Nando Varela Pagliaro
Tenía ocho años esa mañana
de mayo cuando me despertaron los gritos de mis viejos. Ya estaba acostumbrado
a sus peleas, pero esta vez era distinto. No tardé mucho en darme cuenta. Desde
la cama vi como entraban dos tipos y se cargaban nuestros muebles. Seguí
haciéndome el dormido todo lo que pude hasta que Pablo vino a buscarme. “Dale
Nando, levantate, nos vamos con mamá”, me dijo mientras me pellizcaba el brazo.
Yo me tiré de la cama marinera y me vestí sin preguntar nada. Esa fue la
primera vez que mis viejos se separaron. A partir de entonces vinieron muchas
idas y vueltas más, pero siempre a nosotros nos tocó dejar la casa. A mi viejo
no le importaba cuánto sufríamos Pablo y yo con tal de joder a mi vieja. Cada
vez que nos íbamos, porque fueron varias, lo único que hacía era repetir: “de
esta casa me sacan con los pies para adelante”.
Yo era muy chico y su actitud me daba un poco de miedo. Siempre que
se estaba por armar, prefería escaparme lo más lejos posible. Sin que nadie se
diera cuenta, agarraba mi almohada, la doblaba como para que cubriera mis oídos
y me escondía debajo de mi cama hasta que alguno de los dos se cansara de
pelear. De más grande cambié mi almohada y la cama, por la calle. Cerraba la
puerta de casa muy despacio y me iba a la plaza. Me sentaba en una de las
hamacas y trataba de olvidarme, de no pensar en nada. Pero era inútil. No podía
entender por qué los dos se empecinaban en arruinarse y arruinarnos la vida. Teníamos
todo para ser felices. Sin embargo cuanto más teníamos, peor estábamos.
A veces, cuando pienso en
esos años, me pongo a tomar notas para intentar escribir un cuento, una poesía,
una canción, algo. Pero no. Al final nunca lo hago. Apenas guardo apuntes,
fragmentos como éste, para un texto más largo que sé que nunca voy a atreverme
a escribir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario