Nando Varela Pagliaro
Días antes
de volver a la pantalla con el ya clásico Periodismo para todos y
con la excusa de la edición de 56 (Sudamericana), el libro en
el que repasa su trayectoria en el periodismo gráfico, Jorge Lanata nos
recibió, dispuesto a hablar de todo, en su departamento del prestigioso
edificio Kavanagh. “A lo mejor no estaría mal tratar de salir del periodismo en
algún momento. Creo que la fantasía de todo periodista es la de la casita en la
playa”, dice en este diálogo uno de los hombres que despierta más amores y
odios en nuestra sociedad, el showman televisivo de mayor influencia en lo que
llamamos la opinión pública, el tipo que alguna vez fue refractario al poder y
hoy es el periodista estrella del Grupo Clarín.
En tu
caso, podrías cumplir esa fantasía y dedicarte sólo a escribir. Sin embargo,
siempre volvés a la televisión. ¿Por qué lo hacés?
No es solo
la tele, son los medios. No tiene que ver con el soporte, tiene que ver con una
actitud frente a lo que pasa. A mí hay cosas que pasan en la realidad que me
enojan y me parecen injustas u otras que quiero contar porque me conmueven. Eso
es lo que me lleva al periodismo: poder contar algunas cosas que siento que son
urgentes. Lo que pasa es que a la vez el periodismo tiene esa lógica de sistema
comercial, en la cual estás obligado a estar todos los días, a determinada
hora, en determinado lugar, que en el fondo es falsa. Hace muchos años había
registrado una marca que se llamaba Cada tanto, pensando en que
podíamos salir cada tanto. Blanquear el pacto de lectura y contar algo cuando
realmente tenga algo para decirles, no para llenar una página.
¿No es
creíble un diario que sale todos los días?
En algún
lugar no lo es, pero por otro lado, no tenés manera de hacer que un medio salga
cada tanto y sea rentable, ¿qué sistema te banca eso? Incluso, hasta pensé
hacer esto en radio, pero también es muy difícil. Los medios están armados de
modo que todo sea previsible. Lo ideal sería poder escribir cuando uno tiene
ganas y no tomar esto como un trabajo. ¿Podría hacerlo ahora? Sí, podría, pero
todavía no estoy en condiciones anímicas, no es un problema económico.
¿Por qué
el problema es lo anímico?
Por bancarme
qué hago en el medio, qué hago en los tiempos blancos.
Pero para
alguien que tiene un costado literario como el tuyo, ¿eso sería un problema?
¿No sentís que es al revés, que perdés el tiempo estando en los medios? ¿Qué el
periodismo te aleja de la escritura?
Yo no creo
en los géneros, los géneros son un problema de los tipos del Blockbuster. Yo
escribo y lo que tengo que tener es algo para decir. Si yo siento que tengo
algo para decir, la forma en la cual lo digo es completamente menor porque es
una cuestión técnica. El contenido te dicta la forma. Lo que veo que pasa con
el periodismo es que te distorsiona el punto de vista. Voy a hacer una
asociación rara, que tiene que ver con que ahora estoy con el tema de la
pintura. Lacámera, uno de los mejores pintores de la escuela de La Boca, se
dedicó mucho tiempo a pintar el puerto, pero en un momento de su carrera se
encerró en su estudio y los siguientes treinta años pintó su estudio. Sus
mejores cuadros son los que hizo sobre su estudio. A lo mejor es eso lo que
quiero decir con que el periodismo te distorsiona el punto de vista, a lo mejor
no necesito salir de mi casa, pero por ahora siento que sí.
¿Y por
qué sentiste que tenías que hacer este libro? Lo lógico hubiera sido que el
balance lo hicieras a los 60 que es un número redondo no a los 56.
