lunes, 11 de febrero de 2019

Entrevista a Mauro Libertella: "Yo me purgo escribiendo"



Por Nando Varela Pagliaro

“Tal vez alguien pueda escribir libros autobiográficos para despertar algo, en mi caso funcionan más bien como una especie de despedida. Para mí los libros son clausuras”.
El que habla es Mauro Libertella, el mismo que acaba de publicar Un reino demasiado breve, su tercera novela, luego de Un invierno con mi generación. Esta vez, el autor de Mi libro enterrado, aborda los distintos tipos de amores, las distintas etapas y modalidades que atraviesan las relaciones de pareja, esa especie de “montaña rusa emocional” que llena de vértigo el día a día de la vida de Julián, el protagonista de la novela.

-“Era como si mi juventud se hubiera gastado de tanto usarla, había abusado de ella, como tantos escritores que la exprimen hasta sacarle la última gota de pasión”. Con tus tres libros, ¿sentís que pasó un poco lo que dice el epígrafe de Aira?

-El epígrafe lo puse como una forma de avisar, si es que hiciera falta, que este libro se podía leer en relación con los otros dos, como una especie de trilogía. Si bien éste está escrito en tercera persona, sigue siendo parte de la misma historia que vengo contando en los anteriores. Cuando encontré la cita de Aira, me pareció que funcionaba enhebrando este libro con los otros dos. Al mismo tiempo, también es cierto que ese epígrafe viene a decir que algo se agotó. Como si al poner la frase de Aira, ya no pudiera seguir escribiendo sobre la juventud. Aunque pienso que siempre queda algo más por escribir, es innegable que los mojones básicos de la época, ya los escribí: la parte familiar con el padre, la parte de la amistad y ahora el amor.

-Ahora que ya escribiste sobre los tres mojones básicos, ¿cuál te resultó más difícil?

-El del amor fue el que más me costó. El libro sobre el padre me costó menos por el hecho de ser un primer libro. En ese sentido, si bien está el miedo de escribir viniendo de una familia de escritores, también está la libertad que hay en todo primer libro. Piglia siempre decía que estaba muy interesado en los primeros libros, porque creía que el autor ahí todavía no está codificado por las lecturas que luego se puedan hacer o el lugar en que se lo ubique dentro de la tradición. Cuando uno se sienta a escribir por primera vez, hay una especie de libertad que después se pierde. Al menos, yo veo que la he perdido. Ahora escribo mucho más apuntalado por lo que sé que ciertos lectores me han dicho de lo que yo escribo. Tengo una escritura mucho más hiper-consciente de la que tenía en ese momento y esa hiper-consciencia puede ser una especie de peso. El segundo libro fue muy divertido de escribir porque es un libro más en tono de comedia, en clave de homenaje a los amigos, casi por momentos como una especie de chiste interno. Tenía tal vez la urgencia de sacarme de encima el primer libro, que fue un libro que gustó especialmente y sentía que podía caer en esa condena que generan los primeros libros cuando gustan, que te pueden paralizar. En el tercero, sabía que estaba trabajando con materiales que me podían generar ciertos conflictos en la vida cotidiana. Por eso, tomé la decisión de escribirlo en tercera persona, como un modo de despegarme, como si la primera persona fuera la autobiografía y la tercera, la ficción; lo que por supuesto es una falacia. Empecé a escribir y me resultaba mucho más difícil desde lo formal porque nunca había escrito en tercera persona y encima el tema eran mis exnovias, lo cual implicaba que ellas y mi mujer actual se podían enojar con lo que hiciera. Todo eso para mí era una especie de ágora luchando en mi cabeza, y ese temor que tenía sentía que lo traspasaba a lo que estaba escribiendo y no me gustaba. En un momento, empecé a re-trabajarlo, borré algunos capítulos y de a poco sentí que pude soltarme y poner las cosas en su lugar, tampoco es que todo es mi vida, ni se juega mi pasado, mi presente y mi futuro en un texto.

-No sé si es una sensación mía porque habría que tener algún dato firme como para decirlo con mayor certeza, pero desde hace unos años pareciera que cada vez se escriben más libros autorreferenciales. ¿Compartís esta apreciación? ¿Por qué hay tanta literatura del yo?

-Muchas veces pienso que tendría que formularme una especie de explicación de por qué eso sucede, pero la verdad es que no la tengo. Al mismo tiempo, me pregunto si realmente es así y si todos llegamos a ese consenso porque se ha dicho que hay un boom, pero tal vez, si miramos para atrás, había tantos libros de base autobiográfica como los hay ahora. Más allá de eso, se me ocurren ciertas tesis que seguramente ya han sido dichas, como esta cuestión del fin de las grandes verdades, de que el siglo XXI es un siglo astillado, que el siglo XX permitía pensar todo en términos más cohesionados. En cambio, en los años 90 todo fracasó, ganó el capitalismo y la posmodernidad. Tal vez ya no nos podemos pensar en términos tan macro y por eso prima la experiencia más cercana. Después, si ves cuáles son los libros más importantes de los últimos años, a mí gusto, son relatos voluminosos a la vieja usanza. Pienso en nombres como Bolaño o Levrero. El escritor uruguayo para mí es un caso de transición; es un escritor clave para los narradores de mi generación. Bolaño también lo es, pero Levrero hizo escuela en esto de la primera persona que venimos hablando.

