domingo, 1 de marzo de 2009

Prólogo


Por Leticia Martin
  
Un libro de entrevistas bien podría ser el ejemplar de una revista de chismes. La afirmación puede sonar despectiva, menor, sin embargo arrastra buena parte de una verdad. Nos interesa el borde de la obra, lo que está por fuera e intuimos, lo que imaginamos, lo que se vela detrás de lo que se narra, el secreto, el detalle, la infidencia.

La entrevista, entonces, se erige como el género por excelencia para hacer de bisagra entre las mentes interpretativas de los lectores y el detrás de escena de los libros. No por casualidad la pregunta obligada, siempre, en toda entrevista, sea la que reclama un relato de las formas de trabajo o del día tipo en la vida de una personalidad.

Llevamos más de un siglo leyendo conversaciones impresas. “Antes de que se inventara el cine, antes de que existiera la luz eléctrica, ya se hacía entrevistas en los diarios”, señala Rosa Montero. ¿Cómo ser original después de tantos diálogos? ¿Qué preguntar en el siglo XXI? ¿Cómo preguntar? ¿De que forma señalar las diferencias o reconstruir el contexto de la entrevista?

Durante muchos años la formalidad fue la vedette del género y la seriedad el tono que se imprimió tanto a las preguntas como a las respuestas. Sin embargo, una vez entrado el siglo XX —ahora le robo a Silvio Mattoni— “las mejores infidencias de la vida de un escritor pasaban de inmediato a formar parte del contorno de su obra, como un halo que daba cierta profundidad vital y que permitía la identificación de los lectores”.

            Nando Varela Pagliaro no desconoce las genealogías del género al consolidar su lugar de entrevistador y presentarnos estas conversaciones que entabló con escritores y periodistas argentinos. Desde su temprana curiosidad y sus descripciones de ambientes y climas, consigue generar unas preguntas renovadas y enfocar los aspectos menos iluminados de la obra de sus dieciséis presas: Pablo Ramos, Mempo Giardinelli, Juan Forn, Guillermo Saccomanno, Fabián Casas, Hernán Casciari, Reynaldo Sietecase, Guillermo Arriaga, Antonio Dal Masetto, Martín Kohan, Guillermo Martínez, Marcelo Cohen, Marcelo Birmajer, Eduardo Sacheri, José Pablo Feinmann y Pedro Mairal.

Los entrevistados, por su parte, tienen unas características comunes que el buen entrevistador debe sortear. Ellos se prestan al intercambio, no sin antes constituir un sistema de defensa basado en la repetición de estereotipos. En general, y aún cuando esa no sea la intención, el entrevistado cuenta con una serie de lugares comunes preconcebidos, o unas respuestas armadas de antemano, que lo vuelven impenetrable al diálogo sustancioso. Jorge Rivera en El periodismo cultural señala que los entrevistados actúan dos tipos de papeles o posiciones. Por un lado están los encantadores, positivos, receptivos, y por el otro los que aparecen como eternos huraños, escudándose detrás de la reputación de “difíciles”. Estos últimos se oponen a responder algunas preguntas, reformulan los términos, reemplazan las palabras del entrevistador, se muestran inaccesibles, o esquivan el momento del encuentro. El chiste de la entrevista, entonces, es mucho más profundo que la búsqueda de nuevas respuestas a temas que se repiten desde que el hombre dialoga en público. Lo distintivo de una buena entrevista, permítanme pensar en voz alta, es la puesta en juego de una intención concreta: la necesidad de volver abordable lo inabordable, de despejar el lugar común y la respuesta automática. Como bien señala María Moreno retomando a Graciela Brodsky, “el saber ordenado bajo la forma de la previsión sólo da lugar a la sorpresa cuando falla”. Justamente allí, en el error, en la respuesta inconsciente, fallida, inesperada, en ese punto donde el entrevistado se sorprende a sí mismo diciendo lo que dice, es que la serie de entrevistas presentadas en este volumen, se vuelven atractivas y despiertan la curiosidad de los lectores. Varela Pagliaro no tarda en ubicar el talón de Aquiles de sus entrevistados y hurga, desde su lugar invisible, casi desapareciendo de la escena, en los rincones menos explorados de estas discursividades. Finalmente, a costa de repreguntar, fluye esa materia oculta que captura toda nuestra atención.

Por último hay que señalar que estas entrevistas, todas, fueron pensadas alrededor de un tema central y que van cosiéndose entre sí, generando un entramado sólido e integrado. En muchas de ellas se repiten las temáticas con la intención de mostrar distintos puntos de vista y en otras se retoman respuestas de los propios entrevistados para reformular ciertas preguntas y enfocar las diferencias individuales, en torno a las mismas cuestiones.


Parece una tarea sencilla elogiar y recomendar lo que está bien hecho, bien escrito, bien concebido y bien presentado a los lectores. Sin embargo, para ser justos, no lo es tanto. El elogio sin argumentos pasa a convertirse en una gran mentira apenas dejamos pasar unas páginas.

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