domingo, 26 de julio de 2015

El libro recordado: Cuentos de los años felices - Osvaldo Soriano


Nando Varela Pagliaro


Hasta que cumplí quince años mi vida era solo una pelota de fútbol. Mi sueño, como el de la mayoría de los hombres argentinos, era llegar a Primera y jugar en la Selección igual que Fernando Redondo, mi ídolo de aquel entonces. Con la intención de sacarme un poco de ese mundo tan futbolero, mi mamá tuvo la gran idea de recomendarme algunos de los muchos libros que tenía en su biblioteca. El trato era así: ella me daba un libro; si yo lo leía, ese libro pasaba a ser mío y a formar parte de mi propia biblioteca. Si bien en un principio, ella estaba contenta porque su hijo por fin había comenzado a leer, pronto descubrió que desprenderse de sus libros mucho no le agradaba. Lo cierto es que gracias a su ocurrencia cayó en mis manos Cuentos de los años felices de Osvaldo Soriano. Leer esas historias me hizo descubrir que podía entrar en otros mundos, conocer el lado B de nuestros próceres y a la vez, seguir pensando con los pies. Igual que siempre.

Publicada originalmente en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, julio 2015.

viernes, 17 de julio de 2015

Entrevista a Damián Huergo: “Los escritores marginales de hace treinta años hoy le ponen nombre a museos y a centros culturales”



 Nando Varela Pagliaro

Damián Huergo nació y se crió en Longchamps, donde “un par de botines cotizaba más que una biblioteca”, según  escribió alguna vez en El Ñoqui, un relato suyo que pertenece a un subgénero extraño que llamó “literatura de cuñados”. Además de escritor, Damián es sociólogo y colabora en los suplementos Ni a palos y Radar de Página 12. Publicó el libro de cuentos Ida (2012) y acaba de editar Un Verano, su primera nouvelle. “Un verano empezó a escribirse a partir de dos escenas. Una la escuché en el tren, una frase suelta que una madre joven le dijo a su hija. La otra la armé con mis demonios. No las voy a contar para no meter spoiler, como dicen ahora las abuelas. Luego las escenas se fueron mezclando y marcaron el tono y la estructura de lo que creció alrededor”.

-Un verano transcurre en una ciudad balnearia, que uno imagina muy parecida a Villa Gesell. Sin embargo, a lo largo del libro nunca se nombra el lugar, ¿a qué se debe esa elección?

-Empecé a pensar en Un verano como una especie de opuesto a Ida, mi primer libro de cuentos. Ida narra un viaje desde la periferia del conurbano al centro de la ciudad. Es un libro claramente territorial que demarca un paisaje, una cosmovisión del mundo construida desde la periferia y, sobre todo, desde el tránsito. Cuando lo terminé quería alejarme de ese territorio, romper la etiqueta "literatura del conurbano". Sin embargo, al igual que William Goyen, pienso que uno siempre escribe desde un territorio, al menos así es como me atraviesa la escritura (no la lectura: me considero un lector todoterreno). Por eso pensé en ubicar la historia en un pueblo costero, en uno sin nombre para que el lector lo haga suyo y lo cargue de sentidos. Al tratarse de una nouvelle sobre la adolescencia, me interesó centrarla en uno de esos sitios donde se comprimen intensidades, donde hay ciertas libertades propias del anonimato que nos empujan a ir por más; por más -incluso- de lo que pensamos de nosotros mismos. Ese pueblo costero es tierra firme pero movediza para Mauro, el protagonista. Además, el verano se asimila -en parte- a la adolescencia como periodo en la vida de un sujeto: es significativo, contiene mutaciones; fabrica recuerdos, dolores emocionales, alegrías desconocidas, todo en poco tiempo. Un verano remite a un periodo corto; por eso el título, una especie de contrato con el lector: te voy a contar lo que pasó en estos meses, una rajadura en la vida de este pibe, nada más ni nada menos.

-Fabián Casas, que sí necesita anclar su literatura en el barrio de Boedo, dice que la infancia es la etapa en la que uno carga combustible. De la calidad de ese combustible depende el tipo de persona que vas a ser cuando las papas quemen. Si bien Un verano es más una nouvelle sobre la adolescencia, en tu caso, ¿qué significa la infancia para tu escritura?

