lunes, 21 de diciembre de 2015

lunes, 30 de noviembre de 2015

Entrevista a Maximiliano Tomas: “La crítica me sigue pareciendo una tarea necesaria"


Nando Varela Pagliaro

En esta última década, Maximiliano Tomas se ha transformado en uno de los principales referentes de la crítica literaria en la Argentina. Desde el diario Perfil - en sus inicios - o desde La Nación y la revista Quid - en la actualidad - viene registrando sus lecturas y generando nuevas preguntas acerca del estado del campo literario, la industria editorial y el periodismo cultural. Muchos de esos artículos breves ahora aparecieron reunidos en ¿Qué leer?, Una guía de lectura para los amantes de los libros, publicado en la colección Reservoir Books de Penguin. En palabras de Juan Terranova: “¿Qué leer? es un libro de nombres propios, de apreciaciones y valoraciones. Leerlo, discutirlo e interrogarlo será responsabilidad de los que hoy en la Argentina se digan lectores”.

-En el prólogo del libro decís que pocas cosas te interesan más que trabajar sobre el cuerpo de la literatura desde el lugar del crítico. ¿Tuvo que ver con eso que hayas relegado tu propia literatura? En tu caso, ¿no pueden convivir el crítico y el escritor?

-Sí: si bien no podría vivir sin escribir, en algún momento, hace ya casi unos diez años, me di cuenta de dos cosas de forma simultánea. Una, que ya no iba a ser un genio precoz, un wunderkind a lo Rimbaud, o a lo Capote, y que si mi escritura no iba a cambiar de alguna manera la historia de la literatura, mis escritos podían esperar. La otra fue que siempre, pero siempre, disfrutaba más de la literatura de los otros (de leer los libros de los demás) que de producir la propia. El viejo leitmotiv del lector antes que el escritor. Pero en mi caso era cierto, y lo sigue siendo. Y como me interesaba seguir leyendo literatura, y escribiendo, y ganándome la vida con el fruto de esas tareas, encontré en la crítica literaria la síntesis de todos mis intereses. Con un detalle, claro: tenía que empezar a formarme teóricamente. En eso sigo.

-Alguna vez lo entrevisté a Guillermo Martínez y él me decía que no ve una crítica independiente, que todos los críticos que colaboran en medios culturales tienen su obra escrita a la par y entonces compiten como juez y parte del mundo literario. ¿Estás de acuerdo con esa postura? ¿Se pierde “objetividad”, por ser crítico y escritor a la vez?

-El planteo es tan viejo, tan obvio, tan banal y tan interesado que no sé si sigue valiendo la pena discutirlo. Desde siempre los escritores hicieron crítica o ensayo literario. La historia de la literatura está plagada de ejemplos. ¿Hace falta repetir los nombres, una vez más, de Kafka, Borges, Sartre, Nabokov, Sontag, Piglia, Saer? Por otro lado no hace falta ser escritor, ni siquiera un gran escritor, para tener intereses más o menos espurios: en la literatura, como en tantos otros oficios y disciplinas, el prestigio se obtiene con obra pública y también con obra impública. En ese sentido, por ejemplo, el “Borges” de Bioy Casares es un manual de la rosca literaria. Después, hay críticos enormes, fundamentales, que nunca escribieron ficción, lo que también invalida ese planteo: Benjamin, Barthes, Adorno, Eagleton, Sarlo y siguen las firmas.

-En El amor en tiempos del kirchnerismo decís que “la literatura, a pesar de estar por encima del nivel del cine local, le importa a muy pocas personas, ¿por qué pensás que es tan difícil que el público masivo se acerque a los autores locales como sí se acerca a ver las películas de Trapero o de Szifron?

-Si lo supiera con certeza, probablemente estaría retirado y viviendo en el barrio del Poblenou, en Barcelona, a cuatro cuadras del mar. Pero hablando en serio, no hay manera de comparar la dedicación, el tiempo, la voluntad, la concentración y el deseo que hacen falta para abordar una verdadera obra literaria, cuando con apenas una de estas cosas, o con ninguna, uno puede comprar una entrada al cine, sentarse, comer pochoclo, salir de ahí y comentar con amigos los entretelones de la película delante de una pizza de Güerrin. Hay momentos para cada cosa. Y leer y ver una película son dos experiencias distintas. Desde que nació, el cine, que es una industria mayormente rentable y de capitales globales, goza de otras maneras de publicitar y comercializar sus productos. Siempre fue más popular que la literatura. Al menos que la literatura que me interesa, que no es la del mero entretenimiento. Los libros que yo leo son comparables con las películas de Llinás, o con las obras de teatro de Mendilaharzu o Spregelburd, y la cantidad de gente que los lee suele ser, también, muy parecida a la que ve sus obras y películas. El argumento de la cantidad no solo es fascista sino que tembién es mentiroso. Spregelburd y Llinás son tal vez dos de los genios del cine y el teatro argentino de hoy. Y Florencia Bonelli no escribe mejor que Federico Falco porque vende cien mil veces más ejemplares.

-En este contexto, ¿qué lugar ocupa un crítico literario?

-El lugar incómodo, marginal, anacrónico, casi te diría que hasta muchas veces inútil del tipo que se dedica a pensar sobre la producción literaria contemporánea y  trata de imponer sus gustos y sus preferencias estéticas al público lector, a través de argumentaciones sólidas, convincentes, inteligentes y cultas. Eso, en el mejor de los casos. A mí, en medio del caos de la industria editorial, del barro infecto de las redes sociales, de la estupidez extendida y beligerante de la sociedad contemporánea, me sigue pareciendo una tarea necesaria y apasionante. Claro, no son muchos los que piensan como yo.

-Durante varios años estuviste al frente del suplemento de cultura de Perfil. Hoy, ¿cuál es tu relación con los distintos suplementos? ¿Qué aciertos y qué falencias ves?

-No me hagas hablar mal de colegas, ya lo hice en su momento, cuando estaba al frente del suplemento de Perfil, y todavía me lo están cobrando. Por lo demás, al parecer, por la atención que les prestan y la importancia que les dan (cada vez menos páginas, cada vez peor hechos) los dueños de medios a estos espacios, cualquiera diría que tienen los días contados. Eso sería un error, por supuesto. Pero una vez más, los dueños de los medios no suelen pensar como yo. No hay más que seguir algunas páginas web extranjeras (Paris Review, New Yorker, Jot Down, tantas otras) para entender que se pueden editar publicaciones culturales hoy de un alto nivel, elegantes e influyentes, y con costos relativamente bajos.

