lunes, 1 de diciembre de 2014

Entrevista a Martín Kohan: "Malvinas es la guerra que convenía perder"


Nando Varela Pagliaro

“Si vos me decías de hacer esta entrevista en mi casa, yo te hubiera dicho que no. Vamos a un bar porque no me gusta estar sentado en mi casa hablando. Los pocos amigos que me han quedado no conocen mi casa. Mi hermana hará diez años que no viene. Si me quiere ver, nos vemos en el bar. En el bar encuentro el equilibrio perfecto entre soledad y compañía. Es como una ficción de compañía y a la vez lo que yo quiero, que es estar solo”. El que habla, sentado a una mesa del clásico Bar La Orquídea de Avenida Corrientes, es Martín Kohan. El mismo que en Dos veces junio se preguntaba: ¿A partir de qué edad se puede empezar a torturar un niño? Esa novela de 2002 fue la que lo colocó en un lugar de prestigio entre los autores de su generación. Luego vendrían Segundos afuera, Museo de la revolución, Cuentas pendientes, Bahía Blanca y Ciencias morales, por la cual ganó el Premio Herralde en 2007 y fue llevada al cine como La mirada invisible. Esta vez la violencia, enfocada más precisamente en la guerra, vuelve a ser el centro de su discurso, pero en forma de ensayo. En El país de la guerra (Eterna Cadencia Editora), Kohan realiza un análisis sobre los textos de Domingo F. Sarmiento, Bartolomé Mitre, Juan Bautista Alberdi, José María Paz, José Hernández, Leopoldo Lugones, Rodolfo Walsh, Fogwill y Carlos Gamerro, entre otros, para ver de qué modo sirvieron para exaltar lo bélico y el culto de la gloria militar.

-En el libro hablás de Mitre como el gran edificador de héroes patrios, ¿Por qué creés que a la hora de fundar un mito de origen puso el foco en la guerra y no el pensamiento?

-Son claramente opciones ideológicas y narrativas a la vez. No se trata meramente de una vertiente historiográfica, de una preferencia ideológica en un sentido acotado, sino más bien en un sentido más amplio. Tiene que ver con la idea de un diseño de modelo de país. Lo pongo en Mitre porque en él ha habido una gran potencia narrativa. Sin dudas, la idea de un país fundado en la ética de guerra es una decisión ideológica muy fuerte de Mitre, pero a mí me interesaba subrayar el contrapunto de Alberdi. Eso me permitió señalar que el diseño de argentinidad que tenemos y del que participamos fue uno que admitía alternativas. Podría haber sido otro y el país habría sido otro.

-Esa construcción de nuestra identidad que edificó Mitre ¿no creés que ya fue derrumbada por los historiadores revisionistas e incluso por el kirchnerismo mismo? Más de una vez Cristina ha hablado de Moreno y Castelli, por ejemplo.

Yo creo que el paradigma es muy fuerte y todavía se sostiene. A menudo los paradigmas así de fuertes se sostienen en buena medida por su capacidad de absorción de aquello que se constituye para afectarlos. Me parece que hay zonas que el revisionismo vino a cuestionar en términos de determinadas inversiones. Hay una clara intervención sobre la figura de Sarmiento o de Rosas, no así sobre la figura de San Martín, que queda fortalecida, dispuesta en otro lugar, subrayada como aquel que donó el sable corvo a Rosas,  pero fuera de zona de revisión. Por lo tanto, lo más sustancial del paradigma queda en pie. El caso del kirchnerismo es distinto y lo veo en todo caso como un fenómeno de complementación. Me parece que viene a equilibrar un reparto de los factores que hacen a la argentinidad y creo que en ese sentido fue muy fuerte lo que ocurrió con las exaltaciones de la argentinidad del Bicentenario, que en parte no estuvieron previstas, sino que fue algo que sorprendió incluso a sus ejecutores.

-Si volvemos a Mitre y la construcción del mito fundacional, ¿Hay una relación entre el lugar que ocupa hoy el intelectual y la edificación mítica de Mitre?

-Me parece que hoy no hay un único lugar del intelectual. Por lo tanto, habría que ver casos y posiciones, pero de todos modos, diría que no deja de ser una construcción cuya potencia se sigue verificando. El revisionismo fue y sigue siendo insuficiente. En El país de la guerra el nudo de lo que estoy queriendo interpelar es la preponderancia de la dimensión bélica y de la figuración de próceres de guerra en la configuración imaginaria de la identidad argentina.

- Entrando en la actualidad, pero siguiendo con el lugar del intelectual, hace poco Beatriz Sarlo estuvo en el programa de Alejandro Fantino. ¿Pensás que los intelectuales deben ir a esos espacios o el discurso pierde valor en lugares así?

