La
escritora chilena acaba de ganar el Premio Alfaguara por Contigo en la distancia, una novela de suspenso literario que, por
medio de tres voces muy bien ensambladas, cuenta la historia de Vera Sigall,
una autora de culto.
Nando Varela Pagliaro
Carla
Guelfenbein nació y creció rodeada de libros. Su padre fue un arquitecto que
trabajó en el gobierno de Salvador Allende y su madre, una profesora de
filosofía que estuvo dos semanas detenidas por los militares. Para escapar de la dictadura, su familia,
como tantas otras, se exilió en Londres. Era el año 1977 y Carla tenía apenas
diecisiete años. “Allí se produjo una escisión muy profunda porque tuve que
dejar mis amigos en una edad en la que tu identidad se está construyendo en
torno a tus círculos de afecto”, dice Guelfenbein en un hotel céntrico de
Buenos Aires. Cuando le pregunto de qué manera ha influido el exilio en su
literatura, no duda: “Todos mis personajes de alguna manera tienen un
desarraigo. Desde mi primera novela hasta esta, siempre hay personajes que
están de paso por Chile, vienen o se van huyendo y hay muchos otros que ni
siquiera son chilenos. Pero más allá de lo anecdótico está también el sentido
último de los personajes. Hay un desarraigo profundo en ellos, desarraigos de
sí mismos, de su entorno, y de su familia. El
resto es silencio, una de mis novelas, es la historia de un niño que no
encuentra un lugar dentro de su entorno familiar. Ese sentimiento que
atraviesan todos mis personajes tiene mucho que ver con haber tenido que dejar
mi país cuando tenía diecisiete años”. Guelfenbein fue parte de una generación
en una Inglaterra increíblemente fervorosa. Era el tiempo de los Sex Pistols y
de la rebeldía y para ella, que venía de
una dictadura, el cambio era radical. Se encontró con un mundo mucho más abierto,
mientras que Chile era un país muy conservador. Los temas que recién hoy en día
se están hablando en Latinoamérica, ya eran parte de lo que se estaba viviendo
en Londres por aquellos años. Para ella fue muy importante absorber todas estas
nuevas formas de vivir y mirar el mundo. “Era como una esponja”, dice. A la vez, desde allá podía mirar a su país
con otra perspectiva y entender cuál era el lugar que ella había ocupado en esa
sociedad. “Pienso que haber vivido en Londres me dio una lucidez muy grande con respecto al mundo y eso
evidentemente está en mi escritura”, confiesa.
Si
bien comenzó a escribir desde pequeña, cuando llegó el momento de elegir qué
estudiar, se inclinó por la Biología. “Empecé
a leer de muy chica, ese siempre fue mi
mundo propio, pero nunca sentí que necesitara un marco teórico para entender
esa relación vital que yo tenía con la ficción y sobre todo, con la palabra”. Cuenta que de niña, en el colegio, le decían
“señorita vocabulario” porque siempre estaba usando palabras que ni siquiera
entendía, pero como le parecía que sonaban bien, igual las usaba. “La palabra
para mí era una experiencia personal. No necesitaba salir al mundo porque nunca
quise ser escritora, no tenía ese tipo de aspiración. A mí me gustaba vivir
adentro del mundo de las letras y para eso no necesitaba ser escritora y mucho
menos estudiar literatura”. Tuvo la suerte de tener una madre muy culta y ella
la fue guiando muy bien en sus lecturas. Por otro lado, la ciencia siempre le
gustó. Era buena para las matemáticas, la química y las ecuaciones. Le gustaba
el misterio de los números y estaba todo el tiempo preguntándose por los
misterios de la naturaleza. Estudiar biología tal vez fue una manera de darles
respuesta. “Uno cuando elige su carrera es demasiado niño, no sabe nada y se
mueve por motivos que no necesariamente son prácticos”. De todos modos, asegura
que disfrutó muchísimo estudiando ciencia. De hecho, se recibió de Bióloga,
pero cuando terminó fue un momento muy difícil en la historia de su familia porque
murió su madre y ahí entró en una especie de crisis. A partir de esa crisis,
decidió estudiar Diseño en el Saint Martins College of Art, que es una de las
escuelas más prestigiosas en diseño de Europa. Trabajó mucho tiempo como
diseñadora, pero durante todos esos años nunca dejó de escribir. Ya cerca de
los cuarenta, llegó un minuto en su vida que se dijo: “quiero vivir adentro de
los libros y la única manera de hacerlo es escribiendo una novela”. Ahí arrancó
todo. Pasó por muchos talleres literarios y escribió su primera novela a la que
le fue muy bien. “De ahí en adelante empecé a poder vivir de lo que escribía y
ya nadie me va a poder mover de aquí”.
