lunes, 28 de marzo de 2016

Entrevista a Ezequiel Fernández Moores: “Odio la arrogancia del periodismo”


Nando Varela Pagliaro

A casi un cuarto de siglo de su primera edición y esta vez de manera independiente, vuelve a ser publicada Díganme Ringo, la extraordinaria biografía de Oscar Natalio Bonavena escrita por Ezequiel Fernández Moores. Cuenta el periodista que el proyecto original surgió a partir de un pedido que le hicieron de Planeta y Sudamericana, que en ese momento estaban fusionadas. Ambas editoriales querían hacer una colección de pequeños libros sobre ídolos populares de la vida argentina y le ofrecieron una lista de veinte personajes. “De esa lista elegí a Ringo porque  tenía una mirada muy crítica del boxeo. En mis comienzos periodísticos, inclusive había ido al Borda, vi a neurólogos, a ex boxeadores dañados y escribí mucho sobre el boxeo y los daños que hacía. Entonces, pensé que acercarme desde otro lugar me iba a enriquecer. Además, Ringo formaba parte de mi infancia. Yo iba a ver las peleas con mi viejo y mis hermanos. Revisar su vida, de algún modo era volver a aquellos años, pero ya como periodista”. Ese libro inicial de tan solo cien páginas, finalmente nunca vio la luz  porque Planeta y Sudamericana decidieron separarse y la colección quedó en la nada. Dos años después, Juan Forn –en ese entonces editor de Planeta- rescató el texto sobre Ringo de un sótano inundado. Interesado en el proyecto, lo llamó para que terminara de darle forma a un libro con más contenido del que había presentado para la colección. Para eso, con la ayuda de su hermano Lucio -también periodista- y Alejandro Di Giacomo, su compañero de trabajo en la Agencia DYN,  Fernández Moores entrevistó a más de cincuenta personas. Incluso planteó en la editorial la posibilidad de viajar a Estados Unidos para investigar la muerte del boxeador, pero Forn le aconsejó que no lo hiciera porque si viajaba iba a volver con tanto material que el libro iba a terminar siendo un libro sobre la muerte de Ringo y esa no era su idea. “Nuestra idea era escribir su vida porque fue un personaje tan porteño, tan vital que lo que queríamos reflejar era eso. Obviamente en el libro hablo de la muerte y es un capítulo importantísimo, pero sobre todo lo que se intenta recordar es lo que fue Ringo en esa Buenos Aires de los años sesenta y setenta” dice Fernández Moores.

-¿Cómo se entiende que un tipo como Bonavena, que nunca fue campeón del mundo, a 40 años de su muerte siga siendo una de las figuras que más fascina a la memoria de los argentinos?

- Supongo que puede tener que ver con eso que los pibes llaman la cultura del aguante, entendiéndola como esa costumbre de bancar. Ringo tenía una enorme habilidad  para bancarse las piñas de tipos que posiblemente eran mejores que él. Llegaba al final de cada pelea de pie e incluso ha estado a punto de ganarles. Era un guapo en esto de bancársela. Por eso de ahí sale ese estribillo famoso de Iorio que dice “Aguante Bonavena”. También es curioso que habiendo sido ídolo de un barrio tanguero por excelencia como Parque Patricios, los que lo recuerdan sean todos los roqueros y metaleros. Otro punto clave es el vínculo de Ringo con Buenos Aires. Los campeones mundiales generalmente venían del interior y tenían cierta desconfianza lógica de las luces de la ciudad. En cambio, para Ringo esas luces eran suyas, él las amaba.        

-En el prólogo del libro incluís una frase de Martín Becerra que dice que  “Ringo fue mediático antes de que se inventara la palabra”. ¿Cómo creés que se hubiera llevado con los medios actuales?