Por un lado,
tuvo que ver con algo totalmente eventual que es que hablando con Maru Duffard
le digo “¿te acordás de la página en blanco de Página?”. Y ella me dice “¿Qué
tapa en blanco?”. Ahí pensé, “yo tengo que contar esto porque la gente se va a
olvidar”. Aparte, toda mi historia con Página fue contradictoria y en el medio
hubo mucha censura. Entonces, quería que esto quedara en algún lugar, más allá
de la memoria de los que lo leyeron. Además, pensé que podía dividir todo lo
que hice de gráfica hasta ahora y contarlo. Después me cayó todo el quilombo de
la adopción y eso en algún lugar, sin dar muchos más detalles que los que di,
que por otro lado no son más de los que sé, sentía que tenía que contarlo.
Supongo
que no querés hablar del tema, ¿no?
No es que no
quiero hablar del tema, pero no tengo nada para decir.
Hace un
tiempo, entrevisté a Marcelo Birmajer, que fue guionista de la primera etapa de
PPT y él me decía que lo mejor que tenía para escribir ya lo había escrito. En
tu caso, ¿pensás lo mismo?
No, yo
siento que todavía me falta escribir un par de cosas buenas y en algún momento
lo voy a hacer. Por lo menos, conservo esa ingenuidad.
Y con
respecto a los proyectos colectivos, ¿pensás que vas a hacer algo que supere lo
que significó Página?
Ya no,
porque es mucho más lo que das que lo que recibís. Es fascinante hacerlo porque
es muy fuerte ver cómo algo que era una hojita en la que vos anotaste una
pavada, al otro día es un diario. Es muy interesante ver cómo el proyecto se
encarna en los demás, cómo un día levantas la vista y hay 150 tipos en un
escritorio. Ese proceso a mí me pasó cuatro o cinco veces en la vida. Es muy
lindo, pero dejaste tu vida ahí y lo que ganás no es como para decir “no laburo
más” y las cosas que podés cambiar las van a advertir dos mil personas, no cien
mil. Está bien hacer el esfuerzo, pero no me quiero morir haciendo un diario.
Me
acuerdo de que cuando salió Crítica el slogan era “El último
diario de papel”.
Es cierto y
fíjate que va a terminar siendo el último.
¿Ya no es
viable hacer un diario en papel?
No, ya no.
Este año los diarios de papel están bajando entre un 8 y un 12 por ciento la
circulación. La gente los va a dejar de comprar y es lógico que eso pase, así
como los chicos no usan más reloj y miran la hora en el celular, es
generacional. En quince años no va a haber más diarios de papel.
¿Te
interesa repensar el periodismo digital? Tenías un proyecto, ¿no?
Estuve
laburando en eso, pero no terminé de conseguir la guita. Necesitaba nueve
millones y conseguí tres y dije que no porque me voy a volver puto para hacerlo
y no me va a salir. Después voy a tener que endeudarme y preferí bajarme y
volverme para acá.
En el
libro varias veces decís que “no hay malas notas, sino malos periodistas”. ¿No
pensás que la culpa de las malas notas no es solo del periodista, sino que gran
parte es de los medios?
Yo como
periodista no me escudaría en que la culpa es del medio. Eso también depende en
qué momento de la carrera estés. Cuando entrás es útil estar en cualquier lado.
Por otro lado, tampoco no hay por qué decirle que sí a todo. Los medios siempre
van a tener quilombos y van a tratar de limitarte, pero yo me preocuparía por
ser mejor yo, más allá del medio. Porque al medio es muy difícil de arreglarlo,
por eso en un momento de mi carrera tuve la necesidad de hacer medios. Esa
decisión, por otra parte es muy arriesgada porque también te puede pasar que
nadie quiera leer esos medios. Siempre digo que no hay que hacer revistas
gratuitas porque son mentira. Vos tenés que lograr que la gente levante el orto
de la silla y pague un peso por lo que hiciste. Si no, es mentira, porque le da
lo mismo tenerla que no. Desgraciadamente, en este sistema, la forma de
considerar lo que hacés es la plata. Después, más allá del medio, el mejor
evaluador de lo que uno hace, es uno mismo. A menos que estés mal de la cabeza,
te das cuenta cuando algo está bien y cuando no. Ahora lo que pasa es que hay
una fascinación por la firma y solo falta que firmen los epígrafes y hay
revistas enteras como The Economist, en la que nunca se firmó una
nota. ¿Quién lo dijo? The Economist. Por otra parte, hay que
reconocer que este no es un buen momento de la profesión y eso complica más las
cosas.
