martes, 22 de septiembre de 2015

Solo se trata de escribir


Este año entrevisté a muchos escritores para distintos medios. Las versiones extendidas de esas notas van a ser publicadas en el libro “Solo se trata de escribir”, que llegará a las librerías a fines de octubre. Hoy  a las 14 hs. voy a estar hablando de eso y de otros asuntos en FM La Tribu (FM 88.7)  www.fmlatribu.com.


Están invitados.

domingo, 13 de septiembre de 2015

El disco recordado: El País De Nomeacuerdo - María Elena Walsh


Nando Varela Pagliaro


No recuerdo cuándo escuché por primera vez una canción. Mucho menos podría recordar cuál fue esa canción, ni en dónde estaba cuándo la escuché. Como la presencia del Yo, para mí la música siempre estuvo conmigo. Era, como canta Fito Páez, “parte del aire”. Sin embargo, si me esfuerzo, alcanzo a verme tomado de la mano de mi madre, caminando por alguna calle de Floresta, yendo a dejar a mi hermano Mauro en la escuela. A la vuelta, nada nos apura y nos sentamos en un banco de la plaza a cantar. En realidad, yo sólo escucho, mi madre es la que canta: “Osías el osito mameluco, paseaba por la calle Chacabuco, mirando las vidrieras de reojo, sin alcancía pero con antojo”. “En el país de Nomeacuerdo, doy tres pasitos y me pierdo. Un pasito para allí, no recuerdo si lo di. Un pasito para allá, ay, qué miedo que me da”. Es posible que esas imágenes, que esas canciones de María Elena Walsh que me cantaba mi madre sean unos de mis primeros recuerdos.

Publicado originalmente en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, septiembre 2015.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Entrevista a Carla Guelfenbein: “Las mujeres escritoras nos pasamos la vida defendiéndonos"


La escritora chilena acaba de ganar el Premio Alfaguara por Contigo en la distancia, una novela de suspenso literario que, por medio de tres voces muy bien ensambladas, cuenta la historia de Vera Sigall, una autora de culto.

