Nando Varela Pagliaro
“El
otro día iba camino a lo de mi hija y uno en la calle me grita: “¡Locura! ¡Tomá,
una de la mejor!” y me la regala. Llamé a mi padrino.
-¿Qué
hacés?.
- La
tengo en la mano.
- ¿Pero
vos sos pelotudo que la agarraste?
- Y,
es un regalo.
- Sí,
un regalo del diablo, boludo.
- Loco,
no la puedo tirar.
No
me la metí, pero no la podía tirar. Tenía en la mano lo que me había cagado la
vida y no lo podía tirar. Por eso Baudelaire me chupa un huevo porque no le
creo nada. ¿Qué paraíso artificial? Infierno artificial. Porque cuando yo la
fui a comprar, la fui a comprar eligiéndola. Nadie me la puso. Mi mamá no se
drogó en el embarazo. No me puso droga, me ponía café con leche arriba de la
mesa.
Al
final vino el Ruso, un amigo de La Paternal y la tiramos, pero yo dije:
“Boludo, se la hubiéramos regalado a alguien”. Me miró y me dijo: “¿vos te
escuchás? Escuchate, porque está hablando la enfermedad”. La enfermedad habla.
Eso viene del alma, no viene de otro lugar. También está la obsesión. ¿Cuál es
la obsesión? Una rayita. Si me tomo la raya, está la compulsión y después el
egocentrismo. Pero yo iba camino a ver a mi hija. Entonces, mi amigo me
pregunta: “Si te tomás una raya, ¿seguís camino a ver a tu hija?” Ni en pedo,
le digo. Entonces qué hago, pienso en ella. Si me falla, caigo. El gran enemigo
del adicto es la culpa. La culpa te hace seguir consumiendo”.
El
que habla es Pablo Ramos, uno de los pocos autores que cuando escribe, cuando
da una nota o toca con su banda, siempre muestra hasta sus vísceras. Nunca tiene miedo
al qué dirán. Es tan auténtico e intenso, como los siete libros que lleva
publicados. En el último, Hasta que
puedas quererte solo, estructura su relato a partir del Programa de los
Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos y con una potencia literaria desgarradora
describe cuánto duele descender al infierno de las adicciones. Sin guardarse
nada y con una mirada profunda, revela desde adentro lo que la droga da y sobre
todo, lo que quita.
-En tus libros siempre hay muchos datos
autorreferenciales, pero este es el primero en el que vos mismo sos el
personaje. ¿Por qué quisiste desnudarte tanto?
-Cuando
la realidad es dura y muy significativa, al transformarla en ficción corrés el
riesgo de prostituirla. Si la ficción que lográs es menor de lo que fue la
realidad, no tiene sentido. Por eso, estas crónicas merecían que llevaran mi
nombre real porque toda la gente sobre la que escribo, también figura con su
nombre real. Me expuse tanto que en la tapa hasta puse una foto mía con mi
hermano. Yo soy el más rubiecito de los dos nenes. Mis piernas no logran verse
en la foto porque falló la cámara. Como si el destino ya lo supiera, van a
andar un solo camino y uno va a ser la sombra del otro. Cuando mi hermano está
bien, yo estoy mal y cuando yo estoy bien, mi hermano está mal. Por otra parte,
este libro, de algún modo, reivindica la figura de mi padre que traté con tanta
dureza en La ley de la ferocidad.
-En este país en el que nos encanta
poner etiquetas, ¿te preocupa la lectura que se pueda hacer del libro?
- No me preocupan las etiquetas. El otro día me
llamó un tipo de una radio y para presentarme dice: “vamos a hablar con Pablo
Ramos, adicto, también guionista”. Ni escritor dijo. Cuando termino de escuchar
la presentación, el tipo repetía: “Hola, ¿se escucha?” Y yo no decía nada. A
los segundos le respondo: “Disculpá, lo que pasa es que me estaba inyectando.
Lo primero que hago es inyectarme heroína porque antes que nada soy es un
adicto, ¿no?”. El tipo me pide perdón y que le cuente mi novela. “Te cuento”,
le digo y empecé a hablarle de La ley de
la ferocidad. Hasta que me canso: “Para la próxima, aunque sea, sacale el
nylon y leé la contratapa para hacerme una entrevista”. Que ese tipo me rotule,
me importa muy poco. Me podría llegar a preocupar algún enemigo literario que
tengo, pero tampoco me preocupa porque el libro se sostiene. La prueba es que
la primera edición se agotó sin hacer ni una sola nota de prensa.
-¿Querés decir que si un libro es bueno,
el periodismo sirve de poco?
-Sirven
de poco cuando le dan con un caño a un libro. Ojalá la crítica se dedicara a
hablar solo de los libros que le gustan.
-En cuanto al proceso de escritura, ¿este
libro te costó todavía más que la Ley de
la ferocidad?
- Este
libro me costó muchas recaídas de mi hermano y mías. Por eso tardé tanto en
publicarlo. No estaba seguro si estaba haciendo algo valioso o estaba
escrachando a mucha gente que quiero.
-Ahora que está en la calle, ¿qué devolución recibiste de tu entorno que
forma parte del libro?
