domingo, 18 de enero de 2015

El disco recordado: Cocrouchis - Los Tipitos


Nando Varela Pagliaro

Hace más de quince años, cuando en las disquerías todavía se vendían discos y no heladeras y lavarropas, conocí a Los Tipitos. La primera vez que los vi estaban tocando en la peatonal de Villa Gesell, en la esquina de 106 y 3 y acababan de grabar "Cocrouchis", su segundo disco. En la calle, hacían covers muy conocidos como "Eleanor Rigby" en versión chacarera o "Fuga y misterio"  y otros no tanto como "Cutral-co" y "El hincha pelotas", de las Manos de Filippi o "Tranqui tronqui" y "Master of the universe" de Sergio Makaroff. De sus temas sólo hacían "El poli" y "Basta para mí". Para los que éramos parte de las míticas rondas en la peatonal, esas dos canciones de “Cocrouchis” fueron sus primeros grandes éxitos.

 En aquel verano de 1999, yo tenía apenas 15 años, el futuro todavía no había llegado y el sueño de ser músico recién comenzaba. El tiempo pasó, ellos concretaron su sueño y yo llevo ocho años recorriendo algunas peatonales, bares y boliches con Hijos de Babel y pienso que tal vez esas rondas en Gesell y ese disco de Los Tipitos tuvieron mucho que ver con esta vocación. 

Publicada en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, enero 2015.

viernes, 16 de enero de 2015

Memoria del aburrimiento


Nando Varela Pagliaro

Cuando Leonardo Favio estrenó  Soñar, soñar, Jorge Guinzburg, que por esos años escribía en la revista Satiricón, tituló su crítica sobre la película con un ingenioso “Roncar, roncar”. Si bien no coincido con la apreciación de Guinzburg  sobre el peliculón de Favio, es cierto que muchas veces el cine argentino tiene un alto efecto somnífero. Un ejemplo reciente dentro de esta categoría es En los ojos de la memoria de Betiana Burgardt. Se trata de un documental que intenta reconstruir la historia de Epecuén, luego de la inundación que sufrió en 1985 por la crecida de su lago. Para ello Burgardt recurre al testimonio de unos pocos personajes que vivían en la villa turística antes de que el terraplén cediera y dejara a todo el pueblo sumergido. A casi treinta años de la tragedia, hoy las ruinas de Epecuén resurgen de las aguas como un paisaje que entremezcla la pintura de Dalí con las ciudades de posguerra. La secuencia de planos a bordo de un bote que recorre el pueblo, no hace más que corroborar que Epecuén es el lugar al que desea ir todo fotógrafo. Hacia donde se dirija la cámara, todo es visualmente atractivo: los árboles secos, las casas derrumbadas, los trampolines de lo que fue la pileta pública y los restos del Matadero construido por Francisco Salamone en 1937. Todas esas imágenes hacen que la película tenga una excelente fotografía, pero con eso no alcanza. En ese confín oxidado dicen poco los relatos que Burgardt eligió para llevar adelante su película. Un empleado municipal, que jugaba al fútbol en el club del pueblo; un ex chofer de colectivo, que revuelve fotos viejas de un pasado irrecuperable; una mujer que vuelve en busca de su casa y un pizzero que sólo encuentra la felicidad en ese paraíso perdido, no aportan el contenido necesario para conocer la historia del lugar y tampoco logran conmover si ese era el efecto buscado. A pesar de que  la historia de un pueblo devorado por un lago podría resultar extraordinaria, en todo el documental cuesta encontrar un extracto interesante entre los testimonios de los habitantes que tuvieron que abandonar sus casas. El uso reiterado de largos planos del paisaje apocalíptico, si bien están correctamente musicalizados, dejan en evidencia la falta de un eje narrativo entre la sucesión de discursos. Tal vez, la película de Burgardt  hubiera sido otra,  con más cantidad y calidad de información, si antes de emprender su trabajo, hubiera leído  El agua mala, Crónicas de Epecuén y Las casas hundidas, el libro de Josefina Licitra, que el mes pasado publicó Editorial Aguilar. Desde la vecina ciudad de Carhué, Licitra consigue una atrapante crónica en la que a partir de una multiplicidad de voces detalla no sólo las causas de la tragedia, sino también el impacto psicológico, económico y social que tuvo en los damnificados. En su texto, las anécdotas recopiladas logran plasmar tanto la solidaridad como la mezquindad humana en momentos de crisis. Algo muy lejano a lo que logra Burgardt en su documental, a pesar de disponer de recursos audiovisuales.

Publicada en Revista Paco, enero 2015.

domingo, 4 de enero de 2015

Entrevista a Miguel Grinberg “El rock ha perdido su contenido contracultural”


Nando Varela Pagliaro

“Tenés que ir al Teatro del Altillo y después hablamos”, le dijo Juan Carlos Kreimer  a Miguel Grinberg, en uno de los pasillos de la Editorial Abril. Corría el año 66 y Grinberg, que por entonces era un joven crítico musical y cinematográfico, siguió el consejo de su compañero de redacción y fue al teatro de la calle Florida. Estaban tocando Los Beatniks, el grupo que lideraban Moris y Pajarito Zaguri. Fueron ellos los primeros dos rockeros que conoció y los que lo llevaron por primera vez a La Cueva. Ahí terminaría de conocer al resto del elenco: Javier Martínez, Tanguito y Litto Nebbia. “A partir de ahí empecé a ir a cuanto recital se hacía y me convertí en un habitué de La Cueva. No frecuenté tanto La Perla del Once porque era una experiencia más sedentaria. Estaban algunos de los protagonistas de La Cueva, pero aparte estaban “los cueveros” que eran unos pesados insoportables”, dice Grinberg, sentado a una mesa de una pizzería céntrica, casi cincuenta años después de aquel encuentro que cambiaría su vida . Su historia, desde entonces, siempre estuvo ligada al rock. Fue el conductor de los primeros programas de radio que difundían el género; el productor de los míticos recitales en Parque Centenario, el editor de revistas alternativas como Eco Contemporáneo y Contracultura y el encargado de escribir Cómo vino la mano, un libro fundamental para entender los orígenes del rock en la Argentina. Publicado originalmente en 1977 por la Editorial Convergencia, el libro llega ahora a su quinta edición, esta vez a cargo de Gourmet Musical.  Para esta nueva versión se agregaron entrevistas a Miguel Cantilo y Rodolfo García; fotografías inéditas; tres manifiestos –de Spinetta, Claudio Gabis y Pablo Dacal- y un apéndice con artículos de prensa publicados por el autor  entre 1971 y 1977 en las revistas La Bella Gente y Prensario de los Espectáculos.

