Nando
Varela Pagliaro
Horacio Convertini llevaba más de veinte años trabajando
como periodista cuando decidió empezar a escribir su propia literatura. Había
un lugar de creatividad que el oficio no le terminaba de dar. Intentó primero
con el comic, después con guiones de cine y paralelamente fue acumulando textos
con alguna pretensión literaria, que después de guardarlos por unos meses en la
computadora, los rompía prolijamente. Al final, algunos de esos textos
empezaron a sobrevivir y se atrevió a mostrárselos a sus compañeros de trabajo,
que además de periodistas son escritores. La buena devolución que tuvo del otro
lado le dio el coraje que le estaba faltando para empezar a tomar la escritura
como algo más intenso. Enseguida se cruzó por su vida el taller literario de
Pablo Ramos. En términos futboleros, dice que Ramos fue el que lo ordenó en la
cancha. Al mismo tiempo, empezó a participar en concursos literarios, para
testear si sus textos tenían algo. Le muy fue bien con los premios y muy pronto
pudo publicar. Desde 2008, año en que ganó el premio del Fondo Nacional de las
Artes y publicó su primer libro, lleva editados el libro de relatos Los que están
afuera, las novelas El refuerzo, La soledad del mal, El último milagro y New Pomprey y
las novelas infantiles La leyenda de los
invencibles, La noche que salvé al universo y Terror en Diablo Perdido infantil.
- El
hecho de dedicarte tan intensamente al periodismo ¿te quita un poco de ganas
para después escribir tu literatura?
-No, para nada. Yo pienso, como dice John Connolly, que
el periodismo te da la suficiente gimnasia como para no temerle a una página en
blanco y te da esa especie de impulso primario de que toda página en blanco
tiene que estar rápidamente cubierta de palabras. En todo caso una página
discretamente escrita es mucho más que una página en blanco y como escribir es
reescribir, en algún momento esa página discretamente escrita va a ser una página
bien escrita. Entonces, a mí el periodismo me dio esa solvencia frente a la
página en blanco; me dio disciplina y también cierta perentoriedad porque uno
en los medios está acostumbrado a que lo que se escribe, se publica. Una nota no puede estar en el aire, tiene que
estar cerrada, por ahí no de la manera ideal, pero sí tiene que estar cerrada.
Ese ejercicio en la literatura es muy útil, sobre todo cuando estás enfrentando
el desarrollo de un proyecto. El periodismo te ayuda a ir derecho a la meta. No
es tanto detenerse, sino que es sentarse a producir porque sabemos siempre que
una palabra trae a la otra.
-Y
el escritor al periodista, ¿qué le dio?
- Los rasgos que yo tengo como periodista ya los tenía
antes de que fuera escritor. La relación es totalmente asimétrica. En mi caso,
el periodista le da al escritor la posibilidad de tener un sueldo seguro todos
los meses, una obra social y una tranquilidad que en la literatura no podría encontrar
y además le da ese ritmo y esa habitualidad que te da haberte manejado durante
más de treinta años con la palabra escrita. En cambio, el escritor al
periodista por ahora no le dio nada.
-Hablemos de New Pompey, tu última novela ¿Cómo surgió
la idea del libro y cómo fue el proceso de escritura?
-La idea surge en un momento en el que tenía ganas de
escribir una historia de adolescencia y no de cualquier adolescencia, sino de
la mía. Tenía ganas de que en esa historia aparecieran los paisajes de mi barrio
de esos años. Por aquel momento me había reencontrado con muchos de mis amigos
de aquella época y ese reencuentro había sido muy fuerte, muy feliz y muy
gozoso. Además, me pasaba que me dolía mucho volver a Pompeya y ver cómo se
había transformado el barrio de una manera terrible. No digo que el barrio hoy sea
peor que el de antes, digo que era distinto y en esa diferencia me costaba
reconocerlo. Antes era un barrio fabril y obrero, con fábricas que trabajaban
las 24 horas, en donde la escuela pública era un lugar extraordinario, pero
después vino el vendaval de los noventa y partió todo al medio. Hoy la
geografía ya es otra. Quizás el obrero desocupado de los noventa ya tiene dos
generaciones que no ha conocido el empleo formal y sí han conocido mucho más
las drogas duras y cierto grado de marginalidad. Eso te duele porque en el sur
hay muchas desigualdades que aún no se han superado. De ese deseo de escribir
una historia de adolescencia y la fuerte imagen de volver a Pompeya y ver cómo
cambió el barrio nace esta novela.
-¿Por
qué se publicó primero en Venezuela y después acá?
