viernes, 28 de marzo de 2014

A nadie le importa un escritor


Por Nando Varela Pagliaro

A fines del año pasado publicó  “La supremacía Tolstoi”, en el que reúne una serie de ensayos sobre temas que cruzan la literatura con la vida cotidiana. Su contenido es tan variado como lo son sus intereses. Hay ensayos dedicados a V. S. Naipaul, a Luis Alberto Spinetta, a Coetzee, a Roger Waters, a Tolstoi, a San Lorenzo y a su perra Rita. En un perfil que escribió Leila Guerriero sobre él, Casas hablaba de un poeta que se llama Hofmannsthal. Este poeta decía que la fuerza del círculo vence a la muerte. El escritor de Boedo, como no le gusta que lo llamen, piensa que escribe sobre un círculo y ese círculo son su primo, sus hermanos, su papá y sus amigos.  Sobre las personas de ese círculo, pero también sobre el periodismo, Nirvana, el Karate, Spinetta, Fogwill, Holanda del 74 y el Barcelona de Messi,  hablamos en esta entrevista con quizás uno de los poetas más leídos de nuestro país.

-Cuando uno te lee da la sensación de que el barrio y los amigos de la infancia, estuvieron siempre presentes en vos, ¿cómo es que en ese mundo tan callejero, por decirlo de algún modo, aparecen los libros?

-Lo que pasa es que para mí no hay una diferencia entre la alta cultura y la baja cultura, sino que siempre estuvieron  cruzadas. Yo era una persona que vivía en un barrio, como casi todo el mundo, porque es difícil no vivir en un barrio. Toda la ciudad está cruzada por barrios. Salvo que vivas en el campo. Pero a su vez, mi viejo hacía teatro independiente y había estudiado Bellas Artes, entonces él ya tenía una formación de libros.  Además tenía a mi primo, que estaba en la pieza de adelante, que era de la JP y él era como muy antiguo en los años setenta.  También estaba mi padrino, que era una persona muy importante para mí y que vivía en mi casa. Éramos como una familia Ingalls, esas familias de las que ya cada vez hay menos, esas familias largas. Ahora las familias son cada vez más pequeñas. Esas familias largas eran muy productivas porque se juntaba un montón de gente y todos te estimulaban.  Para mí no existía una cultura de la escritura, como algo que te separaba de estar en la calle, de estar con los amigos, de jugar al fútbol o de otro millones de cosas que me estimulaban. Siempre estuvo todo mezclado.

-Muchas veces decís que preferís pensarte como lector antes que como escritor. Pedro Mairal también dice algo parecido, que cuando tiene que completar la tarjeta de embarque prefiere poner que es docente. ¿Por qué cuesta tanto asumirse como escritor?

-No, no es que cuesta tanto, sino que evidentemente yo me considero más un lector que un escritor. Leer, leo todo el tiempo, todos los días y muchos libros a la vez. En una época me preocupaba por si llevaba tranquilizantes en la cartera, cuando la pasaba mal. Ahora, en cambio, lo que pienso siempre es si tengo un libro. Siempre tengo libros y leo diferentes tipos de géneros. Pero por ejemplo, si alguien me prohibiera escribir,  me molestaría, porque siempre te molesta que te prohíban algo, pero no sería tan radical como lo que sentiría si me prohibieran leer. Si me prohibieran leer, yo creo que me enloquecería. Entonces, siempre me considero más un lector que un escritor. Es algo real y muy evidente. Yo escribo muy de vez en cuando y de a tirones. No soy una persona productiva en términos de que todos los días me levanto y tengo una hora para escribir. Tengo mi estudio en casa, en donde podría sentarme a escribir y sin embargo no tengo horas en las que estoy en el estudio. Ahora, por ejemplo, estoy más concentrado en criar a mi hija y en Karate. Son las dos cosas que más me interesan. Poder hacer karate, poder adelantar y aprender los cinturones. En cambio, para escribir dreno de a poco. Hace poco trabajé un guión con Lisandro Alonso. Para mí fue increíble porque era algo que nunca había hecho. Siempre busco hacer cosas que no sé hacer bien, como el karate. Entonces siento como que eso te empobrece y te obliga a agudizar tu ingenio. No tengo imaginación pero sí tengo ingenio. En ese sentido no es que me cueste o no asumirme como escritor porque por ejemplo, ahora que estoy hablando con vos, estoy hablando y soy un escritor. Leo lo que escribo y lo banco y eso está bueno. O cuando voy a un encuentro de  literatura o a otros lugares que me invitan, hablo como escritor y cuento mis experiencias, pero en realidad me considero más un lector. Además, me parece que muchas veces pensarte dentro de la literatura sí te impide escribir y eso es otra cosa. No es que tenga que ver con ser escritor o no, sino con pensarte dentro de la literatura y decir yo soy el escritor de Boedo, soy el escritor de la Argentina, soy el mejor, tengo que hacer esto o lo otro, eso me parece que es improductivo. Te impide escribir, como pensarte dentro de la filosofía te impide pensar. Cuando vos te liberás de esos esquemas, de lo que tiene que supuestamente estudiar un filósofo, yo creo que empezás a ser más creativo porque podés tomar de todas las disciplinas, podés afanar, mezclar, mestizar. Que es donde me parece que pasan las cosas más importantes. Si vos querés escribir periodismo, primero está bueno saber cómo se escribe una nota en prensa gráfica. Está bueno saberlo, pero después tenés que irte de eso, tenés que empezar a cruzarte, a mezclarte, a no pensar en todo eso porque sino te delimita.

-Ya hace muchos años que venís trabajando en Periodismo, ¿pensás que el hecho de  estar todo el tiempo en contacto con la escritura después es contraproducente para escribir tu propia literatura?

-No, para mí son dos disciplinas distintas. La literatura tiene que estar siempre en estado de pregunta y el periodismo siempre en estado de respuesta. El periodismo es el genio de la época, siempre tiene que responder todo y todo el tiempo. Igual, vos le podés hacer trampas a la matrix. De hecho, yo como lector he leído notas en Clarín o en otros medios más estandarizados donde el periodista hace trampas y te tramita información interesantísima. Por ahí le piden una boludez que tiene que hacer, una nota de agenda y el tipo ahí si es un crack, te hace una trampa y salta la matrix. Yo desde chico vengo leyendo a autores que me enriquecían en notas triviales de periodismo.

-Ahora que el Periodismo está tan en primer plano, ¿seguís a algún periodista?

-No soy tanto de seguir a periodistas ahora, pero en una época sí. Por ejemplo, Alejandro Caravario que ahora trabaja conmigo era un periodista que a mí me fascinaba lo que escribía y también me gusta su literatura.  Después hay todo un grupo de periodistas que se ubicó en un sitio de Internet que se llama Los Trabajos Prácticos, que a mí me gustan mucho, como Esteban Schmidt. Tal vez, no comparto la ideología de ellos porque para mí la ideología es algo que te impide pensar, te propicia para estupideces. Muchas veces me puede gustar lo que dicen, me puede encantar como escriben, pero no comparto completamente su aspecto ideológico. La gente quiere compartir todo y eso me parece que te reduce mucho. Spinetta es una persona que yo amaba y su música me parecía genial. Sin ninguna duda cambió mi vida completamente y hay un montón de cosas con las que no estoy de acuerdo y me parecía un idiota en lo que decía.

-Alguna vez llegaste a decir que para vos era un músico de derecha.

-Sí, para mí tiene un pensamiento de derecha, pero independientemente de todo eso es evidente que yo lo amaba y cambió mi vida. No el tipo porque no lo conocí, pero sí lo que él hacía.

- Una cosa es lo que hace y otra, a veces muy distinta, es su forma de pensar.

-Claro. Para mí lo que está bueno es no comprar paquetes completos, sino tener una relación intensa con una persona y decirle lo que pensás. Yo hace más de diez años vivo con mi mujer, la amo, tengo una hija y sin embargo hay un montón de cosas que no comparto con ella desde ningún punto de vista. Es una relación real, no una relación ideal. La relación ideal se acaba rápidamente. Aparte si vos te volvés muy accesible con las personas que querés, terminás gastando los vínculos.

-Volviendo a tu etapa de formación,  empezaste escribiendo en  la revista de poesía 18 Whiskys, junto con otros poetas de tu generación con los cuales también hacían una especie de taller literario. Teniendo en cuenta tu experiencia, ¿pensás que los talleres realmente sirven para formar a un escritor?

-Yo a los que quieren ser escritores muchas veces les digo que lean Anna Karenina. Después de leer Anna Karenina, seguro que si tenés que ser escritor, vas a ser escritor. Con esto lo que quiero decir es que el taller literario no puede hacer magia, pero sin duda hay algunos talleristas que pueden ayudar. Trabajar con otras personas y ver la escritura como algo colectivo y no individual me parece algo súper positivo. Para mí la literatura es colectiva, no es individual. Que vos puedas llevar tus textos y que lo puedan leer muchas personas y te los critiquen y que vos aprendas a convivir con la crítica. No que te hagan el diario de Yrigoyen, sino que te ataquen y que te hagan buscar tu voz extraña, no la voz más estereotipada.  Si eso se da en un taller, me parece muy positivo. Ahora, el taller que forma clones, que todos terminen escribiendo como el que da el taller y eso es algo que pasa muy a menudo también, eso sí es muy negativo. Igual, el que no va a ser escritor, no lo va a ser por más que vaya al taller o aunque viva con García Márquez. Pero evidentemente, si tenés el potencial, es algo que sin duda te va a ayudar. Es como ver jugar a Holanda. Si vos vas a ser escritor y ves jugar a Holanda de Cruyff, eso te va a ayudar. Siempre me preguntan cuál es el mejor comienzo de la literatura de todos los tiempos y yo digo que uno de los mejores comienzos es el comienzo de Alemania y Holanda del 74. Los holandeses la tocan todos y cuando la vuelve a tocar un alemán están adentro del arco. Eso para mí es uno de los grandes comienzos de todos los tiempos.

-Ya que nos metimos en el fútbol, ¿te gusta más cómo jugaba la selección de Holanda del 74 que el Barcelona de Messi?

-La verdad me gustan los dos. Lo que pasa es que a Holanda, quizás no lo pueda sacar del momento en que yo lo vi.  Porque yo veo al Barcelona y es algo que ya lo vi. Para mí la revolución del Barcelona es algo que empieza con Rinus Michels, que era el DT de Holanda del 74. En esa época Holanda, al igual que Argentina en literatura, no tenían una tradición fuerte. Eso también lo tematiza Borges en “El escritor argentino y la tradición”.  Cuando no tenés una tradición tan pesada con la que cargar, podés afanar de todas las tradiciones del mundo. Entonces, estás completamente libre. Podés ser un llorón y decir no tengo tradición, soy un idiota o potenciar eso como en el yudo, que usás la fuerza de los demás y decir, como no tengo tradición entonces le afano a todo el mundo. Eso fue lo que hizo Holanda. Al no tener una tradición fue a buscar su fútbol en la forma en que jugaban al Handball. Entonces en el Handball estás circulando, y en ese sentido fueron más abiertos. Los tipos se liberaron e hicieron cualquier cosa, enloquecieron. Lo que también reconozco es que en lo que supera Holanda al Barcelona es en que Cruyff era hermoso y las camisetas de los holandeses eran hermosas.

-¿Estéticamente eran más lindos?

-Lo superan, claro. Estéticamente eran más hermosos. La forma en que circulaban. Esa cosa de que podían ir con sus novias a las concentraciones y fumaban en el entretiempo. En eso Holanda tiene un plus que supera al Barcelona y Cruyff me parece un jugador descomunal. Messi es un crack que tiene a favor el presente, el prestigio del presente y a su vez Cruyff es un jugador que estaba en el futuro. Era algo que no se podía creer. Yo me acuerdo que una vez le pregunté a Perfumo, porque él lo tuvo que marcar, me dijo que lo intentó pero era un tipo que te enloquecía. Es como esa canción de Prince que dice “no soy un hombre ni una mujer, soy algo que no podés comprender”, eso le pasó a Perfumo. No sabía que hacer con eso.              

-Volviendo a la literatura, tu cuento “Ásterix, el encargado” lo corregiste durante más de diez años, ¿con la poesía también sos así de obsesivo o muchos de los primeros versos que escribís después quedan en el poema?

-No, a los poemas, por ejemplo,  los voy trabajando en partes separadas. Me acuerdo de un poema del libro “El salmón” que lo escribí como treinta veces. Lo escribía, lo escribía y lo miraba. Le tocaba alguna palabra, me sentía muy frustrado. Lo daba a leer, me lo devolvían y lo volvía a escribir, así que en algunos poemas, sí me pasa lo mismo. Y en los originales de los libros, que están escritos a mano. Porque la poesía  primero la escribo a mano y después corrijo. A veces hay pilas enormes en donde hay diez o doce versiones de cada poema.

-Cuando escribís narrativa o ensayos, ¿también escribís a mano?

-Narrativa a veces escribo a mano y a veces directamente en computadora. Por ejemplo, ahora un relato que estoy escribiendo está trabajado entre computadora y a mano. Depende mucho de cómo esté y en la situación que esté. Hay momentos que me dan ganas de escribir y por ahí estoy viajando, así que escribo a mano porque nunca viajo con la computadora. No viajo con computadora, no tengo celular, tengo celular sólo del trabajo, no tengo Blackberry , no tengo vida virtual.  Y cuando no estoy en mi trabajo o estoy de vacaciones, no chequeo ningún mail de nada. Soy medio raro en ese sentido.

- ¿Sos muy Holanda del 74?

