lunes, 8 de enero de 2018

Entrevista a Sergio Olguín: “A veces los escritores somos un poquito menos de lo que nos creemos”


Nando Varela Pagliaro.

“Cuando un libro mío vende un poco más de lo habitual, los tipos que están en contra del mercado editorial me pegan. Cuando salió Filo por primera vez, no dijeron nada, probablemente ahora, que sale una edición más grande, por ahí la critiquen”, dice Sergio Olguín café de por medio en uno de los bares típicos del barrio de San Cristobal.
El autor de La fragilidad de los cuerpos conoce el paño del que habla porque durante casi tres décadas trabajó en periodismo cultural. Ha escrito en diarios como Página/12, La Nación y Crítica; fundó las ya míticas V de Vian y El amante; fue jefe de redacción de La mujer de mi vida y editor de El guardián. Pero a la par siempre escribió ficción. En 1998 publicó Las griegas, un libro de cuentos y en el 2002, Lanús, su primera novela. Luego vendrían, Filo (2003), El equipo de los sueños (2004), Springfield (2007), Oscura monótona sangre (2009), con la que ganó el Premio Tusquets, y a partir de 2012 comenzó la exitosa saga de las novelas de Verónica Rosenthal: La fragilidad de los cuerpos (2012), Las extranjeras (2014) y No hay amores felices (2016). Su última novela hasta el momento es 1982 (2017). Con la excusa de hablar sobre la reedición de Filo, nos encontramos con Sergio Olguín un viernes muy caluroso de noviembre.

-Me imagino que no es tan sencillo hablar de un libro que uno escribió hace más de quince años. Para esta reedición de Filo, ¿volviste a releerlo, cambiaste algo?

-Lo revisé un poco y ahora que volví a mirarlo, después de publicarlo, me di cuenta de que lo tendría que haber corregido más. De todos modos, el texto en general me sigue convenciendo.

-En la novela aparece mucho el universo de Puán y todo lo que hay a su alrededor, ¿qué te dejó tu paso por la Facultad?

-La Facultad me permitió encontrar a mucha gente como yo, que amaba la literatura, que era algo que no había en mi familia ni en mis amigos del barrio. Encontrarse con ellos para hablar de libros, de poesía y compartir la pasión por determinados autores, fue muy importante desde lo humano. Ahí también descubrí a muchos autores que no conocía, incluso algunos fundamentales en mi vida como Boris Vian. También me dio la posibilidad de leer a autores y libros que sí conocía, pero que tal vez no me hubiera tomado el tiempo para leerlos, si no hubiera sido por la carrera. Y algo fundamental que aprendí en Puán fue a mirar con cierta desconfianza el predominio de la teoría literaria sobre la práctica. A mí la crítica académica nunca me interesó demasiado porque siempre le encontraba los hilos.

- ¿Terminaste la carrera?

-No, la dejé ya siendo un estudiante muy avanzado. Mi idea era especializarme en Literatura argentina y latinoamericana, que era el lugar de discusión ideológica, política y estética por excelencia, pero cuando empecé a hacer V de Vian me parecía medio contradictorio hacer la revista y continuar en la carrera porque nosotros éramos muy críticos con la facultad.

-Hablando de la Facultad, en la novela también aparece la voz de David Viñas como profesor. De hecho, en uno de los capítulos citás un episodio en el que Viñas comparaba Esa mujer de Walsh con Santa Evita de Tomás Eloy Martínez y decía que lo de Walsh era literatura mientras que Santa Evita era marketing. ¿Estás de acuerdo con esa mirada o con los años cambió tu forma de entender la literatura?

-La verdad es que no cambió mucho mi relación con la literatura. Tuve la suerte de haber estado en la primera clase que dio David Viñas, cuando volvió del exilio. De hecho, esos fragmentos que aparecen en la novela son apuntes tomados de ahí. Ese para mí fue un momento culminante de mi formación ideológica y literaria. Yo siempre le tuve un gran cariño a Viñas, incluso no le critico ni los errores, pero en ese momento sí me pareció una exageración tratar a Santa Evita como una novela marketinera, cuando sabemos que el peronismo siempre fue una de las obsesiones de Tomás Eloy Martínez. Nadie puede pensar que él era un recién llegado a la discusión. A pesar de que yo en esa época tenía una especie de obsesión de burlarme de Tomás Eloy, con el seudónimo de Santiago Pazos, me pareció una cuestión de honestidad intelectual defenderlo y decir que lo de Viñas era una exageración.

-Mencionás a Santiago Pazos. Con ese seudónimo escribías tus columnas en V de Vian, ¿no?

-Claro, en la revista tenía una sección que se llamaba Cuánto vale tu silencio, donde Pazos se burlaba de la pedantería de los escritores argentinos o sea que tenía material para mucho tiempo. En un momento, para que no se dieran cuenta de que era yo, empecé a criticar a Sergio Olguín y con golpes bastante bajos. La verdad es que me divertía mucho haciendo esas cosas porque me las tomaba con mucho humor, no así la gente a la que criticaba. Me ha pasado de cruzarme con dos escritores muchos años después y acercarme a ellos y disculparme por cómo les pegábamos en V de Vian y extrañamente esas dos personas lo tomaron a mal; todavía seguían enojados con lo que no eran más que brulotes de jóvenes que querían meterse en el mundo literario pegándole a los más grandes.

-En Filo, Santiago Pazos dice que lo que él hace no es crítica literaria, sino que pone sangre donde otros pusieron agua o tinta. ¿Creés que faltan voces como la de Santiago en la crítica actual?

-Mientras Elvio Gandolfo siga escribiendo crítica, no nos va a faltar. Elvio siempre ha sido un modelo de cómo entender a la crítica. Él es muy amigo mío y cuando salió mi primer libro, lo comentó en Noticias y lo destrozó porque no le gustó. En ese momento, comiendo con él en un bar le dije: “Elvio, ¿cómo me vas a pegar así?” y él me respondió: “¿y qué querés que haga, si no me gustó?”. No entendía la posibilidad de hablar bien de un libro de un amigo si no le gustaba. Eso es lo que hace un crítico realmente. Siempre ha tenido esa actitud de honestidad intelectual que es lo que muchas veces falla. En estos tiempos, donde la honestidad intelectual de los periodistas falla de manera mucho más terrible por cuestiones más jodidas, que los críticos solo se dediquen a hablar bien de sus amigos y mal de sus enemigos, me parece un problema menor dentro del mundo del periodismo.

-Durante muchos años vos también trabajaste en periodismo, ¿extrañás algo de las redacciones?

-Extraño el contacto permanente con los periodistas. De hecho, me sigo reuniendo con amigos periodistas y me fascina hablar con ellos de política, de deporte, de espectáculo y de cultura. Me gusta mucho más juntarme con ellos que con escritores. Extraño el calor de las redacciones, pero también el vértigo de tener que resolver en las próximas horas una nota y estar tomándome un café con otro periodista, mientras vemos la Champions. Esa tranquilidad que tiene el periodista frente a la página en blanco siempre fue muy admirable en los demás y es algo que he intentado hacer como periodista. Un poco en broma suelo decir que cuando era editor, para mí lo más importante era que me entregaran la nota a tiempo y en lo posible en la medida en que se la pediste. Porque están los desgraciados que te entregan cinco mil caracteres más y te joden la vida. Encima, están los puristas que quieren cortarla ellos y te tienen dieciocho horas dudando si ponen mondadientes o escarbadientes y vos como editor, los querés matar. Porque si te dieran cinco mil caracteres menos, en el medio podés ponerle el código penal o un texto en griego, si total después nadie lee nada.

- Ahora que te alejaste, ¿cómo es tu relación con los suplementos culturales?

- No leo mucho los suplementos y las revistas literarias; un poco me cansaron. De hecho, tampoco sigo tanto la actualidad. Me pude liberar de eso. Una vez que dejé de hacer periodismo cultural, me encontré con un montón de libros que hacía muchísimos años que quería leer y que no leía porque estaba pendiente de todas las novedades, de tal o cual chico del que todo el mundo hablaba bien. Ahora por ahí también los leo, pero porque tengo ganas, no porque me lo exigen. Pero la verdad hoy no me interesa estar al tanto de la última novedad del mercado editorial. En V de Vian había algo conceptual que es que la cultura no la hace el mercado editorial, una revista cultural no tiene que estar atada a si Planeta o Sudamericana publican a fulanita o menganito o si Anagrama decidió por fin importar un libro y traerlo al mercado argentino.

-Alguna vez dijiste que el periodismo cultural es el más bobo de todos, ¿realmente creés que es así?

