lunes, 22 de agosto de 2016
Entrevista a Luciano Lamberti: “Uno escribe el libro siguiente para tapar la vergüenza del anterior"
Nando Varela Pagliaro
La literatura llegó a la vida de Luciano Lamberti de un modo misterioso. En su casa natal, en Córdoba, no había muchos libros. Sin embargo, él leía todo lo que encontraba. Lo primero que devoró fue una Biblia ilustrada en tres tomos, que le llenó la cabeza de imágenes. Luego llegaría el turno de los poemas de Juana de Ibarbourou y Pablo Neruda. Bajo la sombra de ellos, escribió sus primeras poesías. A partir de ahí la lectura y la escritura fueron algo natural y orgánico, que simplemente estaban ahí, que no se cuestionaban. Tanto fue así que cuando tuvo que elegir una carrera, Letras era casi el único camino posible. Su paso por la Universidad Nacional de Córdoba le dio cierto orden en las lecturas y le mostró un panorama mucho más amplio, aunque cree que las cuestiones teóricas no le aportaron nada. “No soy un teórico, ni siquiera cuando reseño o escribo para el blog de Eterna Cadencia. Soy más bien un lector salvaje que se guía por el placer y la perturbación que le provocan los libros. Es mi forma de entenderlos. Además, durante el cursado de la carrera nunca dejé de escribir o de leer por fuera de los programas. Saer, por ejemplo, que leí entero en esa época, no figuraba en ningún programa. Tampoco Faulkner. Y un gran etcétera de escritores que me fascinaban”.
Luego de tres libros de cuentos y uno de poesía, el autor de El loro que podía adivinar el futuro acaba de publicar su primera novela. “Quería probar escribir algo más ambicioso. Igual el cuento y la poesía son mucho más perfectos que la novela. Lo que ofrece la novela es la posibilidad de tener al lector al lado tuyo mucho más tiempo”.
El resultado de escribir algo más ambicioso se llama La maestra rural, una novela coral, en la que el autor cordobés utiliza elementos realistas y fantásticos para descubrir la historia que hay detrás de Angélica Golik, una poeta de pueblo casi ignota. “Comencé a escribirla pensando que iba a ser un largo diario. Después se sumaron las otras voces, y se fue dispersando. Tardé tres años en encontrar la forma adecuada y disfruté mucho con ese trabajo y la posterior corrección, donde todo no hizo más que mejorar”. A pesar de ser un debutante en el género, Lamberti siente que La maestra rural es una continuación natural del resto de su obra. “Es muy lambertiana, digamos. Pero eso lo veo después, cuando ya terminé, no mientras tanto. Creo que algunos temas y climas y recursos humorísticos o viscerales están en todo lo que escribo. Aunque soy el menos indicado para hablar de eso”.
En alguna entrevista previa decías que te imaginabas viviendo en el campo y hachando leña, ¿qué te llevó a venir a vivir a la ciudad?
Cuestiones personales, relacionadas con mi reluciente paternidad, me trajeron a vivir en Buenos Aires. De todas formas fue un cambio necesario y muy positivo. Hacía muchos años que vivía en Córdoba y ya sentía que me estaba apelmazando.
¿Cuánto pensás que va a influir en tu literatura el ritmo de una ciudad como Buenos Aires?
Espero que influya en acelerar mi producción, ya que la capital tiene la fama de ser acelerada. Me pasó algo raro: cuando vivía solo y no tenía hijos perdía mucho más el tiempo. Ahora escribo más, aunque resulte paradójico. Cuando los cordobeses éramos jóvenes y conocimos a algunos escritores porteños, nos ayudó mucho la liviandad con la que se tomaban las cosas, aunque a lo mejor esa no es la palabra adecuada. En el interior uno se toma las cosas con más densidad, está buscando todo el tiempo la “Gran Obra” y no termina escribiendo nada o lo que escribe es un bodrio. Eso es diferente en Buenos Aires, donde todo el mundo tiene una novelita bajo el brazo.
Me imagino que el hecho de vivir en la capital te hace estar mucho más cerca de los circuitos de sociabilidad. ¿Cuán necesario es formar parte de la red de conflictos, amistades y vanidades para que una obra circule?
