Por Nando Varela Pagliaro
A fines del año pasado publicó “La supremacía Tolstoi”, en el que reúne una
serie de ensayos sobre temas que cruzan la literatura con la vida cotidiana. Su
contenido es tan variado como lo son sus intereses. Hay ensayos dedicados a V.
S. Naipaul, a Luis Alberto Spinetta, a Coetzee, a Roger Waters, a Tolstoi, a
San Lorenzo y a su perra Rita. En un perfil que escribió Leila Guerriero sobre
él, Casas hablaba de un poeta que se llama Hofmannsthal. Este poeta decía que
la fuerza del círculo vence a la muerte. El escritor de Boedo, como no le gusta
que lo llamen, piensa que escribe sobre un círculo y ese círculo son su primo, sus
hermanos, su papá y sus amigos. Sobre las
personas de ese círculo, pero también sobre el periodismo, Nirvana, el Karate, Spinetta,
Fogwill, Holanda del 74 y el Barcelona de Messi, hablamos en esta entrevista con quizás uno de
los poetas más leídos de nuestro país.
-Cuando uno te lee da la sensación de que
el barrio y los amigos de la infancia, estuvieron siempre presentes en vos,
¿cómo es que en ese mundo tan callejero, por decirlo de algún modo, aparecen
los libros?
-Lo que pasa es que para mí no hay una
diferencia entre la alta cultura y la baja cultura, sino que siempre estuvieron cruzadas. Yo era una persona que vivía en un
barrio, como casi todo el mundo, porque es difícil no vivir en un barrio. Toda
la ciudad está cruzada por barrios. Salvo que vivas en el campo. Pero a su vez,
mi viejo hacía teatro independiente y había estudiado Bellas Artes, entonces él
ya tenía una formación de libros. Además
tenía a mi primo, que estaba en la pieza de adelante, que era de la JP y él era
como muy antiguo en los años setenta.
También estaba mi padrino, que era una persona muy importante para mí y
que vivía en mi casa. Éramos como una familia Ingalls, esas familias de las que
ya cada vez hay menos, esas familias largas. Ahora las familias son cada vez
más pequeñas. Esas familias largas eran muy productivas porque se juntaba un
montón de gente y todos te estimulaban.
Para mí no existía una cultura de la escritura, como algo que te
separaba de estar en la calle, de estar con los amigos, de jugar al fútbol o de
otro millones de cosas que me estimulaban. Siempre estuvo todo mezclado.
-Muchas veces decís que preferís pensarte
como lector antes que como escritor. Pedro Mairal también dice algo parecido,
que cuando tiene que completar la tarjeta de embarque prefiere poner que es
docente. ¿Por qué cuesta tanto asumirse como escritor?
-No, no es que cuesta tanto, sino que
evidentemente yo me considero más un lector que un escritor. Leer, leo todo el
tiempo, todos los días y muchos libros a la vez. En una época me preocupaba por
si llevaba tranquilizantes en la cartera, cuando la pasaba mal. Ahora, en
cambio, lo que pienso siempre es si tengo un libro. Siempre tengo libros y leo
diferentes tipos de géneros. Pero por ejemplo, si alguien me prohibiera
escribir, me molestaría, porque siempre
te molesta que te prohíban algo, pero no sería tan radical como lo que sentiría
si me prohibieran leer. Si me prohibieran leer, yo creo que me enloquecería.