-Hoy hay tanta pirotecnia y cambia todo tan abruptamente que es difícil decir cómo. De lo que sí estoy seguro es que hubiera sido un personaje absolutamente mediático. No te digo que como un Tinelli en San Lorenzo, aunque no lo sé porque probablemente también podría tener su propio programa. Me lo imagino muy empresario porque Ringo tenía ese costado. Por ejemplo, en los tiempos en que el boxeo era monopolio de Lectoure, Ringo se corrió de ahí e hizo su propia empresa. Él mismo vendía sus peleas y las promocionaba haciendo las payasadas que hoy son tan famosas, como esto de llevarle papel higiénico al rival antes de la pelea o pasear a un toro por la Quinta Avenida de Nueva York. Todas estas estrategias él las tomó de Muhammad Ali. A partir de haberlo visto se transformó en una especie de Ali de Parque Patricios, completamente opuesto en algunas cosas. Ringo en los años sesenta tenía un discurso menemista en términos ideológicos. Decía que por ejemplo los teléfonos y los trenes tenían que ser privados, cuando era algo impensado.

- ¿Realmente era antiperonista?

-Creo que esos viajes a Estados Unidos, de alguna manera lo formatearon y es curioso que viniendo de una familia típicamente peronista, él haya tenido un discurso tan distinto. Este tipo de actitudes, esté uno de acuerdo o no, provocaban una fascinación por el personaje.

-En el libro contás que era amigo de Menem, que dormía con él en La Rioja; algo que seguramente mucha gente no sabe.

-Era amigo de un Menem que todavía no era el Menem omnipresente de los noventa. Ringo incluso pensó filmar una película en La Rioja, sobre una idea totalmente bizarra, que obviamente no se terminó concretando.

-Hablemos de su muerte, sus últimos días en Reno siguen siendo muy confusos. ¿Por qué pensás que lo mataron? ¿Creés en la versión que lo involucraba con Sally Conforte?

-Yo creo que Ringo percibió que el boxeo se le acababa y llega a ese escenario en el que encuentra que Joe Conforte, el hombre que tenía su contrato, tenía unos negocios que son la prostitución y el juego. En los dos la noche reina y a Ringo le encantaba la noche, por eso también se empieza a interesar por ese otro negocio. Empieza a seducir a la mujer del mafioso, la mujer se engancha  y el mafioso percibe que Ringo realmente era un peligro. Ahí es cuando, en una especie de aviso, le queman el pasaporte. Ringo, que ya estaba un poco desbordado, no solo no se va, sino que termina yendo a la puerta del burdel y ahí pasa lo que todos sabemos. Algunos hermanos, cuando escribí el libro, me dijeron que nunca creyeron esa historia con Sally, que estaba todo armado, que a Ringo hasta pudieron haberlo matado mientras dormía. Si bien eso no se pudo comprobar, la historia puede ser creíble porque Conforte era un hombre fuerte en Reno y controlaba muchos resortes desde policiales hasta judiciales.      

-Saliendo de Ringo, pero siguiendo con el boxeo. En el epílogo decís que de la mano marketinera de Maravilla Martínez el boxeo recuperó gran protagonismo. ¿Qué pensás de Maravilla como boxeador?

-Me gustó el personaje de Maravilla porque en esto de hacerse a sí mismo, también tuvo algo de Ringo. Se independizó del establishment del boxeo y llegó a lo más alto. Lo que me dio un poco de pena es que explotó acá cuando ya estaba cerca del final de su carrera. Le duró muy poco porque su cuerpo, como el de Ringo, ya estaba dañado. Yo no soy alguien que entienda mucho de técnica de boxeo, pero me gustaba verlo arriba del ring. Tenía un componente estético muy interesante.

-Asociaste a Ringo con Maravilla. Por sus  frases y bravuconadas a Ringo también podríamos asociarlo con Maradona. En cambio, es difícil encontrar un punto de contacto con Messi. ¿Creés que a pesar de ser el jugador enorme que es, por una cuestión de carisma, Messi nunca va a poder ocupar el lugar de estos otros ídolos? 

