lunes, 30 de noviembre de 2015

Entrevista a Maximiliano Tomas: “La crítica me sigue pareciendo una tarea necesaria"


Nando Varela Pagliaro

En esta última década, Maximiliano Tomas se ha transformado en uno de los principales referentes de la crítica literaria en la Argentina. Desde el diario Perfil - en sus inicios - o desde La Nación y la revista Quid - en la actualidad - viene registrando sus lecturas y generando nuevas preguntas acerca del estado del campo literario, la industria editorial y el periodismo cultural. Muchos de esos artículos breves ahora aparecieron reunidos en ¿Qué leer?, Una guía de lectura para los amantes de los libros, publicado en la colección Reservoir Books de Penguin. En palabras de Juan Terranova: “¿Qué leer? es un libro de nombres propios, de apreciaciones y valoraciones. Leerlo, discutirlo e interrogarlo será responsabilidad de los que hoy en la Argentina se digan lectores”.

-En el prólogo del libro decís que pocas cosas te interesan más que trabajar sobre el cuerpo de la literatura desde el lugar del crítico. ¿Tuvo que ver con eso que hayas relegado tu propia literatura? En tu caso, ¿no pueden convivir el crítico y el escritor?

-Sí: si bien no podría vivir sin escribir, en algún momento, hace ya casi unos diez años, me di cuenta de dos cosas de forma simultánea. Una, que ya no iba a ser un genio precoz, un wunderkind a lo Rimbaud, o a lo Capote, y que si mi escritura no iba a cambiar de alguna manera la historia de la literatura, mis escritos podían esperar. La otra fue que siempre, pero siempre, disfrutaba más de la literatura de los otros (de leer los libros de los demás) que de producir la propia. El viejo leitmotiv del lector antes que el escritor. Pero en mi caso era cierto, y lo sigue siendo. Y como me interesaba seguir leyendo literatura, y escribiendo, y ganándome la vida con el fruto de esas tareas, encontré en la crítica literaria la síntesis de todos mis intereses. Con un detalle, claro: tenía que empezar a formarme teóricamente. En eso sigo.

-Alguna vez lo entrevisté a Guillermo Martínez y él me decía que no ve una crítica independiente, que todos los críticos que colaboran en medios culturales tienen su obra escrita a la par y entonces compiten como juez y parte del mundo literario. ¿Estás de acuerdo con esa postura? ¿Se pierde “objetividad”, por ser crítico y escritor a la vez?

-El planteo es tan viejo, tan obvio, tan banal y tan interesado que no sé si sigue valiendo la pena discutirlo. Desde siempre los escritores hicieron crítica o ensayo literario. La historia de la literatura está plagada de ejemplos. ¿Hace falta repetir los nombres, una vez más, de Kafka, Borges, Sartre, Nabokov, Sontag, Piglia, Saer? Por otro lado no hace falta ser escritor, ni siquiera un gran escritor, para tener intereses más o menos espurios: en la literatura, como en tantos otros oficios y disciplinas, el prestigio se obtiene con obra pública y también con obra impública. En ese sentido, por ejemplo, el “Borges” de Bioy Casares es un manual de la rosca literaria. Después, hay críticos enormes, fundamentales, que nunca escribieron ficción, lo que también invalida ese planteo: Benjamin, Barthes, Adorno, Eagleton, Sarlo y siguen las firmas.

-En El amor en tiempos del kirchnerismo decís que “la literatura, a pesar de estar por encima del nivel del cine local, le importa a muy pocas personas, ¿por qué pensás que es tan difícil que el público masivo se acerque a los autores locales como sí se acerca a ver las películas de Trapero o de Szifron?