Yo tuve la suerte de conocer escritores porteños que me ayudaron mucho, como Juan Terranova, cuando todavía vivía en Córdoba. Ahora mi vida social se limita a nada. No voy a presentaciones de libros y si me junto con algún escritor amigo lo hago más en calidad de amigo que de escritor. De todas formas, no me parece malo buscar que tu obra se mueva. Algunos lo ven como un pecado imperdonable. Yo no. Escribo para ser leído, que otros escriban para no serlo, es su problema. A lo mejor no los leen porque son un plomazo, no porque son geniales.
Se dice que el chisme funciona como el motor de la vida en los pueblos y en esta novela de algún modo también funciona así. De hecho, ese fue el título de una nota que te hicieron en Infobae, ¿cómo creés que opera el chisme en nuestro mundo literario?
Desconozco el mundo de los chismes literarios, afortunadamente. A veces, en mis artículos, supongo que enojo a alguien. Me lo dicen pero yo no me entero. Lo hago siempre en contra de mi voluntad, no pretendo ser uno de esos que se pelean con todo el mundo, pelearse es agotador y te quita tiempo para escribir. Porque además te seguís peleando en tu cabeza durante horas.
En tiempos de series y redes sociales, atreverse a escribir una novela es cada vez más un acto kamikaze?
Escribir a secas es kamikaze. Pero lo viene siendo desde hace rato. Uno como escritor sueña con las épocas doradas donde se leía más de lo que veía en televisión. Mientras haya lectores, habrá escritores, e incluso cuando los últimos lectores se hayan extinguido todavía habrá libros para ellos, esperándolos. Las series, por otro lado, le roban todo a la literatura: sus estrategias, las formas del suspenso, así que la literatura le puede robar legalmente a las series.
Yendo al proceso de escritura en sí, ¿cuáles son los riesgos y los beneficios de estructurar la novela a partir de un relato coral?
Los beneficios tienen que ver con darle al lector algo tan fragmentario como lo es la experiencia contemporánea, hecha de saltos y de intereses fugaces. Los riesgos, con caer en la digresión perpetua, buscando más el clima que el hecho de contar una historia.
¿Dirías que La maestra rural es una novela de ciencia ficción? ¿Sigue teniendo sentido hablar de géneros o cada vez cuesta más encontrar libros que no crucen las barreras de un género a otro?
Borges decía que los géneros piden ser transgredidos, que es parte de su naturaleza. Y era un escritor de género. Mi novela es, hasta cierto punto, realista, y en un momento gira hacia otra cosa. Es una mezcla. Pero para mí los géneros no son una mala palabra. No me molesta ser encasillado ni nada de eso.
Tanto en tus cuentos como en la novela, siempre hay momentos de humor. Isidoro Blaisten decía que el humorismo es una forma de la piedad, que un humorista es un escritor que se ríe de nervios. En tu caso, ¿qué importancia le das al humor?
Para mí el humor es un ingrediente esencial. No sé si puedo escribir algo que carezca de humor, enseguida me parece falso. No digo que yo sea un escritor humorístico ni que haga chistes, sino que la mirada no solemne sobre el mundo es lo que hace que lo escrito perdure y no vaya a parar a la papelera de reciclaje.
Angélica Golik, la protagonista de la novela, es una mujer que escribe casi en secreto, desde la pureza del oficio; con mucha pasión y honestidad. Según tu experiencia, ¿qué cambia cuando se empieza a ver el lado utilitario de la escritura?
No conozco el lado utilitario de la escritura, aunque me encantaría que me lo presenten. Yo creo que todo el mundo escribe para conocerse a sí mismo, para ser mejores y para ser queridos, desde el que vende miles de ejemplares hasta la señora que le escribe poemas a los nietos.
El narrador de La maestra rural en un pasaje de la novela dice: “No importa quién soy, importan mis libros”. En el mundo editorial de hoy, ¿no es al revés? ¿No importa cada vez más la imagen del escritor que lo que ese escritor pueda escribir?