-¿Creés que se va a agotar el interés por el género o le ves aliento para rato?

-Si consensuamos en que hay una oleada, te diría que sí porque las olas suben y bajan y después viene otra ola. Al mismo tiempo, siempre va a haber gente escribiendo libros muy cercanos a su vida. Yo al menos lo voy a seguir haciendo.

-¿En tu caso lo autorreferencial es una elección o también hay una imposibilidad con respecto a la ficción?

-Por un lado, me gusta considerarlo una elección porque disfruto de hacerlo. Si consideramos a la literatura como un espacio de cierta libertad, debería pensar que lo que hago es por elección pura. También te diría que, además de que me gusta hacerlo, me sirve. Me hace bien psicológicamente clausurar ciertas cosas que tal vez de otro modo me costaría mucho más. Al mismo tiempo, ya me metí bastante en ese mar y ahora me cuesta volver a la orilla y meterme en otro mar que sería el de la ficción. Además, todo lo que se me ocurre en ficción me suena demasiado falso.

-¿Como lector te pasa lo mismo o disfrutás por igual de la ficción más tradicional?

-Disfruto de otros géneros, pero los textos que más me gustan son los más autobiográficos. Es un poco triste porque suena egocéntrico decir que lo que más te gusta leer son los textos que se parecen a lo que uno escribe, pero es así. Yo no sé si llegué a escribir esto porque mis lecturas iban por este lado, supongo que hay una especie de contaminación mutua. Leer textos en clave autobiográfica me resulta inspirador, me sirve para ver cómo otra persona estructura su propia vida. En general, como lector me gustan los textos más fuertes, cuando una persona se mete a escarbar en lo peor de su vida: los traumas, las muertes, las enfermedades. Si me decís que un escritor que me gusta acaba de publicar una novela de ficción, seguro la voy a leer, ahora si ese mismo escritor publica un libro en el que cuenta su divorcio o cómo le fue diagnosticado su cáncer, compro una copia anticipada y espero en la librería a que llegue el primer volumen. Hay algo de voyeurismo que explica el por qué del boom de la literatura autobiográfica. Nos interesa el chusmerío y la vida privada del otro.

-En ese sentido, ¿te interesa ver cómo escriben tus contemporáneos?

-Con los escritores de mi generación lo que me parece muy interesante es poder seguir la trayectoria de un trabajo desde el principio y verla en vivo, porque uno puede reconstruir cualquier tipo de trayectoria, pero no es lo mismo verla cuando está sucediendo. Incluso cuando leo a alguien de mi generación me pregunto cómo va a salir de ese libro.

-En tu caso, ¿tenés pensado cómo salir de este libro porque de algún modo cerraste una etapa?

-Estoy trabajando en un libro sobre Levrero, pero es otra cosa muy distinta a lo que hago. Con respecto a la línea en la que vengo escribiendo, siendo un poco crudo, a veces sé cuáles son los libros que voy a escribir, pero todavía esas cosas no pasaron. Por ejemplo, sé que, si alguna vez me separo o si me voy de mi trabajo actual, voy a escribir un libro. Es terrible pensar así, pero de algún modo ya tengo ese chip en mi cabeza. Todos estos libros que te menciono son bastante a futuro, en términos más cercanos quizás tenga que probar la ficción o relajarme y ver qué va pasando. Pero es algo que me pregunto constantemente porque a mí me gusta tanto escribir que necesito hacerlo todos los días. Además, si no escribo estoy de mal humor. La escritura con todo el momento tortuoso que tiene atravesarla, a mí me sirve para descargar, yo me purgo escribiendo. Aunque esté en una playa paradisíaca, tengo la escritura en la cabeza.

-Sé que lo político te interesa bastante o al menos eso me dijiste alguna vez. Sin embargo, en ninguno de tus libros termina metiéndose la política. ¿Por qué creés que pasa eso?

