez se ha diluido gracias a las nuevas generaciones de entrenadores.
 -Otro aspecto interesante es la mirada que Diego tiene de los ingleses y sobre todo del mítico partido contra ellos.
 -Esa fue una de las tantas cosas que más me sorprendió. Yo fui a hacer el libro del momento más luminoso de la vida de Maradona y pensé que no me iba a encontrar con demasiadas polémicas. Sin embargo, me encontré con varias. Pero al mismo tiempo, donde creía que me iba a encontrar un discurso, si se quiere hasta patriotero, en cambio Diego destaca la nobleza de los ingleses. Él dice que no hubiera podido hacer ninguno de los dos goles que les hizo a los ingleses contra algún equipo sudamericano. El gol con la mano, de las protestas de los jugadores, no se hubiera podido terminar el partido. El otro, el de las gambetas, al segundo que pasaba,  dice que lo hubieran bajado. En cambio, los ingleses fueron caballeros. En el libro cuenta mucho de la intimidad previa al partido. Dice que si fuera por los argentinos, en aquel momento debería haber salido a la cancha con un fusil a matarlos. Y él los tenía que matar pero con sus armas, que era  hacerles un gol con la mano y gambetear a seis y hacer otro.
 -¿Y es cierto que le hizo juicio a una revista inglesa que tituló que estaba arrepentido de haberles hecho el gol con la mano?
 -El único juicio que hizo por el tema de los ingleses no fue a nadie que le haya dicho que era un tramposo, sino a esta revista que publicó que se había arrepentido. Es increíble, porque en el libro le dedica casi el mismo tiempo a contar el gol con la mano, que el gol de las gambetas. Maradona pone a ese gol en el terreno de la picardía y de la intuición, no en el terreno de la trampa. Y de hecho dice que lo volvería a hacer. Lo curioso es que él está a favor de la tecnología en el fútbol y sabe perfectamente que ese gol se lo hubieran anulado. Pero les recuerda a los ingleses que si hubiera existido la tecnología, ellos tampoco habrían sido campeones del mundo porque el partido con Alemania en el ´66, no lo ganaban.
 -Con los treinta años del mundial, además de este libro, también salió otro excelente de Andrés Burgo y un documental, también muy bueno guionado por Ariel Scher. ¿Pensás que si hubiéramos ganado otra copa, la del ´86 ocuparía el lugar que ocupa?
 -Este es un tema muy interesante que tiene que ver con la argentinidad. Yo creo que si se hubiera ganado la copa de Brasil, tal vez no estaríamos hablando de este tema. Pasaría la fecha casi inadvertida. Diego dice que hay cosas que a esta altura son insuperables. El dice que algún futbolista argentino podrá hacer un gol donde se gambeteen a más rivales, por ahí hasta jugando con Inglaterra. Pero la circunstancia es lo que no se va a volver a repetir. Por eso el gol es único, porque hacía apenas cuatro años de Malvinas.
-Hace un tiempo lo entrevisté a Ezequiel Fernández Moores por su Díganme Ringo y hablábamos sobre cómo se hubiera llevado Bonavena con las redes sociales. Maradona, si bien es contemporáneo de las redes, no lo fue en su época de mayor apogeo. ¿Cómo creés que se hubiera llevado Diego con las redes?
-Maradona en el ´86 con Facebook, Twitter e Instagram hubiera sido imposible de medir lo que generaba. Pensá que después del mundial, generaba una noticia por minuto. Todo este idioma maradoniano, que está dando vueltas, por las redes se hubiera convertido en algo incontrolable.
 -Las declaraciones de Maradona siempre son jugosas para el periodismo. En el libro, por ejemplo, dice que no piensa volver a vivir en el país mientras Macri sea el presidente, ¿lo notaste tan en contra de este gobierno?
 - La primera vez que se enfrentó con Macri fue cuando era presidente de Boca. Sin embargo, con el correr del tiempo, diferencia al que fue presidente de Boca del que ahora es presidente del país. No sólo dice que no lo hubiera votado nunca, sino que agrega que es un exiliado por decisión propia.
 -Por último, ¿cómo fue el proceso de escritura? Imagino que no es fácil escribir un libro con Maradona.
 -Puedo decir que tardé treinta años, que tardé los ocho o nueve meses desde que Sudamericana me avisó hasta que lo entregamos o que me llevó esas tres semanas de convivencia con Diego en su casa de Dubai. Cualquiera de las tres respuestas sería cierta. Los treinta años tienen que ver con haber sido testigo presencial de ese mundial y con haber hablado mucho con el personaje en todos esos años. Los meses tienen que ver con la parte técnica de la producción del libro, pero lo que termina de romper todo, sin dudas son los veinte días con Diego. Como los primeros tres días no grabamos nada, yo pensé que teníamos que empezar por la parte más compleja, lo que no podía faltar. Esa parte para mí era cómo se armó este equipo, las famosas reuniones del grupo. Ahí me sorprende con su postura polémica con respecto a Bilardo. Entonces, me di cuenta que todo lo que yo sabía sólo me iba a servir para preguntar, pero no para hacer el libro.
Podría decirte que el libro lo empezamos en la Nochebuena de 2015, en su casa de Villa Devoto. Ese noche hablándole a su familia, micrófono en mano, les dice: “Les habla Diego Armando Maradona, el hombre que le metió dos goles a Inglaterra y uno de los pocos argentinos que saben cuánto pesa la Copa del Mundo”. Cuando termina de hablar, me acerco a la mesa y le digo: “Diego, ya tenemos el comienzo del libro”. Me faltaba el final y lo encontrarnos en Dubai a partir de algo que dice Diego en relación a Messi.
 -En ese final Diego se pregunta: “después de Messi, ¿qué?” ¿Cuál sería tu respuesta a esa pregunta?
 -Lo que plantea Diego es una enorme incógnita que nadie se está planteando en la Argentina. Nadie está pensando en el fútbol del futuro. Diego enciende un alerta al decir que siempre se ha trabajado sobre salvadores. O hay otro salvador en el futuro o hay que ponerse a trabajar en un proceso para que salgan verdaderos equipos, así no pasamos otros treinta años sin festejar un título.
Publicada originalmente en la revista Quid.