Entonces, siempre me considero más un lector que un escritor. Es algo real y
muy evidente. Yo escribo muy de vez en cuando y de a tirones. No soy una persona
productiva en términos de que todos los días me levanto y tengo una hora para
escribir. Tengo mi estudio en casa, en donde podría sentarme a escribir y sin
embargo no tengo horas en las que estoy en el estudio. Ahora, por ejemplo,
estoy más concentrado en criar a mi hija y en Karate. Son las dos cosas que más
me interesan. Poder hacer karate, poder adelantar y aprender los cinturones. En
cambio, para escribir dreno de a poco. Hace poco trabajé un guión con Lisandro
Alonso. Para mí fue increíble porque era algo que nunca había hecho. Siempre
busco hacer cosas que no sé hacer bien, como el karate. Entonces siento como
que eso te empobrece y te obliga a agudizar tu ingenio. No tengo imaginación
pero sí tengo ingenio. En ese sentido no es que me cueste o no asumirme como
escritor porque por ejemplo, ahora que estoy hablando con vos, estoy hablando y
soy un escritor. Leo lo que escribo y lo banco y eso está bueno. O cuando voy a
un encuentro de literatura o a otros
lugares que me invitan, hablo como escritor y cuento mis experiencias, pero en
realidad me considero más un lector. Además, me parece que muchas veces
pensarte dentro de la literatura sí te impide escribir y eso es otra cosa. No
es que tenga que ver con ser escritor o no, sino con pensarte dentro de la
literatura y decir yo soy el escritor de Boedo, soy el escritor de la Argentina,
soy el mejor, tengo que hacer esto o lo otro, eso me parece que es
improductivo. Te impide escribir, como pensarte dentro de la filosofía te
impide pensar. Cuando vos te liberás de esos esquemas, de lo que tiene que
supuestamente estudiar un filósofo, yo creo que empezás a ser más creativo porque
podés tomar de todas las disciplinas, podés afanar, mezclar, mestizar. Que es
donde me parece que pasan las cosas más importantes. Si vos querés escribir
periodismo, primero está bueno saber cómo se escribe una nota en prensa
gráfica. Está bueno saberlo, pero después tenés que irte de eso, tenés que
empezar a cruzarte, a mezclarte, a no pensar en todo eso porque sino te
delimita.
-Ya hace muchos años que venís trabajando
en Periodismo, ¿pensás que el hecho de estar todo el tiempo en contacto con la
escritura después es contraproducente para escribir tu propia literatura?
-No, para mí son dos disciplinas
distintas. La literatura tiene que estar siempre en estado de pregunta y el
periodismo siempre en estado de respuesta. El periodismo es el genio de la
época, siempre tiene que responder todo y todo el tiempo. Igual, vos le podés
hacer trampas a la matrix. De hecho, yo como lector he leído notas en Clarín o
en otros medios más estandarizados donde el periodista hace trampas y te
tramita información interesantísima. Por ahí le piden una boludez que tiene que
hacer, una nota de agenda y el tipo ahí si es un crack, te hace una trampa y salta
la matrix. Yo desde chico vengo leyendo a autores que me enriquecían en notas
triviales de periodismo.
-Ahora que el Periodismo está tan en
primer plano, ¿seguís a algún periodista?
-No soy tanto de seguir a periodistas
ahora, pero en una época sí. Por ejemplo, Alejandro Caravario que ahora trabaja
conmigo era un periodista que a mí me fascinaba lo que escribía y también me
gusta su literatura. Después hay todo un
grupo de periodistas que se ubicó en un sitio de Internet que se llama Los
Trabajos Prácticos, que a mí me gustan mucho, como Esteban Schmidt. Tal vez, no
comparto la ideología de ellos porque para mí la ideología es algo que te
impide pensar, te propicia para estupideces. Muchas veces me puede gustar lo
que dicen, me puede encantar como escriben, pero no comparto completamente su
aspecto ideológico. La gente quiere compartir todo y eso me parece que te
reduce mucho. Spinetta es una persona que yo amaba y su música me parecía
genial. Sin ninguna duda cambió mi vida completamente y hay un montón de cosas
con las que no estoy de acuerdo y me parecía un idiota en lo que decía.
-Alguna vez llegaste a decir que para vos
era un músico de derecha.
-Sí, para mí tiene un pensamiento de
derecha, pero independientemente de todo eso es evidente que yo lo amaba y
cambió mi vida. No el tipo porque no lo conocí, pero sí lo que él hacía.
