lunes, 23 de mayo de 2016

Entrevista a Eduardo Sacheri:“Éxito es una palabra muy frágil de papeles”


Nando Varela Pagliaro

La madruga del 5 de abril, Eduardo Sacheri se despertó con una noticia excelente: su novela La noche de la usina obtuvo el Premio Alfaguara 2016. Después de tres intentos, el autor reconocido por El secreto de sus ojos se impuso entre 707 originales recibidos. El premio consta de 175 mil dólares e incluye la publicación simultánea de la novela en España, Latinoamérica y Estados Unidos.
La noche de la usina se sitúa en O´Connor, un  pueblo imaginario de mil habitantes. En este pueblo, ubicado en el Partido de Villegas en la provincia de Buenos Aires, Sacheri también situó su novela Aráoz y la verdad. Mientras esta última transcurre entre 2006 y 2007, La noche de la usina sucede entre 2001 y 2004. En medio de la gran crisis argentina, un grupo de hombres del pueblo intenta juntar la suma de dinero necesaria para comprar unos silos abandonados, pero los terminan estafando junto con el corralito. “De lo que trata la novela, sobre todo es de cómo hacen estos tipos, no para tomar venganza, sino para tomar revancha, que no es lo mismo. Después de varios días hablando sobre la novela,  me quedó clara la diferencia que hay entre vengarte y tomar revancha. Para mí, vengarte es simplemente infligir un daño que busque equiparar el que uno sufrió. En cambio, tomar revancha es hacer algo positivo para vos”, dice Sacheri desde el living de su casa en Castelar.

-A muchos escritores, los premios les sirven para ordenarse y fijarse plazos. En tu caso, ¿cómo funcionan?

-Te confieso que no me he presentado a muchos premios. Hace muchos años me presenté a un concurso de cuentos de la SADE del Oeste y el premio era que te publicaran en la antología resultante. Después me presenté un par de veces al Clarín y no gané y esta era la tercera vez que me presentaba al Alfaguara. Creo que en algunos momentos de la carrera, los premios pueden ser importantes. Un premio inicial como el de la antología de la SADE a mí me permitió sentirme escritor por un ratito. En su momento, el premio Clarín por la promoción que involucraba y por el monto del premio, para un escritor que estaba tratando de abrirse un espacio, me parece que estaba bien. Tal vez, hoy en día no me parecería justo presentarme a un premio así porque si llegara a ganarlo, le estaría obturando la posibilidad de promoción a alguien que pueda necesitarlo más que yo. Pero es distinto un premio como el Alfaguara, por el alcance que tiene y también por la gente que lo ganó.

-A nivel personal, ¿qué cambia con un premio así?

-Me pone muy contento. Me honra sentir que mi libro va a estar en el mismo estante que libros de Tomás Eloy Martínez, Laura Restrepo o Leopoldo Brizuela, por nombrar sólo a algunos otros ganadores. En Argentina, tal vez no va a cambiar mucho porque mis libros se van haciendo conocidos y la gente los lee, pero un premio así te da la posibilidad de que te conozcan mucho más afuera. Te da visibilidad y esa visibilidad uno la puede traducir en trabajo. Así como el Oscar me permitió consolidarme en el mundo del cine, aspiro a que este premio me permita hacer algo parecido en el mundo de los libros. Aparte ese es el mundo en el que me siento más arraigado. En el mundo de las películas, me gusta estar, pero me siento un invitado.

-Una parte del premio es recorrer varios países de Latinoamérica. ¿Podés escribir lejos de tu casa o necesitás de tu entorno?

-Salvo que tenga una fecha límite, me cuesta mucho escribir lejos de mi casa. Me siento más cómodo escribiendo en mis lugares: mi casa o los barcitos de Castelar.

-¿Te concentrás en los bares?

-Antes era donde más me concentraba, incluso más que en mi casa porque mi casa era mucho más chica que la actual y mis hijos también eran mucho más chicos. Por lo cual, era mucho mejor un bar que mi propia casa.

-La novela transcurre entre 2001 y 2004. Hace poco lo entrevisté a Carlos Gamerro y él me decía que cada vez que quiere entender un país, empieza por leer las novelas de ese país. ¿El que lea La noche de la usina va a conocer la crisis del 2001?

-Va a conocer un costadito. Porque yo sitúo a mis personajes en ese pueblo perdido de la provincia de Buenos Aires. Ahí se van a encontrar con la desocupación, la tristeza y la incertidumbre, pero no se van a encontrar con cacerolazos, represión policial y un presidente que se va en helicóptero. Eso está dicho en la novela, pero para ese pueblo eso pasó en la tele. A lo mejor, sí van a encontrar una atmósfera histórica. A mí en general me gusta trabajar con personajes próximos. No trabajo con los papeles estelares de la historia, sino con el papel que le tocó a cualquiera de nosotros. Yo me acuerdo de lo que fue mi 2001 y lo que hice fue plantarles a mis personajes mi propia desolación de ese momento. En 2001, mi hija tenía un año y medio y me acuerdo de estar ese verano con ella en el patio de mi casa, en una Pelopincho con el agua bajita para poder mojarle la cabeza. De fondo, sonaba la radio y escuchaba que iban a hacer un desdoblamiento de la moneda. Entonces, yo era docente full time, me pagaban casi todo el sueldo en Patacones y mi pregunta era: “y ahora, ¿qué carajo hago para mantener a mi familia?”.

