Nando Varela Pagliaro
A partir de la publicación
de El nervio óptico, el nombre de
María Gainza se asocia con la idea de literatura de alta calidad narrativa. Ese
volumen inclasificable- publicado primero por Mansalva y luego reeditado por
Anagrama- reúne una singular historia del arte en once capítulos, mientras que
a la par conocemos los avatares de la narradora -una mujer de clase alta que
elige salir de su zona de confort. Luego de esa primera incursión narrativa,
que fue recibida con mucho entusiasmo por parte del periodismo cultural y los
lectores, Gainza acaba de publicar La luz
negra, una novela atrapante en la que también utiliza el mundo del arte
como telón de fondo. En palabras de Hinde Pomeraniec, con esta segunda novela,
“es como si, sin habérselo propuesto, María Gainza hubiera conseguido un tipo
de narración perfecta y apropiada para el lector de hoy, un lector absorbido
por las redes sociales y atrapado en la agobiante biblioteca de Babilonia que
es Internet. Su delicado trabajo de recreación de personajes e historias
reales, engarzados con creaciones propias y con episodios autobiográficos actúa
como un reflejo estimulante en el lector, ya que provoca el interés por seguir
testeando lo real y buscando la verdad y lo auténtico, como si la lectura fuera
un sinuoso camino de hipervínculos”.
La entrevista que sigue se
realizó vía correo electrónico.
-¿Cómo fue el proceso de escritura de La luz negra?
-Fue largo. Hubo una parte
de investigación y otra de divagación. Mi sensación al escribir es como caminar
en la niebla. Durante buena parte del proceso no veo mucho ni entiendo lo que
estoy haciendo hasta que de golpe se abre un túnel en esa niebla y debo
apurarme a terminar antes de que el túnel vuelva a cerrarse.
-Durante ese proceso, ¿qué libros de otros autores estaban sobre
tu mesa de trabajo?
-No leo durante el proceso
de escritura libros que me inspiren porque no creo que la inspiración sea
lineal. Leo o bien lo que necesito para recabar información o leo lo que me
llame al placer. A veces el impacto de un libro se siente muchos años después.
Es probable que los efectos para La luz
negra provengan de lecturas de mi adolescencia pero si abro mi agenda y
miro los libros que leí durante los años 2015-1017 aparece un listado
variopinto: Mario Levrero, Luciano Lamberti, Osvaldo Baigorria, J.R. Ackerley,
Sergio Bizzio, Lytton Stratchey, Huysmans, Dawn Powell, Stendhal, Juan José
Morosoli, Christopher Isherwood, Arthur Schnitzler, un abanico amplio, medio al
tun tun. Podría seguir transcribiendo la lista y seguiría luciendo igual de
dispersa. Tiendo a leer azarosamente, sin programa, como la mayoría de la gente
supongo.
-Hay muchos hípervínculos a hechos y personajes reales, ¿cuánto
trabajo de investigación hubo detrás para construir el libro?
-¿En términos de qué se
mide una investigación? ¿en meses dedicados? ¿en material obtenido? En este
caso la investigación se obstinaba por escapar de los cauces previsibles, el
material que recababa me resultaba esquivo, tendía al hermetismo o se me
deshacía entre los dedos. Pero para dar una medida más o menos concreta, me
dediqué durante dos años al tema, discontinuamente por supuesto, porque la vida
suele imponer sus propios tiempos.
-Cuando publicaste El
nervio óptico no sabías que iba a pasar con el libro, supongo que no
imaginabas que iba a tener la recepción que tuvo. A la hora de escribir La luz negra, ¿eso te condicionó?
¿Trabajaste teniendo algún tipo de lector en la cabeza?
-El nervio óptico tuvo una recepción inesperada. Nunca en mi vida
fantaseé con esa posibilidad. Pero si bien tuvo una buena repercusión, no
estamos hablando de un fenómeno. Es apenas un éxito moderado. Y gracias a que
fue moderado y no descomunal, me condicionó de forma positiva. Básicamente me
empujó a escribir otro. Escribo solo cuando tengo ganas y no tengo ganas muy
seguido. Necesito un buen tema y eso no aparece a cada vuelta de esquina. En
cuanto a la conciencia sobre el público, suena a cliché y tal vez como todo
cliché esté bien arraigado en la experiencia, pero mi único público lector soy
yo y como lectora quiero que las oraciones suenen bien, que en ellas viaje
cierta elegancia, que la historia contenga honestidad (aunque no tenga muy en
claro que es la honestidad) y que entretenga, no desprecio el factor
entretenimiento, de hecho, me parece crucial.
- En varias notas leí que dijiste que tenías la intención de
escribir La Biografía del humo, ¿ese
fue uno de los títulos posibles o de entrada el libro se llamó La luz negra?