-Suele decir que sus
novelas nacen a partir de una imagen. Contigo
en la distancia, ¿nació del mismo modo?
-En
este caso la semilla de esta novela es Vera Sigall. Tenía súper claro que yo quería hacerle un homenaje a Clarice
Lispector, quería crear un personaje que tuviera aspectos de ella, pero también
de mi madre, de mis abuelas porque de alguna manera la historia de Clarice
confluye con mi historia familiar. Ese personaje tan potente, tan misterioso,
esta escritora de culto fue la semilla. Fue su personaje el que dio origen a
los otros que la rodeaban. También tenía la idea de que ella caía por las escaleras
y que se iba a pasar casi toda la novela en coma. No sabía si se iba a salvar o
no, pero sí sabía que iba a construir su personaje a partir de las voces de los
otros que la rodeaban.
-¿Qué lugar ocupa la
imaginación y lo autobiográfico en esta historia?
-
La imaginación ocupa casi el noventa por ciento. Hay autores que basan su
ficción en hechos reales, pero la verdad es que yo no. Uno de los grandes
placeres que sentí cuando empecé a dedicarme a escribir todo el tiempo era
justamente poder vivir otras vidas, otros mundos, otras circunstancias que tal
vez yo, Carla Guelfenbein, no me hubiera atrevido. Sin embargo, al llevarlas al
papel sí puedo vivirlas. Mi búsqueda tiene que ver con crear mundos que para mí
signifiquen algo. No me interesa contar cosas que ya ocurrieron. Tengo un gran
amor por la ficción.
-Muchas
veces se la ha acusado de escribir una literatura sentimental y para mujeres,
¿Realmente cree que hay una literatura
para hombres y otra para mujeres?
-
Es increíble como todas las mujeres escritoras nos pasamos la vida
defendiéndonos de ser tildadas de escribir una literatura femenina y el gran
punto es: ¿por qué nos tenemos que defender así? Porque la literatura femenina
solo tiene connotaciones negativas. Es una literatura sensiblera, comercial y
no universal. Es decir, la literatura escrita por mujeres, cuyas protagonistas
son mujeres es para mujeres; la literatura escrita por hombres, cuyos
protagonistas son hombres, es universal. A ningún hombre le preguntan: “usted
con su personaje principal masculino, ¿escribió para los hombres?” Nunca he visto en ninguna entrevista en el
mundo que esa pregunta se la hagan a un escritor hombre. Por eso no nos queda
otra que defendernos porque evidentemente
yo no quiero que mi literatura tenga esas connotaciones. Ahora, es
cierto que hay una literatura que tiene ciertas características femeninas, así
como hay una literatura que tiene características masculinas, pero esas
características no son patrimonio exclusivo de hombres o mujeres. De hecho, en
todo lo que se llamó Last Fiction,
también se habla de la intimidad de los personajes. Banville, por ejemplo, está siempre hablando
de pérdidas, de su hija, de relaciones familiares y amorosas. Incluso Philip
Roth está siempre hablando de mujeres y de su relación con ellas. Ambos hablan
de las mismas cosas que nosotras. Sin embargo, a nadie se le ocurriría decir
que escriben literatura femenina.
-Pasemos de lo
femenino a un tema mucho más doloroso: los femicidios. Hace muy poco en nuestro
país se realizó una marcha multitudinaria bajo la consigna Ni una menos, ¿cómo
es la situación en Chile con respecto a este tema?
-Es
un fenómeno mundial. El hombre sí ejerce su fuerza física sobre la mujer y lo
más impresionante es que ocurre en todos los estratos. Sin duda, estamos ante
un gran problema y me parece maravilloso que se haya hecho esa marcha. Yo creo
que lo único que podemos empezar a hacer
y es lo que estamos haciendo desde hace siglos es defendernos de los
distintos modos de maltrato: el físico, el psicológico, el profesional y el
intelectual.
-Volvamos a la
novela, a través del personaje de Vera Sigall se describe el ambiente de
antisemitismo que hubo en Latinoamérica. ¿Piensa que aún sigue habiendo
antisemitismo?
-Definitivamente
sí. De alguna manera el antisemitismo se renueva. Lo último que ha pasado en la
Franja de Gaza ha recrudecido el antisemitismo. Uno puede estar de acuerdo o
no, pero lo que pasó nos ha hecho un daño gigantesco a los judíos que estamos
en el mundo. Hoy en día judío es igual a Israel, cuando no es lo mismo. Por
diferentes razones nunca se ha desarraigado esa idea de que el judío es un
extranjero, un usurpador. Así como existen todos esos conceptos referidos a la
literatura femenina, también hay connotaciones asociadas a lo judío, que no son
positivas y que se transmiten de generación en generación.
-Vera Sigall es una
escritora que vive recluida del mundo editorial, ¿Hoy se podría sostener una
carrera literaria de ese modo?
-Creo
que es difícil. Yo me he resistido a tener Twitter y Facebook porque siento que
no tengo tiempo y además no me gusta estar arriba de una ola que no es mía. A
mí me gusta estar arriba de mi ola, no de la ola del mundo. Y para poder estar
ahí hay que estar con las antenas puestas en lo externo y yo siempre tengo mis
antenas puestas hacia adentro porque desde ahí construyo mis historias. Pero, a pesar de eso, me doy cuenta de que es
absolutamente necesario y tengo mi Facebook
y mi Twitter, pero se lo di a mi hija. Yo le digo lo que tiene que
subir, pero es ella la que lo hace porque yo no sé. No sé porque es evidente
que no quiero aprender. Yo sé que puedo hacer lo que quiera porque he aprendido
a hacer cosas mucho más difíciles que esas.
- “No se necesita
talento para escribir un texto incompresible”, dice Vera en un pasaje de la
novela. ¿Piensa que goza de más prestigio la literatura inaccesible que la
accesible?
-De
alguna manera se ha hecho una especie de simetría entre lo oscuro, lo
incomprensible y la calidad porque esa literatura solo la pueden comprender
unos pocos. Entonces, se transforma en un texto elitista y al ser elitista
inmediatamente pareciera que adquiere un sello de calidad. Eso para mí es toda
una idiotez absoluta. Yo voy justamente por lo opuesto, por la profundidad, por
la complejidad en las ideas y en las estructuras, pero por la transparencia y
la comprensión.
-En la relación entre
Vera y Horacio, otro de los personajes de la novela, es fundamental lo que
ocurre a partir de la edición de unos poemas que llegan a la revista Sur. En su
caso, ¿hasta dónde interfieren los editores en su escritura?
-La
verdad es que interfieren muy poco porque soy terriblemente perfeccionista. Yo
me demoro dos años en corregir una novela. Entonces, cuando llega a manos del
editor, no es tanto lo que puede hacer. En lo que me ayudan muchas veces es a
mantener la congruencia con las fechas porque a mí se me desordenan dentro de
mi cabeza. Tengo como una suerte de
dislexia del tiempo. Ahí el editor sí cumple una función, pero más allá de eso,
no interfiere mucho.
- Alguna vez dijo que
huye de la gente que es sospechosamente feliz, ¿se puede hacer la literatura
desde la felicidad o es imposible?
-Yo
siempre sacó a colación aquella frase de Tolstoi que dice que “todas las
familias felices son iguales y las infelices lo son cada una a su manera”. Lo que está diciendo ahí es que él va a
hablar de las familias infelices porque de eso vale la pena hablar. Yo doy
clases de escritura y a mis alumnos siempre les digo que lo primero que tienen
que entender es la fractura de sus personajes. A través de esa fractura se
puede entrar adentro del personaje y conocerlo en su totalidad. Eso también
ocurre en la vida. Cuando digo que no me interesa la gente feliz, quiero decir
que no me interesa la gente que no me va
a abrir sus puertas. Yo creo que la
ficción está hecha de crisis, de algo que se quiebra y hace andar a la
historia.
-Hablando de andar, en
una de sus notas en la revista Mujer cuenta
que corre hace más de 25 años. ¿De qué manera influye la actividad física
en su escritura?
-Influye
y muchísimo. Yo necesito correr porque es el tiempo en el que mi cabeza se
despeja. Siempre que corro me voy con una labor, con algo para resolver, algo
que no estoy entendiendo del texto que estoy trabajando, algún aspecto del
personaje, por ejemplo los títulos siempre los pienso mientras corro. Como el
cuerpo cuando uno corre está ocupado, la mente puede volar con una gigantesca
libertad. Por otro lado, yo me paso todo el día sentada, así que si no salgo a
tomar un poco de aire, no lograría despejarme nunca.
- Alejandro Zambra,
el escritor coterráneo suyo dice que “leer es cubrirse la cara y escribir es
mostrarla”, para usted, ¿qué es escribir?
-Para
mí escribir es un lugar y no tengo conciencia de que estoy mostrando la cara.
Si yo tuviera conciencia de que estoy mostrando la cara, creo que me
paralizaría y no podría escribir. Cuando estoy escribiendo no tengo a alguien
al otro lado que me está mirando porque, ese mostrar la cara implica que
alguien te está mirando. Yo pierdo conciencia de eso; justamente lo opuesto de
Alejandro. Estoy de acuerdo con que leer es cubrirse la cara y encerrarte en tu mundo, pero para mí escribir
es sencillamente poder habitar de una manera plena, total y absoluta el mundo
de mi ficción. Desde niña inventaba historias como por ejemplo que tenía una
hermana. Yo nunca sentí que mentía, de verdad creía que tenía una hermana y esa
hermana era todo lo que yo quería ser cuando creciera. Después, en la época en que Batman y Robin
eran como mis ídolos, inventaba que me encontraba en la plaza de mi barrio con
Batman y te lo prometo que mis amigas me lo creían. Nunca sentí que mentía
porque ya estaba empezando a hacer ficción. Ese es el mundo en el que quiero
vivir: un mundo en que todo lo que imagino se hace realidad en la medida que lo
narro.
- Recién le nombraba
a Zambra, que es narrador pero también poeta, ¿es un peso para los narradores
chilenos su historia poética?
-Yo
creo que sí, nosotros crecemos leyendo poesía. Tenemos estos monstruos que son
Neruda, Huidobro y Parra que son parte de nuestra existencia. Toda esa poesía
para un narrador es una referencia muy fuerte y está siempre presente, sobre
todo, en la búsqueda del sonido que puede tener cada frase, cada párrafo.
-Antes hablaba de su
formación científica. Hace poco lo entrevisté a Guillermo Martínez, que además
de ser escritor es Matemático y me decía que
en el ambiente literario de nuestro país, tener éxito es un pecado, ¿ocurre
lo mismo en Chile?
Por
supuesto. Los grandes pecados son: uno, ser mujer escritora; dos, escribir con
protagonistas mujeres y tres, tener éxito. De los cuales tengo todos, así que
soy una pecadora completa.
Publiacada originalmente en la revista Quid de las librerías Yenny y El Ateneo, agosto 2015.
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