Nando Varela Pagliaro
En Hasta que puedas
quererte solo (Alfaguara), Pablo Ramos estructura su relato a partir del
Programa de los Doce Pasos de Alcohólicos Anónimos y con una potencia literaria
desgarradora describe cuánto duele descender al infierno de las adicciones. Sin
guardarse nada y con una mirada profunda, revela desde adentro lo que la droga
da y sobre todo, lo que quita.
Este
libro me costó muchas recaídas de mi hermano y mías. Por eso tardé tanto en
publicarlo. No estaba seguro si estaba haciendo algo valioso o estaba
escrachando a mucha gente que quiero. Antes de que se publique, hablé con las
personas y leyeron las crónicas. Incluso, les propuse que se eligieran otro
nombre, pero ninguno quiso. Ellos sienten que el libro les dio una voz y están
tan contentos que hasta se lo regalan a otros diciéndoles que están adentro del
libro. Además, no elegí gente que tomaba merca y salía a robar, sino que escribí sobre los que se drogaban porque
buscaban calmar un dolor.
Cuando
la realidad es dura y muy significativa, al transformarla en ficción corrés el
riesgo de prostituirla. Si la ficción que lográs es menor de lo que fue la
realidad, no tiene sentido. Por eso, estas crónicas merecían que llevaran mi
nombre real porque toda la gente sobre la que escribo, también figura con su
nombre real.
Me
expuse tanto que en la tapa hasta puse una foto mía con mi hermano. Yo soy el
más rubiecito de los dos nenes. Mis piernas no logran verse en la foto porque
falló la cámara. Como si el destino ya lo supiera, van a andar un solo camino y
uno va a ser la sombra del otro. Cuando mi hermano está bien, yo estoy mal y
cuando yo estoy bien, mi hermano está mal. Por otra parte, este libro, de algún
modo, reivindica la figura de mi padre que traté con tanta dureza en La ley de la ferocidad.
Empecé
a tomar porque tenía dos laburos y quería quedarme despierto para poder leer o
escribir. Durante dos años leí como un loco. Leía más de seis horas por día.
Por suerte en esa época no podía comprar diez gramos de cocaína, compraba solo
uno. Después la adicción te va atrapando y entonces terminé como terminé. La
droga no da nada, la droga hace olvidar lo que falta. Tapa una gotera que se hace
cada vez más grande. El que se droga tiene fe en la droga. Lo que te pide el
programa de los doce pasos es cambiar esa fe hacia otro lado porque estás con
el Dios equivocado.
No
me preocupan las etiquetas. El otro día me llamó un tipo de una radio y para
presentarme dice: “vamos a hablar con Pablo Ramos, adicto, también guionista”.
Ni escritor dijo. Cuando termino de escuchar la presentación, el tipo repetía:
“Hola, ¿se escucha?” Y yo no decía nada. A los segundos le respondo: “Disculpá,
lo que pasa es que me estaba inyectando. Lo primero que hago es inyectarme
heroína porque antes que nada soy es un adicto, ¿no?”. El tipo me pide perdón y
que le cuente mi novela. “Te cuento”, le digo y empecé a hablarle de La ley de la ferocidad. Hasta que me
canso: “Para la próxima, aunque sea, sacale el nylon y leé la contratapa para
hacerme una entrevista”. Que ese tipo me rotule, me importa muy poco. Me podría
llegar a preocupar algún enemigo literario que tengo, pero tampoco me preocupa
porque el libro se sostiene. La prueba es que la primera edición se agotó sin
hacer ni una sola nota de prensa.
No
soy un desesperado. Empecé a publicar en el 2004 y tengo siete libros buenos. Se
puede decir que ya soy un escritor con obra. Lo que me da miedo es el futuro;
es hacer un libro malo. Pero tengo cinco o seis lectoras de confianza a las que
escucho siempre. Creo mucho en mi editora, en la gente de Alfaguara, que me
trata como un rey. En ese sentido, tengo bastante suerte. Todo el mundo siempre
piensa que una editorial grande es solamente una multinacional y sí es una
multinacional, pero a mí me tratan como un rey y eso no pasa en todos lados.
Además, seamos sinceros: qué escritor no quiere publicar en una editorial
grande.
Desde
El origen de la tristeza a hoy cambié
mucho como escritor. Cambió mi idea de la función de los personajes; mi idea
del lenguaje, de la estructura. Fui evolucionando y todavía tengo mucho para
evolucionar. Ahora creo que entiendo cómo se cuenta y para qué se cuenta una
historia. Mi relación entre la historia y la realidad también es otra. Me ayuda
mucho dar talleres, me hace pensar en literatura. Ahora, con la colaboración de
los alumnos, estamos escribiendo un libro que se va a llamar La arquitectura de la mentira, en el que
quiero asentar algunas teorías. La idea de que realmente escribir es civilizar
el dolor. Realmente creo en Santa Teresa como en nada, en esto que siempre repito que “las palabras
llevan a las acciones, alistan el alma, la ordenan y la mueven hacia la
ternura” o en lo que dijo Sartre sobre que “un escritor dinamita su vida y
construye con los escombros de su biografía los ladrillos de su literatura”. La
diferencia entre un escombro y un ladrillo, se llama civilización.
Publicado originalmente en La Nación, agosto 2016.
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