-La verdad es que no sé por qué no entra de modo más categórico en los libros. Por un lado, siento que no sé lo suficiente. Me interesa, tengo mi ideología, pero siento que en términos intelectuales no estoy facultado para pronunciarme con respecto a la política. Puede ser que sea una pavada lo que digo, pero es lo que siento. Por otra parte, tampoco entran en mis libros porque en general escribo historias bastante cerradas en sí mismas. En el libro sobre mi viejo, casi ni entran otros miembros de la familia. El foco está puesto en los elementos que formaron ese vínculo. Con mi viejo mucho no hablaba de política; si eso hubiera sido importante, seguramente hubiera entrado. Con mis amigos sucedía algo más o menos parecido. En este último, en las relaciones de pareja hubo un momento muy fuerte con mi novia de la tercera relación. Justo fue el año de la 125 y fue muy complicado porque su familia era del campo. Ella era relativamente apolítica, pero, por una cuestión filial, se puso más del lado de su familia y yo estaba en contra del campo. Durante ese tiempo, tuvimos discusiones bastante fuertes, pero no sé por qué eso no entró en el libro. Ahora que lo pienso hubiera estado bueno incluir todo esto porque es un lindo conflicto para narrar.

-Las tres historias del libro son historias que no terminan bien. ¿Pensás que el amor es más difícil de ser narrado?

-En términos narrativos supongo que es más fácil de narrar el desamor. En El invierno con mi generación digo que no cuento mi infancia porque mi infancia fue feliz y no se puede contar la felicidad. Si bien hay muchos libros que narran la felicidad, a mí me resulta más tentador leer la infelicidad que la felicidad. Es muy difícil narrar la felicidad sin caer en lo cursi, es muy difícil escribir lo que termina bien. Por otra parte, yo tiendo al réquiem y a la elegía. Me gusta la puñalada, lo lacrimógeno, lo oscuro, porque me gusta la nostalgia, la melancolía, el invierno y los libros dramáticos. Después puedo hacer chistes y tener una vida feliz entre comillas, pero a la hora de leer tengo estas preferencias.

-En la vida de Julián aparecen los libros, pero no son lo más importante. En la tuya, ¿qué lugar ocupan?

-Ahora tengo una hija y eso cambió mi escala de valores. Pero si pienso que si no escribo estoy de mal humor, que gran parte del día pienso en libros, que cuando entro en Internet lo primero que busco tiene que ver con los libros, te diría que sí porque casi todo mi mundo está suscrito a esa especie de microcosmos. Los libros son casi lo único en lo que estoy inmerso, fuera de lo que es la vida coyuntural. De hecho, en los últimos años casi no miro más fútbol, que era algo que hacía bastante. No tengo otros placeres, como la gastronomía que ahora está tan de moda. Para mí comer es llenarme, no perdamos tiempo en esta pavada.

-Decías que cuando no escribís te ponés de mal humor. Cuando no leés, ¿te pasa lo mismo?

-Durante mucho tiempo sentía culpa si no leía. Ahora no me pasa eso, pero sí siento un malestar horrible cuando no encuentro un libro que me llegue. Me encanta encontrar esos libros que te pegan en serio, que cuando los leés pensás que en ningún lugar vas a estar mejor que ahí, adentro de esas páginas.

-¿Te ponés objetivos de lectura como hace Martín Kohan por ejemplo?

-A veces pienso en hacerme listas con todo lo que leí en un año, pero nunca lo hice porque creo que hacer eso es generarme un compromiso. Además, si lo pensamos seriamente, nos ponemos metas para todo, si con la lectura y la escritura hacemos lo mismo, estamos volviendo una obligación uno de los pocos placeres improductivos que tenemos en la vida. Pero al mismo tiempo es una tentación hacerlas. Yo, por ejemplo, siento que tengo que leer más ensayo y más poesía, pero nunca termino haciéndolo. Esa deuda siempre está ahí, por eso sé que la relación con la lectura no es una relación de puro placer.

-En una charla anterior que tuvimos hablamos sobre el periodismo y tu postura era bastante apocalíptica. Ahora, ¿cómo está tu relación con el periodismo?

-Me acuerdo de esa charla y yo creo que te había dicho que estaba presagiando una especie de divorcio. La verdad es que el divorcio se está haciendo largo (risas). Hay muchos temas en esta decisión, uno es que el periodismo es algo que uno hace porque le gusta. Supongo que, si cambiara de trabajo drásticamente y me pusiera a limpiar piletas como Félix Bruzzone, cada tanto haría una entrevista porque es algo que me da placer hacerlo. Al mismo tiempo es un trabajo y eso hace que uno lo necesite y por más que crea que se cumplió un plazo, no es tan fácil conseguir otro laburo. No digo que me quede en el periodismo solo por eso, pero es un factor que no se puede desatender. Por otro lado, soy consciente de que trabajo en blanco, con obra social y en una revista de literatura, en el año 2018, en Argentina. ¿Cuántas personas como yo hay? Yo no creo que haya más de 40 en todo el país. La verdad no se me ocurre otro trabajo que hagan tan pocas personas, tendría que pensar mucho. 

Publicada originalmente en Revista Quid.

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