-Porque no es fácil publicar en la Argentina, sobre todo
cuando sos un autor algo veterano, no venís del palo de las letras o probablemente no tenés un talento avasallador
que se instale por sí solo. New Pompey,
antes de ser publicada en Venezuela, la leyó Pilar Reyes que en esos años era
la directora editorial de todo Alfaguara y me hizo una devolución
extraordinaria. Mandó su recomendación para que se publique en Argentina y a
los seis meses me llamaron para decirme que la novela les gustó, pero que no la
iban a publicar porque no estaban desarrollando autores nuevos. Después, por
suerte salió lo de Venezuela, que hizo que no me frustrara con el texto. A mí me pasa que cuando tengo mucho tiempo un
texto, lo sigo trabajando todo el tiempo, nunca lo dejo quieto, lo vuelvo a
leer y siempre le echo la culpa a lo que escribí. Nunca creo que el problema
esté afuera. Si algo falla, esa falla está en el texto.
-¿Ni
siquiera el hecho de haber ganado tantos premios como ganaste te facilita el
camino para publicar un libro nuevo?
-Los premios lo primero que hicieron fue construir mi
autoestima de escritor. Es como si fueras un boxeador y probás la mandíbula que
tenés. De hecho, casi toda mi obra está publicada gracias a los premios, pero
más allá de eso era complicado publicar una novela como New Pompey, que yo no había presentado a ningún concurso. Entonces
apareció lo de Venezuela y a mí me daba pánico porque pensaba que por la forma
en que está escrita no iban a entender nada. Sin embargo, ayer me llamó Ulises
Milla, el editor de allá, y me dijo que el libro estaba funcionando bárbaro.
Incluso por encima del nivel de venta de los autores locales.
-Como comentabas, ya desde el germen de New Pompey, tus amigos tienen un lugar
central. ¿Cuánto pensaste en ellos a la hora de escribir?
-Lo
que tuve en cuenta fueron muchas historias y personajes que aparecen, pero
totalmente deformados. De todos modos, quienes han transitado conmigo esa parte
de mi vida decodifican muy bien de qué se trata. La literatura es engañosa, es
una forma bella y sutil de estafar, sobre todo con este tipo de historias
realistas que enclavás en un tiempo y en un lugar, pero que en el fondo no deja
de ser una ficción. Tal es así que hay amigos que creen acordarse de algún
personaje de la novela, cuando en realidad ese personaje jamás existió.
-Fabián
Casas siempre dice que le cuesta imaginar su literatura fuera de Boedo. En tu
caso y en esta novela en particular, ¿qué lugar ocupa Pompeya?
- Es el gran protagonista que habla a través de Cali
porque no presta sólo el escenario, no es solo un decorado. De algún modo lo
que transfiere es un SOS de decadencia. El barrio a través del drama de Cali lo
que dice es “me estoy cayendo, está por empezar otra cosa y ya nunca va a
volver a ser lo mismo”.
-Además
de tus amigos y el barrio, el club también es un anclaje muy importante. ¿Ese
espacio que a nivel social hoy se perdió?
-Yo escribí toda la novela a partir de mi recuerdo, sin
ir a Unidos de Pompeya. No quería ir a verlo porque tenía miedo de que el club
real influyera sobre el club ficcional. Hasta que en un momento, cuando ya la
había escrito, fui a reconocer algunos escenarios. Fui en verano, con la idea de encontrar la
pileta abierta y lo que encontré fue un club lleno de rejas, con el natatorio
que no funcionaba y encima ni me querían dejar pasar. Realmente es triste ver
como esos polos de acción social han desaparecido o se han reducido a su mínima
expresión. Tengo amigos que mandan a sus hijos al club y me han dicho que en
los últimos tiempos la situación mejoró. Pero para que tengas una idea del
lugar que ocupaba el club, en Unidos de Pompeya hasta hicieron la fiesta de
casamiento mis viejos. Había gente que entraba a la fiesta mostrando el carnet
de socio, sin invitación. Un tío mío tuvo que salir a comprar comida de raje a
la media noche porque era tanta la gente que se había colado, que se habían
quedado sin comida. Unidos de Pompeya era un club donde las grandes orquestas
de tango tocaban frecuentemente. Mi viejo ha visto a tocar a los mejores. Se hacían
peleas de boxeo. Ahí vi pelear a Coggi, cuando era amateur. Bonavena y
Accavallo también hicieron peleas en el club. Había mucha mística y muchas
actividades. Era de una gran pujanza social e incluso cultural. Todo eso, a
fines de los noventa se redujo a su mínima expresión. No es que quiero quedarme
en el lugar tanguero de que el pasado fue mejor, pero hay que reconocer que las
relaciones sociales cambiaron mucho. Hoy los pibes no salen a la calle, están
todo el día encerrados, jugando entre ellos jueguitos en red. Nosotros
estábamos todo el día en la calle porque no teníamos alternativa. A mí me
parece que se terminó un modo de sociedad y empezó otro que se está armando y
que todavía no sabemos cómo va a terminar. Aquella sociedad, que tenía un
montón de problemas, su intolerancia política y también sexual, su
acostumbramiento a las disrupciones militares y que tenía por otro lado una
cara en la que todos encontraban su lugar bajo el sol, de alguna manera ya se
terminó. Lo que ha venido a reemplazar a esa sociedad es algo que en algunos
aspectos se le parece y en otros es totalmente distinto.
