Nando Varela Pagliaro
La madruga del 5 de abril, Eduardo Sacheri se despertó
con una noticia excelente: su novela La
noche de la usina obtuvo el Premio Alfaguara 2016. Después de tres
intentos, el autor reconocido por El
secreto de sus ojos se impuso entre 707 originales recibidos. El premio
consta de 175 mil dólares e incluye la publicación simultánea de la novela en
España, Latinoamérica y Estados Unidos.
La noche de la usina se
sitúa en O´Connor, un pueblo imaginario
de mil habitantes. En este pueblo, ubicado en el Partido de Villegas en la
provincia de Buenos Aires, Sacheri también situó su novela Aráoz y la verdad. Mientras esta última transcurre entre 2006 y
2007, La noche de la usina sucede
entre 2001 y 2004. En medio de la gran crisis argentina, un grupo de hombres
del pueblo intenta juntar la suma de dinero necesaria para comprar unos silos
abandonados, pero los terminan estafando junto con el corralito. “De lo que
trata la novela, sobre todo es de cómo hacen estos tipos, no para tomar venganza,
sino para tomar revancha, que no es lo mismo. Después de varios días hablando
sobre la novela, me quedó clara la diferencia
que hay entre vengarte y tomar revancha. Para mí, vengarte es simplemente
infligir un daño que busque equiparar el que uno sufrió. En cambio, tomar
revancha es hacer algo positivo para vos”, dice Sacheri desde el living de su
casa en Castelar.
-A muchos escritores, los premios les sirven
para ordenarse y fijarse plazos. En tu caso, ¿cómo funcionan?
-Te
confieso que no me he presentado a muchos premios. Hace muchos años me presenté
a un concurso de cuentos de la SADE del Oeste y el premio era que te publicaran
en la antología resultante. Después me presenté un par de veces al Clarín y no
gané y esta era la tercera vez que me presentaba al Alfaguara. Creo que en
algunos momentos de la carrera, los premios pueden ser importantes. Un premio
inicial como el de la antología de la SADE a mí me permitió sentirme escritor por
un ratito. En su momento, el premio Clarín por la promoción que involucraba y
por el monto del premio, para un escritor que estaba tratando de abrirse un
espacio, me parece que estaba bien. Tal vez, hoy en día no me parecería justo
presentarme a un premio así porque si llegara a ganarlo, le estaría obturando
la posibilidad de promoción a alguien que pueda necesitarlo más que yo. Pero es
distinto un premio como el Alfaguara, por el alcance que tiene y también por la
gente que lo ganó.
-A nivel personal, ¿qué cambia con un premio
así?
-Me
pone muy contento. Me honra sentir que mi libro va a estar en el mismo estante
que libros de Tomás Eloy Martínez, Laura Restrepo o Leopoldo Brizuela, por
nombrar sólo a algunos otros ganadores. En Argentina, tal vez no va a cambiar
mucho porque mis libros se van haciendo conocidos y la gente los lee, pero un
premio así te da la posibilidad de que te conozcan mucho más afuera. Te da
visibilidad y esa visibilidad uno la puede traducir en trabajo. Así como el
Oscar me permitió consolidarme en el mundo del cine, aspiro a que este premio
me permita hacer algo parecido en el mundo de los libros. Aparte ese es el
mundo en el que me siento más arraigado. En el mundo de las películas, me gusta
estar, pero me siento un invitado.
-Una parte del premio es recorrer varios
países de Latinoamérica. ¿Podés escribir lejos de tu casa o necesitás de tu
entorno?
-Salvo que tenga una fecha
límite, me cuesta mucho escribir lejos de mi casa. Me siento más cómodo escribiendo
en mis lugares: mi casa o los barcitos de Castelar.
-¿Te concentrás en los bares?
-Antes
era donde más me concentraba, incluso más que en mi casa porque mi casa era
mucho más chica que la actual y mis hijos también eran mucho más chicos. Por lo
cual, era mucho mejor un bar que mi propia casa.
