Nando Varela Pagliaro
Pasó su infancia y su adolescencia entre Buenos Aires, Miami y Tucumán, eso le sirvió para darse cuenta cuál es su lugar. En su casa, en el barrio de Almagro, me confiesa que no hay nadie que lo mueva de esta ciudad. Recuerda que apenas llegó de Tucumán fue Ana María Picchio la que se encargó de llevarlo a ver mucho cine y mucho teatro. Con ella vio desde las películas de Kurosawa hasta Gummo de Harmony Korine. Esa fascinación, cuando tenía dieciocho años, lo llevó a anotarse para a estudiar cine. En esa época, Luis estaba de novio con la actriz Dolores Fonzi y muy pronto en vez de seguir yendo a la universidad, prefirió dedicarse a escribir para ella y un amigo que conoció en las calles de San Telmo. Así hizo su primera película con apenas diecinueve años y encima le salió bastante bien. “Como la mayoría de la gente, nunca quise trabajar. El otro día leí que Warhol decía que el arte es cuando te salís con la tuya. Para los que tenemos suerte de que eso sea un trabajo, salirte con la tuya, sabés que si fueras libre harías lo mismo”.
-Creo que Confucio decía “elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida.”
Totalmente, pero hacer lo que a vos te gusta en un contexto de mucha responsabilidad, con un equipo de cincuenta personas y mucha plata en juego, es una mezcla de amor y libertad pero con un sistema como el de la colimba. Tenés que levantarte bien temprano y al otro día por más que te hayas acostado a las cuatro, a las cinco hay que estar arriba otra vez, para salir a rodar. Con Historia de un clan es la primera vez que trabajo así y la verdad es que me dio un resultado muy bueno.
-Cuando estrenaste Caja negra, Leonardo Favio te hizo llegar una carta con palabras muy elogiosas, ¿En algún momento eso lo viviste como un peso?
-Más que un peso fue una bendición. Lo que sí fue un peso fue haber empezado tan chico porque después hice dos películas que son malas. La verdad es difícil vivir habiendo hecho dos malas películas y lo peor es que todavía puedo hacer muchas malas más. Saber que uno hizo algo así, que está dando vueltas por Internet y no sabés cómo sacarlo, te puede quitar el sueño. Entre Caja negra y hoy, en el medio pasaron diez años en los que fallar tuvo un beneficio importante para mí. Todos esos pasos en falso, esos errores que sufrí mucho y todavía sigo sufriendo, de repente ahora se capitalizaron para saber muchas cuestiones del oficio como los lentes que me conviene usar o cómo hacer para llevar a un actor hasta un lugar que ni tiene nombre, pero que él igual lo pueda interpretar. Además de servirme para tener un conocimiento técnico, también me ayudó para llevar la música a la imagen. Cuando vos sentís que naciste para hacer algo y que si no lo hacés, te tenés que matar, no hay un plan B. Tenés solo un plan A; puede fallar, pero no tenés un plan B. Es esto, o matate si no te gusta.
-Hace poco editaste un disco de canciones propias, ¿la música no es un plan B?
-No, no ocupa ese lugar. De hecho nunca presenté el disco. Lo hice con mi novia y con amigos, pero nunca tuve la intención de salir a mostrarme como cantante. Aprendí a tocar la guitarra, cosa que pensé que nunca iba a poder hacer, y empecé a hablar sobre acordes. Me sanó mucho hacer música, pero sé que no soy ni músico ni cantante, ni pretendo serlo.
-¿Por qué nunca mostrarías el disco en vivo?
-Tocamos dos veces con María Eva Albistur, Fernando Samalea, Daniel Melingo, Willy Crook y Patán Vidal y armamos una banda que se llama Los Quietos.
-Y como Luis Ortega solo, ¿tocarías?
-Toqué solo una vez y por plata.
-¿Puede ocupar ese lugar la música, el de solventar el cine que te gustaría hacer?