-Si lo supiera con certeza, probablemente estaría retirado y viviendo en el barrio del Poblenou, en Barcelona, a cuatro cuadras del mar. Pero hablando en serio, no hay manera de comparar la dedicación, el tiempo, la voluntad, la concentración y el deseo que hacen falta para abordar una verdadera obra literaria, cuando con apenas una de estas cosas, o con ninguna, uno puede comprar una entrada al cine, sentarse, comer pochoclo, salir de ahí y comentar con amigos los entretelones de la película delante de una pizza de Güerrin. Hay momentos para cada cosa. Y leer y ver una película son dos experiencias distintas. Desde que nació, el cine, que es una industria mayormente rentable y de capitales globales, goza de otras maneras de publicitar y comercializar sus productos. Siempre fue más popular que la literatura. Al menos que la literatura que me interesa, que no es la del mero entretenimiento. Los libros que yo leo son comparables con las películas de Llinás, o con las obras de teatro de Mendilaharzu o Spregelburd, y la cantidad de gente que los lee suele ser, también, muy parecida a la que ve sus obras y películas. El argumento de la cantidad no solo es fascista sino que tembién es mentiroso. Spregelburd y Llinás son tal vez dos de los genios del cine y el teatro argentino de hoy. Y Florencia Bonelli no escribe mejor que Federico Falco porque vende cien mil veces más ejemplares.

-En este contexto, ¿qué lugar ocupa un crítico literario?

-El lugar incómodo, marginal, anacrónico, casi te diría que hasta muchas veces inútil del tipo que se dedica a pensar sobre la producción literaria contemporánea y  trata de imponer sus gustos y sus preferencias estéticas al público lector, a través de argumentaciones sólidas, convincentes, inteligentes y cultas. Eso, en el mejor de los casos. A mí, en medio del caos de la industria editorial, del barro infecto de las redes sociales, de la estupidez extendida y beligerante de la sociedad contemporánea, me sigue pareciendo una tarea necesaria y apasionante. Claro, no son muchos los que piensan como yo.

-Durante varios años estuviste al frente del suplemento de cultura de Perfil. Hoy, ¿cuál es tu relación con los distintos suplementos? ¿Qué aciertos y qué falencias ves?

-No me hagas hablar mal de colegas, ya lo hice en su momento, cuando estaba al frente del suplemento de Perfil, y todavía me lo están cobrando. Por lo demás, al parecer, por la atención que les prestan y la importancia que les dan (cada vez menos páginas, cada vez peor hechos) los dueños de medios a estos espacios, cualquiera diría que tienen los días contados. Eso sería un error, por supuesto. Pero una vez más, los dueños de los medios no suelen pensar como yo. No hay más que seguir algunas páginas web extranjeras (Paris Review, New Yorker, Jot Down, tantas otras) para entender que se pueden editar publicaciones culturales hoy de un alto nivel, elegantes e influyentes, y con costos relativamente bajos.

-¿Hay algo que extrañes de tu época como editor de Perfil?

-Siempre me gustó el clima de las redacciones. Pero trabajé en ellas todos los días durante casi veinte años. No me vino nada mal este último tiempo de soledad, silencio y retiro. Fue como una desintoxicación. Ahora ya puedo recibir nuevas dosis de sociabilidad. Además, me escribo habitualmente con los pocos periodistas valiosos que quedan en los grandes medios, o los veo en la calle, en bares, en reuniones, en cumpleaños.

- Me llama la atención que estés completamente afuera de las redes sociales, ¿no creés que hoy la crítica, la conversación literaria circula más por Twitter que por los suplementos culturales?


-No. ¿Y acaso no es evidente que no es así? ¿Hace falta que diga por qué? Cuando no se convierte en una marea de insultos y ataques cobardes, muchas veces ni siquiera ocurrentes o graciosos, Facebook es el reino de los gatitos y los bebés, Twitter un espacio para hacer operaciones berretas y lamerse las heridas mutuamente e Instagram el pornosoft aceptado socialmente, las fotos de pies en la playa o el registro de la milanesa con papas que estoy por comerme. A mí que me perdonen, pero bastante tengo con mis múltiples trabajos, con la crianza de mis hijas, con atender el teléfono, contestar el mail y el Whatsapp, y sobre todo con las deudas de mi biblioteca, a mis casi 40 años, como para perder más tiempo aún.

