martes, 28 de junio de 2016

Entrevista a Mario Escobar: “Aun los peores criminales tenían algunos segundos de humanidad”


Nando Varela Pagliaro

Mario Escobar es un novelista e historiador español. En estos días, Del Nuevo Extremo acaba de publicar Canción de cuna de Auschwitz, una novela sobre la vida de una enfermera alemana casada con un hombre gitano, deportada en la primavera de 1943 al campo gitano de Birkenau Auschwitz.

A partir de un personaje real y acontecimientos verdaderos, Escobar describe el genocidio de los gitanos a manos de los nazis entre 1939 y 1945, un hecho trágico sobre el que no abunda el material bibliográfico.  

Helene Hanneman, la protagonista de la novela, decide acompañar a su marido y sus cinco hijos al campo de exterminio en el que más de veinte mil miembros de la etnia gitana perdieron la vida. Por ser de origen alemán, Hanneman tuvo algunos pocos privilegios durante los dieciséis meses que duró su cautiverio. El siniestro Josef Menguele la eligió para estar al frente de una guardería que funcionaba dentro del campamento y había sido creada con el fin de proveer individuos para los inhumanos experimentos del ángel de la muerte.


-¿Cómo llegó esta historia a sus manos?

-Estaba en una reunión administrativa en un consejo en el que yo me encargaba de la parte cultural. Justo el último día que iba a ir llegó un consejero de etnia gitana y cuando se presenta dice que se llama Miguel Palacios y es presidente de la Asociación Gitana para el Genocidio. Apenas acabó la reunión, me fui corriendo a hablar con él y le dije que estaba muy interesado en el tema. La primera respuesta de él fue: “es tan grande el silencio que ha habido sobre el genocidio gitano que cualquier breve susurro es como un grito”. Un par de semanas después volvimos a juntarnos. Le dije que me trajera muchas historias porque estaba interesado en escribir algo. Todavía no sabía si iba a hacer un ensayo o una novela, pero algo iba a escribir. En ese segundo encuentro, me trajo varias historias, pero cuando me cuenta la de Helene Hanneman me quedé totalmente paralizado. Casi ahí mismo decidí que no iba a hacer un ensayo, ni una novela coral. Lo que tenía que escribir era la vida de esta mujer.

-Una vez que dio con la historia, ¿cómo fue el proceso de escritura?

-Lo primero que hice fue hablar con mi editor en Estados Unidos. Le dije que iba a hacer un viaje a Auschwitz con mi esposa para investigar más profundamente lo que me había contado Miguel. Estuvimos en Cracovia, que está a una hora de viaje de los campos. Una vez allí fuimos a Auschwitz I y II. Allá contratamos a un historiador polaco que hablaba en perfecto español. Recorrimos ambos campos y pude corroborar en los archivos que realmente existió la guardería y muchos otros datos que figuran en el libro.

    
-Hay muchísimo escrito sobre el genocidio judío. Sin embargo, no es tanto lo que se sabe de lo que pasó con los gitanos en Auschwitz. ¿Por qué cree que hay tanto silencio?

-Por un lado, la magnitud del genocidio judío en cierto modo eclipsó todo lo demás. Por otro, el pueblo judío llegó a tener un Estado lo que le permitió contar con más recursos para perseguir a esos salvajes criminales y luego contarlo. En cambio, el pueblo gitano es un pueblo pobre y humilde. Hasta no mucho tiempo atrás ni siquiera contaba con la gente preparada para hacer el trabajo de rescatar sus memorias. Aparte, ellos siguieron siendo marginados. Los pocos que sobrevivieron, cuando volvieron a sus pueblos, la policía los volvió a fichar como si fueran delincuentes, hasta  usaban los números que traían tatuados de los campos como registro personal. Lo peor es que tampoco los reconocieron como víctimas, sino hasta el año ‘82. Y hasta el 2013 tampoco se los invitaba como asociaciones  a los actos que se hacen en memoria del Holocausto.

-En la novela cuenta que hubo una rebelión gitana en uno de los campos de Auschwitz. ¿Eso fue real?

-Eso es verídico. Fue el único grupo que se rebeló y logró parar su propia ejecución. En el campo checo hay otro grupo que también se rebela ante los comandos que los llevaban a las cámaras de gas. Pero en el campo gitano la rebelión fue más grande. El 15 de mayo de 1944, se filtra por uno de los guardias que iban a ser exterminados. Entonces, cuando los gitanos se enteran, los esperan subidos a los tejados con palos y fierros y resisten a los nazis. Al ver así a los gitanos, los alemanes prefieren retroceder para evitar poner en alarma a todo el campo y que se extendiera aún más la revuelta. Lo que deciden a partir de entonces es debilitarlos: pasarles menos comida y hacerles vivir en peores condiciones de las que ya vivían.      

-Al comienzo del libro, confiesa que ésta fue la novela que más le costó escribir ¿Por qué le costó tanto?

-Me costó mucho porque yo no podía controlar el destino de mis personajes y eso es muy duro. Más sabiendo que se trata de hechos reales. Además, como quería escribir desde el corazón, me impliqué mucho en la historia. Leí muchísimo sobre Auschwitz y sobre el genocidio, pero escribir sobre el tema era aún más movilizador. Por otra parte, quería que la novela fuese un homenaje a Helene para que el mundo conociera a esta heroína. Le tenía tanto respeto a la historia que eso hacía que avanzara con más temor.