-¿Hay algo que extrañes de tu época como editor de Perfil?

-Siempre me gustó el clima de las redacciones. Pero trabajé en ellas todos los días durante casi veinte años. No me vino nada mal este último tiempo de soledad, silencio y retiro. Fue como una desintoxicación. Ahora ya puedo recibir nuevas dosis de sociabilidad. Además, me escribo habitualmente con los pocos periodistas valiosos que quedan en los grandes medios, o los veo en la calle, en bares, en reuniones, en cumpleaños.

- Me llama la atención que estés completamente afuera de las redes sociales, ¿no creés que hoy la crítica, la conversación literaria circula más por Twitter que por los suplementos culturales?


-No. ¿Y acaso no es evidente que no es así? ¿Hace falta que diga por qué? Cuando no se convierte en una marea de insultos y ataques cobardes, muchas veces ni siquiera ocurrentes o graciosos, Facebook es el reino de los gatitos y los bebés, Twitter un espacio para hacer operaciones berretas y lamerse las heridas mutuamente e Instagram el pornosoft aceptado socialmente, las fotos de pies en la playa o el registro de la milanesa con papas que estoy por comerme. A mí que me perdonen, pero bastante tengo con mis múltiples trabajos, con la crianza de mis hijas, con atender el teléfono, contestar el mail y el Whatsapp, y sobre todo con las deudas de mi biblioteca, a mis casi 40 años, como para perder más tiempo aún.

Publicada originalmente en Revista Polvo, noviembre 2015.

domingo, 15 de noviembre de 2015

El libro recordado – Díganme Ringo – Ezequiel Fernández Moores


Nando Varela Pagliaro

Estaba por cumplir doce años, cuando en una librería me encontré con Díganme Ringo, una biografía de Oscar Natalio Bonavena escrita por Ezequiel Fernández Moores. Lo primero que me llamó la atención fue ver en la tapa al boxeador de Parque Patricios acostado en la cama, con el torso desnudo, un puño cerrado y un chupete en la boca, como si fuera un bebe. No lo recuerdo con certeza, pero estoy casi seguro de que fue el primer libro que pedí que me regalaran. Debía ser el año 96 y por entonces mi madre recién me había inoculado la pasión por la literatura. Su estrategia para que dejara de pensar en los libros como objetos hostiles fue mostrarme que la única manera que tenía de saber más acerca de las cosas que me interesaban era leyendo.

Por suerte le hice caso y muy pronto pude descubrir que nunca más iba a sentirme solo; que a veces perdiendo también se gana y que, como decía Ringo: “la experiencia es un peine que te dan cuando te quedas pelado".

Publicada originalmente en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, noviembre 2015.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Entrevista a Luciana Ravazzani: “La poesía se lleva bien con todos los estados de ánimo”


Nando Varela Pagliaro

Luciana Ravazzani es licenciada en Psicología y autora de los libros de poesía El ombligo de las naranjas (2011), Intenciones de hablarte (2012) y en estos días, Ediciones en Danza acaba de publicar Desde las bisagras, su tercer poemario.  

“Desde las bisagras” nace con el estar en un lugar diferente al que solía habitar cuando escribía. No fue una decisión premeditada, es algo que sucedió de manera totalmente inconsciente. Es como crecer. Uno crece, cambia, aunque no se dé cuenta .El lugar que tomé mantuvo del anterior la unión con lo más cotidiano de la vida pero esta vez, a diferencia de las previas, la mirada no estaba puesta afuera, no escribía desde cómo se veían las cosas sino que escribía desde cómo las sentía”.

-“Yo sé que la vida cabe en esa cama / donde te leo a Vallejo / y donde nos reímos de mí / y de mi juego a la tristeza / por un poema que es novela para llorar”, escribís en uno de los poemas del libro. ¿Creés que la poesía se lleva mejor con la tristeza o también se pueden escribir buenos versos desde la felicidad?

-Yo creo que la poesía se lleva bien con todos los estados de ánimo porque, al menos a mí, me pasa que me pide ser escrita cuando me está pasando algo del orden de lo emocional, es la manera que conozco o la manera que encontré de atravesar algunos estados de ánimo, los tristes y los felices también.
Antes creía que cuando uno está triste, no puede escribir, que es necesario tomar distancia. Eso sostenía hasta que murió mi mamá y escribí mi segundo libro de poemas “Intenciones de hablarte”. Me descubrí escribiendo poemas acerca de ella, de lo que habíamos sido, de su internación, de su partida y, para mi sorpresa, eran poemas duros que escribía lentamente, con la necesidad de hacer de todo eso, algo bello. Afortunadamente, fue poesía lo que nació y no catarsis.

-“Soñé que escribía un poema de los que ya no escribo, un poema inesperado como son todos los poemas”. ¿Cuánto de espontáneo y cuanto de corrección hay en tu poesía?

-El comienzo de un poema es, si no siempre, casi siempre espontáneo. Respecto de la corrección, tengo un límite. Si el poema, ese mundo pequeño, necesita demasiados retoques, debe descartarse y volver a ser escrito más adelante. Yo creo que con los poemas pasa lo que en el psicoanálisis, lo que pide ser escrito no se olvida, vuelve. “Lo que no se elabora, se repite”, decía Freud. Ese poema se repite hasta que logra ser bien escrito.

-A la hora de sentarte a leer, ¿qué buscás en un poema?

-Busco que sea lo más cercano y sencillo posible, no me gusta la poesía barroca, me gusta la poesía de Diana Bellessi, por ejemplo, que cuenta que recorriendo las rutas de América Latina en un momento se quedó sin plata y fue a parar a un hotel de citas. También busco que sea así de humana y que me cuente, que tenga algo de narrativa en su estructura. 

-Y cuando escribís, ¿imaginás algún tipo de lector?

-Pienso que no porque si imagino al lector, condicionaría qué decir y qué no y eso me parece que no es deseable.

-En los ´90 Fabián Casas decía que ya no quedaban lectores de poesía que no escribieran sus propios poemas, ¿Hoy eso cambió? ¿Cómo ves el panorama actual?

-La poesía es la pequeña voz del mundo como dice Diana Bellessi. Es más difícil encontrar lectores de poesía que lectores de narrativa. También hay muchos escritores de narrativa que no se acercan a la poesía. No sé si pasa lo mismo con los escritores de poesía, en mi caso yo leo de ambos registros y no hay uno que predomine sobre el otro. No sé si hoy eso cambió, yo creo que no, que la poesía siempre fue un universo mucho más pequeño.

