lunes, 11 de febrero de 2019

Entrevista a Samanta Schweblin: "Soy una cuentista nata y eso es algo que no tiene solución"


Por Nando Varela Pagliaro

Samanta Schweblin nació en Buenos Aires en 1978. Sus libros de cuentos El núcleo del disturbio, Pájaros en la boca y Siete casas vacías obtuvieron, entre otros, los premios internacionales Casa de las Américas, Juan Rulfo y Narrativa Breve Rivera del Duero. Su primera novela, Distancia de rescate, fue nominada en 2017 al Man Booker Prize. En 2018 ganó el premio Shirley Jackson y fue elegida por el Tournament of Books como el mejor libro publicado en Estados Unidos. Recientemente, acaba de publicar Kentukis, una novela sobre las conexiones y desconexiones humanas, el lenguaje y todos los desentendimientos de la comunicación. Actualmente vive en Berlín, Alemania, y en su última visita a la Argentina, dialogó con nosotros.

¿Cómo surgió la idea del libro?

Supongo que deben haber habido muchas cosas que se cruzaron. Por un lado, hace seis años que estoy viviendo afuera y para mí todo lo que son los dispositivos de comunicación, las apps, se volvieron mis fuentes de comunicación con los otros. Otra cosa que me pasó es que estuve viajando mucho y tenía esta idea de ir ciudad tras ciudad y que se me empiecen a confundir las ciudades. Por eso Kentukis sucede en veintipico de ciudades distintas y casi todas las conozco. También, el momento en el que apareció la idea fue acá en Buenos Aires, en un viaje que hice hace dos o tres años atrás en el que había un boom de imágenes de la ciudad tomadas desde drones. Era divino porque había un redescubrimiento muy fuerte de la ciudad.

¿ Cómo explicarías qué es un kentuki?

Un kentuki es un dispositivo que permite el acceso remoto de un ciudadano a la vida privada de otro. Lo que te da el Kentuki es movilidad en el espacio del otro. Entonces vos podés ser un ciudadano de la india y estar paseando por el departamento de un italiano al que fuiste asignado.

A mí los kentukis me hicieron acordar a una especie de Tamagotchis tamizados con Black mirror.

Claro, este dispositivo, al estar instalado adentro de un peluche entran en juego un montón de cuestiones alrededor de las relaciones que tenemos con nuestras mascotas. El concepto de mascota es medio extraño porque finalmente uno es el amo y el bienestar de esa mascota depende de uno. El bienestar del usuario que está ahí adentro también empieza a depender del usuario que está afuera y lo custodia. Se tiene que ocupar de muchas cosas para que esa vida siga latente ahí adentro.

A diferencia de Distancia de rescate, que fue un cuento que terminó transformándose en una nouvelle, Kentukis pareciera que de entrada fue pensada como una novela, ¿no? ¿Cómo fue ese proceso de escritura?

Hubo un primer borrador en el que esbocé los primeros capítulos y ahí ya estaba todo. Era claro que era una historia que iba a contar con muchas voces diferentes; iba a suceder en distintos lugares del mundo e iba a estar estructurada por capítulos. Aunque la idea hable de algo novedoso, creo que a nivel estructural es una novela muchísimo más tradicional si la comparo con toda la experimentación que rodeaba a Distancia de rescate. Para mí no se trata de incursionar en un género o en otro o de ser experimental o no serlo, sino más bien es una cosa muy intuitiva de pensar en qué es lo que puede necesitar cada historia. Distancia de rescate necesitaba un espacio asfixiante, una manera nueva de contar esa muerte por la extrañeza, por la propia fiebre y locura en la que ella se mete con su accidente. En cambio, Kentukisera una historia que tenía que ver con las conexiones y con el lenguaje.

Acostumbrada a escribir cuentos, ¿te sentiste cómoda como novelista?

No me hace más feliz, soy una cuentista nata y eso es algo que no tiene solución. Pero, si bien no me hace más feliz, me deja más tranquila la vida del novelista. El cuento es muy agotador porque la instancia del ser escritor es muy breve. En mi caso, primero pienso mucho sobre qué voy a escribir, juego con las voces y hasta que no entiendo muy bien al menos a nivel emocional por dónde va el cuento, no me siento a escribir. Una vez que me siento, todo sucede muy rápido porque me importa mucho que en un cuento breve, la idea central de lo que va a pasar quede plasmada en una única sentada. En ese sentido, el ejercicio del novelista es mucho más relajado porque todas las mañanas te levantás y sabés en qué estás trabajando; se parece más a un trabajo de oficinista, con rutinas y horarios.

Muchas veces dijiste que tus libros son más inteligentes que vos. ¿Kentukis es tu libro más inteligente?

Habría que pensar en qué sentido es el más inteligente. A nivel emocional te diría que el más inteligente es Distancia de rescate. A nivel literario, con el libro que me siento más identificada es con Siete casas vacías. Creo que en Kentukis aprendí a no ser tan cerrada en el control que tengo del lector, pude relajarme un poco y a entregarme a la historia. Ahora si eso es un movimiento más inteligente, no lo sé.

