Nando Varela Pagliaro
Después de toda una vida en el mundo del periodismo
cultural, la gestión y la crítica, Daniel Molina publicó su primer libro. Se
trata de Autoayuda para snobs. Diálogos
en una cafetería moderna (Paidós), un compendio de ensayos breves en los
que se desplaza entre la antigua Roma, la historia del arte, los grandes
filósofos, la intolerancia en las redes sociales, la plaga de los medios de
comunicación, la homosexualidad y su durísima experiencia de los diez años que
pasó en la cárcel.
-En el prólogo decís
que querías hacer algo que no fuera tan tradicional, pero que aun así estuviera
contenido dentro del formato libro. ¿Pensás que el libro sigue teniendo el
prestigio que tenía en el pasado?
- El libro tiene mucho prestigio en el formato papel, por
eso se sigue vendiendo mucho más que el e-book. El papel es una gran tecnología
y no hay con qué darle. Creo que durante bastante tiempo va a seguir
funcionando, por eso los libros cada vez son más lindos y tienen más imágenes,
porque el objeto tiene que cargarse de sentido. Por otra parte, es innegable
que Internet cambió nuestra percepción de lo real y de la lectura. Durante
cuarenta años de mi vida, leía casi un libro por día, en promedio veinticinco por
mes. Hace siete u ocho años que me cuesta muchísimo leer un libro completo. Si
eso me pasa a mí, que soy una persona formada en la cultura del libro,
imagínate al resto. Esto pasa porque hemos bajado nuestro nivel de percepción.
Ahora vas a un restaurant y todo el mundo está mirando su celular. El 80% del
tiempo despierto, la gente de clase media está mirando una pantalla y el 20%
restante es el tiempo en que se ducha y come.
-Con respecto a la
escritura, decís que te gusta imaginar, pero te cuesta sentarte a escribir.
-Sí, por eso generalmente escribo en formas breves porque me
lleva mucho tiempo imaginar lo que voy a escribir. Por ejemplo, me llaman para
que confiese algo en cuanto a gustos culturales, decido escribir sobre James
Cameron. Entonces, empiezo a pensar en Cameron, a leer sobre él y sueño con sus
películas. Cuando me siento a escribir el artículo, son siete u ocho días que
estuve padeciendo todo eso. Lo mismo me pasa con cada página del libro. El
proceso de la escritura tiene más que ver con la magia que con cualquier otra
cosa. Cuando un músico compone una canción, le pasa lo mismo. Let it be la compusieron en una hora,
pero hay ocho años detrás de ser Beatle, de estar en el piano, de estar
riéndose, de fumarse un porro juntos, hay mucho de eso en Let it be.
-En el libro, si bien
hay algunos textos más extensos, la mayoría son ensayos cortos. ¿Cada vez
cuesta más sentarse a leer grandes obras?
-Siempre que escribo, pienso mucho en el lector. El libro
además de ser breve en casi todos los capítulos, tiene letra grande, con muchos
blancos y un interlineado generoso. Estas cosas lo encarecieron un veinte por
ciento, pero me parece que el lector tiene que enamorarse del objeto. Además,
está pensado para poder leerlo empezando por cualquier lado, como el I-ching,
como cuando uno entra en Internet, conectando cualquier cosa. También quería que cada frase fuera muy corta
y muy atractiva, como los capítulos de las series que terminan y querés ver
otro. No sé si lo logré, pero es lo que intenté desde el comienzo.
-¿Cuánto hay de
provocación en la elección de la palabra Autoayuda
en el título? Porque para el “mundo intelectual” es una palabra un poco mal
vista.