No voy a decir “deben” porque parece que les estoy diciendo a los demás lo que tienen que hacer, pero a título personal, me entusiasma muchísimo ese tipo de intervención. Creo que Fantino tiene una virtud que otros no tienen que es que sabe lo que no sabe y ese es un gran mérito. Ese es un lugar muy adecuado para un periodista porque te puede ayudar a preguntar bien. Puede salir una muy buena entrevista a partir de alguien que no sabe y lo asume y no quiere explicarle Bourdieu a Beatriz Sarlo. Junto con Josefina Ludmer, Ricardo Piglia y David Viñas, Sarlo es una de los referentes que me ha marcado en mi formación universitaria. Para mí es un modelo de posición intelectual. En cualquier ámbito: en Viva o en Punto de Vista, en Harvard o en lo de Fantino, siempre es sólida y siempre es rigurosa. Esté yo de acuerdo con las posturas que toma o no.

-Volviendo al libro, a  pesar de las grandes gestas militares de los comienzos, luego de la dictadura y de Malvinas, la palabra militar perdió el prestigio que alguna vez tuvo. ¿Creés que es posible que alguna vez lo recupere y que al decir militar no pensemos primero en torturadores y genocidas?

Espero que no, ¿para qué nos serviría el prestigio militar? Un ejército siempre se encarga de preservar el orden existente, lo cual no necesariamente supone tortura y represión o terrorismo de estado, pero contempla también esa posibilidad. Cuando esa posibilidad extrema no se da, el ejército no deja de ser una institución destinada a mantener las relaciones de dominación social. La única figuración de guerra que me podría llegar a entusiasmar es la guerra revolucionaria. El único hombre de armas, cuya figuración me parecería valiosa, es la figura del revolucionario.

-En el libro te referís al Che Guevara como al guerrero sin guerra. ¿La guerra revolucionaria de los sesenta y setenta tuvo un lugar de significación en la vida política argentina?

La tuvo en parte y diría que esa es una cuestión meramente abierta. La idea de que la figura del Che ha sido despolitizada y desideologizada es una idea ya evidente, pero al entrarlo en clave de guerra, se puede advertir hasta qué punto no sólo se lo ha despolitizado, sino también se lo ha desmilitarizado para despojarlo de la dimensión del guerrillero y del combatiente. En cuanto a la guerra revolucionaria, no se agota en el Che. De hecho los capítulos respectivos en el libro los he pensado menos como un señalamiento que como una intervención, porque creo que todavía son cosas que aún están abiertas a discusión en el presente. Considerar si hubo o no una guerra era una manera de hacerle el juego a la coartada de los represores, sobre todo en el momento que tienen que dar la cara en los juicios a la Junta. Me parece que ahí también hubo un entrampamiento por el cual sólo se podía designar a la víctima pasiva, a la víctima inerte de la tortura y la represión porque traer a colación la dimensión de una práctica política activa, de una militancia de sujetos activos, parecía que no podía sino hacerle el juego al “algo habrán hecho”. Con el paso de los años esto se fue acomodando de otro modo. Ha habido intervenciones decisivas como La Voluntad de Caparrós y Anguita, como la intervención de la agrupación Hijos, que inicia una reivindicación de las prácticas políticas de los padres, de modo que eso rebota sobre Madres y el kirchnerismo, aunque tengo mucho para discutir ahí, también ha hecho lo suyo.

- Es conmovedor el capítulo en el que hablás de la  muerte de Vicky Walsh, la hija de Rodolfo Walsh. Es muy interesante como narrás la disparidad entre la militancia y los militares.

- Las guerras suelen ser desparejas. Si es por disparidad, la guerra de Malvinas también lo fue y toda guerra revolucionaria es despareja porque por definición un conflicto entre una fuerza insurgente de carácter siempre clandestino frente a un aparato de represión estatal, siempre es asimétrica. Las guerras de insurgencias, que en los comienzos son siempre endebles y con niveles de disparidad muy marcados, cuando se resuelven en victoria revolucionaria, esos mismos aspectos son épicos. Los doce guerrilleros en Sierra Maestra, que hubieran sido doce insensatos si eso fracasaba, son doce héroes porque eso triunfó y el heroísmo tiene que ver con que eran doce. La idea de que no hubo guerra porque eran doce es equivocada.

Kohan es muy enfático cuando habla, pero si duda se permite parar, pensar y volver sobre sus palabras para reforzar lo que cree que no quedó claro en su respuesta. Entonces, deja Cuba a un costado y retoma el tema de la dictadura:Lo que yo creo que sucede es que es más cómodo para todos decir “nosotros la memoria, Videla el olvido”. Es más cómodo pero es falso porque es mentira que Videla y los militares querían el olvido, sino que tienen un posicionamiento de memoria muy fuerte. Se consideran los salvadores de la patria y quieren ser recordados como tales. Eso no es olvido, es otra construcción de memoria con la cual uno obviamente confronta. Pero no son los que quieren olvidar todo contra los que queremos recordar todo. Es una memoria en combate contra otra memoria. Yo tenía quince años en el 83 y en el imaginario la memoria que inmediatamente se arma es la del Nunca más, que era muy necesaria pero era esto: “los llevaron, los encapucharon, los tiraron al río, los torturaron, los picanearon” y si vos preguntabas qué hicieron, en seguida te decían “que estás queriendo justificar lo que les hicieron”. Pero no es así, a mí me interesa saber qué hicieron porque no estoy condenando lo que hicieron”.

