lunes, 10 de agosto de 2015

Entrevista a Alejandro Dolina: “Es inevitable que uno crezca arrepintiéndose de lo que ha sido”




Nando Varela Pagliaro

Cuando uno se sienta frente a Alejandro Dolina tiene la sensación de que no hay nada que ya no le haya preguntado otro periodista; nada que él mismo no haya dicho en sus treinta años al frente de La venganza será terrible. Sin embargo, uno prefiere dejar esos pensamientos a un costado. Esta vez el motivo para conversar fue la reedición de Radiocine, un audiolibro con cuatro comedias musicales breves interpretadas por él mismo junto a un listado de artistas invitados que incluye a Alfredo Alcón, Víctor Hugo Morales, Héctor Larrea, Julia Zenko, Cecilia Milone y Guillermo Fernández.

-En el prólogo de esta nueva edición dice que el paso del tiempo hace a las obras más dignas pero también más tristes, ¿por qué piensa eso?

-Se vuelven más tristes porque el efecto que nos producía lo que habíamos escrito, ha cambiado; las personas que éramos cuando lo escribimos también y hay una conciencia de ese cambio. Además, todo lo que denote el paso del tiempo, desde la Navidad hasta la graduación de nuestro hijo, es triste.

- ¿Escribir también es una tarea triste y dolorosa?

 - Claro, porque escribir nos pone frente a frente con nuestros propios límites. Mientras que la tarea de leer nos hace sentir inmensos y hasta eternos, porque somos capaces de leer las cosas que escribió Homero hace casi tres mil años.

-Preparar su programa de radio, de algún modo lo obliga a leer todo el tiempo, ¿en ningún momento eso lo vive como una carga?

- Cuando uno se somete a intervalos regulares, todo se convierte en una rutina. Lo bueno del profesionalismo es que garantiza un piso y lo malo es que estas obligaciones uno no siempre puede cumplirlas, salvo que apele a recursos de repetición o simplemente al descenso de la exigencia de calidad. A mí me parece que nuestro programa, si tenemos mucha suerte, es la espera paciente de que en medio de lo anodino, cada tanto, aparezca una idea.

-En todos estos años, ¿alguna vez se planteó dejar la radio para dedicarse de lleno a la literatura?

-  No, porque en realidad no se trata de ocupar lugares. Yo si no me dedico de lleno a la literatura no es por falta de tiempo, sino por falta de ideas, por falta de perseverancia. Escribir es una tarea muy llena de angustia y yo trato más bien de evitarla. Lo que hago, cuando tengo mucha suerte, es sujetar esas ganas de dedicarme a otra cosa e imponerme trabajosamente unas tareas literarias, que a veces, después de un tiempo de preparación, empiezan a ser venturosas. Si dejara la radio, lo único que conseguiría es no tener la radio y a mí la radio me hace feliz. 

-Y en cuanto a sus libros, ¿imagina cómo hubieran sido recibidos si usted no tuviera el éxito que tiene en la radio?

- Creo que no hubieran sido recibidos o que hubieran sido recibidos con muchísimo más trabajo. Es cierto que tampoco los libros tocan los mismos timbres. Evidentemente, la puerta de los libros me la abrió la radio. Aunque bastante antes ya escribía en la revista Humor y había algunas personas que conocían eso y que podrían haberse interesado en los libros que vinieran después, pero la radio me conectó con mucha más gente.

- Hablando del poder de los medios, hace poco lo entrevisté a José Pablo Feinmann y él me decía citando a Heidegger que “vivimos en estado de interpretados, que no pensamos; somos pensados, que no hablamos; sino que somos hablados por los medios”. ¿Está de acuerdo con eso? ¿No cree que ha cambiado la manera de mirar y leer a los medios a partir de este gobierno?

-A mí me gustaría creer que un poco se haya cambiado, que se haya llamado la atención de alguien diciendo: “Mirá que lo único que hacemos es consultar los medios para ver qué tenemos que pensar”. Y entonces al recibir esa sacudida uno empieza a hacer fuerza para pensar por sí propio. Pero no sé si es así, yo creo que estoy de acuerdo con Feinmann, que en general los medios piensan por nosotros. Nos pasa cuando miramos la televisión y escuchamos un asunto del que nunca habíamos oído hablar y a los dos minutos estamos de acuerdo con el sujeto de enunciación. Si alguien nos explica por primera vez el keynesianismo, decimos: “Caramba, qué bueno esto que acabo de aprender. Desde ahora soy keynesianista”. Pasaron cuarenta segundos desde que te nombraron por primera vez a Maynard Keynes, pero se produce una adhesión y no necesitás otra visión.

-¿No cree que hoy se buscan más opiniones para contrastar lo que dicen los medios hegemónicos?

- Yo no creo que haya una colección tan grande de medios kirchneristas. El peso relativo de ambas vertientes, por decirlo así, es desparejo. Me parece que sigue prevaleciendo el otro bando y que el esfuerzo kirchnerista es casi una beligerancia en una guerra muy despareja. Es abrumador porque unos tienen de acuerdo a toda la prensa del mundo. Vos salís de la Argentina y vas a España y decís: ¿dónde están los que piensan como yo? ¿dónde está el Tiempo Argentino de Madrid? No está. A mí lo que sí me parece que el kirchnerismo ha hecho es difundir la costumbre de pensar políticamente, pero los medios siguen siendo ajenos.