Lamentablemente sí, es la situación, muchas veces se vende más al autor que al libro. Una chica linda y sus confesiones sexuales son muy redituables. Y muchos quieren ser escritores sin haber escrito una palabra. Pero eso es así en todos los ámbitos, y ha sido así desde mucho tiempo atrás, así que resignarse y tratar de hacer lo mejor con lo que uno tiene es el remedio óptimo. Sino, todo es mala sangre y resentimiento.
Una pregunta que me gusta repetir. Ricardo Piglia en los diarios de Emilio Renzi dice que “cada generación lee del mismo modo una serie recortada de libros y eso es lo que la identifica y lo que se ve en lo que escribe”. Teniendo en cuenta esto, ¿cómo dirías que leen los escritores de tu generación?
No tengo la menor idea. No sé en nombre de qué puedo hablar de mi generación. Sé la forma en la que yo leo, en esta etapa de mi vida, y a veces ni siquiera eso. Sé que en mi lectura busco el deslumbramiento imposible que sufría a los 12 o 13 años al leer un libro. Sé que escribo los libros que me gustaría leer, pero nunca sale tan bien como los imagino y de ahí que siga escribiendo. Uno escribe el libro siguiente para tapar la vergüenza del anterior.
¿Con qué otros escritores de tu generación sentís que dialogan tus libros?
Supongo que con Mariana Enríquez, Leonardo Oyola, Hernán Vanoli, Celso Lunghi.
¿Qué tomás de ellos? ¿Sos de lo que creen que se aprende más de la mala literatura que de la buena?
Se aprende de todo, no solo de lo que uno lee sino también de lo que ve, escucha y vive. De ellos me gusta el trabajo que hacen sobre los géneros, que es algo que se ve cada vez más en la Argentina y me parece muy saludable, en contraposición al realismo miserabilista o la novela experimental aburrida con consignas de los años 60.
¿Cómo es tu relación con la tradición literaria?
No lo sé. Trato de dejarme influir por los escritores que me gustan, de mezclar muchos para que no se note. Me gusta la literatura norteamericana, la rusa. No pasa un año sin que lea algo de Salinger o algo de Tolstoi. No leo muchos latinoamericanos clásicos, excepto a los del Boom. Me gustan Borges, Arlt, Saer, el Piglia crítico. Para mí todo se puede leer dentro de un género, o de la ruptura de un género, y eso significa un diálogo constante con el pasado. A veces está más claro, a veces más disimulado.
Desde hace algunos años venís dando talleres de escritura, ¿qué te aporta como escritor esa experiencia cotidiana?
Me sirve para enseñar lo poco que sé, para aprender del comercio de ideas, para concebir a la literatura como un hecho social, también. Siempre estoy buscando nuevas lecturas para llevar al taller, y las consignas tienen que ver con problemas o desafíos que me surgen a mí como escritor.
¿Y el hecho de trabajar en periodismo cómo interfiere en tu narrativa?
Lo veo como cosas bastante separadas. Pero pasa algo extraño. Uno nunca sabe qué va a quedar de lo que escribe. Es lo que pasa con Levrero, por ejemplo. Su “literatura” es menos interesante que la Novela Luminosa o El discurso vacío o todos aquellos libros pensados como “diario”. A lo mejor estaba más suelto, tenía menos presión de escribir algo importante. A mí me encantan las columnas de Juan Forn los viernes en el Página/12. Me gustan más que su literatura, incluso.
Por qué escribir de algún modo es la pregunta que ronda la novela. Sé que la debés haber respondido muchas veces, pero como uno cambia, ¿también puede cambiar la respuesta?
Hay dando vueltas una frase que dice que leemos para vivir muchas vidas. Escribir, o haber escrito (que son cosas distintas) permite también dos cosas. Una es vivir desde distintos puntos de vista, desde distintas experiencias que uno nunca podría tener si no es a través de las palabras. La otra, experimentar la existencia con una intensidad más profunda que la de la vida cotidiana. Los grandes escritores logran cambiar la forma de ver el mundo. Sus libros son mucho más interesantes que la vida, que no tiene principios ni finales y a veces ni siquiera clímax.
¿Qué estás escribiendo ahora? ¿Qué es lo próximo que se viene?
Ahora estoy escribiendo cuentos fantásticos y una novela sobre el fin del mundo.
Publicada originalmente en Revista Quid.
lunes, 15 de agosto de 2016
domingo, 7 de agosto de 2016
Te cuento mi libro: Pablo Ramos: “Creo que escribir es civilizar el dolor”
Nando Varela Pagliaro
En Hasta que puedas
quererte solo (Alfaguara), Pablo Ramos estructura su relato a partir del
Programa de los Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos y con una potencia literaria
desgarradora describe cuánto duele descender al infierno de las adicciones. Sin
guardarse nada y con una mirada profunda, revela desde adentro lo que la droga
da y sobre todo, lo que quita.
Este
libro me costó muchas recaídas de mi hermano y mías. Por eso tardé tanto en
publicarlo. No estaba seguro si estaba haciendo algo valioso o estaba
escrachando a mucha gente que quiero. Antes de que se publique, hablé con las
personas y leyeron las crónicas. Incluso, les propuse que se eligieran otro
nombre, pero ninguno quiso. Ellos sienten que el libro les dio una voz y están
tan contentos que hasta se lo regalan a otros diciéndoles que están adentro del
libro. Además, no elegí gente que tomaba merca y salía a robar, sino que escribí sobre los que se drogaban porque
buscaban calmar un dolor.
Cuando
la realidad es dura y muy significativa, al transformarla en ficción corrés el
riesgo de prostituirla. Si la ficción que lográs es menor de lo que fue la
realidad, no tiene sentido. Por eso, estas crónicas merecían que llevaran mi
nombre real porque toda la gente sobre la que escribo, también figura con su
nombre real.
Me
expuse tanto que en la tapa hasta puse una foto mía con mi hermano. Yo soy el
más rubiecito de los dos nenes. Mis piernas no logran verse en la foto porque
falló la cámara. Como si el destino ya lo supiera, van a andar un solo camino y
uno va a ser la sombra del otro. Cuando mi hermano está bien, yo estoy mal y
cuando yo estoy bien, mi hermano está mal. Por otra parte, este libro, de algún
modo, reivindica la figura de mi padre que traté con tanta dureza en La ley de la ferocidad.
Empecé
a tomar porque tenía dos laburos y quería quedarme despierto para poder leer o
escribir. Durante dos años leí como un loco. Leía más de seis horas por día.
Por suerte en esa época no podía comprar diez gramos de cocaína, compraba solo
uno. Después la adicción te va atrapando y entonces terminé como terminé. La
droga no da nada, la droga hace olvidar lo que falta. Tapa una gotera que se hace
cada vez más grande. El que se droga tiene fe en la droga. Lo que te pide el
programa de los doce pasos es cambiar esa fe hacia otro lado porque estás con
el Dios equivocado.
No
me preocupan las etiquetas. El otro día me llamó un tipo de una radio y para
presentarme dice: “vamos a hablar con Pablo Ramos, adicto, también guionista”.
Ni escritor dijo. Cuando termino de escuchar la presentación, el tipo repetía:
“Hola, ¿se escucha?” Y yo no decía nada. A los segundos le respondo: “Disculpá,
lo que pasa es que me estaba inyectando. Lo primero que hago es inyectarme
heroína porque antes que nada soy es un adicto, ¿no?”. El tipo me pide perdón y
que le cuente mi novela. “Te cuento”, le digo y empecé a hablarle de La ley de la ferocidad. Hasta que me
canso: “Para la próxima, aunque sea, sacale el nylon y leé la contratapa para
hacerme una entrevista”. Que ese tipo me rotule, me importa muy poco. Me podría
llegar a preocupar algún enemigo literario que tengo, pero tampoco me preocupa
porque el libro se sostiene. La prueba es que la primera edición se agotó sin
hacer ni una sola nota de prensa.
No
soy un desesperado. Empecé a publicar en el 2004 y tengo siete libros buenos. Se
puede decir que ya soy un escritor con obra. Lo que me da miedo es el futuro;
es hacer un libro malo. Pero tengo cinco o seis lectoras de confianza a las que
escucho siempre. Creo mucho en mi editora, en la gente de Alfaguara, que me
trata como un rey. En ese sentido, tengo bastante suerte. Todo el mundo siempre
piensa que una editorial grande es solamente una multinacional y sí es una
multinacional, pero a mí me tratan como un rey y eso no pasa en todos lados.