Ese medio
que pensabas hacer, ¿cómo iba a ser?
Yo pienso
que este es un gran momento para hacer un medio porque todo es nuevo. Está la
imprenta, que dio vuelta la historia de la humanidad y la democratizó y está
internet, que es de la misma entidad, es igualmente comparable. Hoy ves en
internet diarios del siglo XIX, publicados en el XXI. Tienen la lógica del
título, de la bajada, del recuadro y ya no es así.
También
está la lógica de conseguir el click a toda costa.
Buscar el
click es lo mismo que antes era tener rating. Siempre si vos hacés algo frívolo
y fácil, la gente lo va a leer más. Lo que pasa es que ahora se puede medir con
exactitud, antes no se podía. Desde ese punto de vista, internet te permite no
mentir con respecto al mercado, es la primera vez que podés ser muy específico
para llegar a un target de lector determinado. Y desde el punto de vista
formal, está buenísimo porque podemos mezclar y hacer de todo.
El
próximo domingo arranca una nueva temporada de PPT, ¿te preocupa el éxito que
pueda tener, porque el contexto ya no es el mismo?
Yo vivo en
una selva donde el lenguaje que se habla es rating. Entonces, para vivir ahí
tengo que hablar rating, no puedo no hablarlo. El rating que yo pueda generar
es el poder que tengo. Si un día quiero cagar al aire, lo voy a hacer si hago
15 puntos, si hago 4, no. Me van a dar la libertad que yo quiera tener en tanto
funcione para ellos como un negocio. En ese sentido, me importa. Ahora, yo debo
ser uno de los tres o cuatro tipos que en la televisión labura sin cucaracha.
No quiero un tipo hablándome al oído, no quiero que me digan cuánto mide lo que
hago. Yo soy igual al tipo que está mirando. Si yo me aburro, el tipo se
aburre; si yo me divierto, el tipo se divierte. No es tan complicado. Si no,
¿para qué hago un programa? ¿Para el boludo que me habla? No, lo hago porque me
gusta hacerlo a mí.
Una vez
que esté PPT al aire, ¿va a cambiar tu relación con el gobierno?
Hoy tengo
una buena relación, pero también me peleo con los tipos. Nunca vamos a tener
una gran relación porque ellos creen que son todos rubios, de ojos celestes y
perfectos y no lo son. Entonces, en cuanto vos lo digas, eso los va a molestar.
También eso a veces molesta a la propia audiencia. En Mitre, cuando critico al
gobierno, los oyentes me putean.
Desde que
estás en Clarín, me imagino que hay mucha gente que antes te detestaba, ahora
te idolatra y viceversa. ¿Te molesta eso?
Desde hace
siete u ocho años que estoy en el momento más popular de lo que hago y cuando
hay tanta gente es tan difícil saber quiénes son. En la radio nos escuchan un
millón de personas y en la tele nos van a ver cuatro millones. Ahí hay de todo:
macristas, tipos que me odian, que me quieren, que me ven para putearme, qué se
yo. La calle conmigo es amable, cada ochenta tipos que te gritan “genio,
cuídate”, hay uno que te putea, pero esa es la proporción. Si fuera cuarenta y
cuarenta, me preocuparía.
Hablás de
cuarenta y cuarenta y pienso en la bendita grieta. Es difícil medirlo, pero
estoy seguro de que hay mucha gente que está podrida de escuchar lo que se dice
de un lado y del otro de la grieta. ¿No te pasa algo de eso a vos?