-En esta difusión del pensamiento político que ha hecho el kirchnerismo, ¿no le parece extraño escuchar a Macri hablando de las estatizaciones de YPF y Aerolíneas Argentinas?

-Eso antes que nada a mí me parece un desatino. Hay gente que ni sabe lo que piensa, que tiene oscuras intuiciones acerca de cómo funciona el capitalismo y más bien se maneja porque es intuitivamente anti peronista, liberal y partidaria del mercado. Cuando palpita que eso no está produciendo emoción en el pueblo y cree que el mercado está necesitando otros estímulos, como por ejemplo la intervención del estado; cuando le parece que los sencillos objetos liberales no tienen mucha demanda, entonces los cambia; pero eso es un desatino. Es como si tuviéramos un comercio y ante la falta de venta de las medialunas, las cambiamos y ponemos bolas de fraile. Pero la política no debería ser así.

-Antes decía que a los libros el paso del tiempo los vuelve más dignos y más tristes, ¿cómo cree que influirá el paso del tiempo en el kirchnerismo? ¿Cómo será recordada esta década?

-Siempre depende del resultado final. Por ahora supongamos que en este momento se está cerrando un ciclo kirchnerista, que es el ciclo que lleva el apellido Kirchner, y se está cerrando de un modo casi inédito en la historia argentina. Estamos hablando de un presidente que va abandonar su cargo con un fuerte apoyo del pueblo y con una situación del país que no tiene mucho de apocalíptica, a pesar de que la situación internacional es difícil. Cristina no ha de irse ni en un helicóptero, ni depuesta por un golpe militar, ni aplastada en un acto electoral adverso, ni suplantada por líneas internas de su partido, sino que se va en plena creatividad, con incluso la sensación de que no le ha alcanzado el tiempo para seguir procediendo en el sentido en que lo está haciendo. Desde luego hay intereses contrapuestos y cuando uno tiene una acción tan intensa, fatalmente lesiona intereses, entonces empiezan oposiciones muy cerradas y hasta llenas de odio, como sucede ahora. Pero a pesar de que el odio produce la sobredimensión de los errores y de los pasos falsos, la sensación que se tiene es la de un gobierno que termina con mucha fuerza.

-De cara a las próximas elecciones, ¿cómo ve al país en materia política?

- Para que este proyecto no se vea seriamente desmerecido en sus efectos, debería conservarse el poder. Porque no se trata de una elección en la que uno está decidiendo por un candidato que le parezca más simpático o más efectivo en la gestión o por otro que tenga una concepción ética de las cosas, acá se trata de a qué jugamos. Y el juego del kirchnerismo es clarísimo: es el único de los partidos que se sabe realmente qué va a hacer. Después puede haber diferencias de gestión; a usted le puede parecer que a lo mejor la gestión de Scioli puede ser más contemporizadora que la de Cristina o a otro le parecerá que soportará más riesgos. Yo eso no lo sé y tal vez no sea tan importante. Lo importante es saber qué juego vamos a jugar. Después si el tipo lo juega bien, fenómeno. Pero primero hay que saber a qué vamos a jugar. O jugamos a esto o jugamos al liberalismo o lo peor: no sabemos a qué jugar.

-Hablando de jugar, pero cambiando de tema, ¿cómo influye en su escritura el hecho de hacer deporte, de jugar al fútbol? Hace un tiempo Fabián Casas me dijo que él necesitaba hacer Karate para domesticar la melancolía. En su caso, ¿el fútbol ocupa ese lugar?

- No, más bien el fútbol es una nueva fuente de melancolía. Será porque cada vez que juego mal o durante el juego no soy entendido por mis compañeros o no alcanzo a dar la talla, me produce una gran frustración. Si se trata de no ser melancólico, el fútbol no me sirve; si se trata de estar más tranquilo o de llevarme mejor con mis amigos, evidentemente tampoco me sirve porque es el lugar donde tengo más discusiones. Pero a pesar de todo eso, me gusta mucho.

- Y el lugar que el fútbol ocupa en la sociedad, ¿le gusta?

-Hoy se ha futbolizado el universo. No hay otras metáforas que no sean futbolísticas. Eso, para mí gusto, me parece un poco desagradable.

- Para terminar, trate de ponerse en la cabeza del Dolina que a los veinte y pocos boyaba de carrera en carrera. Si ese joven se encontrara con este hombre que es hoy usted, ¿cómo lo vería?

 -Yo no hago más que arrepentirme y a lo mejor es inevitable que uno crezca arrepintiéndose de lo que ha sido. Como una forma de dar beligerancia a su propio ser. Pero poniéndome un poco en la cabeza de aquel tipo, siendo que yo no he llegado a esta edad teniendo muchos bienes, supongo que él igual se burlaría de mi bienestar de hoy.

-¿Y de qué estaría orgulloso?

-De mis hijos, los encontraría muy parecidos a él. Se haría amigo y aliado de ellos en contra de mí, posiblemente.

-¿Ese no es el camino lógico?


-Sí, es el camino lógico, pero la verdad es que no es cierto esto que le estoy diciendo. Es más una construcción ingeniosa que otra cosa, porque yo no me he convertido con los años en un tipo más burgués y más viejo, sino por el contrario en un tipo más manso y más tolerante. Se me dirá que esas también son virtudes de la vejez y algunos amigos al oír que me califico como tolerante y manso, soltarán una carcajada o recordarán lo que pasó el martes pasado en el fútbol. Dirán si este es el tolerante, cómo será el intolerante. 

Publicada originalmente en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, agosto 2015.

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