Publicada originalmente en Revista Polvo, noviembre 2015.

domingo, 15 de noviembre de 2015

El libro recordado – Díganme Ringo – Ezequiel Fernández Moores


Nando Varela Pagliaro

Estaba por cumplir doce años, cuando en una librería me encontré con Díganme Ringo, una biografía de Oscar Natalio Bonavena escrita por Ezequiel Fernández Moores. Lo primero que me llamó la atención fue ver en la tapa al boxeador de Parque Patricios acostado en la cama, con el torso desnudo, un puño cerrado y un chupete en la boca, como si fuera un bebe. No lo recuerdo con certeza, pero estoy casi seguro de que fue el primer libro que pedí que me regalaran. Debía ser el año 96 y por entonces mi madre recién me había inoculado la pasión por la literatura. Su estrategia para que dejara de pensar en los libros como objetos hostiles fue mostrarme que la única manera que tenía de saber más acerca de las cosas que me interesaban era leyendo.

Por suerte le hice caso y muy pronto pude descubrir que nunca más iba a sentirme solo; que a veces perdiendo también se gana y que, como decía Ringo: “la experiencia es un peine que te dan cuando te quedas pelado".

Publicada originalmente en el Suplemento de Cultura de Tiempo Argentino, noviembre 2015.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Entrevista a Luciana Ravazzani: “La poesía se lleva bien con todos los estados de ánimo”


Nando Varela Pagliaro

Luciana Ravazzani es licenciada en Psicología y autora de los libros de poesía El ombligo de las naranjas (2011), Intenciones de hablarte (2012) y en estos días, Ediciones en Danza acaba de publicar Desde las bisagras, su tercer poemario.  

“Desde las bisagras” nace con el estar en un lugar diferente al que solía habitar cuando escribía. No fue una decisión premeditada, es algo que sucedió de manera totalmente inconsciente. Es como crecer. Uno crece, cambia, aunque no se dé cuenta .El lugar que tomé mantuvo del anterior la unión con lo más cotidiano de la vida pero esta vez, a diferencia de las previas, la mirada no estaba puesta afuera, no escribía desde cómo se veían las cosas sino que escribía desde cómo las sentía”.

-“Yo sé que la vida cabe en esa cama / donde te leo a Vallejo / y donde nos reímos de mí / y de mi juego a la tristeza / por un poema que es novela para llorar”, escribís en uno de los poemas del libro. ¿Creés que la poesía se lleva mejor con la tristeza o también se pueden escribir buenos versos desde la felicidad?

-Yo creo que la poesía se lleva bien con todos los estados de ánimo porque, al menos a mí, me pasa que me pide ser escrita cuando me está pasando algo del orden de lo emocional, es la manera que conozco o la manera que encontré de atravesar algunos estados de ánimo, los tristes y los felices también.
Antes creía que cuando uno está triste, no puede escribir, que es necesario tomar distancia. Eso sostenía hasta que murió mi mamá y escribí mi segundo libro de poemas “Intenciones de hablarte”. Me descubrí escribiendo poemas acerca de ella, de lo que habíamos sido, de su internación, de su partida y, para mi sorpresa, eran poemas duros que escribía lentamente, con la necesidad de hacer de todo eso, algo bello. Afortunadamente, fue poesía lo que nació y no catarsis.

-“Soñé que escribía un poema de los que ya no escribo, un poema inesperado como son todos los poemas”. ¿Cuánto de espontáneo y cuanto de corrección hay en tu poesía?

-El comienzo de un poema es, si no siempre, casi siempre espontáneo. Respecto de la corrección, tengo un límite. Si el poema, ese mundo pequeño, necesita demasiados retoques, debe descartarse y volver a ser escrito más adelante. Yo creo que con los poemas pasa lo que en el psicoanálisis, lo que pide ser escrito no se olvida, vuelve. “Lo que no se elabora, se repite”, decía Freud. Ese poema se repite hasta que logra ser bien escrito.

-A la hora de sentarte a leer, ¿qué buscás en un poema?