- La idea era que el libro fuera como un manual en donde
siempre estaba presente la palabra autoayuda y conversaciones. Pensamos en
ponerle Conversaciones en Starbucks,
que nos gustaba porque incluía una marca de época, pero no lo hicimos por
cuestiones legales. En un momento dije, “siento que es como una autoayuda para
snobs” y nos gustó a todos. Era un chiste, pero a la vez sentía que esto era
una autoayuda, pero no de la tradicional. Como todo intelectual, yo también
despreciaba la autoayuda y pensaba que eran recetas para gente que no sabe qué
hacer. Pero cuando empecé a trabajar en librerías y vi que la mitad de la gente
que entraba iba a buscar un libro de autoayuda, me dieron ganas de leer los
libros más famosos del género. Descubrí varios que algunos eran buenísimos y
otros terribles, como el que te enseña a hacerte rico. Si aplicás lo que dice
el libro, seguro que vas a ganar plata, pero vas a estar solo como un paria. El
libro de autoayuda lo que brinda es una ayuda para superar conflictos, y vi que
este libro algo podía tener, pero era más para snobs, para la gente culta. Yo
reivindico al snob porque es el que difunde la cultura. Siempre me moví de
manera muy provocadora. Cuando estaba en Clarín, me decían “mucha
homosexualidad”, porque nadie hablaba del tema, y en realidad en el diario
tenían un 99,99% de una super heterosexualidad, a veces falsa, porque había
jueces que hablaban de su familia, de sus hijos, de lo machos que eran yendo a
la cancha y yo me había acostado con ellos.
-En Muñequita negra, uno de los primeros
textos del libro, hablás de lo difícil que era asumir la homosexualidad en tu
época. Es claro que la sociedad cambió, sin embargo, todavía sigue habiendo
prejuicios, ¿no?
-Estamos en una de las cinco o diez ciudades más tolerantes
con los gays del mundo, de América Latina es lejos la más tolerante. En Río hay
toda una onda con el carnaval, pero en la vida cotidiana es mucho más
intolerante. En todos lados, aún en los lugares más terribles, la vida para el
homosexual ha mejorado mucho. El matrimonio igualitario en 2010 ayudó a que en
todo el país se empezara a visibilizar a los gays como seres humanos. Tengo 63
años; me sentí gay desde muy chiquitito y 45 años de mi vida la viví a
cachetazos, los últimos 15 recién estuve más tranquilo. Todavía me pasa que en
Twitter me dicen “viejo puto”, pero ya es más insulto viejo que puto, sobre
todo cuando es de argentinos o porteños.
-¿Pensás que la
sociedad está preparada para tener un presidente gay?
-No me extrañaría que la Ciudad de Buenos Aires tenga un
jefe de gobierno gay, en 6 u 8 años. Para un presidente gay, me parece que
falta más. Son muy pocos los países que tienen primer ministro gay. Por
ejemplo, Luxemburgo, es un país muy racista, en el que la mayoría de la gente
apoyó a Hitler masivamente, pero por otro lado es muy tolerante. Son cosas
raras, por ejemplo, en Estados Unidos hay gente de extrema derecha, pero son
tolerantes con los gays. Y al revés también pasa, hay gente peronista, que
trabaja en las villas, con los curas sociales y ve un homosexual y quiere
matarlo a trompadas.
-Al comienzo del
libro citás a Whitman para definirte, “¿Que
yo me contradigo? Pues sí, me contradigo. Y, ¿qué? Yo soy inmenso, contengo
multitudes”. ¿Cuáles son las ventajas y las desventajas de contener
multitudes?
-Digo eso de mí, pero todos somos múltiples, tenemos muchas
identidades que son contradictorias. Como decía Luca, “no sé lo que quiero,
pero lo quiero ya”. Porque a veces queremos varias cosas a la vez que son
antagónicas. Lo que creo es que uno debe admitir que eso es un estado positivo.
Yo escribí un artículo muy comentado en el que decía que me gustaban los
hombres. Conté que en los ’80, después de salir de la cárcel, como había un
estallido de vida híper sexual, que había estado reprimida en los ’70 por la
militancia y luego por la dictadura, uno no podía parar, y en tres o cuatro
años cogí con mil hombres diferentes. Muchos decían que era un delirio, que no
podía ser. A mí en general me gustan los hombres masculinos y viriles, por eso
con la mayoría de los hombres que me acosté, eran casados o tenían parejas
heterosexuales, pero veían eso como una cana al aire. Algunos tenían sus
excusas y a otros ni les preguntaba ni me interesaba. Tenemos montones de cosas
que la constricción social nos obliga a callar, a mentir, inclusive a borrar de
la mente. A mí me interesa traer al frente todo aquello que tratamos de borrar,
que escondemos debajo de la alfombra, muchas de esas cosas que escondemos
porque nos dan vergüenza, pero también nos dan placer.