-Puede que haya algo de eso. Alguien escribió que algún día Messi va a recuperar las Malvinas y le vamos a reprochar que no tenía puesta la escarapela. Hay algo de nuestra argentinidad al palo que siempre es muy demandante. En general nos gusta vernos en el espejo del ídolo cuando el ídolo devuelve gloria y éxito, pero cuando devuelve alguna miseria, ahí ya no se quiere ver nadie. En ese sentido, Messi muestra menos, es mucho más terrenal y le escapa a los medios porque no le interesan, aunque sabe que en parte depende de eso. Por otro lado, creo que no hay un vínculo tan fuerte con él porque se fue muy rápido del país. Ringo era Parque Patricios; Messi, sí es Rosario, pero la dejó a los trece años. Pero no deja de llamar la atención  que a pesar de llevar tantos años allá, todavía habla como un rosarino.

-Tal cual, eso es algo que nunca se rescata de él.

-Yo he conocido amigos que a los tres meses de estar allá ya parecían españoles. En cambio, Messi no. Lo que pasa es que él no se sube a la mesa a gritar su argentinidad como el otro gran ídolo lo hacía, y no es que lo hacía demagógicamente, Maradona era así. Entonces, en la comparación siempre va a haber injusticia.     

-Volviendo a esa actitud de compadrito que tenía Ringo, ¿también la podés ver en ciertos personajes del periodismo?

-Si hay algo que odio y de lo que me corro es de la arrogancia del periodismo. Hay etapas en las que hasta me da vergüenza decir que soy periodista por esa cosa arrogante que tenemos con un micrófono o subiéndonos al púlpito para decir cómo debe ser el mundo, creyéndonos jueces y dictando sentencias  o siendo policías y metiendo preso a alguien. El periodista que es tan protagonista y que siempre está seguro de todo a mi no me gusta, ese componente tan del periodismo como cuarto poder,  me produce alergia. Me parece que el periodismo representa los intereses de la gente, difícil decir qué es la gente, pero claramente el periodismo debe estar más cerca de la gente que del poder. Si el periodismo se mimetiza con el poder, deja de ser periodismo. Para eso que nos contrate el poder y nos convierta en voceros. 

-Desde hace tiempo tenés una columna en La Nación, ¿en algún momento lo vivís como una carga el hecho de tener que encontrar algo para decir todas las semanas?

-Había una etapa en la que sí era una carga e incluso dejé de hacerlo. Aparte como trabajo en agencias de noticias desde que empecé en el periodismo, eso me permitió tomar distancia cuando alguna situación no me gustaba. La verdad es que hoy no lo vivo como una carga. Si bien, no tengo la misma polenta que cuando empecé, la cabeza me funciona mucho mejor. Esto me ayuda a resolver las cosas más rápido. Yo disfruto muchísimo cuando veo que la historia me va cerrando. Me suelo quedar los lunes hasta las tres de la madrugada para redondear el artículo y ese silencio de media noche, donde estoy solo ordenando y discutiendo con mi texto, es algo muy placentero.  

-Hay muchos periodistas deportivos que pasaron del deporte a la política. En tu caso, ¿lo ves como un camino posible?

-Me ofrecieron más de una vez salir del deporte y lo pensé en algún momento, pero la verdad es que por ahora no me interesa. Una vez estuve en un congreso en Inglaterra y conocí a David Goldblatt, un sociólogo inglés con el que tuve una larga charla. Él me decía que en el deporte tenés todo: la vida, el drama, la gloria, la política, la economía y además tenés muchísimas y diferentes historias humanas. Yo creo que no hay ningún otro escenario que tenga todo como el del deporte y siento que todas las cosas que me gustaría decir, todavía lo puedo hacer con el deporte.   


-En el año ochenta escribiste una tesis sobre si el periodismo escrito sobrevivirá a la crisis mediática y sobre si los diarios en papel dejarán de existir ¿Más de 30 años después, qué pensás al respecto?

-Creo que el diario en papel se compra y se va a comprar cada vez menos. Dicho esto que es algo que sabemos todos, te podría decir que lo que pasa con el periodismo lo podemos ver desde dos lugares. Por un lado, Internet democratizó la palabra que antes era monopolio de los grandes medios, pero por otro, dañó al periodismo en general porque convirtió al espacio informativo en un supermercado abierto las 24 horas y en el que todos corren detrás del click y el click se logra a veces apelando a los golpes bajos. Nosotros tuvimos esta charla y yo te pude haber dicho noventa y nueve cosas interesantes, pero te dije una taradez y va la taradez de titular y la taradez triunfa. Ese juego que era más de la televisión, ahora lo tomó también la prensa gráfica y la palabra perdió valor. Y como yo le tengo un enorme respeto a las palabras, verla tan fugaz y dañada me produce un poco de dolor. Hoy en la gráfica podemos encontrar pocos textos de laburos que no busquen el click, sino que realmente busquen informar. Yo tuve un profesor que me decía que informar es dar forma y siempre le creí. No se trata solo de contar el árbol, sino también de describir un poco el bosque.

-Hace treinta años que venís trabajando en periodismo, ¿qué diferencias encontrás en el periodismo y en los periodistas entre otras épocas y esta?

-Hoy también hay  buenos periodistas. En algunos casos hasta son tipos más formados que antes. Lo que pasa es que está muy naturalizada la docilidad hacia ciertas reglas de juego en las que todo es más uniforme. Hay pocos textos que te sorprendan, pocos tipos en los que vos puedas reconocer quién es el que está escribiendo. Antes creo que había más espacio para rebeldías, para gente que siguiera siendo ella misma más allá de dónde laburara, eso era más rico. Había más aprecio por la palabra y menos prisa. Que sea más importante decirlo antes que decirlo mejor, a mí nunca me gustó y te lo digo como alguien que trabaja en una agencia de noticias y sabe el valor de la rapidez. ¿Qué valor puede tener decir algo un minuto antes, si lo estás diciendo mal? Eso no es periodismo, en todo caso es una carrera de cien metros. Para mí el periodismo es otra cosa.

-Con esto de la inmediatez, ¿también te referís a la influencia de Twitter?

-Tiene que ver con Twitter y con esto que te decía de haber perdido el monopolio de la palabra. De todos modos, no estoy en contra de las redes sociales, de hecho cuando tengo que buscar un discurso distinto ando mucho por esos lugares. En diarios de afuera, muchas veces leo los artículos pero también qué opinan los foristas. No siempre, pero puede pasar que algún forista sabe más que el autor del texto.

-Sin embargo, no participás de las redes sociales.

-Ahora hay un Twitter que abrió mi sobrina por el libro, pero lo maneja ella. Si es para que se lea lo que escribo, me parece que La Nación es una vidriera muy fuerte. Si por ahí yo escribiera en “La voz del Rioba”, tal vez tendría una cuenta para compartir mis notas. Hoy no me hace falta.
No estar sujeto a Twitter me ayuda a desordenarme menos y a pensar mejor.

-La última, Si tuvieras que recomendar tres biografías de otros deportistas, ¿cuáles recomendarías?


-Hay una biografía de Garrincha escrita por Ruy Castro que es conmovedora.  Otra biografía extraordinaria es Rey del Mundo de David Remnick, sobre la vida de Mohamed Alí y la tercera podría ser El oro y la oscuridad de Alberto Salcedo Ramos sobre la vida de Kid Pambelé.

Publicada originalmente en la Revista Quid, marzo 2016. 

jueves, 10 de marzo de 2016

Entrevista a Daniel Ares: “Como la mueven las editoriales, la narrativa no va a vender nunca”