Sí, es verdad, soy muy Holanda del 74. Soy de una generación que creció sin todo eso y al menos yo, no me enloquecí con esas cosas. Me parece que esas cosas te hacen perder mucha experiencia. Si vos estás con tu hijo y estás pasando un momento increíble y tenés que ir a twittear “estoy con mi hijo, estoy pasando un momento increíble”, me parece raro.

-En los recitales eso hoy es lo que más se ve. Hay más gente mirando lo que filman desde su celular que al recital en sí.

-Sí, es verdad. En vez de permitirte que eso que estás viendo quede en tu cabeza y muera con vos. Porque eso es acumular experiencia. La gente ya no tiene experiencias.

-Cuando empezaste a escribir decías que tus lectores imaginarios eran tus amigos de la infancia de Boedo. Ahora que tenés lectores reales, ¿eso cambió?

-Nunca pensé en los lectores, salvo en ese caso muy puntual, que era el origen de los relatos. Ahí yo pensaba que estaría bueno que tal amigo de Boedo lo leyera, pero nunca lo leen. No les interesa lo que yo escribo. Yo me encuentro con ellos a comer y no les importa nada. Entonces, digamos que esos lectores quedaron de lado. Y los lectores reales que aparecen, y aparecen un montón, son muy disímiles y yo no puedo imaginar de dónde van a venir. Pero para mí es un honor. Es algo muy gratificante que aparezca un lector y te diga “te leí, me gusta”, es algo genial y está buenísimo.

- ¿Pero de todos modos, no pensás en un lector a la hora de sentarte a escribir?

-No, no. Yo lo que pienso es que aparezca la voz extraña. Cuando escribo me doy cuenta de que primero aparece un voz que es la mía, la personal, la voz que yo identifico y lo que hago es tratar de trabajar en contra de eso.  Trato de buscar una voz, un relato, una forma de escritura que me interese para seguirla, que sea como una piedra en el zapato, que me genere incertidumbre, que me dé vergüenza. Una vez que siento eso, recién ahí empiezo a trabajar. Por eso estoy mucho tiempo con cada texto y no puedo firmar contratos. Porque yo no escribo una novela por año, ni trabajo de esa manera ni lo voy a poder hacer nunca.  Porque por ahí estoy diez años con un cuento y eso para una editorial es improductivo.
  
-Antes hablabas de tu falta de imaginación, decías que como no tenés imaginación siempre terminás apelando a lo mismos temas. De hecho muchos de los personajes que aparecen en tus libros son reales: tu hermano, tu papá, tu padrino. ¿Cómo toman ellos verse en tus relatos?

-Mis personajes surgen de algo real, pero en realidad no lo son. Por ejemplo, Ásterix tiene un origen real. Fue real, pasó. Al portero del edificio donde yo vivía lo habían acusado de matar a dos personas y era mi amigo. Durante diez años lo que me pasó fue que esa personalidad que era real, el nombre real, que no era ni Ásterix el nombre de él ni físicamente era igual al que yo relato, era tan fuerte para mí que no me permitía ficcionalizarlo. Entonces, tiene que pasar que en algún momento eso que origina la experiencia se mueva a una musiquita y yo lo pueda escribir. Tiene que dejar de ser la persona real. Mi papá es mi papá, pero cuando yo lo empiezo a trabajar para poder escribirlo, tiene que mutar en otra cosa. Porque si se convierte mucho en mi papá no me deja escribir. Quedo esclavo de lo que es él.

-Pero cuándo ellos se ven dentro del libro, ¿te ponen algún límite o sos vos el que se pone algún límite?

-Hay un cuento que se llama “La mortificación ordinaria” que habla de un tipo de la JP que es un Montonero y tiene el mismo nombre de mi primo y la historia que cuento es la de mi primo. No lo que pasa, pero su historia vital sí es y a él no le gustó. No es que no le gustó, sino que lo afectó mucho cuando salió. Es un cuento medio oscuro. Yo construí una ficción pero el pasado de su personaje es lo que es él y para mí es un homenaje a él y a esa juventud que fue increíble. La juventud de izquierda, no solamente la JP, sino toda la juventud de izquierda que en los setenta puso el cuerpo para cambiar las cosas.

-Alguna vez hiciste referencia al territorio, al escritor y el país, decías que la etiqueta de escritor argentino mucho no te cierra.  En una vieja entrevista también declaraste que preferías pensarte como un patriota, pero del barrio de Boedo. ¿Cuán importante creés que es encontrar un territorio a nivel literario? ¿Imaginás tu literatura fuera de Boedo, por ejemplo?

Yo trabajo sobre el barrio ese porque no tengo imaginación, sino hubiese construido otro barrio. Yoknapatawpha como construyó Faulkner. En definitiva aunque sean barrios ficcionales, lo que construyen estos escritores es evidentemente el lugar donde van a situar sus historias. En ese sentido, para ese tipo de escritor, fue importante porque fueron escritores que de alguna manera necesitaban tener una ubicación territorial, como hasta ahora está demostrado que lo necesito yo. Pero el futuro, mañana es mejor. Por ahí hago otra cosa. Nunca trato de determinarme por las cosas que digo porque terminás discutiendo con tu propio grito. Decís una cosa y después quedás esclavo de lo que dijiste. Yo te diría que hasta ahora fue funcional, productivo, situar las historias en determinado lugar, pero cuando me empiezan a llamar y me dicen: che, ¿vos sos el escritor de Boedo? Vení a Boedo para hacer tal cosa. Yo digo que no soy el escritor de Boedo, no tengo una inmobiliaria en Boedo, no me interesa vender los lugares de ahí. Yo vivía ahí y escribí las historias porque no las podía situar en un lugar ficticio porque no lo inventé, no me dio la cabeza o no me interesó. Creo que hay determinados escritores que necesitan eso y hay escritores que no. Beckett, que es un escritor que yo admiro mucho, que me parece genial. Aunque él es irlandés y todo lo que le pasó con Irlanda. De hecho él fue pedido por la resistencia francesa y después volvió a su país, porque estaba su madre ahí, pero sus historias no se sabe dónde pasan. Molloy u otras novelas de él no tienen una ubicación. Uno puede encontrar, a veces por la forma de hablar, cosas que pueden ser típicas de Irlanda, pero no sabés dónde pasan. Entonces, para él, ese especie de territorio difuso le fue funcional. En cambio en Proust sí. La campiña donde el creció para él es impotante. Para García Marketing todo Macondo, Comala para Rulfo o Santa María para Onetti.

-Cuando hablamos de tus lectores, me dijiste que tus amigos de la infancia no te leen. En cambio Fogwill sí te leía. Tengo entendido que él era uno de tus primeros lectores. Ahora que ya no está, además de extrañarlo como amigo, ¿lo extrañás como lector?