lunes, 11 de julio de 2016

Entrevista a Federico Jeanmaire:“La lengua es el gran olvidado de mucha crítica literaria”


Nando Varela Pagliaro

“Me cuesta el pasado. Y me cuesta el futuro, también. Soy china, me defiendo siempre. Pero la profesora de castellano se enoja igual conmigo y entonces le pone una calificación a mi prueba que no es buena”. Así comienza Tacos altos, la última novela de Federico Jeanmaire, cuya protagonista es una adolescente nacida en China, pero criada en Argentina.
Con casi una veintena de libros publicados, el autor de Papá y Más liviano que el aire, entre otros,  es de los que prefieren salir de su zona de confort cada vez que escribe una nueva novela. “Cuando te enamorás de las cosas que hacés, te empezás a repetir. Yo nunca he intentado tener una voz, siempre busqué tener mil voces”, dice Jeanmaire con el tono tenue y melodioso que mantendrá durante el resto de la entrevista. 

-Su Nuam, la protagonista de Tacos altos, en un pasaje del libro dice que “hay un momento de la vida en que cada hombre o cada mujer descubren quiénes son”. En tu caso, ¿cuándo descubriste que querías ser escritor?

-Supongo que fue algún día de marzo del ‘81. Estaba en Madrid y un tiempo antes me había enamorado por primera vez. El amor a veces te pone muy ridículo, pero también te hace madurar un poco. En ese entonces,  tenía cerca de veintidós años y estaba pensando qué hacía con mi vida. Por un lado, había hecho muchas cosas, pero por otro, no había hecho nada. Escribir era una de las cosas que hacía pero nunca lo había pensado como un oficio.

-Hasta que decidiste intentarlo, ¿qué otra cosa pensabas que podías llegar a hacer?

- Antes de escribir, probé pintar y actuar. En Madrid toqué la guitarra mucho tiempo en el Metro y en bares. No sé por qué, pero recuerdo que cerca de esto que te estoy contando, había leído una autobiografía de Paul Cézanne y el tipo en un momento cuenta que se había encontrado con una mujer mirando sus cuadros y esta señora le preguntaba por qué pintaba. A él lo único que se le ocurrió decir fue que pintaba porque le gustaba despertarse tarde. Eso fue algo que me quedó grabado. Entonces, yo también quería hacer algo que tuviera que ver con el arte. No quería levantarme temprano.

-Y desde que descubriste que querías escribir hasta que lograste publicar, ¿fue muy difícil el camino?