-Siguiendo con cosas que dice Casas, hace un tiempo lo entrevisté y él me decía que en nuestro país a nadie le importa un escritor. Teniendo en cuenta este contexto nada alentador, por cierto, ¿cuál es el motor para seguir escribiendo y publicando libros de poesía?

-El motor en mi caso es vital. Yo no soy si no escribo. Puedo dejar de publicar, pero no concibo la posibilidad de dejar de escribir.

-¿Qué poetas contemporáneos recomendarías?

-A Diana Bellessi, Alicia Genovese, Joaquín O. Giannuzzi, Olga Orozco y Héctor Viel Temperley, entre otros.


Publicada originalmente en Revista Polvo, noviembre 2015.

lunes, 9 de noviembre de 2015

jueves, 5 de noviembre de 2015

Entrevista a Horacio Convertini: “La imagen del escritor torturado siempre garpa"


Nando Varela Pagliaro

Horacio Convertini llevaba más de veinte años trabajando como periodista cuando decidió empezar a escribir su propia literatura. Había un lugar de creatividad que el oficio no le terminaba de dar. Intentó primero con el comic, después con guiones de cine y paralelamente fue acumulando textos con alguna pretensión literaria, que después de guardarlos por unos meses en la computadora, los rompía prolijamente. Al final, algunos de esos textos empezaron a sobrevivir y se atrevió a mostrárselos a sus compañeros de trabajo, que además de periodistas son escritores. La buena devolución que tuvo del otro lado le dio el coraje que le estaba faltando para empezar a tomar la escritura como algo más intenso. Enseguida se cruzó por su vida el taller literario de Pablo Ramos. En términos futboleros, dice que Ramos fue el que lo ordenó en la cancha. Al mismo tiempo, empezó a participar en concursos literarios, para testear si sus textos tenían algo. Le muy fue bien con los premios y muy pronto pudo publicar. Desde 2008, año en que ganó el premio del Fondo Nacional de las Artes y publicó su primer libro, lleva editados el libro de relatos Los que están afuera, las novelas El refuerzo, La soledad del mal, El último milagro y New Pomprey y las novelas infantiles La leyenda de los invencibles, La noche que salvé al universo y Terror en Diablo Perdido infantil.

- El hecho de dedicarte tan intensamente al periodismo ¿te quita un poco de ganas para después escribir tu literatura?

-No, para nada. Yo pienso, como dice John Connolly, que el periodismo te da la suficiente gimnasia como para no temerle a una página en blanco y te da esa especie de impulso primario de que toda página en blanco tiene que estar rápidamente cubierta de palabras. En todo caso una página discretamente escrita es mucho más que una página en blanco y como escribir es reescribir, en algún momento esa página discretamente escrita va a ser una página bien escrita. Entonces, a mí el periodismo me dio esa solvencia frente a la página en blanco; me dio disciplina y también cierta perentoriedad porque uno en los medios está acostumbrado a que lo que se escribe, se publica.  Una nota no puede estar en el aire, tiene que estar cerrada, por ahí no de la manera ideal, pero sí tiene que estar cerrada. Ese ejercicio en la literatura es muy útil, sobre todo cuando estás enfrentando el desarrollo de un proyecto. El periodismo te ayuda a ir derecho a la meta. No es tanto detenerse, sino que es sentarse a producir porque sabemos siempre que una palabra trae a la otra.

-Y el escritor al periodista, ¿qué le dio?

- Los rasgos que yo tengo como periodista ya los tenía antes de que fuera escritor. La relación es totalmente asimétrica. En mi caso, el periodista le da al escritor la posibilidad de tener un sueldo seguro todos los meses, una obra social y una tranquilidad que en la literatura no podría encontrar y además le da ese ritmo y esa habitualidad que te da haberte manejado durante más de treinta años con la palabra escrita. En cambio, el escritor al periodista por ahora no le dio nada.   
     
-Hablemos de New Pompey, tu última novela ¿Cómo surgió la idea del libro y cómo fue el proceso de escritura?

-La idea surge en un momento en el que tenía ganas de escribir una historia de adolescencia y no de cualquier adolescencia, sino de la mía. Tenía ganas de que en esa historia aparecieran los paisajes de mi barrio de esos años. Por aquel momento me había reencontrado con muchos de mis amigos de aquella época y ese reencuentro había sido muy fuerte, muy feliz y muy gozoso. Además, me pasaba que me dolía mucho volver a Pompeya y ver cómo se había transformado el barrio de una manera terrible. No digo que el barrio hoy sea peor que el de antes, digo que era distinto y en esa diferencia me costaba reconocerlo. Antes era un barrio fabril y obrero, con fábricas que trabajaban las 24 horas, en donde la escuela pública era un lugar extraordinario, pero después vino el vendaval de los noventa y partió todo al medio. Hoy la geografía ya es otra. Quizás el obrero desocupado de los noventa ya tiene dos generaciones que no ha conocido el empleo formal y sí han conocido mucho más las drogas duras y cierto grado de marginalidad. Eso te duele porque en el sur hay muchas desigualdades que aún no se han superado. De ese deseo de escribir una historia de adolescencia y la fuerte imagen de volver a Pompeya y ver cómo cambió el barrio nace esta novela.

-¿Por qué se publicó primero en Venezuela y después acá?

-Porque no es fácil publicar en la Argentina, sobre todo cuando sos un autor algo veterano, no venís del palo de las letras  o probablemente no tenés un talento avasallador que se instale por sí solo. New Pompey, antes de ser publicada en Venezuela, la leyó Pilar Reyes que en esos años era la directora editorial de todo Alfaguara y me hizo una devolución extraordinaria. Mandó su recomendación para que se publique en Argentina y a los seis meses me llamaron para decirme que la novela les gustó, pero que no la iban a publicar porque no estaban desarrollando autores nuevos. Después, por suerte salió lo de Venezuela, que hizo que no me frustrara con el texto.  A mí me pasa que cuando tengo mucho tiempo un texto, lo sigo trabajando todo el tiempo, nunca lo dejo quieto, lo vuelvo a leer y siempre le echo la culpa a lo que escribí. Nunca creo que el problema esté afuera. Si algo falla, esa falla está en el texto.

