Nando Varela Pagliaro
Con la publicación de El
laberinto de los espejos, Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964) pone fin a la
tetralogía de la que ha vendido más de 30 millones de libros. En esta
entrevista con el autor de La sombra del
viento, hablamos de su nueva novela y de algunos de los secretos de su
éxito.
-En nuestro país, sus
libros son muy conocidos, pero quizás no es tanto lo que sabemos del autor que
hay detrás. ¿Cómo empieza su relación con la literatura?
- Empieza de muy joven. De niño ya sabía que quería ser
escritor, inventaba historias, las ponía en papel y las dibujaba. Para mí la
única cuestión era ver cómo podía ganarme la vida de esto. Toda mi vida ha sido
una deriva a intentar aprender este oficio para ganarme la vida con él. Me
llevó un tiempo, pero después de haber hecho varias cosas, finalmente pude
ganarme la vida como escritor y eso he venido haciendo desde entonces.
- ¿Nunca hubo un
momento de duda?
-Las dudas las tenía sobre todo al principio. Me preocupaba cómo
conseguía sobrevivir en este juego. Cuando uno quiere dedicarse a algo que
tiene que ver con la creación artística, nunca sabes cómo se llega a la semana
que viene. No es que pienses ya en el éxito, lo que quería era sobrevivir día a
día. Mi padre, que era agente de seguros, cuando le dije que quería ser
escritor se puso muy mal porque pensaba que todos los escritores acaban bajo un
puente, mueren tísicos, en la miseria y se los comen las cucarachas. Creía que
si uno se dedicaba a esto pagaba un precio terrible y terminaba loco como Van
Gogh. De sólo escucharlo, yo me lamentaba: “¿por qué habré salido así de
fábrica? ¿por qué no habré querido ser directivo de alguna compañía y cobrar un
sueldo fijo?” Pero no, resulta que mi sueño era contar historias. Todas las
personas que se dedican a profesiones artísticas, siempre tienen esta sensación
de precariedad, de no saber qué va a pasar mañana. Pero bueno, es algo con lo que
vives y que tienes que superar. Si hay que trabajar más duro, se trabaja más
duro y ya.
-Vayamos a sus libros.
Los procesos de escritura son siempre muy especiales, pero imagino que en un
proyecto como el suyo, que demandó quince años, muchas cosas deben haber
cambiado de como usted las tenía en la cabeza en un primer momento a cómo
llegaron al papel. ¿Fue así?
-Originalmente mi intención era crear una suerte de laberinto
de historias con cuatro puertas entrada. Cada una de esas puertas quería que
fuera una novela independiente, pero a la vez conectada, que fuera una historia
que estuviera en constante movimiento, que cuanto más avanzáramos y más puertas
exploráramos, la historia fuera cambiando como un gran mecanismo de relojería
que se está moviendo constantemente con millones de piezas. Luego, en función
de cómo lo exploramos, vemos que tiene nuevos relieves. Yo tenía esa
arquitectura en mi cabeza, pero también era muy consciente de que me iba a
llevar mucho tiempo. No tanto como el que me llevó, pero tampoco lo podía saber
con exactitud. Además, la propia complejidad de esta construcción iba a hacer que
por mucho que yo anticipara un diseño, a medida que descendía a los niveles más
microscópicos, iba a descubrir nuevas implicaciones, nuevos detalles. Incluso,
yo mismo, a lo largo de este proceso iba a evolucionar como persona, como
escritor. La elaboración de estos cuatros tomos ha sido muy compleja y una de
las cosas más complejas es precisamente no traspasar esa complejidad al lector.
Para ello es necesario que el armazón que uno construye tape sus propias
huellas. Creo que el truco más difícil es la ilusión de la simplicidad, que
podamos disfrutar de las historias sin pensar en cómo están armadas.
-Ya que hablamos de
complejidad, tengo entendido que el libro que más le costó de los cuatros es
este último. ¿Por qué?
