martes, 9 de abril de 2019

Entrevista a Patricio Pron: “La literatura es frágil y siempre está acabándose”


Nando Varela Pagliaro
“Tuve una especie de vislumbre un día, en el metro o subte de Madrid, cuando vi a varias personas a mi alrededor descartando a sus potenciales parejas con una simple mirada y un deslizamiento de un dedo sobre la pantalla. Pensé que había algo allí que hablaba de la forma en que pensamos el amor en nuestra época, o una de ellas”, dice Patricio Pron a pocos días de haber recibido el Premio Alfaguara de novela por Mañana tendremos otros nombres.
El autor de El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia se impuso entre 767 manuscritos procedentes de España y Latinoamérica con una obra en la que aborda las nuevas formas de relacionarse y entender el amor en tiempos de redes sociales. El rosarino, que es el sexto escritor argentino en quedarse con la distinción, ya era una de las grandes figuras de la literatura en español y también uno de los más prolíficos. A la fecha, lleva publicados seis libros de relatos, siete novelas y un libro de ensayos. Su trabajo ha sido premiado en numerosas ocasiones (entre otros, con el premio Juan Rulfo de Relato 2004), antologado de forma regular y traducido al noruego, francés, italiano, inglés, neerlandés, alemán, portugués y chino.
-Solés decir que los libros que más te interesan son los que proponen preguntas, no los que dan respuestas, ¿cuáles son las preguntas detrás de Mañana tendremos otros nombres?
-Quizás la más importante sea la de cómo definimos la intimidad y el deseo en un momento en que estos son asaltados por el dispositivo tecnológico y sometidos a una importante reformulación a consecuencia de movimientos como el #MeToo y el #NiUnaMenos, las discusiones en torno al aborto y la soberanía sobre los cuerpos, la pervivencia de las estructuras económicas y políticas que contribuyen a la desigualdad entre hombres y mujeres y los esfuerzos por transformarlas.
-Llama la atención que los personajes no tengan nombres y que simplemente los llames Él y Ella, ¿con qué tuvo que ver esa elección?
-Buena parte de lo que les sucede a los personajes del libro nos ha pasado a todos o pudo haberlo hecho. Por más que su historia sea, en algún sentido, diferente a otras, también es parte de una experiencia más o menos universal, que es la de la pérdida circunstancial o permanente de los vínculos que nos definen. Ponerles nombres a los personajes podía atentar contra la universalidad de esa experiencia y por esa razón sólo son “Él y Ella”.
-Al leer el veredicto en la ceremonia de premiación, Juan José Millás dijo que tu novela “es la fascinante autopsia de una ruptura amorosa que va más allá del amor, el mapeo sentimental de una sociedad neurótica donde las relaciones son producto de consumo”. En esta sociedad neurótica, ¿cuál es la importancia de las redes sociales a la hora de consumar nuevas relaciones amorosas?
-Parece evidente que esa importancia es absoluta, o al menos muy, muy grande para miles de personas, también para algunos de los personajes de este libro. De alguna manera, todos ellos aspiran a recuperar una autonomía de la que ya no disponen, sometidos como están a la mirada persistente y continuada de los otros. Pero este no es un libro “en contra de” las redes sociales o de los cambios que han introducido en la subjetividad: contempla y evalúa esos cambios, pero no los juzga.
-¿Cómo vivís estos cambios?
-Bueno, en tanto no transforman radicalmente la forma en que miro el mundo y lo habito, esos cambios me resultan más o menos indiferentes, excepto como parte de las transformaciones sociales y del ámbito de la subjetividad que son el tema por excelencia de la novela moderna.
-¿Realmente los algoritmos y los cerebros que están detrás de ellos saben más de nosotros que nosotros mismos?
-Al parecer sí. (Y si no lo saben, al menos lo creen, y millones de personas les dan la razón, de modo que sí: por otra parte, muchos están acomodando sus prácticas a lo que esos algoritmos determinan, de manera que, a más tardar en un futuro relativamente cercano, la experiencia amorosa tal como la conocemos nos parecerá una especie de antigüedad, como el matrimonio por conveniencia o el establecido por los padres, dos cosas que en Occidente no suelen ser habituales desde hace algo menos de un siglo.)
-La novela incorpora discusiones que son muy contemporáneas como, por ejemplo,
qué es el consentimiento, cuáles son los límites que no se pueden transigir en el ámbito de las relaciones entre hombres y mujeres, qué derechos que las mujeres han adquirido no deben ser entregados o descartados. Teniendo en cuenta el clima actual ¿Te da miedo cómo pueden ser recibidas estas cuestiones?