-Antes hablabas de la épica; ante la ausencia de guerras, es el deporte el que consigue procurarle nuevos héroes a la nación ¿para nuestra construcción de identidad es positiva esta épica puesta en el deporte y no en lo militar?

Yo preferiría que no haya una épica nacional con imaginario de guerra. A mí los fervores patrióticos no me entusiasman en ningún caso, pero si tiene que haberlos es mejor que sea con los mundiales, que no muere nadie y no en Malvinas. A mí me pareció muy interesante, otra vez la memoria y los olvidos y algo que no es ni memoria ni olvido, sino el recuerdo equivocado. La memoria colectiva equivocada, cuando todos nos acordamos mal de algo. ¿Por qué muchos juran haber visto el Mundial ‘78 en colores en Argentina, que no se transmitió en colores? A mí me parece que hay un dato en esta memoria falsa y es que efectivamente la campaña de la dictadura en términos de la modernización que el Mundial iba a propiciar, funda un recuerdo de algo que no existió. De la misma manera que me llamaba la atención lo del ‘82, “los aviones y los goles”. Cuando hay un solo partido que se juega antes del fin de Malvinas y Argentina lo perdió uno a cero. Como ningún patriota festejó el gol de Bélgica, no hubo aviones y goles.

-En el ensayo sobre Malvinas hablás de una pugna entre el significante héroes contra significantes tales como chicos, veteranos, ex-combatientes. ¿Por qué es tan difícil otorgarles un lugar hasta desde lo semántico a los soldados de Malvinas?

Hay una dificultad objetiva, contrariamente a lo que puede parecer, que es el problema que plantea cualquier guerra perdida. En cambio, Malvinas es la guerra que convenía perder. Me parece que eso plantea un núcleo de sinsentido que fue muy provechoso para la literatura, pero que en otro orden resulta muy perturbador. Una guerra perdida admite épica, porque hay épicas de la derrota. A Belgrano las estadísticas le dan en contra, pero no importa porque la abnegación, el sacrificio y la mitología de su exaltación histórica, el hecho de meterse en una guerra sin ser militar, es perfectamente recuperable. En ningún sentido podríamos pensar que por Vilcapugio y Ayohúma la figura de Belgrano se desluce. Al revés, hay algo de la abnegación, de la inmolación, del sacrificio del derrotado que alimenta la figura heroica, pero en cambio el problema en Malvinas es otro. No podemos hacer eso porque esa guerra convenía perderla o dicho al revés, ganarla hubiera sido una desgracia. Entonces ¿qué podemos recuperar? En todo caso, el soldado víctima. Pero incluso eso se vuelve perturbador, porque si se trata de un soldado víctima, ¿es víctima de quién? Del ejército argentino. Entonces ¿qué paradigma heroico se puede construir con una tropa que fue víctima de su propio ejército? Con un ejército que fue victimario de su propia tropa, como antes lo fue de su propia población. El mismo ejército que desató el terrorismo de estado contra la propia población, desató el maltrato y la tortura contra su propia tropa.

Kohan se aparta un poco de la guerra, de la dictadura y de la militancia y se dispone a hablar de él, algo que mucho no le agrada. Cuando le pregunto por la construcción de su imagen como escritor, me dice que lo único que tiene de escritor es que escribe. Su vocación siempre fue escribir y el resultado de eso es ser escritor. “Otros tienen la vocación de ser escritor y el requisito para eso ha sido escribir. Parece un juego de palabras, pero creo que eso abre una diferencia sustancial. Hace poco estuve en una mesa con Carlos Gamerro y me dijo “yo cuando era chico veía a Borges y quería ser como Borges”. Cuando yo era chico, yo quería ser como Gatti. De hecho me ponía la vincha y las bermudas y mi fantasía era esa. Sólo que me gusta más escribir que atajar y lo hago mejor. No sé si escribo bien, pero atajo peor”, confiesa el autor.  

-Alguna vez hiciste referencia a lo que decía Héctor Libertella cuando hablaba de cantidad y calidad de lectores. Si tuvieras que elegir, qué preferirías ¿Cantidad o calidad de lectores?


Lo ideal sería superar la dicotomía. Lo que yo no estoy es dispuesto a sacrificar lo que entiendo por calidad en función de la cantidad. ¿Cuántos lectores me gustaría tener a mí? Mil millones, así además gano mil millones de euros porque gano un euro por libro. Ahora, la literatura que a mí me gusta como lector y la que quisiera ser capaz de escribir, tampoco tiene muchos lectores. Entonces, lo que a mí me gustaría y mi aporte a eso como profesor es formar lectores para que esa literatura sea masiva. Eso es lo que quiero.

Publicada en el suplemento de cultura de Tiempo Argentino.

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