miércoles, 27 de septiembre de 2017

Entrevista a Juan José Becerra: “La literatura es la disciplina natural del perdedor”


Nando Varela Pagliaro

Juan José Becerra lo hizo otra vez. Luego de su monumental obra, El espectáculo del tiempo, el escritor de Junín acaba de publicar El artista más grande del mundo, otra novela genial en la que el arte y la literatura funcionan como telón de fondo para que Alejandro Del Valle nos cuente la historia de Esteban Krause, un extravagante escultor que tiene al público rendido a sus pies.

Alejandro Del Valle, el narrador de El artista más grande del mundo, dice que le dan pena los escritores que anotan en su bitácora el futuro de sus personajes. En tu caso, ¿cómo es el proceso de escritura?

Hace unos días encontré una especie de documento muy vergonzoso para mí, que es una bitácora de mi novela Atlántida. Esta bitácora es un texto de tres o cuatro páginas en el que se describía cada capítulo con un nivel de detalle aterrorizante. Después, comparando la bitácora con el libro que hice, me di cuenta de que no tenía nada ver entre sí. Algunas cosas, por supuesto sí; pero muchas otras, no. Ahí entendí que no me llevo bien con el control, a pesar de que mis primeros tres libros fueron muy controlados. La experiencia del cómo sigo, que puede generar angustia en muchos escritores, hoy ya no la siento porque lo que me interesa es cualquier cosa menos el resultado. Por lo tanto, prefiero que lo que vaya a hacer, mientras escribo, esté fuera de control. Además, el control no garantiza nada en la literatura, no garantiza el placer de escribir ni la eficacia del libro, si es que uno quisiera tener ese objetivo, que no es el mío.

Del Valle dice que “el control de calidad va a terminar matando a la literatura”. ¿Pensás que cada vez se pone más atención en el cómo y menos en el qué se dice?

En mi caso, después de tantos años de escribir, empiezo a tener algunas pistas muy volátiles sobre lo que hago. Me da la sensación de que el concepto de calidad en la literatura es un malentendido y, por otro lado, es un concepto con el que se llevan muy bien los patrones culturales de la industria del libro. La idea de escribir bien, de tener un umbral de calidad, de tener una obra que tenga buena terminación, para mí son asuntos que tienen más que ver con industrias no artísticas. Por ejemplo, un auto sí tiene que estar bien terminado. En cambio, la literatura es un fenómeno monstruoso. La idea de la forma, si va atada a una idea de forma geométrica, no me interesa. Me interesa la forma en el sentido más bien de circulación de flujos, de descontrol e imprevistos, con los que uno se tiene que enfrentar mientras escribe y que ponen al escritor en la situación de reprimir esos flujos -esas manifestaciones explosivas tan íntimas- o de dejarlos correr. Yo prefiero que la literatura se parezca a una especie de fluido y que tenga todas las ramificaciones posibles, que los ríos donde curse se desborden y aneguen zonas inmediatas. Me parece mejor eso para el afán de descubrimiento del escritor que hay en mí, que hacer por enésima vez la misma pirueta con la red tensa que ya sé que va a soportar mi caída.

A Del Valle se lo ve muy enojado con todo, sobre todo por su imposibilidad de escribir y por su decepción con respecto al mundo del arte y la literatura. Cuando escribiste la novela, ¿cuánto de ese enojo había en vos?

No, yo no estaba enojado. Me parece que la literatura es la disciplina natural del perdedor, que uno escribe en primer lugar porque hay una fuerza que te lleva a descartar el éxito como programa vital. Lo digo no en términos de éxito y fracaso comercial o monetario, sino en términos de éxito o fracaso formal, porque uno nunca encuentra la forma que quiere. Ahí, desde el punto de vista artístico, hay una impotencia que se empieza a manifestar a medida que vas escribiendo. Ese presentimiento cada vez se consolida más, cada vez sos más consciente de que no podés hacer lo que querés. Ese pensamiento de zozobra y de fracaso artístico puede generar algún tipo de rencor en un personaje mío, pero no en mí. Yo tengo muy claro lo que es la literatura; no le quiero sacar nada y no busco ningún tipo de reciprocidad. Si puedo tener algún tipo de compensación, tampoco soy un masoquista, la acepto. Pero me gusta más la idea de reconocer la actividad de escribir como una experiencia solitaria, que en primer y último lugar está hecha para mí. Por otra parte, el rencor que aparece en el personaje se puede justificar. No estaría mal que la literatura sea una disciplina, que en términos abstractos sienta rencor por otras disciplinas que la propia literatura considera menores. Del Valle, en algún momento del libro tiene la hipótesis de que la literatura es un arte superior y yo estoy de acuerdo con eso.