Nando Varela Pagliaro

Carla Guelfenbein nació y creció rodeada de libros. Su padre fue un arquitecto que trabajó en el gobierno de Salvador Allende y su madre, una profesora de filosofía que estuvo dos semanas detenidas por los militares.  Para escapar de la dictadura, su familia, como tantas otras, se exilió en Londres. Era el año 1977 y Carla tenía apenas diecisiete años. “Allí se produjo una escisión muy profunda porque tuve que dejar mis amigos en una edad en la que tu identidad se está construyendo en torno a tus círculos de afecto”, dice Guelfenbein en un hotel céntrico de Buenos Aires. Cuando le pregunto de qué manera ha influido el exilio en su literatura, no duda: “Todos mis personajes de alguna manera tienen un desarraigo. Desde mi primera novela hasta esta, siempre hay personajes que están de paso por Chile, vienen o se van huyendo y hay muchos otros que ni siquiera son chilenos. Pero más allá de lo anecdótico está también el sentido último de los personajes. Hay un desarraigo profundo en ellos, desarraigos de sí mismos, de su entorno, y de su familia. El resto es silencio, una de mis novelas, es la historia de un niño que no encuentra un lugar dentro de su entorno familiar. Ese sentimiento que atraviesan todos mis personajes tiene mucho que ver con haber tenido que dejar mi país cuando tenía diecisiete años”. Guelfenbein fue parte de una generación en una Inglaterra increíblemente fervorosa. Era el tiempo de los Sex Pistols y de la rebeldía y para ella, que  venía de una dictadura, el cambio era radical. Se encontró con un mundo mucho más abierto, mientras que Chile era un país muy conservador. Los temas que recién hoy en día se están hablando en Latinoamérica, ya eran parte de lo que se estaba viviendo en Londres por aquellos años. Para ella fue muy importante absorber todas estas nuevas formas de vivir y mirar el mundo. “Era como una esponja”, dice.  A la vez, desde allá podía mirar a su país con otra perspectiva y entender cuál era el lugar que ella había ocupado en esa sociedad. “Pienso que haber vivido en Londres me dio una lucidez muy  grande con respecto al mundo y eso evidentemente está en mi escritura”, confiesa.
Si bien comenzó a escribir desde pequeña, cuando llegó el momento de elegir qué estudiar, se inclinó por la Biología.Empecé a leer de muy chica,  ese siempre fue mi mundo propio, pero nunca sentí que necesitara un marco teórico para entender esa relación vital que yo tenía con la ficción y sobre todo, con la palabra”.  Cuenta que de niña, en el colegio, le decían “señorita vocabulario” porque siempre estaba usando palabras que ni siquiera entendía, pero como le parecía que sonaban bien, igual las usaba. “La palabra para mí era una experiencia personal. No necesitaba salir al mundo porque nunca quise ser escritora, no tenía ese tipo de aspiración. A mí me gustaba vivir adentro del mundo de las letras y para eso no necesitaba ser escritora y mucho menos estudiar literatura”. Tuvo la suerte de tener una madre muy culta y ella la fue guiando muy bien en sus lecturas. Por otro lado, la ciencia siempre le gustó. Era buena para las matemáticas, la química y las ecuaciones. Le gustaba el misterio de los números y estaba todo el tiempo preguntándose por los misterios de la naturaleza. Estudiar biología tal vez fue una manera de darles respuesta. “Uno cuando elige su carrera es demasiado niño, no sabe nada y se mueve por motivos que no necesariamente son prácticos”. De todos modos, asegura que disfrutó muchísimo estudiando ciencia. De hecho, se recibió de Bióloga, pero cuando terminó fue un momento muy difícil en la historia de su familia porque murió su madre y ahí entró en una especie de crisis. A partir de esa crisis, decidió estudiar Diseño en el Saint Martins College of Art, que es una de las escuelas más prestigiosas en diseño de Europa. Trabajó mucho tiempo como diseñadora, pero durante todos esos años nunca dejó de escribir. Ya cerca de los cuarenta, llegó un minuto en su vida que se dijo: “quiero vivir adentro de los libros y la única manera de hacerlo es escribiendo una novela”. Ahí arrancó todo. Pasó por muchos talleres literarios y escribió su primera novela a la que le fue muy bien. “De ahí en adelante empecé a poder vivir de lo que escribía y ya nadie me va a poder mover de aquí”.

-Suele decir que sus novelas nacen a partir de una imagen. Contigo en la distancia, ¿nació del mismo modo?

-En este caso la semilla de esta novela es Vera Sigall. Tenía súper claro que  yo quería hacerle un homenaje a Clarice Lispector, quería crear un personaje que tuviera aspectos de ella, pero también de mi madre, de mis abuelas porque de alguna manera la historia de Clarice confluye con mi historia familiar. Ese personaje tan potente, tan misterioso, esta escritora de culto fue la semilla. Fue su personaje el que dio origen a los otros que la rodeaban. También tenía la idea de que ella caía por las escaleras y que se iba a pasar casi toda la novela en coma. No sabía si se iba a salvar o no, pero sí sabía que iba a construir su personaje a partir de las voces de los otros que la rodeaban.

-¿Qué lugar ocupa la imaginación y lo autobiográfico en esta historia?

- La imaginación ocupa casi el noventa por ciento. Hay autores que basan su ficción en hechos reales, pero la verdad es que yo no. Uno de los grandes placeres que sentí cuando empecé a dedicarme a escribir todo el tiempo era justamente poder vivir otras vidas, otros mundos, otras circunstancias que tal vez yo, Carla Guelfenbein, no me hubiera atrevido. Sin embargo, al llevarlas al papel sí puedo vivirlas. Mi búsqueda tiene que ver con crear mundos que para mí signifiquen algo. No me interesa contar cosas que ya ocurrieron. Tengo un gran amor por la ficción. 

 -Muchas veces se la ha acusado de escribir una literatura sentimental y para mujeres, ¿Realmente  cree que hay una literatura para hombres y otra para mujeres?

- Es increíble como todas las mujeres escritoras nos pasamos la vida defendiéndonos de ser tildadas de escribir una literatura femenina y el gran punto es: ¿por qué nos tenemos que defender así? Porque la literatura femenina solo tiene connotaciones negativas. Es una literatura sensiblera, comercial y no universal. Es decir, la literatura escrita por mujeres, cuyas protagonistas son mujeres es para mujeres; la literatura escrita por hombres, cuyos protagonistas son hombres, es universal. A ningún hombre le preguntan: “usted con su personaje principal masculino, ¿escribió para los hombres?”  Nunca he visto en ninguna entrevista en el mundo que esa pregunta se la hagan a un escritor hombre. Por eso no nos queda otra que defendernos porque evidentemente  yo no quiero que mi literatura tenga esas connotaciones. Ahora, es cierto que hay una literatura que tiene ciertas características femeninas, así como hay una literatura que tiene características masculinas, pero esas características no son patrimonio exclusivo de hombres o mujeres. De hecho, en todo lo que se llamó Last Fiction, también se habla de la intimidad de los personajes.  Banville, por ejemplo, está siempre hablando de pérdidas, de su hija, de relaciones familiares y amorosas. Incluso Philip Roth está siempre hablando de mujeres y de su relación con ellas. Ambos hablan de las mismas cosas que nosotras. Sin embargo, a nadie se le ocurriría decir que escriben literatura femenina.      

-Pasemos de lo femenino a un tema mucho más doloroso: los femicidios. Hace muy poco en nuestro país se realizó una marcha multitudinaria bajo la consigna Ni una menos, ¿cómo es la situación en Chile con respecto a este tema?

-Es un fenómeno mundial. El hombre sí ejerce su fuerza física sobre la mujer y lo más impresionante es que ocurre en todos los estratos. Sin duda, estamos ante un gran problema y me parece maravilloso que se haya hecho esa marcha. Yo creo que lo único que podemos empezar a hacer  y es lo que estamos haciendo desde hace siglos es defendernos de los distintos modos de maltrato: el físico, el psicológico, el profesional y el intelectual.

-Volvamos a la novela, a través del personaje de Vera Sigall se describe el ambiente de antisemitismo que hubo en Latinoamérica. ¿Piensa que aún sigue habiendo antisemitismo?

-Definitivamente sí. De alguna manera el antisemitismo se renueva. Lo último que ha pasado en la Franja de Gaza ha recrudecido el antisemitismo. Uno puede estar de acuerdo o no, pero lo que pasó nos ha hecho un daño gigantesco a los judíos que estamos en el mundo. Hoy en día judío es igual a Israel, cuando no es lo mismo. Por diferentes razones nunca se ha desarraigado esa idea de que el judío es un extranjero, un usurpador. Así como existen todos esos conceptos referidos a la literatura femenina, también hay connotaciones asociadas a lo judío, que no son positivas y que se transmiten de generación en generación.

-Vera Sigall es una escritora que vive recluida del mundo editorial, ¿Hoy se podría sostener una carrera literaria de ese modo?

-Creo que es difícil. Yo me he resistido a tener Twitter y Facebook porque siento que no tengo tiempo y además no me gusta estar arriba de una ola que no es mía. A mí me gusta estar arriba de mi ola, no de la ola del mundo. Y para poder estar ahí hay que estar con las antenas puestas en lo externo y yo siempre tengo mis antenas puestas hacia adentro porque desde ahí construyo mis historias.  Pero, a pesar de eso, me doy cuenta de que es absolutamente necesario y tengo mi Facebook  y mi Twitter, pero se lo di a mi hija. Yo le digo lo que tiene que subir, pero es ella la que lo hace porque yo no sé. No sé porque es evidente que no quiero aprender. Yo sé que puedo hacer lo que quiera porque he aprendido a hacer cosas mucho más difíciles que esas.

- “No se necesita talento para escribir un texto incompresible”, dice Vera en un pasaje de la novela. ¿Piensa que goza de más prestigio la literatura inaccesible que la accesible?

-De alguna manera se ha hecho una especie de simetría entre lo oscuro, lo incomprensible y la calidad porque esa literatura solo la pueden comprender unos pocos. Entonces, se transforma en un texto elitista y al ser elitista inmediatamente pareciera que adquiere un sello de calidad. Eso para mí es toda una idiotez absoluta. Yo voy justamente por lo opuesto, por la profundidad, por la complejidad en las ideas y en las estructuras, pero por la transparencia y la comprensión.