-No, yo lo extraño como amigo.  No lo extraño ni como lector ni como escritor. Yo lo que extraño es la voz de él. Él me llamaba una vez por mes y cuando mi mujer estaba embarazada me llamaba todas las semanas para saber cómo iba el embarazo. No lo veía todos los días porque era muy intenso y lo quería matar cuando lo veía todos los días, pero por ahí cada quince días o una vez por mes nos encontrábamos. También viajamos juntos. En una época, antes de que naciera mi hija, estuvimos de vacaciones en el mar con los hijos de él y mi mujer. Yo extraño eso. Extraño a mi amigo, a la persona real. Los libros de él ya los leí. Hay autores que yo leo y me gustan mucho y no me importa conocerlos. Lo que extraño es la persona. Se extraña eso y la voz. De las personas que no están, de mis seres queridos, por ejemplo, José Luis Mangieri, que era mi editor de Tierra Firme, que fue una persona muy importante para mí, lo que más extraño es la voz. Creo que es eso lo que más extraño, porque la voz es lo que vuelve siempre. Extraño el tono, las cosas que te decían. Ni siquiera es que los recuerdo en algunos lugares por los que paso. Yo recuerdo la voz, es raro, pero recuerdo eso.

-Recién nombraste a José Luis Mangieri, tu primer editor. ¿El hecho de arrancar publicando poesía pensás que te ayudó a que no te pese tanto el dilema tiempo- obra publicada?

-Para mí fueron productivas dos cosas, primero que empecé escribiendo poesía y como a nadie le importa nada de eso, me permitió trabajar cada libro durante siete u ocho años con mucha tranquilidad. Después que soy un escritor y en este país a nadie le importa un escritor y eso para mí está buenísimo. El escritor no ocupa ningún lugar, no tiene ninguna incidencia. En otros países, por ejemplo en Francia, los escritores conocidos o que tienen cierta repercusión, son como culones, son Voltaire. Sus opiniones se debaten y entonces el escritor deja de escribir y se convierte en un idiota, en un culón. En Argentina hay escritores que pueden creer que son eso, pero es tan evidente y tan estúpido que no tiene consistencia.  Entonces, como desde tu país no recibís un lugar importante, a mí me parece muy productivo porque eso lo único que hace es que no estés pensando en boludeces y que te concentres en escribir, que hagas literatura, que escribas.

-Durante un tiempo dijiste que para vos fue salvador el hecho de que no hayan reparado en vos a nivel literario. ¿Extrañás algo de esa época ahora que sí tenés lectores?

-No, porque independientemente de los lectores, a mí en mi vida no me conoce nadie. Yo voy en colectivo, voy en subte. Esporádicamente aparece algún lector que me saluda y me parece genial, pero después no siento nada más. Lo que siento es buena onda de personas que te escriben o te proponen cosas. Como cuando me llamó Lisandro Alonso para hacer una película. Yo era súper fan de él y me pareció genial. Después, encima descubrí que es una persona increíble, así que mejor. No siento mucho el cambio porque mi vida no cambió. No me pasó algo como lo que le puede pasar a un boxeador que después termina saliendo con una vedette. Tengo la misma vida de siempre. Trabajo ocho o nueve horas. Estoy con mi hija a la mañana. Voy a Karate como iba siempre. Estoy con mis amigos y a la mayoría de ellos ni les interesa lo que yo escribo.

-¿Y no te sentís presionado por esos lectores para tener que publicar?

-No, en lo que sí pienso es en cómo me gustaría trabajar tal o cual cosa que quisiera escribir. Ahora, por ejemplo, volví a escribir poesía y la voy escribiendo en las últimas páginas de los libros que leo. Termino teniendo todo separado y después tengo que buscarlo para trabajar en eso. Pero la verdad es que este proceso se activó siempre en mí. Igual, siendo totalmente sincero, tengo una vida absolutamente normal y no percibo ningún tipo de mirada que me esté encima como para que me obligue a hacer algo. En ese sentido estoy muy relajado.

-Yendo para atrás, cerca de los veinte años hiciste un viaje de mochilero, ¿qué pensás que te aportó ese viaje a nivel personal y literario?

-Me dio experiencia y me convirtió en una persona sin miedo social. No tengo miedo de quedarme sin trabajo, puedo tener preocupación, pero no miedo. En el viaje dormí en la calle y en cualquier lado. Viví seis meses en taparrabos en el Amazonas eso me ayudó a liberarme de las cosas. A partir de ese momento me gusta mucho viajar y viajo mucho todo el tiempo que puedo. En ese viaje, también me di cuenta lo importante que es no cargar peso. Que no es necesario llevar muchas cosas. Yo soy una persona que se reduce todo el tiempo. No tengo mucha ropa, no tengo muchos libros. Trato siempre de pasar las cosas. La gente que viaja es muy particular porque todo el tiempo te van pasando las cosas que tienen. Aprendí esa disciplina, que el peso sea poco porque si la mochila es muy pesada, no se puede viajar. Eso fue muy importante para mí porque me dio lo que se dice en Karate, un equilibrio. El Karate siempre busca el equilibrio porque sin equilibrio no se pueden tirar patadas ni podés defenderte.

-Durante la entrevista varias veces nombraste el Karate, alguna vez dijiste que hacés karate y antes hacías boxeo para domesticar la melancolía. Si no hicieras Karate, ¿cómo pensás que eso influiría en tu vida y en tu literatura? ¿Escribirías más?

No, ni loco. El Karate me da alegría. Si no hiciera Karate, y lo podés hablar con mi mujer, sería un monstruo.

-¿Hacés Karate todos los días?

-No. Antes hacía tres veces por semana y ahora hago dos nada más porque hay dos días que nos turnamos con mi mujer por nuestra hija, pero yo tengo que hacer Karate. Cuando hago, me levanto de otra manera. Hoy hice Karate por eso estoy de buen ánimo. Es central para mí. Tiene que ver con el equilibrio. Me produce endorfinas. Me da alegría. Me abre la cabeza para pensar cosas. Si no hiciera Karate sería una persona mucho más mediocre todavía. Sería más oscuro, más nervioso, más estresado, con menos aire para pensar.  Uno tiende siempre a tratar de representar cosas y cuando estás obligado a representar cosas, te convertís en un esclavo. Cuando estás haciendo Karate, te olvidás mucho de tu ego, trabajás mucho para que no te peguen.  Eso para mí tiñe toda mi vida.

-¿Y por qué creés que es necesario domesticar a tu melancolía, no podés escribir desde ahí?

-Para mí la melancolía y la nostalgia son enemigos.  La nostalgia es como un compañero de la muerte.  La melancolía y la nostalgia te hacen estar en estado de sopor, te hacen huir de tu destino, volvés para atrás y te regodeas en cosas que ya pasaron. Spinetta ya lo dijo “mañana es mejor”. Yo me doy cuenta que cuando estoy bien, estoy hacia el futuro, proyectado a hacer cosas. No en la melancolía, en el llanto, en lo que tendría que haber sido y no es.