-Éste es el que tiene elementos estructurales más complejos,
es la pieza de cierre de todo este gran mecanismo de relojería, donde el
laberinto se cierra sobre sí mismo.
Además, es el que tiene el gran final. Toda la tensión narrativa
acumulada a lo largo de muchas tramas, se desata y llegamos al fondo de la
historia y los personajes.
-En cada Feria de
Libros a la que asiste, llama la atención ver el fanatismo de sus lectores. ¿Por
qué cree que esta saga despertó tanta empatía en millones de lectores de
diferentes países?
-Porque los lectores primero que todo son lectores. A un
lector no lo define si es japonés, italiano o francés. Los lectores son
personas con curiosidad intelectual, que saben apreciar el lenguaje y quieren
vivir más y mejor. Generalmente, son gente que también gusta del cine, de la
música porque tienen una necesidad muy fuerte de conocimiento, de buscar la
belleza que nos permite ir más allá de una vida cotidiana mecánica. Afortunadamente,
hemos creado la belleza y la imaginación que nos permiten hacer nuestras vidas
más interesantes. Creo que cuando cualquier pieza artística funciona no tiene
que ver tanto con sus pretensiones, sino con los resultados. A veces uno puede
tener grandes pretensiones y luego no pasa nada. Lo fundamental en un artista
es que aprenda su oficio y para eso hay que trabajar duro. Crear cualquier cosa
es una profesión como cualquier otra, no es un proceso etéreo donde las musas
lo usan a uno como médium. Hasta donde yo soy capaz de hacer, todo está en
función del oficio, de la capacidad y de la técnica que he aprendido. En la
medida que sepa utilizar todos estos elementos, seré capaz de crear algo que
merezca el tiempo de los demás. Yo siempre lo he visto así e intento trabajar duro
para crear algo que merezca este tiempo; algo que seduzca a los lectores, que los
empuje a un mundo en el que hay intriga, aventura y pasión; algo que les haga
ver cosas dentro de sí mismos que no sabían que estaban, que les ayude a ver la
vida de otro modo y que sobre todo se diviertan y puedan disfrutar de la
belleza de la literatura. Cuando uno disfruta de una buena serie, de un buen
libro, de buena música, son esos momentos en los que dice que vale la pena
vivir.
-Nombraba recién las
series y una pregunta muy recurrente que le hacen tiene que ver con su negativa
a llevar estos libros a otro formato. ¿No hay forma de convencerlo? ¿Ni
siquiera si trabaja su admirado Stephen King en la adaptación del guión?
-El problema no está en quién haga la adaptación y por
supuesto no tengo nada en contra del cine y las series. De hecho, he dedicado
años de mi vida a trabajar en esos medios y siempre digo que el ochenta por
ciento de la mejor narrativa de nuestros tiempos se está haciendo en la
televisión. El problema es que para mí estas novelas fueron concebidas como un
gran homenaje a la literatura, como un proceso de reflexión sobre la creación
literaria, como una experiencia ligada al mundo de los libros. Además, la versión
definitiva es la que yo he querido crear. Si hubiera querido que fueran una
serie de televisión, las hubiera escrito como tal. A veces se dice que cada
cual se imagina los libros a su manera; los míos no, los míos se los imagina
exactamente como yo he querido que se los imaginen, porque proyectan en su
cerebro una serie de imágenes y movimientos a las que yo les dedico mucho tiempo.
Por otra parte, sería perder el tiempo dedicar tres años de mi vida a adaptar
esto a otro formato cuando ya creé la versión que quiero que reciba el lector.
No sería honesto hacerlo, sólo por querer que fuera más popular o utilizando
una palabra que ahora se usa mucho: por “monetizar” este proyecto, que vendría
a ser la manera fina de decir exprimir dinero de las cosas.