-Pensé en La biografía del humo como subtítulo en
algún momento pero después me pareció demasiada información. Preferí un título
menos pesado. El libro de entrada se llamó La
luz negra aunque era un título tentativo, abierto al cambio si aparecía
algo mejor en el camino, cosa que no sucedió. Lo mismo me pasó con El nervio óptico. Era título tentativo.
Suelo trabajar con títulos improvisados porque necesito guardar el archivo de Word
de alguna manera y porque tener un título me da un norte. Si no tengo título no
puedo avanzar mucho, aunque después el título cambie.
- Tanto El nervio óptico
como La luz negra tienen como telón
de fondo el mundo del arte, ¿imaginás tu próximo libro dentro de ese marco o
todavía no estás pensando en un tercer libro?
-A veces, cuando me aburro
de mí misma, fantaseo con saltar a otro mundo pero siempre vuelvo a lo que
conozco.
- La mayoría de las entrevistas que te hicieron fueron hechas
vía correo electrónico y con la misma foto de prensa, ¿por qué? ¿qué es lo que
no te gusta de estas cosas que rodean al mercado editorial?
-No creo que haya una
regla: hay libros buenos con escritores que no dan notas y hay libros buenos
con escritores que no paran de aparecer en los medios. No tengo un juicio de
valor sobre lo que hacen los otros con su trabajo, porque en definitiva esto es
un trabajo como cualquier otro. A mí me gusta la privacidad y aunque me encanta
que mis libros tengan prensa prefiero que sean reseñas y no entrevistas. No
creo tener nada muy interesante para decir y me aburre escucharme decir siempre
lo mismo. Creo que los libros se arruinan cuando el escritor habla, pero hablar
es el juego hoy en día. Yo lo padezco, aunque haga el esfuerzo como ahora. A la
vez tampoco quiero hacerme la Greta Garbo y menos aún boicotear el trabajo de
los editores, hay mucha gente involucrada en la publicación de un libro. En
fin, es todo un lío en mi cabeza que no logro resolver, pero que, en
definitiva, por suerte, no es tan importante para nadie.
- Fogwill decía que para que un escritor existiera entre
sus pares, era importante estar instalado en los circuitos de sociabilidad. En
tu caso, se te ve bastante afuera de todo. ¿Cuán necesario es formar parte de
la red de conflictos, amistades y vanidades para que una obra circule?
-“Circuitos de
sociablidad”, qué expresión rara. No es necesario formar parte de nada. El nervio óptico circuló bien y no me
conocía más que un puñado de gente y ni siquiera era gente del mundo de la
literatura. El 90% de mis amigos pertenece al mundo del arte porque trabajé en
ese mundo durante 15 años y me resulta un grupo inteligente, sensible y con una
cuota de divina frivolidad que le da gracia a la vida.
- Pedro Mairal dice que a la hora de completar una ficha de
embarque prefiere poner docente antes que escritor o poeta. En tu caso, ¿qué
pondrías? ¿Por qué cuesta tanto asumirse como escritor?
-Me cuesta asumirme como
escritora porque empecé grande, porque no soy una lectora voraz y porque cada
vez que empiezo un nuevo libro siento que no tengo la menor idea cómo hacerlo.
Me considero siempre en modo amateur. Además, hay algo que me suena pomposo
cuando digo “soy escritora”. No me pasa lo mismo cuando otro dice que es escritor.
Al otro lo respeto más se ve.
- Durante mucho tiempo trabajaste de crítica en varios medios
periodísticos, ¿cómo te llevás con la mirada de los otros? ¿Te pesa?
-No leo mucho las
críticas. A veces las leo a campo traviesa pero jamás en detalle porque, sean
buenas o malas, me dan miedo. Creo que podrían afectarme: o volverme una creída
o volverme una insegura. Trato de elegir la vía media de Kipling y hacer “la
mía” sin prestar demasiada atención a los ruidos de la calle. Nada muy propio puede
salir si una está pendiente de los gustos ajenos.
- Alejandro Zambra dice que “la clase media es un problema si se
quiere escribir literatura latinoamericana”. En tu caso, que venís de una clase
social más alta ¿Qué importancia tiene a la hora de querer ser escritora?
-No estoy segura de lo que
quiere decir Zambra. Debería leer el texto completo para agarrar bien la idea
porque creo hay muchos escritores de clase media que son alucinantes. Zambra
debe estar apuntando a algo más que no alcanzo a entender en esa cita suelta. Y
la verdad es que tampoco sé tanto sobre literatura para aventurar esos juicios,
esas sentencias que pueden describir un paisaje en dos pinceladas me asombran,
es como hacer un Turner del paisaje literario, soy completamente incapaz por
falta de conocimiento. En mi caso la clase “más alta” (no diría “alta”) me ha
dado un lugar desde dónde mirar el mundo y una conciencia feroz de la suerte
que tienen unos pocos sobre una gran mayoría. Pero no creo que una clase te
empuje a escribir y otra no.
Publicada originalmente en Revista Quid.
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