Nando
Varela Pagliaro
Pedro
Mairal estuvo mucho tiempo sin publicar una novela. De Salvatierra
a La
Uruguaya pasaron
cerca de diez años. Sin embargo, en esa “década ganada” se
dedicó a escribir cientos de columnas para diarios y revistas de
distintos países. Muchas de ellas fueron recopiladas en sus libros
El
Equilibrista
y Maniobras
de evasión.
Su regreso al género, no pudo ser más celebrado. Desde su
publicación, por las redes sociales, circulan a diario comentarios
muy elogiosos sobre la nueva novela del autor de Una
noche con Sabrina Love.
Es que La
uruguaya
es un libro redondo; con una dosis pareja de humor y melancolía,
pero sobre todo con un ritmo y una fluidez en la narración que hace
que se lea de una sentada. Como escribió Tamara Tenenbaum, “La
uruguaya
te deja con la sangre caliente, como una montaña rusa o una vacuna,
cosas que se terminan antes de que puedas pensar en lo que estabas
haciendo”.
-Siempre
decís que te sentás a escribir cuando tenés una idea que resuena
mucho en tu cabeza. Junto a la idea, ¿también tenés el final?
-Tengo
una intuición de final, pero no sé exactamente cómo va a ser. A
veces, los libros terminan antes o después de lo que pensaba en una
primera instancia. Casi siempre es antes, porque el final se intuye.
En El
Sur,
Borges dice: “Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso
no sabrá manejar, y sale a la llanura”. Ya entendés que va a
morir apuñalado, pero Borges no lo dice porque no hace falta. Los
finales, muchas veces, suceden adentro de la cabeza del lector. Eso
me parece que es efectivo porque es el lector y no el autor el que
termina el libro.
-Y
en La
uruguaya,
¿cómo fue el proceso de escritura?
-Fueron
más o menos tres meses de escritura. Me despertaba a las seis de la
mañana y me sentaba a escribir hasta las ocho, que tenía que llevar
a mi hija al jardín, después corregía un poco a la tarde. Tuve que
quitarle horas al sueño porque me cuesta escribir con el día
funcionando a pleno. Lo que hacía, para no distraerme, era
desenchufar el Wifi. En una hoja al costado, ponía las cosas que se
me ocurrían para buscar en Google, así evitaba entrar todo el
tiempo en Internet.
-En
Maniobras
de evasión,
el libro que salió unos meses antes que La
uruguaya,
decís que “escribir siempre es algo que va a suceder mejor, más
adelante”. ¿Cuán importante es la reescritura en tu forma de
trabajar?
-Mi
manera de escribir en cierta forma tiene algo de rulo. Avanzo de la
“A” a la “F”. Y al otro día, cuando vuelvo a sentarme, leo
desde la “C” hasta donde escribí y arranco otra vez. Me gusta
que el texto tenga una continuidad. También me gustan los saltos de
tono, pero eso lo busco con los diálogos o con los cambios de
capítulos.
-Maniobras
de evasión
lo trabajaste con Leila Guerriero como editora. En La
uruguaya,
¿tuviste a algún editor detrás?
-La
uruguaya
lo escribí muy solo. Se lo mostré un poco a amigos uruguayos. Ellos
me corrigieron cosas como los nombres de las calles o ciertas
expresiones que los uruguayos no usan. Eso fue muy importante porque
yo necesitaba ese aval. Una cosa es la mirada de un argentino en
Uruguay, pero otra cosa es una uruguaya allá. Esa no podía fallar.
-Y
cuando trabajaste con Leila, ¿eras permeable a sus sugerencias?
-Fue
un lujo trabajar con ella. Yo le mandé un montón de textos a los
que le venía dando vueltas, para ver cómo era ese libro que quería
hacer. Primero le había puesto de título El
señor de abajo,
después Pedro
y el lobo.
Le metía de todo adentro, hasta pornosonetos. Cuando se lo mandé a
Leila, ella empezó a sacar de todos lados y encontró muy bien en
ese conglomerado cuáles eran los textos que formaban el libro.
Además, me hizo escribir cosas nuevas. Cuando tenés un buen editor,
es invaluable la posibilidad de escucharlo.
-Este
estilo de libros como Maniobras
de evasión
o El
equilibrista,
¿te representan mejor?
-La
No
ficción
es claramente más autobiográfica. Maniobras
de evasión
tiene algo de biografía de manera involuntaria. En La
uruguaya
hay un montón de cosas mías, pero hay otro tanto que son
inventadas.
-Decís
que en La
uruguaya
también hay mucho de autorreferencial. ¿Pagaste algún costo por
eso?
-La
familia te mira un poco entre alarmada y asustada, aunque uno tiene
que dejar bien en claro que es ficción. Pero como te conocen y ven
que se superpone tu vida con la del personaje, les parece
inquietante. De todos modos, a la única persona que le tengo que
rendir cuentas es a mi mujer. Es muy interesante cómo se mueve la
curiosidad del lector por lo autobiográfico y también el
exhibicionismo del autor. Es un ida y vuelta totalmente legítimo.