-No. El “clima actual” (como lo defines) parece presidido por una cierta incertidumbre acerca de estas cuestiones. Pero la literatura tiene su sitio natural en la falta de certezas y tiene que hablar de ellas si aspira a ser relevante.
-En un mundo en el que ya existe un App para cosas que ni imaginamos, ¿se puede todavía pensar en el ideal del amor romántico?
-Quizás sí. Pero habría que definir en detalle y con muchísima precaución qué denominamos “amor romántico”, en especial dado que éste está condicionado por aspectos económicos y políticos que no son menos inflexibles o más “justos” que los algoritmos, aunque nos resulten invisibles.
-Y entre tanto Tinder y Happn, ¿cuál es el lugar de la literatura?
-La literatura es una cierta memoria de la especie, ¿no? En un momento de transición como el presente, en el que la forma en que definimos la experiencia amorosa se transforma como no lo había hecho en los últimos doscientos años, tal vez una novela como ésta pueda aspirar a que se la contemple algún día como un documento, y al mismo tiempo, como una invitación a la conversación, que es lo que la literatura siempre es.
-¿Los escritores siguen teniendo injerencia en el debate público?
-No los que piensan que sí la tienen ni de la forma en que ellos creen.
-“-¿Cómo estás? –le pregunta Ella a Él hacia el final de la peripecia narrativa. -No lo sé –responde Él–, pienso que me ocurren cosas que confundo con una forma de progreso”, se lee en uno de los párrafos que se conocen de tu novela. ¿Qué sería progresar para vos?
-Supongo que estar emocional e intelectualmente vivos, que es lo que los personajes de este libro intentan hacer, o volver a hacer después de mucho tiempo.
-Hace un tiempo lo entrevisté a Hernán Casciari y me decía que a él el hecho de vivir afuera le dio cierta legitimidad a la hora de ser leído en Argentina. ¿A vos que te da el hecho de estar afuera? ¿Pensás en volver alguna vez?
-Yo no pienso en términos de legitimidad ni tengo la impresión de que los autores que me interesan aspiren a ella. Vivo en Madrid porque aquí están mi esposa y mis dos gatos y porque el pescado es muy bueno; más allá de eso no tengo ningún pensamiento ni reflexión particular sobre el asunto, excepto que “vivir afuera” (como dijo Fogwill) es experimentar una cierta intemperie que es la que yo prefiero para escribir.
-En alguna entrevista que leí dijiste que como lector tenés un cierto hartazgo de la autoficción, ¿por qué sentís eso con un género que vos mismo frecuentaste como autor?
-Ah, la autoficción… Tu pregunta admite dos respuestas, una larga y una corta. Vamos a apostar por la brevedad esta vez: porque yo ya estuve allí, como autor y, sobre todo, como lector. Y a mí (como a casi todos) me interesa mucho más ir a lugares donde no haya estado nunca que visitar una y otra vez el mismo sitio.
-En muchas de las notas que diste cuando publicaste El libro tachado dijiste que la literatura no solamente corre el riesgo de desaparecer junto con el modelo de negocio que la sostuvo en las décadas recientes, sino que también corre el peligro de convertirse en algo innecesario y estos fenómenos no están por fuerza vinculados con la proliferación de los medios audiovisuales o con nuestros hábitos en Internet, sino con un fenómeno mucho más interesante: la desactivación política de la literatura. ¿Por qué creés que ocurre esto? En Argentina, ¿pensás que fracasamos como país lector?
-En buena medida debido a ese mismo modelo de negocio, que tiende a comercializar la rutina. Y también a raíz de la contribución involuntaria pero muy importante de cientos de escritores y críticos, algunos de ellos enormemente populares, así como de muchos lectores y editores. No es un fenómeno exclusivamente nacional y no tengo la impresión de que señale ningún fracaso: la literatura es frágil y siempre está acabándose, en algún sentido.
-Por último, hace un tiempo lo entrevisté a Martín Kohan y me acuerdo que él me decía que para sentir que su día fue productivo tenía que al menos leer y escribir una cierta cantidad de hojas. En tu caso ¿cuándo considerás que tuviste un día productivo? ¿qué cosas deberías haber hecho para sentirte bien con vos mismo?
-Bueno, yo también tengo mi pensum… Pero lo que determina el éxito o el fracaso de una jornada de trabajo es, para mí, la posibilidad de que ésta me haya llevado a algún sitio al que no pensaba ir, que me haya arrastrado consigo a algún lugar insospechado o me haya dado otro nombre con el que vivir a partir de ese momento, como les pasa a los personajes de este libro.
Publicada originalmente en Revista Quid.

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