-Busco que sea lo más cercano y sencillo posible, no me gusta la poesía barroca, me gusta la poesía de Diana Bellessi, por ejemplo, que cuenta que recorriendo las rutas de América Latina en un momento se quedó sin plata y fue a parar a un hotel de citas. También busco que sea así de humana y que me cuente, que tenga algo de narrativa en su estructura. 

-Y cuando escribís, ¿imaginás algún tipo de lector?

-Pienso que no porque si imagino al lector, condicionaría qué decir y qué no y eso me parece que no es deseable.

-En los ´90 Fabián Casas decía que ya no quedaban lectores de poesía que no escribieran sus propios poemas, ¿Hoy eso cambió? ¿Cómo ves el panorama actual?

-La poesía es la pequeña voz del mundo como dice Diana Bellessi. Es más difícil encontrar lectores de poesía que lectores de narrativa. También hay muchos escritores de narrativa que no se acercan a la poesía. No sé si pasa lo mismo con los escritores de poesía, en mi caso yo leo de ambos registros y no hay uno que predomine sobre el otro. No sé si hoy eso cambió, yo creo que no, que la poesía siempre fue un universo mucho más pequeño.

-Siguiendo con cosas que dice Casas, hace un tiempo lo entrevisté y él me decía que en nuestro país a nadie le importa un escritor. Teniendo en cuenta este contexto nada alentador, por cierto, ¿cuál es el motor para seguir escribiendo y publicando libros de poesía?

-El motor en mi caso es vital. Yo no soy si no escribo. Puedo dejar de publicar, pero no concibo la posibilidad de dejar de escribir.

-¿Qué poetas contemporáneos recomendarías?

-A Diana Bellessi, Alicia Genovese, Joaquín O. Giannuzzi, Olga Orozco y Héctor Viel Temperley, entre otros.


Publicada originalmente en Revista Polvo, noviembre 2015.

lunes, 9 de noviembre de 2015

jueves, 5 de noviembre de 2015

Entrevista a Horacio Convertini: “La imagen del escritor torturado siempre garpa"


Nando Varela Pagliaro

Horacio Convertini llevaba más de veinte años trabajando como periodista cuando decidió empezar a escribir su propia literatura. Había un lugar de creatividad que el oficio no le terminaba de dar. Intentó primero con el comic, después con guiones de cine y paralelamente fue acumulando textos con alguna pretensión literaria, que después de guardarlos por unos meses en la computadora, los rompía prolijamente. Al final, algunos de esos textos empezaron a sobrevivir y se atrevió a mostrárselos a sus compañeros de trabajo, que además de periodistas son escritores. La buena devolución que tuvo del otro lado le dio el coraje que le estaba faltando para empezar a tomar la escritura como algo más intenso. Enseguida se cruzó por su vida el taller literario de Pablo Ramos. En términos futboleros, dice que Ramos fue el que lo ordenó en la cancha. Al mismo tiempo, empezó a participar en concursos literarios, para testear si sus textos tenían algo. Le muy fue bien con los premios y muy pronto pudo publicar. Desde 2008, año en que ganó el premio del Fondo Nacional de las Artes y publicó su primer libro, lleva editados el libro de relatos Los que están afuera, las novelas El refuerzo, La soledad del mal, El último milagro y New Pomprey y las novelas infantiles La leyenda de los invencibles, La noche que salvé al universo y Terror en Diablo Perdido infantil.

- El hecho de dedicarte tan intensamente al periodismo ¿te quita un poco de ganas para después escribir tu literatura?

-No, para nada. Yo pienso, como dice John Connolly, que el periodismo te da la suficiente gimnasia como para no temerle a una página en blanco y te da esa especie de impulso primario de que toda página en blanco tiene que estar rápidamente cubierta de palabras. En todo caso una página discretamente escrita es mucho más que una página en blanco y como escribir es reescribir, en algún momento esa página discretamente escrita va a ser una página bien escrita. Entonces, a mí el periodismo me dio esa solvencia frente a la página en blanco; me dio disciplina y también cierta perentoriedad porque uno en los medios está acostumbrado a que lo que se escribe, se publica.  Una nota no puede estar en el aire, tiene que estar cerrada, por ahí no de la manera ideal, pero sí tiene que estar cerrada. Ese ejercicio en la literatura es muy útil, sobre todo cuando estás enfrentando el desarrollo de un proyecto. El periodismo te ayuda a ir derecho a la meta. No es tanto detenerse, sino que es sentarse a producir porque sabemos siempre que una palabra trae a la otra.

