viernes, 26 de agosto de 2011

Los ojos del perro siberiano



"Cuando empezó a tomar AZT, Ezequiel se vio obligado a llevar una dieta sana y a realizar ejercicios, para contrarrestar los efectos de la droga.

Todos los días salía con Sacha a realizar largas caminatas, y esas caminatas lo llevaban lunes, miércoles y viernes, a la puerta del instituto donde yo estudiaba.

La primera vez que lo vi parado en la puerta esperándome, me temblaron las rodillas, a mí no se me había permitido ir a verle a la clínica, es más, hacía más de tres meses que no nos veíamos, si bien yo estaba enterado de todo lo que pasaba, había desarrollado un sexto sentido para escuchar a mis padres cuando hablaban de él, y además la abuela, siempre la abuela, me contaba. Me sentía en falta por no haberlo visitado.

—No me dejaron ir a verte —le dije sin saludarlo siquiera.

Ezequiel sonrió, tenía una sonrisa apagada, todo él estaba apagado, no era ya la persona luminosa de antes. Estaba asustado, algo de lo que no me di cuenta hasta que fue tarde.

—Ya sé, no importa. La abuela siempre me manda saludos tuyos. ¿No te molesta que te venga a buscar?

Le contesté que no, por supuesto. Esa primera vez y las siguientes nos limitamos a caminar en silencio hasta la parada del colectivo, con Sacha correteando entre ambos.

A la segunda semana, Sacha ya saltaba para recibirme apenas ponía un pie fuera del instituto. Lo cual me hizo ganar la simpatía de muchos de mis compañeros.

Sacha nos daba tema de conversación. Yo no me animaba a preguntarle de su enfermedad, ni de su dieta, entonces le preguntaba sobre la dieta de Sacha. Ezequiel me contaba qué le daba de comer y cómo la cuidaba, de los libros que había leído para cuidarla bien. Se lo tomaba todo con absoluta seriedad, sabía muchísimas cosas de los perros del ártico, su historia, sus costumbres, y sus diferencias con los perros de origen europeo.

Hablando de ella fue que un día me dijo:

—Uno de los motivos porque quiero tanto a este perro es por sus ojos. Desde que estoy enfermo la gente me mira de distintas maneras. En los ojos de algunos veo temor, en los de otros intolerancia. En los de la abuela veo lástima. En los de papá enojo y vergüenza. En los de mamá miedo y reproche. En tus ojos curiosidad y misterio, a menos que creas que mi enfermedad no tiene nada que ver con que estemos juntos en este momento. Los únicos ojos que me miran igual, en los únicos ojos que me veo como soy, no importa si estoy sano o enfermo, es en los ojos de mi perro. En los ojos de Sacha".

Antonio Santa Ana

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