Nando Varela Pagliaro

Daniel Ares es escritor y periodista. Nació en Buenos Aires en 1956, pero desde hace más de veinte años se alejó de la capital y se instaló en Arraial d'ajuda, un pequeño pueblo de playas hermosas, ubicado en el extremo sur del estado de Bahía, en el nordeste brasileño. A pesar de llevar tantos años allí, confiesa que nunca terminó de adaptarse, que sigue llevando una vida completamente argentina y que cada vez que regresa al país se da cuenta de que disfruta del idioma como un paisaje. “Ya estoy cansado de hablar en otro idioma porque nunca llegás a expresarte con precisión. Siempre estás manoteando las palabras que te sirven, pero no las que querrías usar”. Antes de emigrar, Ares trabajó en reconocidos diarios y revistas del país; desde Caras y Cerdos y Peces hasta Noticias, Satiricón y El Gráfico; también publicó unas cinco novelas y un libro de no ficción; además hizo radio y escribió junto a Leonardo Favio el guión para su documental Perón, sinfonía de un sentimiento. En los intersticios de estas actividades, le gusta aclarar que intentó sobrevivir de otra manera: fue lavacopas, obrero gráfico, empleado bancario, ejecutivo de una multinacional, coordinador turístico, posadero, camarero, vendedor ambulante, y, ocasionalmente, traficó piedras semipreciosas, bisutería aborigen y bikinis. Pero, como asegura desde El martiyo, su blog personal, por nada de eso paró de escribir. En estos días, su novela Mato y olvido, basada en el asesinato de María Soledad Morales, ganó la edición 2015 del Premio Extremo Negro, que organiza el grupo editorial Del Nuevo Extremo.Este libro lo escribí durante la primavera del ‘95. Entonces, importaba salir a gritar que los medios construimos la realidad. Hoy eso es algo que ya está instalado pero en ese momento todavía no. El caso policial sirve de escenario para cuestionar el proceso productivo del periodismo industrial, toda esa baratija intrínseca de ese método que de ninguna manera puede alcanzar una verdad. Por eso, cuando los medios se preguntan por qué las revistas se venden cada vez menos, la respuesta es muy simple: “muchachos, no se venden porque lo que hacen es intragable”.  Lo escucho hablar y pienso en por qué tardó tanto en publicar una novela que terminó en el ´95. Cuando le hago la pregunta, Ares no duda: “Muy fácil, no se publicó antes porque los editores argentinos atrasan veinte años”. El autor de Banderas y balcones no tiene reparos a la hora de decir lo que piensa, no mide las consecuencias ni especula con lo que para él sería más conveniente.  El hecho de estar un poco alejado del mundo editorial e incluso del país lo hace ser más honesto con sus convicciones. Sabe que si él mismo no siente que su texto está bien, no hay premio que legitime su trabajo. “Una vez le pregunté a Leonardo Favio qué pensaba cuando estrenaba una película y veía que a la crítica le gustaba. Favio, que era un genio, me dijo: “¿Qué pienso? Pienso que los volví a engañar, que no se dieron cuenta”. Borges decía que nosotros juzgamos el trabajo sobre la base del fracaso, a partir de lo que no conseguimos hacer. De todos modos, en esta novela en particular, siempre sentí que el texto estaba compacto. Después cuánto influyen los premios uno no puede saberlo. Lo que sí pensé siempre es que si lo que yo hago estuviera bien difundido, creo que podría rodar, porque lo que busco es una escritura que le llegue a la gente, que la entretenga, que la divierta”, confiesa Ares.

- Este tipo de literatura más digerible, ¿no está siempre al margen de lo que pondera la crítica?

 -Sí, puede que tengas razón. Tal vez entonces es hora de preguntarnos quiénes son esos críticos, esos jueces que al final no escriben nunca un párrafo que valga la pena. A mí no me interesa ese tipo de escritura pretenciosa, en tal caso creo en una escritura popular, entendible y no por eso falta de hondura ni de técnica ni de relieve ni de nada. Se puede ser bueno y llegar a la gente. No es intrínseca la calidad al texto hermético, que se supone que es bueno porque no lo entiende nadie.  

-Hablemos de la novela. Mato y olvido es una inspiración libre del caso María Soledad, ¿cómo pensás que funciona el libro en los que recuerdan el caso y en los que no?