-Y el escritor al periodista, ¿qué le dio?

- Los rasgos que yo tengo como periodista ya los tenía antes de que fuera escritor. La relación es totalmente asimétrica. En mi caso, el periodista le da al escritor la posibilidad de tener un sueldo seguro todos los meses, una obra social y una tranquilidad que en la literatura no podría encontrar y además le da ese ritmo y esa habitualidad que te da haberte manejado durante más de treinta años con la palabra escrita. En cambio, el escritor al periodista por ahora no le dio nada.   
     
-Hablemos de New Pompey, tu última novela ¿Cómo surgió la idea del libro y cómo fue el proceso de escritura?

-La idea surge en un momento en el que tenía ganas de escribir una historia de adolescencia y no de cualquier adolescencia, sino de la mía. Tenía ganas de que en esa historia aparecieran los paisajes de mi barrio de esos años. Por aquel momento me había reencontrado con muchos de mis amigos de aquella época y ese reencuentro había sido muy fuerte, muy feliz y muy gozoso. Además, me pasaba que me dolía mucho volver a Pompeya y ver cómo se había transformado el barrio de una manera terrible. No digo que el barrio hoy sea peor que el de antes, digo que era distinto y en esa diferencia me costaba reconocerlo. Antes era un barrio fabril y obrero, con fábricas que trabajaban las 24 horas, en donde la escuela pública era un lugar extraordinario, pero después vino el vendaval de los noventa y partió todo al medio. Hoy la geografía ya es otra. Quizás el obrero desocupado de los noventa ya tiene dos generaciones que no ha conocido el empleo formal y sí han conocido mucho más las drogas duras y cierto grado de marginalidad. Eso te duele porque en el sur hay muchas desigualdades que aún no se han superado. De ese deseo de escribir una historia de adolescencia y la fuerte imagen de volver a Pompeya y ver cómo cambió el barrio nace esta novela.

-¿Por qué se publicó primero en Venezuela y después acá?

-Porque no es fácil publicar en la Argentina, sobre todo cuando sos un autor algo veterano, no venís del palo de las letras  o probablemente no tenés un talento avasallador que se instale por sí solo. New Pompey, antes de ser publicada en Venezuela, la leyó Pilar Reyes que en esos años era la directora editorial de todo Alfaguara y me hizo una devolución extraordinaria. Mandó su recomendación para que se publique en Argentina y a los seis meses me llamaron para decirme que la novela les gustó, pero que no la iban a publicar porque no estaban desarrollando autores nuevos. Después, por suerte salió lo de Venezuela, que hizo que no me frustrara con el texto.  A mí me pasa que cuando tengo mucho tiempo un texto, lo sigo trabajando todo el tiempo, nunca lo dejo quieto, lo vuelvo a leer y siempre le echo la culpa a lo que escribí. Nunca creo que el problema esté afuera. Si algo falla, esa falla está en el texto.

-¿Ni siquiera el hecho de haber ganado tantos premios como ganaste te facilita el camino para publicar un libro nuevo?

-Los premios lo primero que hicieron fue construir mi autoestima de escritor. Es como si fueras un boxeador y probás la mandíbula que tenés. De hecho, casi toda mi obra está publicada gracias a los premios, pero más allá de eso era complicado publicar una novela como New Pompey, que yo no había presentado a ningún concurso. Entonces apareció lo de Venezuela y a mí me daba pánico porque pensaba que por la forma en que está escrita no iban a entender nada. Sin embargo, ayer me llamó Ulises Milla, el editor de allá, y me dijo que el libro estaba funcionando bárbaro. Incluso por encima del nivel de venta de los autores locales.   