- Según la gente que yo más quería, las primeras cosas que escribí eran muy malas. Ahí me di cuenta de que lo mío era una vocación. Porque si te dicen que hacés algo mal e igual lo querés hacer, atrás hay una vocación. Publicar, publiqué cuando volví a Argentina, apenas subió Alfonsín.

-Apenas volviste a la Argentina, ¿empezaste a trabajar de bibliotecario?

-No, eso fue después, en el ‘87.

-¿A la par que uno piensa en ser escritor, en este país uno tiene que pensar de qué va a trabajar?

-No sólo pensarlo, sino que además tenés que decidir muchísimas cuestiones todo el tiempo. En algún momento, cuando ya había publicado varios libros, me aparecieron ofertas de trabajo, que por ahí eran mejores en lo económico y en el poder entre comillas que podía acaparar en el sistema literario argentino. Pero a partir de que empecé a trabajar como bibliotecario, me di cuenta de que era un trabajo escasamente estresante. No tenés que andar preocupándote por tratar de ser jefe o de ninguna otra cosa que te puede pasar trabajando en otros ámbitos. Por eso estar en una biblioteca, para mí era y es el trabajo ideal. Me da un lugar y un tiempo extra que de otra manera no lo hubiera tenido.

-Siempre que hablás de influencias nombrás a Sarmiento y Cervantes. ¿No leés a tus contemporáneos?

-Antes tal vez los leía un poco más. Por lo general, leo uno de los libros de cada uno y si me interesó vuelvo y si no, no.

-¿Pero preferís no dar nombres?

-Puedo dar nombres, pero me parece que es otra la cuestión. Un escritor cuando nombra sus influencias, en general no nombra a sus contemporáneos, pero no porque exista una competencia, sino que las influencias tienen que ver con quiénes escribís vos. El escritor no escribe solo, escribe con otros. Uno construye su manera de escribir a partir de las lecturas y de lo que han significado cada una de ellas y lo que has trabajado cada una de ellas. Eso es muy difícil que se dé con un contemporáneo porque esa es una persona que está haciendo el mismo trabajo que vos, pero tal vez con otros escritores dándole vueltas en la cabeza.

-¿No creés que de la mala literatura también se aprende?

-Absolutamente. Se aprende mucho más fácil de la literatura mala que de la buena. Es como la gramática, cuando uno lee algo que le gusta mucho, le cuesta más sistematizar por qué. Sabe que le gustó porque lo siente en el corazón y en la cabeza, pero hay que trabajar demasiado para descubrir cuál es el motivo real de eso que te ha gustado. Me refiero no sólo a las historias, sino también a cómo escriben, qué palabras eligen y dónde las ponen, cosas que solamente hacemos los escritores. En cambio, lo malo es muy pedagógico. Cuando uno lee algo que no le gusta, bastante rápido uno sabe por qué. Por ejemplo, en mi infancia leí mucho unos libritos de historias de cowboys muy malas. Con el tiempo me di cuenta de que esas lecturas en buena medida forman parte de mi estética. A mí me cuesta mucho escribir una comparación. Tengo muy pocas comparaciones y cuando las pongo, tengo que saber muy bien por qué las pongo. Eso me pasa porque estos libros estaban llenos de comparaciones y eso pasó a mi estética de una forma negativa. Ver que eso no me gustaba fue bastante fácil de ver. Ahora, ver por qué me gusta Cervantes es algo más complicado y me llevó muchos más años descubrirlo.

- Antes hablabas de las palabras que elige cada escritor. Cervantes tiene un lenguaje muy lejano y tus contemporáneos claramente uno más actual. Desde ese lado, ¿sí te influyen tus contemporáneos?  

-Que la lengua de Cervantes me quede lejos no quiere decir que no pueda ver, descubrir y describir el trabajo que él hace con la lengua. Eso lo puedo hacer con él como con un contemporáneo. Algo que aprendí de Cervantes es el hecho de no representar el habla de un momento histórico determinado, sino crear lenguas artificiales. Cervantes en el Quijote no escribió como se hablaba en esa época, sino que lo que hizo fue crear una representación de la lengua muy rara hecha en función de cómo se escribían los libros de caballería que ya tenían más de cien años. Todas las representaciones que se quedan pegadas a la realidad de un habla en determinado momento histórico, dicen algunas cosas sobre ese momento, pero también las esconden. Me interesa mucho más la significación que pueda crear un lector a partir de algo que no le resulte cotidiano, sino fantástico. Creo que la lengua es el gran olvidado de mucha crítica literaria. Sin embargo, es el lugar donde se produce la literatura.       
 