-Otro aspecto llamativo de la historia es la relación entre Helene y Josef Menguele. ¿Eso también lo pudo constatar?

-Sí, claro. Me llamó mucho la atención porque casi nunca se resalta que Menguele estaba en el campo gitano. Él llega en mayo del ‘43, casi al mismo tiempo que Helene, y le dan el campo gitano porque para los nazis era un campo secundario. Ahí instala su primer laboratorio. Se sabe que Menguele era una persona muy ambigua, trataba a la gente muy bien y sobre todo, era gentil con los niños. De hecho, muchos de ellos le llamaban “tío Josef”. Pero al mismo tiempo, era uno de los hombres más despiadados de todos. A mí lo que me parece increíble es que en el mismo espacio se encuentren dos personajes tan distintos como Helene y Menguele y que los dos sean alemanes. Esa es otra cosa que me gustó: ni todos los alemanes eran nazis, ni todas las víctimas eran judías. De todos modos, los dos podrían haber estado allí y no tener ningún contacto. Sin embargo, en los archivos consta que es Menguele el que le propone a Helene abrir la guardería.

-Supongo  que no encontró un registro con los enfrentamientos entre ambos. Eso sí es ficción, ¿no?

-Bueno, eso sí. Yo lo que sé es que hubo una negociación cuando en el campamento hubo una epidemia de tifus. Él quería destruir más barracones y no sé si fue ella, pero alguien intervino para que eso no suceda. Ahí novelo el hecho y sí se lo atribuyo a Helene.


-Menguele es tal vez uno de los personajes más siniestros de la historia. Sin embargo, en el libro uno puede rescatar ciertos rasgos de humanismo. ¿Cuáles son los mayores riesgos que se corren a la hora de estetizar semejante tragedia?

-Yo he tratado de ser lo más sincero posible. De hecho, las primeras cien páginas son mucho más frías que el resto del libro. Porque hasta ahí la historia se trata de una persona que está llegando a un lugar, se está acomodando, quiere sobrevivir y no sabe cómo luchar. Además, no quería escribir que tanto los guardianes como las víctimas eran todos iguales entre sí porque no era así. Había gente que se aprovechaba una de otra y otras que se ayudaban. Ni todas la víctimas se comportaban del mismo modo, ni todos los verdugos. Aun los peores criminales tenían algunos segundos de humanidad.  A veces queremos pensar que Menguele es un monstruo,  pero no. Él era un ser humano ambicioso, egoísta, de lo peor que hubo en la tierra, pero era una persona. Eso es más terrible, porque si fuera un monstruo nos sentiríamos más seguros.


-Además de Helene, se sabe de otras personas que hayan decidido entrar al campo voluntariamente?

-Sólo conozco otro caso, pero de marido alemán y mujer judía. Luego, hay otro caso de un sacerdote católico que luchó para que  el Vaticano denunciara lo que estaba pasando. Este sacerdote se solidariza tanto que cuando están cargando a un grupo de judíos en el tren, él decide subir con ellos.


-Y en el proceso de investigación, ¿pudo contactar a algún familiar de Helene?

- Hay un archivo muy bueno que tiene el Estado alemán en el que figuran todas las víctimas y supervivientes del Holocausto, pero no he sido capaz de encontrar a ningún familiar de ella.

-¿Intentó hacerle llegar el libro a algún sobreviviente de Auschwitz?

-Quedan muy pocos, pero aún quedan. Cuando se traduzca, sí quisiera hacérselos llegar. De todos modos, lo bueno de los libros es que hacen que las historias no se olviden. Las personas, por desgracia, fallecen.

-Antes decía que en algún momento dudó entre escribir un ensayo o una novela. ¿Qué siente que ganó la historia al haber optado por la novela?

-Los ensayos nos cambian la mente, pero las novelas nos llenan el corazón. Porque sentimos empatía con los personajes y nos ponemos en su lugar. La mayoría de la gente sabe que hubo un Holocausto, pero piensa que eso es algo que les pasa a los demás en otros países y otras épocas. En cambio, cuando lees una novela, como te identificas con el personaje, lo vives de otra manera. Con esta novela pasa algo muy especial: los que la leen se sienten comprometidos a convertirse en embajadores de Helene y regalan el libro para que muchos otros también conozcan la historia. 

-¿Cuáles son las expectativas para un historia tan potente?

-Las expectativas son altísimas y eso es algo que me abruma. El libro salió en todo el continente, incluido Estados Unidos y por supuesto en España. Allá lo han recibido muy bien y como con todo libro, espero que se lea muchísimo. No hay muchas historias como la de Helene.

-Por último, en alguna nota dijo que “todos los tiempos son malos para los escritores”, ¿por qué piensa eso?

-Eso es verdad. Normalmente los escritores somos el eslabón más débil del mundo editorial. Somos los que generamos todo, pero al mismo tiempo los que menos recibimos. 

Publicada originalmente en la revista Quid, junio 2016.

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