-Como comentabas, ya desde el germen de New Pompey, tus amigos tienen un lugar central. ¿Cuánto pensaste en ellos a la hora de escribir?

-Lo que tuve en cuenta fueron muchas historias y personajes que aparecen, pero totalmente deformados. De todos modos, quienes han transitado conmigo esa parte de mi vida decodifican muy bien de qué se trata. La literatura es engañosa, es una forma bella y sutil de estafar, sobre todo con este tipo de historias realistas que enclavás en un tiempo y en un lugar, pero que en el fondo no deja de ser una ficción. Tal es así que hay amigos que creen acordarse de algún personaje de la novela, cuando en realidad ese personaje jamás existió.

-Fabián Casas siempre dice que le cuesta imaginar su literatura fuera de Boedo. En tu caso y en esta novela en particular, ¿qué lugar ocupa Pompeya?

- Es el gran protagonista que habla a través de Cali porque no presta sólo el escenario, no es solo un decorado. De algún modo lo que transfiere es un SOS de decadencia. El barrio a través del drama de Cali lo que dice es “me estoy cayendo, está por empezar otra cosa y ya nunca va a volver a ser lo mismo”.

-Además de tus amigos y el barrio, el club también es un anclaje muy importante. ¿Ese espacio que a nivel social hoy se perdió?

-Yo escribí toda la novela a partir de mi recuerdo, sin ir a Unidos de Pompeya. No quería ir a verlo porque tenía miedo de que el club real influyera sobre el club ficcional. Hasta que en un momento, cuando ya la había escrito, fui a reconocer algunos escenarios.  Fui en verano, con la idea de encontrar la pileta abierta y lo que encontré fue un club lleno de rejas, con el natatorio que no funcionaba y encima ni me querían dejar pasar. Realmente es triste ver como esos polos de acción social han desaparecido o se han reducido a su mínima expresión. Tengo amigos que mandan a sus hijos al club y me han dicho que en los últimos tiempos la situación mejoró. Pero para que tengas una idea del lugar que ocupaba el club, en Unidos de Pompeya hasta hicieron la fiesta de casamiento mis viejos. Había gente que entraba a la fiesta mostrando el carnet de socio, sin invitación. Un tío mío tuvo que salir a comprar comida de raje a la media noche porque era tanta la gente que se había colado, que se habían quedado sin comida. Unidos de Pompeya era un club donde las grandes orquestas de tango tocaban frecuentemente. Mi viejo ha visto a tocar a los mejores. Se hacían peleas de boxeo. Ahí vi pelear a Coggi, cuando era amateur. Bonavena y Accavallo también hicieron peleas en el club. Había mucha mística y muchas actividades. Era de una gran pujanza social e incluso cultural. Todo eso, a fines de los noventa se redujo a su mínima expresión. No es que quiero quedarme en el lugar tanguero de que el pasado fue mejor, pero hay que reconocer que las relaciones sociales cambiaron mucho. Hoy los pibes no salen a la calle, están todo el día encerrados, jugando entre ellos jueguitos en red. Nosotros estábamos todo el día en la calle porque no teníamos alternativa. A mí me parece que se terminó un modo de sociedad y empezó otro que se está armando y que todavía no sabemos cómo va a terminar. Aquella sociedad, que tenía un montón de problemas, su intolerancia política y también sexual, su acostumbramiento a las disrupciones militares y que tenía por otro lado una cara en la que todos encontraban su lugar bajo el sol, de alguna manera ya se terminó. Lo que ha venido a reemplazar a esa sociedad es algo que en algunos aspectos se le parece y en otros es totalmente distinto.

- Cali, el personaje principal, es un personaje con muchos matices y que claramente tiene mucho de autorreferencial. Si vos lo tuvieras que describir, ¿qué dirías?