-¿Ni siquiera el hecho de haber ganado tantos premios como ganaste te facilita el camino para publicar un libro nuevo?

-Los premios lo primero que hicieron fue construir mi autoestima de escritor. Es como si fueras un boxeador y probás la mandíbula que tenés. De hecho, casi toda mi obra está publicada gracias a los premios, pero más allá de eso era complicado publicar una novela como New Pompey, que yo no había presentado a ningún concurso. Entonces apareció lo de Venezuela y a mí me daba pánico porque pensaba que por la forma en que está escrita no iban a entender nada. Sin embargo, ayer me llamó Ulises Milla, el editor de allá, y me dijo que el libro estaba funcionando bárbaro. Incluso por encima del nivel de venta de los autores locales.   

-Como comentabas, ya desde el germen de New Pompey, tus amigos tienen un lugar central. ¿Cuánto pensaste en ellos a la hora de escribir?

-Lo que tuve en cuenta fueron muchas historias y personajes que aparecen, pero totalmente deformados. De todos modos, quienes han transitado conmigo esa parte de mi vida decodifican muy bien de qué se trata. La literatura es engañosa, es una forma bella y sutil de estafar, sobre todo con este tipo de historias realistas que enclavás en un tiempo y en un lugar, pero que en el fondo no deja de ser una ficción. Tal es así que hay amigos que creen acordarse de algún personaje de la novela, cuando en realidad ese personaje jamás existió.

-Fabián Casas siempre dice que le cuesta imaginar su literatura fuera de Boedo. En tu caso y en esta novela en particular, ¿qué lugar ocupa Pompeya?

- Es el gran protagonista que habla a través de Cali porque no presta sólo el escenario, no es solo un decorado. De algún modo lo que transfiere es un SOS de decadencia. El barrio a través del drama de Cali lo que dice es “me estoy cayendo, está por empezar otra cosa y ya nunca va a volver a ser lo mismo”.

-Además de tus amigos y el barrio, el club también es un anclaje muy importante. ¿Ese espacio que a nivel social hoy se perdió?

-Yo escribí toda la novela a partir de mi recuerdo, sin ir a Unidos de Pompeya. No quería ir a verlo porque tenía miedo de que el club real influyera sobre el club ficcional. Hasta que en un momento, cuando ya la había escrito, fui a reconocer algunos escenarios.  Fui en verano, con la idea de encontrar la pileta abierta y lo que encontré fue un club lleno de rejas, con el natatorio que no funcionaba y encima ni me querían dejar pasar. Realmente es triste ver como esos polos de acción social han desaparecido o se han reducido a su mínima expresión. Tengo amigos que mandan a sus hijos al club y me han dicho que en los últimos tiempos la situación mejoró. Pero para que tengas una idea del lugar que ocupaba el club, en Unidos de Pompeya hasta hicieron la fiesta de casamiento mis viejos. Había gente que entraba a la fiesta mostrando el carnet de socio, sin invitación. Un tío mío tuvo que salir a comprar comida de raje a la media noche porque era tanta la gente que se había colado, que se habían quedado sin comida. Unidos de Pompeya era un club donde las grandes orquestas de tango tocaban frecuentemente. Mi viejo ha visto a tocar a los mejores. Se hacían peleas de boxeo. Ahí vi pelear a Coggi, cuando era amateur. Bonavena y Accavallo también hicieron peleas en el club. Había mucha mística y muchas actividades. Era de una gran pujanza social e incluso cultural. Todo eso, a fines de los noventa se redujo a su mínima expresión. No es que quiero quedarme en el lugar tanguero de que el pasado fue mejor, pero hay que reconocer que las relaciones sociales cambiaron mucho. Hoy los pibes no salen a la calle, están todo el día encerrados, jugando entre ellos jueguitos en red. Nosotros estábamos todo el día en la calle porque no teníamos alternativa. A mí me parece que se terminó un modo de sociedad y empezó otro que se está armando y que todavía no sabemos cómo va a terminar. Aquella sociedad, que tenía un montón de problemas, su intolerancia política y también sexual, su acostumbramiento a las disrupciones militares y que tenía por otro lado una cara en la que todos encontraban su lugar bajo el sol, de alguna manera ya se terminó. Lo que ha venido a reemplazar a esa sociedad es algo que en algunos aspectos se le parece y en otros es totalmente distinto.

- Cali, el personaje principal, es un personaje con muchos matices y que claramente tiene mucho de autorreferencial. Si vos lo tuvieras que describir, ¿qué dirías?

-Cali soy yo. Tiene mucho de mí, vive en la casa en que yo viví, tiene alguno de los amigos que yo tuve, fue al club que yo frecuenté y conoció algunos aspectos de la sociedad de entonces que yo conocí. Cali es homosexual y yo no, pero Cali es el homosexual que yo hubiese sido. En aquel momento, un Cali de veinte años a fines de la dictadura y en ese barrio sobre todo, hubiese debido ocultar su homosexualidad o irse. Encontrar ese exilio interior en donde poder de a poco ir abriendo su sexualidad o disfrutándola. Para construir el personaje pensé en el puto que podría haber sido yo y a lo que me hubiese enfrentado de haberlo sido. En los últimos diez años, en la Argentina por suerte ha habido muchos avances con respecto a la tolerancia sexual y la admisión de las nuevas familias, pero la historia de la homosexualidad de  Cali está contada a fines de setenta y principios de los ochenta y el panorama era otro.

-Antes de la literatura intentaste escribir cine, New Pompey es muy cinematográfica. ¿Eso tal vez venga de esos primeros intentos o es casual?

-Tiene que ver con la forma en que yo pienso y planeo mi literatura. Yo me hago una película en la cabeza de lo que escribo. Por ahí eso se trasluce en mi narrativa, en mi estilo. Me gusta transmitir emoción, me gusta transmitir imágenes fuertes,  que el lector pueda ver las cosas que yo estoy viendo en mi cabeza, cuando estoy sentado frente a la computadora. Quiero que vea Unidos de Pompeya, quiero que vea el Puente Alsina y la Avenida Sáenz. Entonces, trato de alguna u otra manera que esas construcciones intelectuales, se le formen como imágenes en la cabeza.

-En tus novelas siempre hay un eje policial, que en este caso si bien no es lo central también está presente. ¿De dónde crees que viene tu gusto por lo policial?