-
Cali, el personaje principal, es un personaje con muchos matices y que
claramente tiene mucho de autorreferencial. Si vos lo tuvieras que describir,
¿qué dirías?
-Cali soy yo. Tiene mucho de mí, vive en la casa en que
yo viví, tiene alguno de los amigos que yo tuve, fue al club que yo frecuenté y
conoció algunos aspectos de la sociedad de entonces que yo conocí. Cali es
homosexual y yo no, pero Cali es el homosexual que yo hubiese sido. En aquel
momento, un Cali de veinte años a fines de la dictadura y en ese barrio sobre
todo, hubiese debido ocultar su homosexualidad o irse. Encontrar ese exilio
interior en donde poder de a poco ir abriendo su sexualidad o disfrutándola.
Para construir el personaje pensé en el puto que podría haber sido yo y a lo
que me hubiese enfrentado de haberlo sido. En los últimos diez años, en la Argentina
por suerte ha habido muchos avances con respecto a la tolerancia sexual y la
admisión de las nuevas familias, pero la historia de la homosexualidad de Cali está contada a fines de setenta y
principios de los ochenta y el panorama era otro.
-Antes
de la literatura intentaste escribir cine, New
Pompey es muy cinematográfica. ¿Eso tal vez venga de esos primeros intentos
o es casual?
-Tiene que ver con la forma en que yo pienso y planeo mi
literatura. Yo me hago una película en la cabeza de lo que escribo. Por ahí eso
se trasluce en mi narrativa, en mi estilo. Me gusta transmitir emoción, me
gusta transmitir imágenes fuertes, que
el lector pueda ver las cosas que yo estoy viendo en mi cabeza, cuando estoy
sentado frente a la computadora. Quiero que vea Unidos de Pompeya, quiero que
vea el Puente Alsina y la Avenida Sáenz. Entonces, trato de alguna u otra
manera que esas construcciones intelectuales, se le formen como imágenes en la
cabeza.
-En tus novelas
siempre hay un eje policial, que en este caso si bien no es lo central también está
presente. ¿De dónde crees que viene tu gusto por lo policial?
-Creo que tiene que ver con cierta compulsión mía por la
sordidez y la violencia, que es lo que genera contradicción con los que me ven
de afuera porque no soy una persona así. Sin embargo, cuando escribo tengo una
inclinación hacia eso. Me cuesta no encarar una historia que no vaya para ese
lado, salvo cuando escribo literatura infantil. Por ejemplo, en los primeros
aprontes de New Pompey, la historia
iba ir por el robo y la cuestión sexual no estaba, pero apareció naturalmente
porque necesitaba un elemento más de ruptura entre los personajes centrales. Tengo
una tendencia a construir personajes complejos, con una mala adaptación con su
entorno y que resuelven sus conflictos con algún tipo de violencia. A veces la
violencia es física y otra emocional. Algunas de estas historias se encuadran
dentro del género policial o del género negro en su más amplio espectro. A
veces dudo de que New Pompey sea una
novela policial y la biblioteca está dividida mitad y mitad. Hay escritores de
policiales que consideran que sí es una novela negra y otros, entre los cuales
me incluyo, que creen que lo negro no está puesto por el elemento policial,
sino por la cuestión social y el drama de los personajes.
–Hablabas
de literatura negra, últimamente parece que hay una especie de boom del género.
¿Es así o en realidad hay más escritores y festivales que lectores de ese tipo
de literatura?
-Yo creo que hay muchos lectores del género que siguen
autores extranjeros con el esquema de “hay un enigma, lo vamos a resolver.