Del Valle también dice que es la menos snob de todas, ¿con eso también estás de acuerdo?  

Es la menos snob porque es la que tiene menos mercado, la que hace circular menos dinero, la que trabaja con sistemas de consagración más modestos. Si la literatura fuese una disciplina dominante, sería la más snob de todas, pero como es la hermana pobre de las disciplinas artísticas, su índice de snobismo es menor que el del arte contemporáneo, porque los triunfos en el arte contemporáneo son siderales.

¿Y pensás que la literatura puede dejar de ser la hermana pobre?

No, yo creo que este es el destino de la literatura y hay que bancársela. Además, me parece bien la posición de la literatura en la cultura. Es una especie de reflejo luminoso en un rincón oscuro y ahí está, manteniéndose, replegándose cada vez más, porque el libro presiona sobre la literatura, la empuja hacia afuera, pero la literatura sigue como en un borde, en una zona fronteriza, pero con una posición muy firme, que por otro lado es la posición en la que estuvo toda la vida. Tampoco vamos a pensar que la literatura alguna vez fue un discurso dominante en la sociedad. Es un discurso menor, manierista, retobado, resistente, como de guapo que se pelea solo en el barro contra todos. Esa posición teatral de la literatura, me parece que está bien, porque al mismo tiempo, nunca deja de haber personas interesadas en ella y ese interés que despierta, siempre es muy intenso, y no sé si te lo da otra disciplina. Por lo tanto, estamos bien en el ostracismo, pero sin llorar. En un rincón, sin molestar a nadie, pero mientras tanto, observo, soy una máquina de mirar. Ese es el temor que podría despertar en la cultura la literatura, que es un dispositivo colectivo que sabe extraer sentido.

Está claro que en vos no existe el resentimiento que tiene Del Valle, pero en el mundo de la literatura, ¿sí lo ves?

A mí no me gusta ver la desesperación del escritor porque el reconocimiento que espera para sí no llega. Esa situación me parece tristísima. No entiendo por qué, si la onda era obtener el reconocimiento a toda costa, esa persona se metió con la literatura, que es el camino menos regio para llegar a ese tipo de resultados.

En tu caso, ¿sentís que hubo un cambio a partir de que publicaste El espectáculo del tiempo?

Es muy posible.

¿Y en qué notás ese cambio?

En las lecturas y las relaciones personales. Me cruzo con muchas más personas que han leído ese libro que otras que leyeron mis libros anteriores. No sé si significa algo, porque no sé cómo opera en la cabeza de los lectores. De cualquier manera, como creo que la literatura es una aristocracia basada en la paciencia, no recibo golpes de efecto del exterior sobre mí. Primero, porque mi escala es muy pequeña; después, porque mi primera foto en un suplemento cultural habrá salido cuando ya tenía cuarenta años y el primer libro que desde la industria del libro funcionó, lo publiqué casi a los cincuenta. Por lo tanto, son hitos que van sucediendo en espacios de tiempo muy amplios.

Dijiste que la literatura es una aristocracia basada en la paciencia. Beatriz Sarlo, en el coloquio sobre Saer, dijo que el autor de Cicatrices fue un hijo de inmigrantes que supo esperar.

Sí, eso que dijo Beatriz fue buenísimo. Lo que ella contó ese día es cómo le costaba publicar, cómo le rebotaban las novelas. Cuando lo publicaban y le hacían reseñas, nadie entendía muy bien qué es lo que estaba haciendo, pero él seguía imperturbable. Los escritores imperturbables son los que más me gustan.

¿Creés que se aprende a esperar?