- Una cosa es lo que hace y otra, a veces
muy distinta, es su forma de pensar.
-Claro. Para mí lo que está bueno es no
comprar paquetes completos, sino tener una relación intensa con una persona y
decirle lo que pensás. Yo hace más de diez años vivo con mi mujer, la amo,
tengo una hija y sin embargo hay un montón de cosas que no comparto con ella
desde ningún punto de vista. Es una relación real, no una relación ideal. La
relación ideal se acaba rápidamente. Aparte si vos te volvés muy accesible con
las personas que querés, terminás gastando los vínculos.
-Volviendo a tu etapa de formación, empezaste escribiendo en la revista de poesía 18 Whiskys, junto con
otros poetas de tu generación con los cuales también hacían una especie de
taller literario. Teniendo en cuenta tu experiencia, ¿pensás que los talleres realmente
sirven para formar a un escritor?
-Yo a los que quieren ser escritores muchas
veces les digo que lean Anna Karenina. Después de leer Anna Karenina, seguro
que si tenés que ser escritor, vas a ser escritor. Con esto lo que quiero decir
es que el taller literario no puede hacer magia, pero sin duda hay algunos
talleristas que pueden ayudar. Trabajar con otras personas y ver la escritura
como algo colectivo y no individual me parece algo súper positivo. Para mí la
literatura es colectiva, no es individual. Que vos puedas llevar tus textos y
que lo puedan leer muchas personas y te los critiquen y que vos aprendas a
convivir con la crítica. No que te hagan el diario de Yrigoyen, sino que te
ataquen y que te hagan buscar tu voz extraña, no la voz más estereotipada. Si eso se da en un taller, me parece muy
positivo. Ahora, el taller que forma clones, que todos terminen escribiendo
como el que da el taller y eso es algo que pasa muy a menudo también, eso sí es
muy negativo. Igual, el que no va a ser escritor, no lo va a ser por más que
vaya al taller o aunque viva con García Márquez. Pero evidentemente, si tenés
el potencial, es algo que sin duda te va a ayudar. Es como ver jugar a Holanda.
Si vos vas a ser escritor y ves jugar a Holanda de Cruyff, eso te va a ayudar.
Siempre me preguntan cuál es el mejor comienzo de la literatura de todos los
tiempos y yo digo que uno de los mejores comienzos es el comienzo de Alemania y
Holanda del 74. Los holandeses la tocan todos y cuando la vuelve a tocar un
alemán están adentro del arco. Eso para mí es uno de los grandes comienzos de
todos los tiempos.
-Ya que nos metimos en el fútbol, ¿te
gusta más cómo jugaba la selección de Holanda del 74 que el Barcelona de Messi?
-La verdad me gustan los dos. Lo que pasa
es que a Holanda, quizás no lo pueda sacar del momento en que yo lo vi. Porque yo veo al Barcelona y es algo que ya
lo vi. Para mí la revolución del Barcelona es algo que empieza con Rinus Michels,
que era el DT de Holanda del 74. En esa época Holanda, al igual que Argentina
en literatura, no tenían una tradición fuerte. Eso también lo tematiza Borges
en “El escritor argentino y la tradición”.
Cuando no tenés una tradición tan pesada con la que cargar, podés afanar
de todas las tradiciones del mundo. Entonces, estás completamente libre. Podés
ser un llorón y decir no tengo tradición, soy un idiota o potenciar eso como en
el yudo, que usás la fuerza de los demás y decir, como no tengo tradición
entonces le afano a todo el mundo. Eso fue lo que hizo Holanda. Al no tener una
tradición fue a buscar su fútbol en la forma en que jugaban al Handball.
Entonces en el Handball estás circulando, y en ese sentido fueron más abiertos.
Los tipos se liberaron e hicieron cualquier cosa, enloquecieron. Lo que también
reconozco es que en lo que supera Holanda al Barcelona es en que Cruyff era
hermoso y las camisetas de los holandeses eran hermosas.
-¿Estéticamente eran más lindos?
-Lo superan, claro. Estéticamente eran
más hermosos. La forma en que circulaban. Esa cosa de que podían ir con sus
novias a las concentraciones y fumaban en el entretiempo. En eso Holanda tiene
un plus que supera al Barcelona y Cruyff me parece un jugador descomunal. Messi
es un crack que tiene a favor el presente, el prestigio del presente y a su vez
Cruyff es un jugador que estaba en el futuro. Era algo que no se podía creer.
Yo me acuerdo que una vez le pregunté a Perfumo, porque él lo tuvo que marcar,
me dijo que lo intentó pero era un tipo que te enloquecía. Es como esa canción
de Prince que dice “no soy un hombre ni una mujer, soy algo que no podés
comprender”, eso le pasó a Perfumo. No sabía que hacer con eso.
-Volviendo a la literatura, tu cuento “Ásterix,
el encargado” lo corregiste durante más de diez años, ¿con la poesía también
sos así de obsesivo o muchos de los primeros versos que escribís después quedan
en el poema?
-No, a los poemas, por ejemplo, los voy trabajando en partes separadas. Me
acuerdo de un poema del libro “El salmón” que lo escribí como treinta veces. Lo
escribía, lo escribía y lo miraba. Le tocaba alguna palabra, me sentía muy
frustrado. Lo daba a leer, me lo devolvían y lo volvía a escribir, así que en
algunos poemas, sí me pasa lo mismo. Y en los originales de los libros, que
están escritos a mano. Porque la poesía primero la escribo a mano y después corrijo. A
veces hay pilas enormes en donde hay diez o doce versiones de cada poema.
-Cuando escribís narrativa o ensayos,
¿también escribís a mano?
-Narrativa a veces escribo a mano y a
veces directamente en computadora. Por ejemplo, ahora un relato que estoy
escribiendo está trabajado entre computadora y a mano. Depende mucho de cómo
esté y en la situación que esté. Hay momentos que me dan ganas de escribir y
por ahí estoy viajando, así que escribo a mano porque nunca viajo con la
computadora. No viajo con computadora, no tengo celular, tengo celular sólo del
trabajo, no tengo Blackberry , no tengo vida virtual. Y cuando no estoy en mi trabajo o estoy de
vacaciones, no chequeo ningún mail de nada. Soy medio raro en ese sentido.
- ¿Sos muy Holanda del 74?
Sí, es verdad, soy muy Holanda del 74.
Soy de una generación que creció sin todo eso y al menos yo, no me enloquecí
con esas cosas. Me parece que esas cosas te hacen perder mucha experiencia. Si
vos estás con tu hijo y estás pasando un momento increíble y tenés que ir a
twittear “estoy con mi hijo, estoy pasando un momento increíble”, me parece
raro.
-En los recitales eso hoy es lo que más
se ve. Hay más gente mirando lo que filman desde su celular que al recital en
sí.
-Sí, es verdad. En vez de permitirte que
eso que estás viendo quede en tu cabeza y muera con vos. Porque eso es acumular
experiencia. La gente ya no tiene experiencias.
-Cuando empezaste a escribir decías que
tus lectores imaginarios eran tus amigos de la infancia de Boedo. Ahora que
tenés lectores reales, ¿eso cambió?
-Nunca pensé en los lectores, salvo en
ese caso muy puntual, que era el origen de los relatos. Ahí yo pensaba que estaría
bueno que tal amigo de Boedo lo leyera, pero nunca lo leen. No les interesa lo
que yo escribo. Yo me encuentro con ellos a comer y no les importa nada.
Entonces, digamos que esos lectores quedaron de lado. Y los lectores reales que
aparecen, y aparecen un montón, son muy disímiles y yo no puedo imaginar de
dónde van a venir. Pero para mí es un honor. Es algo muy gratificante que
aparezca un lector y te diga “te leí, me gusta”, es algo genial y está
buenísimo.