-Cali soy yo. Tiene mucho de mí, vive en la casa en que yo viví, tiene alguno de los amigos que yo tuve, fue al club que yo frecuenté y conoció algunos aspectos de la sociedad de entonces que yo conocí. Cali es homosexual y yo no, pero Cali es el homosexual que yo hubiese sido. En aquel momento, un Cali de veinte años a fines de la dictadura y en ese barrio sobre todo, hubiese debido ocultar su homosexualidad o irse. Encontrar ese exilio interior en donde poder de a poco ir abriendo su sexualidad o disfrutándola. Para construir el personaje pensé en el puto que podría haber sido yo y a lo que me hubiese enfrentado de haberlo sido. En los últimos diez años, en la Argentina por suerte ha habido muchos avances con respecto a la tolerancia sexual y la admisión de las nuevas familias, pero la historia de la homosexualidad de  Cali está contada a fines de setenta y principios de los ochenta y el panorama era otro.

-Antes de la literatura intentaste escribir cine, New Pompey es muy cinematográfica. ¿Eso tal vez venga de esos primeros intentos o es casual?

-Tiene que ver con la forma en que yo pienso y planeo mi literatura. Yo me hago una película en la cabeza de lo que escribo. Por ahí eso se trasluce en mi narrativa, en mi estilo. Me gusta transmitir emoción, me gusta transmitir imágenes fuertes,  que el lector pueda ver las cosas que yo estoy viendo en mi cabeza, cuando estoy sentado frente a la computadora. Quiero que vea Unidos de Pompeya, quiero que vea el Puente Alsina y la Avenida Sáenz. Entonces, trato de alguna u otra manera que esas construcciones intelectuales, se le formen como imágenes en la cabeza.

-En tus novelas siempre hay un eje policial, que en este caso si bien no es lo central también está presente. ¿De dónde crees que viene tu gusto por lo policial?

-Creo que tiene que ver con cierta compulsión mía por la sordidez y la violencia, que es lo que genera contradicción con los que me ven de afuera porque no soy una persona así. Sin embargo, cuando escribo tengo una inclinación hacia eso. Me cuesta no encarar una historia que no vaya para ese lado, salvo cuando escribo literatura infantil. Por ejemplo, en los primeros aprontes de New Pompey, la historia iba ir por el robo y la cuestión sexual no estaba, pero apareció naturalmente porque necesitaba un elemento más de ruptura entre los personajes centrales. Tengo una tendencia a construir personajes complejos, con una mala adaptación con su entorno y que resuelven sus conflictos con algún tipo de violencia. A veces la violencia es física y otra emocional. Algunas de estas historias se encuadran dentro del género policial o del género negro en su más amplio espectro. A veces dudo de que New Pompey sea una novela policial y la biblioteca está dividida mitad y mitad. Hay escritores de policiales que consideran que sí es una novela negra y otros, entre los cuales me incluyo, que creen que lo negro no está puesto por el elemento policial, sino por la cuestión social y el drama de los personajes.

–Hablabas de literatura negra, últimamente parece que hay una especie de boom del género. ¿Es así o en realidad hay más escritores y festivales que lectores de ese tipo de literatura?

-Yo creo que hay muchos lectores del género que siguen autores extranjeros con el esquema de “hay un enigma, lo vamos a resolver. Después hay un segundo caso, un tercero y una saga que se continua hasta cuando el autor ya no está más, como el caso de Millennium. Para ese tipo de literatura del cuentito del enigma, sí hay un gran público. Por otro lado, hay otro tipo de literatura negra que funciona en un nivel más de tribu  y que se lee en otros círculos, no en el gran público. Ahí hay tantos autores como lectores y la condición lector y autor se entremezcla.  A mí una de las mejores cosas que me pasó en la vida literaria fue haber ganado el Premio Azabache con La soledad del mal. Esa novela, por falta de posibilidades para publicarla, estaba a punto de desarmarla y transformarla, pero por suerte gano el Azabache y de algún modo el género negro me encuentra y en el género encontré a tipos muy generosos como Guillermo Orsi, Leo Oyola, y Juan Carrá y podría nombrarte a muchos otros, son tipos que te leen, que te apoyan cuando hacés algo y que además generan proyectos: Fernando del Rio y Javier Chiabrando con Azabache, Ernesto Mallo con el BAN, Fernando López con Córdoba mata, permanentemente están generando cosas. La verdad es que en todo esto encontré un mundo que me encantó haber conocido y me siento a veces un tipo que viaja con documento falso. 