-Creo que tiene que ver con cierta compulsión mía por la sordidez y la violencia, que es lo que genera contradicción con los que me ven de afuera porque no soy una persona así. Sin embargo, cuando escribo tengo una inclinación hacia eso. Me cuesta no encarar una historia que no vaya para ese lado, salvo cuando escribo literatura infantil. Por ejemplo, en los primeros aprontes de New Pompey, la historia iba ir por el robo y la cuestión sexual no estaba, pero apareció naturalmente porque necesitaba un elemento más de ruptura entre los personajes centrales. Tengo una tendencia a construir personajes complejos, con una mala adaptación con su entorno y que resuelven sus conflictos con algún tipo de violencia. A veces la violencia es física y otra emocional. Algunas de estas historias se encuadran dentro del género policial o del género negro en su más amplio espectro. A veces dudo de que New Pompey sea una novela policial y la biblioteca está dividida mitad y mitad. Hay escritores de policiales que consideran que sí es una novela negra y otros, entre los cuales me incluyo, que creen que lo negro no está puesto por el elemento policial, sino por la cuestión social y el drama de los personajes.

–Hablabas de literatura negra, últimamente parece que hay una especie de boom del género. ¿Es así o en realidad hay más escritores y festivales que lectores de ese tipo de literatura?

-Yo creo que hay muchos lectores del género que siguen autores extranjeros con el esquema de “hay un enigma, lo vamos a resolver. Después hay un segundo caso, un tercero y una saga que se continua hasta cuando el autor ya no está más, como el caso de Millennium. Para ese tipo de literatura del cuentito del enigma, sí hay un gran público. Por otro lado, hay otro tipo de literatura negra que funciona en un nivel más de tribu  y que se lee en otros círculos, no en el gran público. Ahí hay tantos autores como lectores y la condición lector y autor se entremezcla.  A mí una de las mejores cosas que me pasó en la vida literaria fue haber ganado el Premio Azabache con La soledad del mal. Esa novela, por falta de posibilidades para publicarla, estaba a punto de desarmarla y transformarla, pero por suerte gano el Azabache y de algún modo el género negro me encuentra y en el género encontré a tipos muy generosos como Guillermo Orsi, Leo Oyola, y Juan Carrá y podría nombrarte a muchos otros, son tipos que te leen, que te apoyan cuando hacés algo y que además generan proyectos: Fernando del Rio y Javier Chiabrando con Azabache, Ernesto Mallo con el BAN, Fernando López con Córdoba mata, permanentemente están generando cosas. La verdad es que en todo esto encontré un mundo que me encantó haber conocido y me siento a veces un tipo que viaja con documento falso. 

- Siguiendo con el género, pero mezclándolo con tu oficio periodístico ¿Pensás que hay una  correlación entre lectores de policiales de diario y lectores de novela policial?

-Me parece que son compartimentos estancos. No estoy muy seguro de haya una franja muy grande de lectores de policiales. Lo que sí creo es que hay una masa de gente que es receptiva de la información policial porque tiene que ver con su seguridad y con sus miedos interiores. Por otra parte, el lector de literatura policial elige ese género porque es el que más le divierte y punto. A mí siempre me dicen: “vos fuiste periodista de la sección policiales, por eso escribís novelas policiales”. Y no es así. Por ejemplo La soledad del mal la escribí cuando ya trabajaba en Espectáculos.

-En lo que tal vez haya una correlación es en que la sección policial de los diarios es la que más se asemeja a la literatura.

-Puede ser porque cuando vas a contar la historia de un crimen lo que estás contando es un cuentito, pero de lo que no estoy muy seguro es de que la masa de lectores del género policial venga de la gente que lee o escucha las noticias policiales, sino serían muchos más. Volviendo a lo del boom, te diría que es tal el entusiasmo que ponemos los escritores del género que a veces me da la sensación que creamos el espejismo del boom. Más allá de que hay autores que tienen muchísimo éxito como Pablo de Santis o Claudia Piñeiro. 
 
-Antes hablabas de lo difícil que es publicar para alguien que arranca relativamente tarde y que escribe una literatura como la tuya. ¿Pensás que este tipo de narrativa más directa no es tan valorada como tal vez lo es otra literatura más críptica?

-Yo creo que ser críptico es una elección estética válida y legítima y que sin duda da algún dividendo. Incluso si a eso le adosás cara de dormido y una pose contrariada, es extraordinario. Tenés un paso hacia el canon asegurado. A mí no me gusta jugar a algo que no soy ni imponerme ensayos o experimentos literarios que tampoco me interesa leer. Ahora el que lo quiere hacer, que lo haga. Lo que también es verdad es que ciertas cosas que se presentan como complejas, tienen el plus de que es solo para elegidos. Yo voy por otro lado, tengo un estilo directo, realista y lo que quiero es transmitir emociones, imágenes fuertes y el mundo que  tengo en la cabeza.

-En alguna entrevista dijiste que sos “un burgués feliz y convencional, el campeón de la estandarización”, algo que es raro de escuchar en un escritor ¿Se puede ser escritor y ser feliz o la literatura y la felicidad van por caminos separados?

-Garpa mucho la imagen del escritor torturado, del escritor en contra del sistema o que está aislado por el sistema. Tal vez en muchos casos es cierto y son historias dramáticas y terribles, pero en otros casos son poses. En lo personal, vivo bien, soy una persona de clase media y extraordinariamente feliz, con una familia fantástica y sin embargo cuento historias tremendas. Hay gente que me dice: “¿Cómo podés escribir las cosas que escribís, teniendo la vida que tenés?” Por ahí es Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Lo que sé es que no me gustaría dar de mí una imagen que no tengo. No estoy loco, no me drogo, todos los días me levanto temprano a la mañana y escribo con regularidad y con mucha pasión. Tal vez mi mayor desafío es superar las propias dudas que me genera lo que estoy haciendo.

- Por último, te escuché decir que tenés un cajón con muchas cosas que todavía no publicaste, ¿Qué queda en ese cajón? 


-Queda un proyecto de novela gráfica que se llama Ojos de pescado, que estoy trabajando con el ilustrador Javier Rovella; quedan algunos cuentos que van a salir publicados en septiembre, el libro lo va a editar Notanpuan y se va a llamar Aguante y también estoy terminando el primer borrador de una novela que otra vez sucede en Pompeya. Es una ficción distópica de una Argentina arrasada por los zombis.