Además, seamos sinceros: qué escritor no quiere publicar en una editorial
grande.
Desde
El origen de la tristeza a hoy cambié
mucho como escritor. Cambió mi idea de la función de los personajes; mi idea
del lenguaje, de la estructura. Fui evolucionando y todavía tengo mucho para
evolucionar. Ahora creo que entiendo cómo se cuenta y para qué se cuenta una
historia. Mi relación entre la historia y la realidad también es otra. Me ayuda
mucho dar talleres, me hace pensar en literatura. Ahora, con la colaboración de
los alumnos, estamos escribiendo un libro que se va a llamar La arquitectura de la mentira, en el que
quiero asentar algunas teorías. La idea de que realmente escribir es civilizar
el dolor. Realmente creo en Santa Teresa como en nada, en esto que siempre repito que “las palabras
llevan a las acciones, alistan el alma, la ordenan y la mueven hacia la
ternura” o en lo que dijo Sartre sobre que “un escritor dinamita su vida y
construye con los escombros de su biografía los ladrillos de su literatura”. La
diferencia entre un escombro y un ladrillo, se llama civilización.
Publicado originalmente en La Nación, agosto 2016.
jueves, 4 de agosto de 2016
Entrevista a Pedro Mairal:“Está bueno sacar a la literatura de un lugar de pureza”
Nando
Varela Pagliaro
Pedro
Mairal estuvo mucho tiempo sin publicar una novela. De Salvatierra
a La
Uruguaya pasaron
cerca de diez años. Sin embargo, en esa “década ganada” se
dedicó a escribir cientos de columnas para diarios y revistas de
distintos países. Muchas de ellas fueron recopiladas en sus libros
El
Equilibrista
y Maniobras
de evasión.
Su regreso al género, no pudo ser más celebrado. Desde su
publicación, por las redes sociales, circulan a diario comentarios
muy elogiosos sobre la nueva novela del autor de Una
noche con Sabrina Love.
Es que La
uruguaya
es un libro redondo; con una dosis pareja de humor y melancolía,
pero sobre todo con un ritmo y una fluidez en la narración que hace
que se lea de una sentada. Como escribió Tamara Tenenbaum, “La
uruguaya
te deja con la sangre caliente, como una montaña rusa o una vacuna,
cosas que se terminan antes de que puedas pensar en lo que estabas
haciendo”.
-Siempre
decís que te sentás a escribir cuando tenés una idea que resuena
mucho en tu cabeza. Junto a la idea, ¿también tenés el final?
-Tengo
una intuición de final, pero no sé exactamente cómo va a ser. A
veces, los libros terminan antes o después de lo que pensaba en una
primera instancia. Casi siempre es antes, porque el final se intuye.
En El
Sur,
Borges dice: “Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso
no sabrá manejar, y sale a la llanura”. Ya entendés que va a
morir apuñalado, pero Borges no lo dice porque no hace falta. Los
finales, muchas veces, suceden adentro de la cabeza del lector. Eso
me parece que es efectivo porque es el lector y no el autor el que
termina el libro.
-Y
en La
uruguaya,
¿cómo fue el proceso de escritura?
-Fueron
más o menos tres meses de escritura. Me despertaba a las seis de la
mañana y me sentaba a escribir hasta las ocho, que tenía que llevar
a mi hija al jardín, después corregía un poco a la tarde. Tuve que
quitarle horas al sueño porque me cuesta escribir con el día
funcionando a pleno. Lo que hacía, para no distraerme, era
desenchufar el Wifi. En una hoja al costado, ponía las cosas que se
me ocurrían para buscar en Google, así evitaba entrar todo el
tiempo en Internet.
-En
Maniobras
de evasión,
el libro que salió unos meses antes que La
uruguaya,
decís que “escribir siempre es algo que va a suceder mejor, más
adelante”. ¿Cuán importante es la reescritura en tu forma de
trabajar?
-Mi
manera de escribir en cierta forma tiene algo de rulo. Avanzo de la
“A” a la “F”. Y al otro día, cuando vuelvo a sentarme, leo
desde la “C” hasta donde escribí y arranco otra vez. Me gusta
que el texto tenga una continuidad. También me gustan los saltos de
tono, pero eso lo busco con los diálogos o con los cambios de
capítulos.
-Maniobras
de evasión
lo trabajaste con Leila Guerriero como editora. En La
uruguaya,
¿tuviste a algún editor detrás?
-La
uruguaya
lo escribí muy solo. Se lo mostré un poco a amigos uruguayos. Ellos
me corrigieron cosas como los nombres de las calles o ciertas
expresiones que los uruguayos no usan. Eso fue muy importante porque
yo necesitaba ese aval. Una cosa es la mirada de un argentino en
Uruguay, pero otra cosa es una uruguaya allá. Esa no podía fallar.
-Y
cuando trabajaste con Leila, ¿eras permeable a sus sugerencias?
-Fue
un lujo trabajar con ella. Yo le mandé un montón de textos a los
que le venía dando vueltas, para ver cómo era ese libro que quería
hacer. Primero le había puesto de título El
señor de abajo,
después Pedro
y el lobo.
Le metía de todo adentro, hasta pornosonetos. Cuando se lo mandé a
Leila, ella empezó a sacar de todos lados y encontró muy bien en
ese conglomerado cuáles eran los textos que formaban el libro.
Además, me hizo escribir cosas nuevas. Cuando tenés un buen editor,
es invaluable la posibilidad de escucharlo.
-Este
estilo de libros como Maniobras
de evasión
o El
equilibrista,
¿te representan mejor?
-La
No
ficción
es claramente más autobiográfica. Maniobras
de evasión
tiene algo de biografía de manera involuntaria. En La
uruguaya
hay un montón de cosas mías, pero hay otro tanto que son
inventadas.
-Decís
que en La
uruguaya
también hay mucho de autorreferencial. ¿Pagaste algún costo por
eso?
-La
familia te mira un poco entre alarmada y asustada, aunque uno tiene
que dejar bien en claro que es ficción. Pero como te conocen y ven
que se superpone tu vida con la del personaje, les parece
inquietante. De todos modos, a la única persona que le tengo que
rendir cuentas es a mi mujer. Es muy interesante cómo se mueve la
curiosidad del lector por lo autobiográfico y también el
exhibicionismo del autor. Es un ida y vuelta totalmente legítimo.
Uno, como lector, termina de construir al autor con los pedacitos de
su vida que conoce. Me parece bien que el lector invente al
escritor. Mi mamá, por ejemplo, estaba enamorada de Albert Camus.
Estoy seguro que el Albert Camus que ella imaginaba era distinto del
mío. De la misma manera, uno como autor se exhibe y se oculta, hay
una relación un poco histérica entre ambos. A mí me parece
totalmente legítima la lectura del voyeur porque al fin y al cabo
vos estás espiando una vida ajena. Por otra parte, creo que si uno
le pasa un resaltador flúo a las partes del libro que son verdad, lo
termina matando. Lo que realmente importa es si el libro es
verdadero, no si es autobiográfico o no.
-En
Twitter, hace muy poco dijiste que cuando no estás escribiendo, no
entendés cómo alguna vez fuiste capaz de escribir algo. En esos
momentos, ¿te paraliza más la falta de ideas o de voluntad?
-Las
dos cosas me paralizan. Es como en la música, a veces aparece la
inspiración y podés hacer canciones y a veces no sale nada. Siempre
me pregunto a qué obedece el músculo creativo. En ese sentido,
estoy de acuerdo con lo que dice la mayoría. Lo mejor es que la
inspiración te encuentre con las manos en el teclado. Escribir para
mí implica ir un poco más allá de las ganas que tenga de escribir.
Es decir, no sólo escribir cuando tengo ganas. Hay que sentarse y
bancarse la frustración de que las cosas no salgan como uno pensaba.
-Me
hablás de las canciones. ¿Estás componiendo música también?
-Estoy
haciendo canciones de modo muy amateur y no se las muestro a nadie.
-
¿Pero tenés la idea de mostrarlas más adelante o preferís que
mueran en tu cajón?
Quizás
dentro de unos años, si logro tocar y cantar un poco mejor, las
muestre en Youtube. Me doy cuenta de que no tengo talento musical.
Hay cosas que tengo que aprender que tienen que ver con el pulso, con
lo que llaman el groove
de la canción. Con las palabras sé controlar el pulso, sé cuál es
el pulso de La
Uruguaya.
Sé levantar algo en el aire con palabras y que le provoque algo a
otra persona. Con la música, todavía no puedo hacer eso.
-Dejemos
la música y volvamos a La
uruguaya,
¿De algún modo es la primera novela del cepo cambiario?
-Pareciera
que está muy fechada con algo que ya pasó. Pero Argentina es
cíclica y todas las maniobras con respecto al dólar van a seguir
existiendo siempre, esto del individuo tratando de zafar de las
medidas del Estado. En la literatura argentina, en general el Estado
es como un enemigo que te viene a poner a reglas. En la novela, Lucas
Pereyra no sólo quiere saltar por encima del cepo cambiario, sino
también del cepo matrimonial.
-Nombraste
al protagonista de la novela, ¿Se puede pensar a Lucas Pereyra como
una especie de álter ego tuyo que aparezca en otros libros?
-
Creo que no porque a mí me gustan más los libros que son universos
cerrados. Pero ahora que lo pienso, podría seguir en La
chilena , La brasilera o La cordobesa.
En realidad, en algún momento lo pensé, pero claramente como un
chiste.
-¿Y
te la imaginás llevada al cine?
-
Hay un interés muy vago en filmarla, pero no sé si yo participaría
mucho. El relato de la acción está contado en el libro, el problema
son los flashbacks y los flashforwards,
¿cómo los metés sin que cansen? Yo pienso de una manera muy visual
cuando escribo. Eso hace creer que mis libros son fáciles de llevar
al cine, pero no estoy tan seguro de que sean materia cinematográfica
tan directa. Igual, prefiero que los libros primero tengan su vida
como libro porque una vez que se hace la película, ya no te podés
imaginar a los protagonistas sin la cara de los actores.
-¿Y
a qué actriz te imaginás como Guerra?
-
No tengo idea. Podría ser una chica medio rollinga.
-Con
respecto a las lecturas del libro, en Twitter compartiste un
comentario de alguien que te dijo que le ganaste al clonazepam,
alguien que leyó tu libro luego de haberse tomado una pastilla e
igual no se durmió. ¿Cómo tomás las críticas de las redes
sociales?
-Ese
me pareció el mejor elogio del mundo. Para mí es una experiencia
nueva ver el comentario casi minuto a minuto en redes sociales. Por
ahora me está gustando mucho. Por otra parte, me sorprenden las
lecturas y la posibilidad que te dan las redes de trabajar con la
periferia del libro: las canciones que aparecen, los papelitos de las
golosinas, algunas calles de Montevideo. Eso me parece muy
interesante y hace que los libros crezcan en otro sentido.
-¿Y
en general con las redes cómo te llevás? ¿Las ves como una pérdida
de tiempo?
-Un
poco sí, pero a la vez Twitter es una herramienta muy valiosa para
promocionar cosas. Todo lo referido a mis talleres y a los libros yo
lo pongo en Twitter y en mi blog. Los blogs ya no funcionan como red
social, pero todavía sirven como herramienta de publicación.
-Si
bien en La
Uruguaya
aparecen referencias a Onetti y Borges, hay muchas más referencias a
canciones y fenómenos de Youtube, como Tiranos
temblad,
¿con qué tuvo que ver esa decisión?
-Me
gustaba la idea de que hubiera un imaginario armado en base a idas y
vueltas de cosas que se mandan una mujer y un hombre por mail.
-Antes
hablábamos de cómo el lector termina construyendo al autor. En La
Uruguaya
aparece un personaje que se llama Enzo, que es inevitable asociarlo
con Elvio Gandolfo. Este personaje le dice a Lucas que esto de andar
con varias minas y ganar mucha guita no les sale porque les incomoda
la plusvalía. ¿Hay algo de eso en la elección de ser escritor?
