lunes, 16 de noviembre de 2009

El deporte como propaganda


Es un lugar común decir que el deporte es uno de los fenómenos culturales más relevantes, complejos y apasionados de la sociedad contemporánea. Esta característica, entre otras, ha hecho que la política y con ella los políticos, utilicen a los deportes "a gusto y piacere" desde los tiempos más remotos hasta la actualidad.
Recientemente, hemos visto cómo recorrieron el mundo las imágenes de Cristina Fernández de Kirchner junto a Diego Maradona y Julio Grondona, durante la firma del contrato que sentenció lo que el Gobierno llama “Fútbol para todos”, o las de Barack Obama y Lula Da Silva en la última ceremonia del Comité Olímpico Internacional que decretó a Río de Janeiro como ciudad anfitriona de los juegos de 2016.
Si revisamos lo acontecido en nuestro país, veremos que Juan Domingo Perón, durante sus dos primeros mandatos constitucionales, ubicó al deporte en un lugar predominante de su gestión a partir de varios aspectos: fomentó la creación y desarrollo de instituciones deportivas; organizó competencias nacionales e internacionales, como los Torneos Juveniles Evita y los Juegos Panamericanos; impulsó y subsidió la participación de deportistas argentinos en el exterior. Perón pensaba que los deportistas debían aportar su cuota de trabajo y sacrificio por la nación y la patria, al igual que lo hacían los obreros en las fábricas. Quería hacer del país “una gran familia sin divisiones”, y uno de los ámbitos para lograrlo era el club-escuela. Afirmaba que “cuando se tiene un pueblo de hombres deportistas, se tiene un pueblo de hombres nobles y de profundo sentido moral de la vida, y esos son los únicos valores que hacen nobles a los hombres y grandes a los pueblos”. De aquí que Perón considerara al triunfo deportivo un patrimonio nacional y no perdiera la ocasión de recibir en la Casa Rosada a los deportistas más destacados. Esta costumbre, que también continúa hasta el día de hoy, sin dudas alcanzó su mayor expresión durante la presidencia de Carlos Menem. Quién no recuerda el desfile, no sólo de deportistas, sino también de personalidades de la cultura que pasaron por “La Rosada” en la era menemista.
Pareciera que el deporte y la política han transitado a la par desde su origen. Ambos se necesitan y se utilizan, y muchas veces obtienen los beneficios que buscan. Mientras uno persigue votos, el otro ansía el dinero suficiente para solventarse. Sin embargo, el deporte y la política tienen muchas similitudes e incluso pueden llegar a transmitirse ciertos valores como la disciplina, el esfuerzo, el sacrificio, el mérito, el respeto a las reglas de juego y el trabajo en equipo, entre otros. Valores que brillan en el mundo del deporte, pero que lamentablemente en el mundo de la política actual, también lo hacen pero por su ausencia.
A lo largo de la historia, sin importar la ideología ni la forma en que han accedido al gobierno, todos los líderes políticos han recurrido -y aún recurren- al deporte como una fuente inagotable para construir su poder.
Los regímenes autoritarios, por supuesto, no son una excepción a esta regla. Desde los romanos, pasando por Mussolini, Franco y Hitler, hasta la última dictadura sufrida en nuestro país, los gobiernos han dispuesto del deporte para mejorar su imagen o para ocultar las ferocidades más cruentas.
Sin dudas, la fuerza y la atracción de las masas por el deporte es innegable, razón por la cual, los tres dictadores europeos más importantes del siglo XX intentaron manipular ciertos resultados para utilizarlos como parte de la propaganda ideológica del fascismo.
Así, Franco se sirvió de la imagen del Real Madrid para asentarse en el poder, e inspirar un sentimiento de orgullo nacional español unificado con las Copas de Europa que ganó el equipo merengue. Estos éxitos le permitieron mejorar el reconocimiento popular hacia su régimen autárquico.
Mussolini, por su parte, fue acusado de manipular las finales de los Mundiales de Fútbol de 1934 y 1938. Torneos en los que Italia, casualmente, se coronó campeón. Según cuenta la historia, los oficiales de Mussolini irrumpieron en el vestuario italiano, momentos antes de disputarse las finales y amenazaron a los jugadores de muerte o de prohibirles la entrada al país en caso de no resultar victoriosos.
En Alemania, Hitler utilizó a los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 como un excelente escaparate en el cual mostrarle al mundo “la grandiosidad, el poder y la simplicidad del régimen nazi”. Sin embargo, la plataforma propagandística para el Tercer Reich tuvo su agujero cuando Hitler, que quería que los ganadores de cada día se acercaran para poder felicitarlos personalmente, se negó a darle la mano al afro-americano Jesse Owens, sólo por el hecho de ser negro.
En nuestro país, el deporte, pero sobre todo el fútbol, fue parte esencial de la agenda de la última dictadura casi desde el día en que la cúpula militar que presidía Jorge Videla se instaló en el poder. Bajo un slogan que sentenciaba: “los argentinos somos derechos y humanos”, se intentó esconder la desaparición de personas que sólo habían cometido el pecado de pensar diferente. Hebe de Bonafini quiso alguna vez explicar lo ocurrido durante el Mundial 78; “¿cómo no voy a entender a la gente, si en mi propia casa, mientras yo lloraba por mi hijo, mi esposo gritaba los goles frente al televisor?”.
Muchos años después, Cesar Menotti, entrenador de aquel equipo campeón, reconocería: “fui usado. Lo del poder que se aprovecha del deporte es tan viejo como la humanidad”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario