miércoles, 11 de mayo de 2016

Entrevista a Cristian Alarcón: “Los periodistas son muy infelices en los diarios”


Nando Varela Pagliaro

“El periodismo ya no se hace en los diarios. Hoy el periodismo se hace en las revistas alternativas o en todo caso en la radio y la televisión. Los diarios están muertos. Además, los periodistas son muy infelices en los diarios”. El que habla es Cristián Alarcón, Director de la revista Anfibia y una de las voces más intensas de la crónica narrativa. Con él hablamos del valor de la información, de la búsqueda de la verdad y otros temas, que giran en torno al violento oficio de escribir. 
  
-Un Mar de castillos peronistas puede leerse como un libro de crónicas, pero también como un libro de viajes. En estos relatos, como los llama Guillermo Saccomanno en el prólogo, atravesás Buenos Aires, Paraguay, Río Negro, Chile, Madrid, Barcelona, Brasil, Barranquilla y Medellín. En medio de tantos aeropuertos, de tantos hoteles, de armar y desarmar valijas, ¿cómo hacés para encontrar un espacio para escribir?

-Me da una nostalgia enorme pensar en la última etapa en la que tuve tiempo para escribir todas las semanas dos páginas de una revista. En los medios se mezquina tanto el espacio para contar historias que poder hacerlo era un lujo. Esos viajes a los que te referís, en su mayoría son viajes de trabajo, en una época en la que di muchos talleres en distintos países y me dejé llevar por esa marea tsunámica del conferencista internacional que llega a ser tediosa, insalubre y neurótica. Lo que hice para escribir estas notas fue robarle momentos a los viajes. Yo era consciente de que cuando algo me estaba ocurriendo, me ocurría para la crónica. De todos modos, no contaminaba de esa urgencia la historia. A veces era muy tentador producir acontecimientos en mi vida personal que terminaban siendo literarios.

-En el prólogo decís que a estos relatos no se los investigó más que con los sentidos del cronista y se los escribió con la urgencia del cierre. Antes, en la bajada del título del libro, aclarás que son crónicas desorganizadas, ¿por qué tantas justificaciones? ¿No creés que una antología de textos periodísticos puede ser un gran libro?

-Sí, claro que puede ser un gran libro. De hecho, esta antología fue una búsqueda con Constanza Brunet, en la que me ayudaron Matías Máximo y Virginia Giannoni. Para armarla hicimos una preselección de cientos de textos, que al menos a ojos de estos amigos lectores, sí se habían salvado del paso del tiempo. 

-Hay varias crónicas en las que hablás del Patti Smith Group, el grupo de gimnasia con el cual salís a correr en el Parque Lezama. ¿Qué pensás que le aporta a tu escritura el hecho de correr, de hacer gimnasia? Leila Guerriero, por ejemplo, dice que es uno de los momentos en los que más escribe; le vienen ideas, soluciones a situaciones que no puedo resolver en una crónica.

-Si alguna vez escribiste intoxicado, hay un momento muy claro en el que la intoxicación produce pésima literatura. Tal vez, en parte de mi segunda adultez descubrí que si me oxigeno mejor, también estoy más lúcido y eso me ayuda a escribir mejor.

-Juan Villoro dice que la crónica es literatura bajo presión, en estos textos, ¿cuánto hubo de presión y cuánto de goce literario o periodístico?

-La presión también está ligada a la escritura como una actividad profesional. A mí me pagaban muy bien por hacer eso. De hecho, vivía de escribir eso. En muchos momentos de mi vida me han pagado por escribir lo que quería. En Página 12 me dejaron construir un estilo, una agenda de temas; me dejaron demorarme más de la cuenta a medida que demostré que lo que escribía tenía algún tipo de potencia y finalmente me dejaron partir. Cuando te comprometés con un editor, la presión tiene que llegar porque por suerte hay un punto final que indica que si no publicás, la página está en blanco. Yo tengo muy buena relación con la presión. No me molesta la idea de un límite concreto para poder cerrar. Ahora como líder de proyectos periodísticos, lo entiendo todavía mucho mejor.

-Se suele decir que los artículos periodísticos tienen sólo dos destinos: la basura o envolver los huevos en el almacén al día siguiente. ¿Pensás que para que eso no pase, la única forma de trascendencia sigue siendo el libro, en tanto objeto físico?

-De ninguna manera. El periodismo digital vuelve perennes los textos. El algoritmo de Google te lleva otra vez a los textos sin necesidad de que vuelvan a ser publicados y las redes sociales pueden rescatarlos y convertirlos en hits, cuando se suponía que los textos habían muerto. Hoy ya no hay buenos textos con fecha de vencimiento.

-En estos relatos hay una gran presencia del yo. Martín Caparrós dice que cuando el cronista empieza a hablar más de sí mismo que del mundo deja de ser cronista, ¿Cómo hacés para que ese límite tan preciso no se rompa y éste no deje de ser el libro de un cronista?

-Leí hace un tiempo algo que dice César Aira, no lo recuerdo bien del todo, pero lo que él planteaba era que el auge de la crónica muestra la miserabilidad de los que nos dedicamos al género, porque no tenemos vida y la buscamos afuera, como voyeurs y testigos de los dramas de otros. Queriendo decir con esto que somos un montón de chicos ricos con el tiempo y los recursos como para andar fijándonos en los problemas de los demás, en vez hacernos cargo de lo propio. Es muy interesante porque lo que plantea es la discusión sobre el yo, sobre el punto de vista de una crónica, esa singularidad que hace que un periodista, además de ser periodista sea escritor. No es tan fácil. La mixtura de las últimas décadas nos lleva a lugares cada vez más híbridos, por lo tanto decir que un cronista es bueno porque sabe ver lo que pasa afuera o lo que pasa adentro, ya no tiene ningún sentido. En realidad todo forma parte de ese miasma que es la complejidad. A veces lo que pasa afuera se puede narrar a partir de un  monólogo interior, pero otras veces focalizar en el afuera habla más del adentro que confesar alguna intimidad. La propia elección de los temas habla de cada uno. Algunos buscamos problemas en todo sentido: problemas del mundo sobre los que vale la pena indagar y problemas en cuanto a lo complicado que es narrar una historia. Hay que poner el cuerpo e investigar para narrar. Esto implica pasar demasiado tiempo persiguiendo información, en un momento en el que la información ya no existe más. ¿Qué sentido tiene el periodismo en un mundo sin información? Yo, como editor, no desprecio la información porque la persecución de la mayor certeza posible sigue siendo la misión periodística número uno, pero lo cierto es que a medida que uno practica el vicio de juntar información, se aburre. Además, aquello que trasciende no es el dato chequeado. Lo que trasciende es el sentido que puede descubrir un periodista del mundo, no la información. Por eso, todos los libros que sólo juntan datos terminan en una mesa de saldo.  
            
-Con respecto a las temáticas, en una charla que diste hace tiempo dijiste que estabas un poco cansado de las crónicas que sólo abordaban lo marginal. Sin embargo, en este libro a pesar de que sí hay otras temáticas, lo marginal también ocupa un espacio central. ¿A qué se debe esa obsesión, esa necesidad de volver siempre al mismo territorio?

-Eso lo dije como una provocación. De todos modos, la literatura tampoco habla de cosas muy felices. No conozco ninguna buena novela que cuente una historia que no sea en el fondo una tremenda tragedia.

-Pero la diferencia es que la literatura es ficción y la crónica no. Muchas veces, en pos de hacer el texto más atractivo, ¿la verdad también puede terminar cediendo ante la ficción en una crónica?

-No creo mucho en las teorías de la verdad porque son una entelequia. En lo que sí creo es en la metodología y la honestidad, que no es lo mismo que la verdad. Con esto quiero decir que creo más en el que me dice lo que no sabe, que en el que me dice que lo sabe todo. Creo más en el que me dice que no está seguro que en el que tiene certezas todo el tiempo. La crónica, en definitiva, es el espacio de la incerteza. Por lo tanto, no tiene el imperativo del periodismo anglosajón de la búsqueda de las verdades. No es eso lo que uno va a buscar en una crónica porque la verdad no está dada por la contrastación de fuentes y de hechos; la verdad está dada por la estructura, la trama y el funcionamiento literario de ese texto narrativo. De manera que cuando alguien termina de leer una crónica, siente que algo comprendió y lo puede comprender porque accedió a un código que es el de la literatura. Y como la literatura nunca es verdad, no hay manera de hacer a la crónica responsable de la búsqueda de la verdad. Porque la crónica es literatura. 

Publicada originalmente en Revista Polvo, mayo 2016.

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