Nando Varela Pagliaro
Daniel Ares es escritor y periodista. Nació
en Buenos Aires en 1956, pero desde hace más de veinte años se alejó de la capital
y se instaló en Arraial d'ajuda, un pequeño pueblo de playas hermosas, ubicado en el extremo sur del estado de Bahía, en el nordeste
brasileño. A pesar de llevar tantos años allí, confiesa que nunca terminó de
adaptarse, que sigue llevando una vida completamente argentina y que cada vez
que regresa al país se da cuenta de que disfruta del idioma como un paisaje. “Ya
estoy cansado de hablar en otro idioma porque nunca llegás a expresarte con
precisión. Siempre estás manoteando las palabras que te sirven, pero no las que
querrías usar”. Antes de emigrar, Ares trabajó en reconocidos diarios y
revistas del país; desde Caras y Cerdos y Peces hasta Noticias,
Satiricón y El Gráfico; también publicó unas cinco novelas y un libro de no ficción; además hizo radio y escribió
junto a Leonardo Favio el guión para su documental Perón, sinfonía de un sentimiento. En los intersticios de estas
actividades, le gusta aclarar que intentó sobrevivir de otra manera: fue lavacopas,
obrero gráfico, empleado bancario, ejecutivo de una multinacional, coordinador
turístico, posadero, camarero, vendedor ambulante, y, ocasionalmente, traficó
piedras semipreciosas, bisutería aborigen y bikinis. Pero, como asegura desde El martiyo, su blog personal, por nada
de eso paró de escribir. En estos días, su novela Mato y olvido, basada en el asesinato de María Soledad
Morales, ganó la edición 2015 del
Premio Extremo Negro, que organiza el grupo editorial Del Nuevo Extremo.
“Este libro lo escribí durante la
primavera del ‘95. Entonces, importaba salir a gritar que los medios
construimos la realidad. Hoy eso es algo que ya está instalado pero en ese
momento todavía no. El caso policial sirve de escenario para cuestionar el
proceso productivo del periodismo industrial, toda esa baratija intrínseca de
ese método que de ninguna manera puede alcanzar una verdad. Por eso, cuando los
medios se preguntan por qué las revistas se venden cada vez menos, la respuesta
es muy simple: “muchachos, no se venden porque lo que hacen es intragable”.
Lo escucho hablar y pienso en por qué tardó
tanto en publicar una novela que terminó en el ´95. Cuando le hago la pregunta,
Ares no duda: “Muy fácil, no se publicó
antes porque los editores argentinos atrasan veinte años”. El autor de Banderas y balcones no tiene reparos a
la hora de decir lo que piensa, no mide las consecuencias ni especula con lo
que para él sería más conveniente. El
hecho de estar un poco alejado del mundo editorial e incluso del país lo hace
ser más honesto con sus convicciones. Sabe que si él mismo no siente que su
texto está bien, no hay premio que legitime su trabajo. “Una vez le pregunté a Leonardo Favio qué pensaba cuando estrenaba una
película y veía que a la crítica le gustaba. Favio, que era un genio, me dijo:
“¿Qué pienso? Pienso que los volví a engañar, que no se dieron cuenta”. Borges decía que nosotros juzgamos el
trabajo sobre la base del fracaso, a partir de lo que no conseguimos hacer. De
todos modos, en esta novela en particular, siempre sentí que el texto estaba
compacto. Después cuánto influyen los premios uno no puede saberlo. Lo que sí
pensé siempre es que si lo que yo hago estuviera bien difundido, creo que
podría rodar, porque lo que busco es una escritura que le llegue a la gente,
que la entretenga, que la divierta”, confiesa Ares.
- Este
tipo de literatura más digerible, ¿no está siempre al margen de lo que pondera
la crítica?
-Sí, puede que
tengas razón. Tal vez entonces es hora de preguntarnos quiénes son esos
críticos, esos jueces que al final no escriben nunca un párrafo que valga la
pena. A mí no me interesa ese tipo de escritura pretenciosa, en tal caso creo
en una escritura popular, entendible y no por eso falta de hondura ni de
técnica ni de relieve ni de nada. Se puede ser bueno y llegar a la gente. No es
intrínseca la calidad al texto hermético, que se supone que es bueno porque no
lo entiende nadie.
-Hablemos
de la novela. Mato y olvido es una
inspiración libre del caso María Soledad, ¿cómo pensás que funciona el libro en
los que recuerdan el caso y en los que no?
-A los que lo tienen presente seguramente los sorprenda
que la novela contradice lo que se conoce como historia oficial y mediática en
la que se asegura que el que termina preso es realmente el asesino. Mi
argumento es que mandamos preso a un chico simplemente por presión popular,
porque como digo en otra novela, “querían venganza, pero pedían justicia porque
el pueblo es pudoroso”. Pero la verdad es que se trató de un juego en el que
mataron a la hija de los pobres y que caiga un hijo de los ricos preso nos parece
bien. Y los medios tienen que ayudar. Nogueira, el periodista que protagoniza la
novela, lo dice bien claro; lo que se termina haciendo desde el periodismo es
armando los argumentos para llevarle a aquel que no tiene argumentos algo para
sustanciar lo que dice al pedo.
- “Nosotros manufacturábamos los hechos
y recién entonces los hechos eran hechos para ellos”, dice Miguel Nogueira en
la novela. ¿Eso cambió?
- Los medios están más cuestionados y deben cuidarse más,
pero el intento sigue siendo el mismo porque los móviles siguen siendo los
mismos. Es un proceso industrial y primero que nada hay que sostenerlo y se
sostiene con ventas que están destinadas a un público, y el público que nos
compra a nosotros quiera esta verdad no la otra. Por eso la derecha lee medios
de derecha y la izquierda lee medios de izquierda. Somos muy pocos los que
leemos todos para construir un discurso propio. Hay un fragmento del Largo adiós de Raymond Chandler, donde
un millonario dueño de medios le dice al detective Marlowe, “El hombre moderno
está muy apurado, necesita correr para alimentar a su familia, no puede
pensar”.
- Miguel Nogueira también dice que “la
duda siempre parece más inteligente que la certeza”. En el periodismo y en la
literatura, ¿faltan escritores y periodistas que se permitan dudar?
-En la literatura, por lo menos; en el periodismo no
habría que esperarlo. ¿Quién va a dudar en el periodismo, si el periodismo
tiene que estar convencido de lo que cuenta?. Yo digo siempre que un programa
periodístico tenga la misma cantidad de minutos todos los días o que un diario
tenga la misma cantidad de páginas, es muy sospechoso. ¿Todos los días hay la
misma cantidad de noticias? ¿Todos los días hay una tapa? Yo creo que sería más
creíble un diario que no saliese todos los días.
-
Como dice Nogueira, “en el periodismo siempre se cierra”.
- Porque está el taller y esa es la única verdad del
periodismo.
-Volviendo a la novela, ¿alguna vez pensaste
en no ficcionalizar la historia?
-Ya
había trabajado el caso sin ficcionalizarlo desde el periodismo y no me había
permitido contar lo que yo quería. Además, soy consciente que aún si se hubiese
publicado en esa época, el caso un día iba a ser olvidado y la novela tiene que
seguir viviendo y ser entendida por gente de otros países. Por otro lado,
salieron varios libros sobre el caso, todos fueron olvidados y ninguno contaba
lo que yo cuento en la novela. Nadie iba a decir: “acá hubo un problema,
nosotros participamos de un linchamiento, mandamos en cana a un pibe, que si no
es inocente, al menos nunca pudimos demostrar su culpabilidad”. Una vez
hablando con uno de los abogados de Luque, uno de esos que sacan a Hitler de la
cárcel, le preguntaba por qué estaba preso el pibe y el tipo me responde:
“Porque el padre es un gordo ansioso que mandó al hijo a explicarse, cuando
nadie le había preguntado nada”. Es cierto esto, porque la monja Pelloni cuando
denuncia a Luque, también denuncia a Arnoldito Saadi, al hijo de Monteagudo y al
hijo del intendente de San Fernando del Valle. Esos cuatro pibes, según la monja,
estaban adentro del auto cuando se llevan a María Soledad y esos otros tres
pibes no aparecieron nunca en ningún lado. Pero a Luque lo mandó a explicar el
padre, la gente lo miró y dijo: “este si lo explica es porque es”, la historia
prendió en el gusto popular y a los medios les venía bárbaro este asesino. No
te olvides que este caso batió records de permanencia en la tapa de los
diarios, fue incluso más grande que Malvinas.
-Nombraste
la guerra de Malvinas, que también te tocó cubrirla como periodista, ¿qué
recordás de esa experiencia?
-Estuve en Malvinas en Puerto Argentino, pero llegué una
mañana y me sacaron a patadas a la noche. Pude trabajar poco ahí. Fue el 10 de
abril, ese día iban a llevar a un grupo de periodistas desde Río Grande, Tierra
del Fuego, donde me habían asignado a mí y logré colarme, porque no estaba en
la lista, pero después me terminaron sacando. Al final, pasé unos días en
Comodoro, otros en Río Gallegos, pero básicamente me quedé los dos meses en
Tierra del Fuego.
-¿Y
qué noticias llegaban estando en Tierra del Fuego?
-La derrota se empezó a respirar antes porque ibas al
supermercado y la cajera tenía al marido o al hermano en el frente, porque las
familias que estaban ahí, en su mayoría eran de los soldados del batallón de
infantería o del área naval austral. Pese a que lo avisábamos, el triunfalismo
siguió en Buenos Aires.
-Los
medios seguían construyendo la noticia.
-Pero
ahí no se los puede acusar tanto porque estaban sometidos a una dictadura y te
podían filtrar mal la información. Llegó un momento en que la única manera de
mandar nuestro material a Buenos Aires era despacharlo por un avión militar.
Casi siempre vos entregabas el material en un despacho y a la media hora te
llamaban y te decían: “usted no puede escribir esto”. En mi novela Banderas en los balcones cuento que una
noche nos habían llevado a un galpón inmenso, una especie de granero para
ovejas, que estaba ocupado por soldados. Fue un día de lluvia, de barro, era un
25 de mayo y nos trajeron a un gaucho para que cante y con los soldados que
estaban ahí brindamos por la patria. Cuando volvemos, yo escribo esto y
menciono la lluvia y el barro. Entonces, cuando lo lee un capitán de navío, que
era el que estaba encargado de la prensa, me llama y me dice: “viejo, esto es
información meteorológica de utilidad para el enemigo”. Entonces, ahí vos
construías la realidad, pero no sabías bien si tenían razón o no. Se trataba de
una guerra, había argentinos muriendo, uno no se podía hacer el pelotudo.
-Desde mediados de los noventa vivís en
Brasil. En todos estos años ¿seguiste al tanto de lo que se publicó acá? ¿Leés
lo que pasa en los suplementos culturales?
-La
verdad es que no leo autores vivos. Siempre digo que para vivo estoy yo. Leo
los suplementos culturales y veo que aparecen escritores que hace treinta años
que hacen lo mismo. Por lo menos a mí, los de mi camada me aburren. Por
supuesto, hay escritores de acá que me gustan como Fontanarrosa, Soriano o
Jorge Asís, con quien no coincido en ninguna de sus opiniones, pero es un
escritor de la puta madre.
-En esa generación tuya que te aburre,
¿a quiénes incluís?
- No
quisiera dar nombres pero si me apretás te los doy y te digo que incluyo a
Forn, Fresán y Saccomanno. Para mí ellos lo que buscaban era colgarse de modas
y ponerse etiquetas, algo que ya dije en una serie de notas que publicaron en
una revista cultural que no leía nadie, salvo los que la tenían que leer y la
verdad es que no me trajo ningún favor. Pero la realidad es que en un momento
esta gente manejó nuestra literatura, desde concursos y editoriales hasta los
suplementos y la verdad es que no consiguieron nada. En los ’90, cuando hubo
guita, se pudo haber producido otra cosa y sobre todo se pudo haber cambiado la
mentalidad de las editoriales. Una editorial, cuando le gusta un escritor,
cuando le ve condiciones y ve que desarrolla obra, tendría que venir y decirle:
¿vos cuánto ganás laburando en periodismo
o en ese bar en el que laburás? Yo te lo cubro, dejá de trabajar y ponete a
producir. Eso es lo que tendrían que hacer. Ellos en un momento tuvieron
todo y lo desperdiciaron en un juego de toca chotos, que se elogiaban, se
publicaban, se premiaban y se ungían entre ellos. Y si vos no ibas a jugar al
pool con ellos, quedabas afuera. Además, con unas pretensiones literarias que
no se sostenían nunca en los libros. Lo que me da pena es que se podría haber
dado un giro para que las editoriales tengan otro estilo, para que la
literatura se venda de otra manera. Yo había sacado La curva de la risa, una novela con sexo y droga, y te montaban en
un esquema de prensa que terminabas hablando del libro en La salud de nuestros hijos. Yo les decía: “Esto no es así,
muchachos. Vamos a copiar lo que hacen las editoriales norteamericanas, que diseñan
una campaña para el libro y el autor”. Se trabaja con fe en esto, pero no, acá
te dicen que la narrativa no vende. Y claro, como la mueven estos tipos no va a
vender nunca. Si ya partís de que no vende, para qué lo publicás. Encima
algunos te dicen, que no es necesario que venda, que para vender hay otras
cosas. Pero si no se venden los libros, de qué comemos. “Todos toman naranjada
y el pobre naranjo nada”. Yo en Alfaguara le decía a Estévez, “ustedes sigan
sin darle de comer a la gallina y vendiendo los huevos, que la gallina un día
va a dejar de poner los huevos”.
- ¿Alguna vez te
arrepentís de haber elegido este camino?
Publicada originalmente en la Revista Quid.
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