- ¿Pero de todos modos, no pensás en un
lector a la hora de sentarte a escribir?
-No, no. Yo lo que pienso es que aparezca
la voz extraña. Cuando escribo me doy cuenta de que primero aparece un voz que
es la mía, la personal, la voz que yo identifico y lo que hago es tratar de
trabajar en contra de eso. Trato de
buscar una voz, un relato, una forma de escritura que me interese para
seguirla, que sea como una piedra en el zapato, que me genere incertidumbre,
que me dé vergüenza. Una vez que siento eso, recién ahí empiezo a trabajar. Por
eso estoy mucho tiempo con cada texto y no puedo firmar contratos. Porque yo no
escribo una novela por año, ni trabajo de esa manera ni lo voy a poder hacer
nunca. Porque por ahí estoy diez años
con un cuento y eso para una editorial es improductivo.
-Antes hablabas de tu falta de
imaginación, decías que como no tenés imaginación siempre terminás apelando a
lo mismos temas. De hecho muchos de los personajes que aparecen en tus libros son
reales: tu hermano, tu papá, tu padrino. ¿Cómo toman ellos verse en tus
relatos?
-Mis personajes surgen de algo real, pero
en realidad no lo son. Por ejemplo, Ásterix tiene un origen real. Fue real,
pasó. Al portero del edificio donde yo vivía lo habían acusado de matar a dos
personas y era mi amigo. Durante diez años lo que me pasó fue que esa
personalidad que era real, el nombre real, que no era ni Ásterix el nombre de
él ni físicamente era igual al que yo relato, era tan fuerte para mí que no me
permitía ficcionalizarlo. Entonces, tiene que pasar que en algún momento eso
que origina la experiencia se mueva a una musiquita y yo lo pueda escribir.
Tiene que dejar de ser la persona real. Mi papá es mi papá, pero cuando yo lo
empiezo a trabajar para poder escribirlo, tiene que mutar en otra cosa. Porque
si se convierte mucho en mi papá no me deja escribir. Quedo esclavo de lo que
es él.
-Pero cuándo ellos se ven dentro del
libro, ¿te ponen algún límite o sos vos el que se pone algún límite?
-Hay un cuento que se llama “La
mortificación ordinaria” que habla de un tipo de la JP que es un Montonero y
tiene el mismo nombre de mi primo y la historia que cuento es la de mi primo.
No lo que pasa, pero su historia vital sí es y a él no le gustó. No es que no le
gustó, sino que lo afectó mucho cuando salió. Es un cuento medio oscuro. Yo
construí una ficción pero el pasado de su personaje es lo que es él y para mí
es un homenaje a él y a esa juventud que fue increíble. La juventud de
izquierda, no solamente la JP, sino toda la juventud de izquierda que en los
setenta puso el cuerpo para cambiar las cosas.
-Alguna vez hiciste referencia al
territorio, al escritor y el país, decías que la etiqueta de escritor argentino
mucho no te cierra. En una vieja
entrevista también declaraste que preferías pensarte como un patriota, pero del
barrio de Boedo. ¿Cuán importante creés que es encontrar un territorio a nivel
literario? ¿Imaginás tu literatura fuera de Boedo, por ejemplo?
Yo trabajo sobre el barrio ese porque no
tengo imaginación, sino hubiese construido otro barrio. Yoknapatawpha como
construyó Faulkner. En definitiva aunque sean barrios ficcionales, lo que
construyen estos escritores es evidentemente el lugar donde van a situar sus
historias. En ese sentido, para ese tipo de escritor, fue importante porque
fueron escritores que de alguna manera necesitaban tener una ubicación
territorial, como hasta ahora está demostrado que lo necesito yo. Pero el
futuro, mañana es mejor. Por ahí hago otra cosa. Nunca trato de determinarme por
las cosas que digo porque terminás discutiendo con tu propio grito. Decís una
cosa y después quedás esclavo de lo que dijiste. Yo te diría que hasta ahora
fue funcional, productivo, situar las historias en determinado lugar, pero
cuando me empiezan a llamar y me dicen: che, ¿vos sos el escritor de Boedo?