-
Ellos sienten que el libro les dio una voz y están tan contentos que hasta se
lo regalan a otros diciéndoles que están adentro del libro. Además, no elegí
gente que tomaba merca y salía a robar, sino que escribí sobre los que se drogaban porque
buscaban calmar un dolor.
-Me acuerdo que la primera vez que
charlamos, hablamos mucho de Maradona y los puntos de contacto en la historia
de vida de ambos. En una de las tantas frases de Diego, él dice “qué jugador
hubiera sido si no se drogaba”. En tu caso, ¿pensás qué escritor hubieras sido
sin la droga?
-Diego
lo dice porque jugó drogado. Yo no tengo nada publicado que haya escrito
drogado. Todo lo que escribo borracho o drogado es un desastre. Creo que me
rescaté a tiempo. Mi cabeza está tan o menos entera que la de cualquiera. Además
supongo que entre los dos hay distintas maneras de tomar. Yo empecé a tomar
porque tenía dos laburos y quería quedarme despierto para poder leer o
escribir. Durante dos años leí como un loco. Leía más de seis horas por día.
Por suerte en esa época no podía comprar diez gramos de cocaína, compraba solo
uno. Después la adicción te va atrapando y por eso terminé como terminé. Cuando
tuve la empresa y ganaba tanta guita, tenía un kilo de merca en la caja fuerte
por las dudas.
- En el libro decís algo así que
como “el que tiene el bolsillo lleno
tiene la razón o al menos los demás le dan la razón”. Ahora que ya no sos
empresario y te dedicás solo a la literatura, ¿sigue siendo igual tu relación
la plata?
- Todo
sigue siendo igual. Yo no cambié en nada, las personas no cambian, nadie
cambia. Mi relación con la guita sigue siendo tan promiscua como antes. Ahora,
tal vez tengo algunas herramientas más. Si estoy sobrio al momento de elegir,
puedo elegir tomarme un vino, tomarme una raya o elegir no hacerlo y llamar a
alguien. Por eso siempre es “solo por hoy”. Ante la tentación, siempre se habla
de dejar la droga para mañana, total el puntero ya sabemos que va a estar ahí,
siempre esperando. Yo lo que hago es tratar de armarme planes. Por suerte mi
hija Antonia vino a mi vida y fue una especie de centro al pie que me tiró el
universo. Ella es la luz de mis ojos. Además la soñé mucho. En una de las
canciones que le escribí lo digo: “una vez te soñé, una vez te creí ver”. Ya le
hice tres canciones. Estoy enamorado de ella. En mis sueños aparecía una voz y
me decía “estoy llegando, ¿cómo me vas a encontrar?” Y yo decía: “limpio” y me
despertaba.
-En el libro pareciera que la única
salida posible es la fe, la religiosidad, ¿es así?
-Es
importante el trabajo espiritual y la fe, pero no tiene porque ser la fe en
Dios. Puede ser la fe en algo, en Narcóticos Anónimos, en un programa de doce
pasos, la fe en un padrino que vos elegís. Yo tengo uno con quince años de
recuperación. Si uno tiene fe en su padrino, lo que él piensa es más sano que
lo que piensa uno. Yo pensaba al revés, decía: “Me drogo porque me quedé sin
laburo, me drogo porque mi mujer me dejó”. Hasta que vino Mario C. y me dijo “a
vos te echaron del laburo porque te drogás y tu mujer te dejó porque te drogás,
vos pensás al revés”.
-“La ayuda no llega si no se pide”, decís
en el libro. ¿Te costó pedir ayuda?
-Claro,
porque lo más difícil es pedir ayuda todo el tiempo, pedir ayuda cuando uno
está bien. Porque una vez que consumiste, ya no sirve la ayuda. Hoy tengo
apenas siete meses limpio y es un montón. Mantenerse limpio implica un
constante examen de uno mismo. Los grupos son contención, no es un tratamiento.
Aparte está la terapia que es fundamental para salir.
-Para salir hay que tener a qué
aferrase. ¿Cuáles son esas cosas a las que te aferrás?
-Hoy
me aferro a mi hija Antonia, a un par de compañeros y a la escritura. El libro
dice que es hasta que puedas quererte solo y yo ni en pedo me quiero solo.
Apenas aprendí a no odiarme solo.
-¿Qué pensás que se podría hacer desde
el gobierno?
-En
Ámsterdam hay una plaza en la que te vienen a inyectar la heroína o la codeína.
También te dan un folleto en el que te muestran que podés salir de eso. Desde
el gobierno deberían mirar el problema más de frente. Pero la realidad es que
más avanza este gobierno y más kirchnerista soy. Es cierto, en salud Cristina
no hizo tanto, pero daba el contexto para que si seguía un proyecto así, en
algún momento se miren estas cuestiones. Es increíble que la solución a estos
problemas esté por fuera de entes gubernamentales. En televisión ni siquiera se
ven anuncios de NA o AA. Los pocos que vi, los vi en la época de Cristina en
Canal Siete. Alguna vez habría que hablar realmente de la legalización de las
drogas, pero con este gobierno dudo mucho que esto pase.
-Por último, ¿qué te gustaría que pase con
el libro?
-Me
gustaría que me llamen para hablar, que vaya más por el camino de las drogas
que del de la literatura. Con que ayude a uno solo, ya me alcanza.
Publicada originalmente en Revista Quid, octubre 2016.