-Puede pasar que milagrosamente algo que ni siquiera sabés hacer de repente te dé algún dinero. A mí un día me llamaron para tocar y fui. Yo sé que ni toco ni canto bien, pero puedo escribir una canción. Eso está bueno, pero no me voy a subir a un escenario a hacer algo que no se hace así nomás. Aparte no soy tan rockerito. Prefiero mirar el escenario. Igual, cuando tocamos, fue una sensación increíble: nunca sentí tanta adrenalina y tanta complicidad. La complicidad entre los músicos va más allá del amor. Ahora hice la cortina del programa y lo llamé a Pity Álvarez para que lo cante él. Lo armamos con Samalea, después vino Pity, le puso la voz y después lo llamé a Ezequiel Araujo, que es un productor maravilloso. Él lo terminó de mezclar y producir. Ahora siento que me metí un poco más en el mundo de la música y me encanta.
-Estás grabando un disco nuevo, ¿puede ser que se vaya a llamar María Cash?
-No, no se va a llamar María Cash, pero sí hay una canción que se llama así. El disco todavía lo estamos haciendo y lo está produciendo Daniel Melingo. Hace ya tres años que tengo las canciones, pero recién ahora lo estamos terminando.
-¿Sigue la misma línea que el anterior o es muy distinto?
-No tiene nada que ver con el anterior. Son todas historias, crónicas delincuenciales y de asesinos.
- ¿Tiene más que ver con la serie que estás haciendo?
-A veces me es más fácil contar una historia en una canción que en una película.
-Antes decías que estabas conforme con poder trabajar con más recursos. ¿Si tuvieras más recursos para tus películas, harías otro cine o preferirías seguir filmando como lo hiciste hasta ahora?
-No quiero filmar más así. O hago Caja negra y Dromómanos, que soy yo con una Mini DV en la mano o hago Historia de un clan. En el medio no hago más nada porque es una mentira, una especie de estafa. Ese cine se sigue produciendo porque los productores cobran guita de los subsidios y le producen películas a cualquiera. Hasta a un boludo como yo, que no tenía claro lo que iba a hacer en ese momento y eso es evidente por el resultado de las películas. Entonces, o no me das nada o dame todo.
-Ahora las matás a esas películas, pero en el momento del estreno, ¿qué pensabas?
-Siempre supe que eran malas películas.
-Pero las tenías que defender de todos modos.
-No, nunca las defendí. Tal vez en el estreno no salía a decir que eran una poronga y quizá en algún momento sentí que no estaban tan mal. Pero tenía más que ver con alejarme de algo, que con lo que yo quería. Cuando no sabés lo que querés, a veces terminás en lugares en los que no querés estar. De todos modos, fueron pruebas y errores, lástima que se hayan editado.
-Este cambio de postura, ¿tiene que ver con querer hacer un cine más masivo del que venías haciendo?
-No lo pienso en esos términos. Lo que estoy haciendo ahora tiene la locura que tiene Dromómanos, pero tengo quince actores a mí disposición que tienen gran confianza en mí. Yo los puedo exponer a una situación extrema y ellos van en la dirección que les digo aunque corran el riesgo de quedar en ridículo. Cuando trabajás con otras personas, tiene que haber mucho amor para que el otro se entregue. Tiene que saber que si estallamos, estallamos los dos y en definitiva la culpa siempre es del director. En Historia de un clanestamos haciendo escenas muy extremas sin siquiera estar escritas. Ahí tiene que haber un ida y vuelta muy grande.
-¿Te interesa qué va a pasar con el programa una vez que salga al aire o no te importa cuánta gente lo vea?
-Siempre quiero que vaya bien. Yo no vivo para la plata, pero mientras más tenga mejor, porque puedo hacer la próxima película. Y si al programa le va bien, va a ser más fácil para mí poder conseguir plata. No estoy tan apegado a esas cosas, pero me gusta todo lo material. Además, si el otro ve que vos tenés, te lo va a volver a dar. A cualquiera que niegue el éxito, la verdad es que no le creo. Yo no soy ni actor ni músico, así que no me sigue nadie y nadie me reconoce. No voy a renegar porque le vaya bien a algo que hago.