-A los que lo tienen presente seguramente los sorprenda que la novela contradice lo que se conoce como historia oficial y mediática en la que se asegura que el que termina preso es realmente el asesino. Mi argumento es que mandamos preso a un chico simplemente por presión popular, porque como digo en otra novela, “querían venganza, pero pedían justicia porque el pueblo es pudoroso”. Pero la verdad es que se trató de un juego en el que mataron a la hija de los pobres y que caiga un hijo de los ricos preso nos parece bien. Y los medios tienen que ayudar. Nogueira, el periodista que protagoniza la novela, lo dice bien claro; lo que se termina haciendo desde el periodismo es armando los argumentos para llevarle a aquel que no tiene argumentos algo para sustanciar lo que dice al pedo.

- “Nosotros manufacturábamos los hechos y recién entonces los hechos eran hechos para ellos”, dice Miguel Nogueira en la novela.  ¿Eso cambió?

- Los medios están más cuestionados y deben cuidarse más, pero el intento sigue siendo el mismo porque los móviles siguen siendo los mismos. Es un proceso industrial y primero que nada hay que sostenerlo y se sostiene con ventas que están destinadas a un público, y el público que nos compra a nosotros quiera esta verdad no la otra. Por eso la derecha lee medios de derecha y la izquierda lee medios de izquierda. Somos muy pocos los que leemos todos para construir un discurso propio. Hay un fragmento del Largo adiós de Raymond Chandler, donde un millonario dueño de medios le dice al detective Marlowe, “El hombre moderno está muy apurado, necesita correr para alimentar a su familia, no puede pensar”.

- Miguel Nogueira también dice que “la duda siempre parece más inteligente que la certeza”. En el periodismo y en la literatura, ¿faltan escritores y periodistas que se permitan dudar?

-En la literatura, por lo menos; en el periodismo no habría que esperarlo. ¿Quién va a dudar en el periodismo, si el periodismo tiene que estar convencido de lo que cuenta?. Yo digo siempre que un programa periodístico tenga la misma cantidad de minutos todos los días o que un diario tenga la misma cantidad de páginas, es muy sospechoso. ¿Todos los días hay la misma cantidad de noticias? ¿Todos los días hay una tapa? Yo creo que sería más creíble un diario que no saliese todos los días.

- Como dice Nogueira, “en el periodismo siempre se cierra”.

- Porque está el taller y esa es la única verdad del periodismo. 

 -Volviendo a la novela, ¿alguna vez pensaste en no ficcionalizar la historia?

-Ya había trabajado el caso sin ficcionalizarlo desde el periodismo y no me había permitido contar lo que yo quería. Además, soy consciente que aún si se hubiese publicado en esa época, el caso un día iba a ser olvidado y la novela tiene que seguir viviendo y ser entendida por gente de otros países. Por otro lado, salieron varios libros sobre el caso, todos fueron olvidados y ninguno contaba lo que yo cuento en la novela. Nadie iba a decir: “acá hubo un problema, nosotros participamos de un linchamiento, mandamos en cana a un pibe, que si no es inocente, al menos nunca pudimos demostrar su culpabilidad”. Una vez hablando con uno de los abogados de Luque, uno de esos que sacan a Hitler de la cárcel, le preguntaba por qué estaba preso el pibe y el tipo me responde: “Porque el padre es un gordo ansioso que mandó al hijo a explicarse, cuando nadie le había preguntado nada”. Es cierto esto, porque la monja Pelloni cuando denuncia a Luque, también denuncia a Arnoldito Saadi, al hijo de Monteagudo y al hijo del intendente de San Fernando del Valle. Esos cuatro pibes, según la monja, estaban adentro del auto cuando se llevan a María Soledad y esos otros tres pibes no aparecieron nunca en ningún lado. Pero a Luque lo mandó a explicar el padre, la gente lo miró y dijo: “este si lo explica es porque es”, la historia prendió en el gusto popular y a los medios les venía bárbaro este asesino. No te olvides que este caso batió records de permanencia en la tapa de los diarios, fue incluso más grande que Malvinas.

-Nombraste la guerra de Malvinas, que también te tocó cubrirla como periodista, ¿qué recordás de esa experiencia?