Publicada originalmente en la revista Polvo, noviembre 2015.

viernes, 30 de octubre de 2015

Entrevista a Martín Sivak:“Clarín quedará como uno de los grandes temas del kirchnerismo”


Nando Varela Pagliaro
 En un contexto de plena polarización política y mediática, Martín Sivak acaba de publicar Clarín, la era Magnetto, la segunda parte de la monumental historia del Grupo Clarín y en la cual trabajó de manera exhaustiva en sus últimos siete años. En esta nota con el autor, entre otras cosas, hablamos sobre cómo fue el proceso de investigación del libro, cómo fue entrevistar a Héctor Magnetto y cómo imagina el papel de Clarín ante un posible Gobierno de Scioli o de Macri. 
 -En el primero de los tomos sobre Clarín decís que “la historia política de los diarios ha sido un género poco explorado”, ¿Por qué pensás que pasa eso cuando tenemos un periodismo tan autorreferencial?
-En general, toda la historia de la prensa es un fenómeno sub-estudiado en América Latina. Hasta el 2008, había muy poco publicado sobre historias de diarios; más allá de algunas memorias o algunos libros importantes como el de Sidicaro sobre La Nación, el de Fernando Ruiz sobre La Opinión o el de Saítta sobre Crítica. A partir del 2008 hubo una especie de explosión de “opinionismo”, comentarios, estudios y libros instantáneos sobre los medios y la verdad es que llegan muy tarde, porque no es un tema para nada nuevo. Lo que sí es nuevo es que un gobierno elija a un grupo de medios como principal adversario. De todos modos, este es un fenómeno que no se da solo en Argentina, sino que también pasa en distintos países de América Latina.
Cuando empezaste con el proyecto, la primera editorial a la que le presentaste la propuesta te dijo “con Clarín, no”. ¿Tendrá que ver con eso la falta de material? ¿Cuán difícil fue llevar adelante el proyecto y encontrar quién te lo financie y publique?
- Obviamente que la influencia de Clarín en el campo político y en el cultural es muy relevante, pero no diría que no se publicaban libros porque Clarín había arreglado con las editoriales para que no lo hicieran. Me parece que a esa primera editorial a la que yo le ofrecí el libro, tal vez no le cerraba la ecuación. Preferían tener un buen vínculo con Clarín, antes que publicar un libro como el mío.
-¿Te costó convencer a Planeta para que lo editara? 
-No, para nada. En particular Ignacio Iraola, que es el Director de la editorial, tenía mucho interés en el libro e incluso apoyó el hecho de separar el trabajo en dos tomos, que pensándolo de un modo comercial, tal vez no es lo más recomendable.  
-Puede que no sea recomendable, pero le da cierto carácter de libro definitivo. 
-Nunca lo pensé así. La tesis doctoral, que es de donde surge el libro, es mucho más pesada. Lo que yo quería hacer era un libro de no ficción, pero aprovechando de la mejor manera todo el material, que fue muchísimo más del que yo suponía. Entre la cantidad de entrevistas y el equipo que leímos la colección completa del diario, fue muchísimo. Cuando pensé el proyecto, no lo pensé de esa manera. Después, me fui dando cuenta que la única manera de hacerlo bien era así. 
-Cuando presentaste el libro, Horacio Verbitsky te dijo que tal vez todo ese trabajo de revisión de los diarios luego no fue tan productivo en el desarrollo del libro, ¿estás de acuerdo? 
-Fue una buena observación y en el momento no lo pude argumentar bien, pero después me quedé pensando en eso. Si ves la cantidad de horas que pasamos en la hemeroteca y lo que sale en el libro, fue una inversión de tiempo pésima. Sin embargo, creo que fue muy productivo. Para darte un ejemplo concreto, cuando  empecé con este trabajo había tres libros que son como santorales de Roberto Noble. Según estos libros, Clarín fue un perseguido por el primer peronismo, pero la realidad es que al revisar los clarines de los primeros diez años del peronismo lo que vimos fueron dos cosas: que Clarín fue el primer diario que reconoció la victoria del peronismo y que desde noviembre del ‘46 hasta los días finales del golpe del ‘55, Clarín apoya al gobierno peronista. Si no hubiésemos revisado el periodo como lo hicimos, no podríamos haber establecido esto.       
-En la era Magnetto, ¿cuánto del espíritu de Noble se conserva en el diario?
-La idea del diario generalista, ideológicamente flexible, con mucha atención sobre deportes y espectáculos son marcas de Noble que permanecen. La diferencia es que Noble cuando lanza Clarín, la metáfora que usa es la de la catapulta para que él pueda posicionarse y volver a la política. Magnetto, es todo lo contrario: eligió el anonimato, la poca figuración y estar escondido en las páginas de Clarín. Curiosamente, el Clarín de estos años sí pretende tener más coherencia ideológica. El sentido organizador del diario ahora, claramente es el antikirchnerismo. Lo que busca es impugnar al Gobierno de todas las formas posibles. Noble eso no lo hizo con nadie, ni siquiera con el Gobierno de Illia, porque hay algo central del primer Clarín que es la gran dependencia del Estado. Clarín sobrevive en primera instancia porque Noble establece una relación de toma y daca con Apol y la Secretaria de Prensa y Difusión, que le permite sostenerse. Eso de inicio lo obliga a Noble, que ya había hecho una carrera zigzagueante como político, a preparar a Clarín para esos zigzags que tienen un costo de pérdida de lectores muy reducido. A mí me impresionó ver cómo Clarín pasa del furioso peronismo al furioso antiperonismo sin transición y eso no lo hace perder lectores. En este sentido, el conflicto con el kirchnerismo le da una coherencia a Clarín como grupo. Nunca antes Clarín funcionó tanto como grupo como desde el conflicto con el kirchnerismo, ni tuvo tanta homogeneidad en su línea editorial. Desde el ‘45 que no hay momentos de tanta polarización en contextos democráticos y el Clarín del ‘45 al ‘55 no refleja esa polarización, en cambio el de estos años sí.  
-Decías que Clarín no perdió lectores durante el cambio de postura del peronismo al antiperonismo, durante el cambio de postura frente al kirchnersimo, ¿cómo influyó el conflicto entre los lectores? 
-Pensar que el conflicto con el kirchnerismo le costó lectores, me parece que es perder de vista que ganó oyentes y televidentes. Lo que sí creo es que este conflicto afectó su credibilidad y que perdió mucho dinero. En una minuta que leí de los archivos de Clarín, dice que el diario perdió 200 mil lectores en estos años durante el conflicto, pero de esos lectores que perdió solo veinte mil dejaron de leerlo porque eran afines al Gobierno. De todos modos, no creo que el conflicto solo haya afectado la credibilidad de Clarín, sino que todos los medios han perdido credibilidad.