-¿Cuánto tuvo que ver Rodolfo Palacios en Historia del un clan?
-Todo esto empieza cuando yo lo conozco a él. Mi hermana Julieta me dijo que leyera un libro de él sobre Robledo Puch y lo leí en una noche. Ella me dijo que lo llamara a Rodolfo porque él lo conoció a Arquímedes Puccio. Lo llamé y fue amor a primera vista. En ese encuentro me trajo el libro del robo al Banco Río. Ese material era el que yo necesitaba para encarar el proyecto del clan porque ahí conocí a los miembros de la banda y entendí algo fundamental que es que la posibilidad de cometer un crimen, te puede decir quién sos. En un mundo donde nadie sabe quién es, el crimen te da una identidad. Aunque seas un raterito, sos algo. En un mundo de fantasmas es muy importante tener un rol porque solo la minoría lo tiene. También me di cuenta de que el que comete un crimen, para seguir viviendo, tiene que seguir haciéndolo.
-No es fácil salir de ese lugar.
-No puede salir porque es como ir a la guerra. ¿Viste esa película del tipo que desarma bombas y vive con una adrenalina tremenda? Después cuando vuelve de la guerra a su casa y está en una góndola de un supermercado viendo cuál de todos los cereales elige, ya no se siente vivo. Necesita ese nivel de peligro para seguir comunicado con lo esencial. En los Puccio pasa lo mismo. Meten a un tipo en la casa, cobran el rescate, lo matan y usan la guita, pero después se dan cuenta de que lo que ellos quieren es tener al fantasma en la casa. Entonces, mejor no cobrar tan rápido, que el tipo esté porque aunque nadie lo vea, hace que la familia funcione mejor. Cuando hablé con Vitette, el ladrón uruguayo que cayó preso por haber robado unas joyas en una casa, unos meses después del robo al Banco Río, le pregunté qué hacía robando joyas, después de haberse llevado veinte palos. Vitette me dijo: “A mí veinte palos no me dan lo que me da entrar en una casa, llevarme una estatua, bajar trepando desde el piso dieciocho, que se me caiga y verla como revienta en la vereda y yo sentir que me podría haber caído yo. Eso no me lo dan veinte palos. Puedo parar cuando el cuerpo no me deje trepar más una pared”. Eso que es Roberto Arlt puro, me lo trajo Palacios. Me sirvió un banquete alucinante, me llevó a las cárceles y me hizo un recorrido muy a fondo de ese mundo, que no es el de los Puccio, pero terminó siéndolo. Como dice Palacios, todos se conocen: ladrones, asesinos y estafadores. Los violadores son los únicos que no entran en la aristocracia del crimen, pero un ladrón de banco adentro de una cárcel, no es alguien cualquiera. Arquímedes, cuando entró a la cárcel, me contó “la Garza” Sosa, que estuvo detenido con él, que le dijo a los guardas “cuando yo agarre la manija los voy a vestir a todos de rosa”.
-Hace poco Campanella, que con Entre caníbales hizo una apuesta diferente en cuanto a los formatos televisivos habituales, dijo que “la audiencia está muy acostumbrada a algo que se pueda ver sin mirar”, ¿estás de acuerdo con eso?
-Sí, estoy de acuerdo. Por eso tanta gente vio El secreto de sus ojos, solo que cuando algo te sale mal encontrás una excusa.
-¿Pensás que el cine que hace Campanella o películas como Relatos Salvajes van detrás de una fórmula en vez de una búsqueda artística genuina?
-De Relatos Salvajes vi solo veinte minutos. Lo que pienso es que no hay por qué tachar o quitarle el valor a las cosas que a uno no le gustan. Yo aguanto veinte minutos, si todavía no me la puso, me voy. No soy de los que se quedan hasta el final porque pagué una entrada. A mí me gusta volar.