-La novela transcurre entre 2001 y 2004.
Hace poco lo entrevisté a Carlos Gamerro y él me decía que cada vez que quiere entender un país, empieza por leer las
novelas de ese país. ¿El que lea La noche
de la usina va a conocer la crisis del 2001?
-Va a conocer un costadito. Porque yo sitúo a mis personajes
en ese pueblo perdido de la provincia de Buenos Aires. Ahí se van a encontrar
con la desocupación, la tristeza y la incertidumbre, pero no se van a encontrar
con cacerolazos, represión policial y un presidente que se va en helicóptero.
Eso está dicho en la novela, pero para ese pueblo eso pasó en la tele. A lo
mejor, sí van a encontrar una atmósfera histórica. A mí en general me gusta
trabajar con personajes próximos. No trabajo con los papeles estelares de la
historia, sino con el papel que le tocó a cualquiera de nosotros. Yo me acuerdo
de lo que fue mi 2001 y lo que hice fue plantarles a mis personajes mi propia
desolación de ese momento. En 2001, mi hija tenía un año y medio y me acuerdo
de estar ese verano con ella en el patio de mi casa, en una Pelopincho con el
agua bajita para poder mojarle la cabeza. De fondo, sonaba la radio y escuchaba
que iban a hacer un desdoblamiento de la moneda. Entonces, yo era docente full
time, me pagaban casi todo el sueldo en Patacones y mi pregunta era: “y ahora,
¿qué carajo hago para mantener a mi familia?”.
-Apenas se conoció la noticia del
premio, Martín Caparrós en un tweet dijo: “Un
cambio de imaginario, Argentina ya no es el país de la represión, sino el de la
crisis”. ¿Puede llegar a pasar algo de eso?
-No sé si puede pasar algo de eso, pero puede que tal vez nos
merezcamos que nos vean así. En esta tendencia pendular que tenemos, a lo mejor,
en buena medida, somos nosotros los que generamos esos bandazos. Es posible que
cada bandazo que pegamos lo hacemos para salir de algún tipo de crisis, pero
después no tenemos los reflejos sociales como para evitar la que sigue. Acá,
como ves, me sale el profesor de Historia.
-¿Seguís dando clases?
-Doy una mañana por semana porque con los libros, las
películas y los viajes, la verdad es que no tengo cabeza para dar más. Siempre
me quedo pensando por qué llama tanto la atención que siga trabajando de
profesor. Si dijera que trabajo de cruzar las vías con los ojos vendados, sería
entendible: si encontrás un trabajo mejor, lo dejás. Entonces, me pongo a
pensar en la percepción social de la
docencia.
-No creo que tenga que
ver con la percepción social de la docencia. Lo que no se entiende es por qué,
siendo uno de los pocos escritores del país que puede vivir de sus libros, igual
seguís dando clases.
- Ah, viene por ese lado en tu caso. Pero muchos docentes me
lo dicen porque piensan que la docencia es un lugar del que si uno puede huir,
debe hacerlo. Si te tuviera que decir porque no lo dejo, te diría que así como
escribir me gusta mucho, ser profesor también me gusta mucho.
-¿No hay algo de miedo
en esa decisión? ¿Miedo a que algún día esto de vivir de lo que escribís se pueda
acabar?
-La docencia lo que puede llegar a darme es una gran
tranquilidad para escribir lo que tengo ganas de escribir y no andar
escribiendo pensando en a quién le voy a vender el próximo libro. Si mis libros
se dejaran de vender como ahora, en todo caso volvería al equilibrio que tenía
antes. Antes vivía de la docencia y con lo de los libros me iba de vacaciones.
En ese sentido, saber que puedo volver a tomar más horas de clases, me da
ciertas libertades.
-Volviendo a la novela, ¿cómo creés que
puede ser leída en otras culturas?