Lo que pasa es que todo lo que se pueda esperar de la literatura propia es algo que se espera del exterior. Promover una estructura de dependencia, con algún tipo de resultado externo, es demencial, te puede arrastrar a la depresión. Aparte lo único que uno hace es escribir y escribir es una operación que se puede hacer de manera totalmente autónoma, sin necesitar siquiera un editor o un lector. Lo que pasa es que, en la cadena de valor de la literatura, la secuencia, desde el punto de vista mítico, llega muy lejos, hasta el Premio Nobel y el enriquecimiento, pero en realidad el núcleo de todo ese fenómeno es una situación muy barata: un hombre escribiendo solo en su casa. Eso es un escritor, esa es su figura dramática; las otras figuras, que son secundarias y posteriores, incluso el libro, la posición que el escritor pueda ocupar en su universo, la agitación de su código bancario único por las regalías que pueda cobrar, para mí es todo un mundo que no tiene nada que ver con la literatura.

En la novela hay muchos elementos de la realidad que se funden con lo ficcional. ¿Por qué quisiste que los límites entre ficción y realidad fueran tan muy difusos?

Cuando uno escribe una novela y toma como referencia algún nombre o algún objeto existente de lo que llamamos realidad, no tiene sentido hacerlo para entregarse a un trabajo testimonial. A mí lo que me interesa es atacar la referencia para que el poder de la ficción destruya lo que la referencia le da a la literatura. De hecho, los personajes y lugares están puestos en la novela para ser sometidos a la degradación. En mis libros, lo que veo es la posición de la ficción y la veo como una posición intersticial. Es decir, la ficción literaria es imposible que reproduzca la realidad, es mucho más factible que la construya. A mí me gusta hablar de lo existente desconocido: espacios y personas que quizás existan, pero con las que yo tengo una relación de desconocimiento total.

La máquina a la cual le dicta Del Valle, ¿pensás que sería el sueño de todo escritor o hay algo del proceso físico que igual se extrañaría a la hora de escribir?

En realidad creo que escribir es una tarea proletaria. Hay que luchar contra el prestigio del libro, que es un prestigio que habría que revisar. Porque si uno saca la cuenta de la masa crítica de libros que circulan habitualmente en las librerías, todo eso es un poco vergonzante. El fondo editorial de las librerías hoy tiene poca literatura. Sin embargo, sigue persistiendo el prestigio del libro, con lo cual también sigue persistiendo el prestigio de la escritura. La mayoría de los libros industriales de personajes públicos son conversaciones grabadas y editadas para emprolijar el ruido que pueda haber en una conversación entre dos personas. No entiendo por qué hablar tiene menos prestigio que escribir. A mí no me disgusta el vértigo de una literatura que no tenga derecho a la enmienda, en donde el error quede como incrustado en el texto, como el habla, sin posibilidad de repliegue. El hecho de corregir tiene que ver con la experiencia de esconder. A uno no le gusta cuando corrige un libro que se vean las hilachas, que se hagan públicas las infracciones, que los errores que se multiplican en la mirada del lector no puedan ser erradicados. Esas trampas que uno resuelve en el nivel de la corrección, en el control de calidad, tiene que ver un poco con la vergüenza de uno que queda adentro del libro.

Se habla siempre del futuro de los medios, del periodismo; pero del futuro de la literatura no se habla tanto, ¿cómo imaginás el futuro de la literatura?

Yo creo que es una de las manifestaciones artísticas más estables. Nunca fue dominante y tampoco nunca cedió a la presión de los discursos dominantes; la veo como una especie de centro de gravedad invisible para muchas personas que dependen de que la literatura exista. No hay que preocuparse por el futuro de la literatura, creo que tenemos que preocuparnos más por el futuro del planeta. La literatura tiene la resistencia de los insectos postnucleares, no hay posibilidad de destruirla porque se adapta a cualquier lugar, a cualquier escala de protagonismo, incluso a la escala nula, no está en ningún lado de la esfera pública. Es una presencia amenazante, casi clandestina, pero que todos los lectores de literatura saben localizar.

“Ya estamos grandes para creer en la ficción”, dice Del Valle en un pasaje del libro. ¿Pensás que el camino lógico que termina haciendo todo lector es alejarse de la ficción?