Vení a Boedo para hacer tal cosa. Yo digo que no soy el escritor de Boedo, no
tengo una inmobiliaria en Boedo, no me interesa vender los lugares de ahí. Yo
vivía ahí y escribí las historias porque no las podía situar en un lugar
ficticio porque no lo inventé, no me dio la cabeza o no me interesó. Creo que
hay determinados escritores que necesitan eso y hay escritores que no. Beckett,
que es un escritor que yo admiro mucho, que me parece genial. Aunque él es
irlandés y todo lo que le pasó con Irlanda. De hecho él fue pedido por la
resistencia francesa y después volvió a su país, porque estaba su madre ahí,
pero sus historias no se sabe dónde pasan. Molloy u otras novelas de él no
tienen una ubicación. Uno puede encontrar, a veces por la forma de hablar,
cosas que pueden ser típicas de Irlanda, pero no sabés dónde pasan. Entonces,
para él, ese especie de territorio difuso le fue funcional. En cambio en Proust
sí. La campiña donde el creció para él es impotante. Para García Marketing todo
Macondo, Comala para Rulfo o Santa María para Onetti.
-Cuando hablamos de tus lectores, me
dijiste que tus amigos de la infancia no te leen. En cambio Fogwill sí te leía.
Tengo entendido que él era uno de tus primeros lectores. Ahora que ya no está, además
de extrañarlo como amigo, ¿lo extrañás como lector?
-No, yo lo extraño como amigo. No lo extraño ni como lector ni como
escritor. Yo lo que extraño es la voz de él. Él me llamaba una vez por mes y
cuando mi mujer estaba embarazada me llamaba todas las semanas para saber cómo
iba el embarazo. No lo veía todos los días porque era muy intenso y lo quería
matar cuando lo veía todos los días, pero por ahí cada quince días o una vez
por mes nos encontrábamos. También viajamos juntos. En una época, antes de que
naciera mi hija, estuvimos de vacaciones en el mar con los hijos de él y mi
mujer. Yo extraño eso. Extraño a mi amigo, a la persona real. Los libros de él
ya los leí. Hay autores que yo leo y me gustan mucho y no me importa
conocerlos. Lo que extraño es la persona. Se extraña eso y la voz. De las
personas que no están, de mis seres queridos, por ejemplo, José Luis Mangieri,
que era mi editor de Tierra Firme, que fue una persona muy importante para mí,
lo que más extraño es la voz. Creo que es eso lo que más extraño, porque la voz
es lo que vuelve siempre. Extraño el tono, las cosas que te decían. Ni siquiera
es que los recuerdo en algunos lugares por los que paso. Yo recuerdo la voz, es
raro, pero recuerdo eso.
-Recién nombraste a José Luis Mangieri,
tu primer editor. ¿El hecho de arrancar publicando poesía pensás que te ayudó a
que no te pese tanto el dilema tiempo- obra publicada?
-Para mí fueron productivas dos cosas,
primero que empecé escribiendo poesía y como a nadie le importa nada de eso, me
permitió trabajar cada libro durante siete u ocho años con mucha tranquilidad.
Después que soy un escritor y en este país a nadie le importa un escritor y eso
para mí está buenísimo. El escritor no ocupa ningún lugar, no tiene ninguna
incidencia. En otros países, por ejemplo en Francia, los escritores conocidos o
que tienen cierta repercusión, son como culones, son Voltaire. Sus opiniones se
debaten y entonces el escritor deja de escribir y se convierte en un idiota, en
un culón. En Argentina hay escritores que pueden creer que son eso, pero es tan
evidente y tan estúpido que no tiene consistencia. Entonces, como desde tu país no recibís un
lugar importante, a mí me parece muy productivo porque eso lo único que hace es
que no estés pensando en boludeces y que te concentres en escribir, que hagas
literatura, que escribas.