-Tus últimos libros a mí me hacen acordar a Espoiler, el blog en el que Casciari se dedicaba a escribir sobre series. En ese blog él decía que trataba de transformar en algo productivo lo que más le gustaba hacer: tirarse en el sillón a mirar la tele, ¿me equivoco si digo que tus libros de ensayos también son la excusa como para sentarte y escuchar toda la discografía de Nirvana, Spinetta u otras cosas que también te interesan?

Lo que pasó en realidad fue al revés. Yo descubría una biografía sobre Kurt Cobain que me gustaba mucho y la leí.  A partir de esa biografía me dije voy a escuchar a Kurt Cobain y empecé a escuchar Nirvana.  Cuando yo agarro un objeto trato de tomarlo por todos los lados.  Entonces vi películas sobre Cobain, sobre Nirvana, sobre el Grunge, que ya ni sabía qué carajo era. Sabía que mi hermanito me había hablado de eso, pero no tenía ni idea del movimiento Grunge. Lo único que podría decirte era que el Grunge tenía que ver con Seattle, con tres grupos, pero no sabía nada más. Y de golpe entré a buscar y ahora soy casi un experto. Pero fue porque me interesó una biografía o porque me puede interesar algo que me diga alguien. Por ejemplo, Martín Caamaño un amigo mío que hace música en Rosal, un día me dijo comiendo en mi casa que había una película que se llamaba Reencarnación que le había encantado. A partir de eso la vi, vi quién era el director, vi sus otras películas y a su vez empecé a trabajar sobre la reencarnación y escribí un ensayo.

-¿Pero cuando investigás tanto ya lo hacés con la idea de volcarlo en algo escrito?

-No, por ejemplo a uno de los autores que más he leído y que creo que tengo todos sus libros, inclusive en el idioma original y también he leído diarios, bocetos, libros que están publicados sólo en Francia y acá no, es Céline y sin embargo nunca escribí nada sobre él. Por ejemplo Pixies, yo soy fanático de esa banda, he escuchado todos sus discos, he leído libros, he buscado un montón de cosas, he visto documentales y tampoco nunca escribí nada todavía. Hay algo que te hace bajar a escribir que no sé qué es, pero no tiene que ver con el interés, porque a mí me fascinan. Pero quizás de todo lo que leo y todo lo que veo, no tengo nada que decir. Solamente lo disfruto. Quizás la diferencia sea que en algunos casos sí encuentro cosas que puedo decir. Me parece que no está bueno agregar algo si no tenés nada para decir, si no suma.

Publicada en Eterna Cadencia (marzo 2014).


Cierta curiosidad por las letras


Por Nando Varela Pagliaro

Reynaldo Sietecase es un periodista de larga trayectoria y de los más respetados del medio. En una coyuntura polarizada, con dos propuestas demasiado fuertes, la racionalidad, el equilibrio y la lucidez de su discurso son tres de sus principales atributos y eso no es poco decir en un país que pareciera no admitir grises. Si bien en “Kamikazes” su último libro, se apartó del género literario para analizar con su mirada la década de los Kirchner, desde hace ya más de veinte años viene publicando libros de poesía, de crónicas y novelas y cuentos policiales. “Cierta curiosidad por las tetas”, “Un crimen argentino”, “A cuantos hay que matar” y “Pendejos”, son algunos de sus títulos. Sobre su costado más literario hablamos en esta entrevista con el autor rosarino.
 
-¿Te acordás cómo comienza tu relación con los libros y si hubo un momento a partir del cual te consideraste escritor?

- Tengo muy presente haber escrito un poema después de la muerte de mi madre. Mi madre murió cuando yo tenía dieciséis años. Era bastante chico. Creo que escribía desde antes, pero no sé por qué  tengo para mí que el comienzo de mi ejercicio de escritura, ya como algo un poco más pensado, como la producción de un objeto literario, la asocio a la muerte de mi madre. Eso en cuanto a la poesía. Después con la narrativa el proceso fue un tanto diferente. En realidad empecé a escribir siempre en función de artículos periodísticos, más prosa narrativa, pero periodística. Hasta que en un momento participé de un taller de narración de la Fundación Gabriel García Márquez con Tomás Eloy Martínez. A partir de ese encuentro con él había que producir un texto. Yo tenía una historia bastante particular, bastante violenta, ocurrida en el año 80 en Rosario.  Un secuestro extorsivo, seguido de muerte que terminó con un cuerpo disuelto en ácido sulfúrico. De esa historia, después terminé escribiendo una novela. Pero en ese momento escribí ese texto para el taller y Tomás Eloy Martínez me dijo: “mire, usted acá tiene una novela”. Yo recuerdo que le dije: “es una buena historia, no sé si es una novela”. Y él me dice: “yo le digo que tiene una novela. Lo que no sé es si la puede escribir. Eso es otra cosa”. Y un poco acicateado por el planteo del maestro Tomás Eloy Martínez, dije: “bueno, me tengo que poner a escribir”. Y creo que en ese ejercicio de esa primera novela, me convertí en un narrador de ficción con predilección sobre los temas de policiales o que tienen que ver con la violencia. Creo que en ese aspecto sí lo que escribo tiene que ver con lo que leo. Siempre leí historias de aventuras primero, policiales después. A mí me parece que el policial es un género extraordinario porque te permite contar una historia, te obliga a contarla bien. Porque si la historia no está bien contada el lector de policiales no te tiene ninguna piedad. No te espera como a Borges o como a Joyce. Tenés que contar una buena historia y contársela bien. Además, te permite contar la sociedad y eso es fascinante en el policial. Todo policial tiene como telón de fondo qué pasa en la sociedad, cómo son las relaciones sociales, cómo es la policía, cómo es la justicia. En ese aspecto es fascinante.

-En cierto modo, el policial también es lo que más se acerca al género periodístico

-Sí, claro. Tiene una cuota de verosimilitud. Un policial si no es verosímil, se cae a pedazos. Tiene que ser creíble. En ese aspecto, muchos de los elementos de la investigación periodística te sirven para construir una novela o un cuento policial. Mis cuentos de “Pendejos”, por ejemplo, todos nacen a partir de un hecho real. Después son ficción como en el caso de “Pelusa duerme en un sillón”, pero sí existió un chiquito de doce años que mató al padre policía. Después yo recreo en mi fantasía toda la historia. Como era tan violento ese texto, se me ocurrió meter un fantasma y es increíble porque casi nadie lo detecta, a casi nadie le parece impropio que yo registre un fantasma en un cuento policial que tiene que ser verosímil. Me dijo un amigo, buen lector, que hasta el fantasma es verosímil en ese texto.

-Volviendo a tus comienzos, dijiste que arrancaste escribiendo y leyendo poesía. Las primeras cosas que leíste de narrativa, ¿tienen que ver con el género policial?