-Hace unos días lo escuchaba a Luis Zamora que decía que con el conflicto entre Clarín y el Gobierno la población no ganó nada. ¿Estás de acuerdo?

-Bueno, si pensás que los temas más urgentes son la pobreza extrema y la desigualdad; el conflicto, claro que no es un tema prioritario.

-¿Pero el conflicto no generó una población más atenta, más crítica?

-La clase media más profesionalizada por ahí está más atenta a los debates de la prensa. En algún sentido, también se corrió el velo de Clarín, pero creo que eso es para una minoría. Incluso, el debate de la ley de Medios generó gran controversia pero no se benefició al conjunto de la sociedad. El problema de la concentración es un problema de la democracia, no lo inventó el kirchnerismo. Con la ley ahora no se desconcentró el mercado de medios; al contrario, hay más concentración. Obviamente, desde el punto de vista del Gobierno hay una corpo buena y una corpo mala. A mí me parece que si el resultado de esto es que Cristóbal López sea uno de los principales empresarios de medios, evidentemente con esto la población no se beneficia. Al Gobierno por supuesto que le resultó muy redituable bajarle el precio a los opositores al presentarlos como meros reproductores de las ideas de Magnetto.

-Y al colocar a Clarín en el lugar del principal opositor, ¿terminó dándole más poder del que en verdad tenía o termina debilitándolo?

-Hay una cosa que es sorprendente que es la resiliencia de Clarín. Es cierto que Clarín perdió mucha plata y que perdió credibilidad, pero el 10 de diciembre vas a ver los ratings de audiencia y el grupo va a seguir estando arriba. Por ahí, ningún Gobierno va a ir tan al pie como han ido del ‘89 en adelante todos los gobiernos. Fontevecchia dice que ganó Clarín, para mí no es ganó Clarín o ganó el Gobierno. No es por buscar una posición ecuánime, pero creo que el Gobierno consiguió afectar al grupo en su economía, en su credibilidad y consiguió sacar a Magnetto del anonimato. Pero, si se hubiera aceptado la adecuación de la ley de Medios, Clarín ahora estaría dividido en seis mini-clarines. Siete años para que pase eso y se generen todas desinversiones ficticias, porque sabemos que el control lo seguirá teniendo Magnetto. Si lo vemos así, es fácil pensar que Clarín va a sobrevivir a este conflicto. 

-¿Por qué creés que no tienen éxito los medios oficialistas?
-Todos los gobiernos que ensayaron estos modelos de medios donde el objetivo principal es defender la obra del Gobierno y buscar contrapeso con los medios privados, nunca han tenido éxito. Por otro lado, no es tan fácil. Clarín a esos medios les lleva setenta años de ventaja. Vos no podés armar Tiempo Argentino, que vendría a ser el Clarín kirchnerista, de un día para otro. Es muy complicado generar y fidelizar una audiencia. Ese es uno de los grandes méritos de Clarín. Lo que también sucede en estos tipos de medios oficialistas es que aparecen estos capitalistas aventureros que lo que quieren es comprar medios porque es un pedido del Gobierno para habilitar otros negocios. No tienen una tradición en la industria de medios. El caso de Cristóbal López es evidente. Si fuese fácil replicar el modelo de Clarín, muchos otros lo hubiesen hecho. 
-El primer acercamiento que tuviste a Clarín fue cuando trabajabas en la revista Veintiuno que dirigía Lanata, ¿qué lectura hacés de su cambio de postura con respecto al grupo? 
-Que Lanata haya cambiado de posición no me sorprende, lo que me parece más relevante es que acepten el tipo de periodismo de Lanata, que durante treinta años fue antagónico con el de Clarín y eran irreconciliables desde el punto de vista del estilo, no desde lo ideológico, porque en Lanata no reconozco ninguna coherencia ideológica. No creo que eso sea algo que a él le importe demasiado. Pero el estilo, las formas, los temas y excesos de protagonismo que él siempre tiene, eso con Clarín no funcionaba. Ese tipo de estelaridad en la cultura periodística de Clarín está mal visto por la redacción y por la empresa. Ahora lo que es interesante es que finalmente Clarín al contratar a Lanata consiguió el modo más eficaz de impugnar al Gobierno. Lanata, como dice Martín Rodríguez, llevó la corrupción al segundo cordón. Muchos de los temas que Clarín no pudo instalar desde el estilo más matizado y menos estridente, lo consiguió a través de él. Es cierto que Lanata había sido muy crítico de Clarín, pero lo que no se sabe es que Magnetto siempre había sido muy crítico de Lanata. Lo consideraba poco serio, lo veía más como a alguien que hace slogans que como a alguien que hace periodismo.   
-¿Qué postura pensás que va a tomar el diario ante un eventual gobierno de Scioli? 
-Scioli es totalmente conciliador, así que seguramente podría tener una relación buena. Pasó tanto tiempo que nos olvidamos, pero el año político empezó cuando Scioli fue al espacio Clarín en Mar del Plata. Si llegara a ganar Scioli, le va a proponer una agenda positiva a Clarín y Clarín va a tener una agenda positiva con él. Además, si ves la colección del diario, Scioli en la década del ‘80 hasta firmaba notas en Clarín. Él en esos años tenía dos patas periodísticas, por un lado Enrique Moltoni en Nuevediario y por otro Clarín, porque la empresa de electrodomésticos de su familia era anunciante del diario. Para que tengas una idea del nivel de proximidad, cuando Scioli se accidentó y perdió el brazo, quien viajó con el padre de Scioli fue Marcos Cytrynblum, que era el Secretario de Redacción del diario. Por otro lado, el tema Clarín no es un tema al que Scioli apele en la campaña porque hasta ya dejó de ser tema para los periodistas. Clarín, quedará como uno de los grandes temas del kirchnerismo, pero en estas elecciones, gane quien gane, el conflicto ya no va a ocupar un lugar central. Tampoco creo que si gana Macri le va a ir  a entregar todo a Clarín porque toda la clase dirigente también ve un Clarín convaleciente, un Clarín golpeado, así que si gana uno o el otro, supongo que ambos van a tener un buen vínculo con el grupo.  
-Yendo a algo más puntual del trabajo del libro, ¿cómo fue entrevistar a Magnetto? 
-Hay distintas maneras de demostrar tu poder, una de ellas es no dar explicaciones, no exponerte y no responder a tus acusadores. Desde Ramos en adelante, muchos de los que trabajaron con Magnetto le fueron sugiriendo construir una suerte de personaje público. Todos los dueños de los medios de la liga en que Clarín quería participar, como Le Monde, The New York Times, tienen una voz pública. En cambio, Magnetto entendió que él podía prescindir de eso. Algo que es bastante osado pero también bien ilustrativo de la manera que ha ejercido el poder. Frente a esta decisión propia, a Magnetto le afectó mucho que Kirchner lo haya transformado en un personaje público. Por eso en la intensidad del vínculo que tenían, Kirchner detectó muchas cosas de Magnetto y Magnetto detectó muchas cosas de Kirchner. Con respecto a la entrevista en sí, intenté varias veces entrevistarlo. Fueron años de insistencia y fue la última entrevista del libro, en realidad fueron dos entrevistas: una en enero y otra en mayo. Ambas fueron para chequear algunas cosas y tratar de entender algunas decisiones empresariales que me costaban entender. 
-¿Te puso algún tipo de condicionamiento?