Uno, como lector, termina de construir al autor con los pedacitos de
su vida que conoce. Me parece bien que el lector invente al
escritor. Mi mamá, por ejemplo, estaba enamorada de Albert Camus.
Estoy seguro que el Albert Camus que ella imaginaba era distinto del
mío. De la misma manera, uno como autor se exhibe y se oculta, hay
una relación un poco histérica entre ambos. A mí me parece
totalmente legítima la lectura del voyeur porque al fin y al cabo
vos estás espiando una vida ajena. Por otra parte, creo que si uno
le pasa un resaltador flúo a las partes del libro que son verdad, lo
termina matando. Lo que realmente importa es si el libro es
verdadero, no si es autobiográfico o no.
-En
Twitter, hace muy poco dijiste que cuando no estás escribiendo, no
entendés cómo alguna vez fuiste capaz de escribir algo. En esos
momentos, ¿te paraliza más la falta de ideas o de voluntad?
-Las
dos cosas me paralizan. Es como en la música, a veces aparece la
inspiración y podés hacer canciones y a veces no sale nada. Siempre
me pregunto a qué obedece el músculo creativo. En ese sentido,
estoy de acuerdo con lo que dice la mayoría. Lo mejor es que la
inspiración te encuentre con las manos en el teclado. Escribir para
mí implica ir un poco más allá de las ganas que tenga de escribir.
Es decir, no sólo escribir cuando tengo ganas. Hay que sentarse y
bancarse la frustración de que las cosas no salgan como uno pensaba.
-Me
hablás de las canciones. ¿Estás componiendo música también?
-Estoy
haciendo canciones de modo muy amateur y no se las muestro a nadie.
-
¿Pero tenés la idea de mostrarlas más adelante o preferís que
mueran en tu cajón?
Quizás
dentro de unos años, si logro tocar y cantar un poco mejor, las
muestre en Youtube. Me doy cuenta de que no tengo talento musical.
Hay cosas que tengo que aprender que tienen que ver con el pulso, con
lo que llaman el groove
de la canción. Con las palabras sé controlar el pulso, sé cuál es
el pulso de La
Uruguaya.
Sé levantar algo en el aire con palabras y que le provoque algo a
otra persona. Con la música, todavía no puedo hacer eso.
-Dejemos
la música y volvamos a La
uruguaya,
¿De algún modo es la primera novela del cepo cambiario?
-Pareciera
que está muy fechada con algo que ya pasó. Pero Argentina es
cíclica y todas las maniobras con respecto al dólar van a seguir
existiendo siempre, esto del individuo tratando de zafar de las
medidas del Estado. En la literatura argentina, en general el Estado
es como un enemigo que te viene a poner a reglas. En la novela, Lucas
Pereyra no sólo quiere saltar por encima del cepo cambiario, sino
también del cepo matrimonial.
-Nombraste
al protagonista de la novela, ¿Se puede pensar a Lucas Pereyra como
una especie de álter ego tuyo que aparezca en otros libros?
-
Creo que no porque a mí me gustan más los libros que son universos
cerrados. Pero ahora que lo pienso, podría seguir en La
chilena , La brasilera o La cordobesa.
En realidad, en algún momento lo pensé, pero claramente como un
chiste.
-¿Y
te la imaginás llevada al cine?
-
Hay un interés muy vago en filmarla, pero no sé si yo participaría
mucho. El relato de la acción está contado en el libro, el problema
son los flashbacks y los flashforwards,
¿cómo los metés sin que cansen? Yo pienso de una manera muy visual
cuando escribo. Eso hace creer que mis libros son fáciles de llevar
al cine, pero no estoy tan seguro de que sean materia cinematográfica
tan directa. Igual, prefiero que los libros primero tengan su vida
como libro porque una vez que se hace la película, ya no te podés
imaginar a los protagonistas sin la cara de los actores.
-¿Y
a qué actriz te imaginás como Guerra?
-
No tengo idea. Podría ser una chica medio rollinga.
-Con
respecto a las lecturas del libro, en Twitter compartiste un
comentario de alguien que te dijo que le ganaste al clonazepam,
alguien que leyó tu libro luego de haberse tomado una pastilla e
igual no se durmió. ¿Cómo tomás las críticas de las redes
sociales?
-Ese
me pareció el mejor elogio del mundo. Para mí es una experiencia
nueva ver el comentario casi minuto a minuto en redes sociales. Por
ahora me está gustando mucho. Por otra parte, me sorprenden las
lecturas y la posibilidad que te dan las redes de trabajar con la
periferia del libro: las canciones que aparecen, los papelitos de las
golosinas, algunas calles de Montevideo. Eso me parece muy
interesante y hace que los libros crezcan en otro sentido.
-¿Y
en general con las redes cómo te llevás? ¿Las ves como una pérdida
de tiempo?
-Un
poco sí, pero a la vez Twitter es una herramienta muy valiosa para
promocionar cosas. Todo lo referido a mis talleres y a los libros yo
lo pongo en Twitter y en mi blog. Los blogs ya no funcionan como red
social, pero todavía sirven como herramienta de publicación.