-Tienen que ver con las novelas de aventuras. A mí me parece que la acción, la violencia, los celos, la venganza son elementos esenciales de toda gran literatura. Si tengo que buscar un libro de mi infancia, pienso en “Sandokán” de Salgari. La tormenta con la que empieza “Sandokán”. Leías ese texto y tu cama se movía al ritmo de la tormenta y del barco. Creo que la literatura de aventuras, toda la novela policial, la novela de enigmas, las narraciones extraordinarias de Poe, a mí me han marcado profundamente. Poe, sobre todo, él es el inventor del género policial, de la novela de enigma. Escribió tres cuentos nada más que son de enigmas. Auguste Dupin es el personaje, que no es un detective pero es un tipo que usa el método  analítico por primera vez. Es como una especie de papá de Sherlock Holmes. Además, a mí me gusta mucho porque Poe era poeta. Hay muchos que se sorprenden y me dicen: “cómo escribís poesía y escribís policiales”, y bueno el inventor del género policial era poeta.

-¿Qué te aporta por un lado la poesía y por el otro el policial, que es lo que más venís escribiendo?

-No lo sé. Yo siempre tengo muy claro qué es una cosa y qué es otra. Nunca me confundo con eso. Hace poco se publicó una antología con los poemas que escribí en estos últimos veinte años y hay un poema sobre un mandarino que está en mi casa de Rosario. Yo estuve cuatro años para tratar de escribir ese poema que tiene diez líneas.  Yo sentía que el árbol me esperaba y cuando vuelvo a mi casa de Rosario, voy a abrazarlo y lo toco. Pero el poema no salía y yo tengo muy claro en ese proceso que eso no es un cuento ni otra cosa, qué sólo puedo atraparlo en un poema. Lo mismo me pasa cuando se me ocurre una historia para una novela o un cuento. Siempre tengo muy claro para donde voy. Yo siempre juego con la idea de que literatura y periodismo son la bella y la bestia pero que no necesariamente tienen que ir juntos. A veces sí, a veces copulan, a veces tienen hijos que son hermosos y a veces tienen monstruos espantosos. Pero todo tiene un eje común en mi vida. Yo trato de escribir siempre con el mismo rigor, con la misma pasión. No me importa si escribo un artículo para la prensa, si escribo un cuento o si escribo un poema. Yo trato de buscar que tenga detalle, que tenga verdad y que tenga belleza. Me parece que son los elementos fundamentales y en donde yo creo que se unen las distintas variantes de la escritura que yo produzco. 

-Sábato decía que era conveniente trabajar en otra cosa que no sea el Periodismo si lo que uno realmente quiere es escribir literatura. A partir de tu experiencia, ¿pensás que el periodismo te enriquece o te empobrece como escritor? 

-No lo sé. Todo trabajo que no sea la escritura te quita tiempo para la escritura. Creo que era Hemingway el que decía que te tenés que cuidar de todo, de tus amigos, de tus empleadores, de tus amores, de tus enemigos, de tu familia porque todos tratan de que no escribas.

-Hay un poema tuyo muy gracioso en el que enumerás todos los beneficios que puede darte que una “percanta te deje amurado”.

- Sí, es verdad. Muchas veces un desamor  te da más tiempo y la angustia y la pena suficiente como para escribir un verso decente. A mí lo que me aporta el periodismo es que nunca tenés miedo de sentarte a escribir un artículo o una nota. Te da el ejercicio de sentarse a escribir y eso ayuda. Ahora cuando el periodismo se convierte en una barrera porque trabajás mil horas por día, ahí sí es un problema. Pero es un problema el periodismo y también es un problema otro laburo. En realidad cuando tenés algo que decir, lo decís. No importa en qué circunstancias o en qué condiciones. Hay miles de ejemplos de gente que ha estado escribiendo genialidades en las condiciones más adversas.

-En tu caso que tenés tanto trabajo periodístico, ¿cómo hacés para organizarte? ¿Tenés algún tipo de rutina para sentarte y escribir literatura?

-Sólo para la narrativa tengo rutinas, para la poesía no, porque la poesía viene cuando quiere. Yo no estoy apurado. A veces estoy tres meses o más sin escribir un poema, pero no me preocupa. No creo que el mundo esté esperando que yo escriba un verso. En ese aspecto me siento, como decía Borges, más lector que escritor. Me preocupo por los libros que no tengo tiempo de leer más que por los que no escribo. Ahora, cuando tengo una idea sí me gusta desarrollarla y ahí me tengo que establecer medianamente un plan de trabajo. Aunque no lo pueda cumplir rigurosamente. Pero sí digo: “voy a tomarme estos tres o cuatro meses para armar el esqueleto de esta historia que tengo en la cabeza”. La narrativa necesita cabeza, pero necesita culo. Tenés que estar sentado. Si no te sentás a laburar, no vas a poder producir un libro de largo aliento.

-Y por ejemplo, cuando encontrás la historia, ¿modificás tus lecturas de acuerdo con lo que estás escribiendo?

-A veces sí y a veces no. Lo que pasa es que en general se te ocurre una idea y necesitás investigar sobre ella. El año pasado se me había ocurrido una idea que me parecía genial e investigué y trabajé sobre la historia, pero no la puedo escribir. Entonces ahora estoy tratando de pensar que fue un fallido y sacármela de la cabeza para ir hacia otro lado.

-Generalmente todos los autores tienen una definición sobre lo que para ellos es escribir. Alejandro Zambra, el escritor chileno, dice algo muy lindo, dice que para él leer es cubrirse la cara y escribir es mostrarla. ¿Vos tenés alguna definición propia acerca de la escritura?

- A mí me hace feliz escribir. Yo a lo único que puedo asociar a la escritura es al placer, no al cansancio. Muchos colegas me preguntan cómo hago para escribir, cómo tenés tiempo, porque encima yo escribo literatura no escribo libros periodísticos y yo les respondo cómo no voy a tener tiempo si me da mucho placer hacerlo. Puedo estar agotado y escribir igual. Hay pocas cosas comparables a escribir. Hacer el amor o reírse a carcajadas irracionalmente. No sé qué otras cosas puedo asociar a la acción de escribir.

-¿No tenés la impresión de que en la literatura se da una cultura de clanes, de guetos, donde los que se leen y se reseñan son siempre los mismos y a los que están afuera del clan por distintos motivos les cuesta muchísimo poder entrar?

-Sí puede que haya un poco de eso.

-Hace un tiempo, en una nota hiciste una especie de reivindicación de Mario Benedetti y decías que había determinados escritores que quedaba mal decir que uno los lee.