-Escribir sobre la infancia o la adolescencia no es poner el ojo en el pasado. Como dice un amigo, no deja de ser una pregunta actual. Es preguntarse sobre las transformaciones que surfeamos en el aquí y ahora, sobre los pasajes entre distintos estados, sobre las mutaciones de un joven que está dejando de serlo y busca esquivarle -junto a otros- a una adultez agilada. La infancia no deja de ser una referencia próxima, un lugar donde clavamos el compás para que nos ayude a entender alguna capa de lo que somos y de lo que hacemos con lo que nos rodea. Es habitual creer que el origen está en la infancia porque desde ahí proyectamos el inicio de algo. Sin embargo, cada vez estoy más convencido que el origen es ese lugar donde alguna vez fuimos felices, y en muchos casos la infancia lo es, por eso su valor y su reiteración en la literatura de muchos escritores.

-“Un pibe que conoce a Los Beatles por haber escuchado primero a Oasis te aseguro que no lo enderezás más”, le dice Roberto, este ex combatiente de Malvinas que se queja de las nuevas generaciones, a Mauro, el protagonista de la nouvelle. En la literatura, ¿creés que pasa lo mismo con los clásicos y los grandes autores?

-Roberto no es sólo un personaje que reniega de lo contemporáneo, en todo caso sí lo es en un sentido literal, pero considero que tanto para Mauro como para la novela es mucho más que eso. Roberto es un excombatiente grotesco, con una masculinidad moderna (de la vieja modernidad), que no se victimiza, un tipo que contrapone al mundo nuevo con el mundo viejo, al analógico contra el digital, un romántico derrotado, un orillero de la historia, un excombatiente que no se parece a los excombatientes disciplinados que van a los colegios, sino que podría hasta no serlo, hasta ser uno de esos uniformados truchos que buscan una jubilación. Roberto está más cercano a un clochard, a un lumpen, que a un héroe de estampilla. Su queja sobreactuada sobre la actualidad, que roza la autoparodia, es la estela de un espectro, la representación de un fantasma anacrónico que sobrevuela nuestros días. Desde ese lugar enuncia Roberto. Me cuesta pensar en una sentencia similar en la literatura. El lugar de lo clásico es movedizo. Los escritores marginales de hace treinta años hoy le ponen nombre a museos y a centros culturales. A la vez, hay algunos compañeros de ruta que me interesa leer más que a muchos de esos “grandes autores”; así como también hay varios escritores canonizados y carbonizados a los que siempre vuelvo, sobre todo cuando el palabrerío de algunos de mis contemporáneos empieza a fetichizar los signos de la época o a jactarse de que hablan en nombre de ella.  

-Otra de las cosas que le dice Roberto a Mauro es que “en algunas historias, distinguir entre ficción y realidad es jugar a un juego que no tiene premio”. En Un verano, ¿Qué lugar ocupa la ficción y qué lugar lo autobiográfico?

-Un verano es una novela de ficción en estado puro, lo cual no significa que no incluya el universo que uno habita. La relación de ciertos temas a priori es involuntaria. Uno escribe y luego se va conociendo y reconociendo en lo que escribe. Sí, lo que me sucede, es que veo en la novela un universo propio, un universo que me inquieta, que siento mío, que está ahí. Sea en el orden de lo ideológico, lo económico, lo político y/o lo cultural. Encuentro en esta nouvelle un montón de aspectos de mi cotidianidad: el vínculo a través del fútbol; la sexualidad al palo; los muros de clase; la vida pantallística y la escuela como grandes formadores-mediadores; la voluntad de asociarse con otros, de romper el cerco solitario; la guita -ganada, perdida- como variable constante de las conductas. Luego, como me dijiste en otra charla, está la búsqueda de una escritura genuina, de una prosa que intensifique la experiencia y empuje a borrar las coordenadas que delimitan la ficción y lo real. 

-En alguna entrevista dijiste que “uno -salvo que sea Nabokov- siempre escribe para otros. Ignorar las condiciones y hábitos de recepción de los nuevos lectores sería romper la estructura básica de la comunicación”. En Un verano, ¿cómo imaginaste a ese lector? ¿Más parecido al pibe futbolero que fuiste o al escritor que sos hoy?