-No soy capaz de pensarlo
porque en realidad cuando escribo, lo hago teniéndome a mí como lector. Somos
todos tan distintos que si yo trato de pensar en un lector ideal, puede llegar
hasta ser amenazante. Por eso prefiero tenerme a mí mismo como lector y escribo
el libro que tengo ganas de leer.
-Al tratar en la novela
la crisis de 2001, en muchas entrevistas que estuviste dando terminan
preguntándote acerca de la coyuntura. En el día a día, ¿cómo es tu relación con
la política? ¿Sos de los que agarran el diario y van derecho a la parte
deportiva o empezás por las notas de política?
-Siempre empiezo por la parte política. Le doy una enorme
importancia a la política, me considero un tipo informado, pero soy muy
reservado para dar opiniones políticas sobre todo en una época de tanta
intolerancia. Vos decís algo y los anti kirchneristas lo toman de una manera,
los kirchneristas de otra y hablan desde trincheras, desde mi criterio, tan
esquemáticas que no me da ganas de meterme. Es muy distinto si yo me junto con
mis amigos de la facultad. Con ellos me puedo pasar horas hablando de política
porque ahí sé que lo que yo diga y los demás digan, carece de solemnidad y de
fanatismo.
-¿Tenés más para perder
que para ganar si manifestás tu opinión?
-Sobre todo por las interpretaciones que se hacen de lo que
decís y de la apropiación y la expulsión que genera cualquier declaración. Vos
hablás en una entrevista y después el que la edita, a veces, termina poniendo
cualquier titular. Uno queda totalmente escrachado y encima ese titular jamás
representa la complejidad del pensamiento de nadie. Para mí las cosas son
complejas y siempre se requieren matices. A mí me interesa mucho la política,
pero siempre me acerco desde la duda. En cambio, esta es una época en que la
gente abraza demasiadas certezas y se atrinchera en esas certezas. Yo lo
respeto, pero como no lo hago, es muy difícil conversar así.
-Me acuerdo que hace
unos años atrás, Martín Caparrós escribió una nota en la que invitaba a todos
los periodistas a hacer público a quién votaban. ¿El escritor tiene el deber de
manifestar sus opiniones para que uno sepa desde donde escribe?
-En el periodismo, como hay una pretensión de aludir
directamente a la realidad, tal vez sí es legítimo. Pero si lo que yo hago es
literatura, mis opiniones políticas no tienen por qué importar. No quiero
nombrar a grandes escritores para no colocarme en el mismo escalón, pero cuando
uno lee a un gran escritor, deja de lado las opiniones políticas. Sabré que las
tuvo, pero si es un gran cuento o una gran novela, me quedo con eso. Cuando leo
Bestiario de Cortázar no estoy pensando en si cuando lo escribió era su etapa
profundamente antiperonista o si era la época en que giró más a la izquierda y
se acercó a la revolución nicaragüense.
-Y a la hora de
informarte sobre cuestiones políticas, ¿a qué periodistas leés?
- Martín Caparrós es uno, Ernesto Tenembaum es otro, Jorge
Fernández Díaz es un tipo que me gusta mucho cómo escribe. Fijate que te nombro
tipos que políticamente están situados en distintos lugares. A Marcelo
Zlotogwiazda también lo escucho mucho y me gusta. Te nombro sólo estos cuatro o
cinco, tal vez podrían ser más, pero siento que en ellos la posición que toman
es leal a lo que piensan.
-Antes decías que La noche de la usina es la historia de una revancha. Desde el “que se vayan todos” del 2001,
¿tuvimos nuestra revancha con la clase política?
-Si
pensamos en que la revancha es algo propositivo que te sitúa en un lugar mejor,
me parece que hubo ciertos consensos muy
básicos que la sociedad argentina tendió a formular a partir de 2001. Por
ejemplo, el liberalismo económico incendiario no va más, el Estado tiene que
ofrecernos ciertos cuidados y ciertas regulaciones. No podemos confiar en que
cada uno haga lo que quiera y eso nos haga bien a todos. Estos consensos creo
que son más sólidos que lo que el kirchnerismo desea admitir. Sobre todo en
estos últimos dos años en que se puso todo tan virulento, en general el
kirchnerismo tendió a ver que la oposición no defendía esas cosas y me parece
que la mayoría de la ciudadanía está convencida de esas cosas. Más allá de que
siempre haya gente muy de derecha que por supuesto no lo ve así.
-Volviendo a la novela, me imagino que
los protagonistas, los que toman revancha son tipos perdedores. ¿Es así?
-En
realidad hablar de los protagonistas como perdedores es algo que surgió del
propio jurado. De todos modos, si por perdedores entendemos que se trata de
gente común y corriente, que en general la tiene que remar desde la rutina, el
anonimato y la sombra, claramente son perdedores. Ahora, con esa definición
creo que perdedores somos casi todos.
Por eso, la palabra perdedor me resulta mucho más cargada de sentido. La
escucho y pienso en tipos más marginales. En cambio, en el sentido en que yo lo
pienso, los perdedores son seres anónimos, rutinarios, comunes y corrientes,
como somos casi todos siempre.
-Escribir desde ese lugar, ¿te resulta más atractivo?
- La
derrota siempre es más promisoria que la victoria. La victoria es un lugar
placentero, efímero y carente de perspectivas. Cuando ganaste, ¿qué tenés para
contar? Nada, que ganaste. No hay mucho para desear y para mí el arte es deseo
y la literatura es deseo de encontrar cosas que no están. La derrota tiene más
de eso, es mucho más literaria. La derrota en tanto lugar de insatisfacción del
que queremos salir para obtener algo que sentimos que necesitamos.
-Y a medida que vas teniendo más éxito
en tu carrera literaria, ¿se te hace más difícil pararte desde ese lado?
-¿Qué es el éxito a nivel literario?
-Ganar el premio
Alfaguara, por ejemplo.
-Sí, claro. Lo que pasa es que hay muchas formas de éxito.
Vos estuviste diez años batallando con un cuento que te rompía la cabeza y lo
podés escribir, el día que lo pudiste terminar, te fuiste a dormir y te
sentiste bien. Eso también es un éxito. La palabra éxito es una palabra muy
frágil de papeles. Pero volviendo a tu pregunta, la verdad es que no se me hace
difícil escribir desde ese lado porque siempre por suerte hay cosas que
perdemos. Digo por suerte porque para mí no hay peor lugar en la vida que la
ausencia de deseo. Lo que te mantiene vivo es desear. Además, siempre estamos
perdiendo cosas. Uno puede estar ganando un premio importantísimo y a la vez estar
perdiendo a un ser querido. Al mismo tiempo somos ganadores y perdedores de
cosas. Si vos sos mínimamente sensible, sabés qué cosas estás perdiendo y qué
cosas perdiste y nunca vas a recuperar.
- Retomando el tema del
éxito, en una charla anterior que tuvimos me dijiste que cuando tenías que
completar tu profesión en cualquier formulario, durante mucho tiempo ponías que
eras docente, pero a partir de que empezaste a vivir de lo que escribís, te
asumiste como escritor. ¿Te parece bien tener esa mirada?
-Es la que tengo yo, pero también me parece bien que una
persona que no publicó nada y escri bió
toda su vida, de todos modos se sienta escritor. Por supuesto, no creo que solo
son escritores los que viven de sus libros. Yo tengo una cultura muy de inmigrante
y dentro de mi casa, vos sos aquello de lo que te da de comer. Mi abuelo era
almacenero, mis viejos eran odontólogos y yo antes era un profesor de historia
que escribía y ahora soy un escritor que da clases de historia.
-Por último, ¿qué tiene
que tener un día para que sientas que fue un buen día?
Publicada originalmente en Revista Quid, mayo 2016.
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