-En
todo caso es una consecuencia fatal. Nadie dice no quiero tener guita
entonces voy a ser escritor. Igual, siempre hay gente dentro de la
escritura que tiene una mentalidad empresarial muy fuerte y escriben
libros que les hacen ganar mucha plata. En mi caso, sucede
esporádicamente que gano plata con los libros. Generalmente, cuando
cobro mis derechos de autor, me sirven para tapar baches. La verdad
es que no podría pensar el tema de la escritura vinculado todo el
tiempo a lo económico. Eso sí lo pensé con el periodismo y es muy
interesante porque muchas veces sacar a la literatura de un lugar de
pureza está muy bueno.
-
¿Y por qué dejaste de escribir tus columnas en Perfil?
-Me
di cuenta de que estaba por empezar a hacerlas mal, sin interés. Me
había agotado porque me exhibía mucho, usaba demasiado mis
debilidades personales y de alguna forma, ese generador se había
gastado. De todos modos, fueron cinco años, que no es poco tiempo.
Si bien no es que estaba toda la semana haciéndolas, tampoco las
escribía de taquito. Me identifico mucho con lo que hace Forn.
Cuando leés sus columnas, te das cuenta que él no hace otra cosa
que considera más importante y además hace estas notas. Al
contrario, sentís que está todo puesto ahí. A mí me gustaba mucho
eso. De las mías, algunas no salían y otras quedaban mejor, pero me
daba cuenta de que estaba poniendo demasiada intensidad de escritura
ahí. Por eso, cuando vi el libro armado, sentí que se había
terminado el ciclo.
-Volvamos
a la novela. En un pasaje del libro, Lucas dice que la plata marcó
su forma de hablar, su lengua. Hace un tiempo lo entrevisté a
Alejandro Zambra y él me decía que un escritor siempre termina
interrogando a su propia clase. ¿Vos también pensás que es
inevitable terminar escribiendo para los de tu misma clase?
-A
mí me interesa mostrar ciertos tics de clase, que los personajes
muestren de dónde vienen. Una cosa es para dónde se van las ramas,
pero me parece importante saber cuáles son las raíces. ¿De qué
está hecho?, ¿qué le enseñaron?, ¿qué relación tiene con su
clase?, ¿Se camufla cuando está con otros?, ¿le da orgullo?, ¿le
da vergüenza? Cuestionar eso vuelve interesante la vida de un
personaje. Hay un texto de Lamberti en el que el protagonista se va
al Malba y se cree mil. Después se sube a un ómnibus para volver a
Córdoba y piensa: “claramente soy esta gente que se vuelve a
Córdoba”. Lo interesante es poder dar un paso al costado y mirarte
a vos mismo. Poder mostrar la debilidad de los personajes, pero sin
juzgarlos. Chéjov dice que hay que perdonar al personaje, incluso
cuando es culpable. Aunque el personaje sea desagradable, uno siempre
tiene que mostrar el otro lado.
-Lucas
es un tipo que, como canta la canción de Cabrera, “está en la
lona” y a la vez no se entiende bien qué es lo espera de la
literatura. En tu caso, después de varios libros, ¿sabés qué
esperás?
-A
mí lo que me pasa es que cuando no escribo me pongo muy tóxico. La
literatura a mí me permite convertir las experiencias buenas y malas
en algo. En cambio, cuando no estoy escribiendo, veo que todo está
mal. Ahora ya me conozco, pero igual lo sigo haciendo. Si pienso un
poco más, tal vez lo que espero de la escritura es que me ayude a
vivir a mí y que también ayude al lector. No como un libro de
autoayuda, sino que le sirva para darse cuenta de que su vida es
importante. Gracias a los escritores, a los veinte años aprendí que
en las situaciones horribles de la vida cotidiana -la cola de un
banco, una sala de espera- también había algo; que hay que ser
consciente de la infinita riqueza que hay en la experiencia; que todo
se puede escribir. Eso me produjo una revelación que no termina
nunca. Lo que me gustaría es que el lector, después de leer algo
mío, sienta que su mirada se transformó; que mire su propia vida y
se dé cuenta de que es interesante.
-¿Y
la repercusión te importa?
-Me
importa, pero no tanto. Como vengo del ámbito de la poesía, si
salta un poco más allá del circuito familia y amigos, ya me parece
que está bien.
Publicada originalmente en la Revista Quid, agosto 2016.
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