- Todo escritor tiene
una definición de lo que es escribir. Usted ha dicho que “escribir es
reescribir” y que se escribe para uno y se reescribe para los demás. ¿Hay cosas
que escriba sólo para usted?
- Yo creo que todo lo que escribo, primero es para mí mismo.
En todo proceso de creación, siempre hay una parte de autoexploración, uno
explora su propio mundo y aquello que encuentra, lo reelabora y se lo comunica
a los demás. En ese momento de reelaboración, ya se produce ese proceso
interno. A uno le sirve mucho reescribir. Lo que ocurre es que cuando uno
decide hacer una profesión de ello, esa parte que podría ser terapéutica o de
exploración, es sólo una parte; luego uno tiene otra responsabilidad y es eso
que decíamos antes, de merecer el tiempo de los demás.
- En este sentido,
¿la música sí ocupa ese terreno más íntimo?
-Puede que sí, la música para mí es la más alta de las
expresiones creativas del ser humano. La gran frustración de mi vida es que yo
no pude tener una educación musical, entonces me la di a mí mismo. Intenté
aprender música por mi cuenta, que es una cosa que uno puede hacer pero que
tiene grandísimas limitaciones. Siempre digo que, si uno quiere ser músico y
tiene la oportunidad de tener una buena educación musical, ése es el camino. Lamentablemente,
yo no pude tener eso. De niño iba a lugares y sacaba de bibliotecas el tratado
de armonía de Schoenberg y lo intentaba descifrar. Leía libros de orquestación
y de contrapunto, que para mí eran como la teoría de la relatividad. Me enseñé
a mí mismo a tocar el piano, empecé a componer; incluso hubo un tiempo en que
trabajé como músico, pero siempre tenía la sensación de que no tenía las
herramientas necesarias para crear la música que a mí me hubiera gustado hacer.
Y como de niño sabía que aquello para lo que había sido fabricado era la escritura,
pensé que iba a disfrutar más de la música si la mantenía como un hobby, sin
colocarle el peso a tener que vivir de ella, pero sin que esto quiera decir que
he renunciado a ella. La música sigue ocupando un gran espacio en mi vida. Una
cosa que me divierte mucho es componer música para mis propias historias. Incluso,
muchas veces me ayuda en el proceso creativo, para resolver personajes o
encontrar atmósferas, o una textura que luego puedes traspasar a la literatura.
A mí me gusta pensar el lenguaje literario como una paleta orquestal. Cuando
trabajo con el lenguaje, pienso que tengo una orquesta y tengo diferentes
opciones, diferentes colores; y el texto que voy a componer debe utilizar todos
esos elementos y sonoridades.
-Con respecto a la
música, alguna vez dijo que era la más sublime de las artes, pero también la más
dura y complicada. ¿Cree que es más complicada que la literatura?
- Lo que dije fue que la música es la más sublime de las
artes y la más miserable de las profesiones. Creo que por esta característica
sublime que tiene la música, los músicos muchas veces se ven en una situación
de tener que hacer algo tan alejado de lo que sería su sueño, que la práctica
profesional se puede convertir en un pequeño martirio, que desde afuera los
demás no perciben. Esto mismo sucede con la literatura; también puede ser una
amante fría y cruel, a la que muchísimas personas le entregan su vida, su
pasión, pero no son correspondidos. Por eso viven en una amargura, en un
resentimiento, porque aquello que hacen no encuentra el camino que quisieran.
Ese resentimiento, va pudriendo el alma por dentro y la envidia se apodera de
las personas. Qué terrible destino, transformarse en alguien que pasa por la
vida consumido por la envidia y el resentimiento.
- Me habla del éxito
y el fracaso, ¿por qué tener éxito en el mundo de la literatura es vivido como
un pecado?