-Apenas se conoció la noticia del premio, Martín Caparrós en un tweet dijo: “Un cambio de imaginario, Argentina ya no es el país de la represión, sino el de la crisis”. ¿Puede llegar a pasar algo de eso?

-No sé si puede pasar algo de eso, pero puede que tal vez nos merezcamos que nos vean así. En esta tendencia pendular que tenemos, a lo mejor, en buena medida, somos nosotros los que generamos esos bandazos. Es posible que cada bandazo que pegamos lo hacemos para salir de algún tipo de crisis, pero después no tenemos los reflejos sociales como para evitar la que sigue. Acá, como ves, me sale el profesor de Historia.

-¿Seguís dando clases?

-Doy una mañana por semana porque con los libros, las películas y los viajes, la verdad es que no tengo cabeza para dar más. Siempre me quedo pensando por qué llama tanto la atención que siga trabajando de profesor. Si dijera que trabajo de cruzar las vías con los ojos vendados, sería entendible: si encontrás un trabajo mejor, lo dejás. Entonces, me pongo a pensar  en la percepción social de la docencia.

-No creo que tenga que ver con la percepción social de la docencia. Lo que no se entiende es por qué, siendo uno de los pocos escritores del país que puede vivir de sus libros, igual seguís dando clases.

- Ah, viene por ese lado en tu caso. Pero muchos docentes me lo dicen porque piensan que la docencia es un lugar del que si uno puede huir, debe hacerlo. Si te tuviera que decir porque no lo dejo, te diría que así como escribir me gusta mucho, ser profesor también me gusta mucho.

-¿No hay algo de miedo en esa decisión? ¿Miedo a que algún día esto de vivir de lo que escribís se pueda acabar?

-La docencia lo que puede llegar a darme es una gran tranquilidad para escribir lo que tengo ganas de escribir y no andar escribiendo pensando en a quién le voy a vender el próximo libro. Si mis libros se dejaran de vender como ahora, en todo caso volvería al equilibrio que tenía antes. Antes vivía de la docencia y con lo de los libros me iba de vacaciones. En ese sentido, saber que puedo volver a tomar más horas de clases, me da ciertas libertades.

-Volviendo a la novela, ¿cómo creés que puede ser leída en otras culturas?

-No soy capaz de pensarlo porque en realidad cuando escribo, lo hago teniéndome a mí como lector. Somos todos tan distintos que si yo trato de pensar en un lector ideal, puede llegar hasta ser amenazante. Por eso prefiero tenerme a mí mismo como lector y escribo el libro que tengo ganas de leer.

-Al tratar en la novela la crisis de 2001, en muchas entrevistas que estuviste dando terminan preguntándote acerca de la coyuntura. En el día a día, ¿cómo es tu relación con la política? ¿Sos de los que agarran el diario y van derecho a la parte deportiva o empezás por las notas de política?

-Siempre empiezo por la parte política. Le doy una enorme importancia a la política, me considero un tipo informado, pero soy muy reservado para dar opiniones políticas sobre todo en una época de tanta intolerancia. Vos decís algo y los anti kirchneristas lo toman de una manera, los kirchneristas de otra y hablan desde trincheras, desde mi criterio, tan esquemáticas que no me da ganas de meterme. Es muy distinto si yo me junto con mis amigos de la facultad. Con ellos me puedo pasar horas hablando de política porque ahí sé que lo que yo diga y los demás digan, carece de solemnidad y de fanatismo.

-¿Tenés más para perder que para ganar si manifestás tu opinión?

-Sobre todo por las interpretaciones que se hacen de lo que decís y de la apropiación y la expulsión que genera cualquier declaración. Vos hablás en una entrevista y después el que la edita, a veces, termina poniendo cualquier titular. Uno queda totalmente escrachado y encima ese titular jamás representa la complejidad del pensamiento de nadie. Para mí las cosas son complejas y siempre se requieren matices. A mí me interesa mucho la política, pero siempre me acerco desde la duda. En cambio, esta es una época en que la gente abraza demasiadas certezas y se atrinchera en esas certezas. Yo lo respeto, pero como no lo hago, es muy difícil conversar así.

-Me acuerdo que hace unos años atrás, Martín Caparrós escribió una nota en la que invitaba a todos los periodistas a hacer público a quién votaban. ¿El escritor tiene el deber de manifestar sus opiniones para que uno sepa desde donde escribe?

-En el periodismo, como hay una pretensión de aludir directamente a la realidad, tal vez sí es legítimo. Pero si lo que yo hago es literatura, mis opiniones políticas no tienen por qué importar. No quiero nombrar a grandes escritores para no colocarme en el mismo escalón, pero cuando uno lee a un gran escritor, deja de lado las opiniones políticas. Sabré que las tuvo, pero si es un gran cuento o una gran novela, me quedo con eso. Cuando leo Bestiario de Cortázar no estoy pensando en si cuando lo escribió era su etapa profundamente antiperonista o si era la época en que giró más a la izquierda y se acercó a la revolución nicaragüense.

-Y a la hora de informarte sobre cuestiones políticas, ¿a qué periodistas leés?

- Martín Caparrós es uno, Ernesto Tenembaum es otro, Jorge Fernández Díaz es un tipo que me gusta mucho cómo escribe. Fijate que te nombro tipos que políticamente están situados en distintos lugares. A Marcelo Zlotogwiazda también lo escucho mucho y me gusta. Te nombro sólo estos cuatro o cinco, tal vez podrían ser más, pero siento que en ellos la posición que toman es leal a lo que piensan.   

-Antes decías que La noche de la usina es la historia de una revancha.  Desde el “que se vayan todos” del 2001, ¿tuvimos nuestra revancha con la clase política?

-Si pensamos en que la revancha es algo propositivo que te sitúa en un lugar mejor, me parece que hubo ciertos consensos  muy básicos que la sociedad argentina tendió a formular a partir de 2001. Por ejemplo, el liberalismo económico incendiario no va más, el Estado tiene que ofrecernos ciertos cuidados y ciertas regulaciones. No podemos confiar en que cada uno haga lo que quiera y eso nos haga bien a todos. Estos consensos creo que son más sólidos que lo que el kirchnerismo desea admitir. Sobre todo en estos últimos dos años en que se puso todo tan virulento, en general el kirchnerismo tendió a ver que la oposición no defendía esas cosas y me parece que la mayoría de la ciudadanía está convencida de esas cosas. Más allá de que siempre haya gente muy de derecha que por supuesto no lo ve así.

-Volviendo a la novela, me imagino que los protagonistas, los que toman revancha son tipos perdedores. ¿Es así?

-En realidad hablar de los protagonistas como perdedores es algo que surgió del propio jurado. De todos modos, si por perdedores entendemos que se trata de gente común y corriente, que en general la tiene que remar desde la rutina, el anonimato y la sombra, claramente son perdedores. Ahora, con esa definición creo que perdedores somos casi todos.  Por eso, la palabra perdedor me resulta mucho más cargada de sentido. La escucho y pienso en tipos más marginales. En cambio, en el sentido en que yo lo pienso, los perdedores son seres anónimos, rutinarios, comunes y corrientes, como somos casi todos siempre.

-Escribir desde ese lugar,  ¿te resulta más atractivo?

- La derrota siempre es más promisoria que la victoria. La victoria es un lugar placentero, efímero y carente de perspectivas. Cuando ganaste, ¿qué tenés para contar? Nada, que ganaste. No hay mucho para desear y para mí el arte es deseo y la literatura es deseo de encontrar cosas que no están. La derrota tiene más de eso, es mucho más literaria. La derrota en tanto lugar de insatisfacción del que queremos salir para obtener algo que sentimos que necesitamos.

-Y a medida que vas teniendo más éxito en tu carrera literaria, ¿se te hace más difícil pararte desde ese lado?

-¿Qué es el éxito a nivel literario?

-Ganar el premio Alfaguara, por ejemplo.

-Sí, claro. Lo que pasa es que hay muchas formas de éxito. Vos estuviste diez años batallando con un cuento que te rompía la cabeza y lo podés escribir, el día que lo pudiste terminar, te fuiste a dormir y te sentiste bien. Eso también es un éxito. La palabra éxito es una palabra muy frágil de papeles. Pero volviendo a tu pregunta, la verdad es que no se me hace difícil escribir desde ese lado porque siempre por suerte hay cosas que perdemos. Digo por suerte porque para mí no hay peor lugar en la vida que la ausencia de deseo. Lo que te mantiene vivo es desear. Además, siempre estamos perdiendo cosas. Uno puede estar ganando un premio importantísimo y a la vez estar perdiendo a un ser querido. Al mismo tiempo somos ganadores y perdedores de cosas. Si vos sos mínimamente sensible, sabés qué cosas estás perdiendo y qué cosas perdiste y nunca vas a recuperar.

- Retomando el tema del éxito, en una charla anterior que tuvimos me dijiste que cuando tenías que completar tu profesión en cualquier formulario, durante mucho tiempo ponías que eras docente, pero a partir de que empezaste a vivir de lo que escribís, te asumiste como escritor. ¿Te parece bien tener esa mirada?

-Es la que tengo yo, pero también me parece bien que una persona que no publicó nada y escri  bió toda su vida, de todos modos se sienta escritor. Por supuesto, no creo que solo son escritores los que viven de sus libros. Yo tengo una cultura muy de inmigrante y dentro de mi casa, vos sos aquello de lo que te da de comer. Mi abuelo era almacenero, mis viejos eran odontólogos y yo antes era un profesor de historia que escribía y ahora soy un escritor que da clases de historia.

-Por último, ¿qué tiene que tener un día para que sientas que fue un buen día?

-En el laburo haber escrito dos o tres páginas que me gusten, haber cenado con mis hijos y mi mujer y haberme matado de la risa. Si encima ganó Independiente, ya no pido más.

Publicada originalmente en Revista Quid, mayo 2016. 

Todo lo que se pudre


Nando Varela Pagliaro

Bloodline
“Parece una ley: todo lo que se pudre forma una familia”. Esos versos de Fabián Casas me vinieron a la cabeza apenas terminé de ver la primera temporada de Bloodline. Producida y guionada por Glenn Kessler, Daniel Zelman y Todd Kessler – este último, uno de los guionistas de The Sopranos-, la serie original de Netflix muestra cómo las viejas cicatrices del pasado vuelven en forma de culpa o de venganza.
Los Rayburn son una familia, en apariencia exitosa, que desde hace cincuenta años administra un complejo turístico en los Cayos de Florida. Pero esta realidad de ensueño comienza a derrumbarse, cuando Danny (Ben Mendelson), la oveja negra del clan, decide volver para saldar cuentas con sus padres y sus tres hermanos.
Casi desde el comienzo, los Rayburn revelan que ocultan un secreto que podría destruir a la familia. “No somos gente mala, pero hicimos algo terrible”, confiesa John, el personaje interpretado por Kyle Chandler que funciona como  el antagonista de Danny y la voz en off que narra el relato. Mientras Danny es el hijo que nunca encontró el rumbo, el que sólo supo traerles problemas a sus padres; John es el hijo perfecto, el padre de familia y policía intachable. Claro, las cosas no siempre son como parecen y muchas veces para conocer a una persona hay que exponerla a una situación límite y ver cómo actúa.  
Además de Chandler y Mendelson, el resto del elenco -uno de los hallazgos de la serie- está formado por Linda Carrellini, la hermana conciliadora,  Norberto Leo Butz, el menor y el más impulsivo del clan. Mención aparte merecen los progenitores de esta saga familiar. Sissy Spacek, la madre de los Rayburn, se lució en películas como CarrieLa hija del minero por la cual ganó un Oscar a mejor actriz. Sam Shepard, el patriarca implacable, es una de las figuras más destacadas de la escena estadounidense. No sólo como actor, sino como guionista, escritor y músico. Entre otros, es autor de Crónicas de motel, un libro precioso que ha servido como punto de partida para escribir el guión de Paris, Texas, esa joya dirigida por Win Wenders.
Otro de los aciertos de Bloodline es el contraste entre la historia y el entorno: un pintoresco hotel en unas playas paradisíacas sirve de escenario para un relato tormentoso. A través de un constante cambio temporal, con idas y vueltas al pasado y al futuro, se ve cómo los cuatro hijos intentan hacer algo con lo que hicieron de ellos. Cada uno carga de la manera que puede con la culpa y el lugar que les tocó dentro de la familia. En pocas palabras,  Bloodline es una serie sobre cómo los padres y los hermanos te pueden arruinar la vida.
A los que les gustan los dramas familiares retratados desde un prisma psicológico, les recomiendo que no dejen de mirarla cuanto antes. Sobre todo, porque Netflix anunció  que el próximo 27 de mayo lanzará la segunda temporada. Habrá que ver si los guionistas pueden mantener el mismo nivel que consiguieron en la  primera. 

One hit wonder
No sé por qué, pero siempre que voy a ver a un grupo de rock me detengo más en los músicos que están a un costado de la escena que en el frontman de la banda. Me llaman más la atención los que no tienen las luces apuntándolos todo el tiempo, los que se olvidan del mundo y caminan por el escenario en una danza privada con su instrumento. Por eso, si me apurás, soy capaz de cambiarte cinco Mick Jaggers impecables, corriendo y saltando durante casi dos horas y media de show por un Keith Richards arrugado, de vincha y Telecaster. Con Café Tacuba me pasa lo mismo. Desde que empecé a escucharlos  reparé más en el tipo de borcegos  y lentes de armazón grueso que en el enérgico Rubén Albarrán. Resulta que ese tipo, Joselo Rangel, que es el guitarrista y autor de muchas de las canciones que ya son parte de la banda de sonido de nuestra vida, además escribe periodismo y literatura.
Desde hace ocho años tiene una columna en el diario mexicano Excélsior, donde semana a semana, cuenta historias que tienen que ver con su vida personal, los entretelones de las giras y sus múltiples consumos culturales. Desde Radiohead, y Babasónicos hasta Ballard y Philip K. Dick pueden ser algunos de los protagonistas de sus textos. Muchos de ellos fueron reunidos en Crocknicas de un tacubo, un libro que editó Gourmet Musical a mediados de 2014.
Ahora acaba de publicar One Hit Wonder (Ed. Almadía), su primer libro de ficción. Se trata de una antología de veinte cuentos que fue subiendo cada martes a su blog Textos mutantes, como una especie de taller literario expansivo que le sirvió para disciplinarse y ganar soltura.
En los relatos de Joselo nos encontramos con una banda que nunca está lista para tocar y otra que viaja en el tiempo; una escuela de rock en la que se cruzan,entre otros, Ozzy Osbourne y Paul McCartney con Cerati y Charly; con el primer artista indie de la historia y en ¡Y.A.! (Yokos Anónimas), tal vez su cuento más logrado, con un grupo de mujeres que metabolizan las experiencias de sus parejas músicos y quieren guiar el destino de sus bandas.
“Me di cuenta de que soy una Yoko cuando alguien me hizo ver que escogía al integrante del grupo con más jerarquía. Creía enamorarme de él, pero en realidad estaba buscando al que pudiera manejar más fácilmente y, de esa manera, manipular al resto del grupo y llevarlos al estrellato. No me interesaba un hombre en sí, lo que me interesaba era el juego de manipulación que se generaba”, confiesa una de las Yokos ante el resto de las novias que forman parte de la desopilante asociación. 
Si bien hay otro tipo de historias, con temáticas diversas, las que más se disfrutan son las que tienen al mundo de la música como telón de fondo. Es ahí donde más se luce su escritura, donde más se siente cómo el autor cuestiona a su entorno. En estos personajes, sin mucho esfuerzo, se puede ver al pibe que alguna vez soñó con ser estrella de rock y llenar estadios. Para terminar, One hit wonder es el libro de un rockero literario que nunca está en pose, que no escribe para la posteridad. Sus cuentos son simples y directos, como una canción de tres minutos.

Mecánica popular
Fui a ver la última de Alejandro  Agresti con ganas de reencontrarme con el cineasta lúcido de mirada sensible que irrumpió en la escena nacional con películas como  El amor es una mujer gorda o  El acto en cuestión.  Pero no pude, Mecánica popular me decepcionó desde los primeros minutos. El argumento es más que sencillo: Mario Zavadikner (Alejandro Awada), un editor a punto de pegarse el tiro del final,  recibe la visita inoportuna de una joven escritora (Marina Glezer) que lo amenaza con suicidarse si él no lee su manuscrito. A este encuentro imprevisto se suman el sereno de la editorial (Patricio Contreras) y la ex mujer de Zavadikner, un personaje fantasmal interpretado por Romina Ricci. A pesar de que hay algunos breves flashbacks, casi todo ocurre en tiempo real. Es solo una noche en la que el personaje de Awada intercambia sus opiniones y saca a relucir su resentimiento con el mundo. Entre los tópicos que desgrana no se olvida de las rencillas generacionales, del mercado editorial como fábrica de pensamientos vacíos, del snobismo intelectual, de la herencia de la dictadura y  del valor de la filosofía, la ficción y el psicoanálisis. Todos ellos tratados con una dosis demasiado alta de desencanto y plagados de lugares comunes. Recurre a referencias literarias y  frases célebres que lo único que hacen es remarcar un discurso que atrasa desde lo ideológico y lo formal. Así por ejemplo,  nos encontramos con frases como que  “las mujeres no debieran interesarse en el arte porque tener hijos es el arte mayor”. Esta caterva de diálogos desmedidos hace que todos los personajes se vean demasiado exagerados. Tal vez, lo único que le da cierto dinamismo a tanta incontinencia verbal y hace que la película sea tolerable, son los movimientos de cámara. Otro aspecto  para rescatar del director de Un mundo menos peor es su actitud de ir siempre un paso más adelante y jugársela a todo o nada. Me parece honesta su postura: Agresti quiere decir todo lo que piensa y eso es lo que hace. No le tiene miedo a las palabras. En tiempos en los que abundan las películas tipo naturaleza muerta, él vuelve a poner el guión en un primer plano y hablar de un tipo que en vez de comprarse un Mercedes Benz prefirió comprarse libros. Pero, al menos en esta oportunidad el resultado no logra convencer.

Publicada originalmente en La Agenda, mayo 2016

miércoles, 11 de mayo de 2016

Entrevista a Cristian Alarcón: “Los periodistas son muy infelices en los diarios”


Nando Varela Pagliaro

“El periodismo ya no se hace en los diarios. Hoy el periodismo se hace en las revistas alternativas o en todo caso en la radio y la televisión. Los diarios están muertos. Además, los periodistas son muy infelices en los diarios”. El que habla es Cristián Alarcón, Director de la revista Anfibia y una de las voces más intensas de la crónica narrativa. Con él hablamos del valor de la información, de la búsqueda de la verdad y otros temas, que giran en torno al violento oficio de escribir. 
  
-Un Mar de castillos peronistas puede leerse como un libro de crónicas, pero también como un libro de viajes. En estos relatos, como los llama Guillermo Saccomanno en el prólogo, atravesás Buenos Aires, Paraguay, Río Negro, Chile, Madrid, Barcelona, Brasil, Barranquilla y Medellín. En medio de tantos aeropuertos, de tantos hoteles, de armar y desarmar valijas, ¿cómo hacés para encontrar un espacio para escribir?

-Me da una nostalgia enorme pensar en la última etapa en la que tuve tiempo para escribir todas las semanas dos páginas de una revista. En los medios se mezquina tanto el espacio para contar historias que poder hacerlo era un lujo. Esos viajes a los que te referís, en su mayoría son viajes de trabajo, en una época en la que di muchos talleres en distintos países y me dejé llevar por esa marea tsunámica del conferencista internacional que llega a ser tediosa, insalubre y neurótica. Lo que hice para escribir estas notas fue robarle momentos a los viajes. Yo era consciente de que cuando algo me estaba ocurriendo, me ocurría para la crónica. De todos modos, no contaminaba de esa urgencia la historia. A veces era muy tentador producir acontecimientos en mi vida personal que terminaban siendo literarios.

-En el prólogo decís que a estos relatos no se los investigó más que con los sentidos del cronista y se los escribió con la urgencia del cierre. Antes, en la bajada del título del libro, aclarás que son crónicas desorganizadas, ¿por qué tantas justificaciones? ¿No creés que una antología de textos periodísticos puede ser un gran libro?

-Sí, claro que puede ser un gran libro. De hecho, esta antología fue una búsqueda con Constanza Brunet, en la que me ayudaron Matías Máximo y Virginia Giannoni. Para armarla hicimos una preselección de cientos de textos, que al menos a ojos de estos amigos lectores, sí se habían salvado del paso del tiempo. 

-Hay varias crónicas en las que hablás del Patti Smith Group, el grupo de gimnasia con el cual salís a correr en el Parque Lezama. ¿Qué pensás que le aporta a tu escritura el hecho de correr, de hacer gimnasia? Leila Guerriero, por ejemplo, dice que es uno de los momentos en los que más escribe; le vienen ideas, soluciones a situaciones que no puedo resolver en una crónica.

-Si alguna vez escribiste intoxicado, hay un momento muy claro en el que la intoxicación produce pésima literatura. Tal vez, en parte de mi segunda adultez descubrí que si me oxigeno mejor, también estoy más lúcido y eso me ayuda a escribir mejor.

-Juan Villoro dice que la crónica es literatura bajo presión, en estos textos, ¿cuánto hubo de presión y cuánto de goce literario o periodístico?

-La presión también está ligada a la escritura como una actividad profesional. A mí me pagaban muy bien por hacer eso. De hecho, vivía de escribir eso. En muchos momentos de mi vida me han pagado por escribir lo que quería. En Página 12 me dejaron construir un estilo, una agenda de temas; me dejaron demorarme más de la cuenta a medida que demostré que lo que escribía tenía algún tipo de potencia y finalmente me dejaron partir. Cuando te comprometés con un editor, la presión tiene que llegar porque por suerte hay un punto final que indica que si no publicás, la página está en blanco. Yo tengo muy buena relación con la presión. No me molesta la idea de un límite concreto para poder cerrar. Ahora como líder de proyectos periodísticos, lo entiendo todavía mucho mejor.

-Se suele decir que los artículos periodísticos tienen sólo dos destinos: la basura o envolver los huevos en el almacén al día siguiente. ¿Pensás que para que eso no pase, la única forma de trascendencia sigue siendo el libro, en tanto objeto físico?

-De ninguna manera. El periodismo digital vuelve perennes los textos. El algoritmo de Google te lleva otra vez a los textos sin necesidad de que vuelvan a ser publicados y las redes sociales pueden rescatarlos y convertirlos en hits, cuando se suponía que los textos habían muerto. Hoy ya no hay buenos textos con fecha de vencimiento.

-En estos relatos hay una gran presencia del yo. Martín Caparrós dice que cuando el cronista empieza a hablar más de sí mismo que del mundo deja de ser cronista, ¿Cómo hacés para que ese límite tan preciso no se rompa y éste no deje de ser el libro de un cronista?

-Leí hace un tiempo algo que dice César Aira, no lo recuerdo bien del todo, pero lo que él planteaba era que el auge de la crónica muestra la miserabilidad de los que nos dedicamos al género, porque no tenemos vida y la buscamos afuera, como voyeurs y testigos de los dramas de otros. Queriendo decir con esto que somos un montón de chicos ricos con el tiempo y los recursos como para andar fijándonos en los problemas de los demás, en vez hacernos cargo de lo propio. Es muy interesante porque lo que plantea es la discusión sobre el yo, sobre el punto de vista de una crónica, esa singularidad que hace que un periodista, además de ser periodista sea escritor. No es tan fácil. La mixtura de las últimas décadas nos lleva a lugares cada vez más híbridos, por lo tanto decir que un cronista es bueno porque sabe ver lo que pasa afuera o lo que pasa adentro, ya no tiene ningún sentido. En realidad todo forma parte de ese miasma que es la complejidad. A veces lo que pasa afuera se puede narrar a partir de un  monólogo interior, pero otras veces focalizar en el afuera habla más del adentro que confesar alguna intimidad. La propia elección de los temas habla de cada uno. Algunos buscamos problemas en todo sentido: problemas del mundo sobre los que vale la pena indagar y problemas en cuanto a lo complicado que es narrar una historia. Hay que poner el cuerpo e investigar para narrar. Esto implica pasar demasiado tiempo persiguiendo información, en un momento en el que la información ya no existe más. ¿Qué sentido tiene el periodismo en un mundo sin información? Yo, como editor, no desprecio la información porque la persecución de la mayor certeza posible sigue siendo la misión periodística número uno, pero lo cierto es que a medida que uno practica el vicio de juntar información, se aburre. Además, aquello que trasciende no es el dato chequeado. Lo que trasciende es el sentido que puede descubrir un periodista del mundo, no la información. Por eso, todos los libros que sólo juntan datos terminan en una mesa de saldo.  
            
-Con respecto a las temáticas, en una charla que diste hace tiempo dijiste que estabas un poco cansado de las crónicas que sólo abordaban lo marginal. Sin embargo, en este libro a pesar de que sí hay otras temáticas, lo marginal también ocupa un espacio central. ¿A qué se debe esa obsesión, esa necesidad de volver siempre al mismo territorio?

-Eso lo dije como una provocación. De todos modos, la literatura tampoco habla de cosas muy felices. No conozco ninguna buena novela que cuente una historia que no sea en el fondo una tremenda tragedia.

-Pero la diferencia es que la literatura es ficción y la crónica no. Muchas veces, en pos de hacer el texto más atractivo, ¿la verdad también puede terminar cediendo ante la ficción en una crónica?

-No creo mucho en las teorías de la verdad porque son una entelequia. En lo que sí creo es en la metodología y la honestidad, que no es lo mismo que la verdad. Con esto quiero decir que creo más en el que me dice lo que no sabe, que en el que me dice que lo sabe todo. Creo más en el que me dice que no está seguro que en el que tiene certezas todo el tiempo. La crónica, en definitiva, es el espacio de la incerteza. Por lo tanto, no tiene el imperativo del periodismo anglosajón de la búsqueda de las verdades. No es eso lo que uno va a buscar en una crónica porque la verdad no está dada por la contrastación de fuentes y de hechos; la verdad está dada por la estructura, la trama y el funcionamiento literario de ese texto narrativo. De manera que cuando alguien termina de leer una crónica, siente que algo comprendió y lo puede comprender porque accedió a un código que es el de la literatura. Y como la literatura nunca es verdad, no hay manera de hacer a la crónica responsable de la búsqueda de la verdad. Porque la crónica es literatura. 

Publicada originalmente en Revista Polvo, mayo 2016.

lunes, 2 de mayo de 2016

Entrevista a Ro Vitale: “Nos podemos reír del TOC, pero si entendemos lo que es"


Nando Varela Pagliaro

Romina Vitale es cantante y compositora. Tiene dos discos editados, el último (Étnica, de 2009) recibió los premios Clarín y Gardel como Revelación en Música Popular y Mejor Álbum Nuevo Artista Pop. Ese mismo año, fue diagnosticada con TOC severo. En estos días, Del Nuevo extremo acaba de publicar TOCada, un libro en el que la cantante cuenta de manera conmovedora cómo fue atravesar una enfermedad de la que en el país todavía se sabe muy poco.

-¿Cómo fue escrito el libro?

-Es un libro que escribí casi como un diario íntimo. No lo hice pensando en que iba a ser publicado. Terminó siendo publicado, pero fue de una manera totalmente orgánica. En un comienzo el libro para mí era un lugar en donde podía hacer catarsis, donde podían anclar mis compulsiones. Registraba lo que me pasaba para quedarme tranquila. Ahora cuando lo leo, veo que lo escribí con un nivel enorme de ingenuidad a lo que me estaba exponiendo. De todos modos, yo soy así de intensa y honesta. Pero una cosa es escribirlo en canciones que están llenas de metáforas, que es lo que venía haciendo, y otra muy distinta es escribir un libro. Toda la vida amé los escenarios, la música, las cámaras y lo intelectual. Por eso siento que TOCada es como una especie de bisagra porque me permite ser yo como artista, como ser humano, como enferma de TOC y no tener que disociar una cosa de la otra. Ser la que soy, con mis recursos y lo que me falta.    

-¿Creés que te vas a arrepentir de algunas cosas que contaste?

-No me voy a arrepentir, pero sí tengo una cierta preocupación con respecto a la gente que nombro. No porque haya dicho nada malo de ellos, pero entiendo que la decisión de exponerme es mía y no de los demás.

-Y la gente de tu entorno que lo leyó, ¿qué devolución te hizo?

-De mi entorno más cercano lo leyó muy poca gente. A mi madre que sí lo leyó le pasaron dos cosas. Por un lado, el libro la atrapó, le pareció que estaba escrito muy lindo; pero por otro, cada cosa que leía no la podía creer y me preguntaba: “Pero cuando escribiste esto vos ya estabas mejor, ¿no?”.

-¿Cuándo tomaste la decisión de llevar el libro a una editorial para que fuera publicado?  

-No sabría decirte cuándo tomé la decisión, quizás en el mismo momento en que hacía catarsis ya fantaseaba con el libro. En ese momento estaba muy mal y no lo recuerdo bien. La que me incentivó a que me contactara con la gente de la editorial fue mi madre. Yo los contacté pero desde un lugar muy light. A ellos les interesó ese primer mail y me pidieron que les mandara un sumario y una síntesis. En ese entonces, debía tener escrita la cuarta parte del libro, pero les armé lo que me pidieron y para mi sorpresa me contestaron que lo querían. Les avisé que no lo tenía terminado, pero a ellos no les importó porque me esperaban el tiempo que necesitara. De algún modo, ellos creyeron en el proyecto antes y más que yo. Se podría decir que construyo un libro porque ellos lo llaman libro, porque ellos me habilitaron.

-En un pasaje de TOCada decís que a la gente con TOC les encanta escribir libros. ¿Leíste otros libros similares al tuyo?

-No leí libros completos, pero sí fragmentos y artículos. El TOC es una patología muy particular porque es como si tuvieras el cerebro partido en dos. La mitad de tu cerebro dice cualquier ridiculez, cosas tan irracionales que rozan lo delirante, pero no lo son. ¿Por qué no lo son? Porque la otra mitad de tu cerebro sabe perfectamente que ese pensamiento es ridículo. Por eso hay tanta gente que sabe tanto de su propio TOC y sabe muy bien qué comunicar a la hora de darle un consejo a otra persona que lo padece. Esto lo viví mucho en Estados Unidos, donde mis compañeros de grupo tenían un gran nivel de psico-educación sobre su patología.

-Te trataste en Los Ángeles. ¿Acá también hay buenos lugares y profesionales para tratarse?

-Acá hay menos lugares que en Estados Unidos porque Estados Unidos e Inglaterra fueron los creadores de la terapia cognitivo conductual. En nuestro país hay demasiado psicoanálisis y el psicoanálisis no trata al TOC como corresponde, sino que en muchísimos casos lo empeora. Las facultades de psicología están superpobladas de materias vinculadas a lo psicoanalítico y la terapia cognitivo conductual recién ahora está empezando a entrar de una manera más potente. De todos modos, acá también hay excelentes profesionales. Yo me traté con Fernando García de la Fundación Aiglé, otra gran profesional es Tania Borda, que es la presidenta de la sucursal argentina de Bio Behavioral. Te nombro a ellos dos, que son mis principales referentes, pero seguramente habrá otros más.

-Para curarse ¿ayuda muchísimo interactuar con otras personas que también tienen TOC?

-Claro, eso ayuda muchísimo. Yo en la Argentina no conocía a nadie con TOC, me sentía un bicho raro. A partir de que expuse mi historia en distintos artículos, empezaron a lloverme mensajes de gente con TOC, que te dicen lo mismo que me pasaba a mí cuando me encontré con la otra gente con TOC que conocí. Sentís que no estás solo. Nadie va a entender a una persona con TOC como otra persona con TOC; ni siquiera un terapeuta.