Ahora que sabés que cada vez sos más leída, ¿cuánto modifica eso tu escritura a la hora de sentarte a escribir?

Que uno escriba no significa que luego vaya a publicar. Hay una cantidad de material descartado o latente detrás de cada libro que se publicó que ni siquiera tiene que ver con ese libro. Lo que sí es cierto es que cuando uno empieza a tener más lectores, tiene una responsabilidad más alta con el pacto con el tiempo.

De todos tus libros, Kentukis es el que menos se parece al resto de tu obra, ¿vos ves algún punto de contacto con los demás libros?

Cuando lo estaba escribiendo no, porque sentía que estaba trabajando fuera de mi zona de confort y pensaba si eso no era un poco peligroso. Es mi primera novela coral, mi primera novela formalmente tan larga, está narrada por un narrador en tercera, que es totalmente ajeno a mí, porque yo siempre me involucro con los personajes en la primera persona. Además, el tema de la tecnología me parecía insólito. Pero llegando a la segunda parte del libro me di cuenta de que en realidad seguía hablando siempre de lo mismo: los vínculos, la incomunicación con los otros, el problema del lenguaje y la soledad. Además, había algo que es lo que al final me da confianza en mis textos que es sentir el latido de la tensión. Esa tensión que hay de fondo que me interesa tanto y que cuando no está yo misma la suelto como lectora de mis propios textos.

Sos una escritora muy de ficción pura o absoluta por etiquetarla de algún modo. ¿Es posible que alguna vez escribas algo más emparentado con lo que ahora llamamos literatura del yo? ¿Tenés alguna historia autorreferencial que tengas ganas de contar?

Tengo una historia que estoy descubriendo que tiene que ver con el pasado de mi lado paterno. Es un pasado muy tremendo, muy oscuro, que todavía estoy tratando de digerir y recién ahora estoy empezando a encontrar las formas, ni siquiera de entenderlo, pero sí de enterarme. Es algo muy nuevo y me doy cuenta, por el peso que tiene la historia, que tarde o temprano la manera de digerir todo esto va a ser escribir un libro. De todos modos, por más que uno tiene toda esa carga emocional después tal vez hace otro libro de ficción absoluta, que es lo que a mí más me está interesando ahora, pero no reniego de lo que llaman la literatura del yo.

¿Cómo lectora sí te interesa el género?

No es lo que más leo, pero por supuesto que hay libros muy buenos. Claus y Lucas, por ejemplo, es un libro de ficción absoluta y uno puede leer todo el tiempo la historia de Agota Kristof detrás de ese libro. Esos libros híbridos entre las biografías y los mundos absolutamente imaginarios de un escritor son hermosos.

Muchas veces te leí hablando sobre tu vida en Berlín. Tu abuela te decía que si estás preparada para la tristeza, la vida te sorprende con algunas alegrías. ¿Qué te da tristeza y qué te da alegría de vivir ahí?

Me da alegría la libertad. Esa es la gran diferencia entre vivir acá y vivir allá. Libertad en todo sentido: libertad económica. Allá trabajo un tercio de lo que trabajaba acá para vivir y todo el resto del tiempo es escritura. Es tremenda la diferencia de lo que sale comprar el tiempo libre allá para poder producir. La libertad física también es muy importante. Yo viví toda mi vida en Buenos Aires y no sabía que una mujer podía salir con sus amigas y volver sola a las tres de la mañana en bicicleta. No sabía que eso era un derecho y es hermoso. Eso es algo que nunca se nos ocurriría como latinoamericanas. Después está la libertad que uno siente en una ciudad en la que todo está pasando al mismo tiempo y uno puede elegir dónde se mete y dónde no. En qué momento te encerrás en tu propia burbujita y la ciudad te desconoce porque al final sos una extranjera.

Y con el lenguaje, ¿cómo te llevás?

Cuando llegué no solo no hablaba una palabra de alemán, sino que mi inglés era terrible. Por eso lo primero que hice fue estudiar inglés. Recién ahora estoy empezando a estudiar alemán. Me encanta, es un idioma precioso y súper difícil.

Dicen que la vida es muy corta para aprender alemán.

Ese es uno de los dichos que está colgado arriba de la puerta del instituto donde estoy estudiando. Eso nos recuerda que siempre hay un plan mejor que estar ahí aprendiendo alemán. Lo que pasa también con el alemán es que no lo necesito nunca para nada en mi vida en Berlín. Todo sucede en inglés o en español. Hay una comunidad hispanohablante enorme.

¿Te da miedo que tu español suene un poco anacrónico, como le pasaba a Cortázar cuando estaba en París?

Me pasa algo parecido. Me pregunto también cuánto tendrá que ver esta novela con ese ruido que tengo ahora en el lenguaje. Igual, se vive muy diferente que en el momento en el que vivió Cortázar. Lo que te pasa cuando vivís afuera, sobre todo en un microclima latinoamericano, es que tu porteño se neutraliza porque sabés que si decís “salgo en musculosa”, el otro te mira sin entender nada.  Para dejar de hacer ruido, empezás a neutralizar y también empezás a tomar palabras de los otros españoles que son hermosas y no existen en tu lengua. Lo que me pasa a mí cuando escribo es que mi cabeza vuela inmediatamente a Argentina porque todo lo que pienso sucede ahí, pero mi porteño es un porteño de hace seis años atrás. Entonces me pregunto: ¿qué es más natural: que mis personajes hablen como yo o que hablen como argentinos, cuando en realidad esto sonaría forzado porque no es mío de manera natural?

Sigamos hablando del lenguaje. No sé si leíste la nota de Alan Pauls en la que se oponía al lenguaje inclusivo muy enfáticamente. En tu caso, ¿qué opinás al respecto?

Para mí es muy extraño lo del lenguaje inclusivo porque no le escuché nunca tet a tetporque no vivo acá. Lo veo en las redes sociales, pero son contadas con los dedos de las manos las veces que los tuve en una conversación frente a frente. De cualquier forma, creo que es hermoso, que no lo sienta de manera natural porque estoy muy lejos, no significa que no me parezca algo realmente precioso. Me parece que ver mi lengua cambiando como está cambiando en vivo, girando sobre un eje tan puntual, es algo alucinante. Qué cosa más preciosa puede pedir un escritor que ver esta transformación en este momento.

¿Te ves formando parte del cambio y hablando así?

Lo escuché a Hernán Casciari diciendo algo que me parece que es justo lo que va a pasar. Hernán decía que para él es muy extraño entrar en una fiesta y decir “vamos todes afuera” porque no es de nuestra generación, porque no lo entendemos todavía, porque no es un ejercicio que nos salga de manera natural, pero va a llegar un punto en el que si en una fiesta decimos “vamos todos afuera”, solo van a venir los varones. Entonces, vas a tener que decir “vamos todes afuera” y punto. Porque a veces vos cambiás el lenguaje y otras, el lenguaje te cambia a vos.

Nombraste a Casciari. Hace un tiempo lo entrevistamos y nos decía que el hecho de vivir afuera a él le dio cierto prestigio. En tu caso, ¿pensás que el hecho de escribir desde Berlín te coloca en un lugar distinto?

No creo que estar afuera sume respeto. Conozco mucha gente que está afuera y que no respeto, pero sí me parece que hay algo con la figura del escritor que, al no estar tan al alcance de la mano, los lectores se movilizan más cuando venimos al país. Estar afuera ayuda a moverse de una manera un poco más ágil y más cómoda en un contexto literario internacional: viajar a festivales o a determinadas lecturas que te puedan invitar en Europa. Desde Argentina es muy difícil que un editor se arriesgue a invitarte a Croacia. En cambio, desde Berlín es posible. Ahí sí ser extranjera termina acercándote a tus lectores extranjeros, pero no sé si te acerca a los lectores de tu propio país.

¿Te ves volviendo o eso todavía no está en tus planes?

Es una sensación muy extraña porque cuando pienso en un futuro lejano nunca me pienso viviendo en Europa. Para mí mi futuro lejano es Buenos Aires, pero no me veo volviendo ahora. No solo por la situación argentina, sino porque una vez que uno sale de su país siente una libertad tan bonita que es más tentador ir a la ciudad siguiente que volver. Pero, siempre les hago el mismo chiste a mis amigos y les digo que, cuando vuelva a Buenos Aires, yo voy a ver elegido vivir acá, ustedes no.

Este fue un año muy intenso y de muchos logros para las mujeres. En una nota te leí citar a Marguerite Yourcenar que decía que no quería participar de ningún espacio en el que por ser mujeres las pongan en un lugar aparte. ¿Pensás que la literatura y las mujeres escritoras tienen el deber de manifestar su postura?

Yo soy de las que creen que no hay que presentarse a esas mesas y te digo que este año he rechazado unas siete u ocho invitaciones a mesas de mujeres. Con respecto a si tenemos algún deber, creo que en todo caso el deber es como ciudadana, no sé si el deber está puesto en la literatura. La literatura es la que es y por ósmosis y transpiración dice lo que pienso y cómo veo el mundo. Para llevarlo a un lugar más personal y del día a día, la gran lucha este año fue el ejercicio continuo que estamos haciendo todas las mujeres en nuestros espacios íntimos de empezar a poner límites y barreras que antes no poníamos, simplemente porque antes no nos dábamos cuenta, pero ahora que te das cuenta es hasta cansador el ejercicio. Hay un ejercicio de revisionismo del mundo pequeño que está buenísimo, pero es muy cansador.

En el campo literario, ¿creés que sigue habiendo diferencias entre hombres y mujeres?

Sigue habiendo diferencias, pero no en la escritura. En la escritura no hay género, hablamos de diferencias en el mercado. Se nota muy bien la diferencia de cómo va creciendo el espacio de la mujer de generación en generación. Si mirás las generaciones más grandes, son todos hombres los que ocupan puestos de poder. En mi generación, eso ya es mucho más par y si ves las generaciones que vienen ya hay una mezcolanza preciosa.

Publicada originalmente en Revista Quid.

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