-Sí, hay grandes escritores que son totalmente obviados por los suplementos literarios. Pero la verdad, no le doy mucha bola. Sí lo observo cuando me preguntan o como cuando me toca escribir una nota como la de Benedetti. En realidad yo no la iba a escribir porque a mí tampoco me gusta muchísimo Benedetti, pero cuando me enteré que el editor que me pedía la nota me decía que nadie quiere escribir a favor de Benedetti, me dije, qué les pasa. Al noventa por ciento de los tipos que no quieren escribir que Benedetti es un buen poeta no se les ocurrió nunca un verso como los de él. Yo siempre digo lo mismo, en Buenos Aires hasta hace poco estaba Mario Trejo, que era un poeta del nivel de Juan Gelman o mejor todavía que Juan Gelman, quién sabe. Y no le hacían entrevistas en suplementos literarios  ni se lo difundía. Entonces, yo nunca me quejo por mí. Pero sí, a veces pasa que hay escritores que se ponen de moda. Existe una suerte de calesita que hay en los suplementos literarios, pero me parece que si un escritor se preocupa por eso está en problemas. Uno tiene que preocuparse por escribir bien, por generar cosas verdaderas, que conmuevan. Después si te hacen una reseña  o no, me parece que es algo menor. Si estás muy preocupado por ver si hablan bien de alguna cosa tuya en los diarios, me parece que estás equivocado. Es una actitud más vinculada a la televisión que a la literatura. Al mundo de la imagen más que al mundo profundo de las ideas.

- En tu caso, la fuerte exposición mediática que tenés, ¿cómo pensás que influye a la hora de valorar tu trabajo literario?

-Me juega a favor en que se me conoce. La gente a lo mejor ve un libro mío y lo agarra para ver de qué se trata. “Uh, mirá este tipo escribe novela policial, la voy a leer”. Y se acerca porque me conoce. Eso es a favor. En contra me parece que como tengo una visibilidad periodística muy alta eso hace que a lo mejor dentro de las miradas de la literatura entre comillas, lo vean como algo menor y digan: “no, este flaco es periodista, cómo va a escribir poesía”. Pero ahí hay que confiar en uno y en que tu literatura vale. Yo confío en mis textos. De pronto que me incluyan o no me incluyan, lo tengo que bancar. Con lo bueno y con lo malo. Yo tengo dos novelas policiales y un libro de cuentos policiales y nunca me han invitado a ninguna semana de novela policial ni de literatura negra. Pero eso, ¿es importante? La verdad que no es importante. Lo que es importante es que yo tenga claro eso. Lo importante es un comentario valioso que te hace alguien para bien o para mal. Lo que te aporta un editor, lo que te aporta un lector inteligente porque te permite crecer. Si vos me preguntas a mí cuál es mi objetivo, cuál es mi ambición, lo que yo quiero es escribir mejor.

-Antes hablabas de tu paso por el taller de periodismo con Tomás Eloy Martínez, ¿pensás que sirven esas experiencias? ¿Se aprende a escribir en un taller?

-Si son buenos sí, pero si son malos no. Yo no asistí nunca a un taller literario. En realidad esto era un taller de narración periodística. La Fundación García Márquez insiste mucho en tratar de usar técnicas de la literatura de no ficción para contar hechos reales. Igual, para que sirva el taller siempre depende de los maestros y a lo mejor a los maestros no los encontrás en un taller. La vida me dio la posibilidad de conocerlo a Mario Trejo y yo aprendí de él. Estos oficios, y en eso se parecen periodismo y literatura, son oficios que se aprenden mucho haciéndolos, copiándolo al de al lado. Leer mucho es fundamental para escribir, como escuchar mucha música par un músico. El tipo que no lee, difícilmente pueda escribir bien.

- Por último, si tuvieras que tratar de convencer a un chico que no lee para que lea, ¿qué le dirías? ¿Por qué le conviene leer?


- Porque nunca estás solo si leés. Yo de chiquito siempre quise que me cuenten un cuento y todavía me sigue pasando lo mismo. Lo que más quiero en la vida es que me cuenten una buena historia. Entonces, creo que le contaría un cuento a una persona que quiero incitarla y después le leería otro y después le diría que podemos leer juntos. Un pedazo cada uno. Las historias son maravillosas. Los cuentos nos acompañan desde el comienzo de la humanidad. Ante la intranquilidad y los miedos nocturnos, yo me imagino en la caverna al hombre de Neanderthal tratando de contar una historia. Qué le pasó ese día cuando tuvo que salir a cazar. Y la gente y los niños escuchándolo. Yo creo que el relato nos sostiene, está íntimamente ligado a la historia de la humanidad. Incluso, cuando todavía no había idioma. Siempre había un relato o una pintura rupestre. Siempre alguien se quedó en la cueva y pintó. Mientras los otros iban a cazar, alguien contó que habían ido a cazar. Se trata de entender que la lectura, la literatura son una plataforma extraordinaria, no sólo para el pensamiento y la libertad, que es lo que se dice siempre, sino también para la diversión, para pasar el tiempo, para alejar los miedos. Lo mismo que les pasaba a los chicos en la caverna, para espantar el miedo sirve la literatura.   

Publicada en Marcha, en marzo de 2014. Parte 1 y 2.

jueves, 27 de marzo de 2014

Cartas Póstumas

Me da pena, bronca y sobre todo,
mucha lástima que te hayas ido así,
tan de golpe.
Como decías en ese poema
que escribiste cuando murió el nono,
“no me dejaste tiempo ni para el arrepentimiento”
Esta vez me pasó a mí,
“por mirar el otoño, perdí el tren del verano”.
No supe ver “que todo lo que no se da,
no se acumula; se pierde”,
Que ya es demasiado tarde
para hacer las cosas que dejé para mañana,
porque ya no hay mañana.
Que el silencio siempre vuelve y duele.
Duele como pronto va a doler ser feliz.
Duele, ya no la pérdida,
eso es lo único que no se pierde.
Lo que duele más es el remordimiento y la culpa
por todo lo que no vas a ver,
por todo lo que no voy a contarte.
No me acuerdo en dónde leí que la muerte*
deja todas las conversaciones interrumpidas
y que por eso no hay nada más natural
que escribir cartas póstumas,
“cartas al que no está,
porque no está,
para que esté.
A lo mejor escribir es eso”.


martes, 25 de marzo de 2014

La nueva aventura de Casciari


Por Nando Varela Pagliaro

Hernán Casciari debía tener no más de cuatro años cuando sus padres le enseñaron las únicas dos cosas del mundo que todavía hoy hace con placer: leer y escribir. Una tarde, como tantas otras en su Mercedes natal, se vería obligado a arrancar la primera hoja en blanco del cuaderno de matemáticas y al igual que Twain, Poe o Stevenson, también debería echar luz sobre sus miedos y sus sueños para que alguien los leyera. Sin embargo, confiesa que tardó muchos años en considerarse un escritor: "Mi viejo estaba en el baño leyendo una revista que yo hacía en Mercedes. Él nunca había leído nada. Y cuando escuché una carcajada suya sabía que estaba leyendo algo que yo había escrito en esa revista. Porque uno en realidad se considera escritor cuando puede enganchar al lector que a uno más le importa que lea. Y en mi caso siempre fue mi viejo. Yo creo que a los diecisiete, dieciocho, cuando escuché que él entendía lo que estaba haciendo, aunque lo mío no fuera el deporte, que era lo que él quería, cuando entendió que escribir estaba bien, me parece que sentí por primera vez que tenía algún sentido lo que estaba haciendo".