- Siguiendo con el género, pero mezclándolo con tu oficio periodístico ¿Pensás que hay una  correlación entre lectores de policiales de diario y lectores de novela policial?

-Me parece que son compartimentos estancos. No estoy muy seguro de haya una franja muy grande de lectores de policiales. Lo que sí creo es que hay una masa de gente que es receptiva de la información policial porque tiene que ver con su seguridad y con sus miedos interiores. Por otra parte, el lector de literatura policial elige ese género porque es el que más le divierte y punto. A mí siempre me dicen: “vos fuiste periodista de la sección policiales, por eso escribís novelas policiales”. Y no es así. Por ejemplo La soledad del mal la escribí cuando ya trabajaba en Espectáculos.

-En lo que tal vez haya una correlación es en que la sección policial de los diarios es la que más se asemeja a la literatura.

-Puede ser porque cuando vas a contar la historia de un crimen lo que estás contando es un cuentito, pero de lo que no estoy muy seguro es de que la masa de lectores del género policial venga de la gente que lee o escucha las noticias policiales, sino serían muchos más. Volviendo a lo del boom, te diría que es tal el entusiasmo que ponemos los escritores del género que a veces me da la sensación que creamos el espejismo del boom. Más allá de que hay autores que tienen muchísimo éxito como Pablo de Santis o Claudia Piñeiro. 
 
-Antes hablabas de lo difícil que es publicar para alguien que arranca relativamente tarde y que escribe una literatura como la tuya. ¿Pensás que este tipo de narrativa más directa no es tan valorada como tal vez lo es otra literatura más críptica?

-Yo creo que ser críptico es una elección estética válida y legítima y que sin duda da algún dividendo. Incluso si a eso le adosás cara de dormido y una pose contrariada, es extraordinario. Tenés un paso hacia el canon asegurado. A mí no me gusta jugar a algo que no soy ni imponerme ensayos o experimentos literarios que tampoco me interesa leer. Ahora el que lo quiere hacer, que lo haga. Lo que también es verdad es que ciertas cosas que se presentan como complejas, tienen el plus de que es solo para elegidos. Yo voy por otro lado, tengo un estilo directo, realista y lo que quiero es transmitir emociones, imágenes fuertes y el mundo que  tengo en la cabeza.

-En alguna entrevista dijiste que sos “un burgués feliz y convencional, el campeón de la estandarización”, algo que es raro de escuchar en un escritor ¿Se puede ser escritor y ser feliz o la literatura y la felicidad van por caminos separados?

-Garpa mucho la imagen del escritor torturado, del escritor en contra del sistema o que está aislado por el sistema. Tal vez en muchos casos es cierto y son historias dramáticas y terribles, pero en otros casos son poses. En lo personal, vivo bien, soy una persona de clase media y extraordinariamente feliz, con una familia fantástica y sin embargo cuento historias tremendas. Hay gente que me dice: “¿Cómo podés escribir las cosas que escribís, teniendo la vida que tenés?” Por ahí es Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Lo que sé es que no me gustaría dar de mí una imagen que no tengo. No estoy loco, no me drogo, todos los días me levanto temprano a la mañana y escribo con regularidad y con mucha pasión. Tal vez mi mayor desafío es superar las propias dudas que me genera lo que estoy haciendo.

- Por último, te escuché decir que tenés un cajón con muchas cosas que todavía no publicaste, ¿Qué queda en ese cajón? 


-Queda un proyecto de novela gráfica que se llama Ojos de pescado, que estoy trabajando con el ilustrador Javier Rovella; quedan algunos cuentos que van a salir publicados en septiembre, el libro lo va a editar Notanpuan y se va a llamar Aguante y también estoy terminando el primer borrador de una novela que otra vez sucede en Pompeya. Es una ficción distópica de una Argentina arrasada por los zombis.

Publicada originalmente en la revista Polvo, noviembre 2015.