martes, 21 de septiembre de 2010

Crónicas de la miseria

Ninguna cooperativa u ONG paga el tiempo que lleva hacer las cosas bien. Eso en principio limita mucho la agenda porque los periodistas pueden narrar sobre una muy escasa gama de posibilidades, siempre atada además a no complicar la relación de esos medios con los anunciantes. Una de las derivaciones éticas que esto tiene es que los medios naturalizaron las crónicas sobre la miseria que-para interlocutores de clase media como son los periodistas y sus lectores- es un medio que se cuenta solo, por la simple verificación del contraste, con los nenes y sus moquitos duros, los charquitos de agua y las madres gordas de comer en Ugi´s. Los barrios pobres o la cárcel no tienen pantallas publicitarias en sus medianeras y a los pobres no hay que pedirles cien veces una entrevista, casi siempre se constata un abuso de poder por parte del periodista, manipulando con el lenguaje o utilizando herramientas para doblegar voluntades, como grabadores y cámaras. Los pobres tampoco leen, por lo tanto puede haber una total impunidad a la hora de la metáfora porque quién te va a putear, aunque se trate de retórica macanuda y condescendiente. Digamos que el pobrismo da chapa a los medios, generan una fantasía de la inclusión, como si las oraciones producidas por la observación de los vulnerables los enlazara y los trajera del lado bueno, del lado del asfalto. Eso termina de hacer perfecta y autojustificada esa agenda periodística.
Al contrario, el mundo que produce esa miseria queda siempre fuera de la agenda periodística y de las crónicas de nuestros cronistas porque para qué nos vamos a pelear con…Un fenómeno que no es sólo local, de curso, porque los cronistas internacionales o los sudamericanos viajeros hacen versiones ampliadas, por medio de oraciones subordinadas, de las tarjetas postales: “te cuento la historia de los tipos hechos mierda de las pateras, ahora, las manifestaciones del poder económico, los escenarios donde se gestan los males absolutos, ésos, ay no puedo, no me dejan, no quiero no me sale”.
Dentro del mismo análisis, otro límite aparece cuando toma la medida de sus posibilidades personales para investigar, por ejemplo, vivir en una villa durante un mes. Yo no puedo, porque quedé psicológicamente y para siempre del lado de los bidets y el jabón líquido. Reconocido este límite, por quien lo reconozca, creo que no habría que pasarse de listo sobreinterpretando aspectos de la vida de los pobres- los únicos privilegiados de las crónicas- que uno está dispuesto a verificar, como sí puede certificar los jueves midnight de Je ne sai pas en el Faena. Aunque sobre esto no se puede escribir en serio, porque “Alan, Alan que es un copado, Alan que es un freak, Alan que conoce narcos rusos, Alan es un amigo y siempre nos da una mano”.
Esteban Schmidt, "La Argentina Crónica".

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