-Y la mirada y el apoyo de la familia, ¿cuánto influye?

-La familia pasa por muchas etapas. Una etapa de negación, en la que primero creen que no es tan grave y otra en la que caen y te ven en estados de mucha sintomatología y no saben bien qué hacer. Me acuerdo de mi mamá, mirándome con mucha tristeza y diciéndome: “Devolveme a Ro, devolveme a Ro”. Y yo la miraba y me quería matar. El gran problema es que como la familia ve que uno es consciente, quieren que resolvamos lo que nos pasa pronto. Después, cuando ven que no es tan simple, que uno no lo puede resolver solo, empiezan a entender de qué manera ayudar y cómo reaccionar ante la angustia. Porque si bien hay un tratamiento, e incluso medicación, no hay nada que sea mágico. Lo ideal para una familia es psico-educarse e ir a grupos de ayuda.

-¿Cuánto creés que te perjudicó en tu carrera?

- Cuánto no lo sé, pero está claro que se detuvo. En realidad se detuvo todo, se detuvo mi vida, como si hubiera quedado capturada en una cápsula de tiempo rígida. Con eso y todo, la mayor parte del tiempo seguí grabando canciones, salvo en una etapa en la que mi estudio también apareció contaminado. Pero la música fue mi único cable a tierra durante la época en que yo no podía salir de casa. Tenían que llevarme a rastras a los lugares porque ni me podía asomar al exterior. En ese tiempo me asocié con una amiga mía canadiense y compuse muchas canciones. Ella hacía la letra y yo la música y luego las grababa. Hacer esas canciones y mi enamoramiento de John Mayer fueron mis dos cables a tierra durante lo que fue una de las etapas previas al diagnóstico.

-Luego de la publicación del libro ¿seguís escribiendo el día a día de tu enfermedad?

-No, porque hay un momento en el que es conveniente parar, si no se puede transformar en otra compulsión.


-Decís en el libro que se habla de TOC con cierta liviandad, ¿pensás que eso sucede por culpa de los medios o ya es algo que está instalado socialmente?

-No sabría contestarte si fue primero la gente o los medios, pero sí te puedo decir que es un fenómeno mundial. En todo el mundo hay un uso liviano del término. La confusión tal vez tenga que ver con que todos tenemos intrusiones. El TOC está compuesto de intrusiones y compulsiones. Las intrusiones son pensamientos obsesivos y las compulsiones son las respuestas a esos pensamientos, el que tiene TOC lo que hace es sobrevalorar esas intrusiones y al sobrevalorarlas les da más entidad de la que tienen y responde con compulsiones. El que no tiene TOC desestima ese pensamiento bastante rápido. Te puede angustiar un segundo, pero después seguís. Te dio por cerrar la puerta con llave dos veces porque tenés miedo de dejarla abierta, te fuiste y una vez que te fuiste, arriba del auto te preguntás ¿la habré cerrado o no? El que no tiene TOC sigue sin ningún problema, como mucho le queda una duda. En cambio el que tiene TOC va a retornar, va a volver a cerrar, se va a volver a subir al auto, en el medio del camino, va a volver a hacer lo mismo y por ahí es capaz de hacer ese recorrido cinco o diez veces. Lo hace llorando porque no puede parar y porque sabe que lo que hace no tiene sentido.

-¿Existe la posibilidad de que con un buen tratamiento nunca vuelvan este tipo de intrusiones?

-Yo dudo de que exista la posibilidad de remover las intrusiones cien por ciento. Primero porque se trabaja más con el intento de remover las compulsiones, porque las intrusiones las tenemos todos. El problema es sobrevalorar esas intrusiones y que respondamos con compulsiones que nos cagan la vida. No sé si alguien puede considerarse completamente curado, pero sí el TOC se puede tratar de una manera tal que vos puedas recuperar prácticamente toda tu funcionalidad. Yo no la recuperé toda, pero sí en un altísimo porcentaje y con eso estoy feliz.

-¿Hacés el ejercicio de verte cómo estabas antes y cómo estás ahora?

-A veces lo hago con mi entorno, cuando parece que nos olvidamos de cómo estaba antes. Cuando hago un pequeño síntoma y ya se enojan, entonces les digo: “¿no se acuerdan de dónde venimos?”.  Pero en general no pienso en eso. Uno se va habituando a los nuevos logros. Sí me pasa que cuando me enfrento a situaciones nuevas y me veo fracasar, me doy cuenta de que todavía me queda un largo camino por recorrer.


-Vi que en tu Facebook subiste una foto y aclarabas que estabas “sentada en el piso contaminado” grabando el video de tu nueva canción. En algún momento, ¿lográs reírte de tu TOC?


-Los que atravesamos el TOC podemos hacer humor con esto. Me he cagado de risa con mis terapeutas, pero lo que no admito ni siquiera de mis amigos es que se rían cuando les estoy hablando de algo serio.  A veces estoy intentando comprar una cartera y elijo una, después la otra y la otra, hasta que los vendedores me entran a mirar con mala cara. Entonces, voy y les explico que me tengan un poco de paciencia porque tengo trastorno obsesivo compulsivo. En general, cuando les digo esto se me cagan de risa. Está bien, nos podemos reír del TOC, pero en tanto y en cuanto se entienda lo que es. 

Publicada originalmente en la revista Quid, marzo 2015.