-Una de las satisfacciones que me está dando el pronto recorrido de la novela es que está encontrando todo tipo de lectores. Desde algunos más sofisticados que me nombran las huellas de Le Clezio y Erri De Luca, críticos que alumbran zonas de las que no fui consciente ni en lecturas posteriores, hasta otro tipo de lector que no suele leer literatura y se “enganchó” por el ritmo y la historia, como me dijeron. Por eso pienso en los lectores en general, no en modelos de lectores específicos. Al fin y al cabo, lo que más me interesa de escribir (y publicar) es encontrarme con afinidades electivas, acompañar al libro para que se cruce y se potencie con desconocidos absolutos.

-También dijiste que Juan Bautista Duizeide es una de tus influencias “por la versatilidad de su obra a destiempo de las corrientes de moda, y por la sinceridad y honestidad con que asume la derrota de hacer literatura”, ¿Ser escritor ya de por sí es asumir una derrota?

-De Juan Bautista siempre admiré su ética clandestina, su indiferencia a la guerra por la atención -como la llama Agustín Valle- propia de nuestra época. Es de los pocos escritores de su camada que no le dio bola o no leyó mal el axioma literario de Osvaldo Lamborghini “Primero, publicar, después escribir”. Respecto a tu pregunta, en términos de capital económico y de otros valores ponderantes de nuestra sociedad, escribir literatura es asumir una derrota. Sin embargo, en los últimos años se armó un circuito de prestigio y de distribución de capitales que creó una idea tranquilizadora, una falsa ilusión de éxito, de carrerita literaria. Creer en eso (no deja de ser una cuestión religiosa) es no soportar la derrota. Y, en lo personal, la literatura cobarde y del cálculo no me interesa.

-Desde hace tiempo venís reseñando libros, sobre todo en Radar y Ni a palos, ¿cuánto te construye como autor el hecho de escribir tus lecturas?

-Uno entra a la literatura como lector. Esa es nuestra infancia literaria, el lugar donde fuimos felices. Escribir sobre lo que uno lee es extender ese territorio, un modo de ponerle palabras al roce con la lectura. En lo personal nunca me consideré un crítico. De por sí, cuando me cambié de letras a sociología fue para esquivarle al rótulo y, en particular, a la salida laboral. No me interesaba ser crítico, aunque sí siempre me interesó leer crítica literaria. Lo que hago en Radar y en Ni a Palos, lo que intento hacer mejor dicho, hay veces que sale y otras no tanto, es lo que con Fernando Krapp llamamos reseñas narrativas. Es decir, narrar en relatos breves la experiencia de la lectura; marcar un punto de vista sobre el mundo a partir de una novela; contar lo que batalla en el cuerpo de la ficción donde entran en tensión nuestros demonios más reales. 

Publicada originalmente en Revista Paco, julio 2015.

domingo, 12 de julio de 2015

Entrevista a Juan José Becerra: “Uno no puede salir a conquistar lectores porque ya no está haciendo literatura”



Nando Varela Pagliaro  

“Hace poco, en estado vigilia, esa situación en la que uno no sabe a qué orden pertenece lo que sucede, me imaginé que éste era un libro en el que podía introducir todo lo que quisiera, una especie de libro sin fin”, dice Juan José Becerra de El espectáculo del tiempo, su nueva novela editada por Seix Barral.
Alejado de un argumento convencional, Becerra registra, de modo fragmentario y sin un orden cronológico, una enormidad de sucesos íntimos y familiares con los que reconstruye los retazos de una vida.   

 -Hay muchos datos compartidos entre Juan Guerra, el narrador de El espectáculo del tiempo y vos, que hacen que uno piense que se trata de una novela autobiográfica. Fabián Casas dice que siempre se usa a sí mismo como materia prima porque le falta imaginación ¿En tu caso con qué tiene que ver esa elección?

-Lo más fácil de suponer es creer que uno puede escribir una autobiografía y en realidad es imposible que eso ocurra. La diferencia que hay entre la imaginación autobiográfica y la experiencia autobiográfica en el campo de la literatura es abismal. Son dos mundos, no solamente distantes, sino enfrentados, circulando en orbitas diferentes. Por lo tanto, desde mi punto de vista todo es ficción. A tal punto todo es ficción que la voluntad autobiográfica desfallece frente al hecho concreto de que cuando uno se pone a escribir no puede hacer otra cosa que ficción.

-Uno de los personajes centrales del libro es el padre de Juan, un tipo que cree estar fuera del sistema. ¿Para ese hijo que quiere ser totalmente distinto al padre, escribir esta novela en algún punto es un acto de amor hacia él?

-Sí, yo creo que es un acto de amor lo que pasa es que el acto de amor incluye  al sentimiento amoroso que es un sentimiento sucio. Me parece que el amor es una tendencia sentimental de adoración, pero en ese flujo de adoración se cuelan una infinidad de impurezas. Sin ir más lejos, entre esas impurezas está el odio. ¿Cuántas veces nos encontramos experimentando odio hacia la persona que amamos? Por lo tanto, me parece que sí es un personaje al que el narrador ama, pero lo ama con esas salvedades, que son las salvedades técnicas del amor.

-¿Cuán importante es la lectura que haga tu familia de un libro como éste? ¿Te pusiste algún límite a la hora de escribir?

-Yo quería que el libro funcionara como una bestia, que tuviese sangre y que no reparara en ningún tipo de limitación moral porque luego, las limitaciones formales aparecen solas. Pero desde el punto de vista moral, de la corrección literaria me parecía que el libro tenía que violar todas las fronteras que lo precedieran porque esas fronteras no están en un libro cuando uno lo escribe, sino en un acto anterior que es el momento en que uno piensa lo que va a escribir. En este caso, lo que yo quise hacer fue extraer una primera literatura, como si fuese una literatura en bruto y dejarla convivir con un primer pensamiento, no con un pensamiento ya de segunda o tercera generación, que es el momento en que el escritor empieza a pensar lo que ha pensado por primera vez. Quise abandonarme a ese tipo de operación para que el libro pudiese tener el efecto de que en esa escritura había una situación de verdad.

-En cuanto al modo de narrar lo sexual, está claro que no tuviste ningún límite. ¿Cuál fue la mayor dificultad en ese sentido?

-Yo siempre vi a la pornografía como un sistema de representación. Así como la geografía es un sistema de representación donde se va del territorio al mapa, en las cuestiones del cuerpo, la pornografía es un lenguaje que intenta algún tipo de descripción sobre las cuestiones sexuales, pero que no son el sexo. Al funcionar como un sistema de representación, no hay nada que preguntarse, simplemente hay que escribirlo.   

Las mujeres entran y salen de la novela continuamente. ¿Es el amor o es lo sexual lo que termina de sostener a tu personaje?

-El amor así como incluye una tasa de odio variable, también incluye una tasa de sexo variable. No sé a quién se le puede ocurrir imaginar una historia de amor sin contemplar esa prestación que es el sexo. Para mí el sexo funciona no sólo como plataforma de la pareja, sino como plataforma de la familia. No hay ninguna familia que pueda sostenerse sin sexo. El motor de la felicidad familiar es el sexo. No digo que no se pueda sostener una familia sin sexo, sí se la puede sostener pero a costas de la infelicidad.

Debe haber familias que por una cuestión fisiológica, propia del paso del tiempo, ya no tienen sexo y sin embargo son felices.

-Coincido. En la medida que pasan los años hay otra cuestión que las sostiene y puede ser el homenaje a los buenos años de sexo.

 -En la novela aparecen dos narradores ¿Ese segundo narrador vendría a demostrar que los libros nunca ser terminan de escribir?

-Este es un libro que escribí hace unos cinco años y en el transcurso de ese tiempo no volví plenamente a él, pero sí volvía cada tanto y lo abría en alguna zona y leía un fragmento, tratando de hacer una especie de corte transversal. Lo que descubrí es que cada vez que lo abría y lo releía, estaba en total desacuerdo con lo que había escrito. Un lector en el fondo es una especie de corrector y esa sensación no la perdí nunca en cada uno de los pasos en los que abrí el libro para saber qué había hecho. Entonces, me di cuenta de que podía intervenir una nueva voz porque al intervenir este narrador tardío, dejaba en claro también el paso del tiempo adentro del libro. No solamente para los personajes, sino también para la persona que lo escribía.

-En una entrevista dijiste que “la incorrección es uno de los deportes masivos de la vida”, ¿por qué no es tan frecuente encontrar esa ferocidad en la literatura?

-Porque después de la antropofagia y el incesto, el tercer gran tabú es el de no decir lo que se piensa. Habría que ver si podría existir lo que llamamos sociedad destrabando ese tabú. Es evidente que así como la felicidad familiar está sostenida por el sexo, la sociedad está sostenida por la diplomacia.

-También dijiste que “la felicidad no está en la agenda de la literatura” ¿No se puede escribir desde la felicidad?