-Yo creo que la literatura es la única profesión en el mundo
en la cual hay personas que intentan utilizar el éxito profesional como si
fuera una prueba de que uno no es capaz. Hay personas que nos quieren convencer
de que un libro es malo porque es leído por mucha gente. Es como si dijéramos
que el New York Times es el peor diario del mundo porque es el más leído de
todos. En el mundo de los libros, muchas veces se intenta utilizar la palabra
best seller como una maldición gitana que a lo mejor empaña el éxito de otra
persona, que muy probablemente es el éxito que yo hubiera querido tener, pero
no he conseguido. Yo creo que es bueno e higiénico aplicar un sentimiento
crítico; cuando veamos a alguien que nos quiere convencer de algo, pensemos por
qué lo dice, quién lo dice, qué motivos tiene, qué quiere conseguir con ello.
- ¿Intuyo que se está
refiriendo a la crítica literaria?
-A veces se habla de la crítica como si fuese una especie de
ejército monolítico, cuando una crítica es sencillamente la expresión de una
opinión realizada de manera pública. Por el hecho de hacerse públicamente, en
un medio de comunicación, está condicionada por determinados factores.
-A un escritor como
usted, que tiene el beneplácito de los lectores, ¿le importa la mirada de la
crítica?
-Cuando hay una crítica que es positiva, la agradezco; pero
uno siempre tiene que tener una distancia con eso. Creo que los grandes
críticos literarios son aquellos que descubren obras a los lectores, que quizás
de otro modo no se hubieran descubierto nunca. En eso, hay un gran talento, una
gran virtud. Pienso que para eso debe servir la crítica literaria, no para
destrozar el trabajo de alguien que no nos simpatiza o que políticamente no
está en nuestra facción. Por eso, el público debe estar atento, porque cuando
alguien nos quiere convencer de algo, siempre atrás hay un motivo. La gran
virtud de los seres humanos es que todos tenemos nuestro propio cerebro, lo que
tenemos que hacer es utilizarlo y pensar por nosotros mismos, sin esperar que
venga alguien a ponernos las ideas en la cabeza.
-Cuando era muy chico,
le mandó una primera novela a Paco Porrúa, el editor de Cortázar. Él la leyó,
lo recibió en su despacho y en esa charla le dijo que no se preocupara tanto,
que se le notaba que vivía muy de prisa. Ahora, ¿cuál es su relación con el
tiempo?
- Viví con mucha prisa cuando era joven y era algo que no me
gustaba de mí mismo. Era consciente de que tenía un problema, pero había algo
en mi cabeza que me hacía vivir así y querer conseguir cosas. Con los años, me
he hecho mayor y he adoptado una perspectiva más serena; al menos eso me gusta
pensar. Tengo la sensación de que la vida es muy breve, todo es muy efímero, y
a veces no nos damos cuenta de ello y vivimos como si fuéramos a hacerlo para
siempre.
- ¿Y tiene una
obsesión con respecto al tiempo y la obra por publicar?
-No me preocupa la relación entre tiempo y obra, pero sí es
algo que me planteo. Soy consciente de que hay un tiempo limitado.
Afortunadamente, he tenido la oportunidad de hacer algunas de las cosas que me
había planteado, del modo que quería, y estoy satisfecho de lo que hice. No me
voy con la sensación de haber intentado cosas y no haberlo conseguido; me queda
mucho por hacer y no sé si seré capaz; lo intentaré, pero la verdad no es un
tema que me preocupe tanto. A cierta edad, uno empieza a hacer las paces con
uno mismo y acepta que quizás no habrá tiempo para hacer todo lo que uno
quisiera.
- ¿Y se cree con la
capacidad de llevar adelante otro proyecto tan ambicioso como éste?
-No lo sé, este es un proyecto que tenía esa particularidad,
pero cada libro es diferente. Una vez que elijo lo que voy a hacer, intento
encontrar cuál es el modo que me parece mejor para hacerlo. No creo que vuelva
a intentar hacer lo mismo, no sé si tendrá más o menos complejidad, pero sin
dudas todo tiene su dificultad.
Publicada originalmente en Revista Quid.
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