-Al pasar nombraste
que estuviste preso. En una de las notas que escribiste para Clarín y que
también está en el libro, contabas cómo fue esa experiencia, cómo fue vivir
diez años encerrado. Me imagino que más allá de lo que sufriste te queda una
relación con respecto al uso del tiempo que no debe ser sencilla de
sobrellevar.
-Es lo que más me cuesta. Yo sé que al mirarme se ve a una
persona de 60 años, pero hasta que no me veo en el espejo no me doy cuenta. Me
siento de 28, o de 34 o de 41, pero nunca me siento de 60 y pico, y hay
momentos que me siento de 89. Me siento de veinte años menos o de veinte años
más; y paso muy rápidamente de una a otra edad. A veces escucho música en casa
y me pongo a bailar solo y me siento como cuando iba a la discoteca, y de golpe
me entero de que se acaba de morir un amigo que fue conmigo a la facultad y
siento que pasó hace más de cincuenta o setenta años. Siento que soy un anciano
y tengo un siglo encima. Me cuesta mucho tener el tiempo de vida que tengo y acomodarme
a los sesenta.
-Y teniendo en cuenta
lo difícil que es tu relación con el tiempo, ¿alguna vez te cuestionás el uso
de Twitter?
-Yo amo a Twitter, pero cada vez me molesta un poco más.
Nunca siento que estoy perdiendo el tiempo ahí, porque la vida es el momento en
el que estamos. Yo quise ser cura de niño y me queda algo de evangelista, de
difusor de ideas, y me parece que hay muchísimas formas de hacerlo.
-¿Imaginás tu vida
sin Twitter?
- A mí la vida me gusta de manera interrelacionada y
comunicacional. Anoche estuve podrido de la agresividad que hay en Twitter y lo
di de baja por unas horas porque no quería escuchar nada, no quería que nadie
hablara. Pero eso lo hago porque sé que puedo volver. Si no hubiera una
alternativa de comunicación instantánea, permanente y horizontal entre todo el
mundo, como es Twitter, creo que sería una gran pérdida para todos. Twitter nos
permite comunicarnos con el planeta. Me da una enorme pena que la mayoría de la
gente que dice algo en Twitter lo haga de manera agresiva. Si no te gusta, no
digás nada, o decí que no te gusta, pero no sé por qué tenés que ser agresivo.
-En un pasaje del
libro decís que “pensabas que Borges nos había curado de la tilinguería en el
periodismo cultural pero sin embargo el periodismo cultural no tiene cura”.
¿Por qué pensás así?
-No tiene cura. Hay excepciones, yo he sido editor y respeto
el trabajo de algunos editores y editoras en el mundo cultural, pero son
minorías. Generalmente el tono de los medios culturales es “somos cultos”. Y ¿qué
es ser culto? ¿saber más? ¿haber leído más libros? Por ahí si rascás un poco,
nunca leyeron a Virgilio. Así como la gente que tiene el prestigio de la
“universidad de la calle”, yo respeto todos los saberes; pero si no sabés
analizar, no sabés leer, no accedés al saber complejo y sutil, te falta mucho.
Y me parece que mezclar los dos, tener vida y tener lectura, y la lectura es
vida también, es lo mejor. Me parece que a los suplementos culturales les falta
el respeto por la vida práctica y creen en las palabras sagradas, un poco como
cuando en las secciones de policiales decían “occiso”.
-En una nota que
escribiste sobre la serie Mad Men, decías que el personaje de Don Draper nos
interpela y nos hace pensar cuánto debemos pagar para parecernos a nuestro
deseo. En tu caso, ¿cuánto te parecés al hombre que deseabas ser?
-Creo que me parezco bastante. Steve Jobs en su discurso
dice “si te dijeran que esta noche te vas a morir y te quedan ocho horas,
¿harías todo lo que tenías agendado para hacer? Todos los días hay que pensar
si lo que vamos a hacer vale la pena. Porque cada día es el último real. Yo
siempre trato de que mi día tenga cosas que me gustan, por eso no haría nada
del otro mundo, tal vez sí estaría más cerca de los afectos, que es lo que uno
más valora.
Gentileza Revista Quid.
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