domingo, 1 de noviembre de 2009

El desconocido más famoso del mundo

Vía Eblog



Fueron miles. No se sabe cuántos, algunos hablan de diez. Otros de cincuenta. Ningún número es exacto cuando se habla de los chinos. Lo seguro es que fueron varios miles los estudiantes asesinados en la plaza Tiananmen (la más grande del mundo, el centro neurálgico de Beijing) por protestar durante semanas contra la resaca del capitalismo. En suma, contra todo lo que venían aguantando desde la apertura iniciada en 1978: corrupción, miseria, la falta de libertad y el reparto desigual de la riqueza.
Miles de chinitos adolescentes y jóvenes acamparon día y noche para hacer algo extraordinario que hasta ese momento no pasaba ni volvió a pasar nunca más: quejarse juntos. A pesar de la censura en los medios, cada vez más gente mayor y grupos de campesinos del interior del país se enteraba y se sumaban a esos jóvenes locos que desafiaban a las autoridades. Las imágenes de la plaza plagada de jovencitos desafiantes empezó a circular en el resto del mundo gracias a los corresponsales extranjeros. Fue demasiado. Los que mandaban en el Partido Comunista Chino (PCC) se cansaron y pusieron en práctica la A del buen manual militar: reprimir. Dictaron la ley marcial y el 4 de junio entraron a la plaza con la infantería y tanques que no pidieron permiso para disparar. La dictadura china nunca informó cifras oficiales, pero se estima que hubo entre 800 y 2.500 muertos y más de 7 mil heridos. Ningún número es exacto cuando se habla de los chinos.

Todo eso pasó en 1989, hace exactamente 20 años.


“Esos jóvenes bueno corazón pero tontos. Querían que el gobierno cambie de la noche a la mañana. Generaron el caos y el gobierno pensó que era peligroso para el sistema y tuvo que poner el orden. Ahora los jóvenes somos diferentes”, me explica en chiñol “Sonia”, la joven guía turística que nos pasea por Beijing. Las guías bajan un discurso oficial muy pro, muy chino, muy limpio y encorsetado. Por miedo, entrenamiento o convicción (o las tres cosas juntas), resulta imposible hacerles decir algo en contra del sistema en el que viven.

En el medio de aquella histórica matanza, un tipo bajito, vestido con camisa blanca y pantalón y sombrero negro, se paró frente a una fila de cuatro tanques para impedir que siguieran avanzando sobre sus compatriotas. Tenía una bolsa en cada mano. Cuando el tanque quiso esquivarlo, el tipo dobló la apuesta y volvió a ponerse enfrente. Con tan poco, puso en ridículo a tantos. Hay unos segundos de duda, de quietud, desesperantes.

Desde el balcón del sexto piso del Hotel Beijing, ubicado a menos de 200 metros de la escena (en la avenida Cháng An Dà Jie, que paradojicamente significa “Avenida de la Paz Eterna”) un fotógrafo estadounidense llamado Jeff Widener se percató de esa escena y empezó a disparar con su cámara. No se imaginó en aquel instante que una de esas fotos se convertiría en un ícono de la lucha a favor de la paz mundial y un emblema del siglo XX y el fotoperiodismo. En ese momento, a Widener sólo le importaba que los militares chinos, que revisaban todos los días las habitaciones de los corresponsales extranjeros, no le secuestraran el rollo. Por eso escondió las películas en el inodoro del baño hasta la noche, cuando pudo mandar las imágenes a su agencia, Associated Press (AP). Al día siguiente la foto fue tapa en todos los diarios importantes del mundo.

Aún hoy se desconoce quién es ese hombre desafiante que tuvo los huevos para hacer lo que hizo. Nadie nunca pudo hablar con él. ¿Qué pensó, qué sintió en esos segundos eternos? Algunos aseguran que se llama Wang Weilin, y que en ese entonces tenía 19 años. Otros dicen que los militares chinos lo fusilaron a las pocas horas. Pero la leyenda crece con el paso del tiempo y hay quienes aseguran que el hombre está escondido en algún lugar del mundo, escapando de los hambrientos de venganza.
Al hombrecito corajudo se lo conoce en el mundo como “el rebelde desconocido” y su fama es tal que, por ejemplo, la revista estadounidense Time lo incluyó en su lista de las cien personas más influyentes del siglo XX. Esa imágen, aquella foto de Widener, todavía incómoda al gobierno chino que no sabe cómo hacer para que el desconocido pase a mejor vida de una vez por todas.



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