Es gracioso
lo que pasa con la grieta porque yo lo mencioné en un Martín Fierro y todos decían
que no existía y ahora hace quince años que estamos todos hablando de eso.
También dije que era lo peor que nos pasaba porque era lo que más iba a tardar
en pasar y realmente creo que va a tardar. Lo que pasa es que al final los dos
sectores se convirtieron en portadores del discurso fanático y no te bajás de
ahí. Si discutís sobre guita, te podés poner de acuerdo; pero si discutís
principios, nunca. Desgraciadamente, el kirchnerismo contribuyó a eso mucho más
que cualquier otro sector. Lo que me pasó a mí, como a muchos de mi generación,
es que con esto perdimos la mitad de los amigos y lo peor es que ya no hay
vuelta atrás.
¿Y el
gobierno actual hizo o hace algo para cerrarla?
El gobierno
tiene una posición rara con respecto a los K porque quiere hacerse el tolerante
y trata de no atacarlos, pero por otro lado los desprecia. Tiene una posición
bastante hipócrita y son cagones a la hora de criticarlos, porque tratan de ser
políticamente correctos.
¿Y desde
los medios?
Desde los
medios hay una impostación; las notas sobre la grieta, los panelistas opinando
pelotudeces. A lo mejor siempre existió la grieta y ahora se profundizó, es
difícil decir. Lo que creo es que mientras tanto discutan dos fanáticos, no hay
grieta que se pueda superar.
Antes
hablabas de que la grieta te hizo perder muchos amigos. En el libro decís, que
la mejor manera de perder un amigo es darle un laburo. ¿Por qué creés eso?
Eso tiene
que ver con una cosa que es muy argentina. Si vos le das laburo a un tipo, al
principio está agradecido, pero si después le va bien, el tipo está convencido
de que la mitad del éxito es de él. Con los años aprendí que, cuando la gente
quiere probar, hay que dejar que se vaya, retenerlos es al pedo porque cuando
alguien ya desea irse, está ido. Cuando finalmente lo expresa, ya se fue. Mejor
que se vaya y haga la experiencia.
Otra cosa
muy argentina es el tema de la plata. En ese sentido, ¿sentís que a vos siempre
se te cuestiona?
En general
no. Yo divido el microclima, la opinión pública y el público. El microclima son
todos los tipos que tienen de algún modo un vínculo directo o indirecto con
nosotros; los que mandan cartas, los que mandan mensajes. Es toda gente
bastante “freak”, ninguna persona normal manda una carta. Son tipos que guardan
esperanza de influir sobre tu contenido. Esos tipos tienen una relación, que a
veces es muy miserable con vos, porque son a los que les molesta que te vaya
bien. El público, si te ve en una Ferrari, te dice “muy bien, loco, te
compraste una Ferrari, qué bueno”. El público es súper generoso, en cambio el
microclima, es super rencoroso, porque aparte están convencidos de que vos sos
un idiota y ellos son unos genios postergados. ¿Sabés cuántos genios
postergados vi en mi carrera? ¿sabés cuántos proyectos mejores que Página
12 vi, que no se hicieron nunca? ¿cuántos programas de televisión o de
radio, que eran una genialidad y al final no eran nada?
La
última; si aquel pibe que creció en Sarandí se encontrara con este hombre que
sos hoy, ¿qué le diría?
Yo siempre
digo que lo que quería cuando tenía quince años era ser redactor de Siete
días y alquilarme un departamento en el centro. Salir a la noche,
comprarme una pizza, volver y comerme la pizza en mi departamento. Ese era mi
sueño y eso fui a los diecisiete, todo lo demás es gratis.
¿Y sentís
que en algo defraudaste al pibe que fuiste?
No, porque
sigue presente en mí igual que antes. Yo sigo siendo en ningún lugar y ahora
con lo que me pasó, más. Creo que con los años uno se vuelve más inteligente,
porque si no sería terrible; pero sacando eso, en el corazón estoy igual.
Publicada originalmente en Revista Quid.
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