-El acuerdo de las entrevistas fue que sea off the record, pero después lo que le dije es que había varias partes que en off the record quedaban ridículas entonces pedí que fueran on the record. Esto dentro del periodismo político es una práctica muy común. Obviamente, yo hubiera preferido que fuera todo on the record.

-¿Le hiciste llegar lo que escribiste antes de publicarlo?

-Lo único que le mandé fueron las frases on the record porque la entrevista no se grabó. Solo había tomado apuntes.

-¿No te dejó grabarla?

-No es que no me dejó, yo no la grabé. Para mí un off the record no se tiene que grabar, aunque hay gente que los graba. Volviendo a lo de los cuestionamientos, una cosa que me hizo reír fue una crítica que hizo Javier Romero de la foto de tapa, como si al elegir esa foto lo que se intentó mostrar fuese su enfermedad. Esa foto la sacó Diego Levy para el New York Times y al final no se publicó. Para mí es la mejor foto que conozco sobre Magnetto y la que más se parece al Magnetto que yo vi esas dos veces. Obviamente que la idea de la foto no es mostrar su cáncer.

-De todos modos, no creo que le haya gustado verse en la tapa del libro.

-Puede ser. En la biografía autorizada de Magnetto que hace Ignacio López en la tapa hay una rotativa. Es como el colmo de no querer aparecer. De todos modos, a mí nadie me hizo ninguna objeción con respecto a la tapa. 
-Durante la entrevista con Magnetto supongo que en algún momento hablaste de la muerte de Kirchner, ¿no?
-En la primera entrevista no hablamos del kirchnerismo porque yo pedí que en el primer encuentro habláramos del ‘82 al 2003. Porque muchos argumentos ya los conocía por muchos de los memos con los discursos de Magnetto en los encuentros de Clarín o por las pocas entrevistas que dio a medios de afuera. De todas maneras, Magnetto me parece que todavía sigue enganchado en esta especie de diálogo imaginario con Kirchner. Él lo traía mucho a Néstor a la charla. El segundo encuentro fue solamente para hablar del conflicto. Como cuento en el libro, me sorprendió mucho esta idea que él tiene, que el país iba hacia una tiranía y Clarín fue una suerte de bastión de resistencia. 
-¿Pensás que Magnetto creía que con Néstor vivo, el desarrollo del conflicto hubiera sido muy distinto?
-Yo no sé si él piensa eso, pero sí lo pensaban las personas que trabajan con él y también las que trabajaban con el matrimonio Kirchner. Aun en los momentos de armonía, Cristina siempre mantuvo una distancia, no solamente con Magnetto, sino con la redacción. Kirchner en cambio pedía que determinado periodista viajara con él a las cumbres y junto con Alberto Fernández tenían una relación mucho más intensa con la gente del diario. Con Néstor en vida, la división del trabajo era así: Néstor se dedicaba a cómo dañar materialmente a Clarín y Cristina prefería los discursos más ideológicos. De todos modos, a nivel discursivo lo que siempre se va a recordar es el “¿Qué te pasa Clarín, estás nervioso?” de Néstor. Pero, volviendo a la pregunta, Néstor está muy presente en el discurso de Magnetto. Sin entrar en una cosa psicologista, fue un duelo de dos hombres enfermos.
-¿Te molesta que a partir del libro te encasillen como una especie de “Magnettólogo”?
-Yo no me consideraría así. Por otro lado, es cierto que las entrevistas con él tienen algún valor, pero en realidad las 900 páginas de los dos tomos están sostenidas mucho más en los testimonios de otros que hablan sobre Magnetto que en lo que él dice. Yo a él lo vi dos veces en mi vida y usé mucho más lo que me contó un Secretario General de Redacción que trató quince años con él, que mi impresión de esos dos encuentros. En todo caso, mi supuesta condición de “Magnettólogo” no debería ser por esos encuentros, sino por haber hablado con tantos que hablaron con Magnetto. Desde el cadete que se impresionaba por el modo en que comía su churrasquito hasta los presidentes y referentes políticos. Para mí fue muy importante hablar con De la Rúa, con Duhalde, con Cavallo, con Chacho Álvarez o con los empresarios. A los que menos puedo nombrar son a los empresarios de medios. Con ellos hablé con todos los importantes y ahí sí fue todo off the record porque son sus pares y le temen por ese estilo empresarial tan agresivo que tiene Magnetto. Clarín, al ser una empresa mucho más temida que respetada, no tuvo grandes solidaridades del empresariado argentino.  
-La última; para hacer los dos libros revisaste setenta años de periodismo, ¿cómo ves al oficio en la actualidad? 
-Yo veo una declinación muy pronunciada. En general, las empresas periodísticas invierten poco y se paga muy mal. Para hacer buen periodismo se necesita invertir. Hay excepciones; puede haber algún suplemento o un diario que esté un poco mejor, pero en términos generales hay una declinación constante. Hay un problema de mercado y con las crisis de los diarios de papel obviamente que todos los diarios se achican y los medios digitales tampoco pueden sostenerse. Entonces, la ecuación es pésima. Lo que uno hace es leer distintos espacios porque esa idea de que uno compraba un diario y ese diario lo satisfacía, ya dejó de existir.
Publicada originalmente en Revista Paco, octubre 2015.