- Con la experiencia de la felicidad no hay nada que quede pendiente, son experiencias redondas. Uno, por más que sea un escritor feliz, escribe historias a las que le han faltado algo. Hay una vocación en el escritor de completar algún tipo de déficit. Ese déficit puede ser formal, prosaico y también puede tener que ver con una agenda vital. El escritor por lo general regresa a esas zonas turbias de la memoria sólo a ver qué fue lo que ocurrió porque el pasado está lleno de cosas nuevas.      

-Decíamos que el padre de Juan es un tipo que está afuera del sistema ¿Ser escritor también no es estar un poco afuera?

-Un tipo que decide ser escritor tiene que estar decidido a formar parte de un sistema marginal y entregarse a esa actividad monacal y gratuita de la que no hay que esperar nada. Todo lo que pueda producir el hecho de que alguien decida ser escritor es un accidente o un malentendido. El escritor lo que tiene que hacer es encerrarse a escribir. Después uno puede tener su vida civil y su vida laboral porque si sos escritor lo segundo que tenés que pensar después de lo primero que es “me gustaría ser un escritor”, es “no voy a vivir de mis libros”. Si eso ocurre, será de casualidad. Entonces, hay que armarse una vida donde convivan diferentes estructuras, donde uno pueda ser un ciudadano y al mismo tiempo una especie de monstruo intratable. Desde hace años el escritor no tiene un lugar público. Puede tener un lugar si habla de otra cosa, no de literatura. Nadie lleva a un escritor a hablar de literatura a un programa de televisión porque le interesa a muy poca gente.

-¿Qué se podría hacer para que un libro tenga mayor circulación y no termine siendo un fenómeno de culto?

-No se puede hacer nada. El escritor tiene que escribir sus cosas y dejarlas en guarda. Si hay algún interés que despierte su libro, eso va a ser por parte del lector. Uno no puede salir a conquistar lectores porque ya no está haciendo literatura, está haciendo otra cosa. No me parece honesto hacer maniobras para ver cómo los lectores llegan a nosotros. Con la literatura, todavía las cosas funcionan muy a la antigua porque todavía sigue siendo muy importante la conversación entre dos personas sobre el libro que leyeron.

-Desde hace tiempo venís escribiendo sobre Boca en el Diario Olé, ¿el público futbolero se termina acercando a tu literatura o son compartimentos estancos?

-Puede haber alguna filtración, pero creo que son compartimentos estancos. Por lo general cada compartimento se siente a sí mismo como una fortaleza blindada. No creo que el lector de Olé sea incapaz de leer literatura o el lector de literatura sea incapaz de leer Olé, lo que digo es que cada cosa tiene su interés particular y son intereses muy disímiles. Yo mismo cuando escribo una cosa u otra me doy cuenta de que estoy haciendo cosas diferentes. Es como si en un campo fuese electricista y en el otro fuese piloto de avión.
  
-Refiriéndote al ensayo y la crónica dijiste que ambos son géneros más seguros porque el ensayista evita el riesgo con la cita y el cronista con los viajes, ¿dónde podría encontrar seguridad un novelista?

-La gracia del novelista es no sentirse seguro con nada, es la asunción de una fatalidad con gusto, que es la de no contar con ningún tipo de auxilio para escribir. No depender de ninguna referencia, de ninguna experiencia particular. Al novelista yo lo veo como si fuese un geólogo del aire. Uno va a buscar cosas que supone que están en algún lugar, sean imaginadas o vividas, y cuando se produce ese hecho, que es el hecho de la excavación, uno ve que la materia empieza a disolverse.

-Guillermo Martínez me dijo que tener éxito en el mundo literario es un pecado, ¿vos cómo te llevás con la figura del escritor y el éxito?

-Nunca me plantee ser un escritor con figura. En cuanto al éxito de la literatura, no sé en qué consistiría porque es algo que no se puede medir. Por eso uno muchas veces piensa que aún en el éxito uno está fracasando. Sí se puede hablar del éxito del capital, pero es otro tipo de éxito, que vale para el tipo que vende autos. Creo que la literatura no se corresponde con la palabra éxito y que todo más bien tiende al fracaso. No lo digo como una impostura. Una vez fantaseé con que el éxito de un escritor sería el de enloquecer a un lector.

Publicada originalmente en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, julio 2015.