-Estuve en Malvinas en Puerto Argentino, pero llegué una mañana y me sacaron a patadas a la noche. Pude trabajar poco ahí. Fue el 10 de abril, ese día iban a llevar a un grupo de periodistas desde Río Grande, Tierra del Fuego, donde me habían asignado a mí y logré colarme, porque no estaba en la lista, pero después me terminaron sacando. Al final, pasé unos días en Comodoro, otros en Río Gallegos, pero básicamente me quedé los dos meses en Tierra del Fuego. 

-¿Y qué noticias llegaban estando en Tierra del Fuego?

-La derrota se empezó a respirar antes porque ibas al supermercado y la cajera tenía al marido o al hermano en el frente, porque las familias que estaban ahí, en su mayoría eran de los soldados del batallón de infantería o del área naval austral. Pese a que lo avisábamos, el triunfalismo siguió en Buenos Aires.

-Los medios seguían construyendo la noticia.

-Pero ahí no se los puede acusar tanto porque estaban sometidos a una dictadura y te podían filtrar mal la información. Llegó un momento en que la única manera de mandar nuestro material a Buenos Aires era despacharlo por un avión militar. Casi siempre vos entregabas el material en un despacho y a la media hora te llamaban y te decían: “usted no puede escribir esto”. En mi novela Banderas en los balcones cuento que una noche nos habían llevado a un galpón inmenso, una especie de granero para ovejas, que estaba ocupado por soldados. Fue un día de lluvia, de barro, era un 25 de mayo y nos trajeron a un gaucho para que cante y con los soldados que estaban ahí brindamos por la patria. Cuando volvemos, yo escribo esto y menciono la lluvia y el barro. Entonces, cuando lo lee un capitán de navío, que era el que estaba encargado de la prensa, me llama y me dice: “viejo, esto es información meteorológica de utilidad para el enemigo”. Entonces, ahí vos construías la realidad, pero no sabías bien si tenían razón o no. Se trataba de una guerra, había argentinos muriendo, uno no se podía hacer el pelotudo. 

-Desde mediados de los noventa vivís en Brasil. En todos estos años ¿seguiste al tanto de lo que se publicó acá? ¿Leés lo que pasa en los suplementos culturales?

-La verdad es que no leo autores vivos. Siempre digo que para vivo estoy yo. Leo los suplementos culturales y veo que aparecen escritores que hace treinta años que hacen lo mismo. Por lo menos a mí, los de mi camada me aburren. Por supuesto, hay escritores de acá que me gustan como Fontanarrosa, Soriano o Jorge Asís, con quien no coincido en ninguna de sus opiniones, pero es un escritor de la puta madre.

-En esa generación tuya que te aburre, ¿a quiénes incluís?

- No quisiera dar nombres pero si me apretás te los doy y te digo que incluyo a Forn, Fresán y Saccomanno. Para mí ellos lo que buscaban era colgarse de modas y ponerse etiquetas, algo que ya dije en una serie de notas que publicaron en una revista cultural que no leía nadie, salvo los que la tenían que leer y la verdad es que no me trajo ningún favor. Pero la realidad es que en un momento esta gente manejó nuestra literatura, desde concursos y editoriales hasta los suplementos y la verdad es que no consiguieron nada. En los ’90, cuando hubo guita, se pudo haber producido otra cosa y sobre todo se pudo haber cambiado la mentalidad de las editoriales. Una editorial, cuando le gusta un escritor, cuando le ve condiciones y ve que desarrolla obra, tendría que venir y decirle: ¿vos cuánto ganás laburando en periodismo o en ese bar en el que laburás? Yo te lo cubro, dejá de trabajar y ponete a producir. Eso es lo que tendrían que hacer. Ellos en un momento tuvieron todo y lo desperdiciaron en un juego de toca chotos, que se elogiaban, se publicaban, se premiaban y se ungían entre ellos. Y si vos no ibas a jugar al pool con ellos, quedabas afuera. Además, con unas pretensiones literarias que no se sostenían nunca en los libros. Lo que me da pena es que se podría haber dado un giro para que las editoriales tengan otro estilo, para que la literatura se venda de otra manera. Yo había sacado La curva de la risa, una novela con sexo y droga, y te montaban en un esquema de prensa que terminabas hablando del libro en La salud de nuestros hijos. Yo les decía: “Esto no es así, muchachos. Vamos a copiar lo que hacen las editoriales norteamericanas, que diseñan una campaña para el libro y el autor”. Se trabaja con fe en esto, pero no, acá te dicen que la narrativa no vende. Y claro, como la mueven estos tipos no va a vender nunca. Si ya partís de que no vende, para qué lo publicás. Encima algunos te dicen, que no es necesario que venda, que para vender hay otras cosas. Pero si no se venden los libros, de qué comemos. “Todos toman naranjada y el pobre naranjo nada”. Yo en Alfaguara le decía a Estévez, “ustedes sigan sin darle de comer a la gallina y vendiendo los huevos, que la gallina un día va a dejar de poner los huevos”.    

- ¿Alguna vez te arrepentís de haber elegido este camino?

-Oscar Wilde decía soy escritor, pero esa no es vida para un hombre. La verdad es que no me arrepiento porque el momento de escribir siempre ha sido el de mayor placer en mi vida. Hay algo en el momento de la escritura que te da una felicidad distinta. Me hubiese gustado haberme apasionado por algo más redituable en tal caso, porque esto me ha traído mucho lucro cesante. Porque para escribir necesitás tiempo, el tiempo lo tenés que comprar, para comprar tiempo tenés que invertir tiempo. Eso ha sido siempre una lucha en mi vida. También me hubiese gustado que esto tuviese otra fortuna, pero eso está siempre en el bolillero y uno vive con esa ilusión. Además, escribir te ofrece la oportunidad de la gloria que te dura toda la posteridad. No sé si sirve de mucho, pero consuela. 

Publicada originalmente en la Revista Quid. 

lunes, 7 de marzo de 2016

Hamacas para olvidar


Nando Varela Pagliaro
Tenía ocho años esa mañana de mayo cuando me despertaron los gritos de mis viejos. Ya estaba acostumbrado a sus peleas, pero esta vez era distinto. No tardé mucho en darme cuenta. Desde la cama vi como entraban dos tipos y se cargaban nuestros muebles. Seguí haciéndome el dormido todo lo que pude hasta que Pablo vino a buscarme. “Dale Nando, levantate, nos vamos con mamá”, me dijo mientras me pellizcaba el brazo. Yo me tiré de la cama marinera y me vestí sin preguntar nada. Esa fue la primera vez que mis viejos se separaron. A partir de entonces vinieron muchas idas y vueltas más, pero siempre a nosotros nos tocó dejar la casa. A mi viejo no le importaba cuánto sufríamos Pablo y yo con tal de joder a mi vieja. Cada vez que nos íbamos, porque fueron varias, lo único que hacía era repetir: “de esta casa me sacan con los pies para adelante”.

 Yo era muy chico y su  actitud me daba un poco de miedo. Siempre que se estaba por armar, prefería escaparme lo más lejos posible. Sin que nadie se diera cuenta, agarraba mi almohada, la doblaba como para que cubriera mis oídos y me escondía debajo de mi cama hasta que alguno de los dos se cansara de pelear. De más grande cambié mi almohada y la cama, por la calle. Cerraba la puerta de casa muy despacio y me iba a la plaza. Me sentaba en una de las hamacas y trataba de olvidarme, de no pensar en nada. Pero era inútil. No podía entender por qué los dos se empecinaban en arruinarse y arruinarnos la vida. Teníamos todo para ser felices. Sin embargo cuanto más teníamos, peor estábamos.

A veces, cuando pienso en esos años, me pongo a tomar notas para intentar escribir un cuento, una poesía, una canción, algo. Pero no. Al final nunca lo hago. Apenas guardo apuntes, fragmentos como éste, para un texto más largo que sé que nunca voy a atreverme a escribir.