- ¿Y qué pensás de que se estén empezando a hacer remakes, como en el caso de La Patota?
-A mí, pensando como alguien que hace cine, me parece un disparate hacer una remake. Ahora, como una empresa, entiendo que lo encaren de esa manera. Igual, la película todavía no la vi, así que mucho no puedo hablar. Pero claramente es un emprendimiento empresarial y siempre se encuentran directores para eso.
-En tu caso, cuando aceptás trabajos para televisión, ¿sentís que te traicionás como director?
-En realidad, además de Historia de un clan, solo hice una cosa en tele que esLa noche de los bastones largos, que iban a ser tres capítulos hechos por Caetano y tres por mí, pero la verdad es que no me sentí capacitado para hacerlos, salvo una historia que veía que podía tener más libertad para contarla. Esa historia se llamaba La ley primera. Después lo que sí hice en televisión fueron changas, como ir a poner la cámara para un piloto. Pero la verdad en todo lo que hice hasta ahora no siento que me haya traicionado. De algún lado tengo que agarrar un billete. Cuando voy a poner una cámara, es mi cuerpo, no soy yo, no tiene mi firma.
-¿Alguna vez te arrepentís de haber elegido este camino que es evidente que tiene muchas dificultades?
-Es que para mí no fue una elección. Hay gente que tiene muchos planes. La elección por ahí es tener un enano en la cabeza que te dice: “No seas careta, no te dejes mentir”. Ese enano que te vigila, lo ponés vos en tu cabeza, pero de repente se retoba y te mete caño para que hagas las cosas mal. Lo que uno instala es el chip de qué pastilla se va a tomar: la roja o la azul. Pensar que te tomaste la equivocada es parte de lo que tiene que pasar. No creo que yo haya podido hacer otra cosa, ni que Campanella haya podido hacer otra cosa. Por eso no podés ir a atacar a nadie y decirle “sos un mentiroso, lo estás haciendo por la plata” porque cada uno hace lo que puede. Pasa que en este mundo somos todos muy celosos y a ningún director le gusta que otro tenga mucho éxito. Salvo que realmente te encante lo que hace. Que a Campanella, Szifrón o Mitre les vaya bien, no me quita nada porque su mundo no es el mío. Ellos no cuentan lo que yo quiero contar, cuentan algo que ni sé qué es, ni lo entiendo ni lo voy a entender.
- Me llamó la atención que tus películas no están para ver online
-Las que estaban, las pude sacar. Las que me interesaría que estén son Caja negra, Dromómanos y Lulú. No están porque todavía no tuve plata para editarlas en DVD. Una vez que las edite, las voy a subir.
-Lulú se pasó en último Bafici, ¿se va a estrenar en otras salas también?
-Lulú se estrenó el año pasado en Toronto y quiero que se estrene acá en otras salas, pero ahora estamos trabajando mucho en Historia de un clan y no tuve tiempo de nada. Tal vez, la salida del programa le dé un poco de color al estreno de Lulú. Como todas mis películas, fue hecha con mucho esfuerzo, tuvo un apoyo del Instituto, que todavía estamos esperando cobrar, así que le debo guita a todo el mundo. Agarré este laburo para pagar esas deudas y al final este laburo terminó siendo mucho más inspirador y creativo que el proyecto para el cual estoy trabajando para pagar las deudas.
-Estás afuera de todas las redes sociales, ¿no te interesan para nada?
-No estoy porque me parece que estar ahí es una forma de actualizar la desilusión todos los días. Es peor que leer el diario, te tira para atrás.
-¿Tampoco leés los diarios?
-El diario lo leo pero como una ficción para ver qué está pasando en el mundo. Ahora la sección de los policiales es la que más me atrapa.
Publicada originalmente en Quid, la revista de las librerías Yenny y El Ateneo, agosto 2015.