A mí me gusta mucho Henri Bergson cuando habla de la relación con los objetos y dice que uno de los objetos ve lo que quiere o lo que le interesa. Y lo que ve en realidad es una ilusión, que no tiene remedio, excepto por el lado de la intuición. Es decir, que uno intuya que esa relación que uno tiene con los objetos es una relación ilusoria. Uno se relaciona con las cosas de manera más o menos fanática o sentimental. Yo hago un recorte sobre cualquier objeto, creo una ilusión acerca de ese objeto, lo único que puede detenerme es la intuición de que algo está fallando en mi percepción. Pero nadie se pone a pensar en las fallas de la percepción, uno da las percepciones propias como objetivas, como testimonio de que el mundo funciona como lo sentimos. La literatura en la ficción funciona un poco así, no es ajena a ese régimen. Por eso, cuando uno lee literatura cree que lo que está leyendo es un fenómeno que bien podría estar sucediendo en la realidad, porque hay una fe depositada ahí, y hay una ilusión que se agita delante nuestro, en la cual nosotros creemos. Pero sería bueno tener también la experiencia contraria, de decir ser consciente del artificio al que uno se entrega, pero eso creo que para un lector es prácticamente imposible. La facultad de encantamiento que tiene la ficción genera un triunfo seguro de la literatura sobre los lectores.

¿No creés que esa la capacidad de triunfo que tenía el libro de ficción hoy lo tienen más las series y el libro de ensayo?

No estoy muy de acuerdo con eso. Yo creo que la serie tiene su lugar. Lo que puede ocurrir es que un lector que lea o haya leído durante muchos años libros ocupe ahora el tiempo en ver series. Pero es un cambio de rubro, porque podría dedicarse a otra cosa, son empleos diferentes del tiempo, no son sustitutos de géneros. No creo que la serie sustituya a la literatura o que el crossfit sustituya a la serie. Uno con el tiempo hace lo que puede o lo que el impulso del deseo ordene. Lo que da la literatura no es lo mismo que lo que da una serie. La literatura como ciencia oculta y antigua sigue dando lo que daba hace siglos y va a seguir dándolo. Hay algo que da que no te lo da nada, pero no es una oferta artística total y plena; da lo suyo, nada más. Lo da otorgando el milagro de la intensidad de la relación, como puede pasar con una persona o con una serie, pero la literatura se especializa en intensidades, entonces no digo que la serie sea un arte menor respecto a la literatura, pero para mí son cosas muy diferentes.

En el libro te burlás un poco del arte contemporáneo. ¿Hay puntos de contacto con el mundo de la literatura?

Yo creo que para Del Valle, Krause es un genio, un artista contemporáneo. Pero como todo genio, es medio pelotudo, porque al entregarse a su don hay funciones que se le anulan. La moneda del genio tiene el reverso de la imbecilidad; no sé si hay genios inteligentes. El genio, al mismo tiempo, es como una catástrofe para el que padece la genialidad.

¿Es más importante cómo mostrar la obra que la obra en sí?  ¿Pensás que en la construcción de la imagen del escritor también está eso? ¿Para hacer circular la obra termina pesando más la imagen del escritor que la propia obra?

No sé, yo creo que en muchos escritores hay deseo de imagen y de una administración publicitaria de esa imagen. Hay algunos con más pudor y otros con menos, pero es una especie de actividad sucedánea; cuando uno escribe un libro tenés que conversar, explicar lo que hacés. A mí esa parte me tiene sin cuidado, pero me preocupa más la parte formal: el cómo es el qué, no es el qué contra el cómo. Es todo cómo. El qué de un libro es un accidente, que puede ser sustituido por otro. El cómo es el aspecto serio del arte literario, sino todo sería una sucesión de qués, y uno se volvería una especie de monografista.

¿Y si tenés un único qué?

Entonces te convertirías en un escritor de una sola flor, como dice Daniel Guebel. El cómo es lo único, y la figura es algo que uno puede hacer mucho por sustraerse o mucho por lo contrario. Eso me parece que va en gustos y tiene mucho que ver con el estado de la fobia de cada escritor. También hay que sostener un drama de figura de escritor, lo que termina teniendo un costo. Para el escritor siempre es mejor estar encerrado en su casa.

Gentileza Revista Quid


No hay comentarios:

Publicar un comentario