-En la relación entre Vera y Horacio, otro de los personajes de la novela, es fundamental lo que ocurre a partir de la edición de unos poemas que llegan a la revista Sur. En su caso, ¿hasta dónde interfieren los editores en su escritura?

-La verdad es que interfieren muy poco porque soy terriblemente perfeccionista. Yo me demoro dos años en corregir una novela. Entonces, cuando llega a manos del editor, no es tanto lo que puede hacer. En lo que me ayudan muchas veces es a mantener la congruencia con las fechas porque a mí se me desordenan dentro de mi cabeza.  Tengo como una suerte de dislexia del tiempo. Ahí el editor sí cumple una función, pero más allá de eso, no interfiere mucho.

- Alguna vez dijo que huye de la gente que es sospechosamente feliz, ¿se puede hacer la literatura desde la felicidad o es imposible?

-Yo siempre sacó a colación aquella frase de Tolstoi que dice que “todas las familias felices son iguales y las infelices lo son cada una a su manera”.  Lo que está diciendo ahí es que él va a hablar de las familias infelices porque de eso vale la pena hablar. Yo doy clases de escritura y a mis alumnos siempre les digo que lo primero que tienen que entender es la fractura de sus personajes. A través de esa fractura se puede entrar adentro del personaje y conocerlo en su totalidad. Eso también ocurre en la vida. Cuando digo que no me interesa la gente feliz, quiero decir que no me interesa la gente  que no me va a abrir sus puertas.  Yo creo que la ficción está hecha de crisis, de algo que se quiebra y hace andar a la historia.   

-Hablando de andar, en una de sus notas en la revista Mujer cuenta  que corre hace más de 25 años. ¿De qué manera influye la actividad física en su escritura?

-Influye y muchísimo. Yo necesito correr porque es el tiempo en el que mi cabeza se despeja. Siempre que corro me voy con una labor, con algo para resolver, algo que no estoy entendiendo del texto que estoy trabajando, algún aspecto del personaje, por ejemplo los títulos siempre los pienso mientras corro. Como el cuerpo cuando uno corre está ocupado, la mente puede volar con una gigantesca libertad. Por otro lado, yo me paso todo el día sentada, así que si no salgo a tomar un poco de aire, no lograría despejarme nunca. 
 
- Alejandro Zambra, el escritor coterráneo suyo dice que  “leer es cubrirse la cara y escribir es mostrarla”, para usted, ¿qué es escribir?

-Para mí escribir es un lugar y no tengo conciencia de que estoy mostrando la cara. Si yo tuviera conciencia de que estoy mostrando la cara, creo que me paralizaría y no podría escribir. Cuando estoy escribiendo no tengo a alguien al otro lado que me está mirando porque, ese mostrar la cara implica que alguien te está mirando. Yo pierdo conciencia de eso; justamente lo opuesto de Alejandro. Estoy de acuerdo con que leer es cubrirse la cara y  encerrarte en tu mundo, pero para mí escribir es sencillamente poder habitar de una manera plena, total y absoluta el mundo de mi ficción. Desde niña inventaba historias como por ejemplo que tenía una hermana. Yo nunca sentí que mentía, de verdad creía que tenía una hermana y esa hermana era todo lo que yo quería ser cuando creciera.  Después, en la época en que Batman y Robin eran como mis ídolos, inventaba que me encontraba en la plaza de mi barrio con Batman y te lo prometo que mis amigas me lo creían. Nunca sentí que mentía porque ya estaba empezando a hacer ficción. Ese es el mundo en el que quiero vivir: un mundo en que todo lo que imagino se hace realidad en la medida que lo narro. 

- Recién le nombraba a Zambra, que es narrador pero también poeta, ¿es un peso para los narradores chilenos su historia poética?

-Yo creo que sí, nosotros crecemos leyendo poesía. Tenemos estos monstruos que son Neruda, Huidobro y Parra que son parte de nuestra existencia. Toda esa poesía para un narrador es una referencia muy fuerte y está siempre presente, sobre todo, en la búsqueda del sonido que puede tener cada frase, cada párrafo. 

-Antes hablaba de su formación científica. Hace poco lo entrevisté a Guillermo Martínez, que además de ser escritor es Matemático y me decía que  en el ambiente literario de nuestro país, tener éxito es un pecado, ¿ocurre lo mismo en Chile?

Por supuesto. Los grandes pecados son: uno, ser mujer escritora; dos, escribir con protagonistas mujeres y tres, tener éxito. De los cuales tengo todos, así que soy una pecadora completa. 

Publiacada originalmente en la revista Quid de las librerías Yenny y El Ateneo, agosto 2015.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Un boxeador con raqueta de tenis


Nando Varela Pagliaro

Si, como dice Alejandro Zambra, leer es cubrirse la cara y escribir es mostrarla, lo que hizo Andre Agassi en Open, su autobiografía, fue todavía mucho más allá. En las casi 500 páginas de esta obra extraordinaria, el tenista se desnuda completamente. No solo muestra su cara, sino sus huesos, sus dolores, sus miedos, sus miserias, sus victorias, pero sobre todo sus derrotas, sus ganas de entenderse, de saber quién es, qué quiere y por qué le dedicó su vida a un deporte que odia.  Ya desde las primeras páginas lo confiesa: “Odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión y sin embargo sigo jugando porque no tengo alternativa. Y ese abismo, esa contradicción entre lo hago y lo que quiero hacer y lo que de hecho hago, es la esencia de mi vida”. Esta confesión temprana nos hace inferir que no estamos ante la típica biografía de un deportista exitoso; todo lo contrario. Estamos ante un hombre que terminó cumpliendo un mandato paterno, un sueño ajeno. Mike Agassi, un iracundo inmigrante iraní, ex representante olímpico de box, determinó que uno de sus cuatro hijos sería número uno en el tenis y el elegido fue Andre. Durante su infancia lo martirizó con “el dragón”, una máquina lanzapelotas que construyó con sus propias manos. “Negro como la noche, montado sobre unas grandes ruedas de goma y con la palabra Prince pintada en letras de imprenta blancas sobre la base, el dragón, a primera vista, se parece a todas las máquinas lanzapelotas de todos los clubes, pero es, en realidad, un ser vivo que respira, recién salido de uno de mis cómics. El dragón tiene cerebro, voluntad propia, un corazón negro y una voz espantosa”.  El temido dragón escupía en la cara de Andre pelotas que alcanzaban los 180 kilómetros por hora. Su padre lo obligaba a pasar 2.500 pelotas por día, 17.500 por semana,  casi un millón por año. “Los números no engañan. Un niño que devuelva un millón de pelotas al año será invencible”, le decía Mike a Andre para incentivarlo. En tiempos en que los padres solo quieren que sus hijos sean felices, la exigencia a la que Andre fue expuesto nos hace pensar qué tipo de educación es más apropiada para desarrollar el talento de un pequeño genio. ¿Vale la pena someter a un niño a un régimen tan estricto? ¿Cuál es el precio que se paga por no tener infancia? Lo cierto es que la tiranía paterna es la que acaba marcando el destino de muchos chicos talentosos. “Mi padre me convirtió en un boxeador con raqueta de tenis”, confesó Andre.

 Además de la jugosa vida del ex número uno del mundo, lo que termina de hacer que Open sea un libro hipnotizante es la calidad de la prosa con que está escrito. El responsable de llevar a cabo esa tarea fue el Pulitzer  J.R. Moehringer. El periodista trabajó junto a Agassi durante tres años y desgrabó más de 250 horas de conversaciones. Hay que agradecerle a él que en ningún momento coloque su pluma por encima del hombre que se desnuda. De hecho, muchos tramos del libro son transcripciones fidedignas y textuales. Se podría decir que en Open,  Agassi nos revela centenares de anécdotas íntimas y datos de color. Nos cuenta por ejemplo que durante su primera final de Roland Garros estaba más preocupado porque no se le volara el peluquín que por el partido o que  en 1997 consumió metanfetaminas y le mintió a la ATP para no ser sancionado. Pero lo que hace de  Open un libro imprescindible  es que a través de sus páginas nos invita a pensar y a entender qué hay en la cabeza de estos héroes  contemporáneos que vemos a través de la pantalla. 

Publicada originalmente en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, septiebre 2015.