- Eso lo dije para provocar. Sí creo que el periodismo cultural es mucho más fácil que otros géneros. Escribir sobre libros, sobre películas es bastante diletante, es algo que hacemos por placer. En otros géneros, no es tan directo encontrar el placer. De todos modos, en periodismo cultural también se pueden hacer investigaciones y poner en evidencia ciertas contradicciones de la política, pero no es lo que más suele hacerse. De hecho, los suplementos culturales en general son los que menos vinculados están con la realidad política. Eso ha permitido que los periodistas que nos dedicamos a la cultura, siempre zafamos de las discusiones ideológicas.

-Volviendo a la novela, así como en varios libros retomaste el personaje de Verónica Rosenthal, ¿alguna vez pensaste en volver a escribir sobre Santiago Pazos?

-Santiago Pazos era un producto ideológico de lo que era V de Vian como revista. De la misma manera que no retomaría hacer V de Vian, a pesar de que uno de mis sueños recurrentes es que hago un número de la revista, tampoco retomaría a Santiago Pazos. Tal vez porque tiene mucho que ver con mi pasado y ahora creo que preferiría tomar otras zonas de mi pasado.

- ¿Hoy sería viable una revista como V de Vian?

- Me parece que los noventa están más vinculados con la realización de revistas. Hoy creo que si tuviera la edad que tenía cuando hice V de Vian, haría una editorial, no una revista.

- ¿Pensás que no tiene sentido porque la literatura hoy circula más por las redes sociales?

- La literatura nunca funciona en las revistas o en los suplementos culturales, lo que funciona ahí es el mercado editorial, no la cultura.  

-En tu novela y en tus libros en general suele haber muchas escenas sexuales. ¿Creés que nuestra literatura sigue siendo muy pacata para narrar lo sexual?

-Ahora por suerte no es tan pacata. De todos modos, quiero negar eso de que en todos mis libros hay sexo porque en los infantiles no hay ni una escena (risas). Me parece que de la misma manera que aparecen crímenes o descripciones de otras características, que aparezca la sexualidad de manera más explícita, me permite mostrar mejor el vínculo de esos personajes. Todavía esas escenas siguen llamando la atención, supongo que, con el tiempo, van a resultar más naturales. A mí me divierte incluir esas escenas y son un momento especial cuando las escribo. Por otra parte, creo que aportan mucho en cuanto a la construcción del personaje. Por ejemplo, Verónica Rosenthal no se entendería tan bien si no conociéramos su sexualidad.

-Mencionaste a Verónica Rosenthal, ¿trabajás con distintos lectores en tu cabeza cuando escribís sobre ella que cuando hacés libros como Oscura monótona sangre, Filo o 1982?

-No, sacando mis novelas para chicos o adolescentes, yo trabajo de la misma manera cuando escribo sobre Verónica Rosenthal que cuando escribo el resto de mis libros. En mi cabeza, siempre tengo el mismo lector medio nebuloso que sé que está del otro lado.

- Siempre decís que lo que buscás es entretener a ese lector, ¿pensás que todavía hay prejuicios con respecto a la literatura como forma de entretenimiento?

- Todavía hay un prejuicio muy grande de parte de muchos escritores, que se llenan la boca diciendo que no piensan en el lector ni en el mercado editorial, pero después ves que escriben novela policial, cuando hay que escribir novela policial; que escriben sobre política, cuando hay que escribir sobre política o que escriben sobre la dictadura, cuando hay que escribir sobre la dictadura. Es decir, no les preocupa, pero parece todo lo contrario. También hay otros a los que les interesa un mercadito mucho más chico, pero a veces con mejores resultados sociales, que es el mercadito de los profesores de las distintas carreras de Letras. A mí realmente lo que me interesa es entretener al lector. Lo podés entretener de distintas maneras: provocándolo, confundiéndolo, incluso volviendo tu prosa ilegible, pero siempre hay una intención de que ese lector se mantenga concentrado en lo que escribís, sino ¿cuál es el sentido de entrar en el mercado editorial? Todo aquel que firma un contrato con una editorial, que saca su libro y se distribuye en las librerías de la Argentina, de Buenos Aires o en las cuatro cuadras de Palermo, está dentro del mercado. Estar primero o último en ventas en Eterna cadencia o en El Ateneo, es ser parte del mercado. El no ser consciente de eso, tiene que ver con cierta cobardía de enfrentar lo que somos como escritores. A veces, somos un poquito menos de lo que nos creemos.