-Durante un tiempo dijiste que para vos
fue salvador el hecho de que no hayan reparado en vos a nivel literario. ¿Extrañás
algo de esa época ahora que sí tenés lectores?
-No, porque independientemente de los
lectores, a mí en mi vida no me conoce nadie. Yo voy en colectivo, voy en
subte. Esporádicamente aparece algún lector que me saluda y me parece genial,
pero después no siento nada más. Lo que siento es buena onda de personas que te
escriben o te proponen cosas. Como cuando me llamó Lisandro Alonso para hacer
una película. Yo era súper fan de él y me pareció genial. Después, encima descubrí
que es una persona increíble, así que mejor. No siento mucho el cambio porque
mi vida no cambió. No me pasó algo como lo que le puede pasar a un boxeador que
después termina saliendo con una vedette. Tengo la misma vida de siempre.
Trabajo ocho o nueve horas. Estoy con mi hija a la mañana. Voy a Karate como
iba siempre. Estoy con mis amigos y a la mayoría de ellos ni les interesa lo
que yo escribo.
-¿Y no te sentís presionado por esos
lectores para tener que publicar?
-No, en lo que sí pienso es en cómo me
gustaría trabajar tal o cual cosa que quisiera escribir. Ahora, por ejemplo,
volví a escribir poesía y la voy escribiendo en las últimas páginas de los
libros que leo. Termino teniendo todo separado y después tengo que buscarlo
para trabajar en eso. Pero la verdad es que este proceso se activó siempre en
mí. Igual, siendo totalmente sincero, tengo una vida absolutamente normal y no
percibo ningún tipo de mirada que me esté encima como para que me obligue a
hacer algo. En ese sentido estoy muy relajado.
-Yendo para atrás, cerca de los veinte
años hiciste un viaje de mochilero, ¿qué pensás que te aportó ese viaje a nivel
personal y literario?
-Me dio experiencia y me convirtió en una
persona sin miedo social. No tengo miedo de quedarme sin trabajo, puedo tener
preocupación, pero no miedo. En el viaje dormí en la calle y en cualquier lado.
Viví seis meses en taparrabos en el Amazonas eso me ayudó a liberarme de las
cosas. A partir de ese momento me gusta mucho viajar y viajo mucho todo el
tiempo que puedo. En ese viaje, también me di cuenta lo importante que es no
cargar peso. Que no es necesario llevar muchas cosas. Yo soy una persona que se
reduce todo el tiempo. No tengo mucha ropa, no tengo muchos libros. Trato
siempre de pasar las cosas. La gente que viaja es muy particular porque todo el
tiempo te van pasando las cosas que tienen. Aprendí esa disciplina, que el peso
sea poco porque si la mochila es muy pesada, no se puede viajar. Eso fue muy
importante para mí porque me dio lo que se dice en Karate, un equilibrio. El Karate
siempre busca el equilibrio porque sin equilibrio no se pueden tirar patadas ni
podés defenderte.
-Durante la entrevista varias veces
nombraste el Karate, alguna vez dijiste que hacés karate y antes hacías boxeo
para domesticar la melancolía. Si no hicieras Karate, ¿cómo pensás que eso influiría
en tu vida y en tu literatura? ¿Escribirías más?
No, ni loco. El Karate me da alegría. Si
no hiciera Karate, y lo podés hablar con mi mujer, sería un monstruo.
-¿Hacés Karate todos los días?