En sus primeros pasos como lector, fue de vital importancia una bolsa enorme repleta de libros que le regaló su tía Ingrid. En esa bolsa estaba casi toda la colección Robin Hood: Doyle, Verne, Salgari y tantos más. Pero fue con El gato negro y Los crímenes de la calle Morgue de Edgar Allan Poe que Casciari descubrió una literatura superior. Algo mucho más potente, algo que de verdad lo asustaba. Se dio cuenta de que era muy impresionante lo que le podía pasar a una persona cuando leía. A partir de entonces comprendió que él haría lo imposible para provocar esa misma sensación, esos mismos sentimientos en sus lectores.

Pese a que desde muy pequeño Casciari supo cuál sería su vocación, entre los dieciocho y los treinta años tuvo una época larguísima en la que, según dice, no entendía nada de literatura y suponía que ser escritor era una tarea demasiado compleja.

"Cuando escribía periodismo me salía todo muy suelto, porque realmente no me importaba, y cuando me sentaba en la máquina de escribir a hacer literatura era como si me pusieran una corbata y me salían unas cosas horribles. Recién en España, cuando empecé a escribir para Internet, para nadie, sin ninguna intencionalidad de publicación, encontré mi voz".

Fue gracias a Internet que Casciari se transformó en el narrador virtual más leído en lengua española. Sus obras, escritas "en directo" frente a miles de lectores, han impulsado un nuevo género, la blogonovela, que mezcla la literatura con las nuevas tecnologías. Su primera obra online, Más respeto, que soy tu madre (2007), fue leída por más de cien mil internautas en todo el mundo y galardonada con el premio al mejor blog del mundo por la cadena alemana Deutsche Welle; su versión teatral, protagonizada por Antonio Gasalla, se convirtió en la comedia más taquillera del teatro argentino. No obstante, el escritor no ve a la Web sólo como una fuente de prestigio o como un motor que lo impulsa a sentarse a escribir, sino que la considera antes que nada una distracción de la necesidad de trascendencia. "Ese sentimiento de estar haciendo algo que necesariamente debe pasar a una posteridad, me parece que es un palo en la rueda muy grande para un escritor".

Casciari se define como un escritor instantáneo más que uno de complejidades. "Me encanta la literatura compleja, pero no soy suficientemente inteligente para llegar a ese lugar. Yo lo que puedo hacer es entretener y emocionar rápidamente, pero con esa estructura de café instantáneo. No busco en ningún caso ser el mejor café. Si alguien quiere tomar un buen café no tiene que venir a mi casa. Yo lo que hago es batirte un cafecito, tomamos un café y charlamos, pero lo mío es más parecido a una charla, a una conversación de sobremesa y no a una buena literatura", dice.

Con el paso del tiempo, cada vez es más consciente de lo que busca y a quién quiere llegar con sus textos. "Yo estoy mucho más contento con que me lea el que nunca leyó y no el crítico literario de La Nación. Lo que más busco es que un pibe de quince años que todavía no descubrió la lectura la pueda descubrir. Lo demás me chupa un huevo".

Casciari es tan vehemente como sus palabras. Fue esa vehemencia o locura lo que lo llevó a renunciar a escribir sus columnas en La Nación y El País y a dejar de publicar sus libros con Sudamericana en Argentina, Grijalbo en México y Plaza & Janés en España para dedicarse de lleno a su epopeya más ambiciosa, la revista Orsai: una revista literaria sin avisos publicitarios y con un sistema de distribución que apelaba a eliminar a los intermediarios. La cerró a fin del año pasado y ahora acaba de lanzar un nuevo proyecto con la misma fórmula, la revista infantil Bonsai, una comedia que aparece en papel cada dos meses pero avanza todas las semanas en Internet, "una revista chiquita, muy familiar, escrita en un porcentaje altísimo por Josefina Licitra y yo mismo". La primera preventa en la web agotó los 4.000 ejemplares.

Orsai también es el nombre de una editorial, con la cual, entre otros, ya lleva publicados Cuadernos secretos de Horacio Altuna, El gran surubí de Pedro Mairal y su último libro, Charlas con mi hemisferio derecho. En este tercer volumen con sus relatos, Casciari plantea que en su experiencia personal le resultaban más fructíferas esas "sesiones literapéuticas", a las que recurría para soltar la mano, que ir a una terapia o a un taller literario. "Ahora con Internet tenés lectores donde querés. Tirás un texto y vienen cuatro de Honduras y te dicen algo. Entonces, me parece que no hacen mucha falta los talleres literarios. Lo único que sí hace falta es leer y escribir mucho", afirma.

Cuando uno lee a Casciari tiene la sensación de que el desarraigo tuvo un papel preponderante en el desarrollo de su trabajo, no sólo porque sin él su primer libro de relatos, España, decí alpiste, jamás hubiera existido, sino también porque, como él mismo cree, quizás el hecho de estar viviendo en Barcelona le dio una cierta inmunidad inicial. "En 2002, 2003, a mí se me respetaba un poquito más por estar lejos. El estar lejos te abre un camino de descripción de tu propia tierra que es muy difícil de ver estando dentro", dice.

A Casciari le llevó dos años comprender de qué se reían los españoles. "Yo si no manejo la herramienta del humor no me puedo comunicar. Me pasó en la primera semana, en una reunión de amigos de mi mujer, donde me di cuenta de que era muy complicado hacer reír a esa gente. La ironía que manejan es un dos por ciento de la que manejamos nosotros, y se ríen de cosas más circunstanciales que abstractas".

Casciari habla de literatura hasta por los codos. Se podría decir que respira literatura desde que se levanta hasta que se acuesta. Se lo ve muy contento con poder publicar sus libros por medio de su propia editorial, y en cierta forma con tratar de seguir siendo amateur. No quiere creerse ninguna cosa rara ni que nada lo distraiga de su objetivo: seguir escribiendo y teniendo la suerte de poder publicar textos de otros autores de altísima calidad.

Orsai es su fervor y todos los proyectos que hasta hoy lo ocupan nacieron a partir de ese blog. La revista, el club, los masters de periodismo, la editorial y Bonsai son hijos de ese blog que no se llamaría así si Casciari no se hubiera atrevido a vivir en otra tierra, a vivir "fuera de juego". Orsai es un cuaderno que no cierra por melancolía; como el cuento de Isidoro Blaisten, es, en palabras de su autor, "un perro longevo, una mascota que morirá conmigo de idéntica enfermedad que su amo. Allí diré un día: ‘Tengo cáncer’, y otro día diré: ‘Tengo un nieto’, y otro día diré: ‘Ya no se me para la poronga’. Orsai es la sombra constante de mi memoria".

Publicada en Newsweek (Marzo 2014).