Después hay un segundo caso, un tercero y una saga que se continua hasta cuando
el autor ya no está más, como el caso de Millennium. Para ese tipo de
literatura del cuentito del enigma, sí hay un gran público. Por otro lado, hay
otro tipo de literatura negra que funciona en un nivel más de tribu y que se lee en otros círculos, no en el gran
público. Ahí hay tantos autores como lectores y la condición lector y autor se
entremezcla. A mí una de las mejores
cosas que me pasó en la vida literaria fue haber ganado el Premio Azabache con La soledad del mal. Esa novela, por
falta de posibilidades para publicarla, estaba a punto de desarmarla y transformarla,
pero por suerte gano el Azabache y de algún modo el género negro me encuentra y
en el género encontré a tipos muy generosos como Guillermo Orsi, Leo Oyola, y Juan
Carrá y podría nombrarte a muchos otros, son tipos que te leen, que te apoyan
cuando hacés algo y que además generan proyectos: Fernando del Rio y Javier
Chiabrando con Azabache, Ernesto Mallo con el BAN, Fernando López con Córdoba
mata, permanentemente están generando cosas. La verdad es que en todo esto
encontré un mundo que me encantó haber conocido y me siento a veces un tipo que
viaja con documento falso.
-
Siguiendo con el género, pero mezclándolo con tu oficio periodístico ¿Pensás
que hay una correlación entre lectores
de policiales de diario y lectores de novela policial?
-Me parece que son compartimentos estancos. No estoy muy
seguro de haya una franja muy grande de lectores de policiales. Lo que sí creo
es que hay una masa de gente que es receptiva de la información policial porque
tiene que ver con su seguridad y con sus miedos interiores. Por otra parte, el
lector de literatura policial elige ese género porque es el que más le divierte
y punto. A mí siempre me dicen: “vos fuiste periodista de la sección
policiales, por eso escribís novelas policiales”. Y no es así. Por ejemplo La soledad del mal la escribí cuando ya
trabajaba en Espectáculos.
-En
lo que tal vez haya una correlación es en que la sección policial de los
diarios es la que más se asemeja a la literatura.
-Puede ser porque cuando vas a contar la historia de un
crimen lo que estás contando es un cuentito, pero de lo que no estoy muy seguro
es de que la masa de lectores del género policial venga de la gente que lee o
escucha las noticias policiales, sino serían muchos más. Volviendo a lo del
boom, te diría que es tal el entusiasmo que ponemos los escritores del género
que a veces me da la sensación que creamos el espejismo del boom. Más allá de
que hay autores que tienen muchísimo éxito como Pablo de Santis o Claudia
Piñeiro.
-Antes
hablabas de lo difícil que es publicar para alguien que arranca relativamente
tarde y que escribe una literatura como la tuya. ¿Pensás que este tipo de
narrativa más directa no es tan valorada como tal vez lo es otra literatura más
críptica?
-Yo creo que ser críptico es una elección estética válida
y legítima y que sin duda da algún dividendo. Incluso si a eso le adosás cara
de dormido y una pose contrariada, es extraordinario. Tenés un paso hacia el
canon asegurado. A mí no me gusta jugar a algo que no soy ni imponerme ensayos
o experimentos literarios que tampoco me interesa leer. Ahora el que lo quiere
hacer, que lo haga. Lo que también es verdad es que ciertas cosas que se
presentan como complejas, tienen el plus de que es solo para elegidos. Yo voy
por otro lado, tengo un estilo directo, realista y lo que quiero es transmitir
emociones, imágenes fuertes y el mundo que tengo en la cabeza.
-En
alguna entrevista dijiste que sos “un burgués feliz y convencional, el campeón
de la estandarización”, algo que es raro de escuchar en un escritor ¿Se puede
ser escritor y ser feliz o la literatura y la felicidad van por caminos
separados?
-Garpa mucho la imagen del escritor torturado, del
escritor en contra del sistema o que está aislado por el sistema. Tal vez en
muchos casos es cierto y son historias dramáticas y terribles, pero en otros
casos son poses. En lo personal, vivo bien, soy una persona de clase media y
extraordinariamente feliz, con una familia fantástica y sin embargo cuento
historias tremendas. Hay gente que me dice: “¿Cómo podés escribir las cosas que
escribís, teniendo la vida que tenés?” Por ahí es Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Lo que
sé es que no me gustaría dar de mí una imagen que no tengo. No estoy loco, no
me drogo, todos los días me levanto temprano a la mañana y escribo con
regularidad y con mucha pasión. Tal vez mi mayor desafío es superar las propias
dudas que me genera lo que estoy haciendo.
-
Por último, te escuché decir que tenés un cajón con muchas cosas que todavía no
publicaste, ¿Qué queda en ese cajón?
-Queda un proyecto de novela gráfica que se llama Ojos de pescado, que estoy trabajando
con el ilustrador Javier Rovella; quedan algunos cuentos que van a salir
publicados en septiembre, el libro lo va a editar Notanpuan y se va a llamar Aguante y también estoy terminando el
primer borrador de una novela que otra vez sucede en Pompeya. Es una ficción
distópica de una Argentina arrasada por los zombis.
Publicada originalmente en la revista Polvo, noviembre 2015.
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