miércoles, 29 de junio de 2022

Antonio Birabent y el vértigo de la literatura


 

Nando Varela Pagliaro

“No me estoy poniendo a prueba frente a nadie. Entiendo que Tres les llegará a algunos y a otros no, y que la inmensa mayoría jamás lo leerá. Es así de simple”.

El que habla es Antonio Birabent, quien, a sus ya conocidos oficios como músico y actor, ahora suma el oficio de escritor. Para asomarse a los ladridos, elige hacerlo con Tres (Editorial Malisia), un libro de relatos autobiográficos que orbitan alrededor de la relación padre e hijo.  

—En tu biografía de solapa podemos leer que, si bien trabajás hace más de treinta años con las palabras, este es tu primer libro. De alguna forma, publicar un libro era algo que te debías a vos mismo. ¿Hay algo de asignatura pendiente en Tres

—No, no era algo pendiente. De hecho, perfectamente podría no haberlo escrito. Naturalmente se fue dando en los últimos años que junté cientos de relatos y entendí que eran un libro.

—¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿De entrada empezaste a escribir con la idea de que estos textos se transformaran en un libro? 

—Primero eran como te decía muchos relatos diversos. Después entendí que había dos o tres hilos conductores en todos ellos. Yo ya había tenido la idea de hacer un libro de cosas cortas hace veinte años, pero no la había concretado. En este caso se impuso la idea, por acumulación.

—Durante ese proceso, ¿tuviste algún lector imaginario en tu cabeza? 

—No, escribía para mí y en segundo plano para que algún día mi hijo lo lea.

—Como dice Juan José Becerra en la contratapa, en Tres se ve mucho “el amor filial y la ilusión de la sangre común”, ¿cuánto te preocupa la lectura que puedan hacer del libro tu padre y tu hijo? 

—La de mi padre ya no me preocupa porque ya lo hizo y entendió que Tres está escrito desde el amor y el reconocimiento. Creo que mi hijo lo leerá, si es que lo lee, cuando tenga unos años más y confío en que lo disfrute y se encuentre representado por la visión de su padre.

—Tres es un libro en sintonía con lo que ahora se llama “literatura del yo”, ¿sos lector del género? 

—No entiendo la literatura desde otro lugar. No sé cómo sería la literatura del vos. Todo empieza por el conocimiento y la inquietud propia. Por la experiencia, las obsesiones, lo mío. Después llega lo otro, y el otro.

—Si pensaras en un próximo libro, ¿irías nuevamente por el terreno de lo autorreferencial o podrías incursionar en algo más cercano a la ficción? 

—Si viene otro libro será mucho menos autorreferencial, como te decía en la respuesta anterior: siempre entiendo la expresión desde la mirada propia, pero no contaría nuevamente cosas necesariamente personales. Me dan ganas de ir para otro lado. En eso estoy.

—Publicaste cerca de veinticinco discos, ¿es igual el miedo al publicar un primer disco que un primer libro? 

—No es miedo la palabra. Es un poco vértigo. Pero no me estoy poniendo a prueba frente a nadie. Entiendo que Tres les llegará a algunos y a otros no, y que la inmensa mayoría jamás lo leerá. Es así de simple.

—Siguiendo con los miedos, en Dos despedidas, uno de los primeros relatos de Tres, decís que “Ser padre es saber lo que es el miedo”, ¿pensás que tu padre y los padres de las generaciones anteriores estarían de acuerdo con esa frase? ¿Por qué creés que cambió tanto la forma de relacionarse entre padres e hijos? 

—Cambió seguramente la normalidad de lo que es ser padre de una generación a otra. No sé si puedo generalizar tanto de todas formas. Yo lo vivo así. Me gustaría que sea de otra manera, pero me cuesta.

—En el libro te referís a tu papá, Moris, como a El en mayúscula. En uno de los relatos incluso te preguntás “¿por qué le doy la responsabilidad y la gloria de la justeza semántica? ¿La máxima tendría el mismo efecto si no lo tuviera a él como ideólogo?” Hoy ya tenés una trayectoria larguísima en la música e incursionaste en muchísimos otros terrenos: la actuación, el periodismo y ahora la literatura, pero me imagino que en algún momento debió haber sido un peso grande ser el hijo de Moris. ¿Es así o nunca viviste su figura de ese modo? 

—Nunca fue un peso. Será porque lo tomé con humor y con naturalidad. Entiendo además que mi padre genera en la gente, en su mayoría en personas que no lo conocen, una fascinación. Me parece divertido. Pero nunca fue una carga. Si no, no hubiera hecho música.

—“Un niño de cincuenta no mira atrás, su vida está toda por delante”, decís en otro de los textos del libro. ¿Realmente tenés esa mirada? ¿Se puede escribir desde ese optimismo o la birome y el papel se llevan mucho mejor con la nostalgia y la melancolía? 

—Las dos cosas. Escribir es pesadísimo y también es una alegría y un triunfo sentir que una página esta lista y que puedo pasar a la que viene.

—“Una entrevista es pasar por un simulacro inútil de explicarte para los demás, de contar quién sos y aventurar quién vas a ser en el futuro”, decís en Crujen los billetes. Si tenés ganas, hagamos eso, ¿cómo creés que vas a ser en un futuro no tan lejano? ¿Cómo te ves de acá a quince años? 

—La verdad, me veo básicamente haciendo lo mismo. Confío sobre todo en ser un poco más libre. Con eso estaría contento.

—Y siguiendo con los juegos estúpidos que a veces nos gusta hacer a los que hacemos preguntas, ¿cómo creés que el Antonio Birabent adolescente, el que recién había llegado de España, vería al hombre que sos hoy? 

—Le parecería un hombre viejísimo, tanto que tal vez sería invisible para él.

—Para terminar, suelo hacer una pregunta que tiene que ver con el uso del tiempo. En tu caso, que hacés tantas cosas a la vez, ¿cuándo sentís que tuviste un día productivo? ¿medís el día en esos términos? 

—Pienso todo el tiempo en el tiempo y en cómo pasa y en cómo lo pierdo. Escribir, tocar la guitarra, crear algo son maneras de no sentir tanto dolor por esa realidad.