- Y la saga de Verónica Rosenthal, ¿de alguna forma pensás que termina opacando al resto de tu literatura?

-  Mi literatura se opaca sola, no necesita ningún otro libro que la ayude a opacarse. Tiende a la opacidad muy rápidamente (risas).

-Hablando en serio, tal vez la palabra no es opacar, pero sí los coloca en un segundo plano.

-Supongamos que fuera Brad Pitt, que trabaje mucho mis músculos y me pongo una musculosa y después me quejo de que la gente mira mis músculos y no mis ojos o mis pies. Bueno Brad, te pusiste una musculosa, tenés que ser consciente de que te puede pasar eso (risas). Yo hago determinado tipo de literatura, por ahí la de Verónica Rosenthal pegó más y seguí escribiendo sobre Verónica Rosenthal porque me encanta su mundo. Eso no opaca para nada lo demás que hago. De hecho, creo que ambos lectores coinciden bastante.

-Ya que hablamos de Verónica Rosenthal, ¿qué te pareció la adaptación de La fragilidad de los cuerpos?

-Yo quedé muy conforme, aunque tal vez no es lo habría hecho yo como guionista. Creo como autor uno no está muy preparado para opinar. El escritor es una persona molesta a la hora de hacer un guión, es un tipo que cree que hay que respetar las comas y las comas no se ven cuando las filmás. Entonces, en estos casos lo mejor que puede hacer es renunciar a participar activamente de la realización de un producto audiovisual. Yo creo que lo que hicieron con La fragilidad de los cuerpos fue desarmar la novela y con los elementos de la novela construir una serie, que es un producto artístico nuevo. En general, el resultado que obtuvieron es muy bueno. Estéticamente me gustó muchísimo, hubo un laburo de producción muy grande. Se esforzaron en hacer un producto de primera calidad para el mercado internacional.

-Ahora que para muchos Verónica Rosenthal es Eva de Dominici, ¿te condiciona eso a la hora de seguir escribiendo?

-No, no me condiciona. Me encanta que Eva haya sido Verónica, creo que la hizo muy bien, que se fue afirmando capítulo a capítulo y termina siendo una Verónica muy convincente. Me enorgullece que haya sido Eva, que es una excelente actriz. La de mi novela, es una Verónica relativamente distinta; no es tan linda, nunca me la imaginé como una mina perfecta y Eva de Dominici es de una belleza perfecta. La Verónica de mi novela es una chica que se cree más linda de lo que realmente es.   
     
- ¿Es posible encontrar la pasión que tiene Verónica por el periodismo en los periodistas actuales?

-Verónica tiene ese amor por el periodismo que tenemos todos cuando empezamos, pero que la realidad nos va quitando. Tal vez se sostiene todavía en los estudiantes de periodismo o en los tipos que entran a colaborar por primera vez en una redacción; después la realidad te va transformando en un tipo con más cinismo alrededor del oficio de periodista.

-Ya tenés varios libros publicados. Si tuvieras que elegir solo uno como carta de presentación, ¿cuál elegirías?

-Yo no digo que sea el que más me gusta, o el que más quiero, pero creo que La fragilidad de los cuerpos tiene algo de Oscura monótona sangre, algo de Lanús, algo de Filo, de El equipo de los sueños y de Springfield. Esa novela es la que mejor resume mis características como escritor.

-La última; en la revista La mujer de mi vida había una sección que se llamaba Las margaritas, en la que vos recomendabas cosas que te habían gustado mucho, poco y nada. Si tuvieras que hacerla hoy ¿qué cosas mencionarías?

-En “me gusta” pondría la serie Dr.Foster, es llevadera pero tampoco me vuelve loco. En “me gusta muchísimo” pondría un libro que estoy releyendo, porque lo voy a dar la semana que viene en un taller literario, que se llama Formas de amor, de David Garnett, un escritor inglés que lo reeditó Periférica, y originalmente lo sacó Sur en los años ’40. Y en “no me gusta nada” pondría que ya no soporto ver en televisión por aire y cable los programas vinculados a lo político; no soporto ni treinta segundos, ni una frase porque no son programas vinculados a lo político sino a las operaciones políticas.


Gentileza de Revista Quid.

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