-En las últimas entrevistas que añadió para el libro, a ambos entrevistados les pregunta de qué manera el rock les hizo bien, ¿cuál sería su respuesta a esa pregunta?

El rock es un testimonio del difícil arte de ser joven en la Argentina.  Creo que nos hizo bien en el sentido de que creó una música nacional y popular que no era ni tango ni folclore, una música que expresa cabalmente los sentimientos de toda una generación. En un país que ha vivido gran parte de su historia del siglo veinte bajo dictaduras o gobiernos autoritarios, el rock le dio identidad a toda una generación.

-Y a usted personalmente, ¿en qué le hizo bien? 

A mí me hizo demasiado bien. Me permitió conocer bellísimos seres humanos y artistas que son mis amigos. La amistad de los rockeros es un privilegio. Lo que no quiere decir que sean todos santos, también  hay algunos demonios.

- ¿Hay algo que se haya perpetrado en nombre del rock que le hace mal?

Lo que me hace mal es ver cómo está siendo expropiado por los grandes traficantes de la sociedad de consumo. Las marcas vienen apoderándose a gran velocidad de la música joven y la usan como vehículo para vender indumentaria, gaseosas, cerveza, euforizantes y otras pamplinas. Me hace mal ver que el rock ha perdido su contenido contracultural y ya no habla de cambiar la vida y transformar a la sociedad, sino de llenar estadios con cien mil personas y ver cuánto pagan. Promueve el culto de la personalidad, la idolatría; masifica, distorsiona y explota.

-Ser rockero en los 70 era lo contracultural, ¿ahora sigue estando en el rock la contracultura o ya no? 

 Sigue habiendo un espíritu contracultural y eso lo podemos comprobar en el libro Cancionistas del Río de la Plata de  Martín Graziano. En estos cancionistas  hay un espíritu testimonial, pero no porque hablan de que “hay que matar al patrón o el pueblo unido jamás será vencido”, sino que vienen con un alto nivel poético, entonando una necesidad de fraternidad y justicia social que es prioritaria en estos momentos que estamos viviendo. Es un espíritu pacífico, el rock nunca convalidó la violencia. Hay una cantidad de músicos nuevos que están corporizando lo que viene a continuación del rock, que no se va a llamar rock. Espero que aparezca el que tenga la inteligencia para bautizar la nueva música que está naciendo, nutrida por el rock, pero muy diferente.

-El rock y los militares es un tema que atraviesa el libro. Enrique Symns dice que en la dictadura desaparecieron obreros, estudiantes, amas de casa, etc. Sin embargo, no hay rockeros desaparecidos, dando a entender que de alguna forma los rockeros fueron usados por la dictadura, ¿está de acuerdo con ese planteo?

La dictadura intentó utilizar a los rockeros de la misma manera que utilizó a Palito Ortega para ir a cantar en Tucumán en el Operativo Independencia para animar a las tropas, pero los rockeros no se prestaron a eso. Hay un caso muy patente con los rockeros argentinos, quisieron contratarlos y llevarlos a cantar para las tropas, ellos lo descubrieron al llegar allá, se negaron y tuvieron que irse al exilio muy rápidamente.

-Y en la etapa de Malvinas, ¿no deberían hacer un mea culpa por la participación en el Festival de la Solidaridad?

El recital de la solidaridad no fue una apología de la guerra ni de la Junta Militar. Eso es un rumor que echaron a correr con muy mala intención. Fue de la A a la Z un recital por la paz. Conscientes de quiénes estaban tratando de capitalizarlo, pero fue un acto pacifista. Nadie proclamó solidaridad con la Junta. No hubo loas a ninguna iniciativa suya, pero había algo cierto y real, una generación de chicos estaba combatiendo desigualmente en Las Malvinas y había que mandarles una señal a través de los tiempos y eso fue lo que intentó ser el recital. La junta no decretó que pasaran rock argentino. El rock argentino apareció por peso propio para llenar un hueco que había aparecido, al prohibirse la música en inglés. Fue una batalla ganada, la batalla de la difusión. Sin querer la promovieron los milicos y a partir de ahí al rock no lo paró nadie.

-¿Cree que había cosas que los militares no llegaban a ver?


Creer que los militares eran estúpidos es un prejuicio subdesarrollado. Cuando Patricia Derian venía a la Argentina en nombre de Jimmy Carter a hablar de Derechos Humanos, los militares ostentaban el rock y las peregrinaciones religiosas como muestra de que la juventud no era reprimida.  Con un criterio análogo yo le puedo contestar a Symns que es verdad que estaban prohibidos los sindicatos, los centros de estudiantes, los partidos políticos y el rock no estaba prohibido. La dictadura lo utilizaba al rock como argumento de autodefensa, pero no publicitariamente. El rock nunca salió a ponderar a ningún general.

Publicada en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, enero 2015.