-Yendo a Tacos altos, ¿Cuál fue el disparador que te llevó a escribir una novela china?

-En primer lugar, mis intereses personales, que son básicamente el tema de la soledad, la incomunicación y la violencia. En segundo lugar, tengo un encantamiento con lo chino. En general, el porteño no se lleva tan bien con lo chino como me llevo yo. Luego, el nacimiento de la novela tiene que ver con un hecho real que sucedió en el año 2013 a partir de una huelga de policías que hubo en casi todo el país, menos en la capital. Durante esa huelga, en el país murieron cerca de veinte personas. En el Gran Buenos Aires murió una sola, que es el padre de la protagonista de la novela. Esa noticia, que apenas salió en dos diarios digitales, con muy poco espacio y con muchas contradicciones entre ambas notas, de algún modo también funcionó como disparador.
 
-Cuando ganaste el premio Clarín fuiste con tu hijo a recorrer China. Ese viaje, ¿fue una especie de trabajo de campo para escribir la novela? ¿Te pusiste investigar sobre su cultura?

-Leí muchas cosas sobre la cultura china, pero la verdad es que no investigo para escribir mis libros. Por ejemplo, conozco Suzhou, que es uno de los lugares donde transcurre la novela, pero no conozco Glew que me queda mucho más cerca. Si yo fuera un escritor que se preocupa por la representación de la realidad, debería haber ido. Pero yo decidí no ir porque prefiero imaginarme cómo es Glew.

-Antes decías que el porteño no se lleva tan bien con lo chino. ¿Qué grandes diferencias hay entre ambas culturas?

- Yo creo que la cultura en un gran porcentaje tiene que ver con cuestiones automáticas. Yo me levanto y tomo mate. No pienso si es mejor el mate, el té o el café y entonces decido qué me conviene tomar. No,  tomo mate porque nací en el campo y en el campo tomar mate es algo natural. Es natural culturalmente.
En cuanto a los chinos, a mí me parecen los seres más prácticos que conocí. No me parecen muy espirituales, sino que los veo sumamente materialistas y con un cúmulo de supersticiones infernales. Ellos, durante el día, hacen un montón de cosas de forma automática por pura superstición. Como por ejemplo el hecho de  tratar de sentarse siempre mirando hacia el este. En china los móviles que tienen el número cuatro se venden muchísimo más barato, porque el número cuatro es lo peor que les puede pasar en la vida.


-Con Tacos altos volviste a Anagrama después de muchos años, ¿Cómo fue la vuelta?

-En realidad nunca me hubiera querido ir de Anagrama. Yo fui finalista del Premio Herralde en el año 90 con una novela que se llama Miguel, que es una autobiografía ficticia de Cervantes. Cuando Herralde la publica me dice que había que cambiarle el título, que había que ponerle Yo, Cervantes. Que era mejor  avisarles a los lectores de qué se trataba, yo me negué a cambiarlo. También me dijo que en la tapa quería que estuviera la que se supone que es la foto de Cervantes, yo en cambio prefería algo que tuviera que ver con el Quijote. Además, quería que sacara un prólogo muy corto porque la parecía mucho más divertido cómo empezaba después; yo tampoco acepté. Cuando yo no acepté todo eso, él lo aceptó e incluso decidió publicarla, pero me dijo la diferencia entre hacer una cosa y otra son miles de ejemplares vendidos. Yo volví a insistir en mi postura y le contesté que los libros se van a vender igual. Efectivamente, tuvo razón y el libro no se vendió. Al tiempo, le mandé otra novela y él me contestó que no, que ya habíamos probado. Después nunca más le volví a mandar nada. Con los años me lo he encontrado en distintas ferias del libro, pero no volvimos a hablar del asunto. Hasta que me lo encontré en Frankfurt hace dos años y me dijo ¿por qué nunca más me mandaste libros? A partir de esa charla, decidí mandarle esta novela y por suerte le gustó. Esta vez fue distinto. Tacos altos no era el título de mi novela y tampoco eran así la tapa y la contratapa. Todo lo eligió él. Mi título era El humo tiene siempre ganas de cielo . A él le pareció muy poético, pero inútil para vender un libro. Me pidió un listado de títulos y entre los que le mandé eligió Tacos altos. Así que si ahora el libro no funciona, al menos no es mi culpa.       

-Después de tantos libros, ¿qué te gustaría que pasara con tu literatura?

-La literatura pasa pero no en los libros, pasa todos los días cuando estoy escribiendo. A mí lo que me pasó siempre es que yo me divierto mucho escribiendo. Puedo tener un día que no me sale nada, pero jamás diría que la paso mal.

-¿Y estás pendiente de la circulación que puedan tener tus libros o es algo que no te afecta?

-Hay como una doble vida. Una tiene que ver con el trabajo de todos los días y otra que tiene que ver con el ahora, con recibirte a vos para esta entrevista. Obviamente, ahora estoy esperando que el libro se venda porque eso por ahí me asegura que yo vuelva a publicar con Herralde. Pero eso tiene que ver con otra vida, llamémosla la del vendedor de libros. Esa vida ocurre muy de tanto en tanto y dura muy poco tiempo.


-En tu literatura hay dos corrientes estéticas: una más ficcional en la que podríamos incluir a Tacos altos y gran parte de tu obra y otra más autorreferencial con libros como Papá, La Patria o Países bajos. ¿En cuál de las dos estéticas te sentís más cómodo?

-Hay momentos en los que tengo ganas de una cosa y momentos en los que tengo ganas de otra. Ahora, si veo todo como si fuera un camino, estoy más cerca de esta ficción más riesgosa que no tiene nada que ver con lo personal.

-Y de casi de esa veintena de libros que llevás publicados, si tuvieras que quedarte con uno solo, ¿cuál sería?

-En la vertiente de lo personal, Papa es un libro fundamental para mí y en la vertiente más ficcional Montevideo es un libro que me gustó mucho escribir. Pero te confieso algo, cuando estoy escribiendo un libro, a mí me encanta el libro que estoy haciendo. Pero cuando lo termino me doy cuenta de que es una porquería, que otra vez me faltó muchísimo para conseguir lo que quería y por lo tanto, no me gusta. Por lo general, los libros salen mucho tiempo después de que uno los termina, entonces cuando salen, tenés que dar entrevistas y realmente uno piensa que ese libro no vale la pena. Con Tacos altos es la primera vez que el libro me sigue gustando y ya pasó más de un año desde que lo terminé.

-En alguna nota vieja leí que tuviste una época en la que no leías los diarios ni mirabas los noticieros. ¿Puede un escritor aislarse de todo?

-No estás aislado nunca. Las cosas importantes siempre te llegan. A mí me cuesta mucho abrir una noticia. Las pocas noticias en las que entro son las que me dicen algo de nuestra cultura. Como ésta sobre el chino que murió en el supermercado, que retomo en la novela. Me acuerdo que una vez vino Borges a la facultad y uno de los alumnos le preguntó por qué nunca había escrito sobre la realidad y Borges le respondió “¿Qué es la realidad?”. Yo estoy de acuerdo con él. Porque esté más informado no voy a estar más en realidad. Mi mamá tiene 84 años, ve los canales de noticias durante todo el día y piensa que todo el tiempo le van a entrar robar. Tal es así que llenó la casa de rejas. Por más que ella haga eso, no creo que viva más en la realidad que yo. Porque eso es una representación, hay gente que elige lo que vos a ver de la realidad. Nabokov decía que realidad y libertad son palabras que solamente quieren decir algo cuando van entre comillas. Es imposible definirlas y que nos pongamos de acuerdo. ¿Desde cuándo leer un diario te hace vivir más en la realidad?

-Sé que te gusta mucho hacer trabajos de carpintería, ¿qué similitudes encontrás entre los dos oficios?


-Hago trabajos de carpintería pero también hago muchas otras cosas de la casa, como pintar o plastificar los pisos. Las hago primero porque me hace bien meterme con lo manual y segundo porque hay una relación que yo he encontrado entre ambos oficios. Cuando hago este tipo de tareas consigo algo bastante similar a lo que consigo cuando escribo: no pienso en nada más que en lo que estoy haciendo. Si estoy pintando, clavando o cortando una madera, me cuesta muchísimo pensar en otra cosa que no sea eso. Hacer estas cosas es una de las pocas maneras de tener la mente en blanco. Para mí escribir también es tener la mente en blanco.

Publicada originalmente en la revista Quid, julio 2016.