-Si
bien en La
Uruguaya
aparecen referencias a Onetti y Borges, hay muchas más referencias a
canciones y fenómenos de Youtube, como Tiranos
temblad,
¿con qué tuvo que ver esa decisión?
-Me
gustaba la idea de que hubiera un imaginario armado en base a idas y
vueltas de cosas que se mandan una mujer y un hombre por mail.
-Antes
hablábamos de cómo el lector termina construyendo al autor. En La
Uruguaya
aparece un personaje que se llama Enzo, que es inevitable asociarlo
con Elvio Gandolfo. Este personaje le dice a Lucas que esto de andar
con varias minas y ganar mucha guita no les sale porque les incomoda
la plusvalía. ¿Hay algo de eso en la elección de ser escritor?
-En
todo caso es una consecuencia fatal. Nadie dice no quiero tener guita
entonces voy a ser escritor. Igual, siempre hay gente dentro de la
escritura que tiene una mentalidad empresarial muy fuerte y escriben
libros que les hacen ganar mucha plata. En mi caso, sucede
esporádicamente que gano plata con los libros. Generalmente, cuando
cobro mis derechos de autor, me sirven para tapar baches. La verdad
es que no podría pensar el tema de la escritura vinculado todo el
tiempo a lo económico. Eso sí lo pensé con el periodismo y es muy
interesante porque muchas veces sacar a la literatura de un lugar de
pureza está muy bueno.
-
¿Y por qué dejaste de escribir tus columnas en Perfil?
-Me
di cuenta de que estaba por empezar a hacerlas mal, sin interés. Me
había agotado porque me exhibía mucho, usaba demasiado mis
debilidades personales y de alguna forma, ese generador se había
gastado. De todos modos, fueron cinco años, que no es poco tiempo.
Si bien no es que estaba toda la semana haciéndolas, tampoco las
escribía de taquito. Me identifico mucho con lo que hace Forn.
Cuando leés sus columnas, te das cuenta que él no hace otra cosa
que considera más importante y además hace estas notas. Al
contrario, sentís que está todo puesto ahí. A mí me gustaba mucho
eso. De las mías, algunas no salían y otras quedaban mejor, pero me
daba cuenta de que estaba poniendo demasiada intensidad de escritura
ahí. Por eso, cuando vi el libro armado, sentí que se había
terminado el ciclo.
-Volvamos
a la novela. En un pasaje del libro, Lucas dice que la plata marcó
su forma de hablar, su lengua. Hace un tiempo lo entrevisté a
Alejandro Zambra y él me decía que un escritor siempre termina
interrogando a su propia clase. ¿Vos también pensás que es
inevitable terminar escribiendo para los de tu misma clase?
-A
mí me interesa mostrar ciertos tics de clase, que los personajes
muestren de dónde vienen. Una cosa es para dónde se van las ramas,
pero me parece importante saber cuáles son las raíces. ¿De qué
está hecho?, ¿qué le enseñaron?, ¿qué relación tiene con su
clase?, ¿Se camufla cuando está con otros?, ¿le da orgullo?, ¿le
da vergüenza? Cuestionar eso vuelve interesante la vida de un
personaje. Hay un texto de Lamberti en el que el protagonista se va
al Malba y se cree mil. Después se sube a un ómnibus para volver a
Córdoba y piensa: “claramente soy esta gente que se vuelve a
Córdoba”. Lo interesante es poder dar un paso al costado y mirarte
a vos mismo. Poder mostrar la debilidad de los personajes, pero sin
juzgarlos. Chéjov dice que hay que perdonar al personaje, incluso
cuando es culpable. Aunque el personaje sea desagradable, uno siempre
tiene que mostrar el otro lado.
-Lucas
es un tipo que, como canta la canción de Cabrera, “está en la
lona” y a la vez no se entiende bien qué es lo espera de la
literatura. En tu caso, después de varios libros, ¿sabés qué
esperás?
-A
mí lo que me pasa es que cuando no escribo me pongo muy tóxico. La
literatura a mí me permite convertir las experiencias buenas y malas
en algo. En cambio, cuando no estoy escribiendo, veo que todo está
mal. Ahora ya me conozco, pero igual lo sigo haciendo. Si pienso un
poco más, tal vez lo que espero de la escritura es que me ayude a
vivir a mí y que también ayude al lector. No como un libro de
autoayuda, sino que le sirva para darse cuenta de que su vida es
importante. Gracias a los escritores, a los veinte años aprendí que
en las situaciones horribles de la vida cotidiana -la cola de un
banco, una sala de espera- también había algo; que hay que ser
consciente de la infinita riqueza que hay en la experiencia; que todo
se puede escribir. Eso me produjo una revelación que no termina
nunca. Lo que me gustaría es que el lector, después de leer algo
mío, sienta que su mirada se transformó; que mire su propia vida y
se dé cuenta de que es interesante.
-¿Y
la repercusión te importa?
-Me
importa, pero no tanto. Como vengo del ámbito de la poesía, si
salta un poco más allá del circuito familia y amigos, ya me parece
que está bien.
Publicada originalmente en la Revista Quid, agosto 2016.
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