-No. Antes hacía tres veces por semana y
ahora hago dos nada más porque hay dos días que nos turnamos con mi mujer por
nuestra hija, pero yo tengo que hacer Karate. Cuando hago, me levanto de otra
manera. Hoy hice Karate por eso estoy de buen ánimo. Es central para mí. Tiene
que ver con el equilibrio. Me produce endorfinas. Me da alegría. Me abre la
cabeza para pensar cosas. Si no hiciera Karate sería una persona mucho más
mediocre todavía. Sería más oscuro, más nervioso, más estresado, con menos aire
para pensar. Uno tiende siempre a tratar
de representar cosas y cuando estás obligado a representar cosas, te convertís
en un esclavo. Cuando estás haciendo Karate, te olvidás mucho de tu ego,
trabajás mucho para que no te peguen.
Eso para mí tiñe toda mi vida.
-¿Y por qué creés que es necesario
domesticar a tu melancolía, no podés escribir desde ahí?
-Para mí la melancolía y la nostalgia son
enemigos. La nostalgia es como un
compañero de la muerte. La melancolía y
la nostalgia te hacen estar en estado de sopor, te hacen huir de tu destino,
volvés para atrás y te regodeas en cosas que ya pasaron. Spinetta ya lo dijo
“mañana es mejor”. Yo me doy cuenta que cuando estoy bien, estoy hacia el
futuro, proyectado a hacer cosas. No en la melancolía, en el llanto, en lo que
tendría que haber sido y no es.
-Tus últimos libros a mí me hacen acordar
a Espoiler, el blog en el que Casciari se dedicaba a escribir sobre series. En
ese blog él decía que trataba de transformar en algo productivo lo que más le
gustaba hacer: tirarse en el sillón a mirar la tele, ¿me equivoco si digo que
tus libros de ensayos también son la excusa como para sentarte y escuchar toda
la discografía de Nirvana, Spinetta u otras cosas que también te interesan?
Lo que pasó en realidad fue al revés. Yo
descubría una biografía sobre Kurt Cobain que me gustaba mucho y la leí. A partir de esa biografía me dije voy a
escuchar a Kurt Cobain y empecé a escuchar Nirvana. Cuando yo agarro un objeto trato de tomarlo
por todos los lados. Entonces vi
películas sobre Cobain, sobre Nirvana, sobre el Grunge, que ya ni sabía qué
carajo era. Sabía que mi hermanito me había hablado de eso, pero no tenía ni
idea del movimiento Grunge. Lo único que podría decirte era que el Grunge tenía
que ver con Seattle, con tres grupos, pero no sabía nada más. Y de golpe entré a
buscar y ahora soy casi un experto. Pero fue porque me interesó una biografía o
porque me puede interesar algo que me diga alguien. Por ejemplo, Martín Caamaño
un amigo mío que hace música en Rosal, un día me dijo comiendo en mi casa que
había una película que se llamaba Reencarnación que le había encantado. A
partir de eso la vi, vi quién era el director, vi sus otras películas y a su
vez empecé a trabajar sobre la reencarnación y escribí un ensayo.
-¿Pero cuando investigás tanto ya lo
hacés con la idea de volcarlo en algo escrito?
-No, por ejemplo a uno de los autores que
más he leído y que creo que tengo todos sus libros, inclusive en el idioma
original y también he leído diarios, bocetos, libros que están publicados sólo
en Francia y acá no, es Céline y sin embargo nunca escribí nada sobre él. Por
ejemplo Pixies, yo soy fanático de esa banda, he escuchado todos sus discos, he
leído libros, he buscado un montón de cosas, he visto documentales y tampoco
nunca escribí nada todavía. Hay algo que te hace bajar a escribir que no sé qué
es, pero no tiene que ver con el interés, porque a mí me fascinan. Pero quizás
de todo lo que leo y todo lo que veo, no tengo nada que decir. Solamente lo
disfruto. Quizás la diferencia sea que en algunos casos sí encuentro cosas que
puedo decir. Me parece que no está bueno agregar algo si no tenés nada para
decir, si no